Fachos y fachistoides

Repaso el programa presidencial del candidato José Antonio Kast y, además de descubrir su ignorancia, encuentro en él la confluencia de tres matrices ideológicas. Hay ahí residuos del fascismo clásico, perceptibles en su nacionalismo monolítico y en el consiguiente rechazo del otro, racial, de clase o de género. Detecto elementos que provienen del tradicionalismo oligárquico chileno, del señorialismo, cuando el líder carismático fascistoide se metamorfosea y se convierte en una figura patriarcal mitológica. Y hace suyo el ideologismo neoliberal, aun al riesgo de una contradicción con su fervor nacionalista, sumándose de esta manera a la defensa planetaria del capitalismo en esta hora de su reconstrucción.

Por Grínor Rojo

Primero, una definición. Se han dado muchas, pero la que a mí más me acomoda es esta: el fascismo es una movilización popular que, con más o menos éxito, abarca a una mayoría transversal de la población dentro de un territorio determinado (de ordinario, el territorio de la “nación”), con un líder carismático a la cabeza y apelando a tres variables ideológicas esenciales: el odio de raza, el odio de clase y el odio de cualquier ejercicio de la sexualidad que no sea el masculino normativo. Estas variables son las fuerzas movilizadoras y por detrás de su actualización suelen asomar el uniforme de las fuerzas armadas y el dinero de unos empresarios que se sienten amenazados por el “caos social y económico” reinante y que dejan por eso de jugar a la democracia. Al fascista en ciernes se le promete defenderlo, no importa cuáles y cuán despiadados sean los métodos —de ahí las violaciones de los derechos humanos, la persecución, la tortura y el asesinato: entiéndase bien que la del fascista de profesión es una guerra a muerte, y con un enemigo al que ha definido en esos términos no cabe esperar contemplaciones—; defenderlo de que los “otros”, los que no son como él, porque son de diferente color, de diferentes ideas y de una sexualidad “anormal”, no vayan a hacerse cargo del poder y, por lo tanto, de su vida

Grínor Rojo, ensayista y crítico literario, dirige el Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos (CECLA) de la Universidad de Chile.

Como se sabe, el modelo clásico se estableció en Italia y Alemania después de la Primera Guerra Mundial (muchos historiadores prefieren pensar hoy día en que esa fue una sola guerra, entre 1914 y 1945, con una especie de intermedio entre 1919 y 1938). En Italia, cuando la frustración de las masas era enorme y su presión sobre los siete gobiernos liberales que hubo entre 1919 y 1922 resultaba insostenible, esas masas adhirieron primero a la izquierda socialista, y luego a su desprendimiento comunista, desde enero de 1921, cuando Gramsci funda el partido. Pero pronto fueron arrastradas por el discurso revanchista, nacionalista y agresivamente antibolchevique de Benito Mussolini (a la revolución rusa el fascismo la demoniza como una bestia sedienta de sangre), quien se convierte en primer ministro el 29 de octubre de 1922. En Alemania, entre tanto, gobierna la socialdemocracia de Weimar, entre 1919 y 1933, pero el país viene saliendo de una derrota y una humillación, ésta la del tratado de Versalles que le rebanó gran parte de su territorio ancestral. No solo eso, ya que Alemania se encuentra literalmente en el suelo y el hambre hace allí de las suyas. En ambos casos, hay transformaciones que se requieren urgentemente y que podrían materializarse en cualquier momento. En esa circunstancia, los ricos le ofrecen financiamiento al fascismo para que obstruya esas transformaciones posibles y el fascismo les ofrece a cambio de ello protección.

Respecto del cuándo, los factores en abstracto son tres. Primero, debe prestarse atención a la existencia de una masa transversal de agraviados y a la incapacidad de los sectores de izquierda (por cualesquiera sean las causas, desde la represión a la crasa ineptitud) para responder a sus agravios. En segundo lugar, a la existencia de una derecha que ya no puede sostenerse recurriendo a sus recursos propios, que tiene miedo y tira así sus coqueteos democráticos por la ventana y se fascistiza. En tercer lugar, a unos gobiernos liberales o socialdemócratas, que están en el poder y que creen poder dejar las cosas como están, solo que introduciendo dentro de ellas algunas mitigaciones, sobre todo políticas, sociales y culturales. Me refiero aquí a la administración del Estado por parte de los autodenominados gobiernos “de centro”, los que aseguran que es posible conducir la nación en su crisis manteniendo al capitalismo como la economía rectora, pero aminorando sus estropicios, ya que saben muy bien que esos estropicios no son erradicables. Sin embargo, ellos estiman que van a poder contenerlos mediante una batería de analgésicos. La razón de esta creencia es política, me refiero a la sacralidad que reviste para estos líderes la democracia representativa, cuya sobrevivencia se encuentra indisolublemente matrimoniada, según han concluido, con la economía capitalista. En cuarto lugar, el fascismo define a sus enemigos cuidadosamente porque lo fortalece su diferencia con ellos, el que sus enemigos sean como son y el que ellos tengan la (por lo general, supuesta) fuerza que tienen. Hablo de: los extranjeros aborrecibles, preferiblemente los de otra “raza”, que conspiran contra la “identidad nacional” y les “quitan” sus trabajos a los compatriotas (en Italia, los comunistas extranjerizantes, antipatriotas y prosoviéticos. En Alemania, los judíos y los gitanos); los marginales, que por lo general son delincuentes; y, finalmente, los de un sexo inferior y/o indeseable: las mujeres que no quieren ser mujeres como corresponde, pues desdeñan la “familia”, quieren ser independientes y abortar cuando se les dé la gana, y los de las “llamadas” diversidades sexuales, todos estos pervertidos.

Hoy, en América Latina, cuando se está constituyendo entre nosotros un modelo de fascismo “fascistoide”, que además ha estrechado vínculos con la internacional de igual pelo (con el Vox español, entre otros grupos, y con personajes de tan execrable catadura como Álvaro Uribe, Keiko Fujimori, Andrés Pastrana y varios más), creo que necesitamos estudiarlo y para eso distingo un par de escenarios, los que si bien son diferentes están conectados. El primero es extralatinoamericano. Estoy pensando en la crisis generalizada del capitalismo contemporáneo y de su sistema de dominación. En los últimos cincuenta años, el capitalismo mundial ha ido perdiendo cada vez más terreno, lo que lo ha llevado a ensayar una estrategia de reacumulación que consiste no en cambiar sino en seguir haciendo lo mismo de siempre pero más y mejor. El nombre genérico de esa estrategia económica es “neoliberalismo” y fue desarrollada teóricamente primero por el gran adversario de John Maynard Keynes, el austríaco Friedrich von Hayek, y posteriormente, entre los años cincuenta y setenta, por los economistas de la Escuela de Chicago, Milton Friedman, Arnold Harberger y los demás. Su primera puesta en práctica parece haber sido la del Chile de Pinochet, la que, aunque madrugadora, no fue la decisiva. La realmente grande fue la de las políticas económicas de los gobiernos de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en Gran Bretaña en los años 80. Ellos son los que metieron el pie a fondo en el acelerador. Desmantelaron lo que aún quedaba en pie del “Estado de bienestar” keynesiano, les bajaron los impuestos a las grandes empresas, las facultaron además para meterse en el medioambiente y dañarlo y pusieron en la calle y reprimieron a millones de trabajadores.

Tuvo (y tiene aún) aquella puesta en práctica de la teoría económica neoliberal dos patas: una es la renovada privatización de los medios de producción y la otra es su globalización. La primera se apoya en la premisa de que el interés individual es el único que está en condiciones de hacer crecer a las comunidades y que por lo tanto debe otorgársele preferencia, allanándole el camino de la mejor manera (por ejemplo, pasando leyes antisindicales y beneficiando a las grandes fortunas porque son las que “crean trabajo”). Como su consecuencia necesaria, esta premisa involucra un abandono del sentido social de la actividad económica. Por ejemplo, constituye una herejía hablar en este contexto de la función social de la propiedad de la tierra o del agua. O sea, nada de discursear sobre cosas como la reforma agraria o de que el agua es un derecho humano, de que la tierra sea para los que la trabajan y el agua para todos los que la necesitan, etcétera.

Y la segunda premisa consiste en la unificación de la productividad del mundo en un solo sistema dentro del cual las transnacionales que provienen de (aunque no necesariamente se estacionan en) los países metropolitanos y más fuertes son las que se encargan de la producción de los bienes elaborados, aquellos que requieren de una alta tecnología, en tanto que las que actúan en los países periféricos y más débiles se ocupan de la producción de materias primas y alimentos (o, en el mejor de los casos, de bienes elaborados pero de baja tecnología). Con un agregado: en los países centrales se encuentran los centros que manejan la dimensión financiera del sistema.

Nada de esto ha sido fácil, sin embargo. Cierto que ha incrementado las fortunas a nivel mundial de forma obscena (leo en un artículo de Onofre Alves Batista Júnior y Fernanda Alen Gonçalves da Silva que, “según el Crédit Suisse de 2014, aproximadamente 0,7% de la población mundial, 35 millones de personas, se apropiaron de 44% de la riqueza mundial, mientras el 69,8%, 3,282 mil millones de personas, con patrimonio menor a 10 mil dólares, posee apenas 2,9%»), pero eso al costo de varios tropiezos, como las debacles financieras de 2007 y 2008, y de un malestar que crece como una mancha de aceite. En cuanto a esto último, basta observar la frustración en el corazón del imperio. Me refiero a la frustración de los estadounidenses, para quienes el salario mínimo se mantiene estancado en 7.25 dólares por hora desde 2009, pero no así los precios de los alimentos, la vivienda, los servicios, etcétera. Por otra parte, no existe en Estados Unidos una izquierda capaz de canalizar el descontento. La izquierda estadounidense es académica y de cortos alcances. Pero el descontento popular está vivo y un fascistoide, de las hechuras de Donald Trump, ha sabido apropiarlo y productivizarlo. Ha tocado para eso todas las cuerdas consabidas y sacándoles el máximo provecho a las tecnologías mediáticas. Ha hablado y actuado contra los inmigrantes, contra los negros, contra los pobres (delincuentes, claro), contra las mujeres, contra los homosexuales.

En América Latina, el descontento con el modelo neoliberal era visible ya a fines del siglo pasado y dio origen al ciclo histórico del llamado “socialismo del siglo XXI”. Este se extendió a lo largo de una decena de países y su apogeo duró un poco más de diez años. En 2010, presidía Venezuela Hugo Chávez; en Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva; en Ecuador, Rafael Correa; en Argentina se había producido ya el relevo posterior a la muerte de Néstor Kirchner, habiéndolo reemplazado en la presidencia su esposa Cristina Fernández de Kirchner; en Uruguay, José Mujica; en Bolivia, Evo Morales; en Paraguay, Fernando Lugo; en El Salvador, Mauricio Funes; y en Nicaragua, sobreviviente de la ofensiva de los “contra” y de vuelta en el poder en 2007, después de un interregno de diecisiete años, Daniel Ortega. En 2019, ese proyecto “progresista” era un edificio en ruinas. Hugo Chávez, muerto en 2013, fue sucedido en Venezuela por Nicolás Maduro, presidente desde la desaparición de su mentor y a quien hoy asedia una crisis económica de proporciones; Rafael Correa cumplió su mandato en la presidencia ecuatoriana en 2017 y lo sucedió Lenin Moreno, su antiguo vicepresidente, quien se transformó en su adversario y verdugo, y todo eso para que el banquero Guillermo Lasso entrara en el Palacio de Carondelet este mismo año 2021; también, cosa increíble, Luiz Inácio Lula da Silva fue a dar mañosamente a la cárcel y Dilma Rousseff, su heredera política, fue destituida. De lo que en Brasil vino después, la derecha corrupta de Michel Temer y la extrema derecha, aún más corrupta, de Jair Bolsonaro, más vale no hablar.

Podrían sumarse a los tres casos anteriores otros cuatro: el de El Salvador, un país al que las pandillas (las “maras”) le fijaban el rumbo hasta no hace mucho, concretamente hasta el ascenso a la presidencia del publicista Nayib Bukele, quien se dice que ha logrado contenerlas; el caso paraguayo, donde Fernando Lugo fue despojado de su cargo en junio de 2012 con un “golpe parlamentario”, y donde en la actualidad gobierna una derecha grosera, la de Mario Abdo Benítez, un apologista del antiguo dictador Alfredo Stroessner; el argentino, donde Cristina Fernández de Kirchner perdió en 2015 la elección presidencial frente al empresario futbolero y devoto neoliberal Mauricio Macri y donde Alberto Fernández está ahora mismo tratando de resolver el desmadre económico que Macri le dejó, y el de Nicaragua, donde Daniel Ortega parece haberse decidido a emular su antiguo rival el Tacho Somoza. A la desafiante UNASUR, la esperanza integracionista del bolivariano Hugo Chávez, la habían abandonado hasta abril de 2018 seis de sus socios más importantes: Colombia, Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Perú. Del socialismo del siglo XXI solo se mantenía en funciones el boliviano Evo Morales, quien sería el último en caer, en un golpe de Estado que tuvo lugar el 10 de noviembre de 2019.

Era la contraofensiva neoliberal, la reacción contra la tendencia redemocratizadora que representó el tan bullado socialismo del siglo XXI.   

Es decir que la tentativa latinoamericana de comienzos del siglo XXI para hacer frente a la reinvención planetaria del capitalismo, se frustró, que los proyectos de transformación de entonces fracasaron y que los gobiernos progresistas que los impulsaban desaparecieron. No desaparecieron el descontento y las aspiraciones de la gente a una vida mejor, sin embargo. Los políticos progresistas hicieron mutis del primer plano, eso es cierto, pero las personas seguían queriendo tener una vida decente. Los políticos mascaban su derrota y alguno de ellos trató de enmendarla mostrando buena conducta, pero las grandes mayorías continuaban tan mal como o peor que antes. Más bien, peor, porque los neoliberales que estaban de regreso venían con sangre en el ojo y no tardaron en sustituir el asistencialismo de sus antecesores por la explotación sin cortapisas, combinando la potencia de su ideología con los adelantos tecnológicos y con lo peor de las tradiciones domésticas. La aplicación de las recetas del neoliberalismo, vigente en Chile hasta hoy en plenitud y a medias en otros lugares, mejoró los indicadores macroeconómicos (¿sabía usted que ahora me lee que el ingreso per capita que se proyecta para Chile en 2022 es de 30.000 dólares? ¿Cuánto gana usted anualmente?), pero las condiciones de vida del pueblo no mejoraron. En su Panorama Social 2020, la CEPAL informa que entre 2014 y 2019 aumentaron en América Latina la pobreza y la pobreza extrema, de 27,8 por ciento en 2014 a 30,5 en 2019 y de 7,8 a 11,3, respectivamente.

Y así es como un pueblo maltratado, para cuya voz la vieja izquierda había prestado en el mejor de los casos solo una mitad de la oreja, empezó a escuchar otras voces: escuchó a Piñera en Chile, en 2010 y de nuevo en 2018, a Iván Duque en Colombia, en 2018, a Jair Bolsonaro en Brasil, en 2019, y a Guillermo Lasso en Ecuador, en 2021. Todos esos son giros a la derecha, algunos más y otros menos pronunciados. El peor es el de Bolsonaro, un payaso macabro, culpable de la ruina económica del Brasil y responsable de por lo menos un tercio de los seiscientos siete mil fallecimientos por covid-19 ocurridos en ese país hasta el día en que escribo, hasta este 30 de octubre de 2021. A él se le puede tildar, inequívocamente, de neofascista. El neofascismo latinoamericano actual no tiene a un mejor representante.

¿Y en Chile?

Repaso el programa presidencial del candidato José Antonio Kast y, además de descubrir su ignorancia (sus alusiones a la deconstrucción y a Michel Foucault son para la risa), encuentro en él la confluencia de tres matrices ideológicas. En primer lugar, hay ahí residuos del fascismo clásico (avalados tal vez por la historia familiar y la educación del candidato), perceptibles en su nacionalismo monolítico y en el consiguiente rechazo del otro, racial, de clase o de género. Los datos concretos son conocidos: el pueblo chileno es uno solo y desciende del conquistador español, que aquí se mestizó: “el chileno, que asume la herencia del mundo cristiano occidental mestizo, se comporta entre sus semejantes con la lógica de pertenecer a un mismo pueblo, una misma aldea, una sola gran familia, superando, a pesar de lo que se diga, clases sociales y diferencias geográficas” (esta es, dicho sea de paso, la tesis del historiador Sergio Villalobos y también la de Augusto Pinochet). Ergo: en Chile no existen los indios, a los que el programa de Kast prácticamente no menciona, y el conflicto en la Araucanía se reduce al terrorismo y la delincuencia a los que hay que tratar como tales. También debe contenerse la inmigración y aquellos pocos inmigrantes que consigan entrar al país, será porque fueron seleccionados con lupa. Correlativamente, el respeto por la autoridades, especialmente las uniformadas, es algo que debe reinstalarse en la ciudadanía de la manera más decidida y contundente, sin melindres humanitarios (autorización a la policía para hacer uso de la que ellos consideren “fuerza necesaria”, “más cárceles para Chile”, queda “clausurado” el Instituto Nacional de Derechos Humanos, el que será reemplazado por otra entidad “transversal dedicada a la defensa efectiva de los Derechos Humanos de todos los ciudadanos”, Chile se retirará del Consejo de Derechos Humanos de la ONU y se ampliarán “las atribuciones del Estado de Emergencia”) ni en gastos (nuevos equipos, armas y tecnología de punta, mejores sueldos, etcétera). El Ejército intervendrá asimismo en los conflictos civiles sin restricciones. Además, se derogará la Ley de Exonerados Políticos. El programa no aclara si las condenas de los residentes en Punta Peuco van a ser revisadas, pero por otras declaraciones del candidato concluyo que eso es algo que también está en su agenda. 

En cuanto a las mujeres, su obligación es retornar al seno de la “familia”, que es el lugar que a ellas les corresponde según el orden natural. Nada de Ministerio de la Mujer ni cosa parecida, por lo tanto. Y ni nombrar una ley de aborto, ni siquiera la muy moderada de Michelle Bachelet, a la que habrá que derogar y, aunque otra vez esto sea algo que el programa no especifica, sería consecuente que esa derogación se hiciera metiéndola en un mismo paquete con la leyes antidiscriminación (Ley Zamudio) y de identidad de género (que, alejándose del naturalismo, define el ser hombre o mujer no como un condicionamiento biológico, sino como una “convicción personal e interna”) Finalmente, los desviados sexuales no tienen por qué ser amparados legalmente. Nada de matrimonio homosexual o de adopción homoparental. En suma: acabar así con la mentira de “los mal llamados ‘enfoques de género’ no menos que con “las ‘causas’ relativas a pueblos indígenas”.

En segundo lugar, detecto en este programa elementos que provienen del tradicionalismo oligárquico chileno, del señorialismo, cuando el líder carismático fascistoide se metamorfosea y se convierte en una figura patriarcal mitológica, que conocemos bien, la del bondadoso dueño de fundo, el que les da de comer y protege a sus siervos y al que estos admiran y celebran (“¡buena, patrón!”). Se une a eso un catolicismo ultramontano, que a mí me parece más a la derecha que el del papa actual y que se traduce en una abogacía fanática a favor de la educación privada católica. Desde un trato económico especial para esa clase de educación hasta el reforzamiento de la presencia religiosa en todo el aparato público y, en particular, en las escuelas públicas. La separación entre la Iglesia y el Estado, el Estado laico, que en Chile tiene un siglo y medio de vida, se elimina así de una sola patada. Valentín Letelier ha de haberse dado vueltas en su tumba.

Por último, el programa de Kast hace suyo el ideologismo neoliberal, aun al riesgo de una contradicción con su fervor nacionalista, sumándose de esta manera a la defensa planetaria del capitalismo en esta hora de su reconstrucción.

El programa al que le acabo de entresacar algunos de sus aspectos más notables, y esto no hay que perderlo de vista, es un legado. La principal inspiración del neofascismo de José Antonio Kast no es otra que la del plumario favorito de Pinochet, Jaime Guzmán Errázuriz, quien parece haberse escapado del cementerio y estar haciendo sus rondas una vez más. En sus años de estudiante en la Universidad Católica, Kast entabló con Guzmán una relación discipular y su programa presidencial recupera hoy yo diría que el noventa por ciento de las ideas del fundador de la UDI. Puede que la única diferencia sea la vertiente franquista de Guzmán vis-à-vis la alemana de Kast. Pero ese es un dato menor. Incluso el giro que se produjo en el pensamiento económico de Guzmán en los años sesenta, correlativo al que se produjo entonces en la economía franquista, desde el corporativismo económico al capitalismo sin más, tiene un eco en Kast y, como ya lo dije, contradiciendo su nacionalismo, ya que una economía desnacionalizada, globalizada y a cargo de las transnacionales, es un componente inextirpable de este programa que sin embargo es tan requetecontra chileno.

Foto en imagen destacada: Isac Nóbrega.

Nuestra retina travesti. Sobre las fotografías de Paz Errázuriz

En su libro Emancipar la lágrima. Ensayos transdisciplinarios sobre arte, ciencia y activismos de disidencia sexual (Trío Editorial), Jorge Díaz despliega un ejercicio de memoria reciente de una cultura pública de disidencia sexual. En un total de 12 ensayos, Díaz aborda la escritura disidente sexual, la biología feminista y la memoria de producciones artísticas y activistas sexo/disidentes. En este extracto, el autor reflexiona sobre «la importancia de las fotografías de Paz Errázuriz para el activismo de disidencia sexual, lo improntado que están ellas en nuestros imaginarios y la importancia que tiene para nosotrxs rescatarlas hoy».

Por Jorge Díaz

PRECEPTOS

Lo que vemos es una convención aprendida gracias a una conexión entre el lenguaje escrito y su correlato visual. La percepción visual es la organización de una interpretación lingüística que hacemos en nuestro cerebro dependiendo de la luz que ingresa por nuestros ojos. Vemos luz o, mejor dicho, vemos cómo la sombra da forma a esa luz hasta transformarla en imágenes. Lo que vemos, lo que creemos ver, es la interpretación de una convención porque esa información no se elabora solo en nuestros ojos, sino que principalmente en el cerebro, porque los ciegos, a pesar de tener problemas en sus ojos, también ven. Digo convención porque existen casos de personas que nunca han visto y que luego que se les ha operado con el fin de corregir sus problemas de visión, cuando sus células nerviosas son excitadas por la luz, una vez que pueden mirar los objetos, no los reconocen porque las palabras que tenían asociadas a ciertos objetos no les hacen sentido. A pesar de tener un sistema visual funcionando, no ven, porque las imágenes no son solo biología, sino que también memoria. Existe una capa nerviosa en nuestros ojos que se llama retina y que es la que recibe la luz y la transforma en los estímulos bio-químicos que generan una imagen en el cerebro. Por decirlo de alguna manera, la retina es muy parecida a una tela blanca donde se proyectan las imágenes. En un sector de la retina que se llama fóvea, hay una alta densidad de células nerviosas donde se producen las imágenes que los estudiosos de la visualidad llaman “Precepto”. Un precepto es una convención, una tradición, una ecuación que resulta de la memoria entre lo que nombramos y lo que miramos construyéndose una imagen en el cerebro, que es el lugar donde la subjetividad, la historia, la cultura y la vida de cada uno esculpe las redes neuronales. Nadie puede decirle a otra cuanta rojez tiene el rojo que cada uno ve. Todo dependerá de la vida que vivió, de los colores que conoce, de los sufrimientos, alegrías o políticas que le recuerdan tal color o forma. Pero algo pasa en ese “precepto” para las que tenemos la mirada torcida, para las que nacimos con el deseo desajustado de la heterosexualidad obligatoria, para las que vemos raro, para la generación de activistas, escritoras, artistas, mujeres e intelectuales de disidencia sexual desde la que provengo.

Emancipar la lágrima. Ensayos transdisciplinarios sobre arte, ciencia y activismos de disidencia sexual
Jorge Díaz
Trío Editorial
302 páginas

Tenemos un precepto extraño que nos hace vincular la sexualidad de nuestro país con ciertas imágenes de la fotógrafa Paz Errázuriz, incansable artista de ojo inclinado que desde los años de la dictadura militar trabaja por entregarnos el álbum familiar de un Chile que ha vivido en las sombras de la historia oficial, pero que esta fotógrafa ha sabido iluminar con su cámara hasta generarnos un precepto travesti en nuestra retina social. Cuando pensamos en sexualidades y en patrimonios, cuando generamos algunas imágenes en nuestro cerebro no podemos sino ver a las travestis que nos entregó Paz Errázuriz en su libro La manzana de Adán, publicado el año 1990 y que recoge el trabajo de cinco años que junto a la escritora Claudia Donoso realizaron por dos prostíbulos entre Santiago y Talca. La Evelyn, la Macarena, la Coral, la Pilar, la Nirka, la Susuki y la Leyla, todas ellas las travestis prostitutos que quedarán por siempre en la historia visual de nuestra nación y que son el precepto con el que crecimos.  Es por eso que me gustaría abordar la importancia de las fotografías de Paz Errázuriz para el activismo de disidencia sexual, lo improntado que están ellas en nuestros imaginarios y la importancia que tiene para nosotrxs rescatarlas hoy, cuando se hizo un poco de justicia y Paz[1] es Premio Nacional. 

TIEMPOS TORCIDOS

“Nos pegan por bonitas, nos pegan por feas, porque te pintas o porque no te pintas…. a la Nirka le pegan porque tiene busto y le querían cortar el pezón. Con tijeras le cortaron las pestañas”

Pilar, La manzana de Adán.

¿Qué pasa con los afectos y las emociones cuando volvemos a un pasado que nos implica? ¿Qué vibraciones corporales, qué ataduras viscerales o qué identificaciones somáticas nos vuelven cada vez que miramos las fotografías de Paz, realizadas en un tiempo de torturas, asesinatos y vejaciones a todo aquel ciudadano que se escapara de la norma política y social impuesta por la fascista dictadura de Pinochet?  Partamos por decir que el nudo entre lo que ocurre en el presente y los actores del pasado (las travestis arrasadas por la represión y el sida en este caso) tienen como eje central a las discusiones que, desde la escritura comprometida de un activismo de disidencia sexual, llaman a hacer un giro afectivo al recuperar una dimensión obliterada (las emociones del presente) por quienes estudian el pasado. Ante estos saltos temporales entre el pasado de la represión dictatorial y el presente de un neoliberalismo desmemoriado, no nos queda más que mirar hacia atrás para buscar en esos contextos las formas comunes de sobrevivencia donde el trabajo de Paz Errázuriz puso siempre el ojo. Son todas estas disidencias sexuales y corporales las que buscan no solo ser estudiadas y reivindicadas en un tiempo presente, sino que, sobre todo, buscan ser abrazadas por una comunidad contemporánea que en sus letras, imágenes y producciones hagan justicia a una memoria de discriminaciones y violencias. Es por esto que la importancia de volver a ver una y otra vez estas fotografías de Paz Errázuriz radica en que nos permite trabajar sobre un material que generosamente ella organizó en tiempos difíciles para que artistas, escritores y activistas del hoy vuelvan a plantear la discusión que lo que entendemos por tiempo o temporalidad es también un precepto generado desde una crononormatividad heterosexual y conservadora. De ahí que la discusión sobre el tiempo nos hace pensar también que los avances en las materias de política sexual (ley antidiscriminación, unión civil entre parejas del mismo sexo, legislación del aborto, penalización de femicidios y transfeminicidios) pueden ser siempre fácilmente desechados, alterados o de plano silenciados. Estas imágenes nos sirven como advertencia y recordatorio de que no siempre todo va mejor. Porque para las comunidades de disidentes sexuales que no creen en el futuro reproductivo como un mejor lugar para habitar, para quienes imaginan otros tipos de filiaciones y relaciones de afectividad, para los que el sexo no es solo una práctica sino que también un lugar desde el que producir resistencias, acercarnos al trabajo de Paz Errázuriz nos vuelve a confirmar que el tiempo es una ficción a ser desorganizada y que la potencia de las mujeres que han luchado en la historia por mostrar los desajustes del binarismo sexual son nuestro patrimonio sexual.

Con respecto al tiempo y a los contextos de recepción de las obras, Paz misma lo reflexiona en una entrevista con la teórica Rita Ferrer al decir que “hay dos momentos: el de la autora que propone su poética fotográfica y el momento de la sociedad, que no la puede recibir en ese minuto, pero sí veinte años después. Es un trabajo que nace con un sello para ser mirado más adelante[2]. En estas tramas del tiempo torcido, de una historia de genealogías travestis, la teórica del arte feminista, Andrea Giunta nos recuerda en su libro Feminismo y arte latinoamericano: Historias de artistas que emanciparon el cuerpo (Siglo XXI, editores, 2018) un dato que me parece fundamental rescatar: mientras Michael Foucault en el año 1984 publicaba su mítico primer volumen de la “historia de la sexualidad”, uno de los más importantes libros que marcarían por siempre la teoría crítica, los estudios queer, del género y la sexualidad al enfocarse en los desadaptados a las estructuras del poder de siglos pasados, Paz Errázuriz, contemporánea de Foucault, pero en esta otra orilla al sur del mundo, viajaba, en los mismos años, entre Santiago y Talca retratando a las travestis de la La manzana de Adán, encarnando en el presente de esa época, la visualidad castigada que el escritor francés escarbaba en los archivos del pasado.

El trabajo de Paz Errázuriz se adelantó para evidenciar que el sexo es una construcción cultural que burla a la biología esencialista de hombres y mujeres. No necesitó buscar en el pasado sino mirar su presente para construir una teoría encarnada en imágenes y fotografías que “veinte años después” son rescatadas y celebradas.

Al mismo tiempo pienso en un “marica viajero” como Néstor Perlongher, quien en el año 1980, cercano al período de trabajo de La manzana de Adán describe la situación de la homosexualidad en Chile así: “El efecto de hipocresía parece teñir también las relaciones homosexuales, menos las locas desatadas, todos se desesperan por aparentar “normalidad” porque “nadie lo sepa”…. Correlativamente, las locas de clase media tienden a ocupar con prolija dignidad, el rol de “señoras burguesas” y los “machitos” suelen complacerles en colocarlas en el lugar del lujo, del derroche… las maricas pobres se inclinan con frecuencia el travestismo disputando con las putas el favor de los lúmpenes y marineros del barrio chino, en el puerto del Valparaíso; allí burdeles “mixtos” como la casa amarilla prestan sus cuartos para la práctica de las más exóticas variantes”[3]

Es necesario siempre recordar que la figura del travestismo, con todas sus excentricidades y amaneramientos, ha sido clave para pensar y ejercer la libertad sexual en contextos de represión política. Para las prácticas artísticas y ciertas políticas feministas, esta estética representó una resistencia al modelo consensual de los acuerdos que pactó esta democracia neoliberal que tenemos luego de la dictadura. Porque sus juegos de roles, sus plasticidades de género y sus arabescos nocturnos burlaban y, aún lo hacen, una vida que se divide en un binario sexual, mezquino y asfixiante. Siempre me ha intrigado las mujeres que como Paz Errázuriz trabajan y exploran este espacio del travestismo como una falsa copia que, desde este territorio al sur del mundo, hace muecas de desprecio a un primer mundo que ostenta de originales generando una teoría del deseo sudamericana.

LAS MÚTIPLES MANERAS DE ENTENDER UNA ENFERMEDAD

Estudié biología y de adolescente trabajé como archivador en la hemeroteca de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica para poder ganar dinero y costearme las salidas al teatro, a las fiestas, a los moteles donde podía tener sexo fuera de casa y al alcohol. Aún el boom de las revistas electrónicas no era totalizante y yo ordenaba revistas por año, por número y por edición. Las personas iban en búsqueda de artículos específicos y yo tenía que encontrárselos y fotocopiarlos para que los leyeran. Eran bellas esas revistas, sobre todo las relacionadas al mundo de la fisiología vegetal, recuerdo a la arabidopsis thaliana, una planta que es el modelo básico del estudio de la genética vegetal: se tiene su genoma completamente secuenciado y se pueden ver cambios o mutaciones sitio dirigidas en su estructura de manera rápida por su ciclo de vida y morfología.

La hemeroteca de la luminosa y fastuosa Facultad de Medicina, donde pasaba horas y horas (el pago se efectuaba dependiendo de las horas de trabajo que pudiera hacer) estaba conectada con la biblioteca donde había solo un estante pequeño con libros de literatura y humanidades. Ahí leí por primera vez El infarto del alma de Paz Errázuriz y la escritora Diamela Eltit. Un libro sobre el amor loco, sobre el dolor en un psiquiátrico de Santiago. Sobre la enfermedad y las parejas que posaron frente al honesto ojo de Paz y cuyas neurosis trabaja en un experimental ensayo, entre ficción, poesía y crónica, Diamela Eltit. Fue tal mi fascinación con esa unión entre imagen y palabra que fotocopié el libro. Uno de mis primeros libros fotocopiados fue uno de fotografía. Poder darme cuenta que había otra manera de comprender la enfermedad, de narrarla y describirla, de ingresar en ella desde la imagen y la ficción, todo esto en una Facultad de Medicina como escenografía, un lugar que por lo general no considera los conocimientos de extramuros como válidos en el proceso de construcción de una patología, me permitió entender que no existe una sola manera de comprender el mundo, porque lo que entendemos por realidad es una compleja trama de discursos y puestas en práctica, jerarquías, ficciones universalizantes. Hay muchas maneras de entender la enfermedad, de adentrarse en ella para conocerla y describirla. Para hacer cambios a cómo se entienden en el presente. Fue desde ese momento de adolescencia que su trabajo marcó pauta para mi quehacer como científico y como activista. Es importante darle el valor patrimonial que tiene el trabajo de Paz como una etnografía trans que se inmiscuye en distintos lugares, saberes y geografías temporales porque sus fotografías nos interpelan a movernos entre las disciplinas, para cruzar fronteras genéricas, sexuales, estéticas y escriturales, para no sentirse seguros sino que siempre en búsqueda de espacios donde las enfermedades,  la clase, la raza y la etnia se nos presente como potentes dispositivos culturales para que, desde distintas épocas, se establezcan disidencias a la injusta imaginería consensuada que llamamos realidad. Una realidad que vemos gracias a la retina social que nos formó Paz Errázuriz.


[1] El año 2017 Paz Errázuriz recibió el Premio Nacional de Artes, siendo la primera que vez en la historia que se reconoce a una mujer fotógrafa.

[2] La manzana de Adán. Paz Errázuriz y Claudia Donoso. Fundación AMA, 2014.

[3] Los devenires minoritarios. Néstor Perlongher. Diaclasa, 2016.