El próximo 12 de mayo, Rosa Devés, Sergio Lavandero, Kemy Oyarzún y Pablo Oyarzun intentarán llegar a la rectoría de la Universidad de Chile. En estas páginas, las y los candidatos toman la palabra para detallar los principales lineamientos de sus propuestas, las formas en que enfrentarán los desafíos del período 2022-2026 y cómo es la universidad que imaginan.
Los textos aquí expuestos nacen de las siguientes preguntas: ¿Cuáles son las tres propuestas priorizadas de su programa de gobierno universitario? / ¿Cuál es el papel que le corresponde a la Universidad en el país que hoy se construye y cuál es el rol que un/a rector/a debe tener en ello? / ¿Cómo piensa fortalecer la integralidad de la docencia, investigación y extensión universitarias con miras a reforzar la incidencia en la comunidad? / Pensando en la disparidad que existe en diversos aspectos entre las humanidades y las llamadas “ciencias duras”, ¿cómo busca potenciar la ecuanimidad en las distintas áreas del saber?
Rosa Devés, profesora Titular de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y Vicerrectora de Asuntos Académicos
Nuestro programa es el resultado de un proceso participativo y comprende principios de acción, ejes programáticos y acciones prioritarias inspirados en una perspectiva humanista, la responsabilidad con el desarrollo sostenible, la valoración de la complejidad y el compromiso con el país.
Un primer desafío es el fortalecimiento del quehacer de todas las unidades académicas a través de la cooperación y la promoción de alianzas que potencien la calidad del ejercicio de sus funciones y conduzcan al desarrollo armónico y equitativo. Buscamos innovar en el ejercicio de la docencia para poner al servicio de los y las estudiantes todas las capacidades de la Universidad, ofreciendo trayectorias más flexibles que sean pertinentes a un contexto nacional y global cambiante. Igualmente, potenciaremos la investigación, creación e innovación para responder a los desafíos de la Universidad. En este ámbito, abordaremos con especial énfasis la equidad de género y el desarrollo de las capacidades de las y los académicos jóvenes con mecanismos de apoyo focalizados.
Otro propósito será fomentar una cultura universitaria que estimule el desarrollo de sus integrantes, para que puedan desplegar todo su potencial y cumplir sus funciones con excelencia y compromiso. Trabajaremos para brindar oportunidades equivalentes a las académicas y los académicos en los diferentes espacios de la Universidad, articulando las exigencias de la carrera académica con políticas de apoyo al desarrollo académico y reconociendo las contribuciones en las distintas áreas del quehacer institucional. El estímulo al trabajo bien hecho debe ir asociado al apoyo y al cuidado, cautelando un ambiente de sana convivencia universitaria y el adecuado balance entre los compromisos universitarios y otras facetas de desarrollo, como lo familiar y social para los tres estamentos.
Y para lograr una cultura institucional equitativa e inclusiva será central el compromiso transversal con la igualdad de género. Entre otras acciones, promoveremos estrategias que aseguren la equidad de género en los procesos de contratación, calificación y evaluación académica y profundizaremos los mecanismos de formación del cuerpo académico en temáticas que tensionan la formación académica tradicional, como la educación no sexista o la introducción del enfoque de género en la academia.
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La Universidad de Chile cumple un rol fundamental en la construcción de nuestra sociedad y tiene un compromiso ineludible con la democracia, la justicia y los derechos humanos. En concordancia con su misión, nuestra Universidad debe participar activamente del debate público y contribuir con conocimiento relevante a los cambios sociales orientados hacia una mayor igualdad e inclusión social. Lideraremos este proceso de participación en la esfera pública, siempre destacando el trabajo colaborativo y el aporte que realizan las y los integrantes de la Universidad al desarrollo del país.
Hoy existe un nuevo ciclo político en el país y la Universidad no puede excluirse de este proceso. Por eso, revalorizaremos nuestro carácter público en un ambiente de colaboración con las otras universidades estatales para defender derechos sociales fundamentales, como el derecho a la educación, y para aportar desde el conocimiento al desarrollo nacional. Además, apoyaremos decididamente todas aquellas propuestas que promuevan la justicia social. La equidad y la inclusión serán ejes fundamentales de nuestra rectoría, en el propósito por aportar a una Universidad de Chile que sea cada vez más de Chile.
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Una Universidad es una comunidad capaz de generar y transmitir conocimiento, pero la relevancia de su existencia está en que efectivamente logre ser pertinente para las necesidades de la sociedad a la cual se debe. Esto es especialmente importante para las universidades públicas, sobre todo en países con desafíos de desarrollo y en un contexto de profundos y rápidos cambios globales. Por ello es necesario repensar nuestras formas de realizar investigación, creación, docencia y extensión. Debemos interrelacionar con mayor profundidad estas funciones de manera que se nutran y fortalezcan de esta integración, a la vez que enriquecen su sentido. Es importante cambiar la lógica de pensar las funciones universitarias como compitiendo entre sí, por una que las reconozca como interdependientes, valorando cada una de ellas. Tanto la investigación como la formación de las nuevas generaciones tienen el desafío de pensar un mundo donde la complejidad se impone en todas las áreas del saber, de allí la necesidad de promover miradas abiertas, inclusivas y transversales.
En nuestra Universidad ya existen innovaciones que articulan docencia-investigación-extensión. Surgen como estrategias de innovación pedagógica que se expresan en proyectos formativos articulados y se fundan en una convicción sustantiva: investigar para formar, formar para investigar, investigar y formar para incidir. Nuestra propuesta es promover una lógica transversal de innovación que logre articular una investigación integrada, con procesos formativos de amplio acceso, fortaleciendo la incidencia pública, enriqueciéndose de las capacidades, herramientas y oportunidades que tenemos entre las diferentes unidades académicas.
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La gran diversidad de disciplinas y especializaciones que conviven en nuestra Universidad es una de nuestras fortalezas. Sin embargo, para que esta diversidad efectivamente enriquezca nuestro quehacer debe estar conectada. Debemos construir los puentes que faciliten el trabajo entre distintas disciplinas, potenciando el desarrollo de todas las áreas y valorando sus diferencias, ya que solo articulando nuestras disciplinas lograremos formar y desarrollar un conocimiento adecuado a las exigencias de la sociedad. Por eso, promoveremos el trabajo interdisciplinario y transdisciplinario, sabiendo que tenemos un cuerpo académico con las competencias y calidad necesarias para impulsar aún más la investigación y creación en todas las áreas con condiciones justas e igualitarias.
Sergio Lavandero, profesor Titular de la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacéuticas y de la Facultad de Medicina
Nuestra principal propuesta para crear una Rectoría transformadora consistirá en poner en el centro a las personas, con especial énfasis en la construcción de una comunidad cooperativa, acompañándolos/las desde el inicio, durante y culminación de sus carreras académicas. Nuestra segunda propuesta se centra en buscar soluciones innovadoras y sustentables a largo plazo para abordar el déficit financiero de la Universidad. Para ello, nuestros modos de gobierno, financiamiento, estructuras y dinámicas internas deben repensarse. Finalmente, nos enfocaremos en desarrollar y fortalecer la investigación, la docencia, la creación artística y estimular la innovación. Potenciaremos, paralelamente, el mensaje público de que nuestro país sólo alcanzará su desarrollo si mejora en forma significativa la inversión en educación en todos sus niveles.
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Nuestro rol como la institución de educación pública más antigua del país es liderar el sistema universitario nacional, abordar problemas nacionales de gran impacto social y crear las condiciones para abordar los futuros desafíos locales y globales que deberemos afrontar. Para ello, nuestra Rectoría transformadora propone constituirse en un modelo de institución pública a través de valores como la sustentabilidad, la responsabilidad y la promoción de la investigación, docencia, creación artística e innovación. Nuestra Universidad debe estar liderada por un equipo articulador que acompañe y promueva sus transformaciones, que fortalezca la deliberación, abierta y respetuosa, sobre las políticas institucionales y asegure la transparencia en la toma de decisiones. En nuestra Universidad debe primar el pluralismo, la libertad de pensamiento, el respeto a sus diversidades, la dignidad para todos/as sus miembros y el ejercicio de un auténtico pensamiento crítico.
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La docencia de pre y posgrado es el corazón de nuestra Universidad. Nuestros esfuerzos en esta área se enfocarán en tres direcciones: en primer lugar, al diseño de redes de cooperación entre académicas/os de distintas unidades; en segundo lugar, a programas de internacionalización con visión de futuro y fortalecer, en forma equitativa, todas las áreas del saber que desarrollamos; y, en tercer lugar, a apoyar efectivamente a los estudiantes de postgrado, privilegiando sus iniciativas de colaboración inter y transdisciplinarias. Nos proponemos poner especial atención en cautelar la integridad y coherencia ética, cuidando especialmente que nuestras autoridades, en todos sus niveles, estén alineadas con la rectitud, razonabilidad, transparencia y una permanente disposición a la rendición de cuentas y, sobre esa base, promover el debate interestamental.
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Lo haremos escuchando con atención las demandas de los y las académicas, prestando especial atención a sus propuestas, analizándolas en forma ecuánime y canalizando inversiones institucionales que, por un lado, potencien las distintas unidades académicas, y por otro subsanen con urgencia las brechas existentes entre ellas.
Kemy Oyarzún, académica de la Facultad de Filosofía y Humanidades y coordinadora del Magíster en Estudios de Género y Cultura
Aquí estamos. No solo reunidas y reunidos en torno a una candidatura a Rectora. Nos hemos conjuntado por valores comunes, energías compartidas, profundas convicciones de cambio en esta Universidad nuestra, la casa de Amanda Labarca, Eloisa Díaz, Ernestina Pérez y Andrés Bello. Son transformaciones en consonancia con el país, con el nuevo ciclo iniciado en mayo 2018 y octubre 2019, con la instalación de la Convención Constitucional. ¿En qué pensamos cuando decimos “nuevo ciclo” de transformaciones de país? Hablamos de un nuevo proyecto político-cultural, otra forma de entender la producción científica y artística, otro modo de ejercer gobernanza universitaria.
Todo cambio cultural afecta las formas institucionales. El primer desafío es habitar esta Casa de otro modo. Las instituciones se pueden convertir en espacios poco habitables y autorreferentes. Nos conjuntamos para devolver a la Casa sus múltiples cuerpos, sujetos y territorios, para abrirnos a lo que “no se dice”. ¿Y qué es lo que no se dice? No se dice que estamos habitando la Casa con malestares de décadas. No se dice que los daños refieren a asuntos muy concretos: remuneraciones desiguales, reajustes que no se concretan, bonos de inseguridad, contratos a honorarios que duran décadas, plantas que no llegan, jubilaciones tan mermadas que las personas no están dispuestas a dar un salto a la pobreza al final de sus carreras académicas y funcionarias. No se dice que lo que hacemos es trabajo. No se reconoce la producción de conocimiento como elaboración procesual, compleja práctica de creación científica o artística. Se reafirma la superioridad del individuo, el hacerse camino en solitario, en rivalidad con las y los demás. No se dice que toda la producción de conocimiento, esparcida en distintas áreas de saber es equivalente en valor. Las discusiones en torno a la nueva Constitución hablan con razón de “equivalencias epistémicas”. ¿Hasta cuándo confundir valor y precio? Cuesta hablar de violencias, abusos de género, abusos de poder.
¿Por qué la docencia, la investigación, la extensión o la gestión académica tienen valores tan opuestos? ¿Por qué no pensar las cuatro misiones a través de toda la carrera académica, con momentos de intensidades diversas, pero complementarias y planificables? ¿Y qué decir de las “mediciones” y parámetros predominantes para valorar la calidad? ¿Cuándo los discutimos de cara a nuestra realidad de país en desarrollo, mirando desde América Latina las inéditas voluntades de entrega que ello conlleva? No se dice que nuestros daños afectan nuestra calidad productiva y nuestra calidad de vida, porque ambas están intensamente entrelazadas. Nuestra férrea dedicación a la Universidad en las condiciones actuales tiene costos personales enormes y los tendrá mientras el Estado nos tenga en abandono y la gestión nos divida en parcelas.
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Aquí algunos desafíos: Conjugar nuestros malestares en colaboración, con actorías deliberantes y críticas transformadoras. Recuperar nuestra dignidad, nuestro valor, nuestras visiones y fuerza comunitaria. Asumirnos como sujetas y sujetos. Reconocernos en todos los estamentos, con capacidad de escucha y diálogo. Nos autoconvocamos como actores y actoras capaces de transformar y transformarnos con sentido de país plural e igualitario. Con participación deliberante y vinculante, romperemos la repetición, la continuidad, los silencios cómplices. Porque creemos que el Estado debe garantizar la calidad de sus universidades. Y porque reconocernos es solo el comienzo.
Dos ejemplos concretos nos inquietan: la educación, incluida la pedagogía, y el Hospital Clínico. Nuestra Universidad requiere un proyecto educativo con equidad distributiva, voluntad de diálogo entre unidades de Educación y Pedagogías; formación de educadores e investigación avanzada en educación. A su vez, nuestro Hospital Clínico, lamentablemente retirado de la Red Pública de Hospitales, debe retornar a ella, no ser un “prestador” privado más de salud. Aspiramos a un nuevo modelo de hospital que, aun dependiendo de recursos públicos directos, siga desarrollando la excelencia que le caracteriza hoy.
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Chile está cambiando. La Casa de Amanda Labarca y Andrés Bello se apronta a realizar nuevas elecciones de Rector/a. Un nuevo gobierno define un amplio programa de transformaciones. En el corto plazo habremos redactado una nueva Constitución diseñada en inéditas condiciones participativas. La Universidad de Chile no puede permanecer incólume, dotada de una gestión que, en buena medida, reproduce las desigualdades, malestares y deficiencias que deseamos abolir como sociedad. Nuestra propuesta cultural y científica refiere en particular a la calidad de vida de quienes producimos conocimiento en la Universidad. Nos convoca el cumplimiento de nuestras cuatro misiones fundamentales, investigación, docencia, extensión y gestión, concebidas en forma integral y equivalente a partir de una visión de carrera planificada en el tiempo, con atención a lo singular y a los intereses colectivos. Nos interpela promover la investigación multi, inter y transdisciplinar; transversalizar las perspectivas de género e interculturalidad. Nos inspira una gobernanza de nuevo tipo, atenta a la participación comunitaria, a la deliberación y a la transparencia. Queremos una Universidad con sentido común, sin islas en competencia ni rivalidades por financiamiento. El conocimiento no conoce fronteras nacionales. Nuestro país se asume cada vez más plurinacional y latinoamericanista. Nos invitamos a compartir aspiraciones personales y colectivas; una visión universitaria estratégica, con vocación de país y acorde a los cambios que la sociedad espera de nuestra Universidad.
Pablo Oyarzún, académico de las facultades de Artes y de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Director del Centro Interdisciplinario de Estudios en Filosofía, Artes y Humanidades
Un programa de gobierno universitario debe tener en su base elementos de diagnóstico que identifiquen puntos críticos respecto de los cuales sus propuestas sean relevantes. Y es preciso tener claridad sobre los plazos en que estas pueden ser llevadas a cabo, cuáles perenecen al ámbito de acción de la institucionalidad universitaria, y cuáles son realizables a través de normas, acuerdos y oportunidades que dependen de instancias extrauniversitarias, en particular, del Estado.
Sobre esta base, un primer elemento es la necesidad de generar condiciones de integración estratégica de la universidad en sus organismos y unidades superiores, sus funciones, planes de desarrollo y política presupuestaria y, en vista de los desafíos epistémicos, culturales, sociales, económicos, en la adaptabilidad al cambio y flexibilidad de su estructura y gestión. Estas tareas deben ser diseñadas, periodizadas e implementadas según la complejidad de cada caso. El horizonte general es de largo plazo, pero con etapas intermedias que deben comenzar en el corto plazo, es decir, en un periodo rectoral de cuatro años.
Un segundo elemento se refiere a la relación de la universidad con los intereses del país, sus necesidades, expectativas de cambio y perspectivas de futuro, y al mismo tiempo a su inserción en el desarrollo del conocimiento en el contexto global. Esta doble condición exige el ejercicio de una capacidad deliberante, analítica y crítica, con un sentido explícitamente público. En este último aspecto, le corresponde a la universidad una responsabilidad en la recuperación del espacio público.
El tercer elemento atañe a la comunidad universitaria, en su diversidad de vidas y estilos, convicciones y creencias, posibilidades y expectativas que habitan espacios y comparten tiempos en conjunto. Así como se exige de ella el cumplimiento de deberes, merece que se reconozcan sus derechos de participación, de incidencia, en las decisiones institucionales conforme a un sentido de democracia universitaria. Y esto sólo puede lograrse si se estimula un ethos universitario de diálogo y respeto, convivencia, cooperación y sentido crítico, indispensable para la profundización de una cultura y una ciudadanía democrática.
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No diría que la universidad ha ejercido una capacidad de anticipación en el periodo postdictadura, salvo por el movimiento que llevó al nuevo estatuto y a la generación de un modelo de gobernanza que porta una memoria histórica y posee rasgos innovadores. Un análisis de ese proceso permitiría observar analogías con lo que hoy vivimos en la víspera de la propuesta de una nueva constitución. Lo que sin duda ha mostrado la universidad es receptividad y rapidez para hacerse cargo de transformaciones sociales que están en curso: género, feminismo, multiculturalidad, afirmación de la diversidad, inclusión. La participación de la comunidad y la institucionalidad universitaria en el proceso constituyente evidencia una vívida capacidad de reacción ante las situaciones de cambio imprevistas que ha experimentado la sociedad en estos años. Ahora, en este presente que está inquietado por perspectivas inciertas, es indispensable concebir escenarios alternativos de futuro, y correr el riesgo de anticiparlos, lo que sólo puede hacerse tomando una distancia reflexiva y ejerciendo una vigilancia crítica sobre el proceso, su complejidad y las expectativas que le son inherentes, a fin de identificar y afirmar el nervio y la dirección esencial de esas expectativas. A una rectora o rector le cabe convocar a la comunidad a esa tarea, disponer los espacios para su realización, participar del pensamiento que nazca en ellos y hacerse irrenunciablemente responsable por lo que de ese pensamiento surja como orientación y decisión.
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Es imperativo tener una concepción integrada de las funciones académicas, lo que implica establecer un modelo educativo que conciba la enseñanza-aprendizaje como un proceso continuo de generación del conocimiento, integrando docencia, investigación y/o creación en todos los niveles, y que tenga orientación social, incorporando actividades en terreno o de vinculación. Un modelo que combine lo que cabría llamar una pedagogía del hallazgo con una apertura responsable y receptiva al medio social, a sus saberes, inclusivo no solo por la capacidad de acoger diversidad y vulnerabilidad, sino también por aprender de ellas. La investigación sólo podría potenciarse con un modelo semejante y el espacio universitario se vería enriquecido por la capacidad para abrirse a un exterior que ya está presente en él, cotidianamente, en las labores y los afectos de cada una y cada uno de sus miembros, en sus relaciones y tareas.
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La disparidad entre las humanidades y las ciencias llamadas “duras” se expresa en los recursos destinados a unas y otras y en su diferente valoración social. Lo último parece obvio: por un lado, pensamiento y conocimiento que encuentra soluciones; por el otro, pensamiento que encuentra problemas. Estas dos epistemes coinciden en un punto: precisamente en el problema, en lo que da que pensar. Y también coinciden en el formato contemporáneo de la investigación, la docencia, la institución universitaria: todos los saberes están sometidos a ese mismo formato, en el diseño de su enseñanza, en su propuesta, su formulación, en la competitividad que se derrama por todos los niveles, desde los institucionales hasta los individuales. Considero indispensable discutir este formato, sus criterios y modalidades, y para eso es preciso estimular y favorecer el encuentro entre las disciplinas, las zonas de intercambio y de conjunción creativa en vista de problemas y formulación de soluciones. Parece cada vez más obvio que la división entre disciplinas “blandas” y “duras” es restrictiva e inconducente, tanto desde el punto de vista epistemológico como social. Necesitamos una universidad que provea las formas y modos del encuentro, lo que, a mi juicio, sólo una institución altamente integrada y al mismo tiempo dúctil y sensible al cambio puede lograr.