Osvaldo Ulloa: “Uno esperaría que alguno de los millonarios que hay en Chile se la jugaran también por la ciencia”

Osvaldo Ulloa junto a Víctor Vescovo en enero pasado antes de descender a la fosa de Atacama. Crédito: Caladan Oceanic / Instituto Milenio de Oceanografía

En enero se convirtió en uno de los primeros humanos en bajar más de 8.000 metros bajo el mar para investigar la fosa de Atacama, un lugar hasta ahora inexplorado y en el que el equipo de la expedición, además de mapear el fondo marino, descubrió nuevas especies y estructuras geológicas. Un hito para la ciencia chilena que no se podría haber logrado sin la coordinación del grupo científico, un empresario extranjero y la ayuda del Ministerio de Ciencia, asegura el oceanógrafo.

Por Cristina Espinoza

El océano profundo es el ecosistema más grande y menos explorado en el planeta Tierra. Por lo complejo de su estudio, se requiere tecnología de última generación y una inversión al nivel de la exploración espacial, la que hasta hoy se ha privilegiado. “Tenemos mejor mapeada la Luna y Marte que el fondo de los océanos”, asegura Osvaldo Ulloa, oceanógrafo, académico de la Universidad de Concepción y director del Instituto Milenio de Oceanografía (IMO). Lo tiene más que claro. En enero se convirtió en uno de los primeros humanos en bajar los 8.069 metros hasta el fondo de la fosa de Atacama, depresión ubicada frente a las costas del norte de Chile y sur de Perú. Junto a su colega chileno Rubén Escribano, también oceanógrafo, se convirtieron a su vez en los primeros latinoamericanos en descender a tal profundidad.

Los resultados de este hito de la ciencia local y mundial revelarán datos inéditos sobre la fosa con mayor biodiversidad explorada hasta ahora. Lograron mapearla con tan buena resolución, que aparecieron estructuras geológicas que no estaban en las cartas de navegación; observaron una gran densidad de holoturias (pepinos de mar), descubrieron nuevas especies de organismos, y detectaron microorganismos en las paredes rocosas, desconocidos para esta zona.

Para Ulloa, llegar al fondo de la fosa de Atacama fue un viaje que requirió mucho más que las tres horas y media que tardó en tocar fondo el sumergible DSV Limiting Factor, propiedad del explorador estadounidense Victor Vescovo, quien también bajó en esta oportunidad.

¿Cómo se gestó esta travesía?

—Uno de los objetivos que nos planteamos en el IMO fue explorar y estudiar la fosa de Atacama. Tuvimos nuestra primera expedición en 2018, Atacamex, donde logramos llegar con un vehículo no tripulado y obtener muestras de la zona de mayor profundidad. Filmamos, hicimos fotografías y recolectamos muestras que empezamos a analizar. Inmediatamente después, en marzo de 2018, fuimos invitados a participar en una expedición internacional, con investigadores de más de diez países que venían a la fosa de Atacama. Dentro de ellos estaba Alan Jamieson, uno de los especialistas mundiales en fauna de la fosa, que ese año se convirtió en jefe científico de Victor Vescovo, un magnate texano que había decidido construir un submarino y comenzar a bajar, originalmente, a los puntos más profundos de los cinco océanos. Lo hizo entre 2018 y 2019, pero decidió seguir visitando otras fosas. En julio del año pasado estaban trabajando al otro lado del Pacífico y quisieron venir a la fosa de Atacama. Alan Jamieson me dijo: “Victor Vescovo quiere ir y le gustaría colaborar con ustedes en la parte científica”. El 100% de la ciencia quedó a cargo de Chile. El arreglo fue que el permiso para hacer la expedición quedaba en nuestras manos.

Empezamos a buscar los permisos y aquí fue clave el apoyo del Ministerio de Ciencia, porque tuvimos bastantes problemas. Finalmente, el entonces ministro de Ciencia [Andrés Couve] conversó con el comandante en jefe de la Armada, que es por donde pasan estas cosas en última instancia, y la Armada nos apoyó. Esto nos tomó varios meses. La expedición se realizó en enero de 2022. Victor Vescovo trajo todo el equipamiento, tripulantes e ingenieros submarinistas y los puso al servicio de la ciencia chilena, sin más condición que poder bajar a la fosa junto al equipo.

En este caso, se trató de un proyecto particular financiado por un privado, pero sin esa ayuda, ¿se podría hacer este tipo de exploración en Chile?

—En la exploración de la fosa fuimos tremendamente privilegiados. Pero nosotros partimos haciendo la investigación sin saber esto. La exploración y el estudio del océano lo podemos seguir haciendo. Obviamente necesitamos un compromiso mayor, público-privado. Este tipo de investigación es atractiva para gente como Victor Vescovo y uno esperaría que alguno de los millonarios que hay en Chile se la jugaran también por la ciencia. Para dar un ejemplo, cuando bajábamos, una de las cosas que Victor me dijo y que me quedó grabada es “Lo que me ha costado esto, la expedición, el submarino; es lo que se gasta uno de mis colegas en un jet privado”. O sea, no estamos hablando de cifras siderales. Son voluntades, y yo mismo he tenido la suerte de que la investigación que he hecho, en gran parte, ha sido financiada por fundaciones privadas, porque en ningún proyecto individual de nuestro sistema de ciencia, ni siquiera de los centros como el Instituto Milenio, podemos hacer cosas de esta envergadura, a menos que nos asociemos con gente de otros países y tengamos aportes de otras fuentes privadas.

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Fueron casi diez horas de expedición, divididas en tres horas y media de bajada, tres de recorrido y tres de subida en el sumergible para dos personas. 

—La preparación principal fue psicológica —cuenta Osvaldo Ulloa—. Uno no puede entrar con miedo. Cuando mandas un lander [un vehículo autónomo no tripulado para exploración] no puedes buscar mucho. Te da una percepción muy distinta, hay una riqueza en términos de paisaje mucho mayor de la que me imaginaba. ¡Colores! Yo pensé que era todo gris y resulta que hay colores maravillosos abajo, azules, anaranjados, rojos. Nos muestra cómo es un ambiente que antes no habíamos tenido la posibilidad de observar. Para mí, el privilegio de haberlo hecho vale todas las trasnochadas y dolores de cabeza.

¿Qué se ve a más de 8.000 metros de profundidad?

—Lo primero que nos llamó la atención fue la gran cantidad de organismos que había. De hecho, Victor Vescovo, que ha bajado otras fosas, dijo que estos organismos están, pero no en la abundancia de acá, y eso nos dice que la fosa de Atacama es particular. Los datos están mostrando que es la fosa más productiva, donde seguramente haya más vida en el planeta. Vimos un tipo de holoturias que posiblemente sean especies nuevas. Yo quería ver comunidades microbianas, porque sabemos que en otros lugares, como las fuentes hidrotermales, existen tapices que viven pegados a la roca, pero no teníamos evidencia de su existencia a 8.000 metros en la fosa. Para nosotros fue una sorpresa saber que existen allá abajo. El problema ahora es saber de qué viven y cómo vamos a estudiarlas. Son tapices localizados en lugares muy particulares de roca, muy difíciles de observar con los métodos tradicionales. Tenemos que ingeniárnoslas para volver, ya sea con este submarino o con robots autónomos.

¿Cuánto lograron recorrer?

—En la horizontal, siete kilómetros durante tres horas de navegación. En la vertical, como 500 metros de paredes rocosas. Nos movimos de 8.069 a 7.500 metros. Durante nuestras inmersiones solo podíamos observar directamente. El submarino llevaba cámaras de alta resolución y serán horas y horas analizando qué organismos aparecen. La ventaja que tuvimos es que además del sumergible, se llevaron tres lander y los usamos para obtener muestras de ADN ambiental, que es una de las cosas que nos interesan para poder complementar lo que se obtiene mediante imágenes. También pusimos trampas con carnada para poder captar nuevas especies.

¿Hay descubrimientos de los que ya se pueda hablar? 

—La ciencia toma tiempo. Imagina que hicimos la expedición en 2018 y recién el año pasado salió la publicación de que el anfípodo gigante (pulga de mar) que encontramos era una especie nueva. Creo que lo más relevante es resaltar el hecho de que la cantidad de vida que hay en la fosa de Atacama es mucho mayor de lo que sospechábamos, corrobora que es un oasis de biodiversidad. Lo más probable es que descubramos muchas cosas nuevas con nuestros datos. Para mí, ya es un descubrimiento la existencia de comunidades microbianas que viven a más de 8.000 metros. Hoy tenemos un mapa de altísima resolución que muestra que hay estructuras geológicas que no sabíamos que existían. Hay que estudiarlas y, sobre todo, entender por qué están ahí. Eso va a ser un aporte. 

¿Lograron cumplir con los objetivos científicos que se habían propuesto?

—Logramos un 70%, porque una de las cosas que queríamos hacer era capturar peces abajo y no lo logramos. Creemos que una de las razones es porque usamos las trampas de los lander que ellos habían diseñado y vamos a tener que rediseñarlas. Queríamos también mapear mucho más. La idea era mapear desde Valparaíso hasta Antofagasta, pasando por Taltal, pero al principio falló el sonar. Se perdió una inmersión que estaba planificada y que nos hubiera dado más datos. Pero normalmente las expediciones son así, uno va con un plan bien ambicioso y por distintas razones no se lleva a cabo. Pero quedamos contentos, trajimos material y obviamente la experiencia. 

Poder hacer esta exploración es un ejemplo claro de la madurez que ha alcanzado nuestro sistema de ciencia. Sin el Ministerio [de Ciencia] no sé si esto se hubiese logrado. Hubo muchas trabas, y afortunadamente el sistema nos apoyó y funcionó. Eso demuestra que es la institucionalidad la que debe acompañar el desarrollo científico del país. Podemos tener muchos fondos, pero si no tenemos estos otros componentes, estas cosas fracasan. Hemos avanzado con el establecimiento de estos centros, que han sido superimportantes para hacer investigación asociativa, pero tenemos que dar otro salto, ser estratégicos y definir cómo lo hacemos, porque va a tener que ser una combinación de universidades, del Estado y ojalá de privados. Eso sigue siendo lo que nos falta.

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Hasta ahora, solo el 20% de los océanos del planeta está mapeado en alta resolución, y en Chile, en particular, queda muchísimo por hacer; frente a nuestras costas hay varias regiones que aún no están mapeadas en alta resolución, explica Ulloa. Pero eso debería comenzar a cambiar, ya que gracias a un Fondo de Equipamiento Científico y Tecnológico (Fondequip) de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) se podrá instalar el “Sistema integrado de observación del océano profundo para la investigación en geociencias”, que tendrá sensores oceanográficos y geodésicos anclados al fondo para medir la deformación del piso oceánico producida por el choque de dos placas. 

—Existen en Chile, en tierra, pero no en el fondo marino. Este va a ser el experimento más grande que la comunidad oceanográfica nacional va a intentar hacer — cuenta el oceanógrafo. 

¿Cuál es el plan?

—Pensamos instalar la primera parte el segundo semestre de 2022 y la segunda en enero próximo. No tenemos buque, solo tenemos los equipamientos, pero habrá que pagar o postular a un fondo. En otros países, si haces una expedición, aseguras el buque dos años antes. Acá te dan el resultado [del fondo] dentro del mismo año. Por eso, cuando partimos teníamos una tarea gigante: cómo metemos la ciencia del océano en una institucionalidad para que funcione a otra escala. Los astrónomos ya lo hicieron: están coordinados, tienen proyectos, trabajan en conjunto. A nosotros todavía nos queda un largo camino, pero creo que este tipo de expediciones con impacto mediático puede ayudar a rediseñar nuestro sistema y la institucionalidad. 

¿Para qué nos serviría tener una institucionalidad para la oceanografía?

—Gran parte de lo que somos como país en términos climáticos y geográficos se lo debemos al océano. Estamos frente al océano más grande del mundo y además somos un país que tiene acceso directo a la Antártica, entonces no entender el rol que cumple el océano en la nación y en el futuro lo único que hace es retrasar nuestro desarrollo. Nos queda mucho por hacer desde el Estado. Espero que sigamos avanzando con el Ministerio de Ciencia. Se avanzó bastante con los tres años del ministro Couve y, por primera vez, la ciencia estará en el Consejo de Ministros para el Desarrollo de la Política Oceánica y eso es un tremendo avance. Pero ahora hay que trabajar en los programas, en una nueva institucionalidad. Tenemos que ver cómo hacemos para enfrentar la oceanografía de manera más seria. Con los centros ya tocamos techo, se requiere otro esquema y hay que discutirlo. Debe existir la voluntad primero, tomar la decisión como país de que es un área estratégica. Todavía estamos en eso y espero que esta expedición y lo mediática que ha sido ayude a demostrar que sí somos capaces de lograr cosas.

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Jane Campion en su mejor territorio

Pelicula El poder del perro (2021), de Jane Campion. En medio de una sobreoferta de plataformas y producciones audiovisuales, cuesta encontrar películas cuya preocupación vaya más allá del plot sorpresa o del tema humanitario. El caso de Jane Campion no es menor, directora neozelandesa ganadora del Oscar 2022 y primera mujer en obtener la Palma de Oro en Cannes por La lección de piano (1993), quien ha logrado hacerse un espacio en la industria desde una mirada feminista y autoral, ingresando incluso a las series con la magnífica Top of The Lake. Con su último trabajo, El poder del perro, vuelve a su mejor territorio: abordar un género en este caso, el westernpara torcerlo, relaciones de poder en la escala afectiva, solidaridades silenciosas y, particularmente, un tono subjetivo donde el paisaje y la fotografía cobran preponderancia. —Iván Pinto.

Por una genealogía feminista

Libro Mujeres y economía (2022), de Charlotte Perkins Gilman. Alquimia Ediciones.   Después de dar a luz, la estadounidense Charlotte Perkins Gilman (1860-1935) recibió un tratamiento curioso para lo que hoy se conoce como depresión posparto: debía abandonar todo instinto artístico y volcarse a la vida doméstica. El trabajo intelectual era dañino, le dijo su neurólogo, pero por suerte la escritora se rebeló. Así nació su famoso cuento El tapiz amarillo (1892) y comenzó una carrera literaria que solo hace algunas décadas fue puesta en valor. Su ensayo Mujeres y economía. Un estudio de las relaciones económicas entre hombres y mujeres como factor en la evolución social, recién llegado a librerías chilenas, es un texto esencial para entender la lucha de las que ella llama “las mujeres pensantes”, feministas del siglo XIX que pelearon por eliminar las condiciones arbitrarias que mantenían a las mujeres sin voz ni poder. Una mujer que no “sirve para el sexo” o el servicio doméstico —alega la autora en 1898— es vista como “una humana fracasada”. Cuánto han cambiado las cosas desde entonces es una de las preguntas que queda al cerrar este libro fundamental. —Evelyn Erlij.

Una herida abierta

ExhibiciónTrig Metawe Kura, en el Palacio Pereira. Hasta el 29 de mayo. Descolonizar los espacios institucionales del arte se ha convertido en una de las misiones del artista y cineasta de origen mapuche Francisco Huichaqueo, desde que en 2016 interviniera la colección del Museo Arqueológico de Santiago con su proyecto Wenu Pelon. Ahora vuelve a hacerlo en el Palacio Pereira, donde funciona el gabinete de la ministra de las Culturas, y cuyo espacio se ha abierto al público con nuevas salas para las artes visuales. Entre las exposiciones con las que debuta, destaca la conmovedora puesta en escena Trig Metawe Kura, en la que Huichaqueo toma prestadas piezas originales de museos y colecciones privadas y las instala en un paisaje híbrido, a modo de ritual, tensionando símbolos mapuche ancestrales con videos grabados en territorios del Wallmapu entre 2015 y 2021. A través de un cántaro de piedra roto, objeto protagónico de la muestra, el artista representa la herida abierta de una colonización que no acaba y por la que se cuela el pasado, pero también el presente de un pueblo que está lejos de ser una pieza de museo. Por el contrario, sigue luchando por reivindicar su lugar y no perderse dentro de la nación huinca. —Denisse Espinoza.

Roser Bru (1923-2021)

Por Rocío Gómez

“Soy de origen catalán y de vida chilena, entonces tengo dos tierras”, dijo Roser Bru en una entrevista de la serie Maestros del Arte Chileno. La artista catalana-chilena nació en Barcelona, se exilió con su familia en París, luego volvió a España y durante la guerra civil española migró a América Latina poco antes de que empezara la Segunda Guerra Mundial. 

Era 1939 cuando zarpó el Winnipeg, el famoso barco que transportó a refugiados españoles desde Francia y que recalaría dos meses después en el puerto de Valparaíso. A bordo de la nave, nadie sabía muy bien cómo sería la tierra de destino. “Algunos decían que llueve, otros decían ‘hace sol’, pero, claro, llueve y hace sol, si es una tira tan larga”, afirmó Bru en una entrevista archivada por el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, donde contó que lo único que traía consigo era un libro sobre impresionismo. 

“Autorretrato”, Roser Bru, 2014.Crédito: Fundación Roser Bru

Instalada en Chile, pintaría desde cajas de chocolate, botones y vajilla, hasta cuadros, textiles y una gran cantidad de pinturas, que en 2007 llenarían el segundo piso del Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad de Chile para celebrar el aniversario número 60 de la institución. Su obra le valió más de una decena de distinciones en Chile y el mundo, entre ellas, el Premio Nacional de Artes Plásticas en 2015. 

Desde pequeña sabía a qué quería dedicar su vida. En el colegio, en España, practicaba acuarela, y el mismo año de su llegada a Chile ingresó a estudiar en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile. Allí, fue discípula de Israel Roa y Pablo Burchard, y cursó dibujo, pintura y mural hasta 1942. Como estudiante, participó en el Grupo de Estudiantes Plásticos junto a otros artistas de la generación del 50 y más tarde formó parte del Taller 99 de Nemesio Antúnez. 

Comenzó con el dibujo y la pintura, pero también trabajó el grabado y experimentó con diversos medios de soporte para sus obras. Recorrió varios estilos, técnicas y materialidades. Se mantuvo fiel a su creatividad, sintiendo y oyendo “las voces de los materiales”, según contó en una entrevista. “En general, todo viene por el pensamiento, por la cabeza —afirmó—. Me imagino una cosa, y a veces no hago ni un croquis ni nada, sino que ataco el dibujo. O, cuando hago grabado, la plancha y también las obras mismas te dan ideas”. 

El estilo de la artista se caracteriza por la incorporación de símbolos, tachaduras y a veces imágenes reconocibles como las meninas de Velásquez, Frida Kahlo o Gabriela Mistral. Entre sus temáticas estuvieron la memoria, la muerte, la guerra y los lazos entre el presente y el pasado. En sus obras, a menudo aparecían referencias a elementos cotidianos o figuras humanas, en especial el cuerpo de la mujer. “El cuerpo grávido, expandido, duplicado, parece ser una imagen permanente que atraviesa toda la obra de Roser Bru”, escribe Diamela Eltit. El trabajo de Bru también da cuenta de su posición política: participó con una obra en la campaña de Allende, donó textiles a la UNCTAD y durante la dictadura comenzó a incluir fotografías, palabras, números y documentos para hablar de los detenidos desaparecidos durante esa época. 

“Vivir es cierto, morir también”, apuntó alguna vez en una de las notas que solía escribir. Entre gubias, pinceles y el olor de los acrílicos, la artista falleció en 2021 a los 98 años en Chile. 

Narrar otro cuerpo para otra política

El cuerpo de la política que se ha narrado en la letra constitucional en Chile no ha sido otro que el de la república masculina”, escribe la destacada pensadora feminista Alejandra Castillo, autora, entre otros libros, de La república masculina y la promesa igualitaria. En tiempos en que se redacta una nueva Constitución, todo podría cambiar, advierte la filósofa: “si la materialidad de este cuerpo se ha narrado desde el dispositivo constitucional, entonces hoy parece un buen momento para escribir e imaginar un cuerpo feminista para la política chilena”.

Por Alejandra Castillo

La política siempre narra un cuerpo. Por narración entiendo una materialidad compleja que se va tensando en la interconexión de diversas zonas de circulación literaria, visual, medial, económica. Cada una de estas zonas, y su interconexión, dan límite, contorno y, por sobre todo, visibilidad a un orden político determinado. Esta ordenación lumínica —siempre es así con la política— otorga a su vez figuración al cuerpo de lo en común. Habría que advertir que este cuerpo de lo común es doble: es uno que se figura en las instituciones políticas y otro que se describe en el dispositivo de género. En lo que deja entrever esta condición doble, es posible indicar que el modo en que la política narra un cuerpo define los límites de lo posible en cuanto a las formas de gobierno (instituciones), así como a las formas de asociación (afectos). Estas formas organizan la línea que traza la frontera entre lo público y lo privado y, por ello, aun cuando parezca extraño, el propio orden de figuración sexual. La política, se podría afirmar, da forma, performa un cuerpo.

En un sentido fuerte el cuerpo de la política en Chile es uno que, principalmente, ha sido escrito. No es exagerado decir que este cuerpo de la política ha tenido los límites y contornos que la propia escritura de las constituciones le ha otorgado. Dicho en otras palabras, lo que da lugar a la posibilidad de un Estado es el dispositivo escriturario de la Constitución. 

Si la política describe un cuerpo, y si la materialidad de este cuerpo se ha narrado desde el dispositivo constitucional, entonces hoy parece un buen momento para escribir e imaginar un cuerpo feminista para la política chilena. Veamos por qué.

El cuerpo de la política que se ha narrado en la letra constitucional chilena no ha sido otro que el de la república masculina. La Constitución autoritaria de 1833, la Constitución surgida de la crisis oligárquica de 1925 y la actual Constitución de 1980 (impuesta por las armas durante la dictadura de Augusto Pinochet), no han hecho otra cosa que delimitar un cuerpo de la política que da visibilidad, derechos e igualdad a los hombres de poder. 

Crédito: Fabián Rivas

Las historiografías blancas del republicanismo chileno asumen como cierta la incorporación de la lengua de los derechos y del universalismo de la ley en el dispositivo constitucional, no advirtiendo el cierre que ese mismo dispositivo genera en el cuerpo de la política. Cuerpo que se figura y representa en un sexo, una clase, una historia. Habría que agregar todavía más, habría que observar con detenimiento la propia noción de derechos a que da lugar el dispositivo constitucional, el orden legal y jurídico que se legitima a partir de la afirmación de esta metanorma. Si bien el régimen político en Chile ha sido descrito y modelado por un orden constitucional, esto no quiere decir que este régimen político haya sido proclive a un orden garantista de derechos y menos a la instauración de un régimen de igualdad. Baste recordar que cuando un grupo de mujeres demanda participación política a mediados del siglo XIX, amparándose en el universalismo de la ley y en la idea de igualdad contenida en la Constitución de 1833, reciben como respuesta una reforma constitucional en la que se explicita el carácter masculino de la república. Reforma que une de manera férrea la ciudadanía al hecho de ser hombre propietario.

No se debería olvidar que la Constitución de 1833, que instaura el orden republicano en Chile, narra el lenguaje de la igualdad y de los derechos a partir de la figura del individualismo posesivo: ciudadano es quien posee renta, propiedad y letra. Debido a esta definición, la ciudadanía es sexuada, se organiza alrededor de un cuerpo, se visibiliza en un orden de representación que se constituye a partir de una clasificación y jerarquización de los cuerpos. Si estas razones no fueran ya suficientes para sospechar del cuerpo de la política que se constituye en los primeros decenios de la República, el concepto de derecho que se impone durante el siglo XIX y gran parte del siglo XX es de orden punitivo, restringiendo en su ejercicio la definición de los derechos a un conjunto de deberes. Así, el dispositivo constitucional, en sus diferentes actualizaciones, promueve en cada figuración del cuerpo político de la república un afecto político más cercano al temor a la ley que a la audacia de la participación. Este concepto punitivo de derecho acompaña la redacción de todas las constituciones chilenas. La figuración masculina puede ser aprehendida, a su vez, como el índice de una posición ocular, como la afirmación de una posición erecta que transmite una idea de verticalidad, de orden, de jerarquía. 

La Constitución de 1925 mantiene la figura masculina cuando reitera la exclusión de las mujeres de la política bajo la promesa de una inclusión progresiva. Esta promesa se enseña en la imagen de la demopedia, de un ejercicio pedagógico de alfabetización cívica que reenvía continuamente al futuro la promesa de incorporación de las mujeres al orden de la república. De hecho, las mujeres tendrán derechos políticos recién a mediados del siglo veinte, y sólo después de una ardua lucha por el derecho a sufragio. Ahora bien, el ingreso de las mujeres al orden republicano no altera la figuración de este orden, es decir, no transforma ni interrumpe la producción y reproducción de un orden masculinamente sexuado de la política. Estado, familia y mujer son los significantes que modelan el tipo, la tipografía, de un cuerpo reproductivo de la nación. Esta concatenación de palabras se encuentra ya inscripta en el dispositivo constitucional de 1833, y su anudamiento no se verá más que reforzado en las constituciones dictadas en 1925 y 1980. 

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La política narra un cuerpo, sin duda. A la manera de círculos concéntricos, el cuerpo de la política en el dispositivo constitucional narra un espacio en común circunscrito a las experiencias de los hombres de la oligarquía nacional: este cuerpo-eje o cuerpo-centro se amplía y se extiende al círculo de las familias oligarcas; este cuerpo o centro extendido genera la ficción del cuerpo de la nación chilena. Lo en común, entonces, narrado a través del predominio y del dominio de un cuerpo sexuado, de la afirmación de los intereses de un cuerpo que capitaliza valor a partir del control del trabajo y la reproducción. Las experiencias particulares de hombres de acción y palabra se vuelven las experiencias del cuerpo de la política cuando estas experiencias se enlazan a un orden reproductivo que no es otro que aquél que se describe en la familia heterosexual. Este enlace delimita lo político y lo privado en tanto dos esferas diferenciadas que describen roles, ocupaciones y tiempos. La diferenciación del cuerpo social se establece así sobre la marca de la “diferencia sexual natural”, sobre su presupuesto, instituyendo con ello un orden de filiación. 

El cuerpo de lo en común enlazado a la figura doble de la diferencia sexual natural describe un régimen visible dual de lo masculino y lo femenino. La visibilización de lo femenino cumple con una función primordial en la configuración de la república masculina: la mantención del espacio de la familia como el lugar del amor y el cuidado del interés privado. Siguiendo el hilo que se tensa en tal afirmación, es posible advertir que ese interés privado no es la expresión, en ningún sentido, de la propia naturaleza de las mujeres, sino que la extensión del concepto de individuo posesivo al ámbito de lo privado familiar. En dicha extensión habría que buscar las raíces del androcentrismo moderno.                      

De tal modo, cuando la Constitución de 1980 indica en su artículo 1°: “Las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos”, para luego agregar en enseguida: “la familia es el núcleo fundamental de la sociedad”, no hace más que reorganizar nuevamente el círculo concéntrico de lo en común desde la afirmación de la diferencia sexual natural y desde la figura de un individuo posesivo.

La revuelta del 18 de octubre de 2019, la voluntad popular de poner fin a la Constitución de 1980 y la elección de una Convención Constitucional con participación paritaria y con amplia representación de organizaciones sociales que cuestionan el modelo económico político neoliberal, abren la posibilidad de imaginar otro cuerpo para la política en Chile. Un cuerpo que desdibuje los círculos concéntricos constituidos en torno a la figura del individuo posesivo. 

Constituyentes celebran la aprobación de la norma sobre derechos
sexuales y reproductivos el 15 de marzo de 2022. Crédito: Chileconvencion.cl

Pensemos en un diseño posible. Distinto a un centro-sujeto, se podría pensar un cuerpo para la nueva Constitución que se narre en la garantía y protección de bienes comunes fundamentales sustraídos de la lógica del intercambio mercantil y de los cambios de rumbo políticos. Bienes comunes y fundamentales cuya definición básica nunca implicaría solo una zona de intervención, sino que sería propio de ellos una sobrenominación, una nominación que interconectara dos zonas o más. Es una cualidad propia de este tipo de bienes ser tanto naturales (procedencia) como artificiales (distribución). Esta cualidad de sobrenominación permitiría desdibujar las coordenadas de lo público y lo privado, pues, estamos hablando de bienes que sobrepasan cada una de estas esferas en el momento en que son nombrados. De igual modo, los bienes comunes fundamentales describen en su procedencia un territorio que dista de coincidir con el mapa de los Estados nacionales que hemos conocido hasta hoy. Es, por ello, que la garantía, protección y distribución de estos bienes vuelve necesariamente porosas las fronteras que cautelan el cierre del cuerpo del Estado nación. Es a causa de esta cualidad de sobrenominación de los bienes comunes que es posible descentrar la economía capitalista de su voraz carrera de valorización de zonas más amplias de la vida. 

Este descentramiento daría lugar a una narración del cuerpo de la política con las palabras de la gratuidad, la solidaridad y la cooperación. Palabras comunes a unos bienes que en su misma sobrenominación se restan de la mercantilización y del cálculo de los gobiernos. Desorganizar las coordenadas modernas de la política a partir de otra concepción de los bienes comunes haría tambalear la superioridad del individuo en relación con las “cosas”: superioridad de la racionalidad de un individualismo posesivo que no deja ver que en esa reducción instrumental de la razón se asfixia la diversidad natural y ambiental necesaria para la vida. 

La performatividad de la lengua constitucional, que altera lo alto de la mirada del individuo posesivo por la horizontalidad de lo común, daría lugar a otro cuerpo de la política que no existe aún, pero que debemos tomar como real, y en esa ficción escrituraria comenzar a describir otro marco para cada una de las instituciones, funciones, roles y tiempos del cuerpo de la política.          

Una Constitución tal obliga, por último, a suspender el afecto de la nación ligado a la familia y al cuerpo reproductivo de las mujeres, activando otros afectos no previstos en el diseño de la república masculina. Esta suspensión toma lugar en la revuelta feminista, complemento necesario de la revuelta social que se inició el 18 de octubre de 2019. 

Constitución, revuelta y feminismo: tres conceptos, entrelazados, para narrar otro cuerpo para otra política.

Palabra de Estudiante. Una invitación a retomar la democracia en nuestra Universidad

«Debemos avanzar en la construcción de una universidad que debe escucharse integralmente a la hora de diseñar su plano institucional, que debe incluir a toda su comunidad para enfrentar los desafíos que se avecinan, que necesita considerar todas las perspectivas que habitan en nuestros estamentos. En suma, una universidad que alce nuevamente su compromiso democrático», escriben Bascur Cruz y Noam Vilches, de la FECh, de cara a las elecciones de Rector/a que se avecinan en la Universidad de Chile.

Por Bascur Cruz y Noam Vilches

Se abren las puertas a un nuevo año académico, con una nueva forma de hacer clases, con un nuevo gobierno, con una nueva bancada en el parlamento, una nueva forma de reorganizarnos en la FECh y, cómo no mencionarlo, se avecinan las elecciones para tener un nuevo equipo en rectoría.

Todos estos cambios vertiginosos no pueden dejar al costado las demandas que llevan años siendo exigidas; así, un nuevo año académico deberá dar respuestas a las inquietudes respecto del sistema híbrido y la supuesta presencialidad total a la que transitamos. La nueva bancada y el gobierno deberán responder a las transformaciones exigidas durante el estallido, y nosotres, como FECh, también debemos plegarnos al llamado y contribuir a dibujar la senda hacia un país plural y más justo.

Es en esta línea de responsabilidad histórica que me sitúo para recordarle al estudiantado, a les funcionaries y a les académiques que las transformaciones empiezan por casa, que hoy no tenemos democracia al interior de la Universidad de Chile, que no contamos con triestamentalidad y que, incluso en las instancias donde existe participación por medio de votos, algunos de estos valen más que otros. Por consecuencia, solo unas pocas personas toman las decisiones dentro de nuestra alma máter, incluyendo la elección de rectoría.

Quiero mencionar algunos hitos relevantes que exponen la importancia de las elecciones de rectoría para el estamento estudiantil y su federación. En el contexto de la reforma universitaria que empuja la FECh en la década de 1960, se levanta como punto neurálgico el avance en la autonomía universitaria a través de la participación triestamental en las elecciones de rectoría. Así, en 1966, la FECh planteó la necesidad de un cogobierno para afrontar las problemáticas que mantenían al estudiantado movilizado. En 1969, tras una serie de movilizaciones, por primera vez asumió electo triestamentalmente como rector Edgardo Boeninger.

No es un secreto que dicha rectoría terminó con el golpe de Estado, con una junta militar que extrae todo el dispositivo democrático para designar rectores de forma autoritaria hasta 1990. Con la vuelta a la democracia, les académiques vuelven a votar el cargo de rectoría, pero no se avanza en cogobierno y triestamentalidad hasta 2006, en que se crea el Senado Universitario. Esta entidad cumple un rol legislativo interno, y en tanto participan 27 académiques, 7 estudiantes y 2 funcionaries, significa un avance importante pero insuficiente para hablar de cogobierno. Respecto de la composición de los organismos locales, tal y como son los consejos de facultad, no tienen participación con derecho a voto funcionaries ni estudiantes, aun cuando se traten temáticas que refieren directamente a estos estamentos. Del mismo modo, solo les académiques tienen derecho a elegir a decanes y rectores.

Estos antecedentes dan cuenta de la necesidad de profundizar la democracia al interior de la universidad. Es imperativo que todas las personas habilitadas para el balotaje cuenten con un voto para asegurar la igualdad en la toma de decisiones. Además, esto puede afectar en las propuestas y las candidaturas, pues responden a un público que es capaz de sostener más de 22 horas de trabajo en la universidad, lo que por lo general requiere más experiencia, estudios y trabajo. Todo esto genera una desigualdad incluso etaria y basada en una noción sumamente academicista, que no tienen relación directa con la capacidad, necesidad o interés de participar de los comicios.

Con todo, es igual de urgente que se incluya la participación de funcionaries y estudiantes en los consejos de facultad de toda la universidad, en la elección de decanes y rectores y en las diversas mesas de trabajo que se han ido formando en los últimos años. Esto, con porcentajes que si bien tendremos que discutir, deben ser mucho más equitativos que los propuestos en el Senado Universitario, ya que mantienen un número de estudiantes y funcionaries tan ínfimo, que podría ser una participación casi testimonial si no fuese por el esfuerzo de quienes lo componen para hacerse escuchar.

Respecto del argumento que supone que no tenemos las capacidades para participar de dichas votaciones, hay que recordar que es el mismo Estado el que reconoce nuestra capacidad de opinar y votar en las elecciones presidenciales y legislativas chilenas.

Hoy, y en las posibilidades que se abren en este contexto social, político y cultural, debemos reevaluar no solo las instituciones y políticas a nivel país. También podemos hacerlo como Universidad de Chile respecto de nuestras propias prácticas y normas, en miras de fortalecer nuestra democracia interna. Debemos avanzar en la construcción de una universidad que debe escucharse integralmente a la hora de diseñar su plano institucional, que debe incluir a toda su comunidad para enfrentar los desafíos que se avecinan, que necesita considerar todas las perspectivas que habitan en nuestros estamentos. En suma, una universidad que alce nuevamente su compromiso democrático.

Campos y refugiados

Ante la apertura de campos de refugio temporales para migrantes en el norte de Chile a fines del año pasado y principios de este, la académica Nanette Liberona, de la Universidad de Tarapacá, llama a pensar estos lugares como espacios “de encierro y separación de los desplazados, los refugiados, los clandestinos y otros indeseables (…), cuyas características son semejantes a las de los campos de concentración nazi”.

Por Nanette Liberona Concha

El norte de Chile, y particularmente la región de Tarapacá, se ha visto tensionado en los últimos dos años por los movimientos migratorios que han seguido produciéndose de forma autónoma a pesar del cierre fronterizo. Personas de diversos orígenes han atravesado las fronteras sudamericanas hasta llegar a nuestro país en busca de refugio, no en el sentido jurídico de la palabra, sino buscando un lugar para protegerse. El refugio, entonces, entendido como estrategia de sobrevivencia ante el abandono y la violencia de los Estados, ante las crisis multidimensionales generadas en tiempos de auge del neoliberalismo, ante los desastres naturales, ante el recrudecimiento de la crisis económica producto de la pandemia.

Si consideramos que el refugio es una categoría jurídica amparada por un Sistema de Protección Internacional, cuya misión es otorgar protección a hombres, mujeres, niños y niñas, que se ven obligados/as a migrar de sus países de origen con el fin de salvar sus vidas; todas las personas que se desplazaron forzadamente hacia Chile durante la pandemia deberían considerarse refugiadas. Así lo entendieron países como Colombia y Brasil respecto de la llegada de cientos de personas venezolanas, a las que se les otorgaron visas humanitarias. Así lo entendió también la Corte Interamericana de Derechos Humanos cuando recomendó a los Estados en 2018 considerar la migración de personas venezolanas como una migración forzada[1]. Así lo entendió, por su parte, la Corte Suprema de Chile cuando dejó sin efecto las expulsiones colectivas realizadas a ciudadanos venezolanos, tras invocar normas fundamentales del Derecho Internacional de los Refugiados[2].

No obstante, el gobierno de Sebastián Piñera insistió en estigmatizar esta migración calificándola como “ilegal”, aplicando todas las estrategias políticas y mediáticas posibles para que la población local la viera como invasora y generadora de una “crisis” que llegó incluso a paralizar la ciudad de Iquique en dos ocasiones. Esto acompañado de una política de desidia declarada por parte de las autoridades, que consistió en no hacer absolutamente nada para evitar los conflictos urbanos, sociales y culturales que comenzaron a hacerse cada vez más grandes en la ciudad. Varias plazas públicas se transformaron en campamentos improvisados, donde reinaba la insalubridad, la desesperanza, el hambre y la violencia. Las playas también fueron ocupadas con carpas y otras prácticas de vida. Si no fuera por la ayuda solidaria de organizaciones de la sociedad civil, el número de personas fallecidas y enfermas habría sido mayor al que se contabiliza actualmente.

Un ejemplo de lo anterior fue el caso de la mayoría de las mujeres y niñas que vivían en la plaza Brasil, las que a pesar de ser diagnosticadas con infección urinaria no se atrevían a acercarse a los establecimientos de salud por miedo a ser detenidas y expulsadas[3], ya que se les exigía una “autodenuncia” para recibir una atención médica. Esto significa informar a la PDI del ingreso por paso no habilitado, quedando en un registro que luego puede ser utilizado para una expulsión. Así, en lugar de reconocer a esta población su condición de refugiada y concederles el estatuto como tal, se le desalojó violentamente de la ciudad mediante un operativo policial, al mismo tiempo que fue ahuyentada por la furia de grupos nacionalistas y atacada masivamente en marchas que no fueron reprimidas por las fuerzas públicas.

La historia del Sistema de Protección Internacional se forja a finales de la Segunda Guerra Mundial, con la Convención de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, y se ha desarrollado de manera importante en el seno de la ONU a través de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Al término de la guerra, los Estados parte de la ONU llegaron a lo que se denominó un “consenso antirracista”, en el que se comprometían a erradicar toda forma de racismo y a resguardar a sus víctimas. Desde entonces, ACNUR ha sido el órgano encargado de hacer valer este consenso. De la misma manera, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) es otra institución de la ONU que ha velado porque los movimientos migratorios sean reconocidos por los Estados y gestionados de manera tal que no alteren, sobre todo, su soberanía nacional. Esto, sin considerar la autonomía de las migraciones, cuya fuerza propia lleva a sortear todas las barreras que los Estados han ido fortaleciendo para controlar mejor y sacar provecho de estas poblaciones.

En 2014, el libro Un monde de camps, dirigido por Michel Agier[4], reunió veinticinco etnografías realizadas en países de Asia, África, América Latina y Europa, en las que se analizaron intervenciones humanitarias lideradas por ACNUR e implementadas por diversos organismos humanitarios que trabajan en colaboración. Estas etnografías revelan la permanencia y consagración de la figura del “Campo”, entendida como un espacio de encierro y separación de los desplazados, los refugiados, los clandestinos y otros indeseables. Un espacio cuyas características son semejantes a las de los campos de concentración nazi. ¿Qué decir del consenso antirracista? El ACNUR es entendido como el brazo izquierdo del imperio.

Campo de refugiados en Kigeme, Ruanda. Crédito de foto: Wikimedia Commons.

En octubre de 2021 se implementó un campamento en Colchane, localidad altiplánica y fronteriza con Bolivia, en medio del contexto de propagación de contagios por covid-19 y de un incremento del ingreso de población migrante al país. El espacio fue ubicado al costado del Complejo Fronterizo de Colchane, como uno de los “resguardos temporales destinados a la estadía transitoria de migrantes que no dispongan de residencia permanente en Chile”. Fue implementado y operacionalizado mediante un Fondo de Emergencia, transferido desde la Subsecretaría de Interior del Ministerio del Interior y Seguridad Pública a la Delegación Presidencial de Tarapacá en septiembre de 2021. Diversos medios de comunicación como INFOBAE[5] y el sitio oficial de UNICEF[6] señalaron que estos dineros provenían de la ONU, a través de ACNUR y la OIM, en tanto organismos internacionales responsables en materia de migrantes y refugiados.

El objetivo de habilitar estos “resguardos temporales” (luego se instalaría otro en Huara) era de posibilitar “una asistencia humanitaria de primera respuesta y el adecuado control migratorio y sanitario para salvaguardar la salud general de la población”, tal como lo menciona la Resolución Exenta 2916/21[7], punto 7. No obstante, estos objetivos no se han cumplido, ya que las condiciones de habitabilidad y de asistencia humanitaria entregadas por el proveedor Trescientos Setenta Ltda. están lejos de los estándares definidos técnicamente por las entidades expertas en atención humanitaria, considerando las extremas condiciones climáticas del lugar. Las personas migrantes son retenidas durante cuatro días para cumplir una cuarentena sanitaria luego de la aplicación del PCR, en un estrecho campamento sin zonas de sombra. El 15 de abril pasado encontramos al interior de este espacio a unas 100 personas aproximadamente, las que mencionaron encontrarse deshidratadas. Además, señalaron pasar frío y no recibir agua ni alimentos, motivo por el cual pedían ayuda desesperadamente a las personas que transitaban por el otro lado de la reja.

En Iquique comenzó a funcionar en enero de 2022 el albergue Lobito por un periodo de tres meses, plazo que se extendió luego desde marzo hasta junio. Inicialmente se trasladaron doscientas familias, incluyendo a setenta niños y niñas, las que quedaron segregadas en un campamento alejado de la ciudad, sin alimentación, agua, asistencia en salud, ni posibilidad de trabajar para solventar sus necesidades elementales. Lobito está ubicado a 22 km al sur de Iquique, en el desierto costero del norte de Chile. Las condiciones climáticas son de aridez extrema del paisaje y del clima desértico, con una alta radiación diaria y bajas temperaturas nocturnas, factores que dificultan la habitabilidad. Solo se puede llegar al sector en vehículo particular, pues no hay transporte público en esa dirección. Luego de una denuncia por parte de organizaciones de la sociedad civil migrantes y promigrantes, que habían solventado la alimentación diaria de estas familias con apoyo de algunas fundaciones y ONGs, se develó que el proveedor a cargo (el mismo de Colchane) se limitaba a entregar un galletón y un jugo al día por persona, contra todo lineamiento técnico en atención humanitaria a migrantes. Afortunadamente, ahora se entregan dos comidas diarias y mejoró el acceso a atención en salud, pero no se provee de agua potable.

En los casos presentados de Colchane e Iquique, más que pensar en resguardos temporales o albergues, identificamos en la figura del “Campo” un espacio de retención y control de una población, en el cual se privatiza la “asistencia humanitaria”. Recordando a Agier, podemos identificar que no se trata de una excepción, sino de una forma de gobernar a los indeseables. Esperemos que las nuevas autoridades eviten las lógicas onusianas de gestión de las migraciones y apliquen las normas existentes a las personas en búsqueda de refugio.


[1] RESOLUCIÓN 2/18 CIDH. Migración forzada de personas venezolanas.

[2] https://www.diarioconstitucional.cl/articulos/importante-fallo-de-la-corte-suprema-sobre-recurso-de-amparo-y-migracion/

[3] Liberona, N., Piñones, C., Corona, M., & García, E. (2021). Diagnóstico de salud de la población migrante venezolana irregularizada en Iquique.

[4] Agier, Michel (dir.), Un monde de camps. La Découverte, 2014, 424 p.

[5]https://www.infobae.com/america/america-latina/2022/02/04/la-onu-otorgara-usd-35-millones-para-construir-refugios-para-migrantes-en-dos-ciudades-del-norte-de-chile/

[6]https://www.unicef.org/chile/comunicados-prensa/agencias-del-sistema-de-naciones-unidas-apoyar%C3%A1n-instalaci%C3%B3n-de-centros-de

[7] Resolución Exenta 2916 del 13 de octubre de 2021, de la Delegación Presidencial de Tarapacá.

Complejizar la mirada

«Ya no es noticia que el mundo se desnudó frente a nuestros ojos. La situación es crítica: la crisis internacional y la atrocidad de las guerras, la pervivencia de la crisis sanitaria por covid-19 y sus consecuencias, la crisis política nacional que reflotó con el estallido y que sigue abierta ante las respuestas que pueda ofrecer el proceso constituyente. Hoy todo parece movedizo. Reordenar, entonces, se torna una acción posible frente al desorden mundial», escribe Svenska Arensburg, vicerrectora de Extensión y Comunicaciones, en su editorial del número 25 de Palabra Pública, edición que lleva por título Reordenar un mundo en crisis.

Por Svenska Arensburg

Como si se tratara de una incómoda luna de miel, y luego de un mes y medio en el poder, el gobierno entrante enfrenta ya la mirada escrutadora de una ciudadanía especialmente despierta y una oposición efervescente. La atención mediática a la que la ministra del Interior, Izkia Siches, ha debido responder tras viajar a Temucuicui ha tenido repercusiones. A veces, los comienzos no son fáciles, están presentes las miradas que escudriñan con desconfianza cada paso del presente gobierno, atentas a dictaminar si responde a las exigencias del contexto local y global. 

Pensemos los dispositivos de seguridad de aquella mañana: a cuatro días de iniciado el ejercicio de su cargo, vemos un numeroso contingente que toma del brazo a la ministra,  la hace entrar a otro vehículo de gobierno y se suspende así la visita. Se trata de dispositivos que ocupan herramientas, técnicas y velocidades que no suelen llevarse bien con los dispositivos conversacionales. En estos últimos, es necesario un ritmo que haga posible el encuentro. Los procesos de diálogo requieren de un espacio-tiempo de interlocuciones, que son el resultado de actos que comprometen una trayectoria de entendimientos hacia un futuro, donde se despliega la libertad de palabra y se da lugar a la pausa necesaria para encontrar los acuerdos.  

Sería muy difícil entender lo que hoy se vive en Wallmapu sin considerar los profundos conflictos que se arrastran. No solo por la disputa anticolonial que impregna el debate latinoamericanista actual, sino también por la especificidad que adquiere la transición chilena: desde los años 90, por un lado, se va configurando el reconocimiento de los derechos territoriales y la Ley Indígena; pero, por otro, se va constituyendo la cuestionada imputación de la Ley Antiterrorista, a partir de la que el Estado justificó la militarización de la Araucanía. Se trata de decisiones que sin duda repercuten en la visita de la ministra. 

El título del presente número de la revista es Reordenar un mundo en crisis. Ya no es noticia que el mundo se desnudó frente a nuestros ojos. La situación es crítica: la crisis internacional y la atrocidad de las guerras, la pervivencia de la crisis sanitaria por covid-19 y sus consecuencias, la crisis política nacional que reflotó con el estallido y que sigue abierta ante las respuestas que pueda ofrecer el proceso constituyente. Hoy todo parece movedizo. Tal como dan testimonio los sobrevivientes de catástrofes pasadas, la inestabilidad se presenta como destino, las formas de precarización de la existencia convulsionan. Vivimos un presente turbulento, acechado por la crisis climática —e hídrica en particular—, la crisis económica mundial, la crisis del modelo neoliberal. Reordenar, entonces, se torna una acción posible frente al desorden mundial. 

Es por ello tan crucial complejizar la mirada. Para bien o para mal, los conflictos del presente suelen ser analizados desde las respuestas dadas a las catástrofes del pasado, con la expectativa de construir un hoy de tal forma que sea posible habitar un futuro. Tenemos frente a nosotros una gran responsabilidad: generar los espacios para pensar y crear nuevas condiciones para un orden distinto. 

Permítaseme una analogía. Es parte de nuestra cotidianeidad solicitar orientación médica cuando nos sentimos enfermos. La mayoría de las veces, un diagnóstico médico llega como una mala noticia, pero también puede ser una invitación a modificar los hábitos, a orientarse hacia otros más saludables. Un tratamiento médico suele consistir en un proyecto que modifica nuestras formas de vida para mejorar su extensión y su calidad. Para resolver el malestar que vivimos a nivel social, es necesario también un diagnóstico que ayude a imaginar un proyecto de modificación. Nuestros hábitos sociales deben cambiar para mejorar su extensión y calidad. Una de las transformaciones sustantivas que hoy requerimos es del orden del estilo de gobernanza; precisamos valorar las formas de liderazgo más horizontales, combatir los enclaves autoritarios, estar más disponibles a escuchar, incorporar registros de lenguaje más inclusivos, menos binarios y más diversos.  

Mi abuela ucraniana-argentina radicada en Chile nos contaba una anécdota: cuando a su madre le preguntaban cuál era su origen, ella respondía: “desciendo de los barcos”. Hay algunas personas que no sabemos de nuestras tierras de origen, solo tenemos lazos, recuerdos, memoria colectiva. Hay quienes entienden que su alma solo se encuentra con el espíritu de su pueblo en la tierra que habitan ancestralmente. Hay un mundo de diferencias humanas que no son negociables, sino que resultan ser nuestra mayor riqueza. 

En este escenario, el miedo es una barrera sustantiva. Las fuerzas en resistencia al cambio pueden llevarnos a ver las demandas de transformación como amenazas; si anteponemos los lentes del miedo, esta emoción puede conducir rápidamente a rechazar el camino que modifique un statu quo enfermo. Pero la mayoría de las veces los miedos no refieren a un objeto o persona reales, sino que provienen de la imaginación o de una memoria traumática que no ha sabido traducirse. Cómo desconocer que, por ejemplo, cuando se busca ayuda terapéutica, esta siempre implica resistencias, porque dar cuenta de nuestra posición doliente requiere construir confianzas y tener voluntad de escucha. 

Es urgente problematizar los programas públicos para que promuevan formas de resolver conflictos que atraviesan la vida cotidiana y generan victimizaciones. Que la vía violenta sea la forma de expresión del descontento es sin duda una dimensión presente en nuestras vidas, frente a la que es urgente implementar alternativas como sociedad, con un horizonte de convivencia futura. Pero que la violencia siga siendo un medio de fuerza usado por el Estado para asegurar su poder sobre los pueblos no resiste más análisis. Es una forma abusiva y aberrante que es necesario denunciar y revertir.

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