Rebeca Matte Bello: La audacia de una vida

Hace tres años, la investigadora y gestora cultural María Ester González, residente en Roma, descubrió una pieza inédita de la gran escultora Rebeca Matte Bello (Santiago, 1875 – Fiésole, 1929). Une vie, realizada en Florencia, en 1913, revive el legado de la artista, cuya valentía le permitió convertirse en la primera mujer chilena dedicada a la estatuaria pública, con reconocimientos nacionales e internacionales que avalan su enorme talento. A partir de ese hallazgo, la autora de este artículo actualiza, devela y divulga, mediante una acuciosa investigación, los estudios sobre su vida y obra.

Texto y fotos: María Ester González Cereceda

Rebeca Matte Bello, hija única nacida en una familia aristocrática, cuyo padre, diplomático, se convierte en su protector y mecenas, trae consigo atisbos de cambio inminente. Nace el 29 de octubre de 1875 en Santiago de Chile. Su madre desarrolla una enfermedad mental que la lleva a refugiarse en los brazos de su abuela materna, Rosario Reyes, reconocida facilitadora cultural, quien la hace partícipe de tertulias que reúnen al cenáculo intelectual del gran Santiago. Esos primeros años de encuentros y nuevos conocimientos forjan su futura personalidad.

La investidura de su padre le permite acceder a lugares y ambientes a los cuales difícilmente habría sido convocada en su calidad de mujer.

Se establece en París, viaja a Roma, Berlín y adonde el trabajo de su padre lo requiera, hasta radicarse definitivamente en un pequeño pueblo de Toscana llamado Fiésole. Allí vive años intensos, de emocionantes reconocimientos y grandes pérdidas. En Villa La Torrossa pasará sus últimos días.

Es precisamente desde esta zona donde vuelve a resonar su nombre y su obra, 90 años después de su muerte, con el sorpresivo hallazgo de la escultura Une vie (Una vida), en el Museo Stibbert, el 23 de abril del año 2018, luego de una consultación de las fichas de las esculturas que se encuentran en la Galería de Arte Moderna de Palazzo Pitti, en Florencia.

Los pasos de una escultora

Rebeca Matte, hija única, nace en una familia aristocrática, cuyo padre, Augusto Matte Pérez[1], diplomático, se convierte en su más grande sostenedor.

Al nacer (1875)[2], la madre, Rebeca Bello Reyes[3], desarrolla una enfermedad mental que la lleva a crecer junto a su abuela materna, Rosario Reyes, mujer muy importante en el desarrollo intelectual y cultural de la pequeña Rebeca, ya que esta casa era un punto de referencia para la sociedad del tiempo. Un escenario del que difícilmente habría sido partícipe siendo mujer. Conocidas eran las visitas de José Victorino Lastarria, Alberto Blest Gana, junto a otros renombrados intelectuales de la época.

Siendo adolescente, se traslada a París con su padre. La ciudad la sorprende y el panorama efervescente que encuentra la estimula aún más a ejercitar su talento. En 1901 Rebeca contrae matrimonio en París y de la unión con Pedro Felipe Iñiguez en 1901[4], llega su querida y única hija Lily (1902) [5].

Modera su ritmo de producción para dedicarse a su pequeña hija y vuelve a Chile por unos años, sintiendo prontamente la necesidad imperiosa de emigrar.

Ya en Italia, se traslada con su familia a Toscana, donde viven alrededor de tres años (1913-1915) en la casona Villino San Giorgio, en Florencia, para luego asentarse definitivamente en Fiésole, en una casona cuya impresión Lily nos describe así: “mamá quedó impresionada con una hermosa villa en Fiesole, que tiene una vista soberbia”[6]. Villa La Torrossa[7] domina visualmente Florencia desde lo alto y se convertirá en su refugio, mudo testigo del dolor más grande que una madre puede vivir. La muerte de su amada hija Lily, quien aquejada de la “peste blanca”[8] —la temida tuberculosis—, muere en el sanatorio de Davos[9], en Suiza, con solo 24 años.

Esta madre, impotente ante la pérdida irreparable, viaja a Chile, donde en memoria de la madre que casi no conoció y de su hija crea la “Fundación Lily Iñiguez Los Nidos”[10], que ayuda a niñas en situación de riesgo social. Posteriormente, se encarga de la publicación del diario de vida de Lily, escrito desde los 11 años hasta poco antes de su muerte, Páginas de un diario[11].

En febrero de 1929 vuelve nuevamente a La Torrossa, donde el 14 de mayo a las 17.30 horas exhala su último respiro[12].

Formación académica

Encontrándose en París, Rebeca Matte termina su educación escolar. Hacia fines del siglo XIX, viaja con su padre a Roma para seguir clases con el importante escultor italiano Giulio Monteverde[13], quien se encontraba trabajando en la ciudad eterna y colaborando en el controvertido monolito de inicios del siglo XX, el Monumento Nacional a Vittorio Emanuele II, obra en la cual están representados los valores italianos y que Monteverde tiene la misión de eternizar en el grupo de esculturas Pensiero (Pensamiento)[14].

Roma se presenta ante la joven como un museo a cielo abierto. Sus ojos se impregnan de historia y arqueología, e intensifica su gusto por lo clásico de la mano de su maestro. Las obras que nacerán en ese período y algunas posteriores llevarán ese sello (La Grecia, 1898, Vestal, 1898).

Alrededor de 1899, la escultora vuelve a París. Con 24 años, ingresa a la privada Academia Julian[15], pues la escuela oficial de Artes (Académie des Beaux-Arts) no permitió el ingreso de mujeres a sus aulas hasta el año 1897, requiriendo además el manejo fluido del francés, desalentando así el ingreso de extranjeros. En esta academia asiste a clases de desnudos en vivo, algo impensable para una mujer en el contexto tradicionalista chileno. Es aquí donde encuentra a los grandes escultores Denys Puech y Ernest Dubois[16], maestros que marcarán su estilo con el dramatismo y la expresión en boga por esos años, que le ayudará a transmitir quizás sus propias tribulaciones, impregnando de ellas los nobles materiales con los que trabaja sus obras.

Sus obras entre Italia y Chile

Rebeca Matte tiene 25 años cuando es seleccionada por unanimidad para acceder al Salón de París de 1900[17], año en que fueron admitidas 2.780 obras en vez de las cinco mil de los años anteriores, debido al cambio de sede del salón al nuevo edificio del Grand-Palais.

Militza (1900)[18] abre las puertas a este gran salón internacional de exposición. Esta obra contiene una gran carga dramática, inspirada en la obra teatral del escritor francés François Coppée[19], Pour La Couronne[20]. Llega así, la reafirmación de su talento.

Vendrán pronto otros salones y exposiciones en Francia e Italia, alcanzando una merecida fama al punto de que el diario francés Le Figaro[21] publica una pequeña inserción cuando la artista y su esposo llegan, en una de sus tantas visitas, a París.

Sus años en Italia serán muy intensos a nivel familiar y artístico. 1913 es un año particularmente doloroso para la artista, pues muere su padre[22], quien cree en su talento quizás antes que ella misma. Pierde uno de los soportes más importantes de su vida. Como presagio, anticipa la Primera Guerra Mundial con su obra La guerra (1913)[23], en donde trata de revelar no el rostro de una guerra ganada, porque en una guerra todos pierden algo. Lily también la describe  en Páginas de un diario[24].

“Cuandoseentraalestudiodemamá,unaseestremecealcontemplar su monumento. Qué contraste presenta esa mujer de rostro feroz, de mirada fría, que camina sin ver sobre un hacinamiento de muertos y heridos, con aquella otra figura de mujer agobiada por el dolor que busca refugio en la misma ráfaga que pasa.”

Fotografía 1.Acta de la sesión del día 24 de enero de 1917

Esta obra la saca definitivamente del anonimato cotidiano, la expone, y de alguna manera la obliga a salir a la luz. Grandes intelectuales italianos de la época acuden a ver esta extraordinaria obra, como lo menciona Lily en su diario[25]:

Grandes y famosos artistas se han quedado asombrados al ver que una débil mujer ha podido hacer algo tan recio; pero, como ha dicho uno de los artículos en su honor, ‘grande es la audacia, pero la Artista es más grande que la audacia misma’… Mamá camina por el sendero de la gloria”.

Tal es el amor que la une a Italia que, por vía testamentaria, deja en donación algunas de sus obras a la Municipalidad de Florencia. Así, con orgullo, hoy podemos ver exhibida en uno de los museos más famosos de Europa, la Galería de Arte Moderna de Palacio Pitti, la Derelitta (1908)[26] , escultura de mármol que retrata a una mujer desnuda, en posición fetal, en el acto de ocultarse detrás de un muro o tal vez buscando la protección materna que no tuvo: ¿quizás lo que se le ha negado? ¿La emotividad bloqueada?

Esta Galería de Arte custodia en bodega otras dos obras en bronce, Due teste[27] y Donna giacente[28], esta última obra sometida recientemente a un minucioso trabajo de restauración realizado en el famoso Instituto de Restauración Opificio delle Pietre Dure[29], en Florencia.

Su rol femenino: La audacia de una mujer escultora

Matte era bisnieta del gran humanista y filántropo Andrés Bello[30], y lo menciono casi con pudor, pues de la escasa y a veces errada información que se encuentra acerca de la escultora, se trasluce una leve disposición a tratar de validarla a través de su antepasado. Este era el modo de apreciar la capacidad de las mujeres sobresalientes en esa época, aunque no se justifica. Ocurre también con la poetisa Vittoria Colonna[31], perteneciente a una importante y potente familia noble del renacimiento italiano, a quien se le reconoce su inteligencia y habilidad haciendo referencia a “que lo hace tan bien que parece hombre”, dejando un poco atrás la definición de “mujer ángel” que desarrollara el Nuevo Estilo[32] del cual se influencia el gran poeta y filósofo  Francesco Petrarca[33].

Esta visión sobre la mujer se podría comprender, tal vez, en aquella época, pero con gran sorpresa se puede apreciar que, en el tiempo de Rebeca, la situación tenía aún vestigios de aquello. A inicios del 1900, el famoso poeta colombiano Guillermo Valencia[34], su contemporáneo, ve en la obra de la artista “la glorificación más sublime de Don Andrés Bello”.

Aún más, el importante pintor italiano Vittorio Corcos (1859–1933)[35], eximio representante del movimiento cultural europeo Belle Époque, muy cercano a la familia Iñiguez Matte, retratista póstumo de Rebeca y su hija Lily, reconoce en Rebeca sus capacidades diciendo que “modela y esculpe como un hombre, pero piensa y crea con su corazón delicadísimo de mujer”[36].

Su altruismo y talento la hacen merecedora del título de Docente Honoraria en la Academia de las Artes del Diseño de Florencia[37], otorgado el 24 de enero de 1917[38]. (Fotografías 1 y 2)[39].

Fotografía 2.Detalle de Acta en donde se aprecia el nombre de la escultora

Esta academia, la más antigua del mundo, ve la luz en 1563, instituida por el Duque Cosimo de’ Medici[40], quien acoge la idea de Giorgio Vasari, gran artista y autor de célebres biografías de personajes destacados entre el 1300 y el 1500. El primer académico invitado y que asume el título de “Padre de las Artes” fue Miguel Ángel Buonarroti, a quien siguieron ilustres artistas, todos hombres, como Cellini, Galileo y Picasso. Solo en 1616 fue admitida la primera mujer en esta ya importante academia: la gran artista pictórica Artemisia Gentileschi[41].

Eso había sido varios siglos atrás, pero en el tiempo de Rebeca Matte la situación seguía siendo poco  generosa en cuanto a presencia femenina.

El título de Docente Ad Honorem en escultura fue conferido a tres hombres y a Rebeca Matte, convirtiéndose en la primera mujer no perteneciente a un país europeo en recibir este nombramiento.

El responsable del Archivo Histórico de la Academia, don Enrico Sartoni[42], me presenta una tarjeta de puño y letra de Rebeca Matte, quien en algunas ocasiones solía utilizar el apellido del marido, Pedro Felipe Iñiguez (Fotografía 3 y 4)[43].

Sartoni relata una historia conmovedora: “1917 era un año de plena guerra y aunque Florencia contaba con la protección de pactos para no ser bombardeada, la pobreza y muerte se vivía día a día. Se había creado un fondo de beneficencia para las familias y artistas que habían sido afectados por la guerra, en términos de pérdida de vidas, heridos o simplemente a causa de la economía. Rebeca dona una obra a la academia para que, con la venta de esta, puedan obtener dinero y ayudar así a este fondo” concluye.

Fotografía 3. Tarjeta autógrafa de Rebeca Matte. Archivo Academia de las Artes del Diseño. Cara frontal.

La tarjeta habla precisamente de eso, de su voluntad de colaborar “con su modesto trabajo” al fondo proartistas, confiada en que la academia “hará el mejor uso de esto”, escribe en un impecable italiano[44].

Con mucha probabilidad, este es uno de los motivos, junto a su gran talento, por los cuales le viene otorgado  el honor de la docencia en la Academia de las Artes del Diseño.

Han pasado 104 años de ese día inolvidable, pero la situación del mundo no ha variado de manera considerable: Europa enfrenta un gran flujo de inmigrantes, la guerra continúa siendo un tema latente y la presencia femenina escasea en numerosos ámbitos. Por estos motivos, este logro toma más relevancia aún, porque no se trata solo de un reconocimiento a su gran talento, sino por, sobre todo, a la sensibilidad con sus pares y con su entorno.

Es así como a través de su trabajo se va revelando lo que lleva a esta “delicadísima mujer”, como la describiera Corcos, a realizar grandes obras y a no permitir que su talento pasara desapercibido. De ahí su “audacia”, término utilizado por un diario italiano para referirse al virtuosismo de la artista y que Lily recuerda en su diario con admiración: “Grande es la audacia, pero la artista es más grande que la audacia misma”[45].

El hallazgo de una obra olvidada: Une vie (1913)

Luego de un arduo trabajo de investigación que se extiende desde 2014 hasta la fecha, tiempo en el cual me he confrontado con diversas personalidades del entorno de la escultora y he visitado lugares para lograr calar sus vivencias, he podido delinear un perfil de la enigmática figura de la escultora chilena, buscando entender lo que enamoró sus ojos y la motivó a quedarse en esa lejana tierra. Fue así como llegué a Palazzo Pitti, en donde fui recibida por la directora de la Galería de Arte Moderno, Simonella Condemi[46], quien con mucha generosidad y profesionalismo puso a disposición la posibilidad de visitar la obra en exposición La Derelitta[47], acceder al depósito de obras y ver las dos esculturas en bronce, Donna giacente y Due teste[48], que custodia el museo.

Fotografía 4. Tarjeta autógrafa de Rebeca Matte. Archivo Academia de las Artes del Diseño. Cara posterior.

La historiadora Isabel Cruz[49] en su libro Manos de mujer[50], comenta la obra Une vie y la reporta como extraviada, presentando una fotografía de archivo conservada por el museo, única prueba de la existencia de esta obra[51] hasta ese momento.

El 23 de abril de 2018, Antonella Alletto[52], del archivo del Palazzo Pitti de Florencia, permite, con mucha gentileza, la revisión de documentos y fichas de las obras de la escultora allí custodiadas. Me encuentro con un documento del 10 de abril de 1953, en donde se menciona el retiro de unas obras desde la Oficina de Bellas Artes de la Municipalidad de Florencia, obras donadas a la ciudad por expresa voluntad de “Dona Rebeca Matte Belle Iniguez”[53].

Imprevistamente, otro documento llama mi atención. En él se hace referencia a una carta del abogado Colombo[54], procurador de la Obra Pía “Lily Iniguez Los Nidos” de Santiago de Chile, que ofrece una donación a la ciudad de Florencia compuesta por otras esculturas. Una en particular llama mi atención: se trata de Une vie.

Por la tarde del 23 de abril de 2018, me dirijo al Museo Stibbert,[55] en donde encuentro por primera vez Une vie[56]. (Fotografías 5 y 6)[57]

La emoción es grande y el pudor de la conciencia de estar revelando una parte mantenida en silencio durante tanto tiempo me deja atónita[58]. Une vie se encuentra en el jardín del Museo Stibbert. Es, hasta el momento, un unicum, pues junto a la firma se puede leer la fecha de ejecución, “1913”[59], hasta ahora el único mármol de Matte con esta característica[60] (Fotografías 7 y 8).[61]

Fotografía 5. “Une vie”, Museo Stibbert, Florencia. Vista lateral frontal.
Fotografía 6.“Une vie”, Museo Stibbert, Florencia. Vista lateral posterior.

En mayo de 2019, la obra fue presentada en el Museo Stibbert, luego de la restauración realizada por el Studio Techne de Florencia, en manos de los restauradores Gilberto Lazzeri y Stefano Palumbo.[62] (Fotografías 9 y 10)[63]

Al analizar Une vie, he encontrado influencias de otros escultores en boga en esa época, particularmente de una obra de Giovanni Dupré (1817-1882)[64], Urania, la Musa de la Astronomía[65](1867), sobre todo en la posición de la mujer, ya que no es una postura común. En la obra, la escultora presenta a esta mujer con la mirada fija hacia adelante y los labios cerrados, porque no hay preguntas: se encuentra en una etapa de la vida donde ya sabe las respuestas. Un delicado velo con suaves pliegues cubre su cabeza y parte de sus hombros; ella está inclinada sobre unas rocas, sentada sobre una de sus piernas flectadas, lo que le da un aire cotidiano. Las manos entrelazadas sostienen su cabeza, los codos firmes se apoyan sobre lo que pareciera ser una esfinge egipcia. Su cuerpo revela una mujer madura que se muestra sin pudor, que no se esconde. Totalmente en contraposición a sus otras mujeres, como Derelitta y Militza, refugiada, escondida, contenida por un muro, la primera y la segunda, sufriente, suplicante, esforzándose por proteger un amor destinado a la muerte.

1913 es particularmente doloroso para la artista, pues es el año del fallecimiento de su padre, motivo por el cual la escultura es aún más importante, ya que se percibe la carga emotiva con la que fue esculpida. Hay mucho de la artista en sus pliegues, “es de las creaciones más tiernamente hondas de Rebeca, contiene su dolor silencioso y concentrado”, revelaba su prima hermana, Inés Echeverría Bello[66] en una de sus cartas.

Fotografía 8. Detalle firma “ R. Matte 1913”. Museo Stibbert, Florencia.
Fotografía 7. “Une Vie” y María Ester González Cereceda, en el momento del hallazgo, Museo Stibbert, Florencia.

La historiadora Isabel Cruz, en su libro[67], afirma que la artista se habría inspirado en la novela Une vie[68], de Guy De Maupassant. Se habla también de una influencia del gran Auguste Rodin en la obra de Rebeca y, al mismo tiempo, de la extraordinaria y controvertida escultora Camille Claudel[69].

Une vie (Una vida), escultura que estuvo en silencio tantos años, saca la voz como tantas mujeres lo hacen hoy. La suya es la de una mujer adulta que, consciente de quién es, no tiene reparos en mostrarse en completa naturalidad, desnuda, como la vida la moldeó. Sin miedo, puede mostrar su verdad. Como lo escribe Guy De Maupassant en Une vie, la protagonista, sofocada por la castrante tradición familiar y social, se despoja de todo, incluso de su dignidad, para retener infructuosamente los amores que colman la existencia misma: primero el amor egoísta de su esposo y luego el interesado amor de su hijo. Las dos obras están cargadas de fuertes emociones, de pérdidas y desapegos.

Rebeca Matte Bello: mujer altruista, pionera en su arte. Al profundizar en su intimidad, podemos darnos cuenta de que no hay fragilidad en su vida ni en su arte, pues debió enfrentar duros eventos y obstáculos familiares, en donde finalmente su pasión la llevó a obtener los más grandes logros que una mujer en su época pudiera alcanzar.

Hoy, su figura se realza conjugándose con los tiempos en que día a día las mujeres se enfrentaban a una sociedad rígida y temerosa. Esta artista hoy nos impresiona por su sensibilidad artística y talento.

Todo el dolor lo transforma en arte, lo amalgama en el mármol que se entrega a sus manos cada vez con más docilidad. Rebeca trae consigo atisbos de cambio en el canon estilístico tradicional, que pregonaba un arte femenino delicado, dulce, casi como un pasatiempo de las damas acomodadas, cuya tarea importante era crear y mantener un hogar cálido y acogedor.

La audacia la llevó a plasmar en el mármol lo que su tiempo no le permitió decir en palabras.   Rebeca Matte Bello, la mujer, la escultora, la madre, se nos sigue revelando:

“¡No! ¡yo no soy resignada! La vida me ha herido, pero no me ha doblegado, y si mis obras llevan para ojos videntes huellas de esas heridas, tú sabes que mi impulso no fue nunca vencido”[70].

Divulgación de su vida y obra

El hallazgo de esta escultura y el estudio profundo sobre la vida de la escultora logró traerla nuevamente a la palestra cultural nacional e internacional, coincidentemente en el momento de conmemoración de los 90 años de su muerte. Es por este motivo que junto a Grandes Mujeres Chilenas[71] —plataforma de difusión y revelación de mujeres  que han contribuido al desarrollo en todos los ámbitos en el país— dedicamos 2019 a la escultora, realizando seis conferencias en Chile[72]. Con el título Rebeca Matte Bello: L’Audacia di una Vita, se realizan dos conferencias en Florencia, Italia. Fue en la primera de ellas, realizada el 16 de mayo de 2019 en el prestigioso instituto de restauración Opificio delle Pietre Dure de Florencia, donde se presentó el trabajo de restauración de la obra Donna giacente.

Grandes Mujeres Chilenas76, representada por la fundadora M. Ester González Cereceda y la periodista Ximena Lara Navarro, fue invitada por la directora del instituto, Laura Speranza, junto al equipo de restauradoras, Stefania Agnoletti, Maria Baruffetti y Merj Nesi, ocasión en que se presentó una cronología biográfica de la artista junto a importantes detalles del trabajo de restauración realizado.

El 9 de octubre de 2011 se presentó una conferencia en la Academia de las Artes del Diseño, lugar emblemático por el vínculo que la une a la escultora, pues más de cien años antes era reconocida ahí con el título de Docente Ad Honorem. Se revisitó su vida y obra, exponiendo mi trabajo de investigación sobre la artista y haciendo especial énfasis en mi reciente hallazgo de Une vie. De paso, de realizaron gestiones para incluir la biografía de Rebeca Matte Bello en la página online de “enciclopediadelledonne”[73], para prolongar la difusión de su legado en Italia. Siguiendo esta óptica, se crearon en redes sociales páginas dedicadas a ella para extender la transmisión su legado.

Fotografía 9. “Une vie”, Museo Stibbert, Florencia. Vista lateral frontal.
Fotografía 10.“Une vie”, Museo Stibbert, Florencia. Vista lateral posterior.

Rebeca Matte fue una persona sensible, retraída, altruista, que no sobrexponía su presencia. Distraída, como le confesaría a Inés en una de sus cartas: “Es la distracción la que me ha arruinado definitivamente en la opinión de mi marido, que reconoce en este signo la irrefutable inferioridad de mi sexo”[74]. Iris nos revela su sensibilidad hacia los privados de clemencia social y divina: “Iba por el mundo predicando su tierno Evangelio de fraternidad, de comprensión, de amplia piedad humana”[75].

Una mujer que buscó la calma y el silencio en las colinas de la Toscana, y desde allí su creatividad y talento nos hacen llegar nuevamente su voz. Sus palabras hacia quienes recibimos y homenajeamos hoy su legado se sienten actuales y podemos leerlas  en una carta a su amigo Carlos Silva Vildósola[76] de 1923[77]:

“Mi buen amigo, vengo a expresarle la profunda emoción que me ha causado la manifestación de simpatía de que han sido objeto esos hijos míos de bronce que mandé a mi tierra…he llorado leyendo tanta palabra de bondad, tanta manifestación de fe… tales lagrimas son elixir de vida y si algún día vuelvo al trabajo y a la acción, ellas habrán sido las operadoras del milagro…”.

Más de cien años nos separan de esta gran escultora, y las dificultades con las que el mundo femenino se encuentra hoy no difieren mayormente de las que tuvo que enfrentar la artista en su tiempo.


[1] Augusto Matte Pérez (Santiago 1843 – Berlín 1913) abogado de profesión, desempeña diversos cargos públicos, entre ellos, senador, diputado, Ministro Plenipotenciario en Gran Bretaña y Suiza (1892 – 1894), Embajador en Berlín, Alemania (1905) en donde fallece el 25 febrero 1913.

[2] Rebeca Matte Bello nace en Santiago de Chile, el 29 octubre 1875.

[3] Rebeca Bello Reyes, nace en Santiago, luego de dar a luz a su única hija, desarrolla un desequilibrio mental que le impedirá hacerse cargo de su hija. Muere en Santiago en 1922.

[4] Pedro Felipe Iñiguez Larraín (1873 – 1936) Diplomático, 2° secretario de la Legión de París, acreditada en Suiza y la Santa Sede. Fue secretario del Ministro Alberto Blest Gana. Encargado de negocios en Francia. Ministro de Obras Públicas y Ferrocarriles. Ministro de Justicia e Instrucción Pública, entre otros cargos.

[5] María Eleonora Iñiguez Matte, más conocida como Lily. Nace el 19 marzo de 1902, en París.

[6] “Páginas de un Diario, Lily Iñiguez Matte, p. 28

[7] La Torrossa, Fiésole. Villa adquirida por la artista alrededor del 1915. Con nuevos dueños, hoy es un centro de eventos, conservando casi intacta la estructura que dejara su antigua dueña.

[8] Lily contrae la tuberculosis, enfermedad de la cual sus padres tratan infructuosamente de curarla. Fallece el 06 de septiembre de 1926, a la edad de 24 años.

[9] Davos, sanatorio ideado por el doctor Alexander Spengler a fines del 1800. Inspira al famoso escritor Thomas Mann para su novela La montaña mágica luego de la reclusión de su esposa por un periodo en ese sanatorio.

[10] Fundación Lily Iñiguez Los Nidos. Obra que, hasta hoy, continua con su benefactor legado.

[11] Publicado póstumo por la escultora en versión francesa que incluía sus poemas alrededor de 1927/8. La versión en español sin sus poemas es del 1954.

[12] Archivo de Fiésole, libro de actas de defunciones “Atti di Morte, N°64 Matte Rebecca moglie di Iniguez”

[13] Giulio Monteverde, importante escultor italiano (1837 – 1917) comienza esculpiendo madera, para luego liberar su gran destreza sobre el mármol y el bronce. Grandes obras componen su producción artística. Desarrolla ampliamente la escultura funeraria. Maestro de la escultora entre los años 1897/98 en Roma.

[14] Pensiero, conjunto de 6 esculturas en bronce, con una figura central en pie, representa El Genio, con las alas extendidas pronto a escribir el futuro de la Nación constituida pocos años antes. Parte derecha del monumento a Vittorio Emanuele II, Roma, Italia.

[15] Académie Julian, fundada por el pintor francés Rodolphe Julian en 1867 en París. Adquiere una gran importancia debido a los grandes maestros que allí impartían clases y también a los importantes artistas que de sus aulas egresaron. Esta Academia apareció como la gran alternativa para el mundo femenino.

[16] Denys Puech y Ernest Dubois, grandes escultores franceses. Puech junto a Auguste Rodin, presentan un proyecto, para el monumento de los Héroes de Iquique (primera piedra 1885). Es elegido el proyecto de Puech el cual desarrollará junto al escultor chileno Virginio Vargas. Hoy el monumento se puede apreciar en Plaza Sotomayor, Valparaíso.

[17] Correspondencia de Augusto Matte, Archivo Ministerio Relaciones Exteriores. Vol.V, 29-3-1899 a 05-4-1903 pp.186 a 188. Carta de Augusto a su hermana Delia, París 21 abril 1900

[18] Militza se encuentra hoy en el Museo de Arte y Artesanía de Linares, Chile.

[19] François Coppée(París 1842 – París 1908) poeta y dramaturgo.

[20] Pour La Couronne (1895) Obra teatral, cuya protagonista extranjera, Militza, se enamora del hijo del rey cristiano que luego cae en desgracia a ojos de su pueblo y es encarcelado. Ella, toma un cuchillo y lo asesina para que no sufra una lenta muerte, luego se suicida.

[21] Le Figaro, 08 agosto 1918, p. 2.

[22] Augusto Matte muere en Berlín el 25 febrero 1913.

[23] La Guerra (Villino San Giorgio, Florencia). Donada por el Gobierno Chileno, ubicada en el Palacio de la Paz en La Haya, Holanda.

[24] Páginas de un diario, Lily Iñiguez Matte, noviembre 1913 p. 20

[25]  Íbid. p. 22.

[26] Derelitta o Desesperanza (París, 1908) una placa al pie de la escultura dice: «Rebecca Matte Iniguez La Derelitta. Dono di Don Pedro Iniguez al Comune di Firenze»

[27] Copia de “Las Edades de la Vida” cuyo original se encuentra en la Sociedad de Instrucción Primaria.

[28] Copia en bronce de Militza cuyo original en mármol se encuentra en el Museo de Arte y Artesanía de Linares, Chile.

[29] Opificio delle Pietre Dure, importante instituto italiano de restauración. El equipo que trabaja meticulosamente en la restauración de Donna Giacente está formado por las restauradoras Stefania Agnoletti, Merj Nesi y Maria Baruffetti.

[30] Andrés Bello, de origen venezolano, llega a Chile en 1829. Realizó grandes obras, como trabajar en la creación del código civil y en la creación de la Universidad de Chile, de la cual fue rector desde 1843, hasta su muerte en 1865. Filántropo y considerado el más importante humanista iberoamericano.

[31] Vittoria Colonna, poetisa, de familia noble, marquesa de Pescara. Dama espiritual. Conocida es su amistad con Miguel Ángel Buonarroti.

[32] Stilnovo, nuevo estilo literario usado por los poetas a fines del medioevo que pretende renovar el concepto del amor, ya no sensual, sino más bien una experiencia espiritual.

[33] Francesco Petrarca, considerado como el precursor del Humanismo y uno de los importantes pilares de la literatura italiana.

[34] Guillermo Valencia, poeta modernista colombiano. Carta citada en Manos de Mujer, Isabel Cruz, 2008 p.285

[35] Vittorio Corcos, livornés, excelente retratista, grande exponente junto a Giovanni Boldini, de los artistas de la llamada “Belle Époque”.

[36] Vittorio Corcos, texto escrito para el diario “La Nación” desde Florencia 1921 y publicado en dicho diario el 08 marzo de 1922.

[37] Fotografía 1. Acta de la sesión del día 24 de enero de 1917, Archivo Histórico Academia de las Artes del Diseño. “Ordinanza del Collegio del di 24 gennaio 1917”, p. 44.

[38] Fotografía 2. Detalle de Acta en donde se aprecia el nombre de la escultora.

[39] Fotografías M. Ester González Cereceda, 24 sep 2018. Archivo Academia de las Artes del Diseño, Florencia.

[40] Cósimo de Médicis, de una gran familia aristocrática. Hombre político y filántropo. Protector de literatos y artistas, hizo construir grandes palacios, iglesias, bibliotecas y conventos.

[41] Artemisia Gentileschi (1593 – 1653) una de las artistas pictóricas más famosas de la época del Barroco italiano. Pudo acceder a estudios de pintura por la fama de su padre Horacio, gran artista, quien la inicia en la pintura.

[42] Sr. Enrico Sartoni, historiador, académico Ad Honorem de la Academia de las Artes del Diseño, responsable del Archivo histórico de la Academia.

[43] Fotografías 3 y 4 M. Ester González Cereceda, 23 abr 2018, Archivo Academia de las Artes del Diseño.

[44] Tarjeta en cartón color crudo, escrita por ambas caras, catalogada con el n°27, Archivo Histórico Academia de las Artes del Diseño. Fechada La Torrossa, 18 enero 1916

[45] Páginas de un diario, Lily Iñiguez, p.22.

[46] Sra. Simonella Condemi, historiadora del Arte, directora de la Galería de Arte Moderna de Palazzo Pitti. Docente Ad Honorem de la Academia de las Artes del Diseño de Florencia.

[47] La Derelitta (París, 1908), descrita en nota n°16.

[48] “Donna Giacente” y “Due Teste” Obras descritas en las notas n° 17/18

[49] Sra. Isabel Cruz Ovalle, historiadora. Hoy docente en la Universidad de Los Andes, Santiago de Chile.

[50] “Manos de Mujer, Rebeca Matte y su Tiempo 1875 – 1929”, Isabel Cruz de Amenábar, Origo Ediciones, 2008. Resultado de la investigación realizada por la autora.

[51] Íbid. p. 111. Fotografía obra “Una Vida”.

[52] Sra. Antonina Alletto, dependiente de Palazzo Pitti, quien me presentó los documentos mencionados.

[53] Documento Soprintendenza alle Gallerie per le Province de Firenze, Arezzo e Pistoia. Firenze 10 aprile 1953. Archivio Palazzo Pitti. “Opere donate alla città di Firenze per espressa volontà della defunta Signora Dona Rebeca Matte Belle Iniguez.

[54] Documento de la lectura oficial de la carta del abogado Oscar Colombo el 02 de julio 1949, que en calidad de procurador “…offre in dono alla città di Firenze, per espressa volontà della defunta Signora Dona Rebeca Matte Belle Iniguez artista di grande valore autrice di molti monumenti…”

[55] Museo Stibbert de Florencia cuyo nombre se debe al apasionado coleccionista Frederick Stibbert, quien, tras su inminente muerte, pide transformar la Villa en un museo. Ubicado hacia las afueras de Florencia.

[56] Fotografías 5 y 6. “Une Vie”, Museo Stibbert, Florencia.

[57] Fotografías M. Ester González Cereceda, 23 abr. 2018, día del hallazgo. Museo Stibbert, Florencia.

[58] Fotografía 7. “Une Vie” y María Ester González Cereceda, en el momento del hallazgo, Museo Stibbert, Florencia, 23 abril 2018.

[59] Fotografía 8. Firma de la artista sobre la base, bajo el pie de la mujer, “R. Matte 1913, letra manuscrita.

[60] La escultora solía firmar sus obras con la inicial de su nombre (R) y su apellido (Matte) por extendido, presentado en distintas formas, existe solo una obra en bronce, busto de Augusto Matte, único bronce, hasta ahora, firmado con fecha y lugar de ejecución “Roma III/97”, costado izquierdo por la parte de atrás. Ubicado en la Sociedad de Instrucción Primaria.

[61] Fotografías M. Ester González Cereceda, 23 abr. 2018, día del hallazgo. Museo Stibbert, Florencia.

[62] Fotografías 9 y 10. “Une Vie” luego del restauro, presentada el 14 may 2019. Museo Stibbert, Florencia.

[63] Fotografías M. Ester González Cereceda, 14 may 2019. Museo Stibbert, Florencia.

[64] Giovanni Dupré escultor italiano. Tuvo mucho éxito con su estilo que oscilaba entre el naturalismo y académico.

[65] Urania (1867), la Musa de la Astronomía, monumento funerario a Ottaviano Fabrizio Mossotti, Cementerio Monumental de Pisa.

[66] Inés Echeverría Bello (1868 – 1949) seudónimo Iris “mensajera de los dioses griegos”, literata, escribe novelas, cuentos, memorias, diarios íntimos. Prima hermana de la escultora. De Iris, fragmentos de cartas de Rebeca Matte. La Nación, 15 de mayo 1930. P3

[67] “Manos de Mujer”, Isabel Cruz de Amenábar, p.207

[68] Unevie (1883), de Guy De Maupassant, fue una de sus primeras novelas. Presenta una visión de la condición femenina del 1800, a través de la vida de Jeanne, joven aristocrática, protagonista de la novela.

[69] Camille Claudel, escultora francesa. Musa, alumna y amante de A. Rodin. Recluida en el manicomio de Montfavet, restando por 30 años y en donde encontrará la muerte el 19 octubre 1943.

[70] De Iris, fragmentos de cartas de Rebeca Matte. La Nación, 14 de mayo 1930. p5.

[71] “Grandes Mujeres Chilenas” fue creada por M. Ester González Cereceda el 25 marzo de 2015.

[72] Rebeca Matte Bello: La audacia de una vida: el 18 de febrero de 2019 en la Biblioteca Pública Municipal de Pirque (patrocinada por la Municipalidad de Pirque); el 21 de febrero de 2019 en el Museo Regional de Rancagua, el 7 de marzo de 2019 en el Instituto Italiano de Cultura Santiago (patrocinada por la Embajada de Italia en Chile); el 13 de marzo de 2019 en el Museo de Arte y Artesanía de Linares; el 20 de marzo de 2019 en la Universidad de Chile, Sala Adolfo Couve, Facultad de Artes sede Las Encinas, Campus Juan Gómez Millas (Moderadora Soledad Novoa Donoso, docente Dpto. de Teoría); y el 21 de marzo de 2019 en el Museo Nacional de Bellas Artes. “Rebeca Matte: La Audacia de Una Vida” auditorio José Miguel Blanco, junto a las históriadoras del arte, Eva Cancino Fuentes (Historiadora del Arte, encargada de Colecciones del MNBA) y Gloria Cortés Aliaga (curadora del MNBA, Historiadora del Arte e investigadora).

[73] “Enciclopediedelledonne.it”, página online que recoge biografías de mujeres de todos los tiempos y de todos los países del mundo.

[74] De Iris, fragmentos de cartas de Rebeca Matte. La Nación, 15 de mayo de 1930, p. 3.

[75] Op.cit., p. 3.

[76] Escritor, periodista y diplomático. Colaboró en “El Porvenir”, “El Chileno”, “Artes y Letras”, “Selecta” “Revista Chilena”, “Zig-Zag” y “El Mercurio”, de Santiago, llegando a ser su director en dos períodos (1907-1911 y 1920-1931). Un premio periodístico lleva el nombre “Silva Vildosola”.

[77] Carta fechada 05 may 1923, La Torrossa. Archivo Nacional, Santiago, Chile.

La herencia de la AFI que despertó con el estallido social

Una camada de jóvenes fotógrafos y fotógrafas, admiradores de las imágenes que en los 80 denunciaron la dictadura de Pinochet, iniciaron su propio camino en las calles con las protestas estudiantiles de 2011 y de octubre de 2019. Registrando las manifestaciones en Plaza Italia, vivieron en carne propia la represión policial sin nunca bajar sus cámaras. Hoy, José Giribás, un exiliado y veterano miembro de la Asociación de Fotógrafos Independientes, reúne a 15 de ellos en la Fotogalerie Friedrichshain de Berlín, en la exposición Represión y resistencia social en Chile, ayer y hoy.

Por Denisse Espinoza

Treinta y tres años después, José Giribás volvió a sentir el fervor popular en las calles de Santiago y apuntar su cámara en dirección a un guanaco. Ese 18 de octubre de 2019 se dio cuenta de que las manifestaciones no eran como las que estaba acostumbrado a ver en sus últimas visitas a Chile y que algo poderoso estaba pasando. Intuyó que su suerte de fotógrafo lo había puesto nuevamente en el lugar preciso y en el momento indicado.

“Llegué el 12 de octubre de 2019, venía a reportear el acuerdo de la APEC y a visitar el Festival de Fotografía de Valparaíso, y a la semana de estar allá quedó el despelote. Cambié todos los planes, salí a la calle, fui a Plaza Italia y me puse a tomar fotos como en los viejos tiempos. No llegué a la primera línea, eso sí, porque los mismos cabros fotógrafos jóvenes, cuando me veían, me mandaban para la casa”, cuenta José Giribás quien siendo un veinteañero para el golpe de Estado de 1973, salió al exilio.

En Berlín, hizo carrera como fotoperiodista y en 1986 regresó por primera vez a Chile con el encargo de registrar las protestas callejeras contra la dictadura de Pinochet para un diario alemán. Aquí conoció a sus pares de la Asociación de Fotógrafos Independientes (AFI) que hacían lo propio enfrentando la censura de los medios locales y tomando imágenes que primero verían la luz fuera del país.

Carmen Gloria Quintana retratada por José Giribás en 1988.

“Mis colegas de la AFI me apadrinaron, Claudio Pérez, Oscar Navarro, Álvaro Hoppe, se preocuparon de mi seguridad y luego yo en Berlín armé la primera exposición con sus fotos que se llamó ‘Sin filtro’ y que fue muy exitosa”, cuenta el fotógrafo, que ahora repite la historia transformándose en el gestor de la primera muestra con imágenes del estallido social en el extranjero.

Represión y resistencia social en Chile, ayer y hoy se titula la exposición que reúne, hasta el 28 de agosto, a 15 exponentes de la nueva camada de fotógrafos y fotógrafas en la Fotogalerie Friedrichshain, quienes tal como lo hicieron los integrantes de la AFI hace más de 30 años, salieron a las calles a tomar el pulso de la contingencia durante la protesta social.

El paralelismo no es antojadizo y ellos mismos se declaran continuadores de esa herencia de trabajo en colectivo, que durante el estallido revivió con más fuerza. Sin embargo, también toman distancia de la historia y destacan las diferencias.

“Es difícil hacer la comparación con una dictadura de 17 años, donde la violencia era profunda y más silenciosa. Durante el estallido hubo más enfrentamiento cuerpo a cuerpo, se formó la primera línea, que en los 80 era algo impensado, quizás ahora había menos miedo”, dice la fotógrafa Sofía Yanjarí, integrante de AFI Woman —junto a Marcela Araya, Valeria Alessandrini y Marucela Ramírez—, uno de los colectivos que están presentes en la muestra de Berlín y que justamente debe su nombre a los fotógrafos de antaño.

“Fuimos parte de un colectivo mixto que se llamaba AFI Santiago y en 2018 nos separamos y formamos un grupo solo de mujeres, algo que todavía es poco común dentro de la fotografía de prensa, que es un mundo todavía muy masculino y machista”, dice Yanjarí, quien exhibe el retrato de una mujer manifestante, vestida de virgen y con una mascarilla de gas que tapa la mitad de su rostro.

“Si bien también voy a la primera línea donde está el combate más directo con la policía, soy mucho de moverme entremedio, buscar otros momentos, observar que está sucediendo alrededor de la manifestación”, dice Yanjarí.

Los ángulos de la revuelta

Varios de los fotógrafos y fotógrafas de está generación comparten el afán de querer alejarse del concepto tradicional de la imagen de prensa para ir en busca de ángulos inesperados, personajes inusuales y escenas que le den una vuelta de tuerca a la protesta.

Uno de ellos es Alfonso González, fotógrafo egresado del Instituto Arcos y miembro fundador de Migrar Photo, uno de los colectivos de fotoperiodismo que más resonancia tiene en la escena local, ya que además de funcionar como una agencia y plataforma de difusión de sus doce fotoreporteros, también dictan talleres, hacen charlas y participan en festivales, desplegándose en Arica, Santiago, Valparaíso y Biobío.

Carabineros gasea Plaza Ramón Cruz (Ñuñoa) luego de un Cabildo Abierto y Velatón @ 26/Octubre, Santiago de Chile. Fotografía de Caterina Muñoz.

“Venimos trabajando como colectivo desde 2014, entonces cuando vino el estallido estábamos más que preparados. Arrendábamos una oficina en Vicuña Mackenna a diez cuadras de la Plaza Dignidad. Era nuestro centro de operaciones, ahí nos repartíamos, algunos salían a hacer fotos y otros se quedaban a editar y despachar”, cuenta.

Alfonso se decidió por la cámara luego de ver el documental La ciudad de los fotógrafos, de Sebastián Moreno, que retrata justamente la labor de la AFI en dictadura. “Los admiro, fueron mi gran motivación en un inicio. La valentía que tuvieron de estar en las calles en situaciones mucho más densas de la que vivimos en 2019 claramente fue un referente”, afirma.

Sin embargo, también reconoce que, si bien cuando comenzó a hacer fotos para las protestas estudiantiles de 2006 se concentró en los enfrentamientos con carabineros, en 2019 prefirió registrar lo que pasaba en los alrededores de la revuelta. En Berlín, dos fotos suyas llaman la atención: la de una joven apagando una lacrimógena en el piso con un tarro y la de un hombre que corre fuera de la masa de manifestantes con un perro en brazos.

Manifestación en Alameda, 2019. Fotografía de Alfonso González, Migrar Photo.

“Para mí el estallido fue una dualidad, era fotógrafo pero también manifestante. Lloré de emoción por lo que veía, todo por lo que habíamos luchado siendo estudiantes se cristalizó, vi gente que jamás había visto protestando, pero toda la represión que vino después fue muy cruda. Me escondía detrás de los quioscos de metal y escuchaba los disparos. Vi mucha gente herida. Hubo un tiempo que dejé de ir a hacer fotos, porque me afectó. Sentí miedo”, recuerda el fotógrafo.

Caterina Muñoz, una de las fotógrafas independientes que participa de la muestra en Berlín, recibió dos impactos de lacrimógena a quemarropas el 19 de octubre de 2019. “Venía cubriendo protestas desde 2011 y jamás me había pasado algo. Hasta entonces, yo iba a las manifestaciones con falda y polera, y luego de que me dispararon nunca más pude exponerme así. Por suerte, alcancé a girarme y las lacrimógenas me pegaron en el hombro y en el muslo y no fue algo peor, pero para mí hubo un antes y después del estallido”, cuenta.

De formación autodidacta en fotografía, pero publicista de profesión, Caterina es voluntaria de un observatorio de policías, que registra la conducta de carabineros durante las protestas y también lleva años realizando un proyecto personal, fotografiando a expresos políticos del Estadio Nacional, cada 11 de septiembre.

“En mi familia hubo presos políticos y exiliados; mi mamá vio cómo ametrallaban gente en las calles, entonces siempre tuvo susto de que yo fuese a las marchas. Para el estallido y luego de lo que me pasó, aún más. Pero para mí, por esa misma historia familiar, es fundamental seguir haciendo fotos y mostrando lo que pasa, porque hay gente que no cree hasta que ve las imágenes”, dice Caterina.

En la muestra, sin embargo, sus fotos escogidas están lejos del furor de la protesta y son más bien huellas sutiles de las manifestaciones o de la represión policial: una mujer mayor posa con una bandera chilena y una pancarta en plena Alameda, y una plaza desierta en Villa Frei, en la que los juegos infantiles desaparecen bajo el humo de las bombas lacrimógenas.

“En un momento dejé de hacer fotos de heridos porque era muy duro. Hay fotos que no sé si voy a mostrar en algún momento porque también es peligroso para la gente que allí aparece. Creo que como fotógrafos tenemos que ser conscientes de eso”, agrega.

José Giribás coincide en la cautela que se debe tener al momento de exhibir este tipo de documentos, y la curatoría de esta exposición, a cargo de dos fotógrafas de la muestra —Nikole Kramm y Sofía Yanjarí—, es más bien un recorrido por el estallido visto como un movimiento social e histórico inédito, empañado por la desproporcionada violencia policial. “Hay que tener presente que estamos mostrando un material a una sociedad que desconoce por completo lo que está pasando en Chile, hay que intentar sensibilizar a través de la foto, pero hay cosas que no mostramos. El trabajo de Nikole Kramm con los heridos oculares, por ejemplo, es muy duro, y los alemanes no lo van a entender. Por eso preferimos armar un video y proyectarlo de forma más apartada dentro de la muestra”, explica el fotógrafo.

Chico muestra los balines que han sido lanzados por fuerzas especiales del orden. Santiago de Chile, 7 de noviembre de 2019. Serie Balas contra piedras. ©Nicole Kramm Caifal

Kramm, integrante del colectivo Kintu y una de las curadoras de la exposición, se convirtió en víctima la noche de año nuevo de 2020 en Plaza Italia, cuando recibió un proyectil de parte de Carabineros que la dejó con solo un 5% de visión de su ojo izquierdo. Hoy sigue haciendo fotos y aún lucha por conocer la identidad del uniformado que le disparó, dando su testimonio como integrante activa de la Coordinadora de Trauma Ocular.

“Hay una idea estética, pero también de contenido en la curatoría”, explica Sofía Yanjarí. “Partimos con fotos históricas de la dictadura tomadas por Pepe (Giribás), luego seguimos con otras fotos actuales en blanco y negro de las primeras manifestaciones y de ahí nos pasamos al color, con los estudiantes que saltaron el torniquete, las masivas concentraciones en Plaza Dignidad y las marchas feministas, la llegada de los militares a las calles, la represión policial, y luego de nuevo fotos de los caceroleos, gente de la tercera edad marchando con pancartas, barricadas y encapuchados”, relata.

“Hay diferentes miradas, unas más de prensa, documental; y otras más autorales, pero creo que todos quienes participamos de la muestra y somos parte de los colectivos tenemos una mirada crítica de la fotografía y la utilizamos como un arma contrainformativa”, plantea Alfonso González, de Migrar Photo.

Quizás esa mirada más autoral de la muestra provenga del colectivo Granada, representado por Verónica Garay, quien exhibe la imagen de una joven encapuchada con su torso desnudo y el puño en alto.

Formado en 2017 durante el Festival de Fotografía de Valparaíso, las tres integrantes de Granada se unieron bajo el deseo de retratar a mujeres que se sintieran de una u otra forma parte de una disidencia. Así nació “Venus”, un proyecto que se convirtió en libro y que instaló la perspectiva de género como motor creativo del grupo.

“Hay una mirada más íntima de retratar la revuelta y sobre todo las marchas feministas. También nos interesa visibilizar el trabajo de otres compañeres e involucrarnos con personas que estén interesadas en aprender la fotografía como herramienta de expresión a todo nivel, por eso hacemos talleres de autorretratos para mujeres y disidencias”, cuenta la fotógrafa.

Con la llegada de la pandemia a Chile y el decreto de la primera cuarentena obligatoria, el movimiento social se silenció y la actividad fotográfica inevitablemente también entró en receso. Para los y las fotógrafas, este periodo en términos laborales no ha sido fácil. Los escasos medios de comunicación impresos que quedan compran cada vez menos fotos y las agencias sobreviven a costa de ofrecer sus servicios a prensa extranjera.

“Con Migrar desarmamos nuestra oficina, aunque seguimos activos y comunicándonos, intentando vender nuestro trabajo y mover nuestros talleres y charlas, hicimos incluso un festival virtual en confinamiento que se llamó ‘Luz de ventana’, pero no es fácil. Yo estoy ahora con pegas de chofer y bodeguero porque la foto no da”, dice Alfonso González. “Creo, eso sí, que la olla sigue hirviendo. Siento que todavía nada está dicho, que la lucha no ha parado y no va a parar, y creo que las calles se van a llenar de nuevo. A pesar del proceso constituyente, el descontento se ha mantenido. Nadie ha sido juzgado, la impunidad es patente y frente a esas injusticias ni la gente ni menos los fotógrafos vamos a bajar los brazos”, concluye.

America is (going) back

La velocidad de la conquista de Kabul y las escenas transmitidas parecían menos la de un “socio” con el que se había llegado a un acuerdo y más a las de un invasor derrotado que salía en sus helicópteros con la cola entre las piernas —advierte Rodrigo Karmy sobre la retirada estadounidense de Afganistán—. Asistimos al momento en que el imperium desfallece y se retira del mundo. Pero la huida de Kabul no trata solo de Estados Unidos, sino del carácter nómico del liberalismo: expone su agotamiento y la imposibilidad de ofrecer una lectura del presente.

Por Rodrigo Karmy Bolton

1.- Abandono.

El 19 de febrero del año 2021, el recién electo presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, asistía junto a sus pares de la OTAN a la Conferencia virtual sobre Seguridad de Munich. En su discurso, Biden dijo: “And two years ago, as you pointed out, when I last spoke at Munich, I was a private citizen; I was a professor, not an elected official.  But I said at that time, ‘We will be back’.  And I’m a man of my word.  America is back.” Toda la apuesta del nuevo gobierno de Biden se condensa en la fórmula con la que termina este párrafo: “America is back”. No solo el regreso a las instancias internacionales sino, sobre todo, la apuesta de la nueva administración por restituir el lugar imperial estadounidense. Frente a la marchita fórmula de Trump, “Make America great again”, que instauraba un imaginario que miraba hacia dentro, “America is back” de Biden deviene el exacto reverso de la fórmula trumpista al lanzar a Estados Unidos hacia afuera. Biden cumple su palabra y la contrasta con la falsa palabra de Trump: la militarización del país con la que terminó el período trumpista (hacia dentro) podía disolverse en la nueva administración que, como era costumbre, podía militarizar al resto del planeta (hacia afuera) bajo la pastoral premisa de la supuesta salvación.

Pero precisamente porque la primera fórmula evoca el interés securitario por el interior y la segunda por el exterior, Trump y Biden constituyen su mutuo reverso especular, pertenencia conjunta a la misma maquinaria imperial que, dependiendo de los intereses en juego, intensifica sus formas hacia dentro o hacia fuera produciendo ese dentro y ese afuera, e incluso constituyendo “afueras” en su propio “interior” (afroamericanos, migrantes, latinos, japoneses, cheyenne, etc.) e “interiores” en su despliegue “exterior” (las bases militares repartidas por el planeta, sus corporaciones trasnacionales y el dominio de las instituciones supranacionales más importantes). Producción de interior y de exterior, Trump y Biden devienen así dos polos de una misma máquina que hoy acusa un retiro, un abandono del mundo que por años dominó.

En 1966, Carl Schmitt podía decir que la única política imperial pasaba hoy por la apuesta de una policía como dispositivo de administración global. Y recalcaba que la policía no significa el despliegue de una simple “técnica”, sino de una nueva formulación propiamente “política” que opone a la humanidad contra la in-humanidad del terrorismo internacional: quien dice “humanidad” miente, decía Schmitt.

Como policía del mundo, los Estados Unidos han catalizado al capitalismo mundializado a través de una maquinaria doble que comporta la articulación de un interior y un exterior radicalmente intercambiables: el concepto de “seguridad nacional” estadounidense es, al igual que su Constitución que no especifica los límites territoriales del país, un término ubicuo que puede operar tanto hacia el “interior” como hacia el “exterior”. Todo territorio exterior es plausible de integrarse al interior (Vietnam, Iraq, Afganistán, etc.) y, a su vez, toda forma interior puede devenir exterior (los ciudadanos afroamericanos, japoneses, latinos, etc.).

Un soldado estadounidense en Afganistán. Crédito: The U.S. Army

La máquina imperial estadounidense tiene su genealogía. Los procesos de colonización desplegados luego de la llegada del Mayflower en 1620 a las costas norteamericanas, pasando por la independencia, por su transformación en superpotencia global desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y su predominio absoluto en la escena mundial después de la caída de la URSS, expresan un continuum por el que la teología política que erige la idea del “destino manifiesto” se torna una constante. El analista Robert Kaplan destaca cómo la jerga militar estadounidense sintomatiza dicho continuum cuando, más allá del país que se “intervenga”, el vocabulario militar no deja de hablar de “tierra india” para referirse al espacio enemigo. Podrán ser árabes, japoneses o vietnamitas; latinoamericanos, afganos o iraquíes. Para ellos, siempre serán “indios”.

2.- Bestia

El 6 de enero del año 2021, una multitud de partidarios del expresidente Donald Trump ingresó a las dependencias del Capitolio para anular el conteo electoral que pretendía certificar la victoria de Joe Biden. Una multitud fascista que la jerga “demócrata” no tardó en calificar de “insurrección”. Los manifestantes traspasaron una seguridad bastante obsecuente con los “insurrectos” e ingresaron al Capitolio y llegaron al Senado. El asalto devino una performance: manifestantes disfrazados o no, ingresaban como los antiguos bárbaros (el afuera) que pervivían en el seno de una desgastada civilización (el adentro), al punto de abrir disparos en los que una manifestante fue herida y luego murió en el hospital. Sangre y bestialidad: Jake Angeli —también conocido como Q– shaman— irrumpe con la masa, premunido de un disfraz de pieles, un gorro con cuernos y a torso desnudo, exhibiendo múltiples tatuajes. Pero más relevante: su rostro estaba pintado enteramente con la bandera estadounidense. Ni animal ni humano, ni puramente bárbaro ni civilizado, el extraño sujeto devenía monstruo en el seno del palacio que, por siglos, había estado destinado a conjurarlo.

Más que monstruos, se trata del término “bestia”: en sus seminarios de 2002 y 2003, Jacques Derrida subraya el carácter de “bestia” que porta consigo toda soberanía. No se trata del “animal” a secas ni menos de lo “humano” en su refinamiento último de buenas costumbres y moral, sino de una soberanía que ha decidido la excepción y ha hecho implosionar el orden precisamente para conservarse como tal. La “bestia” excede al animal y al humano, no es simplemente un bárbaro, pero tampoco un civilizado. La “bestia” deviene nombre de la misma soberanía, dirá Derrida. Como un exterior en el seno de lo interior, un resto del salvajismo animal en medio de un orden humano siniestrado que pugna por conservarse, la fuerza-de-ley que toda soberanía abraza trae consigo el impulso bestial inmanente a la autoridad que funda, al simulacro que despliega. En el seno del Capitolio, donde ha de reinar la palabra, irrumpió la sangre, el asesinato de manifestantes, el devenir bestia del hombre. Momento de implosión de la República, agotamiento de su máquina: cuando no puede producir más el interior y el exterior, ambos se confunden en la “bestia” que puebla los pasillos de la “democracia” y que exhibe sus pieles bajo el pilum de sus cuernos.

El 16 de agosto de 2021, una escena similar, pero a escala internacional, tiene lugar en Kabul: 80 mil talibanes enfrentados a 300 mil miembros activos del ejército afgano preparados por las fuerzas estadounidenses que habían ocupado Afganistán desde hace veinte años, terminan por tomarse Kabul y, con ello, ponen fin a la ocupación estadounidense del país. Si bien en febrero de este mismo año la administración Trump había negociado en Doha con los talibanes para preparar la salida de Estados Unidos, lo cierto es que la velocidad de la conquista de Kabul y las escenas transmitidas parecían menos la de un “socio” con el que se había llegado a un acuerdo y más a las de un invasor derrotado que salía en sus helicópteros con la cola entre las piernas. La evocación de Saigón en 1975 inundó la memoria y los talibanes —guerrilleros islamistas reaccionarios formados por la CIA en las madrasas paquistaníes— se erigían como los protagonistas de una nueva derrota después de la de Vietnam. Las fotos de Saigón se yuxtapusieron a las de Kabul, en particular las de los helicópteros. Verdaderos ángeles que anuncian la muerte, ahora despegaban para llevar a cabo la huida. De pronto, el ojo mediático ingresó al palacio presidencial de Kabul enfocando a los talibanes recién llegados. Trajes limpios, bien planchados, barbas recortadas, fusiles brillantes y relojes de oro eran parte de la folklórica escena familiar dispuesta en el escritorio presidencial. No hubo tiroteos ni sangre.

De hecho, la cámara alcanza a capturar un pequeño sofá blanco vacío con una mesa de madera a su lado y una botella de agua. Se trata de una escena enteramente antinómica respecto de la del Capitolio: los bárbaros ingresan al palacio, pero arreglados, pronunciando palabras de tranquilidad, abogando al respeto que irán a tener por las mujeres y la amnistía dada a los funcionarios públicos. A Kabul entra el orden, pero a su vez, la limpieza: imagen de blancura en contra de la corrupción del Ancien Régime liderado por los ex-amigos ahora ocupantes. La performance talibán deviene inversa a la de Q-Shaman: la “bestia” ha huído en sus helicópteros, ahora vienen los hombres para refundar un país bajo el epíteto de “emirato” y así pertenecer a la familia real de las petromonarquías. Los que asesinaban a mansalva ahora llaman a la paz. Sus barbas siguen de pie, sus rifles también, pero no para mostrar las garras de la guerra, sino para invitar a la paz. La ocupación estadounidense devino corrupta, el nuevo gobierno talibán completamente puro: la ocupación no sería más que desorden, la nueva administración promete orden.

Dos escenas contrapuestas, pero sin embargo enteramente solidarias. En la primera, la “bestia” soberana despunta en el lugar en el que reina la palabra y se hace la Ley; en la segunda, esa “bestia” huye en sus helicópteros para dar lugar a la llegada del orden, la Ley (sharía, le llaman), la pureza. Los talibanes fueron como Q-shaman; Q- shaman fue como son ahora los talibanes. Dos escenas inversas: una al “interior”, otra al “exterior”; al interior (Capitolio) irrumpe el exterior (bárbaro) y en el exterior (Afganistán) el interior (el civilizado). La intersección de las dos escenas marca un asunto decisivo: la máquina imperial estadounidense experimenta su implosión.

Niños sobre un tanque abandonado en Kabul. Crédito: swiss.frog

Asistimos al momento en que el imperium desfallece y se retira del mundo. Como la antigua teoría de la Cábala, según la cual el momento de creación (tzim tzum) consiste en la contracción de Dios sobre el mundo, en su abandono, la “retirada” del policía de la tierra trae consigo un momento propiamente stasiológico —es decir, de una alteración del orden establecido—, donde las formas de vida inician un ciclo de resistencia feroz contra las múltiples formas del capitalismo mundializado que ha quedado sin su gendarme preferido. Al día siguiente de la huida estadounidense de Afganistán, miles de mujeres comenzaron a protestar en las calles contra el nuevo régimen. La deriva stasiológica abre conflictos nómicos entre potencias que se disputan la posición de gendarme que, a pesar de China, los Estados Unidos junto a la OTAN aún pueden reivindicar. La retirada estadounidense y la transfiguración de la escena nómica clásica por la irrupción stasiológica, me parece, marcan los ritmos de la época.

A la fórmula “America is back” promulgada por Biden, habría que introducirle un paréntesis con la palabra “going”: a pesar de Biden, la realidad stasiológica muestra que el back de America no es un retorno en gloria y majestad, sino una vuelta siniestrada, una verdadera experiencia en la que America is (going) back (está “retrocediendo”, literalmente del inglés).

3.- Fraternidad.

El 11 de septiembre de 2001, dos aviones de líneas aéreas estadounidenses se estrellan contra las Torres Gemelas y otro más contra el Pentágono. El humo y las llamas aparecen rápidamente. Las cadenas mediáticas aún no saben bien qué es lo que ha ocurrido. Se elucubra la posibilidad de un “accidente”, hasta que el segundo avión se estrella completamente contra la segunda torre. El nuevo titular irrumpe: “America under attack”. Se trata de un ataque, de una guerra y de unos enemigos que están lanzándose sacrificialmente contra los monumentos más importantes del poder estadounidense (el dinero con las Torres y las armas con el Pentágono). Las imágenes se administran con precisión: solo se transmite el inusual ataque a las Torres, pero no al Pentágono, porque aún surcan diversas teorías. Antes de su derrumbe, mientras el humo y las llamas comienzan a consumirlas, muchas personas logran bajar, pero otras que yacían en los pisos superiores quedan atrapadas entre el fuego y la altura. Muchas terminaron por perecer en el derrumbe ulterior, pero otras se lanzaron al vacío en medio de la desesperación por ser alcanzadas por las llamas.

El 16 de agosto de 2021, las imágenes no se concentran en Nueva York, sino en Kabul. Pero los cuerpos que se caían al vacío no eran de ciudadanos estadounidenses, sino afganos que habían intentado huir del terror talibán llegando al aeropuerto y aferrándose a los cargueros de la US Air Force. Los aviones estaban atestados. Su grisáceo color acaso daba el tono de la época en la que interior y exterior devienen indistinguibles. Los afganos corren alrededor de los aviones para agarrarse de algo, y algunos, en pleno despegue, caen a la sequedad del sombrío territorio. La prensa ajusta la noticia subrayando los “restos humanos” encontrados más tarde, producto de aquellos que cayeron mientras el avión estadounidense se elevaba. No es irrelevante el vector colonial en juego: como los belgas huyendo de Ruanda ad portas de la masacre entre tutsis y hutus en plenos años 90, los cargueros estadounidenses intentaban salvar a los “suyos” antes que a los nativos, a quienes intentaron gobernar durante largos veinte años sin lograrlo. Los “suyos” son esa categoría de ciudadanos blancos —aunque sean afroamericanos, latinos, asiáticos o indios— que deben ser salvados de la horda primitiva que comienza a arrasar con el país. Solo ellos pueden salvarse, los demás apenas se aferran a algún hueco que clandestinamente sobra de la carcasa metálica.

Los afganos —mujeres, sobre todo— devienen así, cuerpos que caen al vacío, abandonados enteramente por el poder estadounidense que había prometido su protección.

Dos escenas transmitidas en vivo y en directo que exponen a los cuerpos cayendo al vacío, sea por la desesperación ante las llamas o por la desesperación ante los talibanes. En cualquier caso, se trata de la posibilidad de quemarse vivo en un mundo que estalló por un atentado talibán en Estados Unidos y, a su vez, por una intervención estadounidense en Afganistán. Nueva York y Kabul son dos bordes de la misma intensidad nómica que expele cuerpos y los lanza decididamente al vacío. Dos escenas en que los cuerpos caen, se aplastan en el olvido de una cámara que los enfoca, anónimos, huyendo. Como si el despliegue nómico del poder implicara la supura de cuerpos, de pueblos cayendo al vacío.

Digámoslo radicalmente: el talibanismo deviene un americanismo desplegado por otros medios. De sus ramificaciones perviven Al Qaeda y el Estado Islámico, dos “hijos” de una misma familia, de una misma fraternidad que ha radicalizado al evangelismo wahabí utilizando el término takfir (infiel) para designar al enemigo absoluto. Justamente  takfir es la traducción taliban del “terrorista” declarado por Estados Unidos. Simetría imaginaria que sintomatiza la fraternidad.

Soldados estadounidenses en Kabul. Crédito: The U.S. Army

En su libro One Nation Under God: How Corporate America Invented Christian America (2015), el historiador Kevin Kruse ha mostrado cómo la política estadounidense desde los años 50 se orientó a potenciar a los grupos religiosos fundamentalistas en todas partes del mundo. Desde la secta Moon en Corea del Sur hasta los talibanes en Afganistán, la política estadounidense dio a estos grupos financiamiento, armas y respaldo político. Su lógica de funcionamiento reproduce el dispositivo partisano compuesto por evangelismo y armas, pero refundido en versión musulmana gracias al wahabismo saudí, que les dio formación ideológica en las madrasas paquistaníes para luchar contra el “infiel” soviético. Lejos de ser una “cultura ancestral”, como diría un sobrevalorado columnista chileno, los talibanes fueron producidos durante la Guerra Fría y devinieron la vanguardia del capitalismo mundializado.

“America is (going) back” implica, a la vez, la implosión del nomos y la irrupción stasiológica de cuerpos que, al estar compelidos a caer al vacío, buscan otras vías más allá de la maquinaria nómica y su catástrofe. En Iraq y en otros sitios, esos cuerpos han abierto el desgarro a través de revueltas que proliferan por el planeta. Porque “America is (going) back” no solo significa dejar que los cuerpos caigan al silencioso vacío, sino también que irrumpan como stasis global, con sus múltiples formas de vida que impugnan la cruenta dinámica del capital, que ya no tiene gendarme privilegiado, sino uno completamente en retirada. Cada vez con mayor armamento, pero con menos astucia, estrategia y visión. Sin lectura. Pues la huida de Kabul no trata solo de Estados Unidos, sino del carácter nómico del liberalismo: expone su agotamiento y la imposibilidad de ofrecer una lectura del presente.

En su retiro, los cuerpos caen al vacío. Sea en las Torres Gemelas incendiadas o en un carguero de la US Air Force despegando de Kabul. Los talibanes, miembros de la fratría imperial y engendrada por ella, devinieron, finalmente, la refutación práctica del liberalismo. Con la emergencia china, anuncian la posibilidad de un capitalismo iliberal (el Imperio) que, sin embargo, seguirá lanzando cuerpos al vacío.

Sucesos recobrados: la desconocida línea política del documental chileno temprano

Los orígenes del cine en Chile se remontan a 1897, pero son muy pocas las películas —y en particular las de tipo documental— que sobrevivieron. Después de revisar prensa de esos primeros 36 años, los investigadores Marcelo Morales, Ximena Vergara y Antonia Krebs catastraron nada menos que 470 filmes, los que lanzan nuevas luces sobre la historia del cine local, pero también sobre la historia política del país. “El documental se utilizó para educar, propagar ideas, entretener, vender, informar e, incluso, para contrainformar”, advierten los autores en Sucesos recobrados. Filmografía del documental chileno temprano (1897-1932), estudio en el que reunieron estos hallazgos. Presentamos acá un adelanto del libro, publicado por Ril Editores.

Por Marcelo Morales, Ximena Vergara y Antonia Krebs

La revisión de aproximados 36 años de prensa, en búsqueda de anuncios, notas periodísticas y críticas que constataran la existencia de filmes chilenos o relacionados con Chile de carácter documental, entrega un corpus amplio y novedoso, pero que es también variado y discontinuo. Los 470 filmes, de distintos géneros y duración, componen una filmografía dispar que va desde los breves segundos de un baile típico en el norte de Chile (Una cueca en Cavancha filmada por el pionero Luis Oddó en 1897), hasta el registro de una intervención militar que puso fin al gobierno de Juan Esteban Montero en 1932 (Santiago. Cuando la revolución retumba, de la compañía francesa Gaumont). Entre el primer estreno efectivo, catastrado a partir de notas de diarios de Iquique, y el último, detectado en el archivo digital de Gaumont Pathé —y que, es elegido simbólicamente en el marco del declive del cine silente—, las filmaciones tuvieron distintos metrajes, temas e intenciones, y permiten reconstruir una filmografía de carácter documental ya esbozada, que se configura como complemento a la de ficción[1]. Ahora bien, tal como sucedió con la ficción, los materiales documentales en su mayoría no sobrevivieron, y si bien su rastro puede encontrarse en páginas de espectáculo y carteleras, a diferencia de las películas de argumento, su referencia tuvo notoriamente menos regularidad y espacio.

Si por un lado esta escasez dificulta la reconstrucción de la producción surgida en el cine silente, por otro permite ver cómo otras materialidades —publicaciones, guiones, fotografías, carteles, materiales publicitarios, manuscritos, entre otros— se constituyen como elementos que colaboran con la reconstrucción del llamado, por Ray Edmoson, “patrimonio perdido”. En este sentido, la filmografía observa el recorte de prensa como un material que con su naturaleza escrita contribuye a la recuperación de un patrimonio físicamente tan frágil como el cine, y que también, como palabra impresa, lucha contra lo efímero de unas esporádicas proyecciones en la mayoría de los casos.

Carpa que exhibía cortos cinematográficos en el Parque Forestal, foto publicada en Revista Sucesos, 28 de octubre de 1904.

A lo largo del periodo 1897-1932, en el terreno documental se llevaron a cabo experimentaciones tecnológicas (como la rapidez en el revelado y ensayos con el cine sonoro, por ejemplo), y además se formaron cineastas renombrados como Carlos Borcosque, José Bohr o Pedro Sienna. Asimismo, en el documental aparecen nuevos realizadores nacionales y extranjeros que engrosan la historia del cine chileno, y también, una importante presencia de realizaciones en regiones que contribuye a descentralizar territorialmente esta historia.

Si por un lado la filmografía temprana aporta a la historia del cine chileno, por otro permite detectar discursos de época, ya que, de forma evidente, estos fueron reforzados por medio de este medio en el que figuras de poder como los presidentes Arturo Alessandri Palma o Carlos Ibáñez del Campo vieron un aliado potente. El documental, veremos, se utilizó para educar, propagar ideas, entretener, vender, informar, e incluso, aunque en menor medida, para contrainformar. En este estudio se exploran estas líneas reflexivas a partir de una selección de filmes representativos que en su mayoría se perdieron —en caso contrario, se especifica su supervivencia—, y la información proviene, justamente, de textos e imágenes depositados en recortes de prensa.

Una herramienta de propaganda

Un primer punto para situar la filmografía en su diálogo con ideas sobre Chile construidas desde el cine, se vincula con la idea del documental temprano como un género móvil y de definición compleja. Efectivamente, si se mira la filmografía como conjunto, un aspecto que resalta es la variedad de los materiales, tanto en su duración (desde segundos hasta metrajes de más de una hora), como en los tópicos que se abordan. Se trata de filmes que corresponden, no siempre claramente, a vistas, actualidades, películas temáticas, documentales por encargo y noticieros, pero que ya con más seguridad se instalan cómodamente en la tradición del “cine de actualidades”, que, de a acuerdo con Tom Gunning (2004), habría convivido en sus inicios con el cine de atracciones (asombro producido por las imágenes).                                                                  

Como reflejo de esta dificultad de clasificar, en los primeros años del documental chileno era común el aviso de “vistas”, “películas descriptivas”, “films tomados del natural” o “películas locales”, sin especificarse concretamente qué se entendía por cada uno de estos nombres, o superponiendo una denominación u otra. Y, si bien se intercalaron conceptos como “film documentaria” en la década del diez, no fue hasta la década del veinte que el término se hizo más recurrente. De esta forma, el cine documental chileno avanzaba y se distanciaba de la mera idea de registro o de herramienta informativa.

Aviso de la película sobre el regreso de Alessandri al poder, dirigida por Carlos Borcosque. Publicado en La Nación, 20 de marzo de 1925.

El concepto documental fue instalándose paulatinamente y avanzado el tiempo fue adquiriendo nuevos adjetivos de acuerdo a las funciones que fue asumiendo. Si en un principio los registros se postulaban sobre todo como informativos, más adelante empezaron a ser adjetivados como educativos, propagandísticos, e incluso como históricos. Así se planteó, por ejemplo, en un aviso del estreno de El momento internacional de 1926, filme realizado por encargo del diario El Mercurio sobre la cuestión de Tacna y Arica:

Toda esta documentación gráfica tiene una elevada significación histórica que, más tarde, ofrecerá a la investigación de cronistas e historiadores una valiosa fuente de información. El Mercurio, al ofrecerla al público, cree satisfacer una necesidad y poner en evidencia la utilidad de la cinematografía llamada a tan alto porvenir en nuestro país, en el ramo de la documentación histórica (El Mercurio, Santiago, 5 de mayo de 1926, p.1.)

En este texto, al mismo tiempo que se le otorga una función histórica al cine, se expresa también una forma concreta de pensar la construcción de la historia (desde el futuro), a partir de la consideración de la imagen en movimiento como una fuente presumiblemente objetiva. Se trata de una idea ampliamente cuestionada a lo largo de la historia del documental, como lo plantean por ejemplo Marc Ferro o Susana Velleggia.

En la filmografía encontrada se detectan figuras que tuvieron una afinada conciencia mediática; al mismo tiempo que se identifican instancias en que el cine permitió la circulación de ideas construidas desde la oficialidad, como fue el caso de las películas enviadas al extranjero.

Propaganda hacia afuera: los muestrarios vivos

Dentro de los espacios emblemáticos —físicos y simbólicos— en que se intentan instalar imágenes-país, las exposiciones universales tienen un rol protagónico. De acuerdo con Sylvia Dümmer (2012), a estos encuentros se llevarían “imaginarios nacionales” —en la línea reflexiva de Anderson (1993)—, a través de aparatajes visuales como mapas, ilustraciones, gráficos, o ya más avanzada la tecnología, de imágenes en movimiento.

La participación de Chile en la Exposición Universal de San Francisco, en Estados Unidos se vincula directamente con la cinematografía chilena, ya que al evento se envió La industria del salitre (1915), una película que de forma bastante excepcional para la época se difundió adjunta con el nombre de un director. Se trató del español Francisco Caamaño, quien —dando cuenta del impulso por dar continuidad a un formato informativo— filmó también Revista Antofagasta Nº2 y Revista de las nuevas instalaciones del mineral de Chuquicamata, ambas de 1914. En la prensa puede verse cómo este último material ya daba señas del interés de Caamaño por la minería chilena:

Numeroso público concurrió anoche al Cine Variedades llenándolo completamente, ansioso de presenciar la exhibición de la película de alta novedad nacional anunciada en su programa, Revista de las nuevas instalaciones del mineral de Chuquicamata o Los yankees en Chuquicamata. En esta cinta se ven grandes obras realizadas por los empresarios yankees en dicho mineral y sus distintas faenas donde trabajan muchos operarios chilenos. La vista, aunque descriptiva y no muy límpida, es de sumo interés, tanto para los nacionales como para los extranjeros (El Industrial, Antofagasta, 9 de mayo de 1914, p.1.)

Otro aspecto llamativo de La industria del salitre es que tuvo un espacio notorio en la prensa, al ser reproducidos en detalle los intertítulos de la cinta. La descripción, que constituye un paso a paso educativo de las faenas de extracción y refinamiento del mineral, señalaba también la duración de dos mil metros de la película, y dado que se trataría de un filme de una hora y media aproximadamente, es probable que se trate del primer largometraje documental de producción nacional.

La película, pensada para un destinatario extranjero, sin duda pretendía impulsar un mineral que entró en crisis con el descubrimiento del salitre sintético durante la Primera Guerra Mundial. La filmación, por tanto, daba cuenta de un gesto de propaganda económica que, además, puede entenderse como un preludio de la campaña publicitaria del salitre natural que se acentuará tiempo después.

Aviso de Chile, película nacionalista que se exhibió en la Exposición de Sevilla. Publicado en La Nación, 5 de agosto de 1928.

La cinta, filmada desde Tacna a Tierra del Fuego durante aproximadamente un año, sería exhibida en Sevilla y en otros países, que tendrían la “ocasión de apreciar el alto grado de progreso de nuestro país, sus bellezas naturales que probablemente no tienen comparación en el mundo y finalmente sus riquezas inmensas” (La Nación, Santiago, 5 de agosto de 1928, p.32). En la misma nota, además, y también con un gesto patriótico, se enfatizaba el avance de Chile a nivel cinematográfico: “Para el público será una sorpresa constatar que no necesitamos acudir a los Estados Unidos o Europa para hacer películas perfectas y con orgullo presentaremos en el extranjero una gran producción, hechas en talleres nacionales con operarios chilenos”.

Como se desprende de la cita anterior, Chile, además de difundir una imagen en el exterior, al presentarse en salas nacionales difundió un autorretrato al público nacional, incluyendo la dimensión del paisaje. De esta forma, se evidencia la idea de Dümmer (2012), quien señala que “La imagen nacional de exportación, como lo indica el término, era redactada pensando en el público extranjero al que iba dirigida. Sin embargo, este no era su único destinatario, ya que los chilenos, que seguían la concurrencia nacional a distancia, eran también testigos de ella. Para este último destinatario, también se crearon películas desde la oficialidad, aunque en este caso, de acuerdo a un afán educativo.

Este texto es un extracto del libro adaptado al formato de la revista.


[1] El referente fundamental fue el libro Itinerario del cine documental chileno 1900-1990 de Alicia Vega (2006). También otorgó pistas relevantes, el Seminario de Título Los primeros pasos del documental en Chile (1986-1931) (Daniel Arlacón et al., 2001).

Álvaro Hoppe: Fotógrafo ambulante

El trabajo de este fotoperiodista, uno de los más importantes del Chile de los años 80, da cuenta de su paso por el teatro: hay acción, intensidad, dramatismo, protagonistas, oponentes. “La narración de Hoppe busca empecinadamente los relatos de los muros, las paredes, el gran lienzo abierto de la ciudad”, escribe Pablo Azócar en el libro Plebiscito en Chile, 1988, publicado el año pasado coincidiendo con el referéndum que decidiría el cambio de constitución. Su lente muestra los momentos antes y durante el plebiscito de aquel entonces. Visto desde el presente, crea un paralelo entre ayer y hoy.

Por Elisa Montesinos

Un vidrio quebrado a la altura del ojo, por el orificio se ve un paco con una luma. El viaje en la misma micro de vidrio trizado continúa, el fotógrafo aprovecha de seguir disparando.

Es el año 81 o 82, viaja desde su casa en Macul por la Alameda, quizás va a trabajar en una imprenta, lo impacta un vidrio quebrado, tal vez una bala o un piedrazo. Aún no saca fotos de manifestaciones y esas tres, cuatro, cinco tomas desde la micro pasarían a ser sus “primeras fotos simbólicas”. Carabineros, transeúntes, La Moneda, van apareciendo en el recorrido, en su intención de expresar dolor, rabia, alegría.

Camisa a cuadros o lisa, jeans, cámara colgando al cuello, zapatos cómodos para andar la ciudad, rostro sereno de fácil sonrisa, sin edad. “Espectador activo, caminante, testigo de la historia, tratando de ser invisible”, se autodefine Álvaro Hoppe (1956) en el documental dirigido por Paulina Yáñez y dedicado a él[1], intentando explicar su paso del teatro a la foto, pero también su filosofía. Marcelo Mendoza, quien lo conoce desde los 20 años cuando ambos trabajaban en la revista opositora a la dictadura Apsi, dice que lejos de un afán temerario de convertirse en héroe, reportero de guerra o algo por el estilo, le interesaba la fotografía como oficio. “No es un fotógrafo temerario. Las fotos que puede haber hecho en tiempos de la dictadura… yo creo que estaba cagado de miedo. No es heroico, ni siquiera épico, está mucho más cercano a la lírica que a la tragedia”, dice. Los hechos lo llevaron a ser reconocido por esas imágenes de enfrentamientos y protestas. Pero el ojo siempre se desviaba.

El interior de una vitrina, una mujer ve televisión desde la calle, más atrás unos niños duermen en una banca de madera en el Paseo Ahumada.

Lee el mismo libro que yo. Me envía una foto desde la micro. Es una biografía sobre Rodrigo Rojas de Negri, escrito por la periodista Pascale Bonnefoy[2]. Álvaro es uno de los entrevistados, pues quizás fue su más cercano en la breve pero intensa inserción del joven exiliado en el Chile de 1986, un año calificado como decisivo para las revueltas populares. Un año que Pascale Bonnefoy compara con el despertar chileno, y no es la única.

Helen Hughes, Susan Meiselas, Álvaro Hoppe, Paz Errázuriz y Marcelo Montecino
© Alejandro Hoppe

El chico alto y de acento agringado toca la puerta de la revista Apsi y pregunta por Hoppe, pues trae una cámara enviada por un fotógrafo en el exilio para los talleres que se hacían en las poblaciones. Rápidamente se hacen amigos. En los escasos dos meses que alcanza a estar de regreso en Chile, caminan, salen y fotografían juntos. Hoppe es el último en retratarlo con vida, tres días antes de que sea quemado vivo por una patrulla militar. Un reencuadre de esa foto será utilizada en infinidad de publicaciones y afiches. Después de su asesinato, Hoppe, que había sido detenido por civiles poco antes, debe tomar pastillas e ir al psiquiatra para poder seguir siendo testigo de la historia con su cámara.

Un zapato en el suelo y el resto de un volante, “Dónde están”.

Las fotos dan cuenta de su paso por el teatro. Hay acción, intensidad, dramatismo, protagonistas, oponentes. “La narración de Hoppe busca empecinadamente los relatos de los muros, las paredes, el gran lienzo abierto de la ciudad”, escribe Pablo Azócar en el libro Plebiscito en Chile, 1988, publicado el año pasado coincidiendo con el referéndum que decidiría el cambio de constitución. Su lente muestra los momentos antes y durante el plebiscito de aquel entonces. Visto desde el presente, crea un paralelo entre ayer y hoy. Hay personajes en actitud, rayados callejeros, agentes infiltrados de la CNI (o que lo parecen), muros rayados y vueltos a rayar, el observar de un transeúnte.

Alguna vez tuvo bigotes, el pelo largo, corría por las calles arrancando de la repre. Por sus imágenes y las de sus compañeros de “armas” nos enteramos de lo que pasaba en la ciudad. Y nadie pudo negarlo.

Un niño con uniforme escolar duerme al interior de una micro con el bolsón entre las manos.

“Las fotografías de Álvaro Hoppe narran la historia de un tiempo político”, escribe Diamela Eltit a propósito del libro mencionado. Habla de “la teatralidad” de las imágenes y de cómo reviven los procedimientos de la dictadura en un presente de “repolitización de la ciudadanía rebelde”. Diamela se pregunta si el niño dormido despertara hoy podría encontrar algo mejor de lo que le esperaba en esos años, cuando la micro valía 40 pesos.

Eran los tiempos en que para los fotógrafos que registraban la cotidianidad, las protestas eran el pan de cada día. Se protegían entre ellos con un cartón, la credencial de la Asociación de Fotógrafos Independientes (AFI) y saliendo juntos a la calle. Uno de ellos, Claudio Pérez, me dijo en alguna entrevista que la dieta de ese entonces consistía en un completo y tres rollos. “No tres, un rollo, y completo no, porque me gustaba más el churrasco palta —bromea Hoppe—. Después empecé a comer frutos secos para cuidar la alimentación. No sé cuál es el sentido del completo, pero sí, precariedad absoluta. Varias obras las tomaba con un rollo. Entonces medías muy bien cuál fotografía tomar”.

Busca la toma desde el otro lado, dentro del bus cuando sus colegas están afuera, ya se incuba en él una cierta ironía que irá agudizando después. Los retrata fotografiando.

Los mismos rincones que inundaron las protestas hoy, lo fueron ayer, como si se tratara de una misma tira de prueba en que solo cambian las vestimentas, los letreros de las micros, la sofisticación de los guanacos, el ropaje de Carabineros y los modelos de los autos.

Juan Domingo Marinello, Helen Hughes, Alvaro Hoppe y Paz Errázuriz celebrando la edición del libro Chile From Within, 1990.

Hace algunos años su tremendo archivo fotográfico comenzó a ser digitalizado, lo que abrió la puerta para nuevas exhibiciones y libros. En la publicación sobre el plebiscito, el exdirector del Museo Nacional de Bellas Artes, Roberto Farriol, explica que la fotografía de Hoppe da cuenta de múltiples capas de lectura y de una transgresión de los géneros artísticos.

Una serie de sombreros militares sobre una mesa, y uno solo civil. Mesa de diálogo.

“Es un fotógrafo de jornada completa. Aunque hay gente que lo puede ver como un artista, él se considera un trabajador de la fotografía”, dice Marcelo Mendoza. Cuando llegó a hacer su práctica en Apsi tuvo que salir con Hoppe para su primera nota sobre el Cachacascán. Se inició una amistad que duraría hasta ahora. Desde entonces han trabajado juntos en múltiples proyectos, recorriendo Chile. Mendoza lo ha visto incluso trabajar registrando matrimonios y eventos.

“Álvaro Hoppe es uno de los fotoperiodistas más importantes de la década de los 80 en Chile. Tiene un trabajo transversal a la sociedad chilena en su dimensión social, popular, cultural, y también en el ámbito de la política y el poder”, dice Alexis Díaz, editor del libro Plebiscito en Chile. Lo conoció en el taller de fotografía de la Escuela de Economía de la Universidad de Chile. Uno de sus compañeros era sobrino de Hoppe y lo invitó al taller. “Ese fue mi primer acercamiento con él. Ahí quedamos contactados”. Posteriormente, se lo volvió a encontrar en algunas publicaciones en que participaba. En 2003 lo invitó a presentar su libro Díaz de espera, y Hoppe se presentó con unos anteojos y una peluca, acorde al actor que había dejado atrás, pero que constantemente seguiría apareciendo.

Álvaro Hoppe. Crédito: Sacha Pompei

Estuvo en las calles fotografiando el teatro de Andrés Pérez, también retratando a escritores, hasta llegar a La Moneda a través de su hermano Alejandro, también fotógrafo, “muy cercano al gobierno de Lagos”, resume Díaz. Destaca su interés en el antes, durante y después del evento o escena fotográfica, “siempre callejeando, muy cercano, desde cierta humildad y bondad”.

Unos niños con traje de baño disfrutan del agua de un grifo veraneando en su ‘pobla’.

Es la primera imagen que conscientemente vi de Álvaro Hoppe en el periódico El Corazón. Mucho antes quizás observé la realidad a través de su lente, pues mis padres compraban la revista Apsi. Luego, a comienzos del 2000, se acercó al grupo de la revista La Calabaza del Diablo, y como parte de nuestra formación como escritores, periodistas, fotógrafos, dibujantes, estuvo el ver y comentar atentamente sus fotos descubriendo una forma de mirar que hasta entonces desconocíamos. “La gracia que tiene Álvaro es el punto de vista, la mirada. Él clava el ojo en algún detalle que otros no ven, no lo evidente, no lo obvio”, explica Marcelo Mendoza.

Hoppe sigue andando en micro, caminando, mirando. Lo más importante de todo, sin perder nunca la curiosidad.


[1] Documental Álvaro Hoppe Guiñez: espectador activo, 2017

[2] Rodrigo Rojas de Negri. Hijo del exilio, 2021 (Debate-Penguin Random House)

Guadalupe Nettel: “La naturaleza es la mejor escuela de diversidad”

No es ningún secreto que las nociones de maternidad o de familia son construcciones humanas. Basta con mirar a los animales para entender que existen formas múltiples de vivir estas experiencias, sugiere la escritora mexicana en La hija única, su última novela. El libro puede leerse como un manifiesto contra la sacralización de los lazos sanguíneos y, de paso, como un recordatorio de los claroscuros de la maternidad. En esta entrevista, Nettel habla también de su trabajo como directora de la Revista de la Universidad de México, uno de los medios culturales más longevos del continente, y defiende la importancia de que las universidades tengan estos espacios de difusión del conocimiento y la cultura.

Por Evelyn Erlij

A veces los silencios de una lengua dicen más que sus palabras. Varias mujeres que han escrito sobre experiencias relacionadas al cuerpo femenino han tomado conciencia de que el desarme de las estructuras patriarcales no se juega solo en el lenguaje y su generización, sino también en sus vacíos. Le pasó a Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) cuando escribía su última novela, La hija única, en la que relata la historia de Alina, una gestora cultural que después de años de despotricar contra la maternidad —“el grillete humano”, le llamaba—, decide tener un hijo. Junto a su compañero intentan todos los métodos de fertilización posibles, hasta que todo da un giro violento: Alina se embaraza, pero al octavo mes le anuncian que su hija no sobrevivirá a causa de una microlisencefalia.

“Existe una palabra para designar a aquel que pierde a su cónyuge, y también una palabra para los hijos que se quedan sin padres. Sin embargo, no existe una para los padres que pierden a sus hijos. A diferencia de otros siglos en que la mortandad infantil era muy alta, lo natural en nuestra época es que eso no suceda. Es algo tan temido, tan inaceptable, que hemos decidido no nombrarlo”, advierte Laura, la narradora de la novela y mejor amiga de Alina, una doctoranda en literatura que, frente al dilema de la maternidad —al menos en el sentido tradicional—, decide ligarse las trompas. Para las personas como ella tampoco hay un nombre propio: en castellano no existe un término para designar a las mujeres sin hijos como sí lo hay en inglés, childfree.

“Lo que (esos silencios) dicen es que la cultura no se ha permitido pensar la posibilidad de que un hijo no exista en el contexto de una mujer o de una familia”, advirtió Lina Meruane hace unos años al hablar sobre su libro Contra los hijos, una diatriba que sacó ronchas por atacar el mandato cultural de la maternidad. La hija única, décimo trabajo de Guadalupe Nettel, también empalabra esas realidades silenciadas a través de la voz de Laura, una de las tres mujeres que protagonizan la novela y quien, además de narrar la historia de Alina —basada en el caso real de una amiga de la autora—, aborda su relación con Doris, su vecina, una madre agobiada de lidiar con la furia de Nicolás, hijo de un exmarido maltratador, que un buen día se atrinchera en su cama y no se levanta más.

Guadalupe Nettel. Crédito: Mely Ávila

Nettel, ganadora de premios como el Ana Seghers, de Alemania, y el Herralde de novela por Después del invierno (2014), lleva años desmontando tabúes en libros como El huésped (2006), El cuerpo en que nací (2011) o La hija única. Más que una historia sobre maternidades, la novela es una suerte de manifiesto contra la sacralización de los lazos sanguíneos y una defensa de la crianza como una tarea colectiva. De paso, es un recordatorio de que la maternidad, todavía edulcorada en el discurso público, también está poblada de rincones oscuros, de “secretos” —como apunta en el libro— que a la larga son formas de asegurar la continuidad de la especie.

“La gente sabe en su fuero interno que si se verbalizara, si se transmitiera esa experiencia tal y como es, muchas mujeres decidirían no reproducirse. Reconocer el inmenso trabajo que implican los cuidados y la crianza es admitir la injusticia de que ese trabajo pese sobre una sola persona y la injusticia de que no esté remunerado —dice la escritora desde Estados Unidos, donde por estos días anda de viaje—. Por otro lado, hay un ideal de la maternidad que muchas mujeres quisieran cumplir o con el que quisieran ser identificadas. Admitir que a veces no son tan felices siendo madres las hace sentir culpables. Es algo muy semejante a lo que Virginia Woolf denominaba ‘el ángel de lo doméstico’, un deber ser que la sociedad nos inculca de forma subliminal y del que es muy difícil liberarse”.

A pesar de los avances de los feminismos, todavía no se habla lo suficiente de lo oscuros que pueden ser el embarazo y la crianza: la madre que se queja todavía es una potencial “mala madre”. En los últimos años, se han publicado varios libros sobre la relación ambivalente de las mujeres con la maternidad. ¿Crees que la literatura ha abierto un espacio que en la sociedad sigue bloqueado?

—Hay textos muy viejos que abordan la condición subordinada de la mujer y en especial la de las madres, pero las sociedades en las que fueron escritos no querían ni oír hablar de esos temas —advierte Nettel—. Piensa que en el siglo XVIII, Olympe Des Gouges fue guillotinada por pedir que los derechos del hombre fueran también de la mujer. Algo tan básico como eso era inaceptable. Los hombres querían que las mujeres fueran elfos domésticos eternamente. Si ahora para muchos resulta indignante que una mujer se queje de la carga de la maternidad, ¿cómo habrá sido escucharlo en aquel tiempo? Libros como La mujer helada (1981),de Annie Ernaux, que ahora consideramos hermosamente escritos y muy potentes, eran silenciados o invisibilizados por los críticos, los libreros, los académicos y los bibliotecarios, espacios históricamente dirigidos por hombres. Fueron las feministas las que abrieron y sostuvieron el debate durante años y gracias a ellas, en el siglo XXI, el tema de la maternidad se ha convertido en un tema relevante.

El personaje de Doris revierte la fantasía de que las madres lo pueden todo, de que no hay derecho a enfermarse o rendirse. ¿Por qué quisiste integrar este personaje en paralelo a la historia de Alina?

—Doris encarna a todas las mujeres que conozco que por una razón u otra han encallado en la maternidad y no logran salir a flote. Tiene la autoestima y la confianza en sí misma muy deterioradas por la violencia doméstica que sufrió durante años. Está deprimida, no consigue hacerse cargo de sí misma y además se lleva fatal con un hijo al que adora. Vive atrapada entre la necesidad de ponerse en pie y la culpa que le genera no poder ser la madre ideal. Quería visibilizar a ese tipo de mujeres, darles una voz y disfruté cuando poco a poco se fue poniendo de pie en la historia a pesar del sacrificio que implicaba separarse por un tiempo de su niño.

Desde El cuerpo en que nací vienes problematizando la idea de que las familias nucleares y biológicas son una imposición, que los conceptos de familia y de mater-paternidad son permeables. “Es cosa de ver la naturaleza”, escribes, y tu novela es un ejemplo de que la crianza no es un trabajo exclusivo de los padres; que la familia adopta formas diversas. Entender esto es liberador, porque desacraliza la figura de los padres. Da la impresión de que este es un asunto aún pendiente en las discusiones feministas.

—Es un tema que me interesa mucho. Creo que los seres humanos tendemos a ver la vida a través de una reja muy estrecha. Como si viviéramos en una jaula mental y salir de ahí nos resulta muy difícil. Imagínate cuántos siglos tuvieron que pasar para que la sociedad viera la homosexualidad como algo natural. Cuando yo era chica escuchaba que esas relaciones eran “contra natura” y cuando me empecé a interesar en los animales vi que hay muchísimas especies que la practican, de la misma manera en que hay especies monógamas o polígamas, incluso transexuales. Todo cabe en la naturaleza. Se trata de la mejor escuela posible de diversidad a la que podemos acceder. Muchos mamíferos, como los lobos, los elefantes o los delfines, crían en grupo a sus cachorros, y estoy convencida de que los humanos hicieron lo mismo durante siglos. Me parece lo más lógico y lo más cómodo. ¿Te imaginas que cada familia se encargara de la escolaridad de sus hijos como ocurrió ahora durante la pandemia? Están mejor en una escuela, ¿no crees? Yo pienso que debemos abrir nuestros barrotes mentales y buscar las formas de familia que más nos acomoden. Además intuyo que en una familia extendida sería más fácil proteger a los niños de la violencia y los abusos, algo que me parece muy importante.

En Chile se ha discutido últimamente la idea de la sororidad, a raíz de que se ha condenado a críticas literarias por reseñar de forma negativa libros de autoras, por reproducir, supuestamente, prácticas patriarcales de “ningunear” la escritura de mujeres. Hay feministas que plantean que no hay que biologizar la literatura ni homogeneizar la categoría “mujer” porque se omite qué se escribe o desde dónde se escribe; mientras que otras apoyan la idea de visibilizar el trabajo de las mujeres más allá de las diferencias. ¿Qué opinión tienes sobre esta discusión?

—Creo que hay que empezar por reconocer un hecho histórico: la literatura escrita por mujeres talentosas ha sido “ninguneada” durante siglos. Basta echar un vistazo a la colección Vindictas que la editorial Libros UNAM y la editorial Páginas de espuma han puesto en marcha para rescatar del olvido a ese tipo de autoras. Es más, durante siglos, las mujeres tuvieron que usar pseudónimos masculinos para poder publicar y ser leídas. Yo quisiera pensar que esto ya se acabó. También me gustaría pensar que las que ejercen el oficio de críticas literarias tendrán esta historia en mente, pero también la libertad para ejercer su trabajo con pericia. Todos sabemos que hay tantas escritoras malas como escritores malos. Exigirle a las mujeres que no digan o que no escriban lo que piensan equivale a ponerles otro grillete.


La huella de Nettel en La Revista de la Universidad de México

En 2017, Guadalupe Nettel —Doctora en Ciencias del Lenguaje de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París— se convirtió en directora de la publicación cultural más longeva de su país: la Revista de la Universidad de México, un espacio que, bajo su tutela, se ha convertido en un puente entre intelectuales, académicos, investigadores y universitarios de distintas generaciones y rincones de América Latina. Su meta, dijo entonces, era tender puentes entre la universidad y los lectores de todo el continente, y lograr un diálogo entre autores de habla hispana en torno a asuntos que van desde el arte y la literatura, hasta la política y las ciencias. Cuenta, además, con un Consejo Editorial internacional conformado por nombres como Alejandra Costamagna, Martín Caparrós, Jorge Herralde y Enrique Vila-Matas.

Muchas veces se le reprocha al mundo académico cierto ombliguismo y una imposibilidad de no poder salir de los códigos y del lenguaje del paperismo, como se suele llamar la carrera por publicar artículos académicos. ¿Qué diagnóstico haces de estos años que llevas dirigiendo la revista? ¿Cuáles fueron las mayores dificultades que enfrentaste cuando llegaste?

—Creo que hay una diferencia grande entre los journals especializados y las revistas culturales. Es normal y supongo que deseable que se emplee un estilo académico en los primeros. La Revista de la Universidad de México, en cambio, es una publicación cultural que busca propiciar el diálogo entre distintas disciplinas, los investigadores, los estudiantes y el público en general. Por eso buscamos que los textos sean fáciles de leer y que el lenguaje sea comprensible para un lector no especializado. Ninguno de los dos estilos es fácil. Cuando uno lee los textos de divulgación piensa que cualquiera puede escribir con sencillez, pero esto es un espejismo. El problema de escribir únicamente papers es que después cuesta mucho salir del molde. Pasa lo mismo con la gente que vive y trabaja dentro de un campus, ya sea dando clase o investigando, después se olvida de que la vida fuera de la universidad es muy distinta, y es cuando se produce la desconexión que describes. Cuando los académicos publican en nuestra revista, les damos algunos ejemplos del texto que esperamos de ellos, los acompañamos durante el proceso y muchas veces el resultado es muy bueno. Cuando los vemos muy instalados en sus costumbres estilísticas, preferimos hacerles una entrevista y eso también funciona en la mayoría de los casos.

En México hay una fuerte tradición de revistas, mientras que, en Chile, las únicas revistas culturales que van quedando dependen de dos universidades (la U. de Chile y la U. Diego Portales). ¿Por qué crees que es importante que las universidades tengan estos espacios?

—Es verdad que existe una tradición de revistas culturales en mi país, pero por desgracia también se han ido extinguiendo en las últimas décadas, y la pandemia no hizo sino empeorar las cosas. Es muy triste. Por otro lado, la gente lee cada vez menos revistas y suplementos en papel o son raros quienes aún lo hacen. Para mí no se compara el placer de sentarse en la banca de un parque o en un sofá a leer una revista impresa con el de leer en una pantalla. Prefiero mil veces lo primero. Las universidades tienen la vocación de difundir el conocimiento y de propiciar el diálogo entre pensadores de distintas disciplinas. Una revista es un espacio perfecto para estas dos cosas. Todo se puede mezclar en un número sobre el Caribe o sobre la risa, por poner dos ejemplos: ciencia, poesía, historia, sociología, geografía y muchas materias más. Me parece muy importante que al menos las universidades vean la importancia de mantener espacios así y los aprovechen.

Secretos de familia

La reedición de Por él (1934), de Inés Echeverría, no solo constituye el rescate de un libro olvidado debido a la discriminación genérica. También es un testimonio de la agresividad masculina que ha perdurado hasta el presente, escribe la crítica Lucía Guerra. Un texto que instaura un discurso “de maternidad ultrajada” que hasta entonces había sido una página en blanco en nuestra literatura. La publicación cuenta con un prólogo de la escritora Alia Trabucco, y es parte de la serie Biblioteca Recobrada de la Universidad Alberto Hurtado, una iniciativa que modificará la historia canónica de la literatura chilena.

Por Lucía Guerra

Según la Biblia, después del pecado original, Jehová castigó a Eva diciendo: “Con dolor parirás los hijos y estarás bajo la potestad o mando de tu marido, y él te dominará” (Génesis III, 16). Este dominio masculino implicó no solo la sumisión y obediencia de las mujeres sino también el derecho de los hombres a golpear a sus esposas, como se especifica en una ley medieval en la cual se dice que ellos pueden darles golpes en caso que ellas desobedeciesen o usasen lenguaje desenfadado. Esta práctica de poder se extiende hasta nuestros días y era corriente, sobre todo en los estratos más adinerados, que la violencia de género se mantuviera como “secreto de familia” para proteger las buenas apariencias.

La escritora Inés Echeverría.
Crédito: memoriachilena.cl

Este fue el caso de Rebeca Larraín Echeverría, que se esforzó por mantener en secreto los malos tratos de su marido, Roberto Barceló Lira, quien el 30 de junio de 1933 la mató disparándole un tiro en la espalda. Ante la justicia alegó que la bala se había disparado por accidente y, dados los antecedentes de casos similares que habían involucrado a hombres de la aristocracia oligárquica en Chile, estaba seguro de que sería absuelto de todo castigo. En 1905, Eduardo Undurraga, en juicio por la muerte de su esposa Teresa Zañartu, alegó desequilibrio mental y fue enviado al manicomio, desde donde probablemente, por su poder financiero, logró escapar. En 1914, Gustavo Toro Concha degolló a su cónyuge Zulema Morandé Franzoy y en el juicio, quince médicos (tal vez pagados) confirmaron la declaración de Toro Concha con respecto a la locura insoportable de su esposa. Gracias a este argumento, no recibió condena alguna. Por otra parte, en 1921, Marcial Espínola mató a Mercedes García Huidobro al encontrarla en la vivienda de uno de sus peones y siguiendo la ley que hasta la década de los setenta en Latinoamérica establecía que un hombre podía matar a su esposa sin recibir castigo si la encontraba con un amante, Espínola fue absuelto debido al presunto adulterio de su esposa.

Roberto Barceló jamás imaginó que su suegra, la escritora Inés Echeverría (1868–1949), publicaría varios artículos en los periódicos clamando por justicia, utilizaría la ayuda de sus contactos influyentes y escribiría el libro Por él, que apareció en las librerías en 1934. Gracias a su actividad justiciera, Barceló recibió la pena de muerte y al solicitar indulto al presidente Arturo Alessandri, amigo de Inés Echeverría, éste negó el perdón el 26 de noviembre de 1936 y, unas horas después, el reo fue fusilado.

En una valiosa labor que sin duda modificará la historia canónica de la literatura chilena, la editorial de la Universidad Alberto Hurtado ha iniciado su serie Biblioteca Recobrada, en la cual se publican libros de escritoras chilenas que en el pasado no recibieron una justa valoración de la crítica, que en esos años era practicada únicamente por eminencias masculinas plagadas de prejuicios sexistas en contra de “la escritura femenina”, catalogada como intentos fallidos sin mucho valor estético.

Esta nueva edición de Por él no solo constituye el rescate de un libro injustamente olvidado debido a la discriminación genérica, sino que también entrega un testimonio de la agresividad masculina que ha perdurado hasta el presente, como se hace evidente en la actual tasa de femicidios y denuncias por violencia intrafamiliar.

Inspirada por lo que habría hecho su esposo ya muerto, es decir, por él, Inés Echeverría asume la agencia en la esfera pública de un sujeto activo en una época en la cual las mujeres chilenas estaban sometidas al espacio privado y ni siquiera habían logrado el derecho a voto. La autora califica Por él como un testimonio que amplía sus declaraciones ante la corte judicial y, a la vez, añade un análisis e interpretación de los hechos a partir, nos dice, de una mujer que siente e intuye desde los márgenes de la racionalidad masculina (“A ustedes, hombres, voy a hablar como mujer, en mi propia lengua —idioma casi inédito— ya que la sociedad, la ley, el hombre mismo nos ha reducido a silencio”.) Su escritura, aparte de legitimar la palabra de mujer, aspira también a modificar la desigualdad social frente a la justicia (“Yo estoy luchando por la justicia porque no la habrá mientras condenen a los pobres que no tienen cómo defenderse y no condenen a los ricos”.)

Sin embargo, Inés Echeverría traspasa las fronteras del género testimonial en una interesante elaboración literaria que reconstruye el ícono religioso de la Mater Dolorosa en el imaginario patriarcal. Esta figura pasiva y sumida en el dolor es suplantada por la madre que lucha contra la injusticia y analiza, desde una perspectiva sicológica junto con sentencias bíblicas, la psiquis y los motivos conscientes e inconscientes del asesino, además de sus gestos y declaraciones contradictorias durante el juicio. Roberto Barceló se convierte, así, en un personaje literario de doble faz y aficionado tanto al dinero como al fraude y la mentira. Bajo la máscara de la simulación social que lo hace aparentar ser un perfecto caballero, se oculta la codicia y la crueldad.

En Por él, la silenciosa figura de la madre doliente creada a partir de la imaginación masculina adquiere una voz que denuncia en tono iracundo y que describe intensas vivencias ante la muerte de su hija. En el momento en el cual retira la sábana blanca que cubre el cadáver tirado en el suelo, ella, sobrecogida, la ve muerta con su mandíbula desencajada y sus pupilas dilatadas, en un espectáculo macabro que lo será aún más cuando reciba su cuerpo después de realizada la autopsia, que ha convertido su rostro en una masa informe en la cual un lado de la boca, ya sin labios, se abre mostrando los dientes en un gesto de náusea y mueca monstruosa. Echeverría instaura, así, un discurso del “dolor de entraña herida, de maternidad ultrajada” que hasta entonces había sido una página en blanco en nuestra literatura.

Por él
Inés Echeverría
Editorial UAH, 2021
260 páginas

Es más, en un rescate a través de la escritura, la autora narra a su hija como una mujer que desde la infancia fue guiada por las virtudes trascendentales del Espíritu. Y en este sentido, ella deviene en símbolo de la noción espiritualista por la que abogaban Echeverría y otras escritoras chilenas de la época, en un intento por establecer un rasgo de la especificidad “femenina” fuera de toda caracterología genérica creada por el poder patriarcal. Especificidad espiritual en una insubordinación implícita y también compensatoria del lugar subalterno asignado a la mujer.

Desde una posición híbrida que mezcla la teosofía, el espiritualismo y el dogma católico, más las lecturas de Freud, Emerson y Bergson, la autora, como típica autodidacta, ignora los compartimentos académicos. Por lo tanto Rebeca, además de ser modelo del espiritualismo femenino, es también una mártir cristiana. En el momento de ser asesinada vive el más allá del Espíritu, y en su cuerpo se conservan los estigmas del martirio mientras su “espíritu de luz, se alza victorioso sobre el macho potente y ciego”.

Para el yo testimonial y autobiográfico que utiliza la escritura como arma pública para denunciar el maltrato masculino sellado por el silencio, la muerte de su hija engendra una evolución significativa en el ámbito de la maternidad misma, como lazo solidario entre mujeres. A través de su hija sacrificada, Echeverría se siente unida a todas las madres, a las mujeres chilenas oprimidas que sufren en silencio, a las que son golpeadas e incluso abandonadas o asesinadas por el marido. Solidaridad que implica la cancelación de las diferencias sociales en una comunidad muy distinta a la nación.

Por él es, sin duda, un texto de mucho valor. En la esfera testimonial, nos introduce al cerrado círculo aristocrático de la primera mitad del siglo XX en Chile, denunciando las injustas desigualdades tanto genéricas como socio-económicas. Simultáneamente, a través de recursos literarios eficaces, da voz a una perspectiva de mujer que, apropiándose de una agencia histórica en aquella época exclusiva de los hombres, inscribe vivencias y nociones silenciadas por la hegemonía patriarcal.

Lee el prólogo de Alia Trabucco acá.

Archivos de Artes Escénicas en Chile: La urgencia por crear políticas para el resguardo del patrimonio documental

La reciente polémica en torno al legado de Alejandro Sieveking y Bélgica Castro ha puesto en evidencia la falta de una institucionalidad estatal encargada del resguardo de esta memoria escénica que no solo proteja los archivos de los y las artistas que fallecen, sino que promueva la práctica archivística en las comunidades creativas activas, difunda el valor de la documentación y propicie trabajos colaborativos que permitan potenciar las iniciativas particulares y universitarias.

Por Constanza Alvarado, Pía Gutiérrez, Javiera Larraín, Marcia Martínez y Viviana Pinochet(*)

La riqueza de las Artes Escénicas (AAEE) se ve reflejada en su patrimonio documental, pero al mismo tiempo, la precariedad de las artes en Chile también se muestra en las dificultades que enfrentan las iniciativas desarrolladas en el ámbito de los archivos de teatro, danza, circo, performance y narración oral. Como académicas e investigadoras en el campo de los archivos de teatro chileno, queremos plantear la urgencia de buscar medidas a corto y largo plazo en torno a la salvaguarda, conservación, resguardo y difusión del patrimonio documental de las Artes Escénicas. Pensamos que es central la coordinación y el trabajo en red, que existan políticas de custodia y normalización de criterios, acceso abierto (digital y físico) a los documentos, estabilidad en el financiamiento y apoyo para los archivos de AAEE en proyectos que favorezcan la capacitación en el sector y la educación en torno al patrimonio en nuestro campo cultural.

Con este objetivo en mente, proponemos una serie de reflexiones y medidas para promover la valoración y el desarrollo de iniciativas archivísticas en la comunidad de artistas, y la creación de un Archivo Nacional de Artes Escénicas que apoye dichas iniciativas y vele por su resguardo y continuidad. Para esto, como primera acción, tomamos contacto con el Archivo Nacional de Chile, quienes han acogido nuestra interpelación y con quienes actualmente avanzamos colaborativamente; en segunda instancia, iniciamos un Catastro Nacional de archivos de AAEE que avanzará este año gracias al Fondo de Emergencia del Ministerio de las Artes, las Culturas y el Patrimonio. Esperamos que además de propiciar un diálogo, este documento motive a toda la comunidad a participar en él.

La superposición de precariedades en los archivos de artes escénicas en Chile

Distinguimos, inicialmente, tres factores generales que determinan el estado actual de los archivos de las AAEE, los que se vinculan estrechamente con los desafíos que enfrentan la archivística y el trabajo creativo escénico, ya que en este ámbito las precariedades que enfrentan ambas disciplinas se ven superpuestas en todas estas dimensiones. En primer lugar, observamos que la precarización del trabajo de las AAEE en Chile incide directamente en sus archivos. Como han denunciado varias agrupaciones por décadas y con mayor urgencia durante la crisis sanitaria, los y las trabajadoras tienen ingresos inestables, carecen de seguridad social, y los grupos y espacios no tienen garantías de continuidad, lo que repercute radicalmente en los procesos creativos de los y las artistas. Este contexto dificulta sumar la preocupación sobre el patrimonio, lo que lleva a que la labor de organizar y clasificar sus archivos sea relegado a un futuro hipotético o derechamente descartado, puesto que ni siquiera se dan las condiciones para almacenar los documentos.

En segundo lugar, creemos que pese al significativo aumento en trabajo de conservación y rescate de archivos de las AAEE en nuestro país, hay una escasa conciencia del valor patrimonial de los archivos. Reconocemos que hay investigadores, investigadoras e instituciones que han tenido una permanente preocupación al respecto, pero nos queda mucho por avanzar, puesto que como sociedad estamos lejos de apropiarnos de nuestra responsabilidad y potencia documental. Con esto nos referimos no solo al trabajo por realizar con los mismos archivos, sino a la difusión dentro de las esferas artísticas y ciudadanas de la importancia que tiene el resguardo de los procesos creativos y su recepción. La promoción del valor patrimonial de los archivos es una herramienta para reconocer la importancia de las AAEE a lo largo de nuestro territorio. La responsabilidad de preservar los documentos, a modo de huella de una práctica, ofrece comprender sus condiciones de producción, estéticas, poéticas y vínculos con sus comunidades, posicionando a las AAEE como un hecho cultural.

Obra Esto (no) es un testamento (2017). Crédito: GAM

Por último, constatamos la falta de una institucionalidad que difunda el valor patrimonial de los archivos de AAEE y promueva su conservación y difusión en el área, lo que ha perjudicado las posibilidades de colaboración entre proyectos y la valorización de los archivos por parte de los artistas y sus familias, quienes muchas veces desconocen la importancia patrimonial de sus fondos. Actualmente existen muy pocos proyectos de archivos de AAEE en Chile y responden a esfuerzos más bien personales que programáticos, mayoritariamente asentados en Santiago. A diferencia de otras disciplinas artísticas —como las artes visuales, audiovisuales, la música y la literatura, que cuentan con espacios culturales y centros de documentación especializados y públicos— no hay una institución con financiamiento estatal ni estable que tenga entre sus funciones el resguardo y la valoración del patrimonio documental escénico a nivel nacional. Como consecuencia, todas las iniciativas existentes se financian de manera particular o por medio de fondos que solo cubren un año de continuidad del proyecto y no pueden garantizar su mantenimiento o vínculo con las comunidades, lo que propicia la precariedad y la falta de valoración de ese patrimonio. Si bien los esfuerzos de algunas universidades por sostener archivos es muy valorable, la discusión sobre las políticas de acceso, visibilidad y resguardo sigue siendo en el espacio privado y sin una regulación o mediación de un órgano público especializado que ayude, por ejemplo, en términos archivísticos a encontrar un lenguaje común de descripción y recuperación de metadatos (como elementos descriptores comunes, medidas de conservación especializadas, etc.). Las iniciativas individuales y particulares en torno a los archivos de AAEE en nuestro país evidencian la necesidad de contribuir a la posibilidad de conocimiento, colaboración, acceso, estandarización de los procedimientos archivísticos y apertura a la comunidad.

Los archivos y las Artes Escénicas como derechos culturales

Es importante enmarcar estas reflexiones y propuestas en la discusión sobre los derechos culturales y la normativa vigente de nuestro campo, en específico, la Ley de Artes Escénicas y la Política Nacional de Artes Escénicas elaborada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio para el periodo 2017-2022. Reconocemos que la precarización extendida a la que hemos aludido es un factor que incide en la postergación de los derechos culturales que deben ser garantizados por las instituciones del Estado. Tenemos la necesidad cultural de poner en valor prácticas artísticas de sectores menos atendidos y se ha puesto en evidencia en los movimientos sociales y las demandas de la comunidad por una normativa en estas áreas (Ley de Artes Escénicas/ Lineamientos de cultura por parte del gobierno/ Ley General de Archivos).

Así como se espera que los archivos del Estado den cuenta de la diversidad de agentes de la cultura, nuestra expectativa es que la administración pública se preocupe de guardar los archivos institucionales para que garanticen el respeto a la integridad y dignidad del sector de las AAEE y que, frente a cualquier conflicto, sean evidencia de procesos tanto culturales como, eventualmente, judiciales y políticos. A su vez, consideramos que el Estado debe promover la protección de nuestro patrimonio cultural como una forma de garantizar el acceso a la cultura. De acuerdo a la Declaración de Friburgo (2007), elaborada por un grupo de destacados académicos e intelectuales de las ciencias sociales, existen seis categorías de derechos culturales, todos los cuales nos parecen relevantes para el ámbito de los archivos de las AAEE. En primer lugar, se consigna el derecho a la identidad y al patrimonio cultural y las AAEE son una instancia de construcción y de reflexión sobre la identidad y parte del patrimonio cultural, por lo que deben ser preservadas para que sean accesibles por la ciudadanía. En segundo lugar, se plantea el derecho a la autodeterminación cultural, las AAEE, y por extensión sus archivos, desde la diversidad de representaciones y materialidades, fomentan la reflexión en torno a cómo se ejerce ese derecho de autodeterminación y pone en evidencia los elementos que obstaculizan o promueven la conciencia de dicha autonomía. En tercer lugar, se define el derecho de acceso y participación en la vida cultural de toda persona, de manera libre y sin restricciones, el que es relevante para poder comprender los archivos como espacios de participación activa, por lo que el desarrollo de los archivos de AAEE generaría una instancia para compartir la creación cultural y favorecer una reflexión respecto de qué es lo que se protege con la propiedad intelectual y cuánto control se puede tener sobre las relecturas de una obra. En cuarto y quinto lugar se declaran el derecho a la educación y formación, y a la información y comunicación, que debemos promover facilitando el acceso a una diversidad de materiales que permitan desarrollar las diferentes identidades, por lo que un trabajo desplegado por todo el territorio es la mejor manera de dar cuenta de la diversidad. Por último, destacamos el derecho a la cooperación cultural, que resulta central para esta propuesta, puesto que esperamos que los archivos se construyan de manera cooperativa y pongan en evidencia el trabajo colectivo y vinculado a las comunidades que las Artes Escénicas promueven.

 La Política Nacional de Artes Escénicas 2017-2022 suscribe entre sus principios el reconocimiento del patrimonio cultural y la memoria histórica de las AAEE como bien público. Por su parte, la Ley de Artes Escénicas contempla la creación del Consejo Nacional de las Artes Escénicas, organismo que tiene entre sus principales funciones y atribuciones promover y colaborar en la salvaguardia y difusión del patrimonio de las Artes Escénicas (art. 3). Asimismo, la creación del Fondo Nacional de Fomento y Desarrollo de las Artes Escénicas (art.7), que considera entre sus líneas el financiamiento parcial o total de programas, proyectos, medidas y acciones de conservación y salvaguardia de las AAEE, buscando expresamente apoyar la investigación, identificación, recuperación, resguardo, puesta en valor, conservación, protección y difusión del patrimonio artístico escénico chileno (art.8). Observamos con preocupación que la ley tiende a garantizar el resguardo y la difusión del patrimonio de las AAEE a través del mecanismo de la concursabilidad, que es precisamente uno de los factores que han incidido en la precarización del sector. Por lo mismo, reforzamos que es urgente que se conforme una instancia estatal permanente que acoja las iniciativas en este ámbito, que permita mayor estabilidad y continuidad a los proyectos, que promueva la colaboración entre estos y la estandarización de criterios de trabajo.

¿Desde dónde podríamos empezar a discutir el rol de un Archivo Nacional de AAEE?

Comprendemos el trabajo archivístico como uno que debe realizarse en comunidad, vinculado a los territorios y a la ciudadanía. El archivista canadiense Terry Cook[1] identifica cuatro fases en los 150 años de evolución de la archivística como disciplina: de un legado judicial (el archivo como evidencia), a la memoria cultural (el archivo como memoria), al compromiso social (el archivo como identidad) y a la archivística comunitaria (el archivo como comunidad). A partir del momento fundacional de la disciplina, en el que se busca objetividad e imparcialidad para presentar los documentos y su contexto de producción, el desplazamiento ha ido gradualmente a una mayor conciencia de que la subjetividad permea todo el proceso y que la identidad, vinculada a las posibilidades de representación de la memoria colectiva del archivo, es fluida.

Para Cook, estas cuatro fases coinciden con cuatro perspectivas de trabajo archivístico que se van superponiendo, y que representan nuestras motivaciones para consolidar el trabajo con archivos de AAEE. En primer lugar, nos motiva preservar los archivos porque son evidencia de cada momento histórico; las AAEE dan cuenta de su época y sus archivos, por tanto, nos permitirán escribir la historia del país desde la perspectiva que ofrece la mirada crítica de la creación artística y, al mismo tiempo, conocer mejor la historia y desarrollo de las AAEE desde nuevas perspectivas, menos centralizadas, más atentas a las labores de interpretación y técnicas, menos logocéntricas y patriarcales.

En segundo lugar, nos impulsa el promover la reflexión en torno a qué, cómo y para quiénes archivamos; ya que entender el archivo como memoria implica concebirlo no como un repositorio de información, sino como un terreno en disputa en el que construimos imaginarios a partir de aquello que se recuerda y aquello que se olvida, lo que se consagra y lo que se invisibiliza, apostamos por reflexionar constantemente sobre cuál es el lugar desde el que se archiva; en tercer lugar, creemos que tanto las AAEE como los archivos son espacios de construcción de la identidad cultural, social y política de Chile, por lo que, así como toda la ciudadanía debería tener acceso a la cultura y al arte, también deberíamos promover que los archivos reflejen los procesos escénicos que han participado de la construcción de nuestra identidad a lo largo de todo el territorio.

Por último, nos importa construir archivos de manera comunitaria, donde sean las mismas personas quienes de manera activa participen de la construcción de nuestra historia, memoria e identidad.

Obra Cuerpo pretérito (2018), dirigida por Samantha Manzur. Crédito: GAM

Bajo esta lógica, afirmamos que la visibilización de los archivos de AAEE desde ejes territoriales nos permitirá fortalecer la comunidad que ellos representan y convocan, invitando a preguntarnos sobre aquello que ha sido menos puesto en valor, como la articulación en territorios no centrales, la actividad de mujeres y disidencias o la práctica artística no oficial, por nombrar algunos. Arjun Appadurai señala que “en la imaginación humanista, el archivo no es más que una herramienta social para el trabajo colectivo”[2] (15), por lo tanto, hacerse cargo o ver en un grupo la “aspiración” al archivo, es también prueba en sí misma de la necesidad de organización y visibilización, ambos objetivos que esperamos abordar con esta iniciativa.

Al mismo tiempo, las herramientas tecnológicas colaboran en el posicionamiento más estable sobre las posibilidades de archivar y el impacto que esto tiene en el tejido de un grupo. Esta nueva disposición técnica genera preguntas sobre la responsabilidad centralizada del archivo en esferas puramente estatales o institucionales alejadas de los contextos de producción documental y de las y los usuarios, lo que propicia nuevas dinámicas de trabajo y acuerdo para la conformación de archivos. Desde este lugar nos situamos con el objetivo de trabajar en colaboración con redes de organizaciones y artistas, así como en vínculo con las instituciones u órganos del Estado como el Archivo Nacional, para articular diferentes necesidades, técnicas y expectativas.

En este sentido, también nos parece importante relevar la relación entre patrimonio cultural y archivos; considerando que el patrimonio cultural, etimológicamente, establece el traspaso del saber por línea masculina de aquello que conforma nuestra identidad. Principalmente entendido desde la creación del Estado moderno, hablamos de patrimonio nacional en términos de fronteras que nos diferencian y cohesionan, pero dicha patrimonialización es un tema estanco si no se transforma en un contexto que pueda ser releído por otros. Desde esta perspectiva, podemos concebir el archivo como un hecho social, en tanto es algo que se va construyendo de manera colaborativa, que no existe per se. Este proceso de construcción tiene una arista política, ya que qué, quién y cómo se archiva, son ejes variables que determinan la definición de la memoria representada en el archivo. Este cambio de paradigma se hace más sólido con la expansión de internet y su uso en la vida cotidiana de los sujetos pues deja a la vista que los archivos, que están a la base del almacenamiento de la información en la producción digital, son un aparato en estado de cambio constante, inestables y modificables.

Situamos al propio teatro como un archivo vivo y pensamos que esto es extendible a todas las AAEE. Sabemos que cada una de las disciplinas de las AAEE tiene especificidades que requieren ser atendidas, por lo que nos parece relevante buscar espacios para compartir reflexiones y discutir hasta qué punto las propuestas en torno a los archivos de teatro (que tanto en Chile como en el extranjero han recibido más atención de la academia y la archivística) pueden compartirse por otras disciplinas de las AAEE como la danza, la ópera, el circo, los títeres y la narración oral.

Por otro lado, postulamos que si desde la perspectiva de la archivística actual, se comprenden los archivos como espacios donde se construye la memoria y la identidad, es en esos elementos en donde se juega el vínculo sustancial con la práctica escénica contemporánea. Algunas de las propuestas teóricas recientes dan cuenta de una importante dimensión performática del archivo, que se vincula con las comunidades de modos comparables a los que podemos observar en las AAEE. En este sentido, estas dialogarían con los archivos nacionales, ya sea desmontándolos, subvirtiéndolos o creándolos. El uso de documentos es una base para algunas obras de teatro y a la vez el teatro mismo es un ejercicio de documentación, organización y disputa de la memoria.

Esa tensión queda muy clara en, por ejemplo, “Los que van quedando en el camino” (1969) de Isidora Aguirre, que trabaja sobre la matanza de Ranquil y sus testimonios pero como herramientas para posicionar el proceso de Reforma Agraria e incorporación del campesinado al proyecto político de Allende; más recientemente, podemos verlo en los trabajos de la compañía La Laura Palmer, en especial los realizados junto a la compañía Ictus “Esto (no) es un testamento” (2017) y junto al equipo técnico y artístico del Teatro Nacional “Animales invisibles” (2019), ambas obras/documento de la historia teatral; o en “Galvarino” (2012) de Paula González y gran parte de la línea documental de su trabajo con la compañía Kimvn, como un ejercicio de descripción y posicionamiento de un archivo del pueblo Mapuche insistentemente omitido; por último, es interesante la propuesta de Samantha Manzur con la obra “Cuerpo pretérito” (2018) que no solo se construye a partir del trabajo del archivo, con los materiales del montaje de La Negra Ester de Andrés Pérez, sino que cuestiona el estatuto del documento en la escena y la performatividad de los acervos.

Creemos que la consciencia de archivo no consiste simplemente en la sistematización de materiales escénicos bajo la forma de documentos, sino que es una forma de relacionarse con el teatro en sí mismo, un prisma particular desde donde observarlo. La estabilidad del archivo, intensamente cuestionada en las últimas décadas, es puesta en cuestión desde esta perspectiva que también introduce el conocimiento corporalizado como documento que se usa y reinterpreta constantemente. De este modo, al entender el teatro como archivo se propicia una reflexión de la performatividad que, extensiva de las formas escénicas, permea el quehacer de los sujetos de una cultura.

Las discusiones que debemos tener como comunidad artística

Esperamos que estas reflexiones sirvan para nutrir y convocar a más agentes a las discusiones sobre el resguardo de nuestro patrimonio escénico. Nos parece relevante abordar problemas como: qué entendemos por un documento de archivo en nuestra disciplina, qué materialidades aparecen como soportes, cuáles son los desafíos para su conservación, cuáles son los vínculos entre los procesos creativos actuales y el trabajo en soportes digitales, entre otros. Además, buscamos propiciar diálogos entre las diferentes personas que participan de la creación, conservación y organización de los archivos de Artes Escénicas, para apoyarnos y compartir nuestras estrategias, poder pensar juntos y juntas los criterios de descripción, la adhesión a las normas archivísticas y, eventualmente, trabajar de forma colectiva las taxonomías para elaborar un tesauro en conjunto. Creemos que enfrentamos problemas similares, como la dificultad para dar continuidad a los proyectos en la lógica actual de la concursabilidad de los fondos, la complejidad para garantizar la conservación de nuestros acervos (con los altos costos de los materiales especializados y la falta de espacios idóneos) y la necesidad de una mayor formación en manejo de fondos documentales.

Nos parece central que se fortalezcan las redes de colaboración dentro de la comunidad de las artes escénicas y se impulsen espacios de encuentro, idealmente con un apoyo institucional, de manera que se fortalezcan y visibilicen las iniciativas individuales. Nos parece relevante que los archivos sean de acceso público, en esta línea nos parece urgente potenciar a los archivos digitales y buscar formas de consultas simultáneas en varios fondos documentales que reconozcan el trabajo de investigación que hay detrás de cada iniciativa.

Montaje Los que van quedando en el camino (1969), de Isidora Aguirre. Crédito: Facultad de Artes UC.

También es importante que se respete la integridad de los fondos documentales, es decir, que no se fragmenten ni seleccionen los conjuntos documentales; los y las artistas suelen ser muy multifacéticos/as, por lo que en su mayoría desarrollaron carreras de gran interés en otras áreas de la cultura, como la literatura o las artes visuales (por ejemplo, los escritos periodísticos de Sergio Vodanovic o la obra narrativa de Isidora Aguirre). Asimismo, creemos que debe respetarse la dimensión territorial de los documentos, creemos que hay un gran trabajo por realizar con los grupos y espacios de las AAEE a lo largo de nuestro país, tanto en el resguardo de los documentos más antiguos como en el apoyo para la conservación de la documentación que están produciendo actualmente.

Para poder cumplir estos objetivos, creemos necesario saber dónde y en qué estado están los archivos en nuestro país, por lo que nuestro primer paso es realizar un Catastro Nacional de Archivos de Artes Escénicas a través de un trabajo directo con los territorios, para conocer y difundir la existencia y descripción de sus diversas manifestaciones, lo que nos permitirá establecer un protocolo de descripción de los archivos, conocer las existencias, formas de organización y estado de los mismos, y difundir estos resultados a través de medios nacionales y regionales, con el fin de promover el acceso a la información sobre archivos de Artes Escénicas en Chile a la comunidad y al público en general. Nos alegra contar con el apoyo del Archivo Nacional para esta iniciativa y esperamos que la comunidad de las artes escénicas pueda participar e involucrarse con el catastro.

Los archivos participan activamente de la formación de la comunidad y deben estar abiertos, no solo para consultas sino también para nuevos usos e interpretaciones. Creemos que un Archivo Nacional de Artes Escénicas debe involucrar a toda la comunidad creativa en el incesante proceso de construcción; y que su divulgación y puesta en valor nos permitirá conocer otros contextos de producción que posibilitará revisar los actuales. Esperamos que esta publicación propicie el diálogo en torno a la relevancia de nuestro patrimonio documental y motive a la participación en el Catastro como una contribución a la actividad archivística ya iniciada en este campo, favoreciendo la salvaguarda, conservación, resguardo y difusión de las artes escénicas a lo largo de nuestro territorio.

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Bibliografía citada

Appadurai, Arjun. “Archive and Aspiration”. En Information is Alive. Brouwer, Joke y Arjen Mulder, eds. Rotterdam: 2003, pp. 14-25.

Cook, Terry. Evidence, memory, identity, and community: four shifting archival paradigms. Archival science 13.2 (2013): 95-120.

(*)

  • Constanza Alvarado. Magíster en artes. Proyecto Arde, Archivos de Teatros Escolares. Asociación Cultural de Teatristas de Los Ríos, ARTELOR.
  • Pía Gutiérrez Díaz. Doctora en literatura y académica en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Jefa del Doctorado en Artes UC. Proyecto Arde, Archivo Manuel Rojas, Archivo Isidora Aguirre, Archivo Sergio Zapata.
  • Javiera Larraín. Magíster en dirección teatral y académica UAI y UDD. Archivo Ateva.
  • Marcia Martínez C. Doctora en Literatura Latinoamericana y académica en la Universidad de Valparaíso. Proyecto Teatro y memoria en Concepción.
  • Viviana Pinochet Cobos. Doctora en literatura, archivera y académica Universidad Finis Terrae. Archivo Sergio Vodanovic, Archivo Jorge Díaz. Integrante de la Asamblea de archiveras y archiveros de Chile, ASARCH.

[1] Cook, Terry. Evidence, memory, identity, and community: four shifting archival paradigms. Archival science 13.2 (2013): 95-120.

[2] Appadurai, Arjun. “Archive and Aspiration”. En Information is Alive. Brouwer, Joke y Arjen Mulder, eds. Rotterdam: 2003, pp. 14-25.

La traducción es nuestra, la cita original es: “in the humanist imagination, the archive is no more than a social tool for the work of collective memory”.

Generaciones

“Lo del recambio generacional como motor de la historia es un cuento más viejo que andar de a pie”, explica Grínor Rojo en esta columna, en alusión al “recambio generacional” que se estaría produciendo en Chile. “Aunque es verdad que no creo en las generaciones —dice—, no puedo negar que las hay. Siempre que se las entienda como lo que son, es decir, como unos grupos acotados de individuos que, por las causas que sean, de ordinario por causas de amistad, clase social y educación, comparten respecto de ciertas cosas ciertas perspectivas en común y las que en el caso de la cultura son sobre todo perspectivas ideológicas y estéticas”.

Por Grínor Rojo

Lo del recambio generacional como motor de la historia es un cuento más viejo que andar de a pie. Tiene que ver, en primer término, con la aparición en la moderna civilización de Occidente de la conciencia del tiempo histórico y con la simultánea necesidad de explicar su funcionamiento. Agréguese a ello la decimonónica obsesión con el progreso, y la pregunta deviene no en una que interroga por cómo se mueve la historia, sino en una que aspira a saber de qué manera esta “avanza”. Y las respuestas abundan. Desde las que ponen el ojo en ciertos sujetos iluminados, conductores de pueblos, líderes mesiánicos que con su sola e incomparable musculatura empujan y mejoran el desplazamiento temporal, hasta los que, con fórmulas diferentes, hacen de ese suceso un quehacer colectivo, de una generación, de una clase, etc.

Muy favorecida, desde el romanticismo, es, por supuesto, la fórmula generacional. En la primera mitad del siglo XIX, surgieron en Europa las “jóvenes generaciones”, una invención de Giuseppe Mazzini. Este fundó en 1831 la Joven Italia y, no contento con eso, en 1834 dio origen a la Joven Europa. Su deseo era que la Joven Italia se hiciese cargo del logro de la unidad republicana de ese país y la Joven Europa de la transformación del continente en el mismo sentido hasta desembocar en su unificación. No le fue del todo mal, hay que reconocerlo. Si es verdad que no consiguió ver durante su vida el cumplimiento de ninguno de los dos objetivos que se había propuesto, no es menos verdad que esos objetivos eran válidos y que sus actuaciones pavimentaron el camino para su consecución posterior.

En América Latina, una “joven generación”, al estilo de las de Mazzini, aparece en la Argentina con el retorno de Esteban Echeverría a Buenos Aires después de sus cinco años parisienses. Echeverría, que se había embarcado en 1825 con un pasaporte que decía “comerciante”, regresa en 1830 con otro que dice “literato”. En París ha leído en los periódicos acerca de las batallas del romanticismo entonces en boga (y algo también acerca de la batallas del socialismo utópico también en boga) y descubierto a través de esas lecturas su propia identidad. De regreso, su país natal lo encuentra escindido políticamente entre los viejos unitarios y los federales mazorquistas (los que le pedían a Rosas más horca), lo que lo persuade, con el fin de resolver esa penosa situación, a introducir la fuerza renovadora de los jóvenes. Entre 1837 y 1838, en Buenos Aires, en la librería de Marcos Sastre, acordándose de las proezas de Mazzini, Echeverría le da el vamos a la Joven Generación Argentina, rebautizada más tarde como Asociación de Mayo, la que, después de todo, no traía consigo ninguna alternativa a la política liberal de los viejos unitarios sino su continuación perfeccionada.

Ni corto ni perezoso, el siempre listo José Victorino Lastarria funda en Chile la Sociedad Literaria, en 1842, la que será el albergue de la Joven Generación local.

De ahí en adelante, el chorro fue incontenible en Francisco Bilbao y sus amigos en la Sociedad de la Igualdad, en la “Generación argentina del 80”, en la de los “científicos” del porfiriato mexicano, en la “Generación española del 98”, en la “Generación” de los “arielistas” rodonianos de principios del siglo XX; habiéndolo recogido incluso el José Martí de “Nuestra América”, donde afirma que los jóvenes de América “entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear” y que “crear es la palabra de pase de esta generación”.

Y con esto nos movemos hasta fines del siglo XIX, cuando el “tema” generacional va a dar al escritorio de los filósofos europeos: al de Dilthey, al de Mannheim, al de Pinder y al de Petersen, por ejemplo, hasta llegar al de José Ortega y Gasset, tal vez el más influyente en el mundo hispanoamericano, y que es quien se explaya acerca de unos sujetos que habría nacido surtos de una misma “sensibilidad vital” y de un mismo “sistema de preferencias”, que a la manera de los clásicos viven solo sesenta años (no habían aparecido aún los milagros de la geriatría), sesenta años que estarían divididos en porciones de quince —niñez, preparación, vigencia y vejez—, y que se enredan y polemizan con sus “contemporáneos” (con sus contemporáneos y no con sus “coetáneos”), según el estadio de evolución en que se encuentran unos y otros, o sea los que están en la fase de “preparación” con los que están en la de “vigencia” e infundiéndole así un impulso continuo al carro del tiempo. Ni falta que hace insistir en el éxito incendiario que tuvo la propuesta de Ortega, sobre todo en el campo de la literatura. Cuando yo era estudiante en el Pedagógico de la Universidad de Chile, a principios de los años sesenta, todo joven que se respetara tenía su nombre inscrito en los registros de alguna “generación” y su deber era actuar en consecuencia, en tanto que las “nuevas generaciones” aparecían en los periódicos de la plaza semana por medio de la misma manera en que aparecen los hongos después de la lluvia en el jardín. Entre los escritores chilenos de esos años, la más bulliciosa fue una a la que le decían la “Generación del 50” y que había sustituido a otra que se llamaba la “Generación del 38”.

He recordado el zafarrancho anterior a propósito del “recambio generacional”, que según me cuentan se está produciendo en Chile y con el que se pretende dar razón del deseo de transformaciones que en la actual coyuntura anima a la gran mayoría de los ciudadanos. Como se sabe, nuestro país se encuentra hoy en medio de una encrucijada histórica de ramificaciones innumerables, pero que consiste esencialmente en la pérdida de legitimidad del contrato de convivencia con el que hemos existido hasta la fecha, al menos desde el golpe de Estado de 1973. Basado en ciertas premisas económicas (el modelo del capitalismo neoliberal y sus ramificaciones nefastas) sociales (un país homogéneo, ello en términos de clase, raza y género. “Monolítico”, decía Pinochet), políticas (un Estado presidencialista, oligárquico recalcitrante y administrado por entero desde la ciudad capital), ecológicas (la naturaleza es un regalo que Dios le hizo al hombre para servirlo como a éste más le convenga) y culturales (una cultura que remeda en esta punta del globo lo que hacen las más poderosas del Occidente desarrollado), ese contrato de convivencia es lo que hoy se tambalea. Por lo mismo, los chilenos sentimos que nuestra obligación es, por lo menos para dar comienzo a un debate eficaz, pensar el país de nuevo y plasmar eso que habremos pensado en una constitución que reemplace a la obsoleta y vergonzante del dictador.

Y ello estaría ocurriendo porque ha entrado en escena una nueva generación de jóvenes contestatarios, empeñados en “arrumbar” y “sustituir” cuanto  les sale al paso, es lo que nos dicen los zahoríes lectores de Ortega. La “sensibilidad” y las “preferencias” iconoclastas de esos muchachos y muchachas chocan con las añejas del statu quo y demandan su reemplazo. No están contentos los/las jóvenes chilenos/as de 2021 con lo que existe y se incorporan en el espacio público con unas ideas que según aseguran pueden cambiar todo lo que no está funcionando o funciona mal. Por ejemplo, el candidato más joven a la presidencia que Chile ha conocido enfrentó hace unos pocos días su preselección en un justa de primarias a partir de tres perspectivas transversales: descentralización, medioambientalismo y feminismo. Una perspectiva política, una ecológica y una sociocultural. O, dicho más precisamente, enfrentó su preselección como candidato proponiendo que cualquiera sea el asunto que él aborde con posterioridad a su victoria definitiva, la que anticipa que obtendrá entre noviembre y diciembre del presente año, ello lo hará poniéndolo en relación con alguna de esas tres variables. Ganó la preselección, y la ganó porque, si hemos de creerles a los zahoríes, el programa que propuso interpretaba mejor los anhelos de sus coetáneos. Patéticamente, algunos políticos viejos, operadores diestros en las cocinerías de la dictadura y la postdictadura, se han apurado en subirse en el carro para repetir la receta, pero es dudoso que, dadas sus credenciales nada impolutas, a ellos se les dé con la naturalidad con que se le dio a su joven contrincante. Este encarna a la “joven generación” y promete resolver, con esa “sensibilidad· y con esas “preferencias”, el desajuste entre lo que objetivamente existe y lo que debiera existir.

Por mi parte, pienso que esta plataforma puede ser útil e inclusive necesaria para los fines electorales a los que sirvió hace poco y a los que tendrá que servir más adelante, pero dificulto que baste para una explicación suficiente de lo que pasa en Chile en realidad.

En primer lugar, porque los problemas que tiene Chile en este momento no son sólo los problemas de Chile. Quien quiera que tenga una mediana información sobre el estado de cosas en el mundo sabe que la rueda del tiempo está ahí atascada desde hace ya un rato largo, que la economía rapaz e inequitativa del capitalismo tardío no da para más; que, por lo pronto, no sólo ha sido esa economía incapaz de enfrentar la pandemia del covid-19, sino que ha agudizado sus efectos, protegiendo a los ricos y descuidando a los pobres (me refiero a las poblaciones pobres de los países pobres y también a las poblaciones pobres de los países ricos. Leo en un informe de Amnistía Internacional que “si continúan las tendencias actuales, los países más pobres del mundo no vacunarán a su población hasta 2078. Mientras tanto, los países del G7 van camino de vacunar a su población antes de enero de 2022”), sino que tampoco le da de comer a un 10 por ciento de los habitantes del planeta, a 811 millones de personas, según un informe de la ONU del 21 de julio de este año, al mismo tiempo que, para salir de la crisis en que se sabe hundida hasta el cuello, fabrica armas cada vez más sofisticadas, emprende guerras atroces, depreda los recursos naturales y con todo ello amenaza con la extinción de la vida sobre la faz de la tierra. Entre tanto, sus administradores se llenan la boca con la democracia, mientras reprimen o cooptan (esto gracias al chipe libre de la cultura chatarra) cualquier desobediencia del “pueblo soberano”.

Por otro lado, y esta vez en Chile, esa misma economía hace que el 50 por ciento de los trabajadores gane menos de $401.000 al mes, que los servicios públicos de educación, salud y demás sean un desastre, que “a diciembre de 2019, el 50% de los 984 mil jubilados que recibieron una pensión de vejez obtuvieron menos de $202 mil ($145 mil si no se incluyera el Aporte Previsional Solidario [APS] del Estado)”, según datos de la Fundación Sol, y que a los que se manifiestan en contra de este flagelo la policía los deje ciegos o los mantenga por largos períodos cautivos, sin juicio, gozando en la cárcel de los placeres de la “prisión preventiva”.

Nada de esto es obra ni de la sensibilidad vital ni de las preferencias de la generación anterior, y tampoco lo van a solucionar ni la sensibilidad vital ni la preferencias de la generación de recambio, la que está entrando ahora en la fase de su vigencia, como les gusta decir a los orteguianos. Esto es así porque en Chile sigue en funciones una máquina económica que actúa natural e inevitablemente a favor de los menos y en detrimento de los más y cuyos dispositivos tendrían que ser extirpados de raíz. La centralización extrema, el abuso de l naturaleza y las inequidades de género (y no sólo las de género, sino las concernientes a cualquier diversidad, racial, sexual, etc.) son repugnantes, qué duda cabe, y los jóvenes tienen toda la razón en denunciarlas y atacarlas, pero no son causas sino consecuencias. Ponerlas a ellas en el primer lugar de la lista es, como quien dice, tomar el rábano por las hojas.

Pero, como yo lo confesé alguna vez, aunque es verdad que no creo en la generaciones, no puedo negar que las hay. Siempre que se las entienda como lo que son, es decir, como unos grupos acotados de individuos que, por las causas que sean, de ordinario por causas de amistad, clase social y educación, comparten respecto de ciertas cosas ciertas perspectivas en común y las que en el caso de la cultura son sobre todo perspectivas ideológicas y estéticas. Tales individuos se nutren de un mismo repertorio de fuentes, padecen circunstancias biográficas análogas, escogen a los mismos héroes y protagonizan acciones animadas por objetivos que, aun cuando en el momento de consumarse nos parezcan contradictorios, vistos en retrospectiva nos resultarán armonizables. No es entonces que esos individuos hayan hecho su entrada en este mundo provistos de una «sensibilidad vital» que sabe Dios por qué razones debiera ser la misma en cada uno de ellos, sino que son ellos los que se olfatean, se reconocen y se arrebañan porque sienten que coinciden en tales o cuales vertientes de sus experiencias de vida.

La movilización estudiantil de los pingüinos de 2006 y la universitaria de 2011 reunió en Chile a un grupo muchachos y muchachas con semejantes características. Varios, entre los que hoy se aprestan a competir por el poder o que ya lo han hecho y lo han ganado —son diputados, alcaldes y, más recientemente, gobernadores—, salieron de ese horno, entre estos el precandidato al que me referí más arriba. Y, aunque no militen en un solo partido político o en ninguno, son más sus coincidencias que sus diferencias, lo que explica que se hayan convertido en líderes del cambio que los chilenos tenemos ad portas. Yo, que tengo ochenta años, confío en que no con sus “sensibilidades”, sino con un empleo aplicado de su saber, su inteligencia y su honradez convoquen al conjunto del pueblo y nos saquen así del atolladero en que nos metieron Pinochet, sus amigos y también sus enemigos de la postdictadura.

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Esta columna fue publicada originalmente en el sitio de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile

Crédito de foto: FEDAC: Archivo de Fotografía Histórica de Canarias, Spain – CC BY.