Lola Larra: “Como ciudadanos debemos exigirle al gobierno que proteja el bien común y en este tiempo, aún más”

Su nombre es Claudia Larraguibel, pero en el ambiente literario se la conoce como Lola Larra. Máster en Periodismo y escritora, Lola ha sido redactora y editora en medios como El País y Vogue, y en Chile es conocida por ser autora de las novelas Reír como ellos, Reglas de caballería, Al sur de la Alameda, una novela ilustrada por la que ha recibido varios reconocimientos, y Sprinters: los niños de Colonia Dignidad. En la siguiente entrevista, la escritora habla de sus procesos creativos, evalúa cómo se está enfrentando la pandemia, y se refiere a la escena editorial independiente, de la que es parte con Ekaré Sur, editorial dedicada a producir libros para niños, niñas y adolescentes.

Por Jennifer Abate

—¿Cómo has vivido estos meses de pandemia en Chile en términos personales y profesionales? 

Estoy en mi casa desde el 15 de marzo, aproximadamente, con mi hijo, y bueno, todos estamos viviendo una época excepcional, un tiempo irrepetible, que es terrible y maravilloso a la vez, terrible por todo lo que está ocurriendo a nivel sanitario, a nivel humano, a nivel de la precariedad que está viviendo mucha gente, y también maravilloso porque es una oportunidad única para muchas cosas, no sólo para que el planeta se regenere. Es un tiempo muy raro y yo espero que salgamos habiendo tenido el tiempo para reflexionar y plantearnos cambiar de alguna manera, tanto a nivel personal como más general. Mucha gente dice que sería demasiado bello que cambiara todo; demasiado optimista. Creo que va a venir una tremenda recesión que se va a sentir mucho en el mundo de las editoriales, así que vamos a ver qué pasa.

La escritora, autora de Al sur de la Alameda y editora de Ekaré Sur, Lola Larra. Crédito de foto: Lisbeth Salas

—A propósito de editoriales y de estos tiempos de cuarentena, en Ekaré Sur liberaron tu libro Al sur de la Alameda, con el que ganaste muchos premios, como el premio a la edición de la Cámara Chilena del Libro 2014, el de mejor novela juvenil de 2014 de Babelia, el Marta Brunet a literatura infantil y juvenil 2015 y en 2019, el premio Andersen. En ese libro abordas la realidad de las tomas de los colegios a comienzos de la Revolución Pingüina, que fue la revuelta estudiantil de 2006 en Chile. ¿Cómo llegaste al formato de novela gráfica?

Ese libro se publicó a fines de 2014, pero ha tenido larga vida y ojalá siga viviendo, es muy difícil en estos tiempos en que las novedades duran tres meses y después se olvidan, porque se publica mucho. Vicente (Reinamontes) y yo hemos tenido la grandísima suerte de que ese libro vuelve una y otra vez, ahora está a punto de llegar la quinta edición a Chile. Ya en 2014 se veía un interés en el mundo editorial por la novela gráfica y la ilustración, había surgido galería PLOP!, había un boom de ilustradores muy importante en Chile que estaban sonando y resonando fuera. Cuando yo empecé a escribir, en 2008, no lo pensé como una novela ilustrada. Al releerlo y dejarlo reposar, me di cuenta de que le faltaba una segunda voz, una segunda historia, y por casualidad estaba leyendo los libros de Brian Selznick, autor de La invención de Hugo Cabret, y me maravilló esa fluidez que había entre texto e imagen, imágenes que contaban otras cosas que no estaban en el texto, y entonces se me ocurrió hacer una segunda historia que le diera contrapeso a la primera, que es el diario del chico adolescente que está en toma, Nicolás. Y en Ekaré Sur lo hicieron. Ellos dieron con Vicente Reinamontes, que era muy jovencito, tenía como 21 años cuando empezamos a trabajar, acababa de terminar de estudiar Diseño y no había hecho ningún libro antes, pero era ilustrador de revistas, hacía afiches. Era perfecto, porque él también había sido parte de la Revolución Pingüina, o sea, lo había vivido de cerca. Fue un camino nuevo y me encantó, ojalá se repita.

¿Por qué decidieron liberar este libro en medio de la pandemia?

Fue una decisión muy rápida. Estábamos teletrabajando y llevábamos una semana confinados, y en la reunión de pauta dijimos “hay que hacer algo”. Había varios libros agotados, como Al sur de la Alameda, porque no nos habían llegado las reimpresiones, nos pasó lo mismo con otros libros que forman parte de textos complementarios de las escuelas y nos escribía gente que tenía que comprarlos. Entonces decidimos liberarlos. No podemos dejar que la gente no los lea cuando los tiene que leer, y liberarlos fue una decisión que tomamos con todo el equipo de manera unánime. Por los derechos de autor, consultamos con todos los autores y estuvieron de acuerdo. Me han dado mucha esperanza todas las iniciativas en torno a la cultura de liberar contenidos porque es un tiempo excepcional. Obviamente, defiendo los derechos de autor y el concepto de que el libro tiene que venderse, que cuesta, pero en momentos excepcionales hay que hacer cambios excepcionales, y los libros seguirán liberados hasta que termine esta situación excepcional. 

¿Cómo nace la idea de generar un proyecto editorial dedicado a niños, niñas y adolescentes?

Ekaré surge en Venezuela en el año 1978 y lo fundó Verónica Uribe, mi madre, editora. Surgió al alero del Banco del Libro, una institución que todavía existe a duras penas con la situación en Venezuela, una instancia de promoción de la lectura que tenía bibliotecas en barrios muy vulnerables de Caracas. Verónica Uribe y Carmen Diana Dearden trabajaban ahí, en el Banco del Libro, y se dieron cuenta de que apenas había libros para niños latinoamericanos, había algo de producción de Argentina y de México, pero todo llegaba de fuera, no había historias que contaran la vida de los niños latinoamericanos, que es muy distinta a la vida de niños anglosajones, europeos, etc., quienes se enfrentan a realidades distintas, viven de distinta manera, tienen niveles de lectura distintos. Decidieron fundar Ekaré para hacer libros latinoamericanos. De hecho, empezaron con leyendas indígenas, pero con calidad, belleza y cuidado editorial en el diseño e ilustración. Así surgió Ekaré y poco a poco, a lo largo de todos estos años, se ha hecho un nombre y es una editorial muy prestigiosa. Cuando Verónica volvió a Chile, distribuía los libros de Ekaré y seguía su trabajo editorial. Cuando yo vine, fundamos Ekaré Sur. No es una filial, son empresas distintas, editoriales separadas, pero hermanas, porque trabajamos codo a codo en la parte editorial y porque ellos nos distribuyen afuera y nosotros acá. Entonces es una mezcla de minitransnacional, microtransnacional.

¿Cuáles son los principales desafíos de sostener una editorial destinada a este público?

A los editores de literatura para adultos no les gusta que diga esto, pero me parece mucho más divertido ser editora de libros para niños, porque los proyectos siempre están a medias. Si a ti te llega un manuscrito, una novela, obviamente lo editas, haces un trabajo de edición importante, conversas con el autor, cómo lo vas a promocionar, pero el libro está ahí, casi listo, lo amononas un poco, piensas en la portada. En cambio, en el caso de los libros para niños, es un medio libro el que te llega. Editorialmente, es un trabajo mucho más creativo, en el que se involucra mucha más gente, un trabajo colectivo en el que hay un autor, editor, diseñador gráfico, en el que hay un trabajo de producción editorial que tiene que ver con las texturas del libro, el formato, que no es el formato típico; en los libros para adultos los formatos son todos iguales y no tienes que pensar en eso cuando te llega un manuscrito. En cambio, a nosotros nos llega un manuscrito y tenemos que pensar el formato del libro, porque tampoco va en una colección, cada libro es de su padre y su madre, es distinto. Entonces hay un trabajo creativo de mucho tiempo, que es muy interesante, desafiante, a diferencia del trabajo editorial más tradicional.

Una página de Al sur de la Alameda con las ilustraciones de Vicente Reinamontes.

—Una de las conclusiones de la Feria de Bolonia, a la que asististe el año pasado, fue que la literatura infantil y juvenil chilena está bien posicionada. ¿Qué procesos crees tú que han permitido que hoy nos destaquemos en este tipo de oferta literaria?

Sí, estamos en ese panorama. Creo que es interesante lo que ha pasado en los últimos diez años en el contexto chileno. La industria editorial chilena de libros para niños era inexistente hasta hace poco más de diez años, estaba Ekaré Sur, estaba Amanuta, Pehuén, que hacía algunas cosas, y de pronto empieza a haber un boom, que empezó con ilustradores muy interesantes que estaban trabajando incluso para editoriales de fuera. Empezaron a surgir editoriales pequeñitas muy buenas y yo admiro a varias, es un panorama editorial rico, interesante, y todos hemos conseguido nuestra propia personalidad. No nos pisamos, no nos repetimos, estamos buscando, es un panorama que está cada vez más competitivo y vamos a ver qué pasa después del Coronavirus, porque vamos a salir golpeados, seguramente. En la Feria de Bolonia, pasamos de no tener ningún stand de Chile, de estar en un stand multipaís, a tener un stand. Todo el trabajo que ha hecho el Consejo de la Cultura, Pro Chile, no sólo para tener un buen stand que exhiba bien los libros, sino que para llevar a una delegación grande, es rarísimo. Todos los editores de otros países dicen “pero ¿cuántos representantes de Chile hay?”. Como 20, 26, entre agentes, ilustradores, y eso no es común, no es común que un gobierno invierta en llevar a tantos a una feria. A mí me parece bien, porque ha puesto a las editoriales, autores, ilustradores chilenos, en el panorama mundial y ha permitido que se hagan traducciones de libros que jamás habrían salido de Chile. También me parece que ha sido un salto importante para la profesionalización de los editores pequeños que empezaron a surgir hace diez años y han visto cómo se mueve la industria editorial del libro infantil, que es muy grande y muy interesante. Han podido tener contacto directo con eso y son mucho más profesionales que hace diez años, ya saben cómo vender afuera. En la Feria de Bolonia te reúnes con editoriales de países inesperados. Irán, por ejemplo, tiene unas producciones maravillosas. Bueno, este año no hubo Feria de Bolonia, sino que una telemática, entonces nadie sabe qué va a pasar el 2021.

El panorama ha sido complejo desde el estallido social y ahora se suma la pandemia. ¿Cómo es tener una editorial independiente en estas circunstancias?

Muy difícil, primero por la incertidumbre en la que siempre hemos vivido los editores pequeños y medianos. En Ekaré somos siete personas, entonces tenemos que pensar en cómo nuestra pequeña plantilla va a sobrevivir; estamos vendiendo el 7% de lo que vendíamos antes. Afortunadamente, nosotros tenemos una web y las ventas web han subido mucho, pero también la distribución nos plantea un montón de desafíos que hasta hace tres meses no teníamos, ni siquiera con el estallido, que fue una revisión para las conciencias y para las formas de trabajar. Es como volver a lo más pequeñito. ¿Cómo lo hacemos? Afortunadamente, la web es buena para vender y la cambiamos hace poco, hay editoriales que no tienen web para vender online.

Además, queríamos que la web tuviera mucho contenido, entonces hay entrevistas a los autores, hay artículos de fondo interesantes, sobre ferias, sobre el libro álbum, hay reflexiones de especialistas, reseñas. Siempre quisimos que no fuera sólo una tienda, sino que fuera un espacio de reflexión, de propuestas de actividades para hacer con los libros al momento de la lectura. En cuanto al tema de las ferias, es tremendo, porque la Primavera del Libro y La Furia del Libro eran muy importantes para los editores medianos y pequeños, y esas no se van a dar. Sí creo que la manera de escribir no va a cambiar con la pandemia, o sea, vamos a seguir leyendo y escribiendo igual, a diferencia de otras áreas culturales que están afectadas, como el teatro, el cine; cómo se hace un rodaje de una película, de una serie. Esos sectores culturales sí que van a tener un remezón tremendo, como el que nosotros tuvimos cuando salieron los libros electrónicos y cuando rasgamos vestiduras. Ese remezón estructural de cómo se escribe, cómo se lee, cómo se publica, cómo se edita, ya lo tuvimos, entonces estamos más pertrechados en la industria editorial para enfrentar esto, tenemos ventas online, tenemos ebook, audiolibros.

De acuerdo a los números y encuestas, en Chile se lee poco y se entiende poco lo que se lee. Es una realidad que se opone de alguna manera a la pujante escena editorial independiente de la que hablamos. ¿Cuál es tu mirada sobre esa contradicción como escritora y editora?

Yo siempre soy optimista. Esas cifras terribles, es verdad, son así, son irrefutables, pero creo que vivimos en un país con muchas ventajas. Hay países que no tienen bibliotecas públicas, como Perú, que tiene una que donó Vargas Llosa y otras que viven a punta de donaciones. Tener una biblioteca pública puede ser excepcional y ayuda. En España no hay dotación de grandes compras públicas como se hace aquí, que cada año se abren licitaciones de compras del Mineduc, lo que era la Dibam antes, desde el comienzo de la democracia en Chile se empezó a gestar una red importante de bibliotecas y la idea de que el libro es importante.

Al sur de la Alameda, de 2014, ya va por su quinta edición en 2019 ganó el Premio Andersen que se entrega en Italia

Soy optimista porque creo que se ha invertido mucho en que tengamos una buena red de bibliotecas. Hay fundaciones que tienen bibliotecas públicas que son maravillosas. La Fundación La Fuente, por ejemplo, las Bibliotecas Vivas, son un panorama interesante del que tenemos que sentirnos agradecidos. Eso no quita que esté en desacuerdo con cómo se compra, qué se compra, cómo se lleva a los colegios, con que se compren libros muy apegados al currículum. Pero vivimos en un país que tiene un sistema de bibliotecas públicas y escolares que es envidiable y que se está dotando cada año y actualizando. Como editoriales pequeñas, tenemos que sentirnos muy responsables. Siempre digo que hay una responsabilidad del editor de libros para niños, mucho más que del editor de libros para adultos. Los libros para adultos nadie los lee obligado, cada quien los compra si lo quiere; pero puede que por un azar maligno un libro malo llegue a los niños y sea una lectura obligatoria. Como editorial de libros para niños, no puedes hacer libros malos. Si eres editor de libros para niños, haz tu trabajo lo mejor posible, no puedes editar una tontería, un libro mal hecho, con errores ortográficos, no puedes. 

Todo eso no quita que yo esté muy preocupada. Soy optimista, trato de ver la taza medio llena, pero eso no quita que estemos ante una situación que puede ser catastrófica, porque en este ecosistema del libro, siempre son las librerías y editoriales pequeñas e independientes las que se van a fracturar. Eso hay que apoyarlo y tiene que haber medidas urgentes en esto. El Estado se ha tardado demasiado en reaccionar, debe haber medidas urgentes para que las editoriales y librerías pequeñas e independientes no quiebren después de la cuarentena.

Lola, tú naciste en Chile, pero has vivido muchos años en Venezuela y otros tantos en España. Como habitante de otras latitudes, ¿cuál es tu interpretación de lo que ha pasado en nuestro país en los últimos meses desde el estallido social que comenzó el 18 de octubre?

Me siento una privilegiada de haber vivido estos años en Chile, porque creo que lo que ocurrió en octubre pasado venía desde el 2006, el primer ejemplo lo dieron los pingüinos el 2006. No sé si los estudiantes que saltaron el torniquete en octubre pasado sabían o no que eso venía de antes, pero hay una corriente de espíritu y de disconformidad de los estudiantes chilenos que a mí me maravilló y de la que agradezco haber sido testigo. Me parece un momento interesantísimo y pasó con las protestas feministas de 2018, o sea, estamos en una efervescencia que hay que aprovechar y, claro, fue un parón esto del Coronavirus, ha sido como un coitus interruptus terrible, no sé cómo se va a retomar. Toda esta discusión que teníamos, esa maravilla que hubo, lo que nos enseñaron finalmente los estudiantes del 2006 y los que saltaron el torniquete, es que hay una cosa que se llama bien común y que nos habían dicho que no servía para nada y que efectivamente sirve y tenemos que protegerlo. Nuestro deber como ciudadanos es exigirle al gobierno que proteja el bien común y en tiempo de Coronavirus, eso se nota más. Fue un momento tan bonito la revuelta, el estallido social, que nos llevó a volver al ágora, yo me maravillaba de estar en las plazas discutiendo con vecinos a los que nunca había saludado, discutiendo cosas importantes de por qué hay que cambiar la Constitución, de qué te gustaría que estuviese en la nueva Constitución, hizo que volviéramos todos a ser estudiantes. Espero que se retome cuando volvamos a estar a las puertas del plebiscito.

Extracto de la entrevista realizada el 29 de mayo de 2020 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.