El Big Bang de la divulgación científica

El interés por los libros de ciencia en Chile no es nuevo, pero el espacio antes reservado para autores extranjeros hoy es compartido por investigadores chilenos como José Maza, Mario Hamuy, María Teresa Ruiz, Gabriel León y Andrés Gomberoff, entre varios otros. Son los protagonistas de un fenómeno que ha tomado por asalto las librerías locales.

Por Ricardo Acevedo | Ilustración: Fabián Rivas

José Maza se despide y abandona el escenario en medio de una ovación. Frente a él, seis mil personas aplauden —algunas de pie—, mientras las luces de la Medialuna Monumental de Rancagua comienzan a apagarse. A la salida, y tras una hora de show, una multitud armada con lápices y libros como Marte: La próxima frontera (2018) y Somos polvo de estrellas (2017) se aglomera para pedir autógrafos. 

Aunque todo —salvo por los libros— parece indicar el fin de un concierto de rock, la escena ocurrió luego de la charla del popular astrónomo y divulgador científico de la Universidad de Chile, José Maza Sancho, transformado hoy en un éxito de ventas en las principales librerías del país: 70 mil ejemplares se han vendido de sus dos últimos libros, mientras que uno nuevo, Eclipses, salió a la venta en abril y lo lanzó ante 6 mil asistentes en el Teatro Caupolicán, evento donde dijo: “Si me consiguen el Estadio Nacional, lo llenamos también”. 

Maza es uno de los protagonistas de un fenómeno editorial que se ha tomado las librerías, con divulgadores científicos chilenos llevando temas complejos a un público masivo que los está convirtiendo en bestsellers: astronomía, física, hallazgos y curiosidades de la ciencia, por nombrar algunos temas, ostentan hoy un lugar privilegiado en los rankings de venta. 

Aunque el interés por este tipo de libros no es nuevo, sí lo es el hecho de que este espacio, antes reservado para divulgadores extranjeros —como Carl Sagan, Stephen Hawking, Neil Degraise y Yuval Harari—, ahora también cuenta con reconocidos investigadores locales. Una ecuación cuyos resultados se han visto reflejados en un aumento en las publicaciones: según cifras de la Cámara Chilena del Libro, los títulos nacionales en la categoría Ciencias puras crecieron en un 74 por ciento desde el año 2000, y en el área de Tecnología aumentaron en un 81 por ciento. Sumados, en 2016 llegaron a 598 títulos, mientras que en el año 2000 eran 333, incluyendo autores nacionales e internacionales.

“La divulgación científica se instaló en nuestras vitrinas”, comenta un librero del centro de Santiago, mientras apunta la sección de recomendaciones y novedades, donde la ciencia comparte espacio con los “top venta” de la literatura contemporánea. Recorriendo algunas librerías, se encuentran nombres como los del físico Andrés Gomberoff (Física y berenjenas; Einstein para perpelejos); el bioquímico Gabriel León (La ciencia pop 1 y 2, volúmenes que pronto serán publicados en checo; Qué son los mocos); el matemático Andrés Navas (Lecciones de matemáticas para el cerebro; Un viaje a las ideas: 33 historias matemáticas); o los astrónomos y Premios Nacionales José Maza, María Teresa Ruiz (Hijos de las estrellas; Desde Chile un cielo estrellado. Lecturas para fascinarse con la astronomía) y Mario Hamuy (El universo en expansión, pronto a publicar un nuevo libro sobre eclipses), entre otros autores chilenos que forman parte de este fenómeno.

Juan Manuel Silva, editor de Planeta —que publica a Maza, Navas y Hawkings—, explica que hoy existe un mayor interés por la ciencia, algo que, según dice, tiene que ver con la cercanía que se produce entre los científicos nacionales y el público, pero también con una mayor necesidad por consumir información, lo que ha sido gatillado por las nuevas tecnologías. Según su opinión, se podría hablar de al menos tres factores: “el cambio en el modo de consumir, el enriquecimiento intelectual de la masa crítica y la aparición de figuras chilenas en la ciencia”.

La Encuesta de Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología, dada a conocer por la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT) en 2016, ayuda en parte a comprender este fenómeno. De acuerdo al estudio, este interés por las ciencias existe: el 58 por ciento manifiesta que le interesa el tema, mientras que el 68,4 por ciento dice lo mismo respecto de la tecnología. La encuesta, sin embargo, revela que la gente no sabe mucho acerca de estas materias: el 76,9 por ciento afirma sentirse poco o nada informado sobre ciencias, mientras que el 65,2 por ciento dice lo mismo respecto de la tecnología.

Científicos de carne y hueso

El autor de La ciencia pop, Gabriel León, cree que los divulgadores chilenos han sabido canalizar esta necesidad, mostrando que los científicos son gente común como cualquier lector, y que la ciencia no es algo de “otro planeta”. “Lo que más me interesa es que las personas logren vislumbrar las motivaciones de los científicos, que puedan entender por qué muchas veces nos encerramos en el laboratorio, en un microscopio, en el telescopio o en una pizarra con ecuaciones, tratando de entender la naturaleza, que es lo que nos apasiona. El motor de todo esto es la emoción asociada a los descubrimientos. Creo que transmitir esa emoción es el ejercicio más interesante de la divulgación científica”, opina. 

El éxito editorial de León ha sido tal —incluyendo sesiones de firmas para fans en librerías—, que en 2016 tomó la decisión de dejar la ciencia experimental. Cerró su laboratorio y decidió dedicarse por completo a la comunicación científica. “La premisa fundamental es bastante básica: los científicos son personas y les ocurren las mismas cosas que a cualquier ser humano normal. Ese ha sido el eje de las historias de ciencia que cuento: humanizar al científico y no mostrarlo como este personaje de delantal, solitario, con los pelos parados y que hace cosas que nadie entiende”, agrega el autor, doctor en Biología celular y molecular.

Con una fórmula similar, el físico Andrés Gomberoff comenzó a escribir columnas en medios de comunicación como revista Qué Pasa sobre temas científicos de contingencia: descubrimientos, efemérides o un nuevo Premio Nobel; cualquier hito o noticia podía dar pie a estas dosis semanales que luego se transformaron en Física y berenjenas, una recopilación de 40 textos que acercan la ciencia a la vida cotidiana y que acaba de ser traducida al coreano. En su segundo libro, Einstein para perplejos, abordó la vida y obra de este científico alemán, y luego vino Belleza física: El aperitivo, una serie de cápsulas audiovisuales basadas en los contenidos de sus libros.

A Gomberoff no le sorprende el éxito que está experimentando la divulgación científica y recuerda que grandes nombres en la historia de la ciencia, como el propio Einstein o los físicos Erwin Schroedinger y Richard Feynman, siempre tuvieron mucho interés en comunicar sus ideas al público masivo, que los seguía y validaba como líderes de opinión. “De la misma manera que el Chino Ríos hizo que los chilenos se interesaran en el tenis, hoy existe una generación de científicos haciendo cosas buenas y eso también ha alimentado el deseo de la gente. La ciencia es algo tan hermoso, que vale la pena que nadie se la pierda”, afirma. 

“La premisa fundamental es bastante básica: los científicos son personas y les ocurren las mismas cosas que a cualquier ser humano normal. Ese ha sido el eje de las historias de ciencia que cuento: humanizar al científico y no mostrarlo como este personaje de delantal, solitario, con los pelos parados y que hace cosas que nadie entiende”, dice Gabriel León.

Jorge Babul, académico de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, cree que el intento de científicos como Gomberoff y León por llegar al lector usando un vocabulario simple es positivo, en especial para ayudar a expandir el horizonte de las personas: “Permite un enriquecimiento personal. Por ejemplo, si abro el diario y no entiendo los beneficios que trae la investigación acerca del genoma humano, me estoy perdiendo todo un mundo. Creo que lo más importante es que esto ya partió y hay varios académicos escribiendo cosas que todo el mundo debería saber”, asegura. 

¿Moda o nicho?

Si bien es cierto que cuando se trata de vender libros la moda influencia a muchos lectores, tanto autores como editores coinciden en que este es un nicho estable. A diferencia del auge de publicaciones del área “juegos y pasatiempos” —motivada por la afición al sudoku—, todo apunta a que la ciencia está conquistando a un público transversal y ávido de conocimiento. Según los últimos datos oficiales del Ministerio de Educación respecto del nivel educacional de los chilenos, existe efectivamente más gente interesada por la “cultura científica”: en los últimos 10 años, la cantidad de titulados de carreras profesionales del área casi se duplicó. Si en 2007 se titularon 63.408 nuevos profesionales, en 2017 esa cifra llegó a 123.209. 

La diversidad y transversalidad del público lector se refleja, además, en un interés renovado de parte de los más jóvenes, como lo explica el astrónomo y Premio Nacional de Ciencias Exactas 2015, Mario Hamuy. “Algunos padres me han contactado para decirme que sus hijos admiran mi labor y han hecho trabajos sobre mí. Ahí es cuando uno entiende la importancia de lo que hacemos y lo esencial que es difundir y divulgar, porque los niños tienen muchas preguntas y, a la vez, necesitan inspiración para cambiar el mundo”, explica el astrónomo, que hasta el año pasado ejerció como Presidente de CONICYT. Según él, el auge de la divulgación se debe al esfuerzo en los últimos años por parte de investigadores y periodistas especializados. 

Otro ejemplo es Rodrigo Contreras, astrónomo de la Universidad de Chile y coautor de Bruno y el Big Bang, un libro ilustrado para niños que busca convertir en una saga y en el que aborda conceptos esenciales de la astronomía. Cuenta que su propio caso sirve para entender la importancia de la divulgación científica: al cumplir 18 años, no sabía qué hacer con su vida y, sin mucho entusiasmo, ingresó a la carrera de Ingeniería Civil. “Fue mientras asistía a unos cursos electivos de física cuántica que se me abrió la mente —dice—. Existía un universo microscópico bajo mis narices y otro universo enorme sobre mi cabeza que yo desconocía, pero que me parecieron fascinantes. ¿Por qué me demoré tanto en descubrirlos? Porque no existían medios ni estímulos suficientes que me permitieran conocerlos”.

Los divulgadores coinciden en que lo esencial para poder masificar el conocimiento científico es saber transmitir al público las emociones asociadas a los descubrimientos. Muchos lo sienten como un deber, como una forma de devolverle la mano a la sociedad por todo lo que recibieron durante su formación académica. “Los científicos trabajamos con fondos públicos, entonces es justo contarle a la gente no sólo lo que hacemos encerrados en nuestros laboratorios, observatorios u oficinas, sino también transmitirles la motivación que nos lleva a ser científicos y los beneficios que esto puede traer si, como país, invertimos en ciencia”, opina Contreras. 

Según las cifras, aún estamos lejos de ese objetivo: Chile sigue siendo el país de la OCDE con la más baja inversión en ciencia (0,4 por ciento del PIB), y la Encuesta de Percepción Social de la Ciencia también arrojó luces sobre este aspecto: apenas un 3,5 por ciento de los chilenos menciona la ciencia como primera opción en cuanto a áreas donde se deba aumentar la inversión pública, privilegiando sectores como medio ambiente, obras públicas y justicia. “Nuestros gobernantes deben dejar de pensar que la ciencia es un lujo: hay que entenderla como la clave para insertar a Chile en la sociedad del conocimiento”, recalca Mario Hamuy, quien, como varios de sus colegas, cree que la ciencia permite a las personas adoptar una visión del mundo basada en la evidencia, lo que, a su vez, los capacita para tomar mejores decisiones y ser mejores ciudadanos.

La Segunda Encuesta Nacional de la Ciencia, cuyos resultados serán dados a conocer en los próximos meses, dirá si Chile ha avanzado en estas materias. Por ahora, el fenómeno de los libros y los divulgadores científicos promete seguir en ascenso, de la misma forma en que José Maza planea seguir rompiendo récords. ¿Su próximo desafío? Llenar el Estadio La Portada de La Serena con 10 mil asistentes durante su próxima charla en junio, con ocasión del eclipse de sol en Coquimbo.

Gabriel León – Crédito Penguin Random House
Andrés Navas – Crédito Mónica Molina
José Maza – Crédito Mónica Molina
Andrés Gomberoff – Crédito Penguin Random House
María Teresa Ruiz – Crédito Penguin Random House

Ciencia, universidad y bien común

Una vez más, la discusión sobre el presupuesto de la nación obliga a preguntarse acerca de qué es importante para el país y qué no lo es: cuáles son las prioridades. Desde las academias y sociedades científicas y desde las universidades, se ha intentado llamar la atención sobre el hecho de que la inversión en ciencia y tecnología alcanza a tan sólo un 0,36% del Producto Interno Bruto.

El presupuesto y los reclamos nos llevan a considerar dos interrogantes. Primero, si 0,36% es mucho o poco. Segundo, si es a las personas e instituciones vinculadas a la academia a quienes les corresponde reclamar.

Para abordar ambas cuestiones sirve una analogía. Si en una población periférica hay una escuela y hay un consultorio a los que se asigna un determinado presupuesto, cabe preguntarnos a quién corresponde juzgar si ese presupuesto es mucho o poco y a quién interesa un aumento del presupuesto. No hay una cifra presupuestaria correcta de por sí, pues es la población la que debe valorar según sus propios intereses lo adecuado o no del presupuesto. Así como es también la población misma la que habrá de reclamar si sus expectativas no son cumplidas. No son los profesores quienes definen el valor de la escuela ni es el personal de salud quien define el valor del consultorio. Es la población donde están la escuela y el consultorio.

Del mismo modo, no corresponde a la academia juzgar si 0,36% del PIB para ciencia y tecnología es mucho o poco, porque, en realidad, eso depende de lo que queramos como sociedad. Si quisiéramos seguir siendo un país cuya economía se basa principalmente en la exportación de recursos naturales, incrementar ciencia y tecnología podría ser una pérdida evitable (y así parece haberse interpretado hasta ahora). Por el contrario, si quisiéramos diversificar nuestra matriz productiva y pasar a una sociedad con una economía basada en el conocimiento, ese porcentaje es, a todas luces, absurdo, y la meta, imposible.

No es en absoluto exagerado afirmar que la inversión en ciencia es una de las decisiones políticas más importantes que cualquier país, empezando por el nuestro, puede tomar. Promover u oponerse al desarrollo de la ciencia representa también un modo de perpetuar o desafiar la actual estructura socioeconómica de Chile.

Según los rankings que consideran objetivamente la investigación científica y el impacto social, Chile tiene una universidad entre las diez mejores de América Latina, la Universidad de Chile. Siete de las diez que componen esa lista son brasileñas. Brasil más que triplica a Chile en el porcentaje del PIB destinado a ciencia y tecnología. Debemos preguntarnos cuál sería la presencia chilena si tuviéramos un porcentaje semejante a Brasil. Y hacernos otra pregunta, ésta mucho más dolorosa: a cuántos jóvenes chilenos muy talentosos que podrían haber hecho grandes contribuciones a la ciencia les será negado ese derecho por rehusarnos a construir un entorno científico con la extensión y profundidad que merecemos.

Cuando enfatizamos la idea de bien común afirmando que el presupuesto para ciencia no es para los científicos sino que es para Chile, estamos también haciendo referencia a uno de los errores conceptuales más graves del sistema ideológico impuesto a las universidades chilenas desde 1981. A saber, la idea de que todos competimos por recursos, que esa competencia será motor de progreso para las universidades y para la ciencia, y que lo que uno gane será ganancia para uno y pérdida para los demás.

Estas ideas, que no sólo son muy poco atractivas desde una perspectiva ética, sino que son inoperantes y falsas al examinar sus resultados en el mundo real, han hecho mucho daño a nuestro sistema universitario y tergiversado nuestro debate reciente.

En este contexto, una muy buena noticia es la creación del Consejo Coordinador de Universidades Estatales. En el reciente debate nacional sobre educación superior las universidades estatales han defendido enfáticamente que la colaboración y la complementariedad son los fundamentos de la actividad académica. Este nuevo Consejo Coordinador habrá de facilitar la interacción de esas universidades entre sí y de ellas con el resto del Estado. De ese modo podrán incrementar su contribución de excelencia y compromiso al desarrollo nacional y regional.

Mónica Bello: “Un artista puede llevar a los científicos a lugares a los que no están habituados”

La encargada del área artística del mayor laboratorio de investigación en física de partículas del mundo estuvo en Chile para presentar Simetría, un programa de residencias en colaboración con el observatorio ALMA, el VLT Paranal Observatory y la Corporación Chilena de Video, que permitirá a artistas chilenos y suizos realizar pasantías e intercambios de creación en estos importantes núcleos científicos.

Por Ana Rodríguez | Fotografía de portada: ARS Electrónica

Mónica Bello es historiadora del arte y desde su proyecto de maestría estuvo dedicada al cruce entre arte, la ciencia y las capacidades comunicativas de ambos. A partir de entonces comenzó a trabajar con científicos y a rodearse de aquellos que trabajaban las llamadas “ciencias de la vida” en una época en que empezaban las investigaciones sobre el genoma humano y la vida molecular. Siempre en esa línea, el 2015 llegó a trabajar como curadora de la línea artística de la Organización Europea para la Investigación Nuclear, más conocido por sus siglas CERN y famosa por albergar las investigaciones en torno al Gran Colisionador de Hadrones. Fue ahí, dice Mónica, donde “se abrió otra dimensión de lo que es la ciencia para mí”.

¿En qué consiste el ala artística del CERN?

– El CERN es un laboratorio de investigación nuclear. Nació en 1954 pero hoy en día se dedica a la investigación de física de partículas que es la investigación de las leyes fundamentales de la materia. Tomar la materia –un pelo, por ejemplo- y llevarla a su mínima composición, hasta que ya no se pueda ver más dentro. El programa de arte está orientado a artistas y a los científicos, tiene lugar dentro del laboratorio, en este contexto de investigación en torno a la materia y a las leyes fundamentales del universo. Los científicos que un artista se puede encontrar allí se dedican a la ingeniería, a teoría, a la experimentación. Y todos se dedican a lo mismo: entender cómo podemos conocer la materia viajando al principio de los tiempos, al Big Bang. Entonces es un lugar extraordinario y fascinante para cualquier artista, porque siempre nos hemos preguntado quiénes somos, a dónde vamos, de dónde venimos. Y eso es lo que se investiga allí.

¿Por qué en este centro científico nace la inquietud de traer artistas, qué los hizo pensar en esta línea de trabajo?

– Siempre han venido artistas. Desde el principio del laboratorio ha habido artistas que querían entrar y ver qué ocurría ahí. La razón de ello es que, siendo ciencia, la aplicación concreta de esa ciencia nunca ha estado muy evidente. De modo que había cierta magia en torno a lo que sucedía en el laboratorio que los artistas querían investigar. En el momento en el que el laboratorio empieza a abrirse más a la sociedad y al público, empieza a haber más demanda. El 2011 deciden crear una política cultural y a partir de ella sentar las bases de un programa de residencias y de producción de nuevos proyectos artísticos en torno a arte y ciencia. Para trabajar seguimos una metodología bastante pauteada en donde los artistas conocen a los científicos e investigan muchas perspectivas de laboratorio. Les facilitamos acceso a experimentos; mentores científicos que están con ellos los acompañan y los asesoran. Y tienen un espacio, forman parte de la comunidad, están con nosotros entre uno y tres meses.

¿En qué sentido crees que el arte y la ciencia se to­can? ¿De qué manera se relacionan estas formas tan aparentemente distintas de acercarse a la realidad?

– En el contexto del CERN es evidente, o a mí me parece evidente, más que en otros lugares, dado que los científicos se preguntan acerca de nociones funda­mentales y muy concretas. Qué es la materia, de qué está hecha, qué ocurrió en el momento del Big Bang, qué sucede ahora en un universo más frío. Qué inte­racciones existen y cómo afecta a todo, a la formación o expansión del universo, a los fenómenos observables. Preguntarse esto requiere de muchísima imaginación y muchísima capacidad de inventiva y una creatividad muy grande, que se practica científicamente, como un deporte. Los científicos que trabajan en el CERN son grandes inventores, inventores de ideas y de experimen­tos. De modo que no se alejan del arte. Un artista que se concentra en su trabajo con rigor y metodología y que tiene una práctica sólida, lo hace desde las mismas pautas que los científicos que yo conozco. Sin embargo, los objetivos son distintos. El objetivo de la ciencia es la certeza de que algo que puedas repetir acabe siendo consensuado por una comunidad más grande y que se consolide como una hipótesis comprobada. Sin embar­go, el artista no necesita que su hipótesis sea compro­bada, pero sí que tenga un carácter más comunicativo.

El arte tiene también una función más de hacer pre­guntas que de responderlas.

-Exactamente.

¿Qué resultados o qué experiencias destacarías de estas residencias?

– Dentro de poco presentaremos diez nuevas producciones que son nuevas obras que parten de la cola­boración con diferentes instituciones y el trabajo de las residencias de algunos artistas. Una de ellas es una obra que se llama Halo, del dúo británico Semiconductor. Estos artistas estuvieron en residencia con nosotros en 2015 y cuando se fueron continuaron en contacto con los científicos, siguieron viniendo a menudo, por lo menos una o dos veces al año, y desarrollaron varias lí­neas de trabajo. En esta línea concreta de Halo trabaja­ron con los datos en bruto de un experimento, el Atlas, y con esos datos generaron una instalación inmersiva en donde los espectadores se sienten rodeados de un escenario en donde existen colisiones de partículas al­rededor. Estos artistas trabajaron con los datos de las colisiones que tienen lugar en el gran colisionador de partículas y con científicos que les enseñaron y apoya­ron a la hora de digitalizarlos en algo más experiencial. Esta es una de las grandes obras de nuestro programa.

¿Cómo ha sido el desafío para los artistas de acer­carse a estas llamadas “áreas duras” del conocimien­to? ¿Hay una diferencia de códigos al hablar?

– Sí, totalmente. Estamos en un momento donde los artistas necesitan de herramientas y del apoyo que en este caso les estamos ofreciendo para poder entender el código de las ciencias y generar un lenguaje. Por ex­periencia veo que con este apoyo haces que exista una masa crítica que es capaz de transmitir al ciudadano ese mismo lenguaje de diferentes formas. Sin duda estamos en un momento temprano, porque la física es el gran desconocido de la ciencia para casi todos nosotros.

¿Cómo te lo explicas?

– Yo creo que es educación lo primero. La física no se enseña bien. Se enseña como las matemáticas, como un cálculo, cuando la física tiene una capacidad intui­tiva muy interesante; es un juego mental. Sin embargo, hay cosas que son muy difíciles de entender. Necesita­mos más allá de nuestros sentidos y a menos que desde pequeños nos enseñen cómo pensarlas de otra manera, no tenemos esa intuición desarrollada. Los científicos tienen en su formación un trabajo muy radical para desarrollar esa intuición. Otros tienen el don. Pero la mecánica cuántica en sí misma te habla de una natu­raleza que no es lineal, una naturaleza en donde algo sucede al mismo tiempo en distintos sitios y por azar. No hay leyes. Donde incluso, si alguna vez un expe­rimento lo pudiera permitir, existiera la teletranspor­tación. Cosas que al final se han utilizado en ciencia ficción, pero en términos del día a día, en educación no se han mostrado como una certeza. De modo que tiene muchas fronteras para llegar a entenderlo y nin­guno de nosotros, con excepciones, tiene ese lenguaje.

Estando en un lugar donde se hicieron los descu­brimientos más importantes de la ciencia recientes, como el Bosón de Higgs, ¿de qué manera el acerca­miento a la materia misma puede potenciar el trabajo artístico? ¿Cómo refresca los desafíos del arte actual?

– El arte actual se enfrenta, como cada uno de noso­tros, a un crecimiento exponencial de unas capacidades que van más allá de lo humano. Cualquier artista que venga al CERN verá que la dimensión y la complejidad de las máquinas con las que observamos la naturaleza ahora van más allá de nuestra naturaleza humana. Se ve la naturaleza a través del lente de la ciencia y la ciencia es una grandísima complejidad. Entonces nosotros lo que podemos ofrecer es un contexto en donde el artista pueda negociar y pueda trazar su propio itinerario, en un lugar que es radicalmente distinto a lo que estamos habituados. La cien­cia que se hace en estos laboratorios es una ciencia que ya está en un presente continuo muy acelerado y al artista lo ponemos en contacto con los científi­cos que están haciéndola. Y ya no sólo es en torno a la ciencia, también son las preocupaciones de un científico, es lo que conocemos, lo que vemos, lo que queremos ver, inducimos a la máquina a verlo, estamos más allá de la máquina. Las ontologías. Cuál es nuestro marco de conocimiento y si nosotros lo estamos situando y construyendo. O sea que a un nivel filosófico también hay muchísima capacidad de desarrollo de un discurso artístico, sociológico, etnográfico, incluso económico y diplomático de la ciencia. Hay mucha diversidad posible y nosotros lo que estamos proporcionando ahora es un contexto para eso.

Es un contexto en el que quizás también se facilita la reflexión política sobre la ciencia

– Es posible eso también, no es lo único, pero es una perspectiva que es posible, porque estamos en el laboratorio más importante del mundo, o uno de los cinco más importantes del mundo, donde se construye la ciencia y el conocimiento y se definen las rutas de la ciencia. De modo que también estar en ese contexto dice mucho de la dimensión humana de las cosas. La capacidad del artista, en ese sentido, es que el artista con sus preguntas es capaz de llevar al científico a lugares a los que no están habituados. Por ejemplo, un artista con su experiencia profesional del preguntarse y maravillarse ante las cosas es capaz de llevar al científico a preguntar­se cosas que nunca se plantea en su trabajo.

Enrique Rivera: “En las políticas del Ministerio de las Culturas no hay ninguna frase que una arte y ciencia”

La tradición tectónica del país es el pie forzado que propone la 13° Bienal de Artes Mediales para poner en discusión un cruce poco indagado en la actualidad. La relación entre arte, ciencia y tecnología es una ecuación que va más allá de la participación de los artistas en las inauguraciones e instancias de mera divulgación, dice su director, y que tiene una historia poco conocida en Chile.

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