¿Es el libro un artículo de primera necesidad?

Un debate entre cartas al director planteó un tema que vuelve cada cierto tiempo: qué tan necesarios son los libros y la lectura en Chile. La experiencia y fracaso del Maletín Literario, iniciativa del primer gobierno de Michelle Bachelet, dejó en claro que el acceso a libros no es el único problema sino también la mediación. Distintos actores en torno al libro discuten en esta nota los variados alcances del complejo problema lector en Chile.

Por Florencia La Mura

“La caja de alimentos en poblaciones y barrios pobres de todo Chile a consecuencia de la pandemia puede incrementarse con un ingrediente que, para muchos, resulta indispensable. Hay un alimento fundamental que falta: un libro”. Así comenzaba la carta de Felipe de la Parra y Federico Gana, periodistas y escritores, en El Mercurio el 13 de agosto. A esta idea le respondió raudo Pablo Dittborn, quien ha sido parte de las editoriales Quimantú, Ediciones B y Random House Mondadori y, actualmente, La Copa Rota. “No. Por favor, no nuevamente. La idea de incluir libros en las cajas de alimentos me parece el peor error que podríamos volver a cometer”, postuló tajante el editor, aludiendo al proyecto Maletín Literario I y II, ambos del primer gobierno de Michelle Bachelet y que consistió en entregar cajas con 16 clásicos literarios de García Márquez, Neruda y Mistral, entre otros, además de una enciclopedia.

Más de 400 mil colecciones se repartieron entre 2008 y 2010, sus libros muchas veces terminaron vendiéndose en la feria y los resultados nunca tuvieron seguimiento. Los 7 mil millones de pesos invertidos en la campaña han sido criticados desde entonces por distintos actores del mundo del libro y la lectura. La discusión se actualiza ahora en medio de la crisis sanitaria y su impacto en la economía, luego de la entrega de las cajas de alimentos. En los tiempos que vivimos, ¿corresponde igualar la necesidad de comida a la de un libro?, ¿vale la pena regalarlos sin mediar en su acercamiento? Distintos escritores y editores contrastan sus visiones al respecto.

Libro-objeto, de Constanza Figueroa y Pablo Castro.

El eterno problema

En Historia del libro en Chile (LOM, 2010), Bernardo Subercaseaux analiza cómo las razones económicas -el hecho de importar la mayoría de los libros y la baja producción e interés por publicar en Chile- marcaron la historia del siglo XIX. Desde la creación de la patria los libros fueron un bien escaso y solo accesible a las élites. Durante el siglo XX, la historia no cambió mucho, afirma el Doctor en Lenguas y Literaturas Romances de la Universidad de Harvard e integrante del consejo asesor del Observatorio del Libro y la Lectura de la Universidad de Chile. Bajo ese escenario fue que el proyecto de Maletín Literario parecía una buena idea, pero mientras un sector quería impulsar la lectura, otro dejó en claro que no basta solo con tener qué leer.

“El proyecto del Maletín Literario, aunque tenía una intención loable, fue un fracaso”, sentencia Subercaseaux, añadiendo que “masificarlos en cajas de alimentos probablemente tendría un resultado similar. Lo que puso de relieve es que, en cuanto a políticas públicas, el tema que requiere una solución definitiva es el de libros escolares y materiales vinculados a la educación”. Para Roberto Rivera, presidente de la Sociedad de Escritores Chilenos (SECH), la idea de sumar libros a las cajas de alimentos se diferencia del Maletín Literario, la que cataloga como “una iniciativa descolgada en tiempos de bonanza y mall”. Por otra parte, “un libro entre los alimentos, cuerpo y espíritu, simbólicamente entrega otro mensaje”, opina Rivera, quien señala que, en tiempos de encierro, sin paseos ni distracciones, sumado a la monotonía de la televisión, “el libro que no se va a la despensa junto al arroz y las legumbres, queda por ahí, a la mano de quien lo pueda hojear”.

Para Rivera, el libro es un artículo necesario, que lleva décadas peleando por ese espacio. “Se viene luchando hace 47 años contra la quema de libros, contra su invisibilidad, su menosprecio, sus enemigos neo ignorantes, contra las ficciones de la quiromancia y la cartomancia de economía y negocios que llenan páginas y páginas inútiles y pese a ello su poder sigue vigente”.

El ecosistema del libro

La importancia que Rivera le otorga a la lucha del libro contra el modelo de negocios juega un rol clave en la configuración de las editoriales nacionales y del acceso a la lectura. “Vivimos en un país con un presupuesto de 0,4% del PIB para artes, cultura y patrimonio, y sueldos promedio de alrededor de 500 mil pesos, cuando sólo el desplazamiento al trabajo se lleva un 18% y el IVA a la primera necesidad otro 19%. Pensar que en estas condiciones alguien pueda comprar un libro es descabellado”, explica Rivera, contextualizando un país donde predominan los grandes conglomerados extranjeros, con mayor acceso a producción, tirajes altos y distribución de libros.

Para Paulo Slachevsky, director y cofundador de LOM Ediciones, parte de la Asociación de Editores Independientes, Universitarios y Autónomos – Editores de Chile y miembro del consejo del Observatorio del Libro y la Lectura de la Universidad de Chile, pensar en el libro como un objeto no prioritario es legado de la dictadura. “Se relaciona con un país donde pensar, criticar, era incómodo, peligroso”, fundamenta, agregando que “revertir ese quiebre de la sociedad con el libro requiere un impulso público mayor, una real voluntad de que exista participación popular”.

Una iniciativa recordada como gran ejemplo del libro pensado para el pueblo, fue la del gobierno de la Unidad Popular, quecompró en 1971 la entonces Editorial Zig-Zag, transformándola en Editorial Quimantú,para editar desde obras clásicas universales hasta historietas locales y venderlas en quioscos a precio accesible. Al año de estar activa llegó a imprimir 500 mil ejemplares mensuales, una cifra muy superior a los 500 ejemplares que un 60% de las editoriales nacionales imprime de un libro, de acuerdo al informe anual 2019 de la Cámara Chilena del libro.

“La tarea de hoy es evaluar esa política que duró 5 años y formular una nueva  que sea participativa, realista, amplia y descentralizada, que tenga en cuenta a toda la cadena del libro y que favorezca la producción local de editoriales nacionales”, señala Bernardo Subercaseaux.

“La tarea de hoy es evaluar esa política que duró 5 años y formular una nueva  que sea participativa, realista, amplia y descentralizada, que tenga en cuenta a toda la cadena del libro y que favorezca la producción local de editoriales nacionales”, señala Bernardo Subercaseaux, quien en Historia del libro en Chile destaca que Chile siempre ha tenido una baja edición local de libros y con bajos tirajes, lo que aumenta su precio de producción y, por ende, de venta, en relación a otros países con tanto mayor compra de libros como mayor cantidad de habitantes, como Argentina.

Bajo una mirada distinta, y que pone el foco en la creciente escena local de editoriales independientes, Slachevsky cree que el mismo anhelo democratizador de lo que fue Quimantú se puede dar bajo modelos diferentes, “donde más que el gran tiraje, se apueste por la bibliovidersidad. Los cambios tecnológicos favorecen que podamos tener miles de pequeñas Quimantú a lo largo de Chile, miles de libros diferentes en tirajes pequeños y medianos”.

Iniciativas populares

Constanza Figueroa, diseñadora gráfica, parte de Editorial Piña Ruda y Revista Yasna, y Pablo Castro, director de la feria de arte impreso IMPRESIONANTE, decidieron trabajar con la idea del hambre y la caja de alimentos del Gobierno, haciendo con esta un libro-objeto que recoge frases de Lotty Rosenfeld, Diamela Eltit y Clarisa Hardy, entre otras escritoras. Por esos días llegaron a distintas redes solidarias y en paralelo a la publicación «Hambre + Dignidad = Ollas Comunes», donde Hardy “determina lo poderosa que es la organización social en torno a la provisión de alimentos, en contraposición a la indiferencia de la clase gobernante”, relata Constanza.

Constanza y Pablo, cuyo trabajo se desenvuelve principalmente en torno al arte, la visualidad y la publicación independiente, encauzaron su energía y durante el cuarto mes de aislamiento fue que estuvieron “armando esta publicación con lo que teníamos disponible, política y materialmente”, explican. El pasado octubre, ambos quedaron con la inspiración que les dejó el estallido social. “Necesitábamos seguir produciendo imágenes románticas para atacar a una institucionalidad opresora que nos priva de todo incluso el amor”, reflexiona la pareja, quienes a la hora de pensar en objetos de primera necesidad, no piensan en el libro, lo que no le quitaría importancia. “El libro, la publicación independiente y el arte impreso, tienen la posibilidad de ser dispositivos superpoderosos, aunque reconocemos que es de un alto nivel de privilegio estar familiarizados con estos formatos”.

Libro objeto, de Constanza Figueroa y Pablo Castro.

Quienes no tienen duda en considerar el libro como un artículo de primera necesidad son las integrantes del colectivo Autoras Chilenas (AUCH), quienes promovieron la acción Libros por la vida, como una forma de reunir libros para donarlos a las distintas ollas comunes que surgieron en la capital. El proyecto comenzó en junio pasado como “una acción literaria y una manera de repensar la literatura como parte de un movimiento político no solo fuera de los círculos literarios capitalistas”, explica Mónica Barrios, escritora, académica y parte de AUCH. Para ella, esta acción responde a una necesidad no cubierta ni por el sistema capitalista ni por el Estado. “Pensamos la potencialidad de la literatura como la creación de un espacio de economías no-capitalistas, de intercambios de cariños y cuidado, para poner en marcha una red comunitaria que ha estado en funcionamiento a las sombras del Estado desde hace tiempo”, agrega.

Esta iniciativa puede verse como un reflejo de la idea que De la Parra y Gana proponen en su carta, esta vez trabajada con enfoque feminista y de manera independiente al Gobierno. Para AUCH, esta es una forma de relevar la importancia que debiese tener el libro, poniendo la cultura en un lugar indispensable. “Los alimentos nos permiten vivir. Los libros nos ayudan a entender la vida, a darle un sentido”, reza la carta adjunta a cada lectura entregada. Mónica también deja claras las diferencias que esta iniciativa tiene con el Maletín Literario. “Creo que los libros tienen múltiples formas de leerse y usos, y que las lecturas deben ser diversas en cuanto a cuerpos y lo que sacan de los libros. El interés que provocó esta donación entre las comunidades dice tanto más que el fracaso del Maletín Literario”, asegura.

Si bien las realidades materiales actuales en Chile se utilizan como una justificación para pensar en el acceso a la cultura como algo no urgente, la pandemia dejó en claro la precarización de la cultura en Chile y cuánto necesita un sostén económico permanente. Por otro lado, y en particular desde la literatura, las editoriales nacionales han debido reinventarse en el contexto actual y en muchos de los casos, también han liberado libros haciéndolos de acceso gratuito en momentos complejos.

De acuerdo a Paulo Slachevsky, la pandemia ha revelado de forma clara como no solo la lectura, sino el arte en general, sostienen la vida. “Salvador Allende insistía durante la Unidad Popular en la importancia de tener una biblioteca y un jardín infantil en cada población. Los bienes de primera necesidad no pueden pensarse sólo desde la individualidad, sino también desde la comunidad. Y allí, la cultura, los libros en particular, son vitales”, insiste. “Es hora de pensar y actuar colectivamente para cambiar el estado de las cosas, liberándonos de las lógicas de mercado y del colonialismo cultural que concentran y excluyen, potenciando un ecosistema propio y diverso, poniendo al centro el sentido cultural y liberador del libro y la lectura”, sostiene Slachevsky. De esta forma, un libro gratis nunca estaría demás.

Transformación editorial: crisis y reinvención en tiempos de pandemia

Tras meses de librerías cerradas en el contexto del estallido social, la crisis sanitaria ha sido otro golpe importante para la cadena del libro. Editoriales independientes, distribuidoras y librerías se han visto obstaculizadas en su trabajo, en medio de un creciente interés de lectores que ven en el libro a un aliado infalible para pasar el tiempo del encierro.

Por Victoria Ramírez Mansilla

Imaginemos, por un momento, un mundo sin librerías. Uno donde sólo existen despachos a domicilio, donde las recomendaciones del librero son un recuerdo, así como las novedades en las vitrinas. Lo cierto es que el Covid-19 ha cambiado la forma de relacionarnos, entre ellas la manera de acceder a los libros, su circulación y difusión. La última feria que alcanzó a realizarse en Santiago fue la tradicional Furia del Libro en el Centro Cultural Gabriela Mistral, en diciembre pasado. En medio del calor del estallido, se celebraron dos días de intenso intercambio literario. Algo había cambiado en Chile. Quizá alcanzó a ser el último alivio ante la pandemia que vendría y obligaría a adaptar toda la cadena del libro. 

La décima edición de La Furia del Libro se realizó en diciembre pasado en el GAM, como ya es tradición.

Actualmente, gran parte de las librerías permanecen cerradas —al menos en la capital— y se han cancelado lanzamientos y ferias, lo que ha enfrentado a librerías, distribuidoras y editoriales a pérdidas económicas importantes, en un sector que ya venía con preocupantes saldos. “Creo que esta urgencia pone en riesgo el modo en el que veníamos haciendo las cosas. Desde el tipo de libros, las cantidades y el sentido que estos tenían para nosotros, hasta el modelo de editorial que queríamos ser”, confiesa Juan Manuel Silva, cofundador de la editorial Montacerdos.

Hoy, prácticamente todas las editoriales pequeñas y medianas han tenido que reinventarse, crear o mejorar sus tiendas virtuales, cambiar sus estrategias de difusión y vender por Internet. “En estos tres meses hemos tenido que meter toda nuestra cabeza en la tienda web. Era un complemento y ahora es la única herramienta”, dice Álvaro Matus, editor de Hueders. Afortunadamente, pudieron adelantarse a lo que venía: en marzo la editorial firmó con la distribuidora Big Sur un plan con miras a transformar su tienda web en librería, donde ofrecerán títulos de otras editoriales afines.

Por su parte, Ediciones Overol hace algunas semanas abrió su tienda web. “Ha sido muy importante para mantener los libros en circulación y tener un trato más directo con los lectores”, señalan sus editores, Daniela Escobar y Andrés Florit. Algo similar ocurre en Alquimia, que está en pleno proceso de renovación de su página y ya ha subido el 85% de su catálogo a Amazon. “Estamos vendiendo un 46% menos en librerías. La venta directa ha paliado como un 25% o 30% de eso”, precisa el editor Guido Arroyo. 

En efecto, la mayor parte de las editoriales consultadas coinciden en que ha sido significativo el aporte de los ingresos por venta directa para sobrevivir a la pandemia. “Las ventas de Internet corresponden al 80% del ingreso mensual”, señala Jorge Núñez, que junto a la escritora Claudia Apablaza dirigen la editorial Los Libros de la Mujer Rota. Subraya, además, que han sido claves las redes sociales en este proceso: “Te permiten dar a conocer tu catálogo de forma cercana. Esa base, más la página con carro de compras, han permitido mantener el calendario de publicaciones”.

En el caso de Edicola, editorial chileno-italiana, han logrado publicar tres títulos en Italia, entre ellos la versión traducida de la novela finalista del Premio Herralde El sistema del tacto, de Alejandra Costamagna, que tendrá su lanzamiento vía Facebook Live. “Debemos abrirnos a las posibilidades tecnológicas, que seguirán ampliándose, para favorecer este anhelo continuo de entregar historias y cultivar la lectura”, dice Raúl Hernández, uno de los editores. 

Como esta, ya hay distintas experiencias de actividades en la web, algunas incluso entre editoriales que han trabajado colaborativamente. Es el caso de Overol con Los Libros de la Mujer Rota, que acaban de cumplir cinco años y para celebrarlo hicieron durante tres días una serie de conversatorios, talleres y lanzamientos en conjunto, todo online. “La gente agradece estas instancias de comunicación en vivo y a nosotros nos hace bien en medio del encierro”, dicen Florit y Escobar. 

Daniela Escobar y Andrés Florit de la Editorial Overol.

De igual modo, Cuadro de Tiza celebró su décimo aniversario y para conmemorarlo liberaron un tercio del catálogo en su página web. “La mayoría de esos títulos estaban descontinuados hace años, cuando hacíamos las plaquettes artesanalmente, y nos pareció importante que volvieran a estar disponibles”, explica uno de sus editores, Nicolás Labarca. 

En cuanto a las actividades futuras, Alquimia lanzará a fines de junio el libro Poeta en prosa, 29 entrevistas a María Luisa Bombal. Asimismo, la editorial Pez Espiral lanzará en septiembre el libro Los Tres Unplugged 30 años, escrito por Marisol García. “Experimentaremos por primera vez cómo es un lanzamiento online, con concierto incluido”, indica su director, Daniel Madrid. 

Respecto a las actividades en Internet, Juan Manuel Silva cree que es valioso que se experimente antes de definir protocolos. “Es una situación inédita para nosotros, porque la aparición de los celulares o de Internet fueron fenómenos en varias etapas; parece ser que este acontecimiento es más violento, como la aparición del cine o la fotografía”, remata.

Asimismo, las distribuidoras también se han pasado a lo digital. “La oferta hoy es tanto física como electrónica”, apunta Claudia Aguirre, directora de La Komuna, quien admite que gracias a la página web han podido soportar la crisis. En el caso de Liberalia Ediciones, se ha sentido fuertemente la pandemia. “Afrontamos la suspensión de pagos de bibliografías, así como la paralización de los trámites y órdenes de compra debido al cierre de las universidades”, explica su directora, Berta Concha.

Pirita, otra distribuidora más pequeña, ha apostado por sus redes sociales. Al inicio de la pandemia sostuvo la campaña #quédateencasa, donde parte de los autores del catálogo hicieron un video promoviendo el cuidado ante el Covid-19. Junto a ello, han ofrecido el servicio de distribución de libros digitales. “La pandemia ha cambiado radicalmente la función de la distribuidora. Potenciamos la venta directa, cumpliendo un rol de librería virtual”, explica su directora, Emiliana Pereira.

Un año remando contra el viento 

Otra de las consecuencias de la pandemia en el mundo editorial ha sido la significativa disminución de las novedades 2020. Con las imprentas funcionando de manera intermitente y el cese de librerías, las editoriales han tenido que recalendarizar títulos o, de plano, asumir que no podrán ser publicados. En el caso de Alquimia, que tenía un plan de 19 novedades, este año sólo publicará 12 de ellas. Hueders, por su parte, acostumbrada a un promedio de 28 libros anuales durante los últimos tres años, sacará únicamente cuatro títulos. “Nos hemos ido apretando el cinturón, porque tendremos poco tiempo para vender en librerías, octubre y noviembre, esperemos”, reflexiona Álvaro Matus. 

Algo similar sucedió en Pez Espiral, Librosdementira y Montacerdos. “Lamentablemente, nuestras autoridades no han estado a la altura de esta crisis y resulta complejo pensar en vender libros cuando hay tanta muerte y sufrimiento en el país. Tuvimos la oportunidad de parar y esperar a que pase el chubasco”, explica Luis Cruz, editor de Librosdementira

Por otro lado, Cuadro de Tiza, Komorebi, Libros del Cardo, Los Libros de la Mujer Rota y Edicola mantuvieron los títulos planificados para este año, algunos gracias a fondos estatales previamente ganados. “Aplazamos el calendario de novedades, seguimos trabajando, aunque más pausado, y tenemos varios títulos listos para imprenta”, dice Nicolás Labarca, de Cuadro de Tiza. 

Imagen de la Feria del Libro Independiente de Valparaíso (FLIV) que tuvo su primera versión virtual en mayo pasado.

A pesar del difícil panorama, parte de las editoriales consultadas dicen aún no sentir en riesgo la diversidad del sector. “Las editoriales independientes no tienen tanto capital para invertir. Lo que sí está en peligro es la publicación de algunos libros. Hay editoriales que no se quieren arriesgar y con justa razón”, señala Jorge Núñez. En el caso de Komorebi, editorial valdiviana, han podido mantener la publicación de los seis títulos propuestos para 2020 gracias a fondos estatales. “El riesgo habitual se ha acentuado, pero pese a todo no tenemos noticias de que algún sello independiente amigo haya bajado la cortina por esto, sino que vemos mucha creatividad para afrontar la situación”, señala Pedro Tapia, uno de sus editores.

En tanto, en la editorial porteña Libros del Cardo también han podido mantener los títulos planificados. “No tenemos un fondo estatal ni grandes tirajes, así que haremos estos libros y los lanzamientos digitales. Nuestro plan es acotado”, explica su editora, Gladys González, quien además es gestora de la Feria del Libro Independiente de Valparaíso (FLIV), que este 23 y 24 de mayo pasado se celebró de manera digital, convirtiéndose en la primera Feria del Libro Virtual del país. 

Transmitida a través de Facebook Live, se realizaron cápsulas teatralizadas, laboratorios didácticos para niños, además de una programación centrada en temas como literatura y pandemia, espacios domésticos, feminismo y encierro. “La iniciativa nace a partir de los altos niveles de cesantía de nuestros artistas y como una manera de continuar instancias de reflexión y asociatividad”, remarca Gladys González.

Asimismo, frente a la adversidad, han surgido propuestas novedosas, como la de Montacerdos, que vende parte de su catálogo en una botillería de Providencia, propiedad de la familia del editor Juan Manuel Silva. “La recepción ha sido muy buena, así que esperamos que sea una posibilidad para ubicar libros en lugares poco habituales”, explica. Otra iniciativa ingeniosa ha sido Librería Pedaleo, que desde sus inicios, en 2017, se planteó como una librería virtual con despacho a domicilio, enfocada en poesía y narrativa latinoamericana. “Vendo libros que a mí me gustaría leer”, especifica el escritor Carlos Cardani, cuando se le pregunta por el catálogo.

Si bien Pedaleo funcionó bastante tiempo con visitas de los lectores a la librería —que es también la casa de Cardani— ahora funciona sólo con despachos que realizan él y un grupo de amigos en bicicleta —todos escritores— que cubren casi todo Santiago, provistos con mascarillas, guantes y cascos.

Digitalización y nuevos lectores

Desde 2013 existe la Biblioteca Pública Digital, dependiente del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural, del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, que ofrece libros en formato Epub, PDF y Mobi, prestados por un plazo limitado para leer en computadores, tablets y celulares, junto a más de 800 audiolibros disponibles. La idea es promover la lectura digital y la producción editorial local, y a su vez respetar los derechos de propiedad intelectual. Las editoriales, por su parte, cobran por las descargas o venden el material. “Ha sido una de las mejores noticias para el mundo editorial independiente y para los lectores. Asumo que se debe a que es gente que ama los libros y que por ser un espacio nuevo todavía no ha sido cooptado por los tiburones editoriales”, señala Luis Cruz de Librosdementira.

El sitio web de la Biblioteca Pública Digital tiene gran oferta de libros digitales y audiolibros.

En tanto, Los Libros de la Mujer Rota, Edicola, Overol y Alquimia también han digitalizado parte de su catálogo para la biblioteca, pensando en que cada vez hay más lectores mixtos, que escogen tanto el papel como lo digital. Para Los Libros de la Mujer Rota, el desafío es digitalizar todo el catálogo: “Algunos leen nuestros libros desde esa plataforma y luego compran en físico”, precisa Núñez. 

Sin embargo, frente a la masiva digitalización, hay quienes todavía defienden los atributos del libro en papel. “Creo que el libro es un objeto único, hay un romanticismo y una historia en torno a la producción artesanal”, opina Gladys González. Algo similar sostiene Berta Concha, de Liberalia: “En estos largos meses de cuarentena frente a las pantallas, profesores y estudiantes confiesan la nostalgia y necesidad de libros impresos, su comodidad y su increíble funcionalidad”. Por su parte, Juan Manuel Silva, de Montacerdos, cree que aún es pequeño el espacio del e-book, aunque es previsible que su importancia aumente y que, en contraste, el libro en papel vuelva a un estatuto de lujo y excepcionalidad. 

En el caso de Pez Espiral, una editorial que se inspira en el libro como objeto poético, la materialidad es muy relevante. Así lo explica Daniel Madrid: “El libro físico es vital para nuestros objetivos. La idea del e-book la estamos recién experimentando, liberando gratuitamente algunos títulos”. De hecho, en tan sólo dos meses la editorial ha tenido en promedio tres mil descargas, luego de haber liberado un libro de Daniela Catrileo y otro de Gladys González. 

Paralelamente, ha pasado algo interesante en la venta de los catálogos, donde libreros y editores notan la inclinación del público lector por clásicos de la literatura. “Me atrevería a decir que la gente está ocupando el tiempo en libros pendientes que sienten el deber de leer. Desde Virginia Woolf, Susan Sontag y Nicanor Parra hasta contemporáneos que están sonando, como Mariana Enriquez, Selva Almada, Chimamanda Ngozi, principalmente autoras”, dice Carlos Cardani de Pedaleo. 

En la misma línea, desde Alquimia han notado que el público se interesa inusualmente por títulos de poesía. “La gente tiende más al fondo editorial que a la novedad”, reflexiona Arroyo, y cree que ahora hay cierta tendencia por los clásicos, quizás a partir “de una pulsión por salir de la contingencia”. Álvaro Matus comparte este diagnóstico, pues cree que se ha revalorizado al libro en un escenario de teletrabajo y encierro. “Se convierte en un panorama, sobre todo cuando ya has estado ocho horas conectado a la pantalla. Es necesario distraerse y el libro puede que esté en esa frontera”, explica el editor de Hueders. Al mismo tiempo, cree que muchas veces la elección recae en un clásico al momento de gastar dinero: “Una sandía calada. Esos libros que te hablan como si no hubiera pasado el tiempo”.

Lola Larra: “Como ciudadanos debemos exigirle al gobierno que proteja el bien común y en este tiempo, aún más”

Su nombre es Claudia Larraguibel, pero en el ambiente literario se la conoce como Lola Larra. Máster en Periodismo y escritora, Lola ha sido redactora y editora en medios como El País y Vogue, y en Chile es conocida por ser autora de las novelas Reír como ellos, Reglas de caballería, Al sur de la Alameda, una novela ilustrada por la que ha recibido varios reconocimientos, y Sprinters: los niños de Colonia Dignidad. En la siguiente entrevista, la escritora habla de sus procesos creativos, evalúa cómo se está enfrentando la pandemia, y se refiere a la escena editorial independiente, de la que es parte con Ekaré Sur, editorial dedicada a producir libros para niños, niñas y adolescentes.

Por Jennifer Abate

—¿Cómo has vivido estos meses de pandemia en Chile en términos personales y profesionales? 

Estoy en mi casa desde el 15 de marzo, aproximadamente, con mi hijo, y bueno, todos estamos viviendo una época excepcional, un tiempo irrepetible, que es terrible y maravilloso a la vez, terrible por todo lo que está ocurriendo a nivel sanitario, a nivel humano, a nivel de la precariedad que está viviendo mucha gente, y también maravilloso porque es una oportunidad única para muchas cosas, no sólo para que el planeta se regenere. Es un tiempo muy raro y yo espero que salgamos habiendo tenido el tiempo para reflexionar y plantearnos cambiar de alguna manera, tanto a nivel personal como más general. Mucha gente dice que sería demasiado bello que cambiara todo; demasiado optimista. Creo que va a venir una tremenda recesión que se va a sentir mucho en el mundo de las editoriales, así que vamos a ver qué pasa.

La escritora, autora de Al sur de la Alameda y editora de Ekaré Sur, Lola Larra. Crédito de foto: Lisbeth Salas

—A propósito de editoriales y de estos tiempos de cuarentena, en Ekaré Sur liberaron tu libro Al sur de la Alameda, con el que ganaste muchos premios, como el premio a la edición de la Cámara Chilena del Libro 2014, el de mejor novela juvenil de 2014 de Babelia, el Marta Brunet a literatura infantil y juvenil 2015 y en 2019, el premio Andersen. En ese libro abordas la realidad de las tomas de los colegios a comienzos de la Revolución Pingüina, que fue la revuelta estudiantil de 2006 en Chile. ¿Cómo llegaste al formato de novela gráfica?

Ese libro se publicó a fines de 2014, pero ha tenido larga vida y ojalá siga viviendo, es muy difícil en estos tiempos en que las novedades duran tres meses y después se olvidan, porque se publica mucho. Vicente (Reinamontes) y yo hemos tenido la grandísima suerte de que ese libro vuelve una y otra vez, ahora está a punto de llegar la quinta edición a Chile. Ya en 2014 se veía un interés en el mundo editorial por la novela gráfica y la ilustración, había surgido galería PLOP!, había un boom de ilustradores muy importante en Chile que estaban sonando y resonando fuera. Cuando yo empecé a escribir, en 2008, no lo pensé como una novela ilustrada. Al releerlo y dejarlo reposar, me di cuenta de que le faltaba una segunda voz, una segunda historia, y por casualidad estaba leyendo los libros de Brian Selznick, autor de La invención de Hugo Cabret, y me maravilló esa fluidez que había entre texto e imagen, imágenes que contaban otras cosas que no estaban en el texto, y entonces se me ocurrió hacer una segunda historia que le diera contrapeso a la primera, que es el diario del chico adolescente que está en toma, Nicolás. Y en Ekaré Sur lo hicieron. Ellos dieron con Vicente Reinamontes, que era muy jovencito, tenía como 21 años cuando empezamos a trabajar, acababa de terminar de estudiar Diseño y no había hecho ningún libro antes, pero era ilustrador de revistas, hacía afiches. Era perfecto, porque él también había sido parte de la Revolución Pingüina, o sea, lo había vivido de cerca. Fue un camino nuevo y me encantó, ojalá se repita.

¿Por qué decidieron liberar este libro en medio de la pandemia?

Fue una decisión muy rápida. Estábamos teletrabajando y llevábamos una semana confinados, y en la reunión de pauta dijimos “hay que hacer algo”. Había varios libros agotados, como Al sur de la Alameda, porque no nos habían llegado las reimpresiones, nos pasó lo mismo con otros libros que forman parte de textos complementarios de las escuelas y nos escribía gente que tenía que comprarlos. Entonces decidimos liberarlos. No podemos dejar que la gente no los lea cuando los tiene que leer, y liberarlos fue una decisión que tomamos con todo el equipo de manera unánime. Por los derechos de autor, consultamos con todos los autores y estuvieron de acuerdo. Me han dado mucha esperanza todas las iniciativas en torno a la cultura de liberar contenidos porque es un tiempo excepcional. Obviamente, defiendo los derechos de autor y el concepto de que el libro tiene que venderse, que cuesta, pero en momentos excepcionales hay que hacer cambios excepcionales, y los libros seguirán liberados hasta que termine esta situación excepcional. 

¿Cómo nace la idea de generar un proyecto editorial dedicado a niños, niñas y adolescentes?

Ekaré surge en Venezuela en el año 1978 y lo fundó Verónica Uribe, mi madre, editora. Surgió al alero del Banco del Libro, una institución que todavía existe a duras penas con la situación en Venezuela, una instancia de promoción de la lectura que tenía bibliotecas en barrios muy vulnerables de Caracas. Verónica Uribe y Carmen Diana Dearden trabajaban ahí, en el Banco del Libro, y se dieron cuenta de que apenas había libros para niños latinoamericanos, había algo de producción de Argentina y de México, pero todo llegaba de fuera, no había historias que contaran la vida de los niños latinoamericanos, que es muy distinta a la vida de niños anglosajones, europeos, etc., quienes se enfrentan a realidades distintas, viven de distinta manera, tienen niveles de lectura distintos. Decidieron fundar Ekaré para hacer libros latinoamericanos. De hecho, empezaron con leyendas indígenas, pero con calidad, belleza y cuidado editorial en el diseño e ilustración. Así surgió Ekaré y poco a poco, a lo largo de todos estos años, se ha hecho un nombre y es una editorial muy prestigiosa. Cuando Verónica volvió a Chile, distribuía los libros de Ekaré y seguía su trabajo editorial. Cuando yo vine, fundamos Ekaré Sur. No es una filial, son empresas distintas, editoriales separadas, pero hermanas, porque trabajamos codo a codo en la parte editorial y porque ellos nos distribuyen afuera y nosotros acá. Entonces es una mezcla de minitransnacional, microtransnacional.

¿Cuáles son los principales desafíos de sostener una editorial destinada a este público?

A los editores de literatura para adultos no les gusta que diga esto, pero me parece mucho más divertido ser editora de libros para niños, porque los proyectos siempre están a medias. Si a ti te llega un manuscrito, una novela, obviamente lo editas, haces un trabajo de edición importante, conversas con el autor, cómo lo vas a promocionar, pero el libro está ahí, casi listo, lo amononas un poco, piensas en la portada. En cambio, en el caso de los libros para niños, es un medio libro el que te llega. Editorialmente, es un trabajo mucho más creativo, en el que se involucra mucha más gente, un trabajo colectivo en el que hay un autor, editor, diseñador gráfico, en el que hay un trabajo de producción editorial que tiene que ver con las texturas del libro, el formato, que no es el formato típico; en los libros para adultos los formatos son todos iguales y no tienes que pensar en eso cuando te llega un manuscrito. En cambio, a nosotros nos llega un manuscrito y tenemos que pensar el formato del libro, porque tampoco va en una colección, cada libro es de su padre y su madre, es distinto. Entonces hay un trabajo creativo de mucho tiempo, que es muy interesante, desafiante, a diferencia del trabajo editorial más tradicional.

Una página de Al sur de la Alameda con las ilustraciones de Vicente Reinamontes.

—Una de las conclusiones de la Feria de Bolonia, a la que asististe el año pasado, fue que la literatura infantil y juvenil chilena está bien posicionada. ¿Qué procesos crees tú que han permitido que hoy nos destaquemos en este tipo de oferta literaria?

Sí, estamos en ese panorama. Creo que es interesante lo que ha pasado en los últimos diez años en el contexto chileno. La industria editorial chilena de libros para niños era inexistente hasta hace poco más de diez años, estaba Ekaré Sur, estaba Amanuta, Pehuén, que hacía algunas cosas, y de pronto empieza a haber un boom, que empezó con ilustradores muy interesantes que estaban trabajando incluso para editoriales de fuera. Empezaron a surgir editoriales pequeñitas muy buenas y yo admiro a varias, es un panorama editorial rico, interesante, y todos hemos conseguido nuestra propia personalidad. No nos pisamos, no nos repetimos, estamos buscando, es un panorama que está cada vez más competitivo y vamos a ver qué pasa después del Coronavirus, porque vamos a salir golpeados, seguramente. En la Feria de Bolonia, pasamos de no tener ningún stand de Chile, de estar en un stand multipaís, a tener un stand. Todo el trabajo que ha hecho el Consejo de la Cultura, Pro Chile, no sólo para tener un buen stand que exhiba bien los libros, sino que para llevar a una delegación grande, es rarísimo. Todos los editores de otros países dicen “pero ¿cuántos representantes de Chile hay?”. Como 20, 26, entre agentes, ilustradores, y eso no es común, no es común que un gobierno invierta en llevar a tantos a una feria. A mí me parece bien, porque ha puesto a las editoriales, autores, ilustradores chilenos, en el panorama mundial y ha permitido que se hagan traducciones de libros que jamás habrían salido de Chile. También me parece que ha sido un salto importante para la profesionalización de los editores pequeños que empezaron a surgir hace diez años y han visto cómo se mueve la industria editorial del libro infantil, que es muy grande y muy interesante. Han podido tener contacto directo con eso y son mucho más profesionales que hace diez años, ya saben cómo vender afuera. En la Feria de Bolonia te reúnes con editoriales de países inesperados. Irán, por ejemplo, tiene unas producciones maravillosas. Bueno, este año no hubo Feria de Bolonia, sino que una telemática, entonces nadie sabe qué va a pasar el 2021.

El panorama ha sido complejo desde el estallido social y ahora se suma la pandemia. ¿Cómo es tener una editorial independiente en estas circunstancias?

Muy difícil, primero por la incertidumbre en la que siempre hemos vivido los editores pequeños y medianos. En Ekaré somos siete personas, entonces tenemos que pensar en cómo nuestra pequeña plantilla va a sobrevivir; estamos vendiendo el 7% de lo que vendíamos antes. Afortunadamente, nosotros tenemos una web y las ventas web han subido mucho, pero también la distribución nos plantea un montón de desafíos que hasta hace tres meses no teníamos, ni siquiera con el estallido, que fue una revisión para las conciencias y para las formas de trabajar. Es como volver a lo más pequeñito. ¿Cómo lo hacemos? Afortunadamente, la web es buena para vender y la cambiamos hace poco, hay editoriales que no tienen web para vender online.

Además, queríamos que la web tuviera mucho contenido, entonces hay entrevistas a los autores, hay artículos de fondo interesantes, sobre ferias, sobre el libro álbum, hay reflexiones de especialistas, reseñas. Siempre quisimos que no fuera sólo una tienda, sino que fuera un espacio de reflexión, de propuestas de actividades para hacer con los libros al momento de la lectura. En cuanto al tema de las ferias, es tremendo, porque la Primavera del Libro y La Furia del Libro eran muy importantes para los editores medianos y pequeños, y esas no se van a dar. Sí creo que la manera de escribir no va a cambiar con la pandemia, o sea, vamos a seguir leyendo y escribiendo igual, a diferencia de otras áreas culturales que están afectadas, como el teatro, el cine; cómo se hace un rodaje de una película, de una serie. Esos sectores culturales sí que van a tener un remezón tremendo, como el que nosotros tuvimos cuando salieron los libros electrónicos y cuando rasgamos vestiduras. Ese remezón estructural de cómo se escribe, cómo se lee, cómo se publica, cómo se edita, ya lo tuvimos, entonces estamos más pertrechados en la industria editorial para enfrentar esto, tenemos ventas online, tenemos ebook, audiolibros.

De acuerdo a los números y encuestas, en Chile se lee poco y se entiende poco lo que se lee. Es una realidad que se opone de alguna manera a la pujante escena editorial independiente de la que hablamos. ¿Cuál es tu mirada sobre esa contradicción como escritora y editora?

Yo siempre soy optimista. Esas cifras terribles, es verdad, son así, son irrefutables, pero creo que vivimos en un país con muchas ventajas. Hay países que no tienen bibliotecas públicas, como Perú, que tiene una que donó Vargas Llosa y otras que viven a punta de donaciones. Tener una biblioteca pública puede ser excepcional y ayuda. En España no hay dotación de grandes compras públicas como se hace aquí, que cada año se abren licitaciones de compras del Mineduc, lo que era la Dibam antes, desde el comienzo de la democracia en Chile se empezó a gestar una red importante de bibliotecas y la idea de que el libro es importante.

Al sur de la Alameda, de 2014, ya va por su quinta edición en 2019 ganó el Premio Andersen que se entrega en Italia

Soy optimista porque creo que se ha invertido mucho en que tengamos una buena red de bibliotecas. Hay fundaciones que tienen bibliotecas públicas que son maravillosas. La Fundación La Fuente, por ejemplo, las Bibliotecas Vivas, son un panorama interesante del que tenemos que sentirnos agradecidos. Eso no quita que esté en desacuerdo con cómo se compra, qué se compra, cómo se lleva a los colegios, con que se compren libros muy apegados al currículum. Pero vivimos en un país que tiene un sistema de bibliotecas públicas y escolares que es envidiable y que se está dotando cada año y actualizando. Como editoriales pequeñas, tenemos que sentirnos muy responsables. Siempre digo que hay una responsabilidad del editor de libros para niños, mucho más que del editor de libros para adultos. Los libros para adultos nadie los lee obligado, cada quien los compra si lo quiere; pero puede que por un azar maligno un libro malo llegue a los niños y sea una lectura obligatoria. Como editorial de libros para niños, no puedes hacer libros malos. Si eres editor de libros para niños, haz tu trabajo lo mejor posible, no puedes editar una tontería, un libro mal hecho, con errores ortográficos, no puedes. 

Todo eso no quita que yo esté muy preocupada. Soy optimista, trato de ver la taza medio llena, pero eso no quita que estemos ante una situación que puede ser catastrófica, porque en este ecosistema del libro, siempre son las librerías y editoriales pequeñas e independientes las que se van a fracturar. Eso hay que apoyarlo y tiene que haber medidas urgentes en esto. El Estado se ha tardado demasiado en reaccionar, debe haber medidas urgentes para que las editoriales y librerías pequeñas e independientes no quiebren después de la cuarentena.

Lola, tú naciste en Chile, pero has vivido muchos años en Venezuela y otros tantos en España. Como habitante de otras latitudes, ¿cuál es tu interpretación de lo que ha pasado en nuestro país en los últimos meses desde el estallido social que comenzó el 18 de octubre?

Me siento una privilegiada de haber vivido estos años en Chile, porque creo que lo que ocurrió en octubre pasado venía desde el 2006, el primer ejemplo lo dieron los pingüinos el 2006. No sé si los estudiantes que saltaron el torniquete en octubre pasado sabían o no que eso venía de antes, pero hay una corriente de espíritu y de disconformidad de los estudiantes chilenos que a mí me maravilló y de la que agradezco haber sido testigo. Me parece un momento interesantísimo y pasó con las protestas feministas de 2018, o sea, estamos en una efervescencia que hay que aprovechar y, claro, fue un parón esto del Coronavirus, ha sido como un coitus interruptus terrible, no sé cómo se va a retomar. Toda esta discusión que teníamos, esa maravilla que hubo, lo que nos enseñaron finalmente los estudiantes del 2006 y los que saltaron el torniquete, es que hay una cosa que se llama bien común y que nos habían dicho que no servía para nada y que efectivamente sirve y tenemos que protegerlo. Nuestro deber como ciudadanos es exigirle al gobierno que proteja el bien común y en tiempo de Coronavirus, eso se nota más. Fue un momento tan bonito la revuelta, el estallido social, que nos llevó a volver al ágora, yo me maravillaba de estar en las plazas discutiendo con vecinos a los que nunca había saludado, discutiendo cosas importantes de por qué hay que cambiar la Constitución, de qué te gustaría que estuviese en la nueva Constitución, hizo que volviéramos todos a ser estudiantes. Espero que se retome cuando volvamos a estar a las puertas del plebiscito.

Extracto de la entrevista realizada el 29 de mayo de 2020 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.