Plurinacionalidad, el potencial político de los pueblos

Es una de las palabras que se repiten una y otra vez, en particular al interior de la Convención Constitucional. ¿Pero qué implica realmente la plurinacionalidad? El historiador Claudio Alvarado Lincopi responde a esta pregunta y advierte que no se trata de tolerancia, “sino de atribuirnos entre todos los pueblos las capacidades para construir una vida común en simetría de dignidades”.

Por Claudio Alvarado Lincopi

Hay un guion de la historia nacional que ha buscado edificar el país como un oasis, o mejor aún, como una isla, una tierra aislada por el mar y la cordillera, y que en su aislamiento ha edificado un pueblo amalgamado bajo la sombra de los héroes patrios. Pero algo aconteció un 18 de octubre: esos héroes petrificados en la monumentalidad pública fueron rasgados y/o saturados de sentidos, y sobre ellos se izó una tela como símbolo improbable, la bandera de un pueblo ensombrecido movilizando nuevas voluntades colectivas, la wenufoye. Y entre esas fracturas desmonumentalizadoras e ideaciones de una nueva comunidad política en emergencia, de contactos y flujos culturales varios, brotó, desde largas ensoñaciones indígenas, una nueva palabra para el debate público en Chile: plurinacionalidad. 

No era parte del canon, nadie antes sino los movimientos indígenas habían empujado esta “palabra mágica” para intentar construir puentes de diálogos políticos y culturales, y empujar agendas que garantizaran derechos colectivos. No ha sido fácil, las nociones políticas son campos de disputa y solo alcanzan sentido cuando son significados mediante la sutura de los lenguajes heredados y las diatribas de las nuevas quimeras. Y en ese empalme nos encontramos, siguiendo una pulsión que toma cuerpo, que se edifica como nuestra plurinacionalidad y dialoga con ideas hermanas como autonomía y territorio, sostenidas en principios básicos como reconocimiento y redistribución del poder y de las condiciones materiales de existencia. El desafío es inmenso e implica fuertemente a las sociedades indígenas, pero también sacude definiciones basales de la sociedad chilena.  

Inés, ¿podemos vivir juntos? 

Un momento de conmoción mayúsculo en la obra Xuárez, dirigida por Manuela Infante, es cuando Patricia Rivadeneira, interpretando a Inés de Suárez, duda frente a un grupo de mapuche que quemaron Santiago un 11 de septiembre de 1541. Su destino, como sabemos, es decapitar esas cabezas y afianzar con ello la reciente conquista e instalación de las fuerzas hispanas en el valle del Mapocho. En la obra, Inés duda, y en ese momento las futuras cabezas degolladas comienzan a entonar en coro: “hazlo Inés, haz lo que debas hacer, para alertar a los nuestros de lo que son capaces los vuestros, para que nunca lleguen a confiar, para que se levanten a vuestro paso donde sea que caminen”.    

La decapitación como un aviso, como una advertencia de siglos. Santiago de Chile, la capital del Reyno y luego del país, desde hace casi 500 años sostenida sobre un rito sacrificial del colonialismo. Parece un trágico vaticinio que, con el paso del tiempo, lamentablemente se ha tornado una aciaga certidumbre. 

Aquí yace un primer dilema que los propios chilenos deberán contestar. Inés, ¿podemos vivir juntos? Es una respuesta que no compete a los pueblos indígenas, le compete a los chilenos y su historia, y sobre todo a los chilenos y sus futuros. ¿Se logran imaginar conviviendo con otros pueblos y naciones en la misma comunidad política? Tiendo a pensar, todavía con la ensoñación utópica que habitó la revuelta popular, que hay margen para esa posibilidad. En cualquier caso, plurinacionalidad no es una cuestión solo de indígenas, sino que es una cuestión de Chile y su atadura con las decapitaciones de Inés. Es Chile, los chilenos y sus fantasmas.      

Reconocimiento, el primer paso

Escribir una Constitución es, de algún modo, una batalla cultural. Las ideas circulan, se propagan y refugian entre nichos y multitudes, son masticadas por primera vez para algunos, mientras que otras encuentran el momento definitivo para irradiar el mundo luego de años y décadas de susurros y pregones. Y entre esas novedades y expansiones, las palabras se tensionan, la pugna se hace carne, las posiciones se encuentran y conflictúan, y aunque la batalla toma forma de lid legislativa, se discuten horizontes de convivencia mediante una lucha por el lenguaje, que recorre toda la sociedad en una realidad desigualmente estructurada.

Hace algunos días, el exalcalde de Temuco y actual diputado de Renovación Nacional Miguel Becker —perteneciente a una tradicional familia de colonos alemanes de la zona—, ante el crecimiento y difusión de la palabra Wallmapu al interior del lenguaje político, utilizado incluso por la ministra Izkia Siches, decía: “No se llama Wallmapu, se llama Región de La Araucanía y así estamos orgullosos de llamarla”. El proceso constituyente, en tanto debate cultural, ha permitido que salga a flote una batería de conceptos anteriormente vedados, entre ellos, el lenguaje de la plurinacionalidad, un lenguaje que abruma a ciertos sectores, volviéndose un desafío ineludible para la constitución de lo plural.  

Es que, durante los últimos meses, entre los viejos salones del Congreso Nacional han retumbado palabras como descolonización, itrofil mongen, poyewün, derecho de la naturaleza, Wallmapu, autonomía, pluralismo jurídico, territorio; una serie de categorías que a oídos de las élites blanquecinas resuenan incomodas, incluso más, emergen incomprensibles. Aquí yace un gran desafío de la plurinacionalidad: reconocer los lenguajes ocultos, habitar una acción comunicativa donde lo que antes eran susurros se vuelve presencia simétrica, permitiendo con ello la construcción de un espacio de diálogo de racionalidades. Este reconocimiento implica volvernos inteligibles unos con otros, aceptar la condición humana de los diversos pueblos, con sus trayectorias y proyecciones. No se trata de tolerancia, sino de atribuirnos entre todos los pueblos las capacidades para construir una vida común en simetría de dignidades.

Esto significa también reconocer diversas formas culturales de organización de lo político, junto con asentir sobre la existencia de una serie de modelos de justicia y de salud que conviven y se traslapan, así como lenguas que cohabitan los mismos paisajes, además de admitir la existencia de territorios reclamados por las naciones despojadas, y buscar, por tanto, reparaciones para asegurar un nuevo pacto de convivencia entre los pueblos de la comunidad política plural que emerge. 

Todo ello implica reconocer: no es un gesto de bienaventuranza multicultural, sino un acto político de convivencia entre naciones y pueblos, un pacto para vivir en común que remueve cimientos generales, que sacude estructuras tradicionales enquistadas del Estado decimonónico, que invita a pensar tanto los derechos de los pueblos indígenas como las formas políticas mediante las cuales se distribuye el poder.      

La urgencia de superar el multiculturalismo

La espada de Inés de Suárez durante el siglo XIX tuvo una actualización fatídica. Utilizando supuestos modelos científicos, se construyó la idea de civilización versus barbarie, dando pie con ello a impulsos colonizadores por parte del Estado republicano; colonialismo interno o colonialismo de colonos le llama el pensamiento mapuche contemporáneo. Si bien muchas de las actuales situaciones políticas se explican por estos procesos de despojo e inferiorización, los modelos de exclusión se refinaron.

Durante la primera mitad del siglo XX, mediante un uso limitado de la idea de mestizaje, se intentó superar la existencia indígena en el país mediante su incorporación en el ideal nacional. Es lo que se conoce como indigenismo: ya no se era mapuche, aymara o rapanui, sino que chilenos todos. Esta operación asimilacionista comenzó a ser fuertemente criticada desde las décadas de 1970 y 1980, cuando surgieron nociones como los derechos colectivos de los pueblos indígenas o la reclamación por autonomía y autodeterminación. 

Ante este nuevo escenario, la exclusión se adornó de multiculturalismo, promoviendo aceptaciones culturales despolitizadas, celebrando la diferencia como atributo individual, mas no colectivo, impulsando incluso la comercialización de “lo nativo” y “lo ancestral”. Etnofagia se le ha llamado. Este momento multicultural, como bien reflexiona Claudia Zapata, vive una crisis desde hace algunos años, sobre todo por demostrar su incapacidad para solucionar conflictos históricos e impulsar reconocimientos que no ponen en tensión las estructuras del poder. 

Ante esta crisis, emerge la idea de la plurinacionalidad como posibilidad de transformar esos reconocimientos en redistribuciones del poder y de las condiciones materiales de existencia, particularmente la tierra y el territorio. Entonces, cuando se dice plurinacionalidad, se intenta situar la simetría en la relación entre los pueblos y buscar rutas para redistribuir la capacidad de gobernanza sobre los territorios y las estructuras institucionales, tanto las propias de los pueblos indígenas como las del Estado. Todo ello, por supuesto, necesita de traducciones concretas para cada realidad, y en aquel desenvolvimiento práctico nos encontramos. 

¿En qué va la Convención Constitucional? 

Hay algunas pistas que anuncian la concreción de nuestra plurinacionalidad en relación con la redistribución del poder al interior de la Convención Constitucional. Por una parte, hay una aspiración de transformar toda la estructura estatal para evitar ser arrinconados en políticas de focalización, sobre todo mediante la instauración de escaños reservados para indígenas que promuevan políticas plurinacionales desde las universidades hasta el Congreso, desde la Justicia hasta el Ejecutivo. De hecho, en un reciente artículo aprobado por el pleno de la Convención Constitucional se señala: “El Estado debe garantizar la efectiva participación de los pueblos indígenas en el ejercicio y distribución del poder, incorporando su representación en la estructura del Estado”. Aquí, lo plurinacional busca infiltrarse en cada operación política de lo público, edificando una aspiración profunda, a saber, reconstruir lo general y repensar lo universal, muy lejos de las acusaciones identitarias y separatistas levantadas por el establishment intelectual. Los pueblos indígenas buscan ser parte del quehacer político de lo total, y para ello un mínimo gesto de reparación y acto de justicia redistributiva son los escaños reservados.      

Por otra parte, y quizás este es el mayor triunfo de los convencionales indígenas, se ha logrado articular la plurinacionalidad con las demandas de autodeterminación y territorio. Dado que existe un reconocimiento de la preexistencia de los pueblos indígenas respecto del Estado, se señala en el artículo recién citado que las naciones indígenas “tienen derecho al pleno ejercicio de sus derechos colectivos e individuales. En especial, tienen derecho a la autonomía y al autogobierno (…) [y] al reconocimiento de sus tierras y territorios [terrestres y marítimos]”. Este es un salto cualitativo respecto a derechos colectivos indígenas en Chile, y ubica por fin al país en el siglo XXI. Con todo, un viejo anhelo de los movimientos indígenas comienza a emerger en el horizonte, y la posibilidad de profundizar la democracia en clave plurinacional está cada vez más cerca gracias a la Convención Constitucional. He podido observar que el trabajo de los convencionales indígenas y sus keyufe (asesores) ha sido titánico, como titánica será la tarea de materializar esos sueños compartidos luego del plebiscito de salida. Como sea, lo cierto es que la plurinacionalidad ya infiltró el sistema político, y su manifestación en Chile será imparable. Quizás es apresurado, pero —a buena hora, Inés—, quizás hoy estamos más cerca que ayer de vivir juntos.     

Cuatro visiones sobre el futuro de la Universidad

El próximo 12 de mayo, Rosa Devés, Sergio Lavandero, Kemy Oyarzún y Pablo Oyarzun intentarán llegar a la rectoría de la Universidad de Chile. En estas páginas, las y los candidatos toman la palabra para detallar los principales lineamientos de sus propuestas, las formas en que enfrentarán los desafíos del período 2022-2026 y cómo es la universidad que imaginan.

Los textos aquí expuestos nacen de las siguientes preguntas: ¿Cuáles son las tres propuestas priorizadas de su programa de gobierno universitario? / ¿Cuál es el papel que le corresponde a la Universidad en el país que hoy se construye y cuál es el rol que un/a rector/a debe tener en ello? / ¿Cómo piensa fortalecer la integralidad de la docencia, investigación y extensión universitarias con miras a reforzar la incidencia en la comunidad? / Pensando en la disparidad que existe en diversos aspectos entre las humanidades y las llamadas “ciencias duras”, ¿cómo busca potenciar la ecuanimidad en las distintas áreas del saber?

Rosa Devés, profesora Titular de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y Vicerrectora de Asuntos Académicos

Nuestro programa es el resultado de un proceso participativo y comprende principios de acción, ejes programáticos y acciones prioritarias inspirados en una perspectiva humanista, la responsabilidad con el desarrollo sostenible, la valoración de la complejidad y el compromiso con el país.

Un primer desafío es el fortalecimiento del quehacer de todas las unidades académicas a través de la cooperación y la promoción de alianzas que potencien la calidad del ejercicio de sus funciones y conduzcan al desarrollo armónico y equitativo. Buscamos innovar en el ejercicio de la docencia para poner al servicio de los y las estudiantes todas las capacidades de la Universidad, ofreciendo trayectorias más flexibles que sean pertinentes a un contexto nacional y global cambiante. Igualmente, potenciaremos la investigación, creación e innovación para responder a los desafíos de la Universidad. En este ámbito, abordaremos con especial énfasis la equidad de género y el desarrollo de las capacidades de las y los académicos jóvenes con mecanismos de apoyo focalizados.

Otro propósito será fomentar una cultura universitaria que estimule el desarrollo de sus integrantes, para que puedan desplegar todo su potencial y cumplir sus funciones con excelencia y compromiso. Trabajaremos para brindar oportunidades equivalentes a las académicas y los académicos en los diferentes espacios de la Universidad, articulando las exigencias de la carrera académica con políticas de apoyo al desarrollo académico y reconociendo las contribuciones en las distintas áreas del quehacer institucional. El estímulo al trabajo bien hecho debe ir asociado al apoyo y al cuidado, cautelando un ambiente de sana convivencia universitaria y el adecuado balance entre los compromisos universitarios y otras facetas de desarrollo, como lo familiar y social para los tres estamentos.

Y para lograr una cultura institucional equitativa e inclusiva será central el compromiso transversal con la igualdad de género. Entre otras acciones, promoveremos estrategias que aseguren la equidad de género en los procesos de contratación, calificación y evaluación académica y profundizaremos los mecanismos de formación del cuerpo académico en temáticas que tensionan la formación académica tradicional, como la educación no sexista o la introducción del enfoque de género en la academia.  

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La Universidad de Chile cumple un rol fundamental en la construcción de nuestra sociedad y tiene un compromiso ineludible con la democracia, la justicia y los derechos humanos. En concordancia con su misión, nuestra Universidad debe participar activamente del debate público y contribuir con conocimiento relevante a los cambios sociales orientados hacia una mayor igualdad e inclusión social. Lideraremos este proceso de participación en la esfera pública, siempre destacando el trabajo colaborativo y el aporte que realizan las y los integrantes de la Universidad al desarrollo del país.

Hoy existe un nuevo ciclo político en el país y la Universidad no puede excluirse de este proceso. Por eso, revalorizaremos nuestro carácter público en un ambiente de colaboración con las otras universidades estatales para defender derechos sociales fundamentales, como el derecho a la educación, y para aportar desde el conocimiento al desarrollo nacional. Además, apoyaremos decididamente todas aquellas propuestas que promuevan la justicia social. La equidad y la inclusión serán ejes fundamentales de nuestra rectoría, en el propósito por aportar a una Universidad de Chile que sea cada vez más de Chile. 

Una Universidad es una comunidad capaz de generar y transmitir conocimiento, pero la relevancia de su existencia está en que efectivamente logre ser pertinente para las necesidades de la sociedad a la cual se debe. Esto es especialmente importante para las universidades públicas, sobre todo en países con desafíos de desarrollo y en un contexto de profundos y rápidos cambios globales. Por ello es necesario repensar nuestras formas de realizar investigación, creación, docencia y extensión. Debemos interrelacionar con mayor profundidad estas funciones de manera que se nutran y fortalezcan de esta integración, a la vez que enriquecen su sentido. Es importante cambiar la lógica de pensar las funciones universitarias como compitiendo entre sí, por una que las reconozca como interdependientes, valorando cada una de ellas. Tanto la investigación como la formación de las nuevas generaciones tienen el desafío de pensar un mundo donde la complejidad se impone en todas las áreas del saber, de allí la necesidad de promover miradas abiertas, inclusivas y transversales.

En nuestra Universidad ya existen innovaciones que articulan docencia-investigación-extensión. Surgen como estrategias de innovación pedagógica que se expresan en proyectos formativos articulados y se fundan en una convicción sustantiva: investigar para formar, formar para investigar, investigar y formar para incidir. Nuestra propuesta es promover una lógica transversal de innovación que logre articular una investigación integrada, con procesos formativos de amplio acceso, fortaleciendo la incidencia pública, enriqueciéndose de las capacidades, herramientas y oportunidades que tenemos entre las diferentes unidades académicas.

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La gran diversidad de disciplinas y especializaciones que conviven en nuestra Universidad es una de nuestras fortalezas. Sin embargo, para que esta diversidad efectivamente enriquezca nuestro quehacer debe estar conectada. Debemos construir los puentes que faciliten el trabajo entre distintas disciplinas, potenciando el desarrollo de todas las áreas y valorando sus diferencias, ya que solo articulando nuestras disciplinas lograremos formar y desarrollar un conocimiento adecuado a las exigencias de la sociedad.  Por eso, promoveremos el trabajo interdisciplinario y transdisciplinario, sabiendo que tenemos un cuerpo académico con las competencias y calidad necesarias para impulsar aún más la investigación y creación en todas las áreas con condiciones justas e igualitarias. 

Sergio Lavandero, profesor Titular de la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacéuticas y de la Facultad de Medicina

Nuestra principal propuesta para crear una Rectoría transformadora consistirá en poner en el centro a las personas, con especial énfasis en la construcción de una comunidad cooperativa, acompañándolos/las desde el inicio, durante y culminación de sus carreras académicas. Nuestra segunda propuesta se centra en buscar soluciones innovadoras y sustentables a largo plazo para abordar el déficit financiero de la Universidad. Para ello, nuestros modos de gobierno, financiamiento, estructuras y dinámicas internas deben repensarse. Finalmente, nos enfocaremos en desarrollar y fortalecer la investigación, la docencia, la creación artística y estimular la innovación. Potenciaremos, paralelamente, el mensaje público de que nuestro país sólo alcanzará su desarrollo si mejora en forma significativa la inversión en educación en todos sus niveles. 

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Nuestro rol como la institución de educación pública más antigua del país es liderar el sistema universitario nacional, abordar problemas nacionales de gran impacto social y crear las condiciones para abordar los futuros desafíos locales y globales que deberemos afrontar. Para ello, nuestra Rectoría transformadora propone constituirse en un modelo de institución pública a través de valores como la sustentabilidad, la responsabilidad y la promoción de la investigación, docencia, creación artística e innovación. Nuestra Universidad debe estar liderada por un equipo articulador que acompañe y promueva sus transformaciones, que fortalezca la deliberación, abierta y respetuosa, sobre las políticas institucionales y asegure la transparencia en la toma de decisiones. En nuestra Universidad debe primar el pluralismo, la libertad de pensamiento, el respeto a sus diversidades, la dignidad para todos/as sus miembros y el ejercicio de un auténtico pensamiento crítico.

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La docencia de pre y posgrado es el corazón de nuestra Universidad. Nuestros esfuerzos en esta área se enfocarán en tres direcciones: en primer lugar, al diseño de redes de cooperación entre académicas/os de distintas unidades; en segundo lugar, a programas de internacionalización con visión de futuro y fortalecer, en forma equitativa, todas las áreas del saber que desarrollamos; y, en tercer lugar, a apoyar efectivamente a los estudiantes de postgrado, privilegiando sus iniciativas de colaboración inter y transdisciplinarias. Nos proponemos poner especial atención en cautelar la integridad y coherencia ética, cuidando especialmente que nuestras autoridades, en todos sus niveles, estén alineadas con la rectitud, razonabilidad, transparencia y una permanente disposición a la rendición de cuentas y, sobre esa base, promover el debate interestamental.

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Lo haremos escuchando con atención las demandas de los y las académicas, prestando especial atención a sus propuestas, analizándolas en forma ecuánime y canalizando inversiones institucionales que, por un lado, potencien las distintas unidades académicas, y por otro subsanen con urgencia las brechas existentes entre ellas.

Kemy Oyarzún, académica de la Facultad de Filosofía y Humanidades y coordinadora del Magíster en Estudios de Género y Cultura

Aquí estamos. No solo reunidas y reunidos en torno a una candidatura a Rectora. Nos hemos conjuntado por valores comunes, energías compartidas, profundas convicciones de cambio en esta Universidad nuestra, la casa de Amanda Labarca, Eloisa Díaz, Ernestina Pérez y Andrés Bello. Son transformaciones en consonancia con el país, con el nuevo ciclo iniciado en mayo 2018 y octubre 2019, con la instalación de la Convención Constitucional. ¿En qué pensamos cuando decimos “nuevo ciclo” de transformaciones de país? Hablamos de un nuevo proyecto político-cultural, otra forma de entender la producción científica y artística, otro modo de ejercer gobernanza universitaria. 

Todo cambio cultural afecta las formas institucionales. El primer desafío es habitar esta Casa de otro modo. Las instituciones se pueden convertir en espacios poco habitables y autorreferentes. Nos conjuntamos para devolver a la Casa sus múltiples cuerpos, sujetos y  territorios, para abrirnos a lo que  “no se dice”. ¿Y qué es lo que no se dice? No se dice que estamos habitando la Casa con malestares de décadas. No se dice que los daños refieren a asuntos muy concretos: remuneraciones desiguales, reajustes que no se concretan,  bonos de inseguridad, contratos a honorarios que duran décadas, plantas que no llegan, jubilaciones tan mermadas que las personas no están dispuestas a dar un salto a la pobreza al final de sus carreras académicas y funcionarias. No se dice que lo que hacemos es trabajo. No se reconoce la producción de conocimiento como elaboración procesual, compleja práctica de creación científica o artística. Se reafirma la superioridad del individuo, el hacerse camino en solitario, en rivalidad con las y los demás. No se dice que toda la producción de conocimiento, esparcida en distintas áreas de saber es equivalente en valor.  Las discusiones en torno a la nueva Constitución hablan con razón de “equivalencias epistémicas”. ¿Hasta cuándo confundir valor y precio? Cuesta hablar de violencias, abusos de género, abusos de poder.

¿Por qué la docencia, la investigación, la extensión o la gestión académica tienen valores tan opuestos? ¿Por qué no pensar las cuatro misiones a través de toda la carrera académica, con momentos de intensidades diversas, pero complementarias y planificables? ¿Y qué decir de las “mediciones” y parámetros predominantes para valorar la calidad? ¿Cuándo los discutimos de cara a nuestra realidad de país en desarrollo, mirando desde América Latina las inéditas voluntades de entrega que ello conlleva? No se dice que nuestros daños afectan nuestra calidad productiva y nuestra calidad de vida, porque ambas están intensamente entrelazadas. Nuestra férrea dedicación a la Universidad en las condiciones actuales tiene costos personales enormes y los tendrá mientras el Estado nos tenga en abandono y la gestión nos divida en parcelas.

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Aquí algunos desafíos: Conjugar nuestros malestares en colaboración, con actorías deliberantes y críticas transformadoras. Recuperar nuestra dignidad, nuestro valor,  nuestras visiones y fuerza comunitaria. Asumirnos como sujetas y sujetos. Reconocernos en todos los estamentos, con capacidad de escucha y diálogo. Nos autoconvocamos como actores y actoras capaces de transformar y transformarnos con sentido de país plural e igualitario. Con participación deliberante y vinculante, romperemos la repetición, la continuidad, los silencios cómplices. Porque creemos que el Estado debe garantizar la calidad de sus universidades. Y porque reconocernos es solo el comienzo.

Dos ejemplos concretos nos inquietan: la educación, incluida la pedagogía, y el Hospital Clínico. Nuestra Universidad requiere un proyecto educativo con equidad distributiva, voluntad de diálogo entre unidades de Educación y Pedagogías; formación de educadores e investigación avanzada en educación. A su vez, nuestro Hospital Clínico, lamentablemente retirado de la Red Pública de Hospitales, debe retornar a ella, no ser un “prestador” privado más de salud. Aspiramos a un nuevo modelo de hospital que, aun dependiendo de recursos públicos directos, siga desarrollando la excelencia que le caracteriza hoy.

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Chile está cambiando. La Casa de Amanda Labarca y Andrés Bello se apronta a realizar nuevas elecciones de Rector/a. Un nuevo gobierno define un amplio programa de transformaciones. En el corto plazo habremos redactado una nueva Constitución diseñada en inéditas condiciones participativas. La Universidad de Chile no puede permanecer incólume, dotada de una gestión que, en buena medida, reproduce las desigualdades, malestares y deficiencias que deseamos abolir como sociedad. Nuestra propuesta cultural y científica refiere en particular a la calidad de vida de quienes producimos conocimiento en la Universidad. Nos convoca el cumplimiento de nuestras cuatro misiones fundamentales, investigación, docencia, extensión y gestión, concebidas en forma integral y equivalente a partir de una visión de carrera planificada en el tiempo, con atención a lo singular y a los intereses colectivos. Nos interpela promover la investigación multi, inter y transdisciplinar; transversalizar las perspectivas de género e interculturalidad. Nos inspira una gobernanza de nuevo tipo, atenta a la participación comunitaria, a la deliberación y a la transparencia. Queremos una Universidad  con sentido común, sin islas en competencia  ni rivalidades por financiamiento. El conocimiento no conoce fronteras nacionales. Nuestro país se asume cada vez más plurinacional y latinoamericanista. Nos invitamos a compartir aspiraciones personales y colectivas; una visión  universitaria estratégica, con vocación de país y  acorde a  los cambios que la sociedad espera de nuestra Universidad. 

Pablo Oyarzún, académico de las facultades de Artes y de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Director del Centro Interdisciplinario de Estudios en Filosofía, Artes y Humanidades

Un programa de gobierno universitario debe tener en su base elementos de diagnóstico que identifiquen puntos críticos respecto de los cuales sus propuestas sean relevantes. Y es preciso tener claridad sobre los plazos en que estas pueden ser llevadas a cabo, cuáles perenecen al ámbito de acción de la institucionalidad universitaria, y cuáles son realizables a través de normas, acuerdos y oportunidades que dependen de instancias extrauniversitarias, en particular, del Estado.

Sobre esta base, un primer elemento es la necesidad de generar condiciones de integración estratégica de la universidad en sus organismos y unidades superiores, sus funciones, planes de desarrollo y política presupuestaria y, en vista de los desafíos epistémicos, culturales, sociales, económicos, en la adaptabilidad al cambio y flexibilidad de su estructura y gestión. Estas tareas deben ser diseñadas, periodizadas e implementadas según la complejidad de cada caso. El horizonte general es de largo plazo, pero con etapas intermedias que deben comenzar en el corto plazo, es decir, en un periodo rectoral de cuatro años.

Un segundo elemento se refiere a la relación de la universidad con los intereses del país, sus necesidades, expectativas de cambio y perspectivas de futuro, y al mismo tiempo a su inserción en el desarrollo del conocimiento en el contexto global. Esta doble condición exige el ejercicio de una capacidad deliberante, analítica y crítica, con un sentido explícitamente público. En este último aspecto, le corresponde a la universidad una responsabilidad en la recuperación del espacio público.

El tercer elemento atañe a la comunidad universitaria, en su diversidad de vidas y estilos, convicciones y creencias, posibilidades y expectativas que habitan espacios y comparten tiempos en conjunto. Así como se exige de ella el cumplimiento de deberes, merece que se reconozcan sus derechos de participación, de incidencia, en las decisiones institucionales conforme a un sentido de democracia universitaria. Y esto sólo puede lograrse si se estimula un ethos universitario de diálogo y respeto, convivencia, cooperación y sentido crítico, indispensable para la profundización de una cultura y una ciudadanía democrática.

No diría que la universidad ha ejercido una capacidad de anticipación en el periodo postdictadura, salvo por el movimiento que llevó al nuevo estatuto y a la generación de un modelo de gobernanza que porta una memoria histórica y posee rasgos innovadores. Un análisis de ese proceso permitiría observar analogías con lo que hoy vivimos en la víspera de la propuesta de una nueva constitución. Lo que sin duda ha mostrado la universidad es receptividad y rapidez para hacerse cargo de transformaciones sociales que están en curso: género, feminismo, multiculturalidad, afirmación de la diversidad, inclusión. La participación de la comunidad y la institucionalidad universitaria en el proceso constituyente evidencia una vívida capacidad de reacción ante las situaciones de cambio imprevistas que ha experimentado la sociedad en estos años. Ahora, en este presente que está inquietado por perspectivas inciertas, es indispensable concebir escenarios alternativos de futuro, y correr el riesgo de anticiparlos, lo que sólo puede hacerse tomando una distancia reflexiva y ejerciendo una vigilancia crítica sobre el proceso, su complejidad y las expectativas que le son inherentes, a fin de identificar y afirmar el nervio y la dirección esencial de esas expectativas. A una rectora o rector le cabe convocar a la comunidad a esa tarea, disponer los espacios para su realización, participar del pensamiento que nazca en ellos y hacerse irrenunciablemente responsable por lo que de ese pensamiento surja como orientación y decisión.

Es imperativo tener una concepción integrada de las funciones académicas, lo que implica establecer un modelo educativo que conciba la enseñanza-aprendizaje como un proceso continuo de generación del conocimiento, integrando docencia, investigación y/o creación en todos los niveles, y que tenga orientación social, incorporando actividades en terreno o de vinculación. Un modelo que combine lo que cabría llamar una pedagogía del hallazgo con una apertura responsable y receptiva al medio social, a sus saberes, inclusivo no solo por la capacidad de acoger diversidad y vulnerabilidad, sino también por aprender de ellas. La investigación sólo podría potenciarse con un modelo semejante y el espacio universitario se vería enriquecido por la capacidad para abrirse a un exterior que ya está presente en él, cotidianamente, en las labores y los afectos de cada una y cada uno de sus miembros, en sus relaciones y tareas.

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La disparidad entre las humanidades y las ciencias llamadas “duras” se expresa en los recursos destinados a unas y otras y en su diferente valoración social. Lo último parece obvio: por un lado, pensamiento y conocimiento que encuentra soluciones; por el otro, pensamiento que encuentra problemas. Estas dos epistemes coinciden en un punto: precisamente en el problema, en lo que da que pensar. Y también coinciden en el formato contemporáneo de la investigación, la docencia, la institución universitaria: todos los saberes están sometidos a ese mismo formato, en el diseño de su enseñanza, en su propuesta, su formulación, en la competitividad que se derrama por todos los niveles, desde los institucionales hasta los individuales. Considero indispensable discutir este formato, sus criterios y modalidades, y para eso es preciso estimular y favorecer el encuentro entre las disciplinas, las zonas de intercambio y de conjunción creativa en vista de problemas y formulación de soluciones. Parece cada vez más obvio que la división entre disciplinas “blandas” y “duras” es restrictiva e inconducente, tanto desde el punto de vista epistemológico como social. Necesitamos una universidad que provea las formas y modos del encuentro, lo que, a mi juicio, sólo una institución altamente integrada y al mismo tiempo dúctil y sensible al cambio puede lograr.

El incómodo silencio de quienes callan en una guerra

El pasado 5 de marzo, la agencia internacional de noticias Efe, único organismo informativo hispanohablante aún en Moscú, anunció la suspensión temporal de sus funciones en Rusia, en medio de una guerra cruzada por la desinformación. Aunque la agencia reculó en su decisión, la noticia causó sorpresa. La situación evidenció los riesgos que corren tanto periodistas como el derecho a la información en contextos bélicos. «Las guerras no solo empujan adelantos tecnológicos, sino también ponen a prueba la forma de comunicar; por lo tanto, de hacer periodismo, con los corresponsales y las agencias informativas, literalmente, en el frente», reflexionan Cristóbal Chávez y Claudia Lagos sobre los desafíos éticos y prácticos del periodismo en tiempos de guerra. 

Por Cristóbal Chávez Bravo y Claudia Lagos Lira

“Desde el punto de vista ético, es muy válida esta afirmación: ‘Ningún reportaje, ni aunque fuera el mejor del mundo, vale tanto como la vida de un periodista’. Pero sólo en teoría. En la práctica, existen muchas profesiones de alto riesgo. El piloto de avión también se expone a morir, pero no por eso concebiríamos ahora un mundo sin el transporte aéreo. ‘No vale la pena arriesgar la vida’, es una opinión muy noble pero poco realista”.
—Ryzard Kapuscinski, “El mundo de hoy. Autorretrato de un reportero”.

“Nunca, jamás, sentí que romper el silencio fuese tan importante”, afirma Mstyslav Chernov, camarógrafo y periodista de la agencia internacional estadounidense de noticias Associated Press (AP), quien junto al fotógrafo Evgeniy Maloletka fueron los últimos equipos de prensa en el bando ucraniano en evacuar Mariúpol, la ciudad sitiada por el Ejército de Rusia, y uno de los territorios más codiciados en este conflicto bélico. El lente de Maloletka capturó los macabros ataques a un hospital materno infantil en esta zona portuaria, material que los medios oficialistas rusos catalogaron como un montaje en Twitter y que le costó la censura, en esta red social, a un funcionario de Putin tras afirmar que el hospital bombardeado era la base de un supuesto batallón ucraniano neonazi. Sin embargo, una crónica de Chernov aportó más detalles de los crímenes de guerra que estaría perpetrando el país euroasiático. “La falta de información en medio de un bloqueo logra dos objetivos. El primero, generar un caos. La gente no sabe qué está pasando y cae presa del pánico. Al principio, no entendíamos por qué Mariúpol cayó tan rápido. Ahora sé que ello se debió a la falta de comunicaciones. El segundo objetivo es la impunidad. Al no haber información, no se ven fotos de edificios derrumbados ni de niños muertos y los rusos pueden hacer lo que les venga en gana. De no ser por nosotros, no se sabría nada. Es por ello que corrimos tantos riesgos, para que el mundo viese lo que vimos nosotros”, agrega.

Las guerras del siglo XX acorralaron las técnicas periodísticas decimonónicas, cuando los relatos cronológicos perjudicaban la cada vez más exigida premura periodística e iban en detrimento de la jerarquización de la información. Los conflictos bélicos demandaban a los corresponsales informar con celeridad los avances y progresos de las contiendas y, en los años de los telégrafos y los cables informativos, si la información se interrumpía, la pirámide invertida aseguraba, al medio que recibía el despacho, obtener la información más relevante. Las agencias informativas desarrollaron, perfeccionaron y consolidaron este método inductivo, es decir, de lo general a lo particular en una noticia. Y la agencia AP, la misma de Chernov y Maloletka, fue la primera en incorporar la técnica en sus primigenios manuales de estilos, lo que impulsó su expansión. Las guerras no solo empujan adelantos tecnológicos, sino también ponen a prueba la forma de comunicar; por lo tanto, de hacer periodismo, con los corresponsales y las agencias informativas, literalmente, en el frente.

En Chile, los años marciales de la dictadura de Pinochet también pusieron a prueba a los periodistas y, tal como en Ucrania, los corresponsales debieron torear los vaivenes de la censura. Los corresponsales de la agencia internacional de noticias española Efe recuperaban en basureros públicos y en estanques de agua de baños de restaurantes microfilms meticulosamente guardados por opositores al régimen que informaban sobre las protestas masivas contra la dictadura o sobre los detenidos por la policía secreta del régimen. Ser descubierto en ese acto podía costarle la vida al periodista, quien solo por informar ya era considerado un enemigo. También temieron en varias ocasiones que las pistas fueran una trampa de los mismos agentes de Pinochet y, en vez de una cinta, apareciera una bomba. Todos los cables informativos de las agencias internacionales eran revisados por los funcionarios de la Dirección Nacional de Comunicaciones (Dinacos) y desde las lúgubres salas de esta división telefoneaban a los corresponsales y delegaciones residentes que la dictadura consideraba “comunista”, en una lista que encabezaba Efe. Con botas y fusil en mano, los corresponsales en Chile (sobre)vivieron arrestos arbitrarios, expulsiones, hostigamientos, censuras, ataques físicos y amedrentamientos, así como allanamientos y cierres de oficinas. Algunas de esas historias pueden revisarse en el libro editado por Orlando Milesi, quien fue corresponsal de ANSA; en el de Carlos Dorat y Mauricio Weibel y en los informes anuales del Comité para la Protección de Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), que las documentó detalladamente en esos años de plomo.

La memoria periodística no debe olvidar el asesinato del camarógrafo argentino Leonardo Henrichsen, ejecutado en pleno centro de Santiago el 29 de junio de 1973 mientras filmaba el primer intento de golpe contra Allende, recordado como «tanquetazo». El corresponsal filmó su muerte, porque el lente de su cámara apuntaba directamente a su verdugo. La cinta sobrevivió a la censura y registró el asesinato a mansalva. Los corresponsales de las agencias internacionales suelen ser periodistas sagaces con reporteros gráficos o camarógrafos ubicuos que capturan el instante preciso y así, a veces, cambian el rumbo de las historias. En equipo, suelen eludir las censuras y desplegar diversos subterfugios para comunicarle al mundo lo que está ocurriendo durante un conflicto bélico o en medio de una crisis social. En ocasiones, son los únicos presentes en terreno y contribuyen a sostener el derecho a la información por sobre los discursos oficiales.

Periodista cubriendo protestas en Kiev, Ucrania, en febrero de 2014. Crédito de foto: Mstyslav Chernov.

El 5 de marzo de 2022, y por primera vez en medio siglo de funcionamiento en Rusia, la agencia Efe anunció que suspendía temporalmente su actividad informativa en ese país “como consecuencia de la aprobación de una nueva ley que prevé penas de hasta 15 años de cárcel por diseminar lo que las autoridades puedan considerar información falsa en relación con la guerra en Ucrania”. Hasta entonces, Efe era la única agencia noticiosa internacional en español reporteando desde Moscú. 11 días más tarde, la agencia hispanohablante más grande del mundo reculó y reanudó su actividad informativa en Rusia después de analizar el contenido y las consecuencias para el trabajo periodístico de la nueva ley rusa. La suspensión parcial de Efe en Rusia provocó un incómodo silencio en una agencia informativa que, por definición, callar no está entre sus opciones.

El premio Nacional de Periodismo chileno Abraham Santibáñez advirtió en un lúcido texto en 1974, apenas un año después del golpe de Estado, que no importa cuál sea el medio utilizado para ponerse en contacto con él, el ser humano seguirá necesitando la ayuda del profesional que lo sitúa en un contexto, que le explica las grandes corrientes ocultas en la avalancha noticiosa. A casi medio siglo, esa avalancha noticiosa es inconmensurable y oculta la veracidad de la información en infinitas formas entre las redes sociales digitales y aplicaciones de mensajería. Nunca se necesitó con más urgencia el contexto. Sea en el campo de batalla en Ucrania o en su frontera con Polonia; sea en los centros cívicos de Moscú o prestando atención a las comparecencias de las autoridades rusas. Y, en ambos casos, la muerte acecha al corresponsal. Pero la labor del corresponsal puede, también, contribuir a torcer el rumbo de los eventos, como la fotografía de la mujer embarazada en Mariúpol; la de Thi Kim Phuc, la niña quemada con napalm en Vietnam, foto de Nick Ut (también de AP) o el trabajo de la fotorreportera Dickey Chapelle, cuyo lente fijó en la memoria colectiva varias imágenes de Vietnam para National Geographic y, otra vez, para AP. El reportero chileno, Héctor Retamal, de AFP, entraba mientras todos salían de la ciudad china de Wuhan, ad portas de la pandemia y sin esas fotos hoy, también, sabríamos menos de esos primeros días virales. No obstante, entre los bailes de los soldados en el campo de batalla en Tik Tok y escrupulosos mensajes en Twitter sobre la guerra, usuarios en diferentes redes sociales digitales insisten en que la foto de la embarazada en Ucrania es un montaje. Parece que el contexto no es suficiente, pero replegarse y contribuir a zonas de silencio informativo tiene resultados similares a la ejecución de un fotoperiodista ejecutado mientras captura en imágenes a su verdugo.

Agencias y (des)orden mundial de la información

«Yo escribo, anoto la historia del momento, la historia en el transcurso del tiempo. Las voces vivas, las vidas. Antes de pasar a ser historia, todavía son el dolor de alguien, el grito, el sacrificio o el crimen«
Svetlana Alexievich, «Los muchachos de zinc».

“Cuando uno está metido en medio de una guerra, la propia situación hace que se sienta tan compenetrado, tan emocionalmente ligado a sus compañeros de fatigas, que acaba por identificarse con el bando al cual ha acompañado desde el principio. Por eso toda crónica de guerra está condenada a contener ciertas dosis de subjetividad, fruto de la implicación personal del cronista. Lo que sí se debe tratar de evitar es el peligro de caer en la ceguera y el fanatismo”, señalaba Kapuscinski. La deontología de la profesión se empantana aún más durante la cobertura de conflictos bélicos. Las audiencias acusan que los enfoques son sesgados, europeístas y exiguos. Y, como desde los albores del periodismo, no existe una fórmula taxativa y definitiva para orientar la información, y menos en una guerra, más allá de informar sobre los avances de las tropas y las ciudades tomadas.

El curtido reportero chileno Santiago Pavlovic apunta, al igual que Kapuscinski, que la mirada de un enviado especial a un conflicto está cruzada por sus ideas, creencias y lo que considera ético y moral. En la búsqueda de esa veracidad los pilares suelen ser la protección a la vida y los derechos humanos y el mismo derecho a informar, como narrar sobre un hospital bombardeado y agotar todas las instancias para conseguir que el mundo lo sepa. Incluso, la imagen por sí sola no es suficiente con la contumaz masa de internautas. El contexto es perentorio y solo lo puede entregar, con la inmediatez que necesita un medio, el corresponsal en terreno, quien permanece en el anonimato, por sobre los rostros de una cadena televisiva o el cronista estrella de una revista, pero que rompen el primer cerco informativo. Como señaló Chernov, romper el silencio nunca fue tan importante como ahora.

La imagen mítica del corresponsal extranjero ha sido romantizada y reforzada por la literatura, académica biográfica o testimonial, y por los medios en general. El ya fallecido Walter Cronkite, hombre ancla de la cadena estadounidense CBS por casi dos décadas, decía que no hay nada más glamoroso en el campo periodístico que ser corresponsal de guerra. En el caso chileno, el material promocional histórico del programa de reportajes de TVN, Informe Especial, ha retratado a sus enviados especiales al centro de su propuesta informativa y de marketing. En 2003, por ejemplo, el equipo de Pavlovic, Rafael Cavada y el camarógrafo Alejandro Leal fue protagonista del material promocional debido a su cobertura en terreno en Irak como el único equipo periodístico chileno en la zona. Los afiches y videos promocionales del programa los retratan como héroes, encarnando un periodismo de alto riesgo y 24/7.

Sin embargo, las características de la producción noticiosa internacional están mucho más alejadas de los estereotipos del corresponsal tipo Hemingway y se concentran, más bien, en el carácter colectivo y las barreras obvias de reportear en países con otras costumbres, otros idiomas, otras redes de poder distintas a las que un periodista puede acceder en su contexto nacional.

Pero, sobre todo, la cobertura informativa internacional es un esfuerzo colectivo. Colleen Murrell, por ejemplo, ha demostrado el rol fundamental que los equipos y personal locales –fixers– tienen para la producción de información noticiosa internacional en términos editoriales y no solo prácticos (traductores o productores en terreno, por ejemplo). Hoy, solo un puñado de agencias a nivel global -la estadounidense AP, la británica Reuters y la francesa AFP- tienen los recursos financieros para mantener equipos con experiencia en todas las regiones del mundo con el objetivo de asegurar instalaciones y conexiones bien organizadas para informar o, bien, para enviar a sus equipos donde sea necesario. Estas agencias son capaces, también, de transmitir sus cables casi instantáneamente.

El valor de mantener una infraestructura y equipos profesionales de esta naturaleza se hace más evidente si atendemos a la creciente disminución de equipos enviados en coberturas internacionales por medios internacionales o regionales. Desde la crisis financiera mundial de 2008-2009, el rol de los equipos periodísticos asignados permanentemente a una región o país se precarizó debido a los recortes presupuestarios de sus compañías (como fue el caso del cierre o reducción de las oficinas de medios estadounidenses en América Latina, por ejemplo). Se cerraron delegaciones completas, se concentraron en pocas oficinas repartidas a lo largo y ancho del mundo y se recortaron también las prestaciones ofrecidas a los corresponsales, como los costosos seguros de vida o de salud. Se apostó por personal freelance que debe asumir entonces los altos costos que implica ingresar o moverse en regiones o países muchas veces en conflicto. Se ha tendido, también, a descansar en la labor de corresponsales “paracaídistas”, como los enviados por los canales de televisión chilenos a Ucrania o a la frontera polaca. El ciclo noticioso 24/7, la competencia de los usuarios de redes sociales digitales que publican primero, los cambios tecnológicos que facilitan y abaratan los costos de producir contenidos y periodistas polifuncionales (content packagers o empaquetadores de contenidos) han contribuido a horadar la cobertura noticiosa internacional.

De allí la relevancia de las agencias noticiosas internacionales, oficinas y profesionales y soporte técnico en terreno, permanente, con lazos en las comunidades, con una comprensión más afinada y situada del contexto local que la de enviados especiales por pocos días y con redes con fixers y otros colaboradores más o menos permanentes. Como concluye un informe del Reuters Institute sobre el estatus de las corresponsalías, “las agencias de noticias son una de las principales fuentes de noticias en el mundo hoy” y operan como motores de la cobertura noticiosa internacional. Por lo tanto, dice Murrell, las decisiones de las agencias informativas internacionales -qué cubren, cómo, cuánto y desde dónde y con quiénes- impactan en la ecología mediática tanto de medios alternativos como tradicionales; locales y globales. Reportes recientes sobre el estado del periodismo en Siria -sí, el conflicto sigue ahí y es un hoyo negro para el trabajo informativo-, destacan el rol de los videos generados por usuarios, el reporteo en terreno muy restringido a ciertas regiones y acompañadas por voceros oficiales y el repliegue de equipos internacionales e, incluso, locales debido a los riesgos son fenómenos que han contribuido a que sea una zona de silencio informativo. Como dice Alexievich sobre su reporteo en Afganistán: «No quiero volver a escribir sobre la guerra… Y de pronto… Si es que se puede decir de pronto. Estamos en el séptimo año de guerra».