Elicura Chihuailaf: «Con la incorporación de los derechos culturales en la Constitución puede cambiar todo»

Desde la relación de cada pueblo con su propia cultura hasta la relación de la sociedad toda con la naturaleza. Es la gama de transformaciones que podría abrir la constitucionalización de los derechos culturales desde la mirada del pueblo mapuche, asegura su más laureado poeta. Oportunidad, además, para superar ese desamparo cultural que sería también el desamparo de la democracia misma de este país “aún llamado Chile”.

Por Francisco Figueroa

El internet le jugó una mala pasada al poeta Elicura Chihuailaf en noviembre pasado, frustrando su participación en el debate “Derechos culturales y nueva Constitución” convocado por la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile. Pero su generosidad y la inquietud de Palabra Pública pudieron más. Aquí, en una entrevista que tuvo lugar por escrito, el también ensayista y escritor, recientemente galardonado con el Premio Nacional de Literatura pero largamente reconocido como constructor de lazos interculturales entre pueblos desde la poesía, retoma la palabra de cara al proceso constituyente y las oportunidades que presenta para la consagración de los derechos culturales.

—¿Por qué debieran estar los derechos culturales consagrados en la Constitución? Y, ¿cuál es para usted el valor de considerarlos como derechos humanos?

Su pregunta me hace pensar en dos aspectos de lo cultural: el derecho a la cultura propia y el denominado derecho a “acceder a la cultura”, que hasta ahora ha sido un ámbito definido sólo por los pequeños grupos de poder —del Chile superficial y enajenado— y que es parte central en su permanente acción colonizadora desde el Estado.  Me parece que la posibilidad de vivir en la cultura propia es un derecho humano irrenunciable que debiera estar consagrado en todas las constituciones del mundo, porque es el modo de vivir, de pensar y soñar de cada pueblo.

—Para ir más allá de la conversación entre “convencidos”, ¿qué puede cambiar en la vida cotidiana de las personas con la incorporación de los derechos culturales en la Constitución? Y, ¿cuál es la mirada que al respecto tiene la cultura mapuche?

Con la incorporación de los derechos culturales en la Constitución puede cambiar todo. En el sello particular de cada pueblo, en la diferencia, es la posibilidad de ser aceptado y aceptarse en la exterioridad e interioridad del “espejo” de lo cotidiano que está rielando en todos los instantes de la vida de cada ser humano. Para nosotros que somos Gente de la Tierra es el Az Mapu / el modo de ser, son las costumbres determinadas por la naturaleza, por la Tierra de la que somos una pequeña parte, ni más ni menos que los demás seres vivos y que aquellos aparentemente inanimados como los minerales. Recordando que cuando decimos Tierra, Naturaleza, decimos también infinito.

—Si hablar de cultura desde el pueblo mapuche es hablar también de otra forma de relacionarnos socialmente y con la naturaleza, ¿pueden emerger de la cultura mapuche faros para el conjunto de la sociedad en este tiempo de crisis y agotamiento del modelo vigente en Chile? ¿Cuáles serían y qué implican para el modo dominante de relacionarnos hoy?

Sí, desde luego. La propuesta de un urgente cambio del modelo económico y político que son parte del territorio cultural y no al revés, como se ha dado hasta ahora. Implica resolver el actual problema conceptual. Entre otros aspectos: desarrollo con la naturaleza y no contra ella (la consideración del tiempo circular: presente, futuro y pasado); la salud como una totalidad: espíritu-cuerpo-medio ambiente; legitimidad de la legalidad y no la abusiva continuidad de un supuesto Estado de derecho; pluriculturalidad para una interculturalidad igualitaria (comunicación sin sesgos en lo que concierne al hermoso colorido del jardín del mundo). Todo en aras de la construcción en diálogo del camino hacia un Kvme Mogen, un Buen Vivir.

—Las y los trabajadores de la cultura han sufrido con particular fuerza los embates de la pandemia, se sienten abandonados por el Estado. ¿Qué se requiere para valorar y proteger el trabajo artístico y cultural? ¿Cuál ha sido su experiencia como poeta en este sentido?

Me parece que en este país hoy (y aún) llamado Chile, el Estado —salvo algún brevísimo tiempo— siempre ha tenido en el desamparo a las y a los trabajadores de la cultura, debido a nuestra profunda y permanente crítica al mismo. Tal desamparo revela el desamparo de la denominada “democracia”. Para reparar esto se requiere de un cambio de paradigma y para tal cambio se necesita una verdaderamente nueva Constitución, es decir, un texto redactado con palabra poética y, como tal, escrito por personas mayoritariamente “comunes y corrientes” de todas las edades y, especialmente, por los y las jóvenes, siempre plenos de Sueños y de Ternura.

Elicura Chihuailaf: “Los pueblos nativos vivimos con la sensación de indefensión colectiva»

A más de veinte años de la publicación de su Recado confidencial a los chilenos, el poeta Elicura Chihuailaf sabe que su mensaje sigue teniendo una lamentable vigencia. Cuando los discursos políticos sobre paz vienen parapetados detrás de armas, explica, se vuelven insustanciales y no hacen más que perpetuar un desentendimiento histórico que sigue cobrando vidas, como la de Camilo Catrillanca. “Nos parece que todos comprenden que al expresar que la solución es política lo decimos en el sentido más profundo de la palabra poética: se trata de la solución de las demandas de nuestros pueblos”, asegura.

Por Ana Rodríguez | Fotografías: Gabriel del Favero

La noche del pasado 14 de noviembre, Elicura Chihuailaf estaba en la soledad de un dormitorio de la Casa de Académicos de la Universidad de Santiago cuando se enteró de la muerte de Camilo Catrillanca. La noticia, cuenta, le llegó por redes sociales.

-Mi primera reacción fue de infinita desazón… Pensé en nuestros jóvenes alevosamente asesinados en operativos policiales ordenados por los patrones del Estado en años de post dictadura, en años de supuesta democracia; pensé en la defensora del medioambiente Macarena Valdés (esposa de nuestro hermano Rubén Collío), asesinada sigilosamente en la comunidad Newen de Tranguil, en la comuna de Panguipulli; en Juan Pablo Jiménez, dirigente sindical en Puente Alto; en Alejandro Castro, pescador y dirigente de Quintero. Y me pregunté: ¿quién será la próxima víctima?

¿Cómo impacta al pueblo mapuche esta nueva tragedia? ¿Con qué sensación te quedas estos días?

– Impacta como evidencia de la persistente discriminación y de la tristeza que ella causa. Como memoria feroz del despojo: la ocupación militar de nuestro territorio por el Estado de Chile, a partir de la denominada “pacificación de La Araucanía” y hasta nuestros días. Pero -en la dualidad- también como energía que revitaliza la lucha por nuestros derechos como cultura, como pueblo; cada uno, cada una, ejerciéndola desde el lugar diverso que le ha tocado. Yo me he quedado con la sensación de indefensión colectiva en la que vivimos los pueblos nativos y el pueblo chileno profundo (que es la mayoría). Con la certeza de que ambos hemos vivido siempre en una dictadura disfrazada de democracia.

¿Cómo viste el eluwün (funeral) de Camilo Catrillanca? ¿Qué te pareció el gesto de que en él confluyeran diversos sectores de la política mapuche?

– Lo vi como expresión de que nuestra espiritualidad, a pesar de la colonización, sigue vigente. Como prueba de que nuestro sentido de comunidad y pueblo sigue siendo nuestro camino. El funeral de Camilo fue un muy sentido homenaje a un weichafe, a un guerrero de la ternura. A un joven cuya bandera fue la defensa de la Mapu Ñuke Madre Tierra, el gran árbol de la identidad. Que confluyeran todos los sectores de la cultura mapuche era -desde luego- esperable.

¿Qué te parece esta aparentemente doble vía del gobierno, donde por un lado implementa el Plan Araucanía y llama al diálogo, mientras por otro presenta a un “Comando Jungla” que termina por desmantelar cualquier posibilidad de entendimiento?

– Es la desvergonzada ideología de la chilenidad superficial y enajenada, la permanente bipolaridad de sus políticas de Estado cargadas de eufemismos. Discursos que se pronuncian parapetados tras las armas de la policía que ellos mismos ordenan. Discursos que resultan entonces poco creíbles, insustanciales. Es un problema conceptual. Un Estado empresarial que impone un modelo económico basado en un desarrollo contra la naturaleza y no con la naturaleza, con todo lo que eso significa: atropello permanente de la legitimidad, manejo sesgado de la historia, información tergiversada, etcétera. Un empresariado que ocupa y ha ocupado siempre todos los poderes del Estado. Y esta situación generada por ellos necesita una salida política… Y, cito a nuestro hermano senador Francisco Huenchumilla, “Los problemas políticos no se entregan a la policía para que los resuelva”. Más aún cuando nos parece que todos comprenden que al expresar que la solución es política lo decimos en el sentido más profundo de la palabra poética: se trata de la solución de las demandas de nuestros pueblos.

¿Cómo te explicas que los partidos políticos, que hace un año eran el oficialismo y no se movilizaron cuando fue el escándalo de la Operación Huracán, hoy se muestren solidarios hacia el pueblo mapuche?

– Lo explica la urdida bipolaridad de la política chilena y que, como se sabe, es cuestión transversal. Con las siempre honrosas excepciones en los partidos. Pienso, por ejemplo, en el diputado René Saffirio, quién fustigó la ausencia de 63 de sus pares en la sesión en que la Cámara de Diputados rechazó la idea de crear una Comisión Investigadora por el asesinato de nuestro peñi Camilo Catrillanca. Por otro lado pienso en la penosa declaración -27 de noviembre- de la ex presidenta Bachelet, ahora alta comisionada para los Derechos Humanos de la ONU.

Respecto al Plan Araucanía: tradicionalmente el movimiento mapuche ha visto en el Estado chileno su enemigo. Sin embargo, este Plan del ministro Alfredo Moreno representa otro reto para el movimiento, como es el avance del capital y de las empresas extractivistas en la zona. ¿Crees que existe una consciencia de esta amenaza dentro del mundo mapuche?

– Sí, desde luego. Está, por ejemplo, el comunicado emitido en octubre de la Coordinadora Arauco Malleco en el que se rechaza dicho plan. El actual gobierno habla de reconocimiento de la “deuda con los pueblos originarios y que no haya discriminación”, pero abre más espacios para la continuidad de la ocupación de nuestro territorio. Habla de diversidad, pero no considera nuestra visión de mundo respecto del denominado desarrollo. Mas, con su Plan Impulso Araucanía remarca el avance del capital y de las empresas extractivistas. Lo que es una necedad considerando que es de más sabido que, de partida, las empresas forestales son uno de los principales problemas -subsidiados por el Estado- en nuestro territorio. Su cada día creciente presencia, con la evidente disminución de las napas del agua de la vida, hace que nuestra gente se pregunte: ¿no cometen ellas el mayor acto terrorista, que es la casi imperceptible desaparición de la vida de todos los seres vivos, entre ellos los seres humanos? Y el agua -sabemos- no tiene nacionalidad, no tiene clase social. En definitiva, lo que parece claro es que la chilenidad superficial y enajenada sigue empeñada en concluir la avanzada nefasta de Cornelio Saavedra, la denominada por el Estado chileno “pacificación de La Araucanía”, la ocupación militar -violenta por lo tanto- de nuestro territorio, de nuestro Wallmapu.

Derribar la muralla

Algunos intelectuales mapuche, como Fernando Pairican o Salvador Millaleo, opinan que actualmente no existe –ni de parte del gobierno, ni de los agricultores, ni tampoco del movimiento mapuche- un programa que abogue por la paz en la Araucanía. ¿Cuál es tu impresión al respecto?

– Es cierto, no existe un programa que abogue por la paz ni de parte del gobierno (muy por el contrario, como se sabe, pues entonces no se habría creado el “Comando Jungla” o ya lo habría disuelto), ni de los agricultores. Me parece que en las condiciones actuales de ocupación de nuestro territorio es difícil que exista un programa semejante por parte del movimiento mapuche. Nuestro pueblo ha resistido la violencia con harta sabiduría, me parece. La violencia no la ha generado nuestra gente, eso está claro. Sus propuestas de paz están contenidas en sus demandas. Por eso digo: Para terminar con la violencia hay que terminar con la violencia. Y hacerlo -¡urgentemente!, en aras de la paz- está en manos de quienes históricamente han impuesto y / o han avalado la violencia, empezando por el Estado de Chile y sus poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Y poner sobre la mesa el papel que han jugado los medios de comunicación.

Desde el sector chileno –los medios, los políticos- se critica al movimiento mapuche por su heterogeneidad; se dice que no hay quien los represente ni los unifique. ¿Es la heterogeneidad del movimiento mapuche un problema?

– Es que desconocen nuestra visión de mundo. Tienen que ponerse al día. Hace siglos atrás el imperio español lo comprendió y respetó los consejos de ancianos en los que participaban representantes de las cuatro diversidades del pueblo mapuche (pewenche, lafkenche, williche, pikunche) y posteriormente parlamentó considerando las autonomías que representaban nuestros líderes, nuestros lonko. La diversidad del movimiento mapuche hoy, lejos de ser un problema, es -me parece- una fortaleza que debiera intentar comprender la etnia chilena.

¿Qué tan vigente está la muralla de blanquidad de las familias chilenas más poderosas? ¿Qué pasa, en cambio, con nuestra morenidad?

– Totalmente vigente. Los ladrillos de esa muralla, que son los conceptos unívocos que ellas han impuesto, siguen casi indemnes: desarrollo contra la naturaleza; legalidad que desconoce la legitimidad; salud que no considera el espíritu; historia única (de la ¿aristocracia? chilena) sin madres de la “patria”, sólo con “padres de la patria”; educación enajenada (centrada antes en Europa y hoy en Estados Unidos); información eminentemente blanquizadora. La excluida morenidad, aunque debo reconocer que esto ha ido cambiando, pero con demasiada lentitud para la urgencia de este tiempo, aún no asume que nadie elige nacer en un lugar, en un color determinado, en una historia, un idioma, una visión de mundo. Mas, la tarea es conocer lo que nos ha tocado porque conocer es la única posibilidad de amarse y de amar lo que nos rodea y luego respetar lo que está más allá de nuestros lugares y miradas, de nuestras familias y comunidades (identidad, almidad). El Chile profundo, nuestro interlocutor, tiene que comprender que es hermosa la blanquidad / rubiedad, que es hermosa la negritud, que es hermosa la amarillentud y que es hermosa la morenidad que nos ha tocado y que les ha tocado. Es el maravilloso jardín del mundo.

Si es este un país tan racista, ¿por qué la gente solidariza con los mapuche? ¿Por qué no con los haitianos? ¿Quién solidariza con los mapuche? ¿Por dónde pasa esa identificación?

– Porque está empezando a mirarse en el espejo de su casa y en el espejo de su interioridad y empieza a ver la presencia mapuche en sí mismo, como lo hicieron los adelantados y adelantadas del pueblo chileno profundo: Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Pablo de Rokha, Violeta Parra, Víctor Jara, entre otros y otras. Para explicarse un poco más este país aún llamado Chile hay que recordar parte del texto -vigente todavía- de presentación al mundo que el Estado chileno, la chilenidad superficial y enajenada, divulgó a partir de su centenario: “Los indígenas de Chile eran pues escasos, salvo en la región sur del valle longitudinal, esto es, en lo que después se llamó Araucanía. Por otra parte, las condiciones del clima muy favorables al desarrollo y prosperidad de la raza blanca, hizo innecesaria la importación de negros durante el período colonial… A estas circunstancias debe Chile su admirable homogeneidad bajo el aspecto de la raza. La blanca o caucásica predomina casi en absoluto, y sólo el antropólogo de profesión puede discernir los vestigios de la sangre aborigen, en las más bajas capas del pueblo”. Hoy, cuando las utopías parecen soterradas o desaparecidas, es la hora de ejercer ese arte que es la conversación, que es un acto de subversión en el sentido más profundo de la palabra poética (que no es solamente escritura sino también gestualidad, canto, color, aroma, textura, movimiento, etcétera), pues nos permite mirarnos cara a cara y reconocernos; y nos obliga a escuchar, que es lo más difícil, dicen nuestras ancianas y nuestros ancianos. No somos solos, no estamos solos; necesitamos derribar la muralla que levantó la chilenidad superficial y enajenada y que nos impide conversar también con el pueblo chileno profundo que sentimos resollar en las ciudades.