El interés por los libros de ciencia en Chile no es nuevo, pero el espacio antes reservado para autores extranjeros hoy es compartido por investigadores chilenos como José Maza, Mario Hamuy, María Teresa Ruiz, Gabriel León y Andrés Gomberoff, entre varios otros. Son los protagonistas de un fenómeno que ha tomado por asalto las librerías locales.
Por Ricardo Acevedo | Ilustración: Fabián Rivas
José Maza se despide y abandona el escenario en medio de una ovación. Frente a él, seis mil personas aplauden —algunas de pie—, mientras las luces de la Medialuna Monumental de Rancagua comienzan a apagarse. A la salida, y tras una hora de show, una multitud armada con lápices y libros como Marte: La próxima frontera (2018) y Somos polvo de estrellas (2017) se aglomera para pedir autógrafos.
Aunque todo —salvo por los libros— parece indicar el fin de un concierto de rock, la escena ocurrió luego de la charla del popular astrónomo y divulgador científico de la Universidad de Chile, José Maza Sancho, transformado hoy en un éxito de ventas en las principales librerías del país: 70 mil ejemplares se han vendido de sus dos últimos libros, mientras que uno nuevo, Eclipses, salió a la venta en abril y lo lanzó ante 6 mil asistentes en el Teatro Caupolicán, evento donde dijo: “Si me consiguen el Estadio Nacional, lo llenamos también”.
Maza es uno de los protagonistas de un fenómeno editorial que se ha tomado las librerías, con divulgadores científicos chilenos llevando temas complejos a un público masivo que los está convirtiendo en bestsellers: astronomía, física, hallazgos y curiosidades de la ciencia, por nombrar algunos temas, ostentan hoy un lugar privilegiado en los rankings de venta.
Aunque el interés por este tipo de libros no es nuevo, sí lo es el hecho de que este espacio, antes reservado para divulgadores extranjeros —como Carl Sagan, Stephen Hawking, Neil Degraise y Yuval Harari—, ahora también cuenta con reconocidos investigadores locales. Una ecuación cuyos resultados se han visto reflejados en un aumento en las publicaciones: según cifras de la Cámara Chilena del Libro, los títulos nacionales en la categoría Ciencias puras crecieron en un 74 por ciento desde el año 2000, y en el área de Tecnología aumentaron en un 81 por ciento. Sumados, en 2016 llegaron a 598 títulos, mientras que en el año 2000 eran 333, incluyendo autores nacionales e internacionales.
“La divulgación científica se instaló en nuestras vitrinas”, comenta un librero del centro de Santiago, mientras apunta la sección de recomendaciones y novedades, donde la ciencia comparte espacio con los “top venta” de la literatura contemporánea. Recorriendo algunas librerías, se encuentran nombres como los del físico Andrés Gomberoff (Física y berenjenas; Einstein para perpelejos); el bioquímico Gabriel León (La ciencia pop 1 y 2, volúmenes que pronto serán publicados en checo; Qué son los mocos); el matemático Andrés Navas (Lecciones de matemáticas para el cerebro; Un viaje a las ideas: 33 historias matemáticas); o los astrónomos y Premios Nacionales José Maza, María Teresa Ruiz (Hijos de las estrellas; Desde Chile un cielo estrellado. Lecturas para fascinarse con la astronomía) y Mario Hamuy (El universo en expansión, pronto a publicar un nuevo libro sobre eclipses), entre otros autores chilenos que forman parte de este fenómeno.
Juan Manuel Silva, editor de Planeta —que publica a Maza, Navas y Hawkings—, explica que hoy existe un mayor interés por la ciencia, algo que, según dice, tiene que ver con la cercanía que se produce entre los científicos nacionales y el público, pero también con una mayor necesidad por consumir información, lo que ha sido gatillado por las nuevas tecnologías. Según su opinión, se podría hablar de al menos tres factores: “el cambio en el modo de consumir, el enriquecimiento intelectual de la masa crítica y la aparición de figuras chilenas en la ciencia”.
La Encuesta de Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología, dada a conocer por la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT) en 2016, ayuda en parte a comprender este fenómeno. De acuerdo al estudio, este interés por las ciencias existe: el 58 por ciento manifiesta que le interesa el tema, mientras que el 68,4 por ciento dice lo mismo respecto de la tecnología. La encuesta, sin embargo, revela que la gente no sabe mucho acerca de estas materias: el 76,9 por ciento afirma sentirse poco o nada informado sobre ciencias, mientras que el 65,2 por ciento dice lo mismo respecto de la tecnología.
Científicos de carne y hueso
El autor de La ciencia pop, Gabriel León, cree que los divulgadores chilenos han sabido canalizar esta necesidad, mostrando que los científicos son gente común como cualquier lector, y que la ciencia no es algo de “otro planeta”. “Lo que más me interesa es que las personas logren vislumbrar las motivaciones de los científicos, que puedan entender por qué muchas veces nos encerramos en el laboratorio, en un microscopio, en el telescopio o en una pizarra con ecuaciones, tratando de entender la naturaleza, que es lo que nos apasiona. El motor de todo esto es la emoción asociada a los descubrimientos. Creo que transmitir esa emoción es el ejercicio más interesante de la divulgación científica”, opina.
El éxito editorial de León ha sido tal —incluyendo sesiones de firmas para fans en librerías—, que en 2016 tomó la decisión de dejar la ciencia experimental. Cerró su laboratorio y decidió dedicarse por completo a la comunicación científica. “La premisa fundamental es bastante básica: los científicos son personas y les ocurren las mismas cosas que a cualquier ser humano normal. Ese ha sido el eje de las historias de ciencia que cuento: humanizar al científico y no mostrarlo como este personaje de delantal, solitario, con los pelos parados y que hace cosas que nadie entiende”, agrega el autor, doctor en Biología celular y molecular.
Con una fórmula similar, el físico Andrés Gomberoff comenzó a escribir columnas en medios de comunicación como revista Qué Pasa sobre temas científicos de contingencia: descubrimientos, efemérides o un nuevo Premio Nobel; cualquier hito o noticia podía dar pie a estas dosis semanales que luego se transformaron en Física y berenjenas, una recopilación de 40 textos que acercan la ciencia a la vida cotidiana y que acaba de ser traducida al coreano. En su segundo libro, Einstein para perplejos, abordó la vida y obra de este científico alemán, y luego vino Belleza física: El aperitivo, una serie de cápsulas audiovisuales basadas en los contenidos de sus libros.
A Gomberoff no le sorprende el éxito que está experimentando la divulgación científica y recuerda que grandes nombres en la historia de la ciencia, como el propio Einstein o los físicos Erwin Schroedinger y Richard Feynman, siempre tuvieron mucho interés en comunicar sus ideas al público masivo, que los seguía y validaba como líderes de opinión. “De la misma manera que el Chino Ríos hizo que los chilenos se interesaran en el tenis, hoy existe una generación de científicos haciendo cosas buenas y eso también ha alimentado el deseo de la gente. La ciencia es algo tan hermoso, que vale la pena que nadie se la pierda”, afirma.
“La premisa fundamental es bastante básica: los científicos son personas y les ocurren las mismas cosas que a cualquier ser humano normal. Ese ha sido el eje de las historias de ciencia que cuento: humanizar al científico y no mostrarlo como este personaje de delantal, solitario, con los pelos parados y que hace cosas que nadie entiende”, dice Gabriel León.
Jorge Babul, académico de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, cree que el intento de científicos como Gomberoff y León por llegar al lector usando un vocabulario simple es positivo, en especial para ayudar a expandir el horizonte de las personas: “Permite un enriquecimiento personal. Por ejemplo, si abro el diario y no entiendo los beneficios que trae la investigación acerca del genoma humano, me estoy perdiendo todo un mundo. Creo que lo más importante es que esto ya partió y hay varios académicos escribiendo cosas que todo el mundo debería saber”, asegura.
¿Moda o nicho?
Si bien es cierto que cuando se trata de vender libros la moda influencia a muchos lectores, tanto autores como editores coinciden en que este es un nicho estable. A diferencia del auge de publicaciones del área “juegos y pasatiempos” —motivada por la afición al sudoku—, todo apunta a que la ciencia está conquistando a un público transversal y ávido de conocimiento. Según los últimos datos oficiales del Ministerio de Educación respecto del nivel educacional de los chilenos, existe efectivamente más gente interesada por la “cultura científica”: en los últimos 10 años, la cantidad de titulados de carreras profesionales del área casi se duplicó. Si en 2007 se titularon 63.408 nuevos profesionales, en 2017 esa cifra llegó a 123.209.
La diversidad y transversalidad del público lector se refleja, además, en un interés renovado de parte de los más jóvenes, como lo explica el astrónomo y Premio Nacional de Ciencias Exactas 2015, Mario Hamuy. “Algunos padres me han contactado para decirme que sus hijos admiran mi labor y han hecho trabajos sobre mí. Ahí es cuando uno entiende la importancia de lo que hacemos y lo esencial que es difundir y divulgar, porque los niños tienen muchas preguntas y, a la vez, necesitan inspiración para cambiar el mundo”, explica el astrónomo, que hasta el año pasado ejerció como Presidente de CONICYT. Según él, el auge de la divulgación se debe al esfuerzo en los últimos años por parte de investigadores y periodistas especializados.
Otro ejemplo es Rodrigo Contreras, astrónomo de la Universidad de Chile y coautor de Bruno y el Big Bang, un libro ilustrado para niños que busca convertir en una saga y en el que aborda conceptos esenciales de la astronomía. Cuenta que su propio caso sirve para entender la importancia de la divulgación científica: al cumplir 18 años, no sabía qué hacer con su vida y, sin mucho entusiasmo, ingresó a la carrera de Ingeniería Civil. “Fue mientras asistía a unos cursos electivos de física cuántica que se me abrió la mente —dice—. Existía un universo microscópico bajo mis narices y otro universo enorme sobre mi cabeza que yo desconocía, pero que me parecieron fascinantes. ¿Por qué me demoré tanto en descubrirlos? Porque no existían medios ni estímulos suficientes que me permitieran conocerlos”.
Los divulgadores coinciden en que lo esencial para poder masificar el conocimiento científico es saber transmitir al público las emociones asociadas a los descubrimientos. Muchos lo sienten como un deber, como una forma de devolverle la mano a la sociedad por todo lo que recibieron durante su formación académica. “Los científicos trabajamos con fondos públicos, entonces es justo contarle a la gente no sólo lo que hacemos encerrados en nuestros laboratorios, observatorios u oficinas, sino también transmitirles la motivación que nos lleva a ser científicos y los beneficios que esto puede traer si, como país, invertimos en ciencia”, opina Contreras.
Según las cifras, aún estamos lejos de ese objetivo: Chile sigue siendo el país de la OCDE con la más baja inversión en ciencia (0,4 por ciento del PIB), y la Encuesta de Percepción Social de la Ciencia también arrojó luces sobre este aspecto: apenas un 3,5 por ciento de los chilenos menciona la ciencia como primera opción en cuanto a áreas donde se deba aumentar la inversión pública, privilegiando sectores como medio ambiente, obras públicas y justicia. “Nuestros gobernantes deben dejar de pensar que la ciencia es un lujo: hay que entenderla como la clave para insertar a Chile en la sociedad del conocimiento”, recalca Mario Hamuy, quien, como varios de sus colegas, cree que la ciencia permite a las personas adoptar una visión del mundo basada en la evidencia, lo que, a su vez, los capacita para tomar mejores decisiones y ser mejores ciudadanos.
La Segunda Encuesta Nacional de la Ciencia, cuyos resultados serán dados a conocer en los próximos meses, dirá si Chile ha avanzado en estas materias. Por ahora, el fenómeno de los libros y los divulgadores científicos promete seguir en ascenso, de la misma forma en que José Maza planea seguir rompiendo récords. ¿Su próximo desafío? Llenar el Estadio La Portada de La Serena con 10 mil asistentes durante su próxima charla en junio, con ocasión del eclipse de sol en Coquimbo.