Las elecciones del 15 y 16 de mayo de 2021: claves de un terremoto político

Como el plebiscito de 1988, las megalecciones de mayo pasado marcan un antes y un después en la historia del sistema político chileno. El desplome de los partidos tradicionales, la fragmentación de la izquierda y el alto número de independientes en la Convención Constitucional auguran grandes dificultades para producir gobernabilidad. Esta dispersión, sin embargo, puede hacer de la convención el ancla del proceso político que se abre.

Por Carlos Huneeus

Una elección crítica 

Los resultados de las cuatro elecciones celebradas los días 15 y 16 de mayo pasados significaron un terremoto político. Si bien fueron comicios distintos (de constituyentes, gobernadores, alcaldes y concejales), los resultados apuntaron hacia una misma dirección y remecieron al sistema de partidos políticos.

Fueron elecciones críticas, sobre todo la de constituyentes, de aquellas que los estudiosos del comportamiento electoral coinciden en señalar que producen un cambio fundamental en las preferencias del electorado, al romper alineamientos históricos y permitir la aparición de nuevos referentes. Todo esto genera cambios en el sistema de partidos por la nueva correlación de fuerzas y mutaciones en sus tres dimensiones: en el electorado, como organización y en su participación en el gobierno (party government).

Carlos Huneeus. Créditos: Felipe PoGa.

Estos comicios marcan un antes y un después en la historia del actual sistema de partidos políticos chilenos, 33 años después de otra elección crítica, el plebiscito de 1988, que inició el proceso que puso fin a la dictadura de Pinochet y determinó los partidos que predominarían en la política competitiva hasta ahora. 

El proceso constituyente

La principal de las tres fue la elección de la Convención Constitucional. Por primera vez en nuestra historia republicana de casi dos siglos, Chile tendrá una nueva Constitución redactada por representantes elegidos por el pueblo. La carta fundamental de 1833 y la de 1925 fueron redactadas por una comisión especialmente designada para ese fin por el poder ejecutivo de la época, y la de 1980, por la Junta de Gobierno.

Reemplazará a la Constitución de 1980, impuesta por la dictadura del general Pinochet siguiendo el modelo de una democracia protegida, con tutela militar, pluralismo restringido, desconfianza en la soberanía popular y mecanismos contramayoritarios para asegurar la permanencia de sus principales mecanismos, dándole un poder de veto a la minoría de derecha.

Utilizando conceptos de la teoría de la transición a la democracia de Rustow (1970), el proceso constituyente fue gatillado por “presiones desde abajo”, expresadas en las masivas manifestaciones de protestas (el estallido social del 18 de octubre de 2019) y por “acuerdos desde arriba” (el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, alcanzado el 15 de noviembre de ese año) entre los partidos de gobierno y de oposición, con la excepción del PC. Allí se estableció que se elegiría un Convención Constitucional de 155 integrantes, paritario y con representantes de los pueblos originarios (17) que redactaría la nueva carta fundamental.

Dicho acuerdo convocó un proceso constituyente que tuvo un primer hito en el plebiscito realizado el 25 de octubre de 2020, en el cual una amplia mayoría se pronunció por una Nueva Constitución y por una Convención Constitucional integrada exclusivamente por miembros elegidos que la redactaría, obteniendo un 78,27% y 79,44% respectivamente. Hubo una participación relativamente alta, 50,1%, superior a la que hubo en las elecciones de 2017, considerando el contexto de la pandemia.

La Convención Constitucional tendrá un reglamento que será aprobado por los 2/3 de los convencionales. Esta mayoría también se requerirá para la aprobación de las disposiciones de la nueva Constitución; una garantía para la minoría en cuanto a que no será sobrepasada por la mayoría de los convencionales, apuntando a que sea una Constitución de consenso. La nueva Constitución tiene un plazo relativamente breve para ser redactada: nueve meses, con una extensión de tres meses si fuese necesario.

Quiénes ganaron y quiénes perdieron

El principal resultado de las cuatro elecciones fue el “triunfo” de la abstención, un 56,6% del electorado en la de constituyentes, la cual, como se dijo, fue la más relevante. El “partido” más votado fue el de quienes no votaron y prefirieron permanecer en sus domicilios.  

La abstención es un aumento de dos puntos porcentuales respecto de la primera vuelta en las presidenciales de 2017 y de seis puntos sobre el plebiscito del 25 de octubre de 2020, que confirmó el proceso constituyente, cuando la abstención fue 49,1%. Más de un millón de votantes se desplazaron al abstencionismo en siete meses (7.527.996 y 6.467.978, respectivamente). Se reforzó una tendencia de declinación de la participación desde las elecciones parlamentarias de 1997, acentuada después por la introducción del voto voluntario en 2012.

Esta baja participación es una señal de una baja legitimidad electoral de la democracia, la cual requiere un mínimo de participación del 50% del electorado.

Los resultados de participación (en la elección de los constituyentes) desnudan la desigualdad socioeconómica y política. Las comunas de la zona oriente de Santiago, en las cuales viven las personas con mayor educación y más altos ingresos, tienen una participación electoral que se acerca a la de los países avanzados —Vitacura, 63,43%; Las Condes, 55,64%; y Lo Barnechea, 60,62%—, mientras que las comunas de la zona poniente de la capital, en las cuales viven las personas con menor educación y bajos ingresos, tienen una participación menor al promedio nacional —La Pintana, 36,29%; Cerro Navia, 38,94%; y Estación Central, 38,16%—.

El desplome de los partidos tradicionales

Un segundo resultado que destaca es el dramático estado de los partidos de centroizquierda de la ex Concertación, y de los de derecha, reunidos en Chile Vamos(que integró al Partido Republicano en su lista), todos los cuales apoyaron, en su momento, a los siete gobiernos después de Pinochet.  

Las colectividades de la ex Concertación (lista “Apruebo”) eligieron 25 convencionales (16,1%). La DC tuvo un desastre electoral, eligiendo solo un convencional, el presidente de la colectividad, y un independiente, que significa, en los hechos, haber quedado fuera de la Convención. Una situación similar fue la del PPD, que eligió dos convencionales y un independiente. Solo el PS tuvo un buen resultado, eligiendo 10 convencionales del partido y cinco independientes.

Los partidos de la ex Concertación recibieron un 33,5% de los votos de concejales, 15 puntos porcentuales por debajo de los recibidos en 1989, un 48,98%, cuando se estableció el hoy desplomado sistema de partidos.

La lista de la coalición de gobierno (“Vamos por Chile”) eligió 37 convencionales, muy por debajo del tercio que estaban convencidos de alcanzar para ejercer un poder de veto en la Convención Constitucional. 

La derrota en alcaldes fue severa, perdiendo 59 comunas, entre las cuales destacan Santiago, Ñuñoa y Maipú, en la Región Metropolitana, y Viña del Mar, Chillán, Valdivia, entre otras, en el resto del país.

En las elecciones de alcaldes de 1989 la derecha (RN y UDI) obtuvo un 34,19%, mientras que ahora alcanzaron 22,77%, una disminución de menor envergadura en relación al resultado de la centroizquierda. Esta votación aumenta significativamente al 33,1% con los sufragios obtenidos por los candidatos de las nuevas colectividades de derecha, el PRI, Evópoli y el Partido Republicano.

En tercer lugar, la nueva izquierda (Frente Amplio y PC) obtuvo un buen resultado, 28 convencionales, superando a los partidos de la ex Concertación.

La nueva izquierda, el PC e independientes de izquierda tuvieron un buen desempeño en las elecciones de alcaldes, al imponerse en importantes comunas de la capital (Santiago, Ñuñoa y Maipú) y de regiones (Valparaíso, Viña del Mar y Valdivia). También tuvieron un buen desempeño en la de gobernadores regionales, donde ganaron en primera vuelta en la Región de Valparaíso y pasaron a segunda vuelta en la Región Metropolitana.

En las elecciones de concejales, la nueva izquierda, el Frente Amplio y la Federación Verde Regionalista Social obtuvieron un 12,42%. El PC, por su parte, obtuvo 9,23%. Este es un aumento respecto a la votación alcanzada en las elecciones de 1993, la primera en las cuales presentó candidatos en una lista propia, alcanzando el 4,99% de los votos.

Sin embargo, se confirmó la fragmentación de la izquierda en una decena de partidos y una organización informal, la “Lista del Pueblo”, en la cual dominan los independientes de izquierda.

En cuarto lugar, destaca el gran número de independientes, que reafirma el varapalo recibido por los partidos tradicionales. Destacó la “Lista del Pueblo”, que eligió 28 convencionales, resultando el principal conglomerado de la Convención, aunque sin organización.  Otra la lista es la de los “independientes no neutrales” (“lista Nueva Constitución”), que eligió 11 convencionales.

Los independientes también fueron elegidos en cupos de listas de partidos, lo cual aumentó su peso en la Convención. 39 convencionales independientes fueron elegidos en esa situación, de un total de 90 elegidos por las listas de los numerosos partidos que participaron en los comicios. De esos 39, 7 fueron en listas de la UDI, que eligió 17; 5 en listas de RN, que eligió 15, e igual número en la del PS; y 5 de los 9 que eligió RD, entre otros.

La debilidad de los partidos tradicionales, la fragmentación de la nueva izquierda y el alto número de independientes hará muy difícil el trabajo de la Convención Constitucional. Estos últimos no tienen lealtades partidarias o de movimientos relativamente claras, lo cual puede conducir a protagonismos individuales que dificulten llegar a acuerdos. Estas dificultades son legados de los partidos tradicionales y del gobierno Piñera.

La difícil gobernabilidad con fragmentación de partidos y polarización

La derrota de los partidos de derecha se explica por el rechazo a la gestión del gobierno del presidente Piñera, particularmente ante el estallido social, sin saber qué hacer los primeros dos días, confiado en que se restablecería la paz social, y luego, declarando que el país estaba “en guerra con un enemigo poderoso e implacable”, sin atender las demandas de la población ni capacidad de controlar la acción de Carabineros para contener a los manifestantes, cometiendo graves violaciones a los derechos humanos.

También tuvo un mal desempeño ante la pandemia del covid-19, subestimando su gravedad, sin escuchar a los alcaldes y a los expertos, sin entregar ayuda oportuna y efectiva a los millones de chilenas y chilenos que fueron afectados por la crisis económica gatillada por la pandemia. Puso énfasis en la reactivación del comercio, que dañaría las medidas sanitarias destinadas a contener la expansión del coronavirus, con aumento de los contagios y muertes en el invierno de 2020, situando a Chile entre los países con mayor número de fallecidos por 100.000 habitantes.

La alta fragmentación del sistema de partidos, especialmente en la izquierda —hay 18 colectividades con representación parlamentaria—, y la polarización harán extremadamente difícil la gobernabilidad del país después de Piñera. Hay democracias con multipartidismo extremo que funcionan muy bien (Holanda), pero en ellas no hay polarización política, sino competencia hacia el centro, y las élites tienen una alta disposición a la negociación y al compromiso. Esas condiciones no se dan en el Chile actual. La derrota de la derecha, en tanto, abre un complejo futuro para el conglomerado y para el sistema político, porque una democracia estable requiere un partido de derecha moderno y consolidado.

Las nuevas constituciones no nacen en tiempos de tranquilidad, cuando el país no está sometido a grandes tensiones, sino que “casi siempre se redactan a raíz de una crisis o circunstancia excepcional de algún tipo” (Jon Elster). Son ocasiones en las cuales las élites son puestas contra la pared y se les impone la exigencia de superar sus conflictos, para ponerse de acuerdo en torno a los principios e instituciones que definen la nueva carta fundamental.

La principal tarea de Chile será entonces la redacción de la nueva Constitución, que supone celebrar un nuevo pacto social que configurará un nuevo tipo de relaciones de poder en el sistema político. La dispersión de fuerzas en la Convención Constitucional puede favorecer que esta institución sea un ancla del proceso político y contribuya a la gobernabilidad del país, al cual luego se incorporen el próximo gobierno y los nuevos legisladores que se elegirán en noviembre próximo.

Los claroscuros de Sergio Larraín, el chileno que tocó la cima de la fotografía

A finales de los 50 se convirtió en la joven promesa de la agencia Magnum tras fotografiar a la mafia italiana, pero después decidió que lo suyo no era el fotoperiodismo, sino la contemplación, el yoga y la cruzada ecológica. Se alineó con la psicodelia del grupo Arica para luego aislarse durante cuatro décadas en Tulahuén, un pueblito al interior de Ovalle, desde donde seguía enviando a Francia sus crípticas fotografías minimalistas. En 2013, el cineasta Sebastián Moreno decidió comenzar a descifrar el enigma del hombre tras el fotógrafo. El resultado es Sergio Larraín: El instante eterno, documental que se estrena este 4 de junio y que contiene registros inéditos del artista, entrevistas con su círculo más cercano y algunas respuestas que lo complejizan y lo vuelven un personaje aún más fascinante.

Por Denisse Espinoza A.

“Querido Henri:
Gracias por tu misiva. Siempre es una gran alegría recibir noticias de ti. Aquí estoy, la mayor parte del tiempo escribo… Y tomo algunas fotografías. Estoy desconcertado.
Me encanta la fotografía como arte visual…, así como un pintor ama la pintura. Ésa es la fotografía que me gusta. Pero el trabajo que se vende (fácil de vender), me obliga a adaptarme. Es como hacer carteles para un pintor… No me gusta hacerlo, es una pérdida de tiempo.
Hacer buena fotografía es difícil, lleva mucho tiempo. Intenté adaptarme en cuanto me incorporé al grupo de ustedes. Para aprender y conseguir que me publicaran. Pero me gustaría volver a hacer algo más serio. El problema son los mercados, lograr que te publiquen y ganar dinero…”.

Así comienza la carta, fechada el 5 de junio de 1962, con la que Sergio Larraín Echeñique (1931-2012) le cierra la puerta a su prometedora carrera como fotoperiodista de Magnum, la reputada cooperativa francesa fundada por Henri Cartier Bresson en 1947. Sí, habría luego algunos otros encargos, pero nada tan rimbombante ni rentable como el reportaje a la mafia italiana, cuando el chileno logró infiltrarse haciéndose amigo cercano del capo Giussepe Russo, a quien logró fotografiar tomando la siesta, retrato tan íntimo que luego de ser publicado obligó al autor a convertirse en fugitivo.

Sergio Larraín. Créditos: Magnum Photos.

Claro que Larraín estaba acostumbrado a huir, no precisamente del peligro a la muerte real, sino de sus propios demonios internos: la fama, el ego, aquella zona de confort que desde niño, criado en una familia de la burguesía ilustrada chilena, había rehuido al sentirse incomprendido.

Luis Poirot prefiere calificarlo simplemente como soledad. “Hay fotos de Sergio en que el desgarro de la mirada de los personajes es un milagro y eso es lo que a mí me conmueve. Yo sé que fotografiando esa soledad está fotografiando su propia soledad, que lo persiguió hasta el fin de la vida”, dice el fotógrafo, seguidor y amigo de Larraín en Sergio Larraín: El instante eterno, el documental de Sebastián Moreno que se estrena este 4 de junio por PuntoTicket y que intenta descifrar los mitos que rodearon al único chileno que logró ser parte de la agencia Magnum, pero que luego decidió aislarse del mundo.

Poirot es uno de los entrevistados en el documental y el encargado de leer la carta dirigida a Cartier Bresson como una de las razones que tuvo Larraín para renunciar a la fama mundial. “Queco no es un reportero, no es un paparazzi, Queco es un poeta”, afirma.

Justamente fue esa mirada inusual la que lo hizo destacar desde que a mediados de los 50, cuando tenía solo 20 años, fotografiara con una sensibilidad única a los niños vagabundos del río Mapocho y luego recorriera las laberínticas escaleras de Valparaíso.

El don de Larraín era pasar desapercibido, invisible tras el lente. Tomaba fotografías como si no estuviese ahí, miraba de soslayo, interponía ramas, muros y rejas entre él y su objetivo antes de disparar. Se escabullía de la mirada frontal, buscando los ángulos menos evidentes, con los que conseguía escenas llenas de encanto que terminaron siendo publicadas en las revistas más prestigiosas, como Paris Match y Life, y elogiadas por los mejores fotógrafos del mundo.

Sin embargo, solo tras la muerte de Larraín en 2012, y por expresa decisión suya, su obra comenzó otra vez a difundirse. Así fue que se realizó su primera gran retrospectiva en 2013, en el Festival de Arles, Francia, curada por Agnes Sire, su amiga y directora artística de la Fundación Cartier Bresson, y que al año siguiente se instalaría en el Museo de Bellas Artes del Parque Forestal. 

También fue hace siete años que el director Sebastián Moreno (La ciudad de los fotógrafos, Guerrero) decidió embarcarse en su propio proyecto para conocer en profundidad la obra y vida del fotógrafo. Fue un proceso largo que lo llevó, de a poco, a acceder a testimonios como los de las dos hermanas de Larraín que aún viven, sus dos hijos, sus seguidores en Tulahuén, un coleccionista, un sobrino e incluso a los archivos de Magnum, donde está resguardada toda su obra.

El resultado es un documento magnífico que recoge videos inéditos en 8mm, diapositivas en colores, negativos e imágenes nunca antes exhibidos al igual que entrevistas reveladoras sobre la naturaleza más personal de Larraín. Sin embargo, el enigma persiste y aunque el retrato es copioso en aristas también complejiza aún más su figura.

Sebastián Moreno durante el rodaje de Sergio Larraín. El instante eterno. Gentileza de Películas del Pez.

¿Qué mitos en torno a Larraín fuiste derribando en estos años de investigación?

—Bueno, uno de los más importantes fue descubrir que Larraín nunca abandonó la fotografía, que es algo que yo tenía súper fijo hasta que en una de las cartas que encontré se relata un viaje que hace a Valparaíso en los años 90, viajando toda la noche en un bus. Vuelve al lugar donde comenzó todo, donde toma su icónica imagen de las niñas gemelas y pasa todo un día tomando fotos. Para mí eso fue clave, saber que no había nada tan definitivo en la vida de Sergio, que siempre estaban estas idas y regresos, que todos nos arrepentimos a veces de las decisiones que tomamos y tratamos de recuperar el tiempo perdido. Y luego él hace una maqueta donde integra su visión espiritual con estas nuevas fotografías y nos dice cómo miraba el mundo, la que finalmente se termina publicando en 2016.

Posteriormente, además, se conocen otra clase de fotos más minimalistas y conceptuales que también se exponen en la muestra de 2014, en el Museo de Bellas Artes.

—Están esos encuadres, composiciones más geométricas, simples y cotidianas que él llamaba Satori y que tienen que ver con un ejercicio de meditación para conectarse con el presente, con el aquí y el ahora y que él sigue enviando a la agencia Magnum, pero que no corresponden con los fotoreportajes de antes con los que se hizo conocido. Allá no comprenden por qué sigue enviándolos, pero de todas formas las guardan.

¿Qué descubriste durante tu visita a Magnum y cómo fue tu enlace con el reconocido fotógrafo Josef Koudelka?

—Fue maravilloso porque ahí aparecieron todas esas fotos de Italia, de la mafia siciliana, se despliegan las imágenes que uno solo había escuchado de oídas, personajes que yo había entrevistado aparecen más jóvenes, como Piro Luzco, este amigo que lo acompaña a Valparaíso y también se da el encuentro con Josef Koudelka, que fue un gran regalo. Al principio no nos quería recibir, pero luego, cuando le menciono que había encontrado una carta que él le había escrito a Larraín diciéndole que por favor no le enviara más correspondencia sino que mejor le enviara fotos, se le abrieron los ojos y me concedió una entrevista, en la que dice que Larraín es un talento incompleto. Todo eso te lo da la rigurosidad de la investigación, porque si no hubiésemos tenido el as bajo la manga de la carta, no lo habríamos logrado.

Tu documental retrata la contradicción que existe dentro de Larraín, quien a pesar de su retiro de la vida pública está empecinado en entregar un mensaje al mundo.

—Claro, retirarse físicamente del mundo no significaba que no estuviese interesado en el mundo. Fue justamente por estos libritos que un día llegaron a la casa de mi papá, los llamados “Kindeplanetarios” que son textos espirituales muy sencillos que él hacía para que se repartieran, que creció la pregunta sobre qué había sido de la vida de este fotógrafo que yo admiraba. Además de estos libros, él escribió muchas cartas a sus familiares y amigos, e incluso a autoridades de la época. Alguien me contó que incluso le escribió una carta a Pinochet diciéndole que era necesario hacer clases de yoga en todo Chile, imagínate. Estaba en esa cruzada, pero desde su casa en Tulahuén.

«Lo bonito de la película es que aparece esa contradicción de Sergio, de ser un tipo con ciertas búsquedas que lo determinaron, pero que tuvieron costos en su vida familiar. No fue gratis alejarse, él tenía sus propios problemas y es bonito que eso aparezca porque le da una dimensión más cercana y humana. Sergio Larraín era como cualquier ser humano, con sus claros y oscuros. Una foto con pura luz no es nada, necesita de contrastes, de esa lucha entre la luz y la oscuridad para crear una imagen, y de alguna manera los seres humanos somos eso, tenemos esa permanente pugna con nuestros egos, deseos, con nuestros traumas que nos van forjando como personas».

Sergio Larraín en su época de trabajo para Magnum, París. Créditos: Magnum Photos.

¿Qué tanto material desconocido existe aún de Larraín?

—Sergio ha sido desclasificado primero por Agnes Sire, que es una figura importante de la fotografía en Francia y en Europa, con quien se envía correspondencia por años, pero nunca se conocen en persona. Es ella quien convence a Sergio de hacer este primer libro sobre Valparaíso, siempre enfocado en el blanco y negro, pero también hay todo un material en colores, en diapositivas y de eso hemos visto muy poco. Hay una serie de fotos que se publicaron en la revista National Geographic sobre Isla de Pascua, Juan Fernández y la Patagonia que salieron publicadas también en otras revistas, o también de un formato a color 6×6, muy escaso. Hay mucho que ver y sobre todo de Chile, Sergio viajó mucho por Chile en una época en que no era fácil viajar y menos con una cámara fotográfica, entonces hay un material súper valioso por descubrir.

«También encontré a una persona que había sido asistente de Larraín y que tenía una caja llena de descartes, que contradijo las órdenes de Larraín de botarlas a la basura y en vez de eso lo guardó. Y también hay mucha gente que tiene fotos regaladas por Larraín, copias de época, álbumes que Larraín hacía y le regalaba a su familia, a su papá. Existe hasta el álbum de matrimonio de una de sus hermanas, que aunque eran fotos de algo cotidiano siempre había en ellas una vuelta de tuerca que tenía el sello Larraín».

Tras el estreno en Chile, la película iniciará su recorrido por festivales, no de cine sino de fotografía, “su escenario natural”, dice Moreno. “Larraín es un referente mundial y estamos muy expectantes de cómo será la recepción en EE.UU. y Europa. Su trabajo está en las colecciones más importantes de arte, en la Tate de Londres, por ejemplo, es parte de la muestra permanente donde una de sus fotos está al lado de un Picasso”.

A fin de año, además, el director tiene planificado el estreno de una serie de cuatro episodios de larga duración para la televisión, que son complemento de la película y que contienen más entrevistas y material inédito. “Como en una novela crecen ramas que tienen que ver con el tronco principal, en la serie también hay historias que se salen un poco de la trama, es muy diferente a la película, pero seguimos profundizando los temas: el origen, el fotógrafo, la vida mística y el retiro”, cuenta Moreno.

¿Crees que tu documental logra responder esa pregunta latente que existe sobre la renuncia de Larraín a la fotografía?

—Creo que sí, en alguna medida encontramos algunas claves para entenderlo. Tiene que ver con muchas cosas, pero principalmente con una relación con su padre muy difícil, muy dura. Yo creo que Sergio no se sintió cómodo nunca en el hogar en que le tocó nacer. Creo que allí se gatilla su pulsión por buscar su propia identidad, este camino espiritual que emprende en su adultez como algo definitivo e irreversible, que lo llevó a alejarse de la vanidad que significa el éxito como fotógrafo de Magnum. Había una pulsión en él, como buen artista, tenía que hacer lo que necesitaba hacer. Sergio buscó permanentemente su propia utopía hasta que encuentra su lugar en Tulahuén, donde podía estar más tranquilo, ser anónimo, donde nadie le pedía entrevistas o autógrafos, aunque llegaban de todas partes a buscarlo; pero creo que ese fue el patrón: escapar y renunciar hasta llegar a una vida sencilla, vivía en una casa muy humilde, y creo que ahí fue bastante feliz esos años de su vida, que hay que decir fue casi la mitad: él llega como a los 40 años y murió a los 81.

Nacido en la clase acomodada, su madre fue Mercedes Echeñique Correa y su padre fue el arquitecto Sergio Larraín García Moreno, uno de los cultores más aventajados del modernismo en Chile, autor del edificio “Barco” en José Miguel de la Barra y fundador del Museo de Arte Precolombino a partir de su propia colección personal. Fue, además, decano de la Facultad de Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica, que desde 1959 se instaló en la casa Lo Contador, un edificio de 1780, gracias a sus gestiones.

Sergio Larraín junto a sus hermanas. Gentileza de la familia Larraín Echeñique.

En el documental se ve la presión que Sergio hijo siente por cumplir las expectativas de ese padre imponente, exitoso y, a su vez, su constante deseo de rebelión, de seguir su propio camino. Más adelante, se muestra cuando se hace padre de su primera hija, Gregoria, con la peruana-francesa Paquita Tuerl, quien la cría en París, para luego tener a su hijo Juan José, fruto de su relación con Paz Huneeus, compañera durante su estadía en el grupo Arica, una escuela esotérica y de meditación fundada por el chamán boliviano Óscar Ichazo, a la que adhirió también el psiquiatra Claudio Naranjo y en la cual Larraín profundizó su camino espiritual.

El episodio es particularmente revelador cuando Huneeus cuenta que el alejamiento de Larraín pudo haberse debido a que descubrió las prácticas abiertamente sexuales que Ichazo sostenía con las mujeres del grupo. Luego de eso, el fotógrafo decidió llevarse a su hijo a vivir con él a Tulahuén, lejos de su madre.

Así, Moreno entrevista a su hija Gregoria —quien “accedió muy amablemente desde el primer momento a la idea de la película”— y a Juan José, quien sigue viviendo en la casa de Tulahuén y reconoce, durante el filme, la complicada vida que llevó desde niño con un padre estricto, quien lo obligaba a meditar y de quien debía soportar estados de ánimo cambiantes.

Paquita Truel y Sergio Larraín junto a la hija de ambos, Gregoria. Gentileza de la familia Larraín Echeñique.

Resulta paradójico a esas alturas de la película encontrarse con un Sergio Larraín que de alguna forma se convierte en esa figura del padre exigente que él mismo evitó.

—Ahí te das cuenta que cuando uno no trabaja la relación con los padres tiende a repetir de manera casi inconsciente esos patrones. En ese sentido, creo que Sergio también tuvo sus carencias como padre, amó profundamente a sus hijos, pero no supo cómo ser mejor padre. Por un lado apelaba a la paz mundial, transmitía el mensaje de salvar el mundo, pero chuta, en su propia casa tenía a la persona más importante que salvar. Me pareció importante ponerlo en la película, porque habla de nuevo de las debilidades de un personaje que ha sido muy glorificado, y con justa razón, por su trabajo, pero también es válido indagar en la intimidad de estos artistas porque nos da más luces de sobre la complejidad de sus miradas y trabajos.

¿Crees que el mensaje de Larraín tiene vigencia hoy?

—Totalmente, tiene cosas que decir y contar y llega en un buen momento. Primero, hoy resuena mucho la idea del aislamiento, de su autoexilio, de esa vida de ermitaño voluntaria que él vivió, pero que hoy nosotros nos vemos obligados a llevar. Esa vida monacal y sencilla que él propuso hace eco en el presente. Por otro lado, está el discurso ecológico, de vida armónica con el medio ambiente, justo ahora que estamos discutiendo cómo ir construyendo un nuevo futuro. Además, pese a todas sus dificultades y complejidades, Larraín fue un tipo humilde que convivió y ayudó a mucha gente. Desinteresada y anónimamente, a veces Larraín les abría cuentas de ahorro y les depositó un millón de pesos a personas que necesitaban o a la vecina que se le cayó el techo para un invierno, les financió el cambio completo, a otra gente le compraba terrenos para que se construyeran sus casas. Entonces, iba calladito ayudando y tratando de integrarse a ese mundo al cual él no pertenecía, porque Sergio venía de una familia muy rica, de una aristocracia muy culta y de carácter filántropa que la verdad extrañamos en este país, gente con visión, con conciencia y con recursos, que no dudaban de poner a disposición de los intereses de Chile.

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Sergio Larraín: El instante eterno
Sebastián Moreno
Estreno: 4 de junio
Funciones: 4, 5 y 6 de junio
Preventa en Puntoticket

Sergio Larraín: El instante eterno
Sebastián Moreno
Estreno: 4 de junio
Funciones: 4, 5 y 6 de junio
Preventa en Puntoticket

Eduardo Engel: «Uno estaba mucho más seguro en Santiago a fines del año pasado, sin vacuna, que ahora, con vacuna»

Sin vacilaciones, el profesor titular de la U. de Chile y director de Espacio Público sindica al Gobierno como el responsable de una crisis sanitaria que, a su juicio, puede manejarse de mejor manera para evitar más contagios y muertes. Si bien admite el buen trabajo que se hizo con la adquisición de vacunas, reconoce que “no hay algo que me lleve realmente a entender cómo se puede cometer un error de política pública de esta magnitud” para referirse a las que considera señales confusas de normalidad de parte del Ejecutivo en medio de un tercer brote significativo de casos y muertes por covid-19.

Por Jennifer Abate C.

El profesor titular de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile y director del centro de estudios independiente Espacio Público ha sido, desde el inicio de la pandemia, una de las voces más críticas frente al manejo del Gobierno de la crisis sanitaria. En los primeros meses, promovió las cuarentenas totales cuando el Ejecutivo insistía en el concepto de confinamientos dinámicos y hoy, con cifras alarmantes de contagio, que hace pocos días alcanzaron casi nueve mil en todo Chile, llama a un cambio urgente de estrategia basado en la transparencia de la información disponible y la convocatoria amplia de expertos y expertas interesadas en colaborar con la gestión de la crisis.

Eduardo Engel

¿A qué factores se debe la difícil situación de contagio de covid-19 en la que nos encontramos hoy?

—Creo que se debe a un error de diagnóstico, a no haber escuchado lo que decían expertos muy diversos, a un grado importante de obstinación por parte del Gobierno. El Gobierno ya cometió un error importante a comienzos de marzo, cuando estaba convencido de que se evitaría una segunda ola, un segundo incremento importante de casos, gracias al programa de vacunación. Las evidencias eran claras: los tiempos no calzaban. La vacuna, siendo muy importante —es bueno aclararlo desde el comienzo—, siendo una enorme ayuda y algo muy positivo que hayamos vacunado relativamente rápido comparado con la mayoría de los otros países, igual no iba a servir para detener una segunda ola. Por lo tanto, no se podía llegar y relajar las medidas de reclusión todavía, había que buscar la mejor forma de hacer un último esfuerzo, dar esas seis semanas adicionales que requería la vacuna para tener una protección masiva.

En semanas recientes, el error de diagnóstico, la falta de análisis, la negación de la realidad del Gobierno era que podíamos tener una situación en la cual, a pesar de que subían los contagios, bajaría la cantidad de gente que llegaría a ocupar las UCI o a morir, y que, por lo tanto, gracias a la vacuna no importaba mucho que subieran los contagios. Ese análisis, que era el leitmotiv del Gobierno, estaba equivocado, y ahora se está revelando que estaba equivocado. Esto no fue mala suerte o que el virus los traicionó; simplemente eran errores no forzados y un afán de no querer escuchar a expertos muy diversos que estaban diciendo lo mismo: “no haga lo que está haciendo”.

¿Tiene una lectura de por qué el Gobierno se niega a escuchar a esos expertos y expertas?

—Es muy complicado especular sobre por qué la gente hace las cosas, ¿no? En el grupo que seguimos la pandemia en Espacio Público comentamos mucho esto y uno especula, digamos, tratando de entender qué lleva a alguien a cometer errores tan grandes. Puede ser que el Gobierno quiera apelar al cansancio pandémico que tenemos todos, pero no se da cuenta de que cuando se empiece a ver la cifra de contagiados, como ahora, va a tener que echar pie atrás de nuevo y la derrota política va a ser aún mayor de lo que fue. Esa hipótesis, que es parte de lo que está pensando el Gobierno, creo, tampoco es una buena hipótesis, porque significa que calcularon mal. No hay algo que me lleve realmente a entender cómo se puede cometer un error de política pública de esta magnitud por segunda vez en menos de tres meses.

¿Se ha puesto el suficiente énfasis en la transparencia y claridad de la información sobre el impacto de la pandemia?

—El acceso a datos ha sido una pelea muy grande del mundo científico, de las políticas públicas. Evidentemente hoy tenemos muchos más datos que en abril del año pasado, sin embargo, el Gobierno sigue no haciendo públicos datos que deberían ser públicos y que usa a sus anchas. Uno a veces tiene dudas de si estará eligiendo la parte que le conviene. Los datos más importantes en este momento, en los últimos dos o tres meses, que debieran ser públicos y que el Gobierno se niega sistemáticamente a publicar, son el desglose de todas esas estadísticas que da el ministro [Enrique] Paris tres veces por semana en conferencia de prensa y que aparecen diariamente en los reportes del Gobierno, pero separadas por vacunados y no vacunados. Los números de hoy (viernes 28 de mayo), con casi 9 mil nuevos casos de contagio, por ejemplo. Quiero saber cuánta de esa gente está vacunada y cuántos no están vacunados. De la gente que está en la UCI, cuántos están vacunados y cuántos no están vacunados. La gente que muere cada semana, cuantos están vacunados y cuántos no están vacunados. El número de vacunados y no vacunados que están en la UCI, con rango etario, además, eso es muy importante, y lo mismo para los que mueren, los contagiados y hospitalizados. El Gobierno tiene una tendencia a esconder esa información, pero a aprovecharla cuando le conviene para argumentar a su favor.  Cuando uno tiene información pública, todo el mundo de las políticas públicas, todo el mundo científico puede ir aportando ideas, muchas veces viendo cosas que el Gobierno no ve y alertando cuando está en esta visión de túnel, creyendo cosas equivocadas, lo que ayuda a construir mejores políticas públicas.

¿Qué opina sobre la comunicación de riesgo que ha realizado el Gobierno a lo largo de la crisis sanitaria?

—El Gobierno ha tenido una muy mala comunicación de riesgo, esa es la verdad. Yo creo que todos compartimos el objetivo del Gobierno, de que los rezagados en todos los grupos etarios se vacunen, eso es muy importante: si alguien lee esto, por favor, vacúnese. Pero el Gobierno tiene que comunicar el riesgo correctamente y no enviar mensajes contradictorios como el que dio con este pase [de movilidad] que se aprobó la semana pasada. El mensaje debería decir que tenemos un brote tremendo y que hay que volver a cuidarse. Hay un objetivo válido, que es que la gente rezagada tenga más incentivos para ir a vacunarse, pero la política es equivocada, había muchas otras formas de incentivar a esa gente, se pueden pensar muchas cosas que no dan el mensaje negativo de que estamos en la normalidad. Esto está ayudando a que la gente vaya a vacunarse, pero a un costo enorme, porque más gente se vuelve a contagiar porque cree que estamos en la normalidad y claramente no estamos en la normalidad. Con los niveles de contagio que hay en este momento, la probabilidad de morirse es alta, uno estaba mucho más seguro en Santiago a fines del año pasado, septiembre, octubre del año pasado, sin vacuna, que ahora, con vacuna.

A eso se agrega que si tenemos un sistema hospitalario colapsado, si me enfermo, mis chances son mucho peores vacunado o no vacunado, porque la calidad de la atención que recibo no es la misma. En las UCI están haciendo un esfuerzo enorme, hay que aplaudirlos, valorarlos y apoyarlos en todo lo que uno puede, pero en ese nivel de estrés la calidad no es la misma que si fueran números más normales. Es lo que los médicos llaman, con cierto eufemismo, “adecuación del esfuerzo terapéutico”, que en buen castellano significa que hay gente que en épocas normales de la UCI se salva, pero como estamos en crisis hospitalaria, ya no hay UCI para ellos y los mandan para la casa y se mueren. Es una situación de la que se habla poco, cuesta decirlo, pero está sucediendo bastante en estas semanas y va a seguir en las que vienen.

Hay que decirle a la gente que tenga mucho más cuidado, el riesgo se comunica cuando uno tiene mensajes claros, consistentes, que no es lo que está haciendo el Gobierno, que le echa la culpa a la gente.

Como usted plantea, el Gobierno ha puesto énfasis en la responsabilidad individual de las personas en el aumento de los contagios. Si usted tuviera que atribuirle un porcentaje a la responsabilidad, ¿cuál sería el que les corresponde a las personas y cuál el que les asignaría a las autoridades que toman las decisiones políticas y sanitarias?

—No puedo responder a esa pregunta, pero puedo decir que este no es un problema individual. Todos tenemos una responsabilidad en no tomar riesgos innecesarios. Hemos aprendido durante la pandemia que podemos hacer muchas cosas con riesgos muy, muy bajos, no estamos en abril del año pasado, cuando el mensaje era “no haga nada”, hoy se puede salir y caminar al aire libre, hacer deporte al aire libre; hasta ir a un restorán al aire libre es algo de muy bajo riesgo si se toman las precauciones del caso, ahora eso está comprobado. En cambio, estar en espacios cerrados y sin mascarilla, con bastante gente, es buscarse enormes problemas. Pero los riesgos que asumo no solo dependen de mí, también dependen del nivel de circulación general del virus, y eso depende de la conducta de todos. Todos estamos en esta, en el país, en la ciudad, en el planeta.

Pero necesitamos un liderazgo que convoque. ¿Qué hace un Gobierno si la gente no confía en él? La respuesta es obvia: busque a gente en la que las personas confíen para que dé el mensaje. Para el Gobierno ha sido muy importante tratar de aprovechar la pandemia para resucitar políticamente, sacar provecho político, y no ha dejado que la gente que tiene credibilidad, personas civiles de diverso tipo en las que la gente sí confía, actúen, no ha querido que esas personas tomen el liderazgo porque pierde presencia política.

Después de un requerimiento de transparencia del Colegio Médico, el Gobierno confirmó que la Mesa Asesora Covid-19 no tiene funcionamiento formal ni actas de sus reuniones. ¿Qué opina sobre esta forma de funcionamiento en una instancia clave para la toma de decisiones sobre el manejo de la pandemia?

—A ver, yo no soy experto en derecho administrativo para decir si cada instancia, sobre todo una instancia exclusivamente de Gobierno, tiene que dejar en acta cada decisión, pero lo que sí veo acá es un patrón de comportamiento de este Gobierno, en que a aquel que trata de criticar se le descalifica en vez de contraargumentar. En países más avanzados, muchas veces quedan grabaciones sobre estas reuniones para que la historia pueda juzgar y aprender las lecciones del caso, y la única manera de aprender de los errores es saber lo que estaba pasando. Aquí hay una inquietud legítima del Colegio Médico y la respuesta es no responder a la legítima pregunta, y eso desgraciadamente se ha vuelto una constante en la forma de comunicar del Gobierno cuando alguien osa criticarlo en el tema de la pandemia. Cada vez que el ministro Paris recibe alguna crítica, responde que se está criticando a todo el personal médico, cosa que es totalmente falsa: se está criticando al ministro porque hace mal las cosas y no al personal médico, y siempre está el victimizarse o el descalificar a quien critica en vez de responder con argumentos que uno esperaría desde la sociedad civil.

El médico internista Juan Carlos Said publicó en Ciper una columna en la que argumenta que la vacuna Sinovac no ha sido suficientemente efectiva para cortar el contagio de covid-19 y que por eso Chile debería avanzar en la vacunación con el mayor número de vacunas altamente efectivas, como Pfizer, Moderna o Sputnik. Para la realidad de nuestro país, ¿fue un error privilegiar la vacuna con Sinovac?

—Me parece que lo que dice la columna de Said es un tanto distinto. No teníamos otra, y haber tenido la Sinovac es muchísimo mejor que no haber tenido nada. La regla en ese momento era “vacune con lo que tenga”, y la Sinovac no tiene la efectividad de la Pfizer ni de la Moderna, pero tiene una efectividad muy, muy valiosa, y puede salvar, está salvando y va a salvar miles de vidas. El problema es que el Gobierno ha exagerado la efectividad. La efectividad es un concepto relativo, que dice cuánta gente menos se contagia gracias a la vacuna comparada con la que se hubiera contagiado sin vacuna. Se compara a los con y sin vacuna, pero no me dice cuántos hay en total en cada grupo, hay que explicarlo porque la mayoría de la gente no lo entiende. Si yo digo que, por ejemplo, la Sinovac tiene una efectividad del 60% en prevenir el contagio sintomático y asintomático, eso significa que, si sin vacuna hubiese tenido cien contagios, tengo solamente cuarenta con vacuna, porque hay sesenta que se dejan de contagiar, pero también significa que si hubiese tenido diez mil sin vacunar, tengo solo cuatro mil. La pregunta es: ¿cien y cuarenta o diez mil y cuatro mil? Y esa diferencia depende de las restantes medidas que se estén tomando.

La Sinovac ha evitado un número importante de contagios y lo más importante es el 80% de efectividad para evitar muertes. Donde hubiesen muerto cien personas sin vacuna, han muerto solamente veinte y ochenta se salvaron, pero nuevamente, la pregunta es: ¿cien contra veinte o diez mil contra dos mil? Nuevamente miles de personas terminarán muriendo a pesar de este programa de vacunación activo. Entonces, entre no vacunar o vacunar muy poquito, como pasa en Argentina, no cabe duda de que en Chile vacunar con Sinovac ha sido mucho mejor. Dicho eso, no se debió decir nunca lo que dijo el ministro Paris, que está por escrito y lo está diciendo hasta abril: “la efectividad de Sinovac en prevenir muertes es del 100%”.

Eso lo desmintió el primer estudio de seguimiento de personas que se habían vacunado con Sinovac en Chile…

—Efectivamente, ese informe lo hicimos Alejandro Jofré, Juan Díaz y yo. Volviendo al 100% que informaba el ministro Paris, este se basaba en un estudio del Institutio Butantan con aproximadamente 10 mil personas, donde hubo siete casos graves entre los no vacunados y ninguno entre los vacunados. Y donde no hubo muertos, ni entre los vacunados o los no vacunados. Existe un concepto en el mundo de la bioestadística que todo buen médico conoce: intervalo de confianza. Dados los resultados de este estudio, la transmisión correcta de riesgo era decir que un intervalo de confianza para la efectividad en prevenir muertes estaba entre 55% y 100%. Eso es lo que uno podía decir responsablemente, pero el Gobierno decidió decir 100%. Una persona que comunica bien los riesgos se pone a la mitad del intervalo y dice 80%, pero no se pone en 100%, que era el escenario ultra, ultraoptimista. Ya habían empezado los rumores en marzo: “oye se murió esta persona y tenía la vacuna y habían pasado dos semanas”, y salía el caso en el diario, porque evidentemente iba a ser noticia cuando muriera gente que estuviera vacunada, pero el esfuerzo inicial era dar a entender que eran personas muy débiles y muy enfermas. Ni siquiera tienen la capacidad de elegir estrategias comunicacionales que no se evidencie en el tiempo que están equivocadas. Es algo realmente muy difícil de entender.

¿Funcionan las cuarentenas en la manera en que las estamos manteniendo o es el momento de pensar en otras medidas que ayuden de manera más efectiva a disminuir los contagios?

—Las cuarentenas son las medidas de último recurso, cuando la pandemia se sale de control y cuando no hay nada más que hacer. Lo que uno quisiera es nunca tener que recurrir a cuarentenas y hay muchas cosas que se pueden hacer para ojalá no recurrir nunca a la cuarentena, como, por ejemplo, mejorar la trazabilidad, que es un tema en el que seguimos al debe y en que el Gobierno no se ha puesto las pilas de verdad. Llevamos muchos meses bastante estancados en el tema trazabilidad, ese es el tema en el que se podría avanzar mucho. Hay otro tema también, las estrategias para prevenir contagios en empresas y colegios, que cuestan plata, pero no tanta, un poquito de plata. Esos son los temas que evitan tener que recurrir a cuarentenas. Pero en el escenario en que estamos ahora, a niveles altísimos, con el sistema hospitalario al borde del colapso, hay momentos en que la cuarentena pasa a ser la única medida, pues, aunque baje solo un 20% la movilidad, eso ayuda mucho. Podrían ser mucho más efectivas las cuarentenas, claro que sí, podrían ser más efectivas, pero cuando el Gobierno se las cree. Cuando el Gobierno invoca la cuarentena después de demonizarla, quién diablos le va a creer. En comunicación de riesgo, la primera cuestión es un mínimo de consistencia en el tiempo. En segundo lugar, se han dado tal vez demasiados permisos que no son bien usados. Cuando parten cien mil familias a la playa para el 21 de mayo, está claro que esa gente no tenía un funeral, que esa gente no se iba a su casa a trabajar; se fueron a su casa de veraneo y punto, hay un problema de fiscalización. Y tercero, pero con este gobierno creo que es imposible, se podrían hacer buenas encuestas. Yo creo que se ha instalado la idea de que las cuarentenas no sirven, pero podríamos decirle a una empresa de encuestas independiente que haga un estudio bien en serio, con focus group, a la gente, viendo lo que realmente quiere.

Hay una pregunta en la última encuesta del CEP, una pregunta que le pide a las personas que elijan entre un mundo en el cual priman las libertades y cada uno se mueve lo que quiere, y un mundo donde se restringe mi libertad y no me deja moverme para nada, todo en un contexto de pandemia. La pregunta está formulada de manera muy sesgada porque la ideología del CEP es pro libertad por encima de cualquier otro derecho. A pesar de lo sesgada que está formulada la pregunta, el 70% se inclina por la frase que está planteada de una forma que parece del Gran Hermano, una frase que indica que básicamente yo quiero que me restrinjan para revertir la pandemia. El Consejo para la Transparencia también hizo una encuesta en diciembre y enero, en la cual les pregunta a las personas por medidas concretas y hay cinco medidas bien restrictivas. El Consejo para la Transparencia está preocupado del tema de la privacidad y, claramente, si a la gente no le preocupa la privacidad, entonces hay más herramientas para contener la pandemia. En las dos encuestas que han hecho preguntas, dos instituciones cuya agenda estaba en la onda de que la gente no quiere medidas restrictivas, en el caso del CEP porque es de derecha, en el caso del Consejo para la Transparencia porque están muy interesados en liderar el tema de la protección de datos personales, la gente dijo que estaba dispuesta a que no haya libertades con tal de que esto baje más rápido.

¿Qué es lo que podríamos esperar en este año 2021 y 2022 respecto a un potencial regreso a la normalidad?

—Es muy difícil hacer proyecciones y eso depende no solamente de las dinámicas del virus, sino que de las dinámicas que va tomando la autoridad, cómo logra convocar o no convocar a las personas. Un escenario optimista es un Gobierno que revierte el norte equivocado, que hace algo de lo que he dicho recién, que es convocar. Así, de acá a finales de julio, principios de agosto, podría esperarse que bajen drásticamente los contagios. Un escenario intermedio es que el Gobierno no revierta rápidamente, que se requieran varias semanas más para que se dé cuenta de su error. En ese caso, tendríamos que en septiembre y octubre, con la ayuda de la llegada de la primavera, podríamos alcanzar valores más bajos. Pero es difícil hacer proyecciones, es una pena, porque el programa de vacunación es bueno, en parte porque el Gobierno se consiguió las vacunas y en parte porque Chile tiene una larga tradición de vacunar bien, pero cantaron victoria antes de tiempo dos veces y con eso se perdió la oportunidad de haber salido de esta pandemia bastante antes.