En 2006 en Suecia, durante la emisión del programa radial Los arrepentidos, que relataba historias de personas que se retractaban de algo en sus vidas, el artista y locutor Marcus Lindeen recibió el llamado de dos transexuales viejos que, habiendo transitado por distintos géneros a lo largo de sus vidas, ya no estaban cómodos en sus cuerpos. Lindeen los citó y los entrevistó tres veces. El resultado es un texto teatral que recrea las conversaciones entre Mikael y Osvaldo, y que en Chile montaron Alfredo Castro y Rodrigo Pérez bajo la dirección de Víctor Carrasco, en una temporada que duró siete semanas en el GAM y convocó a más de siete mil espectadores.
Por Ana Rodríguez | Fotografías Jorge Sánchez / GAM
Los arrepentidos incorpora elementos testimoniales aportados por los dos trans suecos. ¿Qué componentes de ustedes mismos están presentes en esta obra?
– Lo más interesante desde el punto de vista de la creación es esa cosa difusa de una sexualidad única que tiene el actor. Lo maravilloso del acto de transfiguración de un actor es en algunos casos perder una sexualidad definida, ingresar más bien a un estado mental de una naturaleza humana. Para este tipo de hombres trans era interesante, porque de verdad la situación de ellos es bien especial, porque hicieron una transición a mujer y están volviendo a hombre, entonces hay cuerpos a medio hacer. Hay reconstrucciones de pene no terminadas, hay pechugas que no se han quitado, pero hay una forma de pensar masculina. Esa ambigüedad me parece que como actores nos permitió a nosotros situarnos en un espacio, un descampado de sexualidad importante.
El tema de los trans arrepentidos está muy instrumentalizado por la derecha actualmente en Chile, a propósito de la ley de igualdad de género que se discute. ¿Qué te parece esa utilización que se hace del arrepentimiento?
– Gravísima. Las sutilezas del lenguaje son muy importantes. Aquí el término arrepentido no tiene connotación moral ni de culpa, ni religiosa. Yo lo entendí siempre como una posibilidad de moverse de un lugar a otro que no es mejor ni peor, es simplemente otro lugar. Es así como ellos lo manifiestan. En la obra nunca se dice la palabra “arrepentido” o “lamento haber hecho eso”. Al revés, hay un orgullo muy grande de haber transitado, haber descubierto que ese lugar no era el lugar de satisfacción, de respeto que ellos buscaban, entonces decidieron volver a otro estado. Es la pregunta que se ha hecho siempre. La derecha instaló el arrepentimiento como que la gente se mejoraba y eso nos tenía un poco asustados. Pero no ha sucedido nada de eso en la obra.
En esta sociedad donde se premia mucho el éxito, no llegar a los objetivos finales, retroceder, arrepentirse, son acciones más bien castigadas. Transitar y cambiar de idea estarían en el mismo plano del “fracaso”
– Todos los miércoles después de las funciones tuvimos conversatorios con trans y el público. Y esto lo explicaba una chica socióloga: lo trans, cuando se inicia, ese camino no tiene retorno. Siempre es más allá, aunque te quites. Pero no tiene fin. Y eso es súper difícil de comprender para ciertas personas. Pero para ellos no lo es.
Hay una resistencia muy grande a creer que hay otra performatividad posible de los cuerpos
– Tengo la impresión de que ha habido épocas. Hubo épocas en que intervenirse quirúrgicamente, introducirse, quitarse, ponerse, cortarse, mutilarse, agregarse, era lo que había que hacer. Pero ahora tú ves que entre los chicos jóvenes, trans, muy pocos se han operado. Hacen transiciones hormonales o incluso simplemente transición de vestimenta y de actitud y de voz, y no hay más. Yo conocí ahora una diversidad de opciones trans impactante. Desde las viejas trans que han aparecido a ver la obra, que contaban que las rapaban los pacos todos los meses; para ellas era muy importante el pelo porque no había plata para comprarse pelucas, porque no había pelucas en Chile, estamos hablando de cincuenta, sesenta años atrás. Y ahora te das cuenta de que las chicas trans no se están operando.
Porque también está este cambio, de dejar de asociar género a la genitalidad
– Claro, entonces ahí hay una actitud política al respecto de “yo no me voy a operar”. Pero funciono como una mujer, soy una mujer. En el espacio de la creación, a mí, como director y actor, siempre me ha interesado más el lugar femenino o más ambiguo de la sexualidad que una sexualidad terminada. Yo creo que para el arte cualquier encasillamiento que exista es una trampa mortal. Entonces creo haber sido capaz de haber amado o haberme visto representado en el cuerpo de Amparo Noguera, de Claudia Di Girólamo, de Paulina Urrutia o de cualquier actriz o actor, sin necesariamente ser trans. Por estar a ese lado yo amorosamente puedo comprender y apreciar ese lugar femenino más profundo. Puedo dirigir y pensar como ellas. Yo soy, yo dirijo desde la escena porque soy actor, no tengo otro lugar para dirigir que no sea desde dentro de la escena. Es interesante ese lugar de la dirección.
En esta llamada tercera ola feminista suelen destacar iniciativas que hablan de las mujeres más “bacanas”, de las más exitosas, las astrónomas, las líderes políticas, las gerentas de empresas. ¿Qué pasa con la gente que no es exitosa, que se retracta, que falla, que queda marginada? ¿Qué hay de eso en la obra?
– Creo que mucho. Estamos en una zona muy delicada porque aparentemente estamos en un país muy liberal, un país que acepta todo tipo de torsiones, cambios, modificaciones, de género… y yo creo que no es así, francamente no es así. Porque lo que hemos visto en la obra, quienes han aparecido, son las trans más vulnerables. Y ha sido muy emocionante ver eso. Tal vez la Niki (Raveau) es la más armada políticamente, socialmente. Está mejor situada. Pero ha aparecido un mundo de chicas que son historiadoras, sociólogas, abogadas, profesionales, otras ex prostitutas. Y tú te das cuenta de que tú también conoces un pedazo. Lo trans se ha movido en Chile más bien en el mundo vulnerable. Y lo interesante es que la historia es larga. Es como que de repente descubrimos que había un mundo trans y tú dices, perdón: la Carlina el año ‘30, ’40, hasta los ‘60, era una casa de putas llena de travestis. El Blue Ballet: yo me acuerdo que mis padres, que hoy tendrían ciento y tantos años, iban a ver el Blue Ballet porque todo el mundo iba y no te llevaban preso ni te castigaban. Era parte del imaginario social y no había, que yo recuerde, odiosidad de género, incluso había admiración. Después el Bim Bam Bum. Esta historia es larga, y en la historia de la humanidad es más larga todavía. Que ahora esté sucediendo me parece muy positivo que una cloaca que tenía la sociedad dijo, “no soy cloaca, soy una vertiente súper interesante que requiero ser escuchada y tengo mi lugar”.
Sí, pero Daniela Vega todavía es maltratada por ciertos sectores
– Sí, José Antonio Kast la trató muy violentamente. Creo que hay más resistencia en los círculos de poder. El país está dividido radicalmente entre quienes tienen poder –gente ligada a la política y al dinero- y después estamos los ciudadanos, que no tenemos poder alguno. Y donde surge la violencia es en el poder. En lo médico, lo psiquiátrico, lo político, la burguesía, la clase acomodada. Ahí está la mala leche. Es interesante porque se arma un lugar político muy especial donde se te dice “aquí no hay ninguna seguridad de nada. Mi cuerpo no es seguridad para nadie”. Entrar a ese lugar de verdad es como actuar. Cuando yo estoy sentado en escena digo “o yo voy con esto o no voy”. Y mi opción ha sido ir con esto hasta las últimas circunstancias.