José Maza: “Los Premios Nacionales deberíamos ser intelectuales públicos”

Este 2 de julio, el astrónomo más popular de Chile romperá todos sus récords: reunirá a más de 15 mil personas en el estadio La Portada de La Serena, donde dará una charla magistral y será el “telonero” del eclipse total de sol. Invitado al programa radial Palabra Pública, el académico de la Universidad de Chile habló de su fama, de la importancia de la divulgación científica y del papel de las universidades en el acercamiento de la cultura a la gente.

Por Jennifer Abate y Evelyn Erlij

—En relación al éxito que fue la presentación de su último libro Eclipses en abril, en el Teatro Caupolicán, ¿cómo se explica que un científico llene un estadio con seis mil personas? ¿Podría llenar el Estadio Nacional, como lo dijo esa vez?

—No, creo que ahí me fui de lengua. En el Caupolicán fueron cinco mil personas, en la Medialuna de Rancagua fueron seis mil, en Peñaflor, cuatro mil, y otros cinco mil en Concepción. Así que cinco mil personas en Santiago no es algo para tirar cohetes. La charla en Peñaflor partió a las 9 de la noche y ya eran más de las 11 y no terminaba. Tuve que salir arrancando porque la gente me perseguía para sacarse una selfie conmigo y para que le firmase autógrafos.

—Se proclamó el “telonero” del eclipse del 2 de julio, y tiene sentido, ya que a menudo se le asocia a la figura del rockstar. ¿Cómo se siente en ese papel, llenando estadios y caminando al auto resguardado por guardias?

—Espero que esto no avance más. Siempre me he sentido uno más dentro del grupo, nunca me he sentido importante. He sido uno del montón. Pero tener notoriedad me produce cierto agrado. La otra vez estuve literalmente de telonero en un concierto de rock en el Teatro La Cúpula, dando una charla. También estuve hace poco dando una charla en la plaza de Quilpué donde tocaba el grupo Congreso y fue un evento con música, charla y poesía. La cultura es una sola, ¿por qué hay conciertos de rock y festivales de poesía? Hagamos una mezcla. A lo mejor el que va sólo por el rock, descubrirá la ciencia o viceversa. Así se van formando puentes. Me encanta la poesía, la música y la ciencia, así que estaría feliz con una alianza entre esas disciplinas.

—¿Y cómo explica esa fanaticada que lo sigue?

—Es complicado. La astronomía está cada día más en los medios, como por ejemplo cuando se dio a conocer la imagen de un hoyo negro que está en el cúmulo de Virgo, a sesenta millones de años luz. Esas cosas están en la tele. Y se logró esa imagen con ayuda del observatorio chileno ALMA. La mitad de las noticias del mundo que se refieren a Chile son de astronomía. La astronomía es parte de la imagen país. Chile tiene los mejores cielos del mundo y la mitad de los telescopios del mundo están acá. Con los que están construyendo, serán un 70 por ciento. Eso es porque el país es excepcionalmente bueno para hacer astronomía. Creo que eso influye mucho.

Por otro lado, yo soy un poco deslenguado y hablo las cosas sin pelos en la lengua. Y, sobre todo, he tomado temas de astronomía que son bastante más cotidianos. Si yo hablo “del hoyo negro de Messier 87” nadie entiende nada. Es como hablar de un mundo imaginario. Lo mismo con los eclipses: en las charlas que daré en torno al eclipse solar total del 2 de julio hablaré sobre este fenómeno y también sobre cómo será el eclipse total de sol que cruzará la Araucanía en 2020. Estoy bajando el conocimiento del Olimpo y hablando en el lenguaje de la gente. Y estoy en esto desde el cometa Halley, en 1986. Ese año di muchas entrevistas, fui a la tele. También escribí varios Icarito de La Tercera, siete suplementos enteros. Nada surge de repente, esto es como una bola de nieve que hoy agarró un cierto volumen.

—Cuenta la leyenda que cuando estuvo en Tucson, Arizona, en 1976, había un ciclo de charlas de divulgación del astrónomo Nick Wolff que inspiraron su primera charla pública en Chile llamada “El universo: puedo sentirlo en mis huesos”. ¿Cómo comienza a interesarse en la comunicación científica?

—Siempre quise ser ingeniero, desde que tengo uso de razón. Pero luego me interesó la astronomía y comencé a buscar libros de divulgación de astronomía. Leí varios cuando tenía entre 13 y 15 años, hasta que a los 17 entré a Astronomía en la Universidad de Chile. Los libros de astronomía y los grandes divulgadores de mi época, como Fred Hoyle, me producían un gran entusiasmo. Luego tuve la suerte que, cuando estaba estudiando en Canadá, en dos ocasiones fue a Toronto Carl Sagan, el gran divulgador de astronomía del siglo XX. Y el tipo era notable, así que leí todos sus libros y vi la serie Cosmos entera.

Creo que la divulgación científica siempre la tuve dando vueltas en la cabeza. A la primera oportunidad que tuve, con ocasión del cometa Halley, hice un libro para enseñar astronomía. Luego de eso, he ido retrabajando la puntería, porque ese era un texto que escribí para mí cuando tenía 15 años. Volviendo al presente, a los tres últimos libros que saqué les ha ido muy bien. Polvo de estrellas lleva 18 ediciones y en total se han vendido 50 mil copias.

—A usted le interesa desmontar ciertas teorías que circulan, como las de los terraplanistas, las historias sobre el fin del mundo o la veracidad del horóscopo. ¿Cree que entre tanta fake news es más necesaria la voz de los científicos?

—Sin duda. Yo me he hecho algo de camino, pero ha sido a puro pulso, porque no hay oportunidades. En diarios he ofrecido columnas y me dicen que a la gente no le interesa, pero en todos esos diarios tienen un horóscopo, porque eso sí les interesa. Todos sabemos que el horóscopo es mentira, pero parece que es un juego que todos quieren jugar. Alguien de un programa de televisión me preguntó qué opinaba de los terraplanistas y dije que me parecía el colmo. Pero más lata me da que los editores pongan a esa gente en los medios. Si uno pasó por la escuela y no hizo la cimarra, entonces aprendió las leyes básicas de Newton y, por ende, que la Tierra no puede ser plana.

Cuando escribí los Icarito, el editor de suplementos me dijo “la gente no entiende esto” y me rayó el texto con todo lo que él no entendía. Tuve que corregirlo, hasta que ya al tercer suplemento no me corregía más. Si uno hace un esfuerzo, va a lograr entender. Pero claro, el editor pone basura como el horóscopo y no temas de ciencia porque “no lo van a entender”.

«No puedo salir a la calle y hablar igual que en la academia. A lo mejor sí vulgarizo mucho (el lenguaje científico), pero así logro empatía con la gente (…). Escribo para un público transversal, quiero que los adultos y los niños aprendan a pensar».

—Para usted es relevante enseñar ciencias exactas de una forma que sea comprensible para toda la gente. ¿Dónde está la línea, según usted, que divide la divulgación científica de lo que se podría llamar una “banalización del conocimiento”?

—Creo que el problema es el siguiente: se trata de divulgar ciencia entre gente que no conoce la disciplina. Si uno quiere hacer divulgación científica no puede hablar sobre el hoyo negro de Messier 87 o de la galaxia en el Cúmulo de Virgo, porque la gente que no estudió ciencias no conoce el contexto de esos fenómenos. Es como si quisiera explicarte un capítulo de una teleserie, siendo que no viste los anteriores, entonces no vas a entender qué pasó. Si yo divulgo esa teleserie, debo comenzar por el capítulo 1, no por el 45.

En la ciencia pasa lo mismo, es muy acumulativa. Si uno quiere hacer divulgación tiene que bajar la complejidad para llegar a un nivel comprensible para la gente a la que quiere llegar. Y sí, es banalizar. Pero hablo desde tan arriba todos estamos perdiendo el tiempo. Una vez hubo en Chile una charla de Stephen Hawkings y el presidente de entonces, Eduardo Frei, dijo “parece que estoy un poco oxidado, porque no entendí mucho”. Él, que era ingeniero, no entendió. No quiero hacer leña del árbol caído, pero Hawkings no hacía divulgación. Todos lo veneraban por ser una persona de una tenacidad extraordinaria, pero como divulgador científico no me lo creo.

—¿Se ha encontrado con críticas de parte de sus colegas científicos? Pasa en otras disciplinas, como en la filosofía: quienes escriben para ser leídos masivamente son criticados por quienes permanecen en las aulas universitarias.

—La verdad es que no. Mis colegas han sido bastante generosos en no criticarme. Pero, por otro lado, -y no quiero parecer soberbio- no me importaría que me critiquen, porque yo estoy convencido de que esto vale la pena. A lo mejor hay muchos caminos para lograr un mismo propósito y he encontrado el mío. Algunos dicen –como en una crítica que leí- que vulgarizo el lenguaje para hablar de astronomía, que debería usar uno más elevado. Que, a lo mejor, de esa manera igual llegaría a la gente. Yo sé hablar bastante bien, hablo un castellano muy correcto. Pero no puedo salir a la calle y hablar igual que en la academia. A lo mejor sí lo vulgarizo mucho, pero así logro empatía con la gente. Cuando el conductor del metro me dice que ha leído mis libros me alegro mucho, porque estoy escribiendo justamente para él. No estoy escribiendo para mis colegas, ellos no van a aprender nada nuevo con mis libros. Escribo para un público transversal, quiero que los adultos y los niños aprendan a pensar. Quiero contribuir con un granito de arena en ese proceso. Y si me critican con razón, logré mi objetivo, porque tuvieron que pensar para discutir lo que está escrito ahí, así que me parece estupendo.

—Una de sus teorías es que a la gente en Chile no se le ha permitido mucho pensar. ¿Podría desarrollar esa idea?

—En el siglo XIX tuvieron analfabetos a toda la población. El 95% de los niños en 1880 eran analfabetos. Y los señores políticos de este país, todos los grandes presidentes, se olvidaron que había que enseñar a leer y escribir, porque a ellos se les enseñaba en la casa con una institutriz traída de Francia o de Londres. Incluso nuestro gran Andrés Bello dijo: “a cada cual hay que darle la educación que necesita”, y el obrero no necesitaba educación, ¿para qué? Había un elitismo terrible. Los que tenían el sartén por el mango no querían que nadie supiera leer y escribir.

En el siglo XX nos permitieron aprender a leer y escribir, pero sin que nadie entendiera lo que leía. Hasta el día de hoy en las escuelas rurales tienen en una misma pieza a niños de primero a cuarto básico juntos y eso es lo único que se les enseña. No queremos que la gente piense, y creo que la universidad tiene la obligación de darle cultura a la gente, transversalmente.

«En la universidad todos los académicos somos juzgados por cuánta docencia hacemos o cuántos papers publicamos (…). Los Premios Nacionales deberíamos tener un papel distinto en la vida universitaria. Es muy importante que un profesor de la Universidad de Chile se pare ante 10 mil personas y conteste las preguntas que le quieran hacer».

—Usted es Premio Nacional de Ciencias Exactas 1999. ¿Cuál cree usted que es el papel de quienes han recibido este premio en Chile? ¿Cree que hay una cierta responsabilidad de intelectual público entre quienes han recibido este galardón?

—Creo, efectivamente, que los que hemos recibido el Premio Nacional deberíamos ser, en alguna medida, intelectuales públicos, con más participación en los medios. En la universidad todos los académicos somos juzgados por cuánta docencia hacemos o cuántos papers publicamos, y yo me muevo todo el tiempo haciendo charlas en distintas partes de Chile. Los Premios Nacionales deberíamos tener un papel distinto en la vida universitaria. Creo que es muy importante que un profesor de la Universidad de Chile se pare ante 10 mil personas y conteste las preguntas que le quieran hacer. Me parece que si somos la universidad pública por excelencia en Chile, entonces nos debemos a la ciudadanía. Entonces tengo la obligación de contarle a la gente por qué vale la pena mirar el cielo y contestarle si me quieren preguntar otra cosa.

El otro día un médico decía, en relación al suicidio del expresidente de Perú, Alan García, que cuando el cerebro cuando recibe una conmoción muy grande se produce un edema que deriva en una hipoxia y en una isquemia. Yo decía: “¿a quién le está hablando este caballero?”. Edema, hipoxia e isquemia. A veces, la divulgación que hacen está llena de esas palabras. He leído libros que explican cosas y en la página 20 ya no entiendo nada. Creo que la divulgación no es contar lo que uno está haciendo como científico, porque a veces no es contable para el público. Yo nunca en mi vida he trabajado en eclipses, pero me parece que es un fenómeno que cualquier astrónomo conoce bien. Soy uno experto en eclipses como cualquiera de los otros cien astrónomos en Chile. Al no salir explicando el fenómeno en términos simples, uno deja el espacio para que lo cubran todos estos chantas que se dedican a vivir del cuento.

—Se habla del Antropoceno para referirse a esta época en que la Tierra estaría cambiando por la actividad humana. Las visiones respecto del futuro parecen ser sombrías, en particular por el avance del calentamiento global. ¿Qué visión tiene de los tiempos que vienen?

—Está la tontería de decir “yo no creo”. Cuando uno dice “yo creo” o “no creo” es porque no quiere usar la razón. Hay elementos contundentes que demuestran que la Tierra se ha ido calentando. Acabo de leer una cosa terrible que dijo (el Secretario de Estado de los Estados Unidos) Mike Pompeo, donde agradece que se derrita todo el océano Ártico, porque ahí hay grandes riquezas y vamos a tener otras oportunidades. Y él lo encuentra estupendo. No se da cuenta, el tonto, que cuando se derritan todos los hielos, las penínsulas van a quedar todas debajo del agua, como Florida y Nueva York.  El hombre tiene que entender que debe dejar de tirar gases invernaderos. Una cosa que el hombre hará para ir a marte es crear una máquina que chupe anhídrido carbónico de la atmósfera marciana, rompa la molécula de CO2 y produzca oxígeno. Deberíamos tener esas máquinas, que funcionan como árboles, y a lo mejor así podríamos arreglar el efecto invernadero. El hombre tiene esa inteligencia. Tiene la falta de previsión para embarrarla también, pero tiene la inteligencia para encontrar soluciones.

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Esta entrevista se realizó el 10 de mayo de 2019 en el programa radial Palabra Pública, de Radio Universidad de Chile, 102.5.

Victoria Ramírez, escritora: “Creo que hay que entender la poesía como ficción”

Estudió periodismo en la Universidad de Chile, pero en ese camino se encontró con el cine, la fotografía y la poesía, incursiones que le valieron importantes premios incluso antes de publicar. Su primer libro, magnolios (Overol), es una selección de 40 poemas en los que recorre el sur de Chile y su memoria familiar a través de retratos casi cinematográficos.

Por Florencia La Mura

Tres años de trabajo se condensan en magnolios (Overol, 2019), debut literario con el que Victoria Ramírez (27) busca romper con los formatos tradicionales de la poesía y darle espacio a distintas disciplinas. La escritora llega a librerías con dos galardones a cuestas: el Premio Bolaño en 2016 y el Premio Municipal Juegos Literarios Gabriela Mistral 2017, distinciones que adornan la solapa de su libro en una reseña breve y misteriosa, pero aprobada por ella. “Quería desmarcarme. Mientras más información da uno como autor, las personas se hacen una imagen antes de leer el libro”, reflexiona a pocos días de viajar a una residencia de escritura en la MacDowell Colony, en New Hampshire, Estados Unidos.

El escritor James Baldwin y el compositor clásico Leonard Bernstein son algunos de los alumnos que ha recibido la “colonia”, un lugar perdido entre los bosques que recuerdan al sur de Chile. En su decisión de partir a ese lugar emerge una vez más la naturaleza como una inquietud en Ramírez, quien vuelve a ella y a su desromantización en los dos textos que está trabajando actualmente. Dolor y destrucción se asoman de igual manera en magnolios, un texto que la autora reconoce como híbrido y en el que recoge temas como el desarraigo, la movilización, el tránsito y la familia.

Tras su publicación, magnolios recibió buenos comentarios en la prensa: “Sin nostalgias vacías ni ajustes de cuentas, las incursiones por la memoria íntima que propone Ramírez van más bien por el camino de la perplejidad que producen los ritos familiares mirados con cierta distancia, perplejidad que permite ver lo frágiles que son a menudo las certezas del presente y, también, las de los propios recuerdos”, escribió el escritor Leonardo Sanhueza. Ante la pregunta por la forma en que define su relación con la escritura, la autora responde con una cita del ensayo La poesía no es un proyecto, de la poeta estadounidense Dorothea Lasky: “Nombrar las intenciones de uno es genial para algunas cosas, pero no para la poesía”.

Has dicho que te interesa la poesía, el cine y la fotografía. ¿Cómo fue la llegada desde el periodismo a la poesía?

—Cuando salí de la carrera tuve el tiempo necesario para empezar a ir a talleres y dedicarme a escribir más sistemáticamente. Entremedio, incursioné en el cine con Todos los ríos dan al mar, sobre (la artista visual y poeta) Cecilia Vicuña, y justo lo que me gusta de ella es que mezcla disciplinas: hace performance, pero también otro tipo de artes visuales, películas y poesía. Hacer ese trabajo como tesis de Periodismo me permitió abrirme a otras disciplinas: me interesaba el cine, pero siempre había tenido interés por la literatura, así que fui a talleres. Además, siempre he leído mucho. Generalmente, escribir es una inquietud que se va dando en la lectura. Al menos a mí me pasa eso. De a poco fui armando un proyecto y pasó lo del Premio Bolaño, entonces ahí fue como: “bueno, voy a tratar de hacer un libro”. Pasaron entre dos o tres años hasta que saqué magnolios con Overol. El último año fue de mucha edición y también de cuestionarme cuál era el tema o la inquietud del libro.

Al final entendí que el libro es bastante híbrido, y esa fue una libertad que me di porque no quería un proyecto tan estricto, que sólo fuera sobre un tema en particular. Quería que fuera abierto, y ese mismo tratamiento le di al tema de la memoria dentro del libro; una memoria no anclada en el pasado ni con una mirada nostálgica, sino que una observación desde el presente.

Victoria Ramírez. Crédito: Lorna Remmele

—Se dice que el papel ha muerto, sobre todo en el caso de los diarios, pero con los libros parece haber ocurrido algo distinto: se ha vuelto a poner en valor a los libros y fanzines como objetos. Tú misma hiciste uno con Microeditorial Amistad (Alud, 2018).

—Eso es súper interesante. El fanzine ha tomado vuelo y hay editoriales pequeñas que están trabajando eso. Para la feria Impresionante (orientada al arte impreso y a la edición independiente), por ejemplo, uno ve que el universo del fanzine que existe en Chile es gigante. Hay involucrados artistas visuales, diseñadores, arquitectos, fotógrafos, periodistas, gente que estudia literatura. Ahí uno ve que cada vez se están cruzando más los formatos, por eso igual me interesaba trabajar con Editorial Amistad. El trabajo que hacen es muy delicado, bonito y prolijo, y dan espacio a voces no tan conocidas.

Me parece que en Chile se lee harto. Obviamente hablo desde una burbuja de «gente que lee». Pero cuando voy en el metro o en la micro, veo gente leyendo. Las librerías se sostienen, y año a año hay más librerías en regiones. No me parece que el libro en papel, al menos aquí, esté muerto. Sé que en Estados Unidos, por ejemplo, hay mucha gente que ahora compra e-books y ha dejado de ir a las librerías. En Chile me parece lejana esa realidad. Todavía la gente está encantada con el libro en papel y por eso mismo hay editoriales chilenas que trabajan mucho la prolijidad del libro como material.

—Claro, hay mucho más trabajo en detalle en editoriales independientes chilenas. Dijiste, justamente, que estuviste trabajando en este libro durante tres años. ¿Cómo fue el proceso de escritura?

—Demora mucho porque la poesía condensa pensamientos complejos sintetizados en un lenguaje propio. Tiene una voz particular que toma tiempo trabajar. Un texto que no está trabajado se nota, y generalmente es porque le falta macerar. No por ser joven se necesita publicar «joven». Ojalá uno se pudiera tomar mucho rato para hacer un libro. Tampoco hay un apuro por publicar. Sé que soy poeta joven, pero al final esa categoría es superficticia. Da un poco lo mismo, porque la madurez dentro de la poesía es otra cosa. No por ser joven no vas a tener madurez en tu voz poética.

Tuve la suerte de viajar a Hueyusca, en la Región de los Lagos, que es de donde viene la familia de mi madre, y eso de alguna forma fue un punto de inspiración. Me ayudó a entender muchas cosas que me habían contado a través del relato oral, pero que verlo en la realidad fue distinto. Ese viaje también fue parte del proceso de escritura. También leer libros que fueron clave en cuanto a lo que quería hacer.

—¿Qué libros?

—Louise Gluck fue fundamental, una escritora estadounidense que habla sobre la familia y el dolor. Tiene una relación bien conflictiva con eso. Tampoco restrinjo las influencias sólo a libros de poesía. Obviamente hay novelas que me influyeron, como Nombres y animales, de Rita Indiana. Leí varias, que no necesariamente hablaban sobre la familia, pero sí sobre rupturas de vínculos entre personas y eso me interesa. Para el tema de la maternidad, me influyó mucho Anne Sexton con El bebé de la muerte. Leí harto a Elizabeth Bishop y Blanca Varela, aunque esta última me sirvió más en el sentido de la voz que tiene, de la concisión. José Watanabe y Mirtha Rosemberg también me influyeron.

Creo que intenté igualar la balanza leyendo a mujeres porque antes mis referentes eran muy masculinos. Por ejemplo, Beat Attitude, una antología de poesía beat de mujeres que habían sido invisibilizadas. De ahí quizás la más conocida es Denise Leverkof. En libros más recientes está El sistema del tacto, de Alejandra Costamagna, que, aunque lo leí después de terminar magnolios, toma temas como la memoria, la familia, la reconstrucción de la identidad a partir de otras personas. En general, me interesan temas similares, como el desarraigo, la movilización, el tránsito, la familia.

«Sé que soy poeta joven, pero al final esa categoría es superficticia. Da un poco lo mismo, porque la madurez dentro de la poesía es otra cosa. No por ser joven no vas a tener madurez en tu voz poética».

—Has dicho que no quisiste cargarle un mensaje político o panfletario a ciertos temas que se tratan y se repiten en el libro, como la familia, la memoria y la naturaleza. ¿Cuál sientes que es la importancia de estos momentos que quiebran la continuidad temática, como cuando hablas de ser madre?

—Creo que le dan un descanso al lector y también me dan libertad a mí, en el sentido de decir que este libro es sobre cosas que a mí me interesan. Entre ellas está la maternidad, que es una inquietud y que me conflictúa, porque creo absolutamente que la mujer puede elegir si ser madre o no y de la forma que sea. También hay un par de poemas que hablan de relaciones amorosas o de la concepción que uno tiene del deseo, que es muy contemporánea y generacional. El último poema, magnolios, habla de los quemados de la Posta Central y ahí me interesaba la imagen del fuego en contraste con la naturaleza. Ese cruce entre naturaleza y dolor sí creo que es algo transversal.

Dorothea Lasky habla en contra de los libros que se piensan como un proyecto científico, que se hace mucho en artes visuales y en literatura. Cuando uno escribe un libro, hay una parte que es intuitiva, que no se puede controlar. Cuando se intenta controlar demasiado un libro se ve forzado. Al menos para mí no era natural pensar como si estuviera hablando de un proyecto científico, con objetivos generales y específicos. Es algo mucho más libre.

—La idea de los «momentos de descanso» que mencionas hace pensar en formatos quizás más audiovisuales, incluso en discos de música. ¿Responde esto a tu interés por la idea del multiformato, del cruce de disciplinas?

—Justo eso me interesa mucho. Muchas veces preguntan sobre un libro de poesía como si fuera un libro de narrativa, como si se estuviera contando un relato. Y a veces hay uno, pero a veces no, y está bien, porque la poesía permite esa libertad. La gracia es que pasas por varias sensaciones en el libro, no es una planicie, sino que tiene un montón de curvas entremedio.

—Tu exploración en torno a la naturaleza y esta oposición dolor/naturaleza que construyes se siente como un intento de desromantizarla. Por ejemplo, cuando Hablas de desastres, de lo terrible que puede llegar a ser el sur.

—Mi familia me había hablado sobre Hueyusca, de donde son, como un espacio desolado, donde podía pasar cualquier cosa. La violencia, si bien no era una cosa de todos los días, si llegaba a pasar no había nada que la detuviese. Y sí, quería desmitificar la naturaleza y dejar de entenderla sólo como algo bello. Yo, que nací en ciudad, tuve siempre una idea muy idealizada de la naturaleza, pero me parece que el dolor es una cosa suprahumana. También había que salir de esa imagen de la naturaleza relacionada a la mujer y a lo hermoso. La naturaleza también tiene un algo muy salvaje y una autonomía muy fuerte.

—Te vas a una residencia en MacDowell Colony, en Estados Unidos, un lugar que parece muy similar al sur de Chile. ¿Fue casual esta búsqueda por la naturaleza?

—La naturaleza es una inquietud mía y estoy trabajando en dos libros que de alguna forma también están cruzados por eso. Uno es una especie de diario de viaje en poemas y otro es sobre la relación entre las plantas domésticas y los seres humanos en el contexto del calentamiento global. Entonces, claro, estar en un lugar con un entorno natural es muy Ad hoc.

—Volviendo al trabajo de la memoria ¿cómo te sentiste explorando tu propia historia?

—Más que conclusiones, lo que pude sacar en limpio fueron formas de conocerme y de conocer a mi familia, pero llega un punto en el que tampoco puedes ahondar tanto. Con eso ficcionalicé un montón. Hay historias que fue interesante conocer para entender la relación con mi familia y mi noción de familia, que últimamente ha cambiado. Al final es un libro supersubjetivo, como tiene que ser, porque la poesía es así y me gusta que no tenga una relación directa con la realidad. Hay algunos poemas que hablan de sueños y son muy irreales. Esas licencias son válidas y necesarias dentro de un trabajo que es ficcional. Creo que hay que entender la poesía como ficción. A la novela no se le pregunta tanto como a la poesía, no se hace ese vínculo tan estrecho entre autor y obra. Pienso que es porque la gente tiende a pensar que un libro de poesía debiese ser real. Hay una relación con lo verosímil que es mucho más cercana con la narrativa.