La Universidad de Chile y su maestro Humberto Maturana

El neurocientífico Pedro Maldonado recuerda que Humberto Maturana enseñaba con cercanía, siendo maestro a la vez que aprendiz. Y que podía subirse arriba de una mesa para enfatizar un punto sobre la biología de los seres vivos. Sus ideas no solo están vigentes, dice su exalumno y colega. Sino que aún nos quedan por entender muchas de sus consecuencias en diversos ámbitos del quehacer humano.

Por Pedro Maldonado A.

Una triste coincidencia. Hace menos de seis meses falleció mi padre, habiendo cumplido 92 años. Hace algunos días, y con la misma edad, perdimos a Humberto Maturana, nuestro maestro y uno de nuestros padres científicos. Inevitablemente, comienzo este escrito desde lo emocional, porque lo primero que se nos viene a la mente en estas circunstancias es el cúmulo de vivencias compartidas con los que nos dejaron, y luego una reflexión sobre lo que aprendimos con ellos. La certeza de que no podremos compartir más espacios y experiencias nos vuelca a revisar y revalorizar lo que vivimos y recogimos. 

Humberto Maturana. Fotografía: Felipe PoGa.

Humberto Maturana era y será siempre un científico y maestro, indisolublemente asociado a nuestra Universidad de Chile. Fue estudiante y profesor de la Facultad de Medicina, pero enseñó y trabajó gran parte de su vida en la Facultad de Ciencias. Recoger la experiencia de lo que fue ser su alumno, en los tiempos que originaron las revolucionarias ideas de Maturana, revaloriza el impacto de la vida y enseñanza en nuestros patios y aulas. Fue justamente cuando Maturana se iniciaba como docente en la Facultad de Medicina que uno de sus alumnos gatilló lo que sería uno de sus aportes más relevantes. Enfrentado a la pregunta sobre el origen de los seres vivos, Maturana comenzó a reflexionar sobre lo que constituye un ser vivo. Así, en 1972, publicó De máquinas y seres vivos: una teoría sobre la organización biológica con Francisco Varela, donde se propone la teoría de la autopoiesis.

Maturana fue parte de los profesores fundadores de la Facultad de Ciencias en 1965, y desde entonces, formó a varias generaciones de científicos. Maturana, como otros profesores de esa época, tomó la decisión de volver a Chile luego de haber realizado exitosas estadías de formación en el extranjero. Para Maturana esto tenía que ver con devolver al país el esfuerzo que había hecho en formarlo. El solo hecho de que un grupo de potentes científicas y científicos tomara esa misma decisión fue crítico para la fundación de la Facultad de Ciencias y del futuro de la ciencia chilena.

Imagínense la experiencia de muchos estudiantes que estudiamos en una pequeña comunidad que contaba con académicos del calibre de Hermann Niemeyer, Nibaldo Bahamondes, Mario Luxoro, Luis Izquierdo, Francisco Varela, Ramón Latorre o Danko Brncic, entre muchos otros, y donde los mechones quedábamos boquiabiertos e intimidados cuando un profesor Maturana se subía súbitamente al mesón para enfatizar un punto relevante sobre la biología de los seres vivos. 

El entorno en el que me tocó compartir en el laboratorio de Humberto Maturana y Francisco Varela la primera mitad de la década de los 80 fue sin duda muy particular. Socialmente, el país estaba demandando democracia y la vida universitaria era una efervescencia política de la que casi nadie se excluía, con una intensa agenda de debates, discusiones y protestas, sin excluir el trabajo científico. La realización de la actividad científica en esa época era nada menos que heroica. A principios de los 80, Francisco Varela se unió al laboratorio de Maturana, lo que se tradujo en una intensa colaboración que culminó con la publicación conjunta del libro El árbol del conocimiento. Dentro del grupo de trabajo hacíamos lo imposible para ejecutar modestos experimentos para entender aspectos fundamentales de la visión en aves, pero fundamentalmente pasábamos un tiempo enorme teniendo discusiones conceptuales con Maturana y Varela. Esta experiencia dejó una profunda impresión al tener la oportunidad de entender y capturar los procesos reflexivos que dieron origen a las ideas publicadas en ese tiempo. Esto no fue tarea fácil: el lenguaje en que Maturana y Varela escribían acerca de sus ideas es hermético, y poder captar cabalmente la profundidad de sus propuestas requería una constante interacción con ellos. Menos comprensible aún para nosotros era la magnitud e impacto que estas ideas tendrían en el futuro.

Humberto Maturana trabajaba directamente con los alumnos, enseñándoles como un maestro y aprendiz. Esta experiencia fue identificada como uno de los elementos más valiosos cuando recordamos esa época.

El trabajo e impacto científico de Maturana fue muy diverso. Si bien el trabajo sobre autopoiesis ha tenido un enorme reconocimiento en Chile y en el mundo, hay otros aportes de gran trascendencia, como su propuesta sobre mecanismos alternativos a la evolución darwiniana; trabajo elaborado con Jorge Mpodozis, actual profesor de nuestra universidad. Asimismo, realizó sustanciales colaboraciones en el ámbito de las ciencias educativas, la psicología y la sociología, entre otros. 

Una de sus ideas más tempranas tiene, a mi juicio, una trascendencia tan poderosa como la de autopoiesis. En 1959, trabajando en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), Maturana junto a Jerry Lettvin, Warren McCulloch y Walter Pitts, publicó un trabajo titulado “What the frog’s eye tells the frog’s brain” (Lo que le dice el ojo de la rana al cerebro de la rana). Este es el paper más citado de Maturana. Es un artículo considerado seminal en el campo de la neurociencia cognitiva, porque demostró que el cerebro no captura fielmente los estímulos físicos del mundo, sino que construye un modelo perceptual del mundo a través de un proceso recursivo de percepción-acción. La realización de que los procesos cerebrales corresponden en gran parte a procesos autógenos y recursivos, está presente en casi todas las ideas que propuso más tarde. Curiosamente, en las neurociencias actuales, esta idea recién está considerándose con fuerza, luego de décadas de pensamiento científico dominado por el marco conceptual de la teoría de la información, a la cual Maturana se oponía con fervor.

Es evidente que las ideas del gran maestro no solo están vigentes, sino que aún quedan por entender muchas de sus consecuencias en diversos ámbitos del quehacer humano. Humberto Maturana seguirá siendo un maestro presente en nuestra comunidad.

Pedro Maldonado: “La neurociencia hoy tiene la capacidad de intervenir el cerebro”

El Profesor Titular de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile lleva una buena parte de su vida explorando el cerebro humano. Hoy, con el mundo científico empeñado en descifrar los misterios de la mente, Maldonado —quien acaba de lanzar el libro Por qué tenemos el cerebro en la cabeza— pone la mirada en los debates que se vienen: inteligencia artificial, privacidad mental, neuroderechos, eugenesia, ciencia y poder. “La neurociencia ha traído avances que pueden afectar la manera en que nuestro cerebro es usado y compartido”, advierte.

Por Francisca Siebert | Fotografías: Felipe Poga

Desde hace años que a Pedro Maldonado le gusta llevar del laboratorio a la calle la conversación sobre el cerebro humano. “Hay preguntas increíbles que uno también quiere saber y muchos mitos, por supuesto. Y en un momento pensé que yo tenía material para contarlo”, cuenta sobre el origen de Por qué tenemos el cerebro en la cabeza (Debate), libro que lanzó a fines de agosto, y que gira alrededor de esta máquina biológica sobre la que la ciencia avanza esperando lograr la gran revolución: conocer cómo funciona y lograr su manipulación. 

Hasta aquí, aún sabemos poco sobre este órgano que posee cerca de 100 mil millones de neuronas y un número astronómico de conexiones. “Conocemos menos del 15 por ciento”, dice Maldonado, doctor en Fisiología de la Universidad de Pensilvania, director del Departamento de Neurociencias de la Facultad de Medicina e investigador del Instituto Milenio de Neurociencia Biomédica (BNI).

Sobre sus inicios en la ciencia, cuenta: “Entré a estudiar Biología el año 78 porque quería seguir a Jacques Cousteau”. A la larga no tomó el camino de la biología marina, sino el de la fisiología del sistema nervioso. Así llegó al laboratorio de Epistemología experimental de Humberto Maturana y Francisco Varela: su tesis de magister, titulada “El sistema frontal y lateral de los pájaros” —un estudio conductual sobre la retina de los pájaros—, fue el último trabajo publicado en conjunto por ambos.

Ser neurocientífico y haber estado en el laboratorio con Maturana y Varela es, a estas alturas, algo bastante histórico. ¿Cómo fue estar ahí?

Fue increíble. Ambos eran personas extremadamente brillantes y complementarias: Francisco era riguroso, muy hábil tomando ideas y concretándolas; Humberto es más brillante proponiendo ideas nuevas. Y como en esa época había repoca plata, pasamos mucho tiempo discutiendo frente a la pizarra, lo que fue un entrenamiento teórico muy fuerte, durante el que aparecieron ideas de ellos dos que todavía son muy vigentes, y que quizá recién ahora se están tomando más en serio en el mundo de la neurociencia.

“Hoy existen técnicas que permiten tener una línea de pensamientos de un sujeto. Si esto se llega a sofisticar, una persona podría estar sujeta a que todos sus pensamientos y su privacidad mental esté expuesta al escrutinio de alguien”.

Conocer el cerebro es un desafío impostergable para la humanidad. El Proyecto BRAIN (Brain Research Through Advancing Innovative Neurotechnologies), en el que el gobierno de Estados Unidos está invirtiendo 6 mil millones de dólares, es una muestra de eso. ¿Cómo ve los avances de esta iniciativa?

BRAIN está diseñado para crear tecnología que permita mirar el cerebro completo de un humano en tiempo real. Actualmente son muy pobres las técnicas que tenemos en neurociencia para hacer eso. El problema es que, en ciencia, la tecnología es una herramienta, no una explicación. La aproximación de BRAIN va en una buena dirección, pero por sí solo no va a explicar nada.

Pese a lo poco que se conoce del cerebro, Rafael Yuste, director de BRAIN, y un grupo de neurocientíficos firmaron hace unos años una declaración en la revista Nature en la que hablaban sobre neuroderechos, alertando sobre el riesgo inminente al que están expuestas nuestras mentes. ¿Cuál es su opinión?

La neurociencia en la última década ha traído muchos avances importantes que pueden empezar a afectar la manera en que nuestro cerebro es usado y compartido, y a eso apuntan los neuroderechos. Esto va a tener impacto dentro de los próximos diez o veinte años, pero no podemos esperar hasta entonces para empezar la discusión.

En esa declaración se plantearon cinco neuroderechos inalienables: la privacidad mental, la identidad personal, el libre albedrío, el acceso equitativo y la no discriminación en el acceso a las neurotecnologías. ¿Puede que estos derechos estén en riesgo hoy?

Hoy existen técnicas de imageonología que permiten tener una línea de pensamientos de un sujeto. Si esto se llega a sofisticar, lo que es cosa de tiempo, una persona podría estar sujeta a que todos sus pensamientos y su privacidad mental esté expuesta al escrutinio de alguien. Ahí hay una amenaza, en términos de que alguien puede saber lo que quiero y lo que pienso. Por otro lado, lo que soy y lo que pienso pueden ser datos, por lo tanto, mi identidad como persona puede no estar sujeta a mi propia voluntad, y entonces el libre albedrío también estaría en riesgo. Esto no sólo involucra los datos: la neurociencia hoy tiene la capacidad de intervenir el cerebro, y si yo logro mejorar el cerebro, eso puede generar inequidad en la población, pensando en la posibilidad de que existan humanos potenciados, lo que crea todo un problema ético, que también es parte de esta discusión. Como también lo es la relación cerebro-máquina, que es algo que ya está ocurriendo.

¿Y cuál es el debate que se abre en torno a la relación cerebro-máquina?

Desde hace diez años los científicos tienen acceso a las señales eléctricas de las personas, y eso pueden usarlo en pacientes que no logran mover el cuerpo para que lo hagan a través de un brazo robótico o con su propio brazo. Yuste plantea que si hay un paciente que maneja con la mente un brazo robótico, y ese brazo me muele la mano al saludarme, ¿quién es el responsable? ¿La persona que me apretó la mano? ¿El técnico que la fabricó? ¿El programador que hizo el software? Si conecto mi cerebro a un celular y logro tener una supermemoria en contraste con la tuya, habrá personas que van a poder ser superhumanos y otros no, y eso creará una diferencia. ¿Hasta qué límite vamos a llegar? ¿Quiénes van a poder tener acceso? Todas esas cosas están ocurriendo a una velocidad de avance mucho más rápido que leer los pensamientos. 

La idea de un superhumano suena peligrosa. Es inevitable, además, pensar en la desventaja en que esto dejará a los países y a las personas más pobres, ¿no?

El debate de la inteligencia artificial va por el mismo lado, y tiene relación con el cerebro, porque por primera vez lo que busca la tecnología no es reemplazar las habilidades físicas de las personas, sino las habilidades mentales. Esa ha sido un área que nunca se ha tocado, y ahora la tecnología tiene la capacidad de hacer ese tipo de cosas. Sabemos que cualquier tecnología siempre tiene el potencial para ser usada para beneficio o no, y es responsabilidad de la sociedad velar porque la ciencia contribuya al bienestar y no a una mayor segregación de las personas o países.

Los científicos saben el impacto que puede tener la inteligencia artificial en el desarrollo, pero la inversión en ciencia sigue siendo baja en Chile. ¿Cómo entra la Inteligencia Artificial en este modelo?

La gran ventaja de la inteligencia artificial como tecnología es que es más democrática quizás que otras tecnologías porque requiere creatividad humana, y eso existe en todas partes del mundo. Ahora, la ciencia necesita también apoyo financiero, es la semilla para el desarrollo tecnológico y eso no está muy claro. Muchas veces se argumenta que la ciencia se puede comprar, que el conocimiento se compra, pero en realidad estamos comprando tecnología, no conocimiento, y eso nos hace dependientes del conocimiento extranjero. Ellos son los que terminan vendiendo alambres de cobre y nosotros produciendo el cobre. Y mientras no nos volquemos a una sociedad del conocimiento, esa diferencia se va a mantener.

En este horizonte que abre la inteligencia artificial, ¿corremos el riesgo de seguir llegando tarde?

Por supuesto. Esto implica un apoyo inicial de recursos y es problemático, porque muchas veces no se entiende por qué se debe invertir en ciencia, dicen que es caro, habiendo otras necesidades de país más importantes. La respuesta es que uno no puede predecir con exactitud dónde la ciencia va a dar sus frutos y, por lo tanto, tiene que generar una masa crítica de científicos.

¿Cómo explicaría la relevancia que tiene la ciencia para el país?

El ejercicio de preguntarse y responderse es superimportante. El pensamiento crítico, que es parte fundamental de la ciencia, es una enorme herramienta para las personas porque les da poder, les permite tomar buenas decisiones basadas en el conocimiento. Yo digo que la ciencia es la herramienta democrática más poderosa que puede tener un país, no sólo por el producto científico, sino porque la práctica científica empodera. Las democracias se basan en el aporte de las personas, de poder contribuir con sus reflexiones y sus decisiones. ¿Por qué ciertos países son los más poderosos? Porque tienen poder científico y ese poder está basado en la ciencia que tienen. ¿Y quién lo entendió ahora? China, que está poniendo cuatro y tanto por ciento de su PIB en ciencia, porque eso les va a dar poder, poder y desarrollo.