La escritora y editora mexicana creó en 2020 la colección Vindictas en Libros UNAM, dedicada a rescatar obras de escritoras hispanoamericanas del siglo XX. En esta entrevista, reflexiona sobre la importancia de visibilizar esas voces y sobre el papel de los sellos universitarios en la difusión del conocimiento. Recientemente visitó el país en el marco de la organización de la Feria Internacional del Libro de las Universitarias y los Universitarios 2025, que contará con la presencia de la Universidad de Chile como invitada de honor.
Por José Núñez
Cuenta Socorro Venegas (San Luis Potosí, 1972) que el proyecto nació con un hecho fortuito. Era el año 2020. Llevaba poco tiempo como directora general de Publicaciones y Fomento Editorial (DGPFE) de la Universidad Nacional Autónoma de México cuando un post en Facebook llamó su atención. En él, la narradora Ave Barrera comentaba lo mucho que le había costado conseguir la novela de una dramaturga mexicana y lamentaba que ésta hubiera caído en el olvido. Ese hecho despertó su curiosidad:
—¿Por qué no la he leído? ¿Por qué no la conozco? Le pedí a esta escritora que me prestara la novela y me dije “deberíamos reeditarla”. La papeleta de préstamo, porque ella la consiguió en una biblioteca, indicaba que nadie la había sacado nunca de allí. Cómo puedes ir a pedir algo que no sabes que existe, cómo te puede interesar algo que no es visible. Yo seguía girando sobre esas preguntas y pensé que podía convertirse en una colección —cuenta Venegas, quien visitó recientemente la Universidad de Chile en el marco de la organización de la Feria Internacional del Libro de las Universitarias y los Universitarios (Filuni) que se realizará en México el 2025, donde la institución chilena será la invitada de honor.
La novela en cuestión era El lugar donde crece la hierba (1956), de Luisa Josefina Hernández, y se convirtió en el primer título de Vindictas, una colección de Libros UNAM que se creó en 2020 y que busca recuperar la obra de escritoras hispanoamericanas que fueron excluidas del canon literario del siglo XX. Al título se sumaron libros de Dulce María Loynaz, Amanda Berenguer, Rosario Castellanos y Marta Brunet, y pronto se convirtió en un catálogo ineludible para los lectores en lengua española, sobre todo considerando que, en busca de un diálogo intergeneracional, cada uno cuenta con un prólogo de escritoras más jóvenes como Jazmina Barrera, Brenda Navarro y Alia Trabucco.
—Estamos de alguna forma estableciendo un matrolinaje, buscando esas madres literarias que no conocíamos. Tiene mucho que ver con la manera en que me formé como escritora —cuenta Venegas, quien además de dirigir el sello de la UNAM, uno de los más grandes y antiguos de Latinoamérica, es autora de La noche será negra y blanca (2009), La memoria donde ardía (2019) y Ceniza roja (2022), entre otros libros—. Yo misma he revisado mi propia historia lectora, es una de las consecuencias de estar al frente de Vindictas. Primero uno hace un análisis, una especie de introspección. Me ha sorprendido darme cuenta cómo es que pude tener acceso a los 17 años a autoras francesas y no mexicanas, cubanas, venezolanas, chilenas. Mi experiencia lectora llegó por lo que podríamos considerar una literatura hegemónica. Eso sí llegaba, circulaba, se traducía. Y lo que no hubiera necesitado traducción estaba menos al alcance. Leí primero a Marguerite Yourcenar que a Elena Garro, por ejemplo. Esas anomalías significan algo, ¿no? En fin, el proceso no lo puedo revertir, como muchos otros me construí leyendo sobre todo autores. Por supuesto que admiro la obra de Cortázar, Vargas Llosa, han sido grandes maestros e influencias, pero la pregunta es si de verdad la historia de la literatura son solo esas voces, esos escritores.
El proyecto Vindictas se extendió a la colección Material de Lectura, con series dedicadas a poetas y pensadoras feministas latinoamericanas…
—En un principio eran novelas, luego se amplió al género de memorias, porque empecé a encontrar libros que no querían ser novelas, libros híbridos, anfibios. Lo he relacionado con la invisibilidad de estas autoras. La ventaja de ser invisible es que puedes hacer lo que te da la gana y escribir desde una libertad enorme, y eso significó que también corrieran riesgos. Al leer varias de esas novelas puedes sentir que tienen una vigencia increíble, que son libros que pudieron haberse escrito ahora, que se habla tanto de autoficción. Hace un siglo, ya estaba la escritora boliviana María Virginia Estenssoro escribiendo, antes que María Luisa Bombal y Juan Rulfo, una historia de un muerto consciente, por ejemplo. No tenemos eso en nuestra historia de la literatura, no considerábamos a Estenssoro. Bombal era más conocida. En el boom no se conocía a Clarice Lispector y ella ya escribía en el momento en que ese movimiento estaba en su apogeo. Ha sido relativamente fácil darnos cuenta ahora, por esa mirada más crítica, de que en efecto hubo una tremenda desigualdad en el acceso a las condiciones de producción literaria y de divulgación de la literatura, de que cuando llegaron a publicar las obras de estas autoras las editaron con mucha condescendencia, a veces sin corrección. Desde la materialidad del objeto te das cuenta del desdén hacia su trabajo. Parecía un defecto que esas obras fueran escritas por mujeres, así es como las trataron. Luego surgió la idea de hacer una selección de cuentistas para pasar de la novela y memoria al cuento. De esa forma nos hemos ido extendiendo a la poesía, al ensayo feminista, en distintas colecciones.
¿Cuál es el criterio de selección de los textos que publican?
—Preguntamos, yo pido recomendaciones, viajo, conozco gente. Es un ejercicio sobre todo de gran curiosidad intelectual. A veces son autoras que están publicadas muy marginalmente, o ya no existen los libros y lo que me mandan es un PDF. Conseguir muchas de estas obras es irte a buscar a las librerías de viejo, que parece el lugar natural para estas autoras. La cuestión en el fondo es preguntarnos sobre nuestra historia personal de la literatura latinoamericana, que creíamos que ya estaba acabada, y para mí no. Después de descubrir a estas autoras he tenido que reabrir mis archivos y replantearme todo. Cuando trabajamos en la selección de cuentistas [Vindictas. Cuentistas latinoamericanas, en coedición con Páginas de Espuma], por ejemplo, una cosa indispensable era revisar qué antologías había del cuento latinoamericano del siglo XX. Había antologías en la que encontrabas una o dos autoras entre 70 autores. La disparidad era abrumadora. Y no es que no hubiera escritoras. Si haces el rastreo, te das cuenta de que a veces eran amigas de Gabriel García Márquez o de Borges, o eran profesoras de literatura. No es que estuvieran escondidas detrás del bordado, del tejido, eran mujeres que ya estaban en el medio literario, trabajando una obra. La selección, digamos, empieza con recoger las recomendaciones, luego leemos en el equipo y si vemos que eso tiene condiciones, lo enviamos a dictamen. Si el dictamen es positivo, pasa por el comité editorial de la DGPFE y luego se publica. Al comité editorial le proponemos también las posibles autoras de los textos introductorios. Las series Vindictas poetas latinoamericanas y Vindictas pensadoras feministas latinoamericanas las coordinamos con la Cátedra Rosario Castellanos de la UNAM, y eso garantiza que haya una investigación más intensa. La Cátedra es dirigida por la poeta Sara Uribe, quien tiene un panorama muy amplio de la poesía latinoamericana y una predisposición muy generosa para investigar.
En un nivel más general, ¿qué importancia tiene la edición universitaria en el mundo del libro? ¿Qué distingue a una editorial universitaria de una propiamente comercial?
—Hay varios aspectos a considerar. El primero sería la enorme libertad con la que se puede trabajar desde el ámbito universitario, porque no respondemos a criterios comerciales ni políticos. El trabajo de una editorial universitaria es, por un lado, la extensión de la cultura, que es una misión de las universidades; socializar lo que ocurre en el claustro académico, sacar de las aulas y de los laboratorios el trabajo de la comunidad, de los investigadores, de los académicos. Y luego está la esta parte que tiene que ver con generar conversaciones. Te pondría como ejemplo Vindictas, donde recuperamos la obra de escritoras del siglo pasado. Reconocemos una genealogía hasta llegar a una antecesora, hacemos una especie de revisión genética de dónde venimos, de saber que como escritoras no salimos de la nada, que hubo autoras que nos abrieron un camino. Y probablemente no hay otra editorial que se hubiera arriesgado con un proyecto así. Cualquiera hubiera dicho es suicida, ¿no? Desde el punto de vista comercial, vas a publicar autoras que nadie conoce. A mí me ha tocado encontrar amigas que han hecho un doctorado en literatura latinoamericana o iberoamericana y a veces, gracias a esta colección, leen por primera vez a una autora. Es una colección de descubrimiento. Y luego hay otra colección también de poesía mexicana contemporánea, donde hemos ido incorporando autores en lenguas indígenas. Me parece fundamental que se comprenda que una colección de poesía mexicana contemporánea no puede existir si no reconocemos que se hablan 68 lenguas originarias en México. Algo que hacemos también es grabar a los autores y autoras leyendo su poemario en su lengua y en español, porque entendemos que si esas lenguas no se escuchan es como si no existieran. Es parte también del trabajo del editor universitario y es otra diferencia que me parece esencial, la conciencia de que no basta con publicar, por eso acompañamos a los lectores con otras actividades, organizamos seminarios, coloquios, actividades formativas, que junto con el libro ofrecen un panorama mucho más rico e integral.
En Chile, según estadísticas de la Cámara Chilena del Libro de 2021, las publicaciones de editoriales universitarias representan un 10,95% de la producción nacional y hoy tienen una fuerte presencia en librerías, es decir, están orientadas a un público amplio. ¿Cómo es la situación en México?
—En México las cifras pueden ser muy desproporcionadas. La UNAM es una especie de grupo editorial que reúne a más de 100 editoriales pequeñas o medianas. Editan los centros de investigación, las facultades, los institutos. Y existe también la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial, que le ofrece a esas otras editoriales en la UNAM un marco normativo, criterios y ciertas directrices para tener una política editorial; generamos tabuladores, tenemos un padrón de imprentas, y eso se pone al alcance de todas estas otras dependencias que editan en la universidad, de manera que en conjunto, si uno suma lo que se publica en todos los espacios universitarios, te da como cinco o seis libros por día. Creo que sigue siendo quizá la editorial que más libros publica en Hispanoamérica. Eso habla de un potente trabajo de socialización de la UNAM, de la voluntad de difundir ampliamente la cultura, porque publicamos autores que no necesariamente son universitarios, porque sí nos importa que otras plumas lleguen a las lectoras y los lectores.
Eso ocurre también en Chile: muchos de los sellos universitarios han ampliado sus catálogos, incorporando temas de interés general a las colecciones académicas. ¿Qué importancia tiene hacer este equilibrio entre libros académicos y libros de interés más general, por decirlo de alguna manera?
—Ese es un equilibrio siempre muy importante. Una ventaja de trabajar desde la universidad es que terminas dándote cuenta de que no hay ningún tema ajeno, de que todos los libros van a encontrar a su comunidad lectora. Tenemos desde libros de veterinaria y odontología hasta antologías, por ejemplo, de poetas ingleses del siglo XIX. Tenemos una colección que se llama Material de Lectura, que son cuadernos, incluso engrapados (no tienen lomo), muy sencillos para ofrecer un primer umbral a nuevos lectores de obras canónicas. Ningún campo de conocimiento, ninguna disciplina artística se queda fuera de un catálogo universitario. Esa es una riqueza. Por eso ponderaba mucho la libertad de poder escoger, siguiendo, como te decía, todos los criterios de selección que son imprescindibles. En eso tiene una enorme relevancia que exista un comité editorial para poder decidir de manera colegiada lo que vamos a publicar. Por supuesto, debemos cumplir con una misión de acompañar a los estudiantes en su formación y profesionalización, y para eso contamos con libros de texto, de divulgación, informativos, pero también buscamos que tengan a su alcance lecturas literarias, aun cuando parezca que son ajenas a sus disciplinas o simplemente recreativas. Tenemos programas como Universo de Letras, de mediación lectora, con el que buscamos que aún esos estudiantes de ciencias que se sienten ajenos a la literatura puedan ir sintiendo un poco de curiosidad por estas otras posibilidades.
Con el fin de difundir y socializar el conocimiento que se produce al interior de la universidad y conectar con lectores ajenos al ámbito académico, muchos de estos sellos crean diversas iniciativas para fortalecer y promover la divulgación científica. ¿Qué importancia le otorgan a este aspecto en Libros UNAM?
—Hay divulgadores que hacen ese trabajo. Tenemos una Dirección General de Divulgación de la Ciencia que es fundamental, y también hay áreas de divulgación de las humanidades. Es un trabajo de especialistas, de gente que conoce muy bien estrategias discursivas para poder hacer asequibles temas que podrían parecer muy complejos, y también para comunicar temas que son consecuencia de problemas contemporáneos. Responder a ellos es también nuestra labor. Pienso también en los talleres, en las publicaciones periódicas, porque la universidad no solamente produce libros, tenemos también más de 160 revistas académicas, y desde la Dirección de Publicaciones les damos soporte y apoyo a todas. La divulgación no solo ocurre a través del programa editorial con los libros, existe también a través de esas publicaciones periódicas. Casi todas están en línea, lo que te ofrece una inmediatez y un acceso gratuito a un mundo de información.
Otra colección que se creó en 2020 es Hilo de Aracne, la primera de la UNAM centrada en un público juvenil. ¿Cómo surgió la idea de crear esta colección y qué estrategias han implementado para atraer a jóvenes lectores?
—Me interesaba muchísimo que pudiéramos tener una colección que no respondiera a programas académicos, que no fueran lecturas para hacer la tarea o para pasar un examen, sino la idea de leer porque sí, porque te vas a divertir. No había una colección así a pesar de que tenemos una comunidad de jóvenes enorme. Los jóvenes de bachillerato entre los 15 y 18 años son más de cien mil. Yo pienso que un buen libro no debería tener etiquetas, no debería decir literatura infantil o literatura juvenil. Es un servicio para los lectores poner ese tipo de etiquetas, pero en rigor un buen libro lo va a leer y disfrutar alguien de 15 o de 80 años. Con ese criterio que privilegia la calidad literaria pensamos en esta colección ilustrada. Que fueran libros muy dignamente editados y eso es algo que procuramos hacer en todas nuestras colecciones, que el objeto ya te atraiga. Invitamos también a colaborar a los autores de literatura juvenil más conocidos en México. Tenemos además varias actividades alrededor de la publicación de los libros: invitamos a los autores a hacer una especie de giras por los planteles, se organizan presentaciones, dinámicas para que se ganen los libros. Es una colección muy posicionada, hay libros que tenemos que permanentemente reimprimir. Todo eso para nosotros es señal de que el proyecto era necesario, que era y es pertinente ese acercamiento con los más jóvenes.
¿Qué objetivos se proponen con la Feria Internacional del Libro Universitario el próximo año?
—Filuni es una iniciativa que busca, por un lado, que el libro universitario tenga mayor protagonismo en el ámbito editorial en general. Desde la UNAM hemos buscado convertirnos en la plataforma para que la edición en nuestro idioma, y desde las universidades, tenga una presencia más fuerte en la vida de los lectores. Hay mucho prejuicio alrededor de la edición universitaria, se piensa que hacemos únicamente libros de texto o libros súper complejos que nadie más va a entender, como si estuviéramos interesados en que todo discurso se vuelva críptico. Es todo lo contrario. No nos es ajeno ningún tema, ninguna disciplina, ningún área de conocimiento. Queremos compartir lo que le da sentido cada día a la universidad, el trabajo de sus académicos, de sus investigadores, pero también de sus estudiantes. Crear comunidades lectoras para la edición universitaria y alianzas entre distintas editoriales es un objetivo importantísimo. Cada año tenemos en Filuni una universidad invitada, y para 2025 será la Universidad de Chile, con la que tenemos relaciones históricas que han sido muy buenas, pero queremos estrechar esos lazos, encontrar todo eso que tenemos en común, ponerlo en valor y convertirlo en un programa muy potente, muy atractivo, que se sepa más de Chile, de la Universidad de Chile, de sus publicaciones, de su proyecto editorial, y eso acompañado de autores, autoras, académicos, investigadoras, investigadores que estarían presentes en la feria. Es una feria que además ha encontrado cada año los distintos acentos de nuestro idioma y del espíritu universitario, nuestras coincidencias y también aquello en lo que somos distintos, todo lo que podemos aprender unos de otros. Filuni será este encuentro que esperamos que no solamente ocurra en México, sino también que se sienta aquí en Chile.