¿Qué hace a una canción romántica trascender por generaciones? Ser universal y atemporal, según Javiera Mena. Pero no es tan sencillo. “Hay un cambio de paradigma en la música. Antes era solo blanco o negro, y creo que mi misión es que haya grises”, dice la cantante chilena, que en esta entrevista da un paseo por canciones propias y ajenas para ahondar en la relación entre música, letras y emociones.
Por David Ponce | Foto de portada: Víctor S. Gálvez
Javiera Mena (Santiago, 1983) cita las lecturas que la autora canadiense Anne Carson hace de los poemas de Safo de Lesbos con la misma naturalidad con que conecta a Rocío Dúrcal y Natalia Lafourcade. Compositora y autora, pero también auditora avezada de discos y canciones, la cantante chilena es una referencia y una observadora del género musical pop que es la canción de amor de su tiempo, un período amplio que va desde los años ochenta, en los que empezó a escuchar la radio cuando era niña, hasta los hits que se transan hoy en la industria.
Radicada desde 2019 en Madrid, la cantante volvió a Chile en los últimos meses para dar conciertos y entrevistas, en las que explicó, por ejemplo, qué sitio le gusta ocupar en ese sistema del pop. “Soy una defensora del simbolismo en la música”, dijo. “Hoy buscamos mucho a los artistas por quiénes son y por su vida privada. La otra vez estaba leyendo un reportaje sobre Taylor Swift, que representa a la artista que la gente endiosa hoy en día. Pero lo que quiere la gente es saber con quién está saliendo, con quién terminó. Es lo opuesto a lo que busco en la música: mostrar mi mundo a través de los símbolos”.
Días después, ya de vuelta en la capital española, Javiera Mena se pone al teléfono para ahondar en cuánto es necesario saber acerca de la vida personal de las celebridades, y de las emociones que sustentan tales o cuales canciones. La crítica es un buen punto de partida, habiendo sido reseñados sus discos en revistas especializadas como la española Rockdelux, más dada a la taxonomía musical que a la conexión emotiva. “Sí”, recuerda, “en general los críticos de música de esas revistas no hablaban mucho de las letras”.
Hace un tiempo, la escritora Mariana Enríquez decía en esta misma revista que la crítica y el periodismo, en particular hecho por hombres, ha tendido a negar lo sentimental o erótico que hay en la música. ¿Estás de acuerdo?
—Sí, yo extrañé eso (en las reseñas) y siento que podría ser mucho más analítica con las letras. Tampoco hablan del gossip que hay detrás, que es lo que interesa a la gente. Por ejemplo, cuando Björk sacó ese disco sobre su ruptura con Matthew Barney [Vulnicura, de 2015]. Esas cosas igual se saben y uno conecta más.
Justamente Mariana Enríquez mencionaba un disco clásico de ese subgénero de rupturas, que es Blood on the Tracks (1975), de Bob Dylan.
—O el Corazones [de Los Prisioneros (1990)]. Esos son los mejores.
¿Pero hace falta saber la historia real o basta con escuchar las canciones?
—Sí, obvio la B: basta con escucharlas. Puedes no enterarte de lo que se trata el Corazones y al final lo que llega es una buena canción. Y seguramente hay algunas canciones que ni siquiera están creadas desde una ruptura. Creo que un buen artista es aquel que no tiene que recurrir todo el tiempo a su experiencia. Si no, te vuelves loca.
¿Qué tan importante ha sido la canción de amor para ti como auditora?
—Es superimportante, pero también creo que hay un cambio de paradigma. Las canciones están cambiando un poco. Antes quizás eran solo blanco o negro, y creo que mi misión en las canciones que hago es que haya grises. Esas son las que me gustan. Las otras se sienten más caricaturescas, a estas alturas. Son bacanes, pero ya se advierten como de otra época, ya son memeables. Igual traen un sentimiento supergenuino: el desamor, el desconsuelo. Por ejemplo, “La gata bajo la lluvia” [de Rocío Dúrcal] habla de una realidad, que es estar llorando porque tu amor no puede seguir, ¿no?
Sí, los personajes se pueden tomar un café, pero no va a ir más allá.
—Creo que esa es una buena canción, que rompe con los paradigmas que había en ese momento y se conecta con algo diferente. Otras canciones de ese tiempo hablan de un amor que ya no se vive así hoy. Una buena canción de amor para mí representa el amor universal y atemporal.
Así como se han deconstruido las masculinidades y las relaciones, ¿ha pasado algo similar con las canciones de ese “amor romántico”, cuestionado por los roles esquemáticos que instala?
—Sí, pero igual creo que hay algo que va más allá de eso. Cuando hay un amor, hay una ilusión; cuando hay un desamor, hay un anhelo muy fuerte del ser amado que lo convierte en un objeto de deseo. Creo que todas esas cosas se siguen cumpliendo. Lo que va cambiando, al menos para mí, es la manera de mirarlo, que no sea tan blanco y negro, y también tener herramientas para sobrellevar una situación tan compleja como el enamoramiento. La canción “romántica” tiene mucho de amor no concluido, como en Tristán e Isolda, en Romeo y Julieta; viene de esa tradición. También están los boleros, todos tienen un componente de rosa con espinas.
Hablando de boleros, ¿ese tipo de canción de amor pertenece mucho más a una cultura como la hispanoamericana?
—Lo veo totalmente cultural, de la cultura latina en el sentido de la italiana, hispana, latinoamericana; mucho más pasional y ligada a ese tipo de amor que Japón o Inglaterra, donde veo otro tipo de música. No es que sea mejor ni peor, simplemente nos describe como sociedad. El [idioma] español tiende mucho más a la canción romántica como de deseo no consumado. Quizás son las bandas que he escuchado, pero tienen una manera diferente de enfrentarlo en la canción anglo. No sé exactamente qué es y me encanta el tema, pero siento que aquí metes la palabra “corazón” o “deseo” o “beso” en una canción y todo empieza a brillar por algo más allá de la propia canción, por una cosa cultural.
Recuerdo cuando fuiste al concierto de Ana Gabriel, en la época en que habías grabado Esquemas juveniles, del 2006. Uno de sus éxitos era “Simplemente amigos”. ¿Te llamaba la atención esa canción?
—Cuando chica no le prestaba mucha atención, pero después, claro, me di cuenta de que todo el mundo creía que era para un amante, y luego, en parte por los rumores gigantes que hay de que ella es lesbiana, te vas dando cuenta de que la canción habla de una relación homosexual. Quién sabe. Me gustaba mucho Ana Gabriel, pero quizás lo veía como algo muy de mi mamá al comienzo. Cuando empecé a hacer mía esa canción, me di cuenta de lo mucho que me había trascendido de chica.
¿También fue por un gusto de niña que grabaste en tu primer disco “Yo no te pido la luna”, de Daniela Romo?
—Sí, esa también es muy de mi familia, mezclaba la canción tradicional con la electrónica. Y no es una canción de amor: es de deseo. De hecho, hace poco me di cuenta de que es una enumeración de todas las cosas que ella quiere, que son muchas, y al final “Yo no te pido la luna” es una ironía. Le pide demasiado. Y decir “Yo no te pido la luna” casi que da risa. A cada uno le llegan las canciones en el momento en que tienen que llegar. Hay canciones que parecen de amor y no lo son. Por ejemplo, se dice que “Ojalá”, de Silvio Rodríguez, es para Estados Unidos. Y uno jura que es para una mujer. “Si no te hubieras ido”, de Marco Antonio Solís, parece que es para un hijo que murió. Entonces también te das cuenta de que el amor o el deseo se pueden aplicar a otros sentimientos como la añoranza, el duelo. El amor o el deseo van más allá del romance.
¿Te gustaban las canciones más explícitas de chica, pero cuando empezaste a escribir tomaste un camino distinto?
—Yo creo que se me da natural, porque no me identifica la otra manera de embarcarse o de hablar del romance. El lenguaje que adquirí para comunicarme líricamente sobre el amor es ese, de manera natural y poética. No me acomodaba tanto decir “No puedo más estar sin ti”. Fue una elección por algo un poco más descriptivo y de superación también.
En una canción tuya más nueva como “Corazón astral” rimas “atracción sexual” con “instinto animal”. Pero aunque esto sea más explícito, tampoco es una manera obvia de escribir. Pocas canciones hablan de “atracción sexual”.
—Sí, es que me gusta mucho la investigación científica, la filosofía, la psicología, y a partir de ahí embarcarme en el conocimiento del romance, que es algo tan misterioso. Hay una frase de Oscar Wilde en Salomé (1891) que dice que el misterio del amor es más grande que el misterio de la muerte. Me gusta más ir por ahí que por una queja de por qué me dejaron. Aunque el sufrimiento también es algo universal.
Con eso que dijiste me acordé de una canción de Paloma San Basilio, “Por qué me abandonaste”.
—Que son canciones bacanes, igual, aunque son de otra época, en la que las canciones cumplían un rol distinto. El mood de la gente era otro en los ochenta, más conservador. En ese sentido hoy me resuena mucho más una canción como “Hasta la raíz” (de Natalia Lafourcade), que habla de una separación en la que igual la persona va a estar ahí.
En el tránsito de tus canciones, la imagen de “Un audífono tú, un audífono yo”, de 2010, es fácil de entender e identificar. ¿Empieza un nuevo tipo de canción tuya ahí?
—Sí, puede ser que esa imagen sea media de cómic o cinematográfica. Ahí empecé a meter ese tipo de imágenes, sin miedo, creo, a atraer a la gente a una fotografía, que eso es lo que a veces es rico de las canciones: un lugar común.
Pero al mismo tiempo esa letra dice “Cuando me gustas tanto / es cuando más te pones fin”. Ahí se aleja del lugar común.
—Es que nunca he dejado eso, de hecho, ahora lo estoy retomando. Es la vulnerabilidad descrita poéticamente, que está más en mis primeros discos; quizás después me puse más “No soy vulnerable; pasión, deseo”. Pero al final con tantos años empieza a haber ciclos.
En 2022 participaste en el Benidorm Fest para optar a actuar en Eurovisión. ¿Ahí también había una atracción por ese sentido popular de las canciones?
—Sí, siento que mi música, por más que esté llena de cosas oníricas, puede comunicarse con el gran público, estoy segura. Por eso también me atreví a ir.
¿Y te puedes ver desde afuera en relación con esa industria?
—Veo que todo responde a un mercado muy normal. Veo las radios más populares y no sé si estaré vieja ya, pero sí siento que hay poca variedad, poca metáfora y alegoría. Es más directo. Hay muchas canciones de ese modo descriptivo que me gustan, ojo: de Rosalía, de Bad Bunny, de Bad Gyal. Pero a veces siento que el mercado es superpoco arriesgado en cuanto a líricas. Ahora está volviendo a haber riesgo, creo, en artistas como Paco Amoroso, Dillom o Princesa Alba, que juegan a meterse en lugares más arriesgados, más del inconsciente o de lo onírico.
Ese gesto desafiante que hay en mucho del pop actual, sobre todo si eres mujer, ¿puede tener que ver con reclamar un espacio que antes no existía?
—Claro. Como dice Shakira, “Las mujeres no lloran, las mujeres facturan”. Eso es la cultura de hoy, lo que ves en Instagram, pero a la vez te das cuenta de que es como cerrarse a la vulnerabilidad. Tiene que ser todo más directo: la potencia está en la afirmación más que en la reflexión.
¿Puedes volver a la vulnerabilidad de Esquemas juveniles en tus canciones que vienen o ya eres demasiado otra persona?
—Creo que igual son de una persona más adulta, porque Esquemas juveniles era despojarse. Pero el disco nuevo sí tiene esa cosa un poco mágica, de amor y magia, que puede compartirse con Esquemas: que el amor brilla. Es bonito y también es triste a la vez. Esa es la cosa. Como en el libro Eros dulce y amargo (1986), de Anne Carson. El enamoramiento es dulce y amargo a la vez y eso es un hecho.