Tras el primer caso de Coronavirus confirmado en la isla, el pasado 25 de marzo, varias comunidades se manifestaron en el canal de Chacao, exigiendo levantar una barrera sanitaria que controlara el flujo de vehículos y visitantes, la que finalmente se aprobó. La poeta y profesora chilota Rosabetty Muñoz, ganadora de los premios Pablo Neruda y Altazor, relata en esta columna cómo vive el aislamiento y en medio del miedo, atisba una luz al final del túnel.
Por Rosabetty Muñoz
Parece una exageración afirmar que se borran los hitos temporales en este encierro que lleva un par de semanas en modo abierto y sólo unos días con el Canal de Chacao cerrado a todo tránsito que no sea esencial. Nos sorprendemos preguntando en qué día estamos, qué fecha es. Costumbres tan arraigadas que son parte de nuestra materia cárnea como tomar mate, se ha vuelto un atentado contra la salud. El círculo virtuoso del fuego, la conversación y el artefacto compartido no son una pérdida menor porque su falta es también la pérdida de las costumbres que son pilares sobre los que se sostiene la construcción de nuestras vidas.
Vivir suspendidos en este presente sólido, pesado, vigilando el instante como protagonista absoluto, es aterrador. Tal vez eso empuja a intentar vivir como siempre, la idea de no pensar en el porvenir.
Y ahora, frente al aliento de la peste, una vez más prima el interés material por sobre las vidas de los isleños. La agresión del poder económico y el abandono de la autoridad política tienen tantos años como la fundación de las distintas ciudades chilotas. Nuestro sistema de salud no cubre, en tiempos normales, la demanda de una población desperdigada por canales e islas pequeñas, menos frente a esta pandemia. Por eso, tenemos claro que el no contagio es prioritario; en esa dirección fueron desde el principio las demandas ciudadanas. La barrera sanitaria que se consiguió por medio de movilizaciones vecinales y firmeza de los dirigentes, es vigilada también por representantes de las comunidades. Llamará la atención este doble control, pero todos sabemos hasta qué punto ha llegado la desconfianza entre gobernados y gobernantes. En dos oportunidades se ha intentado romper el cerco de protección por acuerdo entre las autoridades regionales y las empresas salmoneras.
La indignación de los ciudadanos por las decisiones de autoridades ha borrado la mansedumbre característica de nuestra gente y se ha instalado, en su lugar, una ira antigua por la postergación y abandono. Así como el virus vino a cambiar nuestros modos de habitar el territorio, también dejó al descubierto la crudeza de nuestra precariedad. Hay, por lo menos, dos mundos claramente delimitados. Uno que habla de teletrabajo, que presiona a las familias por permanecer en las casas y despliega ante los confinados, series de televisión, programas de convivencia a distancia, abre salas virtuales para que los niños continúen con su formación desde las casas; y otro, que no cuenta con internet en los domicilios, que no tiene señal de telefonía o que es discontinua, que no tiene agua potable.
Una buena cantidad de estudiantes de Chiloé pertenecen a los sectores rurales e incluso muchos de los urbanos, si no tienen el colegio abierto y comunicación directa con el aparato educacional, quedan aislados, porque la forma de sobrevivir ha estado siempre ligada al contacto con el otro, a las redes comunitarias, a la solidaridad que es difícil transmitir por medio de la tecnología. Cada vez hay más islas dentro de la isla. Ayer, sin ir más lejos, muy temprano en la mañana, en las esquinas de Avenida La Paz y Caicumeo, se veían tan entumidos como siempre, en grupos, los turnos de trabajadores de las pesqueras y procesadoras de mariscos esperando a que los buses los pasen a buscar. No están siendo prudentes, podría decir un continental, porque la prudencia tiene en cuenta el futuro.
Los chilotes nos resistimos a ser engañados por el aparato informativo. Hemos visto, otra vez, cómo el discurso de la autoridad habla de la seriedad de la situación, mientras en las poblaciones de las grandes ciudades la gente debe salir a trabajar y los privilegiados de siempre saben que, si se enferman, allí estarán los espacios de lujo ya equipados, en sus barrios, con una celeridad inaudita por el sistema de salud estatal. En el archipiélago sabemos que no contamos con esa posibilidad, por eso a la entrada de la isla grande se instaló un cartel que dice “Bienvenidos a Chiloé” y en letra más pequeña “Sólo a los residentes”: sacrificamos la ancestral vitalidad del encuentro con los otros en pos de resguardar nuestra salud.
Hoy es urgente actuar coordinados. Urge permanecer despiertos a lo más y menos evidente. No se puede vivir con miedo ni aceptando las decisiones de quienes protegen sus intereses económicos y/o políticos. Lo único que puede ayudar es la anuencia de los propios ciudadanos, la colaboración entre comunidades y quienes toman decisiones que afectan a todos.
“Ocurrió, sin embargo, lo inesperado: dentro de poco, volvieron a resucitar, despertando de la letargia jóvenes y pletóricos de fuerzas, así como la mariposa sale del gusano”. Esta cita del mito Quenos, nos ilumina para decir que no todo es oscuro en este presente suspendido sobre nosotros; nos ofrece también señales que queremos aprender a leer. Volvieron las enormes mariposas blancas que le dieron nombre al sector donde vivo y hacía por lo menos veinte años que no llegaban. Casi todas las tardes aparecen bandadas de choroyes rompiendo el silencio y en la ventana del baño, lleva dos días posado un coleóptero de largas alas transparentes como cola de ropaje regio, con manchas oscuras en los bordes.
¿Seremos otros cuando esto acabe? Quiero creer que sí. Que cada uno de nosotros está haciendo un necesario acopio de valor, raspando la memoria para encontrar formas de vivir más humanas. Que nuestra fortaleza comunitaria, esa férrea manera de solucionar los problemas considerando a los otros, compartiendo la suerte de todos, será el escudo frente a los días venideros.