Karin Friedli, soprano y parte del Requiem por Chile: “Hay una necesidad de que la música clásica se acerque a todas las comunas”

Tras el estallido del 18 de octubre y en pleno Estado de Emergencia, 500 músicos se reunieron de forma voluntaria e interpretaron el Requiem de Mozart frente a la Iglesia de los Sacramentinos, en Santiago Centro. Lo que sería un acto único en apoyo a las víctimas de la represión estatal por las manifestaciones sociales, terminó replicándose en distintas plazas y poblaciones dentro y fuera de Santiago. Karin Friedli, soprano y directora de diversos coros, ha sido parte del Requiem por Chile y en esta entrevista comenta el impacto que ha tenido en la gente y qué se entiende por “sacar la cultura a la calle”.

Por Florencia La Mura

El 27 de octubre se vivían los primeros días de las manifestaciones que partieron el 18 de ese mes, aún regía el Estado de Emergencia y ese domingo, mientras 500 músicos tocaban en la plaza Bernardo Leighton, a las afueras de la Iglesia de los Sacramentinos, un helicóptero sobrevolaba el sector. La convocatoria partió días antes con unas llamadas entre amigos músicos: la idea tocar el Requiem de Mozart en el espacio público como apoyo a la revuelta social. Una de las intérpretes que atendió el llamado fue Karin Friedli (46), licenciada en Teoría de la Música y directora en coros de distintas universidades, quien se ha dedicado a explorar y difundir la música clásica a tiempo completo. Para ella, el Réquiem de Mozart es una pieza infaltable en el repertorio de cualquier intérprete.

El mito dice que un misterioso hombre vestido de negro llegó un día la casa de Mozart para encargarle componer un réquiem, pieza musical que se interpreta en misas fúnebres, sin darle mayores detalles. Poco más de un mes después, Mozart ya había avanzado en su encargo, pero tras caer enfermo dejó de componer y solo se dedicó a darle instrucciones a su discípulo, Franz Xaver Süssmayr, quien la terminaría para estrenarla nada menos que en el funeral del propio Mozart, en 1792. Más de doscientos años después, la obra fue escogida como el primer homenaje musical a las víctimas que sufrieron represión policial -algunas de ellas murieron- en medio de las protestas que hasta hoy exigen un Chile más digno. Este domingo 19 de enero, la pieza volverá a sonar en la Plaza Victoria de Valparaíso y en marzo se planean más conciertos ciudadanos. Según Karin Friedli actos como “El réquiem por Chile” dan luces de que cómo debería vivirse la cultura en nuestro país.

-Los primeros días de manifestaciones fueron muy violentos y confusos ¿qué te motivó a ser parte de este proyecto?

La indignación y la desesperación de lo que estaba pasando en esos momentos, que era muy crítico. Estábamos en pleno toque de queda y luego empezamos a ver los asesinatos, las denuncias por tortura, las mutilaciones de ojos, cosas que aún siguen después de estos dos meses y medio. 

La soprano y director de coro Karin Friedli es parte del Requiem por Chile. Crédito foto: Patricia Rivera.

-¿Cómo fue el origen del Requiem por Chile?

La invitación la recibí de Igor Osses, violinista y director de orquesta, y Carolina Muñoz, soprano, ellos son los creadores de este réquiem que partió como una manifestación que sería por vez única en la plaza Bernardo Leighton, afuera de la Iglesia de los Sacramentinos. Ellos decidieron hacerlo como forma de manifestación en contra de la violencia de Estado que se estaba viviendo en las primeras semanas de la crisis social, en octubre. Entonces ellos llamaron a varios directores de orquestas y coros, entre esos a mí. La instancia se replicó muchas veces más, unas diez veces y yo participé en siete de ellas. Entremedio falté a alguna porque yo misma monté la Cantata de los Derechos Caín y Abel, del compositor chileno Alejandro Guarello del Grupo Ortiga, también como forma de manifestación.

-En la primera convocatoria participaron más de 500 músicos ¿cómo ha sido preparar una presentación tan masiva?

Como han sido diez versiones, la primera tuvo 500 músicos y luego ha ido fluctuando entre 200 y 300. Esto es una manifestación en forma de concierto, no es un concierto en sí, con las características que tiene, su formalidad. La idea es hacer partícipe a la gente como ciudadanía, pero también es la forma que los músicos tienen para manifestarse, quienes también somos parte de la ciudadanía. Cada uno está moviéndose desde su trinchera y se eligió el Requiem de Mozart porque es un canto para una ceremonia de difuntos y porque es una obra que se va repitiendo a través de la vida para los músicos clásicos. Muchos la han tocado y no hay forma de hacer ensayo en este caso, como sería en un concierto tradicional. Acá llegamos, tocamos y muchas veces no hay tarima para el coro, ni siquiera sillas y debemos tocar hora y media de pie. Sí hemos ido pidiendo cosas mínimas necesarias como que haya sombra. También nos han ayudado sonidistas, porque al principio no teníamos ni micrófonos. Hay gente que ha solidarizado desde lo que sabe para poder llevar este réquiem a las comunas.

-El réquiem de Mozart es una pieza clásica, una misa cargada de simbolismos ¿Cuál ha sido tu experiencia particular al interpretarla en días de manifestaciones y en Estado de emergencia?  

Pese a que todos conocemos la obra y la hemos cantado varias veces, ha sido muy impactante el darle este sentido de angustia por la muerte y por la tortura de los compatriotas en plena democracia. Algunos de nosotros, los que tenemos más de 40, vivimos la dictadura, entonces es angustiante volver a traer ese recuerdo que pensamos totalmente olvidado. Esta sensación de que si te manifiestas puedes terminar herido, desaparecido o muerto, toda esa angustia se plasma en la música. Se ve en los asistentes y en los colegas mientras tocan o cantan, se convierte en una comunión dentro del dolor, que es muy fuerte.

-La música docta tiende a estar reservada a espacios cerrados y algunos bastante elitistas ¿cómo ha sido la recepción de este público más popular?

Creo que la parte linda de esto ha sido el hacer comunidad con los colegas músicos y con la gente de las poblaciones. Hemos estado en Santiago Centro, Quilicura, Maipú, La Florida, Lo Hermida, La Legua y la recepción siempre es de mucho agradecimiento y muy sentida. No estamos celebrando la alegría de que llegó una orquesta a tocarnos algo bello, aunque de alguna forma si fue así, pero el fondo es mucho más duro. Ha sido una mezcla de emociones, igualmente la gente lo agradece muchísimo y para nosotros es un honor y un privilegio entrar en el centro de las comunidades, en sus plazas, sus canchas. Mucha gente de estas personas no habían visto nunca una orquesta ni habían escuchado en vivo un coro tan grande. Ha sido muy emotivo.

El primer Requiem por Chile reunió a cerca de 500 músicos en el frontis de la Iglesia de los Sacramentinos. Crédito de foto: Marco Montenegro.

-¿Crees que debiesen existir más políticas públicas que ayuden a hacer itinerar la música clásica?

El llevar nosotros la música debiera ser parte importante y vital de la misión del músico. Sería maravilloso que en un breve tiempo más haya fondos para que este gran coro y orquesta viaje a regiones y a más comunas. Sería maravilloso saber que existen los fondos para pagarle a los músicos y tener las condiciones óptimas de tarima, iluminación, techo para músicos y público. Nos hemos dado cuenta que todos nosotros como músicos clásicos queremos ir, queremos hacer música y cantar, tocar y compartir con la gente. Después de tocar siempre nos invitan a sus casas, a una olla común, eso es hacer comunidad. Pero claro, ahora se hace todo desde la motivación personal, desde la rabia, el dolor y la necesidad de manifestarse. Efectivamente las políticas públicas, de la mano con los fondos públicos, una vez más no han estado a la altura de la necesidad. Hay que decidir, pensar y crear cómo después que termine este movimiento, vamos a seguir llevando la música, porque es algo vital, la gente tiene que oír orquestas y coros en vivo, porque algo pasa, algo se remueve en todos nosotros, no solo el público. Las presentaciones las hemos terminado con canciones de música chilena y la gente también se hace partícipe. No hay esa formalidad de las salas de teatro, donde después de cada movimiento hay que mantener el silencio, por ejemplo. Esta es una manifestación y eso se dio naturalmente así, no hay nombre de la orquesta ni de los solistas, ni directores. Esta es una orquesta y coro de gente que vino a manifestarse.

-¿Qué lecciones les ha dejado el Requiem por Chile?

Esta experiencia nos ha marcado como músicos y ha evidenciado la necesidad y la importancia de que la música se acerque a las comunas. Las comunas lejanas al centro no tienen por lo general teatro, un buen piano, ni los espacios ni la costumbre de ir al concierto. Entonces, hay que fomentar de alguna manera la música. En este caso es una manifestación, nace desde una necesidad como músicos el acercarnos a las personas desde nuestro hacer, pero deben haber políticas públicas a cargo. Los fondos de la música ya no dan abasto, son muy pocos y cada año disminuyen, por ende van ganando proyectos que requieren mucha menos plata. Sabemos que llevar a 300 músicos a cualquier parte es muy caro, si cobramos lo que corresponde. Acá en Chile pasa algo bien impactante, en general los músicos clásicos bajan sus honorarios en enero y febrero, muchos colegas no están recibiendo sueldo dos meses y sin embargo, hay gasto de igual manera para ir a tocar. Es una necesidad real del público y de los músicos el poder acercarnos y terminar con el elitismo de la música clásica, pero para eso no solo necesitamos voluntad, porque ya está, se necesitan también políticas eficientes.

Manuel Antonio Garretón: Los desafíos del Chile de la “democracia expresiva”

De cierta forma, el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales está viviendo el momento que por muchos años esperó, el de discusión sobre una nueva Constitución que siempre ha considerado indispensable para alcanzar una democracia completa. Por eso no duda en señalar que este es un hito histórico, a pesar de que advierte las complejidades de debatir en un contexto de crisis de la representación y exacerbación de lo que llama “democracia expresiva”, que vendría a ser algo así como la ilusión de estar decidiendo y participando políticamente sólo porque hacemos un comentario en redes sociales.

Por Jennifer Abate C.

¿Cómo nombra usted lo que ha pasado en Chile hasta hoy? ¿Se trata de un estallido?

Creo que hay una dimensión de estallido, que es clara y que uno puede definir en términos del tiempo, pero esto también tiene un aspecto de movimiento, y mi impresión es que lo que va a ir ocurriendo es la separación entre el estallido y el movimiento. El estallido es un momento que funda una situación, es una coyuntura crítica, pero el movimiento es algo con proyecto. Todo el problema está en si el estallido va a ser algo más, si se va a convertir en un movimiento y si va a tener consecuencias que vayan más allá de un estallido o ruptura de situaciones actuales, si va a tener una proyección.

¿Y a dos meses del inicio del estallido, cree usted que va a tener proyección, que se va a convertir en un movimiento?

No todo estallido es un movimiento o proyecto, pero este tiene todas las de poder ser uno. Tengo la impresión de que en Chile este estallido se produce porque ya había un movimiento larvado, si no, no se hubiera producido. Lo que me llama la atención es la poca importancia que se le da en los análisis a la continuidad. Sin el 2006 y el 2011, sobre todo sin el 2011, no hubiéramos tenido esto. Ahora todos se hacen un poco los locos diciendo que nadie vio venir esto cuando había señales bien claras de un descontento que se iba manifestando.

Hoy el estallido le pasa la cuenta a un gobierno de derecha, pero no podemos olvidar que desde la recuperación de la democracia hemos tenido cinco gobiernos de la ex Concertación o ex Nueva Mayoría. Hace un año usted dijo: “al no intentar alterar el modelo de acumulación, sino que más bien pensar que era posible una alianza con el empresariado para mantener ciertos niveles de crecimiento, lo que hizo la ex Concertación fue corregir pasar del 50% de pobreza a un 15%, de cinco mil dólares per cápita a 20 mil”. ¿Cree que el hecho de que esa coalición hiciera oídos sordos a las demandas ciudadanas incubó el actual malestar?

Yo no hablaría de oídos sordos. ¿Qué demanda de cambio al modelo económico había por parte de los movimientos ciudadanos si se dedicaron a consumir durante 20 años? No hay 30 años de sordera a las demandas, hay 30 años de mantención y sólo corrección del modelo económico. Es injusto decir que se hacía oídos sordos porque no se gritaba; para hacer oídos sordos tiene que haber un grito. Hay que tomar en cuenta que en Chile prácticamente nunca se expresaron las demandas ciudadanas si no era a través de los partidos políticos, y muchas de esas demandas fueron generadas desde los partidos. Por ejemplo, el plebiscito para derrocar a la dictadura: la ciudadanía no estaba para nada en eso, para nada. En Chile la manera en que se constituían las demandas ciudadanas era vía partidos, y eso hizo que estos siempre fueran algo más que sólo partidos.

¿Es posible desprender de eso que si hoy la ciudadanía está disputando y exigiendo en las calles es porque perdió esa confianza en partidos políticos que hoy están desarticulados y no concitan tanto interés?

La idea de ciudadanía es inseparable de la idea de participación en la polis o de la idea de votar. Cuando hablamos de la ciudadanía hoy en día hablamos de otra cosa, de nuevas formas de ciudadanía, hablamos de una mezcla de ciudadanos y consumidores, porque detrás de ciertos reclamos, lo que hay son demandas de consumo.

Hace décadas que usted plantea como urgente contar con una nueva Constitución. ¿Qué opina del acuerdo al que llegó el mundo político para realizar un proceso constituyente en un momento en que algunos partidos amenazan con salirse del acuerdo?

Considero que se trata de una cuestión histórica en el doble sentido: es la primera vez que Chile puede tener una Constitución definida a través de un proceso constituyente popular y, por otro lado, le da una salida a un conflicto que parecía sin salida política. Es un avance porque quiere decir que va haber un proceso en el cual van a haber elecciones para decidir quiénes participan en una asamblea constituyente y ella podrá hacer la Constitución que estime conveniente.

¿Qué piensa de que actualmente la discusión constituyente se centre en la paridad de géneros y la representación de los pueblos indígenas?

Se hace un acuerdo que no contempla la paridad y el tema que se discute es la paridad. No me gusta esta frase que usa todo el mundo, de que “el discurso constituye realidad”, pero bueno, el discurso hoy en día apoya predominantemente la paridad y luego eso va a tener algún efecto.

Sí, pero no ganamos nada con quedarnos en el discurso si finalmente no se toman medidas concretas para asegurar la paridad.

De acuerdo. ¿Pero qué hubiera pasado si la manifestación o movilización de las mujeres hubiera sido no sólo sobre Lastesis, que me parece muy interesante, sino que hubiera sido un llamado a la Plaza de la Dignidad o al Parque O’Higgins a todas las mujeres para exigir paridad? Hubiéramos tenido un 8M en términos de paridad y de asamblea constituyente. Muchas veces los movimientos dicen “ah, es que no me quiero meter porque no quiero legitimar esto”. Y por eso no se realiza una movilización masiva, un gran acto en el Parque O’Higgins y en todas las distintas ciudades del país, todos movilizados en torno a voto obligatorio, paridad, cuota de pueblos indígenas, participación durante la asamblea.

Crédito: Felipe PoGa

¿Por qué cree que no se logran esos acuerdos más transversales?

Porque creo que la ciudadanía, que es más opinión pública que ciudadanía, no cree en esto. No puede ser que una enorme cantidad de gente considerara que el acuerdo era importante y una enorme cantidad dijera que no importaba nada. O sea, hay una ruptura, hay en la cultura de hoy un rechazo a lo institucional, a lo vertical, al que me digan algo: yo me represento a mí mismo. Hay un cuestionamiento universal del principio de representación. Pero hay ciertas cosas que la política debe hacer y que no siempre van a corresponder con lo que la gente quiere. Porque si la política hace lo que la gente quiere, entonces, primera cosa, desaparece la política. No hagamos política, hagamos lo que la gente quiere y que la gente se gobierne.

Sin embargo, probablemente hay que encontrar una solución al problema de una clase política que no está escuchando a la ciudadanía y que por lo tanto no representa a nadie.

Usted necesita, de todas maneras, sistemas de representación, la pregunta es si los actuales sistemas de representación son capaces de garantizarla, y yo creo que probablemente nunca se va a asegurar totalmente, y por lo tanto hay que dejar espacio a la democracia deliberativa, a la democracia participativa, que es distinta a la representativa, y que propone participación, sobre todo a nivel territorial, directa, a través de referéndum, plebiscitos revocatorios, etc.

Desde esta perspectiva (desde otras son muy buenas), las redes sociales son nefastas porque dan la ilusión de estar decidiendo, de estar comunicando, de estar interactuando, estamos ante una nueva forma de democracia. Siempre se ha hablado de democracia representativa, democracia participativa, de democracia deliberativa, pero yo creo que estamos ante una nueva democracia, que se llama “democracia expresiva” y no es deliberativa, donde lo que importa es lo que yo pueda decir, no el debate con el otro. En ese sentido, es antirrepresentativa.

¿Cuáles son los riesgos de creer que todo se puede resolver a través de esto que usted llama “democracia expresiva”?

La pura “democracia expresiva” no sirve porque no permite gobernar. Yo decía que me hubiera gustado que las mujeres hubieran hecho un 8M por la paridad, pero eso implica que se plieguen al proceso y que entiendan que el acuerdo es un avance, pero muchas veces los movimientos sociales no quieren aceptar este tipo de cosas pues se sentirían cooptados. Con eso perdemos la posibilidad de ligar los avances del movimiento social con los avances del movimiento político. Va a haber que pensar, además, en todo lo que es la democracia a nivel territorial, donde se puede avanzar mucho.

Esta semana se dio a conocer el informe de la Onu, que al igual que el de Amnistía Internacional y el de Human Rights Watch da lapidarias conclusiones sobre la violación de derechos humanos en los últimos dos meses en Chile. ¿Cuáles son los riesgos de no actuar enérgicamente frente a denuncias tan graves como las que han salido a la luz?

Primero, quiero nombrar la importancia en la política chilena de Michelle Bachelet. Todo lo que está pasando hoy ella ya lo puso como un tema clave en su gobierno. Además, lo que ha hecho en su cargo, en ONU, ha sido de extremada relevancia. Creo que estamos frente a un tipo de violación de derechos humanos que no viene desde el dictador, pero que sí viene del aparato del Estado. A mi juicio, el gobierno no ha entendido nada y aquí tendría que haberse dado una propuesta de reforma muy estructural de las fuerzas de orden, cosa que no ha habido. Tenemos fuerzas policiales que no saben qué hacer con esto, que están desbordadas; una fuerza policial que está desbordada no es una fuerza policial.

Esta entrevista es una breve síntesis de la que se realizó el 13 de diciembre de 2019 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5. 

Carlos Ruiz Encina: “Tenemos que reconstruir la política como el espacio donde delibera racionalmente la sociedad”

Si de algo sabe el sociólogo, académico y presidente de la Fundación Nodo XXI, es de crisis políticas. El descalabro actual, que encuentra al mundo político disgregado y enfrentando una muy baja credibilidad ciudadana, también afecta a su sector, el Frente Amplio, que, a su juicio, “no puede quedar atrapado en los procesos más recientes de descomposición de esa política de la transición”. A pesar de todo, Ruiz es optimista, y en esta entrevista plantea tener “la impresión de estar en una de esas raras situaciones históricas en que lo que se puede venir es un cambio de ciclo más largo”.

Por Jennifer Abate y Evelyn Erlij

—¿Cuál es tu análisis breve de la situación actual?

Tengo la impresión de estar en una de esas raras situaciones históricas en que lo que se puede venir es un cambio de ciclo más largo. Uno que se proyecta para mediados de este siglo se está definiendo, y está en juego cuál va a ser el Chile del 2050.

—La madrugada del 15 de noviembre ocurrió lo impensado y el mundo político logró un acuerdo, que a ratos parece desarticularse, para trabajar en una nueva Constitución. ¿Cuáles son tus expectativas frente a este proceso?

Lo primero que hay que decir es que esto no es un regalo,es algo que se obtiene a un costo altísimo de la sociedad, son decenas de muertos, son miles de heridos, una sociedad absolutamente conmocionada por todo lo que está pasando. Por lo mismo, también es muy importante mantenerse movilizado, o sea, en ningún caso bajar los brazos, porque esta es una situación que puede tener regresiones, es un campo todavía muy lábil de correlaciones de fuerzas, por lo tanto, el tema es seguir movilizados y de alguna manera presionar claramente hacia una participación más determinante.

Es esa presión popular, me parece, la que logró sitiar a la política, es decir, el 15 de noviembre responde a una especie de política sitiada, una casta política sitiada por la asonada popular, de ahí que ofrecen iniciar un proceso constituyente. Ahora bien, ahí agregaría que todavía es una cuestión muy ambigua en muchos puntos, porque se produce en un momento de alta desorganización, incluso en la derecha.

—Respecto al acuerdo para iniciar un proceso constituyente, gran parte de la discusión se ha centrado en el mecanismo, pero no se ha hablado tanto sobre los contenidos que debería incluir el cuerpo legal a fin de cambiarlo estructuralmente y que dé respuesta a las demandas sociales. ¿Cómo deberíamos abordar el tema del tipo de país que se construye a partir de una Constitución?

Una Constitución consagra un modelo de sociedad, un modelo socioeconómico, incluso, y creo que el agotamiento de la que actualmente nos rige es el agotamiento de estos modelos hoy existentes. Por lo tanto, pensar una nueva Constitución es la oportunidad de pensar un nuevo modelo de sociedad y un nuevo modelo socioeconómico. En estos momentos, son los sectores más rentistas del empresariado los que se repliegan y tratan de estrujar esa situación al extremo. Lo impresionante de lo que estamos viendo es que todos los sectores empiezan a movilizarse, o sea, incluso los sectores que tú menos hubieras pensado. Tenemos que preguntarnos qué Chile queremos para el 2050.

“A lo que ocurre en Chile yo le he llamado ‘neoliberalismo avanzado’ para compararlo con el caso brasileño y argentino, que son las otras dos analogías que utilizo en el libro, pero prácticamente no tiene equivalente universal”

Y pensando en esta oportunidad, ¿cuáles, a tu juicio, son las discusiones que deberíamos estar teniendo respecto al carácter que debe tener la Constitución? ¿Quiénes deberían estar participando en esa conversación?

Hay dos dimensiones. Una, la que tú mencionabas, es la de los métodos, la discusión procedimental. Eso es muy importante y tiene que ver, sobre todo, con garantizar la participación. Creo que esta es una sociedad que ha dejado clarísimo que no quiere ser representada y que está exigiendo participar directamente en esto. Por lo tanto, métodos como la asamblea constituyente y otros similares están siendo muy demandados en estos días. Otra dimensión, que tiene que ver más bien con el fondo y el contenido, ha sido un poco postergada, y me parece que es muy importante tenerla en cuenta.

Por ejemplo, hasta ahora nos basamos en modelos de crecimiento en función de la explotación de recursos naturales, que es lo que se conoce como modelo extractivista o modelo primario exportador. Es muy sabido que esos modelos tienden a producir una enorme concentración de la riqueza porque explotan un trabajo muy precario, de muy poca capacidad de agregar valor a las exportaciones, porque lo que arrancan son las materias primas y las mandan en estado líquido, prácticamente, hacia afuera. Esas sociedades tienden a producir modelos de crecimiento que intrínsecamente producen una sociedad muy desigual, y contra esa desigualdad está estallando toda esta sociedad en este momento.

Crédito: José Miguel Méndez

—En tu último libro, La política en el neoliberalismo, trazas los orígenes y el desarrollo de este sistema hasta llegar a Chile, un caso que suele conocerse como el “experimento chileno”. Tomando la idea de que Chile fue el laboratorio del neoliberalismo, al parecer los tubos de ensayo de ese laboratorio explotaron. ¿Por qué crees que este estallido se produce justamente en nuestro país?

A lo que ocurre en Chile yo le he llamado “neoliberalismo avanzado” para compararlo con el caso brasileño y argentino, que son las otras dos analogías que utilizo en el libro, pero prácticamente no tiene equivalente universal. Hay dos ciclos de privatizaciones que se realizan en Chile: el primero es más o menos común a diferentes países, que corresponde al remate de las grandes empresas estatales, y es lo que relata María Olivia Mönckeberg en su libro El saqueo de los grupos económicos al Estado chileno. Eso ocurre en Chile en la segunda mitad de los años 70.

Pero a partir del inicio de los años 80, años 81, 82, lo que empieza es la privatización de los servicios sociales, y eso no lo encuentras replicado, en la intensidad de la experiencia chilena, casi en ninguna parte. Bush hijo no quiso instalarla en Estados Unidos y Menem quiso establecerla en Argentina y tuvo que echarla para atrás a mediados de los años 90. Ha sido irreplicable en otras partes. Cuando tú privatizas eso, privatizas las condiciones de reproducción social de las personas: el individuo chileno tiene privatizadas sus condiciones de reproducción social a un nivel que prácticamente no existe en otras partes del mundo. Privatizar significa volver mercancía algo que no lo era antes, convertir en mercancía la salud, las pensiones, la educación. Ahí tienes un individuo que ha ido perdiendo más soberanía sobre su propia vida en nombre de la libertad, la libertad prometida, que es una libertad simplemente mercantil.

“Yo creo que lo único que tienen para defender sus intereses los dominados, los que no tienen grandes recursos de poder, es la política, es la democracia”.

Y un mercado donde, como lo has señalado, no hay competencia, ya que las empresas que ofrecen estos servicios, que ya no son derechos, están subsidiadas por el Estado.

Y donde tienen condiciones monopólicas de explotación. Una clínica privada “x” obtiene la concesión de tal o cual patología y no compite con nadie más. La paradoja de eso es que está fuera del capitalismo, de la doctrina neoliberal, entonces se empieza a convertir en una suerte, diría yo, de burguesía norcoreana, porque a lo que se le tiene miedo es a la competencia y, por lo mismo, se protegen estos nichos de acumulación regulados por el Estado, lo que es una especie de capitalismo de servicio público. Por supuesto, esta no es la realidad de todos los empresarios, hay otras empresas que viven en el mundo de la competencia, sencillamente.

El rol de la izquierda, que ha estado dividida de cara a este acuerdo, ha sido bastante criticado. ¿Por qué dirías tú que es tan difícil encontrar puntos en común dentro de la oposición?

Creo que la izquierda chilena es parte de esa esfera política que está anonadada, como hablábamos al comienzo, que ha sido superada de alguna manera por esta rebelión de las masas. Aquí se reflejan varias décadas de derrotas, la dificultad de poder reaccionar de una manera más o menos articulada. Lo que viene es un periodo largo de reorganización muy fuerte de la política. Porque lo que se ha acabado es la política en la cual se estructuró todo el proceso político de la transición en adelante, ese sistema político se acabó. Lo que podría llamar la atención en este sentido es que el Frente Amplio no viene de esa historia y su gran dilema es que no puede quedar atrapado en los procesos más recientes de descomposición de esa política de la transición.

Basta estar en una marcha para darse cuenta de que lo que falta en esta movilización son las banderas de los partidos políticos, que están bastante deslegitimados en esta vuelta. ¿Hay algún futuro para ellos en Chile de cara a esta crisis?

Los necesitamos. Nosotros no podemos prescindir de la política y creo que, al revés, si a algo hay que aferrarse como única salida es a la democracia. Yo he salido a las marchas y es absolutamente cierto, lo he comentado antes: no hay ninguna bandera de partido. En una marcha, estábamos acostumbrados a bloques de partido, y el militante que se metía en otro bloque estaba perdido. Eso queda absolutamente arrasado en este momento. Creo que tiene que ver, sobre todo, con un desborde completo de la política y, de alguna manera, la política reacciona anonadada, aturdida, se encierra, no sabe qué decir, tarda mucho. Esto lo he compartido con el sector con el que más me identifico, que es el Frente Amplio: ese intento de superar la política de la transición, que surge en 2011, tiene en este momento una gran demanda histórica sobre sus hombros, y si no le responde a esa demanda histórica, bueno, las sociedades son dinámicas y van a construir otro liderazgo. Lo que viene en adelante es un proceso de reorganización de la política que es necesario.

Los partidos son necesarios, pero ¿no crees que deberían buscar nuevas formas de organizarse que no resulten tan verticales?

Yo te diría que esa fisonomía, esa forma de hacer de los partidos, ya está agotada, y el que no se ha dado cuenta, se va a comenzar a secar. Esa utopía de la política de los acuerdos que se generó está completamente eliminada como posibilidad, porque con ella sólo se va a llegar a más estallidos.

Yo creo que lo único que tienen para defender sus intereses los dominados, los que no tienen grandes recursos de poder, es la política, es la democracia. En cambio, los otros, los poderosos, tienen una serie de recursos para debilitar la democracia y con eso, debilitar la política. Una de las transformaciones más complejas que hace el neoliberalismo como proyecto histórico es cambiar el estatuto del lugar de la política en la sociedad: ya no es el medio por el que se delibera, pues se cambia la política por el mercado. Nosotros tenemos que reconstruir la política como el espacio donde delibera racionalmente la sociedad. Y es ahí donde vamos a tener que construir. ¿Qué tipo de expresiones políticas? Los partidos, o como quieran llamarles, van a ser los que van a incidir en ese tipo de deliberación racional que es la democracia.

El neoliberalismo es una ideología y muchos hemos sido educados en ella, lo que ha impactado en nuestras formas de pensar, de trabajar, de habitar el mundo. ¿Crees que es posible lograr un cambio de hábitos, de mentalidad en Chile? ¿Crees que podamos reemplazar las formas de vida actuales por otras más comunitarias, más colectivas?

Creo que una de las luchas más trascendentes que se ha dado en términos de las formas de organización cultural de la sociedad, de los sistemas de autoridad y de dominación que existen a nivel extendido en la base de la sociedad, es la del feminismo. El neoliberalismo generó una modalidad de trabajo que ya no existe en el espacio tradicional donde se realizaba, como la oficina o la fábrica, sino que se hace en cualquier lugar, en la casa, en el camino, el domingo y en cualquier horario. Eso significa que también se rompen los viejos límites entre lo público y lo privado, es decir, lo que era la esfera privada ya no funciona, y aquí se nos cae el viejo sustentador masculino. Empieza a florecer otro tipo de organización de la vida social y la política está compelida hoy a dar cuenta de todo ese gigantesco fenómeno. Creo que las demandas de los movimientos feministas van a ser las más estructurantes. La política va a tener que estar muy abierta a cómo se van a construir partidos para ese tipo de situaciones.

Esta entrevista es una breve síntesis de la que se realizó el 15 de noviembre de 2019 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.

Rodrigo Mundaca: cambio radical o gatopardismo

El acceso al agua y su desprivatización son los objetivos diarios del vocero de Modatima, que en el último año ha alcanzado notoriedad por los premios con que ha sido distinguido en el extranjero. Sin embargo, no pierde la oportunidad de vincular esa disputa cotidiana con las exigencias de la protesta social que partió en Chile el 18 de octubre de este año. No importa si habla de la depredación del agua o de las demandas por mayor justicia que aún mantienen a miles de personas en las calles, para Rodrigo Mundaca los responsables son los mismos: la inequidad y políticos que no han estado a la altura del rol que deben cumplir.

Por Jennifer Abate C.

Desde siempre, en su casa, en La Ligua, Rodrigo Mundaca ha vivido una vida sencilla. Lava, plancha, sale a tomar un helado, recorre la plaza, vive tranquilo. Otra cosa ha sido su vida en los últimos meses. Como secretario general y vocero del Movimiento de Defensa por el Acceso al Agua, la Tierra y la Protección del Medio Ambiente (Modatima) ha puesto el tema de la depredación de los bienes naturales comunes (se rehúsa a llamarlos recursos naturales por la vocación extractivista del concepto) en el centro de la discusión internacional, una tarea que recientemente le valió ser distinguido con el Premio Internacional de Derechos Humanos de Núremberg por su lucha a favor del acceso al agua de todas las comunidades.

El costo no ha sido sólo la fama que hoy lo hace protagonizar debates y ser invitado a programas de televisión, lo que sin duda le ha quitado el carácter sencillo a sus días. Mundaca ha recibido querellas de parte de connotados políticos por injurias y calumnias, hace unos meses tuvo que encarar el horror de la circulación en redes sociales de una foto suya que simulaba un disparo en la cabeza, y recientemente tuvo que poner un recurso de amparo contra el General Director de Carabineros tras enterarse de que se había convertido, junto con otros dirigentes y figuras del mundo político y académico, en “blanco de interés” de la inteligencia policial. Más desconocido aún es que tuvo que enfrentar la amenaza de secuestro de uno de sus hijos como consecuencia directa de su activismo medioambiental.

Crédito: Alejandra Fuenzalida

¿Por qué seguir, entonces, en una senda que trazó hace 25 años, cuando llegó como ingeniero agrónomo a trabajar con los campesinos de Petorca? “Porque era un imperativo ético, moral, porque era de sentido común. Era lo que había que hacer, mi deber ético era eso, no podía hacer otra cosa, no podía asesorar a ricos a costa de dejar a la gente sin agua. Yo creo que hay un punto en la vida de las personas en que uno tiene que tomar decisiones y a veces son correctas o erradas, pero uno tiene que estar tranquilo con uno mismo. No me arrepiento en lo absoluto de lo que decidí”.

La movilización que tiene lugar hoy en Chile se ha atribuido al descontento de la ciudadanía por las condiciones de privatización de derechos básicos. ¿Cuál es tu análisis de las causas del estallido?

Una semana antes del famoso 18 de octubre, los estudiantes secundarios, particularmente aquellos estudiantes que estaban siendo fuertemente reprimidos —estoy pensando en el Instituto Nacional y la conducta criminal que ha tenido el alcalde de Santiago, Felipe Alessandri—, levantaron una consigna que se llamó “evadir, no pagar, otra forma de luchar”. Creo que esa acción fue la gota que rebalsó el vaso y que provocó que ese día miles de personas a lo largo de todo el país salieran a la calle, muy inorgánicamente, por cierto, porque son más de 30 años en que la elite política y económica se ha enriquecido a costa de las personas, se ha enriquecido a través de las privatizaciones de los trabajadores, de la privatización de la salud, de la educación, a costa de la privatización de la vivienda digna, a costa de la privatización de los bienes comunes, del agua y la tierra en particular. Creo que estamos viviendo una sublevación nacional y desde el 18 en adelante nos hemos dado cuenta de cómo se estaba incubado en la sociedad criolla un profundo descontento con el modelo de fondo.

¿Cómo evalúas el acuerdo del mundo político para iniciar un proceso constituyente?

Es un acuerdo que se toma con partidos políticos que tienen representación parlamentaria, un acuerdo que se toma a espaldas del movimiento social, un acuerdo que, en la práctica, lo que hace es darle un salvavidas al gobierno, que hasta ese momento estaba totalmente deslegitimado y que marcaba un 9% de adhesión, que tenía un record increíble en materia de violaciones a los DD.HH. Ahí hay un porcentaje de la casta que es directamente responsable del modelo de despojo que existe en nuestro territorio, una casta que ha administrado el Estado ocupando altos cargos como ministros y subsecretarios, y una vez que han salido del Estado han pasado a administrar cargos en los fondos de pensiones, en las Isapres, en las hidroeléctricas, en las forestales, una casta que se ha caracterizado por las sillas musicales, una casta que no ha dado respuesta a las demandas reales de la ciudadanía.

¿Y qué vía te parece que debería haber tomado el mundo político para intentar buscar una salida a la crisis?

Lo que hay que señalar es que quienes corrimos el cerco más allá de lo posible somos el movimiento popular. ¿Qué esperamos? Sin duda, seguir corriendo el cerco, y creo que lo que se requiere también es que el movimiento social protagonice. Porque el movimiento social, lo social y lo político, no están divorciados, el movimiento social es profundamente político. Nosotros luchamos por el agua, que es una demanda profundamente política y que tiene que ver con terminar con la Constitución política del 80.

¿Tienes expectativas en que los acuerdos alcanzados permitan cambiar las lógicas de la política que criticas?

Si bien es cierto que recuperar los fondos de pensiones de los trabajadores es tremendamente importante, así como regular la salud y la educación como derechos, aquí hay temas que no se han instalado con la fuerza suficiente, como que el origen de las desigualdades en el país tiene que ver precisamente con la apropiación de los recursos naturales comunes. Yo creo que hay un divorcio absoluto con la casta, creo que hay un segmento de la casta política que hoy definitivamente tiene que dar un paso al costado, y lo van a dar porque nosotros finalmente vamos a correr el cerco de lo posible. Ellos hoy no pueden marchar, ellos no pueden salir a las calles. A mí me daría una profunda vergüenza ufanarme de ser parte de la casta política o ser parlamentario y no poder salir a la calle. Es una contradicción absoluta porque se supone que estás en política porque estás velando por el bien común y no puedes salir a la calle porque te golpean, te escupen, porque la política está en un nivel tal de descrédito que da vergüenza. Lo voy a decir en términos populares, sencillamente: se tienen que ir a la chucha, hay un sector de la casta política que vale hongo, que vale callampa, que son los responsables de lo que sucede en nuestros territorios.

A propósito de los problemas que afectan a los territorios, hablemos sobre tu tema, el agua. ¿Por qué has planteado que lo que ocurre en comunidades como Petorca se explica por el saqueo y no por la sequía?

La provincia de Petorca es el epicentro nacional de la violación del derecho humano al agua, todo el mundo conoce lo que ocurre en esa localidad, en Núremberg, en París, en Madrid, en todas partes se dan cuenta de que en la provincia de Petorca hoy es más importante la producción de paltas que la vida de las personas. En esa provincia, a 140 km de la capital, más del 70% de la población toma agua de camiones aljibe, los ríos no existen, no hay escurrimiento superficial de los ríos hace más de 15 años. Una pléyade de políticos conspicuos y empresarios llegaron en la década del 90 a instalarse en nuestra provincia y desmontaron toda la flora y la fauna nativa de los cerros y empezaron a cultivar paltas. ¿Se puede hacer eso en Chile? Sí, porque no hay ordenamiento del uso agrícola de los suelos, por tanto, un empresario o político bien conectado a los centros neurálgicos del poder puede destruir toda la flora y la fauna nativa del cerro Santa Lucía o el San Cristóbal en Santiago y poner paltos.

A tu juicio, ¿hay algo de la actual crisis de acceso al agua que se explique por el impacto de la sequía?

Si la sequía fuera real y no motivada por el cambio climático ni la intervención del hombre, sería pareja, estaríamos todos afectados. Pero cuando tú caminas por los territorios te encuentras con grandes plantaciones de paltos, de uva de mesa, rebosantes de agua, y con predios y territorios completamente secos, depredados, principalmente de campesinos que han perdido la tierra y el agua en el último tiempo.

¿Cuál es la salida para esto? En Valparaíso estás vinculado a la Mesa de Trabajo por el Agua, que reúne a integrantes del mundo social y político, una experiencia no muy usual.

En la quinta región tenemos una experiencia que es bastante inédita. Construimos una mesa regional que ha recorrido toda la región levantando iniciativas desde los territorios para la recuperación democrática del agua. Tenemos un texto largo que diagnostica lo que sucede en todos los territorios y que levanta demandas que son lógicas, como eliminar el artículo 19, numeral 24 de la Constitución política (que consagra la propiedad privada del agua), construir un acuerdo popular de aguas, restituir la propiedad del agua en el dominio en la tierra, construir una nueva institucionalidad hídrica, establecer prioridades de uso, etc. Pero yo he llegado al convencimiento, y a lo mejor voy a correr la frontera de las declaraciones, de que si no hay una revolución en el país, un cambio cualitativo y radical del patrón de despojo que existe en el país, si no hay un cambio cualitativo o radical protagonizado por los sectores populares, por el pueblo pobre y el pueblo sencillo, vamos a caer en las mismas políticas gatopardistas de siempre en América Latina: todo va a cambiar para que todo siga igual.

José Ángel Cuevas, poeta y expoeta: “La voz de los jóvenes está recuperando la historia”

Durante 47 años, el autor de libros como Poesía de la banda posmo y Maquinaria Chile y otras escenas de poesía política nunca se durmió y por eso hoy no tuvo que despertar. Sus poemas urbanos, políticos, sociales, han recogido el habla popular durante décadas para escenificar en las calles de Chile el dolor, la impunidad, la ira, el amor, la incredulidad. Pepe Cuevas nunca se acomodó ni arrimó a nada, y quizás por esa razón hoy, cuando se ha roto el dique, sigue caminando libre entre los pliegues de un Santiago que se vuelve metáfora y esperanza de un tiempo crítico.

Por Ximena Póo Figueroa

Todo es retazo por estos días, retazos que se van uniendo a través de un hilo conjurado mediante la columna vertebral de la Alameda. Es mediodía en Santiago de Chile y hay ruido, silencio, cerrojos, ira y risas en los recovecos de las torres San Borja. Ha pasado algo más de un mes desde que se rompió el dique. Sobran los motivos para encontrarnos. José Ángel Cuevas (1944) se acuerda algo de mí, de los 90, de mis 20 años y esa pulsión por buscar las letras de una resistencia retratada en hojas roneo, clandestinas. Yo lo recuerdo como si los 90 hubiesen sido los años del miedo posterior al gran miedo; los años del escaparate y “la medida de lo posible”. Quizás por eso él nunca se durmió y de ahí que hoy, “cuando Chile despertó”, los insomnes como él y como tantos y tantas, caminantes, invitan a mirar de reojo los sueños perdidos para imaginar un futuro cuya salida demanda imaginación y tozudez.

Pepe Cuevas, premiado y seguido por una juventud emancipada, nació en Rosas 1314, recubierta de tranvías, ropa colgada, cotilleo de esquinas. Aprendió a reparar máquinas de escribir antes de tener doce años, junto a un padre estricto y “arribista” y una madre a la que recuerda ahora que vive en Puente Alto, arropado por las montañas cuando no baja a La Vega y al centro que conoce tan bien desde los años del Bar La Unión, el City, el Bosco. Su poesía es urbana, política y social. Hay que vivir para escribir y no al revés, pareciera decir.

“La mentalidad mía es la misma y trato de escribir un habla, una poesía centrada en un habla popular, porque las transformaciones que he temido yo y nuestros compañeros han sido tremendas; vamos hacia un camino popular revolucionario que es masacrado por la dictadura, asesinado, y el mar está lleno de muertos. Eso fue algo aborrecible que pasó en nuestro país al intentar hacer una revolución”, dice con la lucidez que da el tiempo invertido entre lecturas, papeles sueltos, garabatos en servilletas voladoras, volantines oscuros sobre una ciudad capturada, distraída y densa.

“Mi poesía está totalmente mezclada con la vivencia del empuje popular y por el crimen y asesinato, y después de 17 años de dictadura horrible, de sapos por todas partes, de horror, que jamás había ocurrido en nuestra historia, esa poesía se vuelca al olvido, los autos, los malls, que tienen a la gente engatusada. Hoy es una maravilla saber que los cabros chicos están recogiendo el origen, el fundamento, que es el pueblo de Chile”. Esos adolescentes le han mostrado a Chile la ruta para madurar un proyecto en el que se pretende que el Estado se haga responsable, la vida se abra paso en libertad, los feminismos muestren el sentido de un lugar común de códigos solidarios y libertarios. Esos “cabros y cabras chicas” saltaron torniquetes y se cayó un muro fraguado hace tanto, justo 30 años después de los amarres de una transición que para Pepe Cuevas significó ni perdón ni olvido, y justo 30 años después de la caída de los bloques de cemento en un Berlín lejano.

“Más poesía, menos yuta”, leemos en una pared de esas que van desde la Plaza de la Dignidad hasta La Moneda. Nicomedes Guzmán transformó en literatura “la sangre y la esperanza” y eso pareciera cubrir hoy el paisaje del “acontecimiento”. “La poesía está en la kalle” cuelga sobre tela roja desde los muros cerrados de la Biblioteca Nacional, y “La Revolución será feminista o no será” toma el pulso de la calle desde el frontis del GAM. Se ha acabado para siempre esa idea de la vida que se limpia a diario con aguarrás. Esos retazos sorprenden a Pepe mientras se pone su sombrero para capear el sol, cargando preguntas en hojas sueltas esparcidas en un maletín de cuero que cuelga de su hombro. Se saca la chaqueta café y caminamos despacito. Promete que irá a esa Plaza de la que se habla, que se cuidará del guanaco, las lacrimógenas, los balines, las molotov, el fuego. Tiene calle desde sus años en el Pedagógico de la Universidad de Chile, hasta donde llegó luego de un paso sin sentido por la Facultad de Derecho. Ahí pasó “años inolvidables”, llenos de una revolución intentada entre lecturas de una filosofía que siempre se ha negado a abandonar, ya sea a ras de suelo, por los tejados europeos o en una América Latina que, como él, tributa a la existencia insomne, sobre todo en Buenos Aires, acota.

En el “exilio interno” vivió de la escritura, la música, el taller, y por eso, hoy sus ojos brillan al pensar en la lucha de la juventud cansada de la bancarización de la vida, los abusos, el abandono; una juventud cansada de ver a sus abuelos, abuelas, madres y padres no llegar a fin de mes. De ahí que para resistir la desesperanza también cuajada hasta estos días, se ha develado que son buenos tiempos para la lírica. El quiere creer que este es sólo el comienzo en medio de una posmodernidad que nos empujó a formas fragmentadas que no dejaban ver esos hilos discursivos apuntalados en la gran historia. Hilos que hoy despuntan como las arpilleras hechas de hilachas: “Esto que ha ocurrido desde el 18 de octubre es un acontecimiento impagable e inesperado, que esa juventud vaya recuperando el sentido de la primera parte del 70 es una magia que nadie se esperaba, es histórica. No murieron esos tres años maravillosos, sino que viven. Si nos centramos en la derrota no llegamos muy lejos, pero al recoger de otra manera esos tres años de los trabajadores chilenos no podemos pensar en derrota”.

Un presente continuo

No hay derrota posible cuando son millones lo que repudiaron a quien un día en un mall de La Dehesa gritaba: “¡Váyanse a su población, rotos de mierda!”. Pepe abre sus ojos claros para enfatizar que ese solo grito de odio, conectado con la Colonia interminable, dio cuenta de por qué es vital enrostrar que la desigualdad perpetúa la violencia, el dolor y la impunidad. Lo dice mientras nos acercamos a las cuatro de la tarde, cuando la Alameda comienza su metamorfosis, pasando lista a las banderas que reemplazan a micros, taxis, autos, oficinistas. La escena es, para el poeta, como retomar un presente continuo bordado por una resistencia al neoliberalismo y las condiciones objetivas de un sistema que parecía impenetrable para quienes prefirieron los salones y el terciopelo del simulacro, la cocina.

Crédito: Alejandra Fuenzalida

“Los partidos políticos no están a la altura. Deben trabajar desde abajo. Nosotros hicimos eso en las poblaciones y es algo que aprendí a partir de largas conversaciones, cuando viví siendo adolescente en Las Condes, y nos juntábamos con personas tan inteligentes como mi amigo Ricardo Pincheira, que era estudiante de Medicina, socialista y del GAP, y que cuando tenía 26 lo sacaron de La Moneda y nunca más se supo de su paradero”, recuerda. Por eso, insiste, hay quienes se han quedado fuera de los acomodos desde siempre, como él o Enrique Lihn, Jorge Teillier —su gran amigo—, Rodrigo Lira, Pablo de Rokha, Juan Luis Martínez o Rosabetty Muñoz, recordada por Pepe cada tanto mientras busca la crónica de estos días en que la sangre ha estado teñida de torturas, ojos cegados, muertes, y la esperanza se ha pintado en carteles, grafitis, bailes: “No son 30 pesos, son 30 años”, “Lucha como Marta Brunet”, “Falsa calma”, “Con bastidor y aguja, con cacerola y cuchara, seguiré luchando”, “No + Sename”, “Piedra contra la bala”, “Milico asesino, tu hijo es mi compañero de clase”, “Recuperamos la palabra pueblo”.

Desde la publicación Treinta poemas del ex-poeta José Ángel Cuevas, de comienzos de los 90, ha pasado mucho y, sin embargo, este expoeta no ha dejado de escribir para que nada pase de largo. “Estoy escribiendo un libro sobre lo que está pasando; mira, te leo algo: Vivo en una pieza mugrienta, con un chal colgado en la ventana y qué, más allá se ve el cuadro de un pueblo del sur, palos parados que afirman mi cama solitaria, todo está lleno de libros viejos (…), sueño y sueño, que salgo por las cordilleras nevadas con todos mis amigos, y que vamos volando por la inmensidad”. Para seguirlo sólo basta leer algunos de sus libros, rastreando ese viaje: Efectos personales y dominios públicos (1979), Canciones rock para chilenos (1987), Cantos amorosos y patrióticos (1988), Poesía de la comisión liquidadora, (LOM, 1997), Diario de la ciudad ardiente (LOM, 1998), Autobiografía de un ex tremista, (La Calabaza del Diablo, 2009), Poesía del American Bar (Hebra Editorial, 2012), Maquinaria Chile: Y otras escenas de poesía política (LOM, 2012).

Conciencia callejera

Pepe Cuevas se aferra al lienzo rojo, marco de un retrato necesario. Pareciera que va a salir volando, como esa imagen que le da por perseguir en sus letras postoctubre. “Comencé a pensar en este libro inmediatamente, en forma inconsciente, cuando los jóvenes sacan esta voz. La voz de los jóvenes está recuperando la historia, porque la historia estaba muerta, la historia fue borrada, la taparon; toda la gente ha estado preocupada por consumir, del mall, los autos. Es complicado comprenderlo todo. Los medios manejan muy bien las noticias de los delincuentes y están los indiferentes, pero está también esa gran mayoría de hijos y nietos de los que lucharon e hicieron los años maravillosos del gobierno de la UP. Y aquí puede pasar algo muy importante, que se abra la luz. Uno pensaba que nunca iba a pasar esto, uno pensaba que el gol estaba metido y había un distanciamiento total”, dice para reírse con sus ojos y hablar de sus tres hijos.

Es en ese momento donde leemos Los desarrapados, publicado en Poesía de la comisión liquidadora (LOM, 1997), un poema para el final de un tiempo: “Viajan los desarrapados del capitalismo salvaje/a la luz de los grandes letreros/que nadie lee/ni las puertas abiertas/de los Shopping Mall/como nichos del Mal/el mundo revirtió acá/nuestro mundo/cordillerano/guarnición zapato de hierro/Ey,/No pregunten nada”. Y es que, reconoce,“creo que he sido uno de los pocos poetas que ha luchado por mantener en la conciencia nacional la conciencia de los trabajadores, el crimen y el asesinato tremendo de nuestro sector, a pesar de que luego vino la modernidad y la posmodernidad. ‘Pepe sigue con la misma, me tiene cabreado’, decían muchos, pero no callé”.

Crédito: Alejandra Fuenzalida

Y no lo hizo nunca, como en el poema «El hijo de puta Mondaca», en Poesía de la banda posmo (La Calabaza del Diablo, 2019): Oye, ¿qué le pasó al mundo? Nada. Solo que la URSS cayó definitivamente, sí, sí/y el proletariado/con Lelin/Stalin/Zinoviev./La Invencible Revolución de Octubre/que le decían./Obrero/Campesina: Unión Soviética. ¡Ey! Cayó./Sin pena ni gloria. Hoz y martillo rojos como la sangre./¡Ay qué bello es el mundo/Con sus calamidades/ y desastres!/ Chile que está en la línea de las Altas Montañas,/cayéndose al Pacífico y también le pasó, lo que le pasó…,/querían socialismo los perlas, estatitizar la Banca y los 91/monopolios al Estado/1/2 litro de leche. Quitar fundos a los ricos/del Sur. Disolver los Grupos Económicos Matte/Vial/Yarur/Cruzat/Edwards/Larraín./¡Ay, ay, ay!/Los ricos les sacaron la cresta y media, colgados/de unos fierros/metiéndoles corriente en los testículos,/y los soldados de la Patria/casi veinte años, hicieron/el trabajito sucio”.

Son las cinco y en la Plaza de la Dignidad se anticipa la escena para un Chile de incertidumbre, de tanto, tanto ruido, que alcanza un país entero. Lo alcanza para que no se duerma y para que cuando acabe el piqueteo de latas y cemento no se pierda la huella que ha dejado. La ciudad es una metáfora, coincidimos. José Ángel Cuevas baja las escalinatas de la Biblioteca Nacional y el lienzo rojo se detiene un segundo; ahí es cuando nos cruza un viento extraño, uno que él agradece para así poder seguir, dice, su camino, sin rendición posible, hacia la plaza de la historia.

Ricardo Ffrench-Davis: “Cuidado con seguir abusando de la paciencia de la gente”

Las últimas semanas han inquietado al economista, Chicago boy disidente y Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. No sólo lo ha impresionado la creatividad de la protesta y lo ha conmocionado la violencia, sino que también lo ha interpelado la respuesta de la política, que hasta ahora mantiene la inercia que le ha “sacado los choros del canasto” a ciudadanos y ciudadanas que hoy claman por el cambio del modelo económico. ¿Se pueden hacer reformas estructurales al neoliberalismo? Es perfectamente posible, dice el Doctor en Economía.

Por Jennifer Abate C.

—¿Cuáles son sus reflexiones tras estas semanas de estallido social en Chile?

Primero, estoy impactado por la intensidad y la variedad de las manifestaciones y de las profundas virtudes que tienen para que Chile mejore en el futuro, e impresionado por la cara negra de la destrucción, que está dañando a la mayoría de los chilenos y mucho más a los vulnerables. La segunda reflexión es que veníamos acumulando insatisfacciones, con varios colegas estábamos advirtiendo hace tiempo que hay que acelerar ciertos ritmos para que Chile avance hacia el desarrollo, que implica un buen empleo, buena situación en el hogar, mejoras persistentes a través del tiempo. Esto había sucedido en alguna proporción muy positiva en algunos años desde el retorno a la democracia, pero después se había ido debilitando y hemos ido perdiendo fuerza.

El jueves 28 de noviembre, un grupo de economistas, entre los que está Roberto Zahler, Carlos Ominami, Claudia Sanhueza, Andras Utthof y usted, entregó una serie de propuestas para potenciar la agenda social en Chile. ¿A qué tipo de medidas apunta este texto, que pone el acento en pensiones, salud y empleo?

Somos un grupo de economistas de centroizquierda decididos a aportar para ayudar a que mejoremos el futuro en vez de empeorarlo. Nos hemos centrado en el crecimiento. ¿Qué significa crecimiento? Es mejorar situaciones de empleo, posibilitar el aumento de los salarios. Es un tremendo error pensar que sólo los neoliberales quieren crecimiento. Los neoliberales han sido malazos en el crecimiento, la dictadura no dio crecimiento para la mayoría de los chilenos, dio poquito; poco concentrado en pocos, lo que significó enriquecimiento de unos y empobrecimiento de la mayoría del país.

O sea, buscan que la idea del crecimiento económico no sea sólo patrimonio de la derecha.

Es patrimonio de la centroizquierda: los primeros nueve años de democracia crecimos a más del doble de la velocidad de la dictadura, mejoraron los salarios, las cifras de pobreza se redujeron a la mitad. Nosotros sabemos hacer eso mucho mejor que la derecha, pero en estos últimos veinte años hemos perdido velocidad. Ampliamos el espacio de lo posible y no lo estamos aprovechando. Estamos entregando ciertas herramientas que debería usar la autoridad económica y que han sido entregadas al mercado. La autoridad no puede ser un súbdito de los caprichos del mercado, sobre todo cuando se trata del mercado especulativo. Un buen país no puede vivir, no puede mantenerse si está en las manos de la especulación financiera.

Crédito: Alejandra Fuenzalida

¿De qué manera se relaciona la especulación financiera de la que habla con las crisis del modelo neoliberal?

La globalización pasa por las exportaciones, la inversión extranjera crece mucho cruzando fronteras, y en los últimos 20 años lo que creció abrumadoramente fueron los flujos financieros. ¿Qué es esto? Plata de algunos entes inversionistas en Nueva York, California o Londres que se comienzan a invertir en la bolsa chilena, en la bolsa argentina, etc., y entran a comprar acciones, les prestan plata a las empresas de distintos países y le compran bonos. Eso se llama flujo financiero internacional. El problema es que esas platas son muy volátiles, llegan a veces con mucho entusiasmo y de repente se van para otro lado. Si uno se acostumbró a esa plata, ¿qué sucede cuando no llega? El dólar se abarata porque llega la moneda extranjera, hay más importaciones de bienes de consumo (las platas financieras no van a la inversión productiva, van al consumo de lo importado) y lo importado no lo producimos nosotros, lo producen otros. Si uno empieza a comprar muchos productos importados está castigando a los productores chilenos, se empieza a reemplazar una cosa por otra y se va produciendo este fenómeno que nos deja con escasez de algo a lo que nos habíamos acostumbrado. Eso produce desempleo, baja de salario y ha sucedido muy frecuentemente. En los últimos 20 años ha ocurrido cuatro, cinco veces en América Latina y en Chile.

“Los neoliberales han sido malazos en el crecimiento, la dictadura no dio crecimiento para la mayoría de los chilenos, dio poquito; poco concentrado en pocos, lo que significó enriquecimiento de unos y empobrecimiento de la mayoría del país”

De alguna manera deberíamos salir del paradigma de que el mercado “sabe” y que puede decidir por cuenta propia. Lo que hemos visto en los últimos años es precisamente eso, que la política dejó de tomar decisiones que quedaron sólo en manos del mercado. En ese contexto, ¿qué posibilidades reales tenemos hoy de que se instale con fuerza la disputa por el modelo económico que nos rige?

Bueno, el tema no sólo está en Chile, todos estamos pensando con qué se reemplaza el neoliberalismo. La decisión no es entre “mercado y no mercado”, sino sobre qué mercado y quién manda en lo estratégico, y ahí están las políticas públicas, un conjunto de políticas públicas que deben empujar una transformación productiva. Tenemos una torta chica y hay que agrandarla creciendo en los sectores bajos y medios y reduciendo la volatilidad y la informalidad. ¿Son estas cosas posibles? Claro que es posible. Lo hicieron en su época los europeos en la posguerra con una economía destruida. Reconstruyeron un sistema de manera inclusiva, con participación muy importante de los trabajadores. Son cosas posibles y no hay que creer eso de que “en estos tiempos no se puede porque está la globalización”.

O sea, ¿no se trata de un camino sin salida?

Tenemos que corregir la globalización. No podemos cambiar la globalización del mundo, pero podemos manejar lo que entra a nuestro mercado interno; no podemos manejar qué les pasa a nuestras exportaciones afuera, va a depender de lo que pase en el mercado de demanda del cobre, qué se yo, pero adentro podemos hacerlo, lo hicimos entre el 90 y el 96.

Y en términos concretos, ¿cómo se cambia un modelo político y económico?

Tenemos que corregir la Constitución, que daba algunos espacios, pero quitaba otros. Pudimos avanzar en los 90 con esa Constitución, pero te ponía trabas. La nueva Constitución no debería poner esas trabas, debería abrir espacios.

Usted suele hablar de gradualidad y respecto a la consigna “no son 30 pesos, son 30 años” ha dicho que las últimas tres décadas no han sido homogéneas en nuestro país, que ha habido avances y retrocesos, pero que definitivamente no enfrentamos el mismo panorama que teníamos cuando se derrocó la dictadura.

Sí, decir que no pasó nada en 30 años es un profundo desconocimiento de la realidad y cuando uno desconoce la realidad se dispara a los pies, es un suicidio. De partida, los 30 años perdonan a la dictadura, y los 17 años de la dictadura dejaron profundas huellas regresivas y una torta mediocre, lo que se llama el PIB, el Producto Interno Bruto. Durante los primeros años de la democracia crecimos, la torta se agrandó, aumentó el empleo, la desocupación disminuyó y se acortó la brecha de salarios entre hombres y mujeres. En los 90 controlamos los mercados financieros, el Banco Central puso barreras a los flujos especulativos, subió los impuestos, les puso impuestos a las empresas, pero tuvimos que esperar otros 20 años para la reforma que hizo la presidenta Bachelet. Tuvimos que esperar 24 largos años y deberíamos haber hecho reformas tributarias cada diez años, razonables, graduales, que van preparando el terreno. Hacer eso en el momento oportuno hace una gran, gran diferencia.

“(Sobre la crisis)Creo que lo que sucedió es que se iban detectando problemas y se iban tirando para adelante. Hubo inercia en educación, inercia en el Sename, inercia en lo tributario, inercia en la capacitación laboral, inercia en las pensiones”.

¿Cree que lo que estamos viendo actualmente tiene que ver con una acumulación de insatisfacción producida por todas esas medidas que no se tomaron a tiempo?

Creo que lo que sucedió es que se iban detectando problemas y se iban tirando para adelante. Hubo inercia en educación, inercia en el Sename, inercia en lo tributario, inercia en la capacitación laboral, inercia en las pensiones. Recién en 2008 tuvimos una gran reforma con la presidenta Bachelet y eso fue un salto cuántico, significativo, pero no llegó a la meta, la meta estaba más adelante.

Ha mencionado en varias ocasiones a la presidenta Bachelet y hace algunos meses se refirió a las críticas que ella recibió por su manejo económico a pesar de que sus cifras no habían sido tan escuálidas. ¿Cree que el actual estallido pudo haberle ocurrido a la presidenta Bachelet o a otro presidente antes que ella o tiene que ver con las características del gobierno del presidente Piñera?

Me saca mucho de mi ámbito de entrenamiento. Creo que ha habido un cúmulo de errores en los proyectos de reforma, partieron mal, varios de ellos sacaron los choros del canasto y después hubo inercia para responder oportunamente. Como he repetido en los años 96 y 97, “cuidado con seguir abusando de la paciencia de la gente”. Todos los gobiernos, desde el actual hasta finales de los 90, fueron deficientes en el manejo macroeconómico, no tomaron medidas suficientemente adecuadas para librarnos de estas fluctuaciones, de esta especulación proveniente del exterior. Nos abrimos de brazos frente a eso.  

Esta entrevista es una breve síntesis de la que se realizó el 29 de noviembre de 2019 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.

Elvira Hernández: “Lo único que puede calmar algo es la justicia”

Considerada una de las voces más relevantes de la poesía latinoamericana contemporánea, la autora de La bandera de Chile, libro paradigmático de la dictadura, reflexiona sobre la actual crisis social, sus causas y actores; defiende la necesidad de una Constitución plurinacional y evidencia la labor del escritor en estos tiempos convulsos: “Hoy es importante la escritura de registro, la escritura impresionista, que funcionan como diversas codificaciones de lo que está ocurriendo. Sobre todo es esencial reivindicar la libertad de expresión”, afirma.

Por Victoria Ramírez

La semana pasada, en el frontis de la Biblioteca Nacional se instaló un lienzo que declaraba “La poesía está en la calle”. Esa simple frase que remitía a la creatividad callejera llegó a oídos de la poeta Elvira Hernández, que como muchos, ha visto los muros de Santiago y otras ciudades de Chile llenarse de consignas. “Esa escritura es el derrame de emociones que arrojó la revuelta social”, me dice al reunirnos en la terraza de un café en un día caluroso, caldeado, acorde al ánimo del último mes.

Como una coincidencia curiosa, me muestra un ejemplar de su libro Santiago Waria (1992) en su versión cartonera, que además contiene el poema “Santiago Rabia”, escrito en 2016, en memoria de la escritora chilena Guadalupe Santa Cruz. Allí, cubiertas por papel corrugado, se reúnen múltiples versiones de Santiago, como un poema largo, agónico, una zona de combate. “Tanta cerrazón me digo tanto esmog tanto solvente/ tanta lacrimógena/ no hay donde poner pie”.

“Tenemos que buscar un lenguaje para todos, porque una Carta Fundamental es eso. La sociedad tiene muchas necesidades, incluso contrapuestas, pero la palabra tiene que hacer evidente que hay ciertos intereses que nos deben pertenecer a todos”

Nacida en Lebu en 1951, Elvira Hernández —seudónimo de María Teresa Adriasola— es una de las poetas fundamentales de la poesía latinoamericana contemporánea, con una carrera realizada a pulso y una escritura “hecha en el ocultamiento”, como dice en su ensayo Sobre la incomodidad, parte del libro homónimo lanzado este año por Ediciones UDP, y en elque rescata parte de sus apuntes, entre ellos algunos referidos al descontento del Chile de las últimas décadas. En 2018 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Jorge Teillier y el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, reconocimientos que además se materializarán en dos libros que pronto serán publicados. Sumado a eso, fue reconocida con el Premio del Círculo de Críticos de Arte de Chile por Pájaros desde mi ventana (2018), título que se suma a una lista que incluye ¡Arre! Halley ¡Arre! (1986), Carta de viaje (1989), El orden de los días (1991), Cuaderno de deportes (2010), Actas Urbe (2013) y la antología Los trabajos y los días (2016), en el que se recopiló gran parte de su trabajo.

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La escritura de Elvira Hernández tiene una relación íntima con la memoria. Piensa sus textos casi íntegramente antes de pasarlos al papel. Y es en ese “casi” donde quedan espacios en blanco, que completa tiempo después, cuando encuentra la pieza que falta para armar el cuadro. Comenzó a escribir en su juventud, mientras estudiaba Filosofía en el Instituto Pedagógico, en pleno gobierno de la Unidad Popular.

A seis semanas de iniciado el estallido social, Elvira Hernández prefiere no hablar de su obra en esta entrevista y prioriza centrarse en la crisis actual. Estará rondando, sin embargo, La bandera de Chile (1981), ese libro paradigmático de la dictadura que circuló mecanografiado en la clandestinidad, que fue publicado por primera vez en Buenos Aires en 1991 y que recién apareció en Chile en 2010 a través de Editorial Cuneta. Su historia carga también con el hecho de que fue escrito tras la detención de la poeta en el Cuartel Borgoño, en 1979. Es un texto contingente, que incluso hoy en las manifestaciones ha tenido su espejo en algunas pancartas: “La bandera de Chile es usada de mordaza/ y por eso seguramente por eso/ nadie dice nada”.

Yo tenía una escritura secreta que nunca pude compartir en un grupo de discusión literario, porque el país se polarizó de tal manera que, aunque era para mí algo central, la desarrollé en solitario. No había tiempo, vivíamos casi sin dormir, en permanente alerta. En dictadura tampoco pude llegar a tener un período de formación como el que un escritor desea. Una dictadura te crea barreras poderosas que parten por la censura y tiene una incidencia muy fuerte en el lenguaje de un pueblo. Eso fue para mí gravitante. Lo que había escrito lo boté, porque no servía para nada. Entonces fue como empezar a alfabetizarme de nuevo, porque todo había perdido significado. En ese momento, la resistencia de la escritura consistió en no dejar avasallar la conciencia y no perder la memoria.

Pensando en la censura y la relación con el silencio que existió en dictadura, ¿qué lugar crees que tiene hoy el silencio en una democracia que hemos visto, de alguna forma, quebrada?

Hay que analizar muy finamente nuestro período posdictatorial, donde se habló de la recuperación de la democracia. Una de las causas de que esto explote es porque se llega a la conclusión de que esta recuperación ha sido una formalidad. Ha habido una falta de democratización y eso se sintió, porque hubo mucho encubrimiento. El desarrollo cultural de este período también tiene implicancias importantes: la entrada a un mundo que yo desconozco, que es el virtual y que ha jugado un rol fundamental. Creo que ha sido el hilo del movimiento, de estas manifestaciones de atroz descontento.  

Así como internet ha sido clave para la comunicación entre los manifestantes, se ha visibilizado a aquellos que están en la primera línea, arriesgando su integridad física. ¿Cómo observas la organización que ha existido en estas semanas de movilizaciones tras el 18 de octubre?

No solamente en las manifestaciones, también en las poblaciones. En todos los estallidos sociales los que le ponen el pecho a las balas son siempre los que están dispuestos a dar todo y por lo general no suelen recibir nada. Quien se pone en la primera línea es alguien que está dispuesto a entregar su vida. Pienso que esta es una sociedad que tiene que entrar en diálogo. Lo que ocurrió durante la primera semana no puede seguir ocurriendo durante cinco meses. Estoy en contra de lo que siento es el espíritu de esta época: la desintegración. Si no estuviera relacionada con la palabra quizás estaría pensando en otra cosa, pero como estoy acá y la palabra siempre es dialógica, tomo distancia.


En tiempos como estos suele hablarse de la responsabilidad del escritor bajo la idea del “sujeto público”. ¿Cuál debiese ser, a tu juicio, la labor de las escritoras y escritores en la actual crisis?

Creo que tenemos que ser más ciudadanos que nadie. Es un gran momento, en el sentido de que tenemos que buscar un lenguaje para todos, porque una Carta Fundamental es eso. La sociedad tiene muchas necesidades, incluso contrapuestas, pero la palabra tiene que hacer evidente que hay ciertos intereses que nos deben pertenecer a todos y otros que son demasiado individuales para que los carguemos.

¿Crees que el movimiento social que estamos viviendo podría afectar una escritura “política” a futuro?

Creo que es imposible pasar de largo. Para mi generación la escritura es algo que emana de un inconsciente y es oscuro. No se puede gobernar. Al momento de la escritura el inconsciente tiene que hablar y sabe de nuestras barbaries, imposturas, renuncias morales, claudicaciones políticas. Uno racionalmente puede ahogarlo. A veces vemos escrituras que son planas, porque son muy voluntarias. Han querido llevar una tesis. Hoy es importante la escritura de registro, la escritura impresionista, que son diversas codificaciones de lo que está ocurriendo. Sobre todo es esencial reivindicar la libertad de expresión.

En tu ensayo “Este país” (2009) te refieres al olvido de la identidad indígena en Chile y das cuenta del reclamo de autonomía en Wallmapu. Algo que ha llamado la atención en este estallido es que se han levantado banderas mapuche como símbolo de resistencia. ¿Crees que el proceso que se inicia en abril pudiese dar oportunidad a generar una Constitución plurinacional?

Creo que esta es la última oportunidad de reconocer ese fundamento que son los pueblos precolombinos. Esa sabiduría no-occidental puede llegar a salvarnos de la hecatombe de una economía extractiva que significa arrasar la naturaleza. En cuanto al pueblo mapuche, que ha avanzado muchísimo en organización política y cultural, que habla ya de territorialidad y autonomía, es necesario ir a un diálogo más profundo y hacer, por fin, de Chile un país plurinacional con participación activa mapuche.

“Creo que (una nueva Constitución) es la última oportunidad de reconocer ese fundamento que son los pueblos precolombinos. Esa sabiduría no-occidental puede llegar a salvarnos de la hecatombe de una economía extractiva que significa arrasar la naturaleza”

En octubre estuviste en el Festival Panza de Oro, Bolivia. Actualmente ese país atraviesa un proceso complejo tras el golpe de Estado al gobierno de Evo Morales. En Colombia actualmente tienen toque de queda. ¿Cómo observas el clima de descontento con los gobiernos latinoamericanos?

Bueno, hemos vivido todo este tiempo bajo el yugo del neoliberalismo. Es un modelo que sencillamente estalló, porque ya no puede seguir sometiendo más a las sociedades. Ayer vi un rayado que me puso la carne de gallina, con pintura roja decía «Cóndor» y me remitió al Plan Cóndor. Bolivia es un pueblo que tiene más experiencia política que el nuestro. Cuando estuve allá un chico me dijo «Has conocido Bolivia antes de». Para ellos no era ninguna sorpresa lo que iba a ocurrir, pero tenían la angustia de ver que nuevamente esa sociedad se les iba a desarmar. Saben lo que significa. Nuestra Latinoamérica está en un momento de mucho hervor y es vital poder encontrar salidas que pongan justicia. Lo único que puede calmar algo es la justicia.