El nuevo pueblo unido de Eduardo Carrasco

“Desconcertado” se describe el fundador y director musical de Quilapayún frente al impacto que ha tenido la pandemia del Covid-19 en Chile y el mundo. Pero incluso así se las ha arreglado para componer y lanzar, telemáticamente, nuevas canciones en los últimos meses. A sus ochenta años, el profesor titular de la Universidad de Chile sigue vigente y crítico del rumbo de la sociedad chilena, pero esta vez con la esperanza de vivir en un Chile que, dice, se parece mucho más al que sentía suyo a comienzos de la década del setenta. Un Chile, plantea, que ojalá entienda que el derecho a la cultura debe estar presente en cualquier debate sobre el futuro.

Por Jennifer Abate C.

Como muchos, Eduardo Carrasco no se ha desprendido de su teléfono durante los meses de confinamiento. Como pocos, ha estado creando. Primero fue el tema Corona Blues, compuesto con Fernando Julio e interpretado con integrantes de Quilapayún, Inti Illimani Histórico y ex Los Bunkers.Luego fue Uno más, que lo unió a Ismael Oddó, Colombina Parra y su hija Manuela Carrasco, y lanzó a comienzos de julio, justo cuando cumplía ochenta años.

Analizando el escenario desde su casa, Carrasco se declara optimista y feliz con el momento que vive Chile tras el estallido social de 2019 y a días de un plebiscito constitucional, pero como un oráculo inquietante, recuerda en esta entrevista la advertencia de los versos finales de la Cantata de Santa María de Iquique, compuesta por Luis Advis en 1969 e interpretada por Quilapayún en 1970: “un montón de cosas que uno da por terminadas vuelven a aparecer, yo por eso no descarto un golpe militar, no descarto ninguna cosa así, porque no hay ningún hecho que me diga que los militares chilenos ya no son pinochetistas, eso no lo he visto lamentablemente en las noticias ni en ninguna parte, más bien lo que veo y sospecho es que pueden perfectamente hacerlo”.

“El neoliberalismo ha separado la libertad de la democracia para convertirla en antidemocrática”, dice Wendy Brown.

Acaba de cumplir ochenta años en que ha sido protagonista de la historia política chilena. ¿Cuál es su lectura de Chile al llegar a las ocho décadas?

Cuando volví del exilio, el año 88, en la época del plebiscito, me acuerdo de la campaña del No, cantando en lugares populares, Valparaíso, calles llenas de gente. Eso era una especie de continuidad de lo que yo había dejado el año 73. Intenté insertarme en el Chile de Pinochet, pero me encontré con un país que para mí empezó a transformarse en una cosa muy antipática porque veía transformaciones muy negativas, mucho individualismo, “arréglatelas como puedas”, una sociedad sin ninguna solidaridad, donde cada cual tenía que arreglárselas en todo sentido; la salud, la educación, todo privatizado. Y yo venía de Francia, un país muy solidario; en Francia no se pagaba ni siquiera por los remedios, la mejor educación en Francia es la pública, las universidades son prácticamente gratuitas. ¿Cómo era posible que la gente no se rebelara? Deberían estar todos en la calle. Durante muchos años tuve esa sensación de que los chilenos eran poco inclinados a la rebelión, que se acomodaban a una situación que no les era muy grata.

Y de repente vino este estallido social que, en un día, en un par de días, cambió 100% la dirección del asunto y, bueno, me mostró que ese país que yo había dejado el 73, que estaba oculto detrás de esta otra cosa, de repente salió a la luz, y para mí fue una sorpresa, ay, me encantó todo eso, con mucha poesía en las murallas. Fue fantástico, yo me sentí feliz, volví a sentirme en mi país.

Uno de los temas que ha cruzado el debate sobre el plebiscito constitucional es el posicionamiento de la cultura como un derecho social en la potencial nueva Constitución. ¿Cuál es su reflexión sobre este tema?

No sé si llamarlo derecho social es correcto, yo lo llamaría derecho, derecho que todo ser humano tiene debido a la importancia que la cultura tiene en la vida de las personas. Durante el estallido social, de pronto se agitó la creatividad y empezaron a aparecer cosas que podríamos decir que hoy son como el rostro más hermoso de ese momento. Las pinturas callejeras, las palabras en los muros, las canciones, poemas que surgieron. O sea, surgió la cultura de ese momento, que no se mide en forma directa, sino que es un poder profundo como las aguas profundas, las corrientes profundas del mar, que de repente aparecen y que finalmente son lo más visible que dejan los hombres en su paso por el mundo, lo mas perenne, lo que mejor muestra de qué se trata esta vida, este paso por la tierra. Si tú quieres saber qué pasaba en Grecia varios siglos antes de Cristo, lo único que tienes en tus manos es la cultura, son los escritos, los testimonios que dejaron los que se dieron el trabajo de escribir los discursos, las tragedias.

Usted habla de la expresión popular manifestada en el arte, pero ¿qué pasa con el acceso? No es lo mismo asegurar, que es lo que hace el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, que todas las personas tienen derecho a participar de la cultura de su país que tener acceso a ella en condiciones más o menos equivalentes.

Cuando hablamos de derecho, fundamentalmente hablamos de dos cosas. Una, que tiene que ver con la libertad, con una situación en la cual sea posible la creación, con la libertad de expresión, de prensa, que no haya censura, que dejen a la gente tranquila para hacer lo que le dicta su imaginación, pero lo otro tiene que ver justamente con lo que tú dices, que es el acceso a la cultura, y eso es un derecho y tiene que estar garantizado en la Constitución. ¿Por qué? Porque la cultura es generadora de universalidad, o sea, es a través de la cultura que nosotros llegamos a reconocernos como seres humanos pensantes, iguales. Hay una palabra romana y latina, que es idiota. Los idiotas son los que quedan lejos de los demás, los que están metidos en sí mismos, ensimismados, entonces no pueden participar del juego y la vida social. Para que no seamos un país de idiotas, tenemos que desarrollar la cultura y tenemos que darle el acceso a ella a todos los ciudadanos, eso es obvio.

—¿De qué otras maneras la cultura fortalece a una sociedad?

La cultura también desarrolla una cosa muy importante, que es la experiencia de que las cosas pueden ser de otra manera. La creatividad demuestra que eso que tú pensabas que era así, como lo ves ahora, puede ser de otra manera. Las cosas pueden cambiar, se pueden modificar, pueden aparecer otras nuevas. Entonces, esa experiencia que da la creatividad es fundamental para que la cosa se mueva, para que no le tengamos miedo al futuro, para que seamos capaces de buscar lo que más nos acomoda, lo que más nos gusta, lo que encontramos más bello, lo mejor. Si no, estamos recluidos en el presente y transformamos ese presente en una especie de cárcel en la que estamos engrillados. La cultura es creadora de universalidad y, además, educadora en la movilidad, es revolucionaria en ese sentido, por eso le tienen tanto miedo las gentes que son conservadoras, porque creen que la palabra está dicha, que hay que contentarse con lo que hay, que no hay nuevas palabras, nuevos artes, nuevas posibilidades. Abrir la cabeza a esas cosas nuevas es fundamental en la vida humana.

—Durante el estallido social nos reconectamos con nuestro pasado cantando las mismas canciones de la década del setenta u ochenta que, sin embargo, nos interpelaban y adquirían sentido en el presente. ¿Cree que de alguna manera la música había anticipado el malestar que se venía incubando?

Claro, es que era una cosa obvia. Yo tengo varias canciones que hablan de eso antes del estallido social, por ejemplo, tengo una que se llama Deca-densa (en el disco Carrasco 2), que anuncia exactamente lo que va a pasar y que termina con esa frase: “ahora viene la violencia”. Además, creo que hay situaciones humanas que se repiten y que las canciones más profundas toman en sus palabras. Por ejemplo, muchas canciones de Violeta Parra que están hechas en situaciones contingentes, como La carta, finalmente traspasan ese momento en que fueron escritas porque se dirigen a todas las cosas que se van a ir produciendo mucho después, y eso hace a esas canciones eternas, porque hablan de situaciones que se repiten en la historia y que nunca se pueden dar por terminadas. Por ejemplo, nosotros hemos vivido de manera dramática eso, porque en las últimas palabras de la Cantata de Santa María de Iquique se dice que esa tragedia puede pasar en el futuro (“Quizás mañana o pasado/ o bien, en un tiempo más/ la historia que han escuchado/ de nuevo sucederá/ Es Chile un país tan largo/ mil cosas pueden pasar/ si es que no nos preparamos/ resueltos para luchar”). Imagínate, la cantamos por primera vez en el año setenta, en medio del jolgorio por el triunfo de Allende, estábamos celebrando y cantando, y de repente vino el golpe militar y volvieron a ocurrir hechos que, en cierto modo, la cantata había anunciado, pero estábamos lejos de pensar que podían volver a ocurrir.

Si la música habla de la realidad histórica de un momento, ¿qué expresa la música chilena hoy?

Bueno, decir música chilena es como decir continente, hay muchas cosas, muchas cosas diferentes ahí, por ejemplo, un resurgimiento de la mujer, es fantástica la proliferación de la mujer que canta, que canta cosas profundas en la música popular, folklórica, después hay también voces populares que no son escuchadas en las radios, voces que están ocultas y que sin embargo son extraordinariamente novedosas porque responden a una poesía muy delicada y a un sentimiento muy profundo, que es todo lo que está pasando con el trap, que es una música que podríamos decir que es hasta poblacional y, sin embargo, es una expresión bellísima. Nosotros acabamos de hacer una canción con Pablo Chill-E, uno de los grandes exponentes de esta música, estamos esperando hacer el clip para difundirla, es una cosa extraordinaria.

A propósito de la presencia de mujeres, Isabel Parra dijo en una entrevista, hace dos años, que el movimiento de la nueva canción chilena era machista. Luego, Patricio Manns respondió y dijo que Isabel Parra había hecho un aporte menor e incluso puso en entredicho la relevancia de Violeta Parra. ¿Cómo se enfrenta usted hoy a la revisión histórica de lo que era propio de otras épocas?

Yo creo que las cosas son como son, nadie es responsable de que de repente haya habido más grupos femeninos o más grupos masculinos que femeninos, o sea, si yo veo hacia atrás, la cultura se da de una manera espontánea, nadie organiza el hecho de que haya más pintores hombres que pintoras mujeres en la historia de la pintura chilena, no creo que haya habido una mala intención o especial promoción de los hombres frente a las mujeres en los organismos culturales, no es así la cosa. La situación de postergación de las mujeres tiene causas múltiples, probablemente tenga también responsables, instituciones que nunca han considerado a la mujer en un papel relevante, como la Iglesia católica, puede que haya algunas personas a las que podamos llamar la atención o culpabilizar por situaciones como esas, pero, en general, ese tipo de fenómenos se dan porque la sociedad está construida de un modo tal que le resta presencia a ciertos sectores, no sólo a las mujeres, también a los indígenas, no reconoce a los homosexuales. En fin, ha habido muchos sectores postergados y estamos viviendo una época en que todas esas personas que han sido postergadas por siglos comienzan a ver restituidos sus derechos y todos nosotros nos regocijamos de que ocurran las cosas de ese modo, y vamos a hacer todo lo posible porque esa corriente liberadora e igualitaria se establezca, se fortalezca.

¿Cuál es su reflexión general sobre el revisionismo de autores que, por su comportamiento o sus ideas, hoy son “cancelados” por parte de las nuevas generaciones? Pasa en Chile con Pablo Neruda y con otros autores en otras partes del mundo.

Eso responde a una falta de criterio histórico de ver las cosas, o sea, tú no puedes juzgar la historia pasada con los criterios y los valores de la historia actual, eso es lo que llamo una idea como de Los Picapiedra de la historia: es pensar que todas las épocas son iguales y que lo único que cambia es que en una el televisor es de piedra y en otra es de plástico. Es ridículo, cambia todo. Tú tienes que tener la imaginación suficiente como para trasladarte a esa época del pasado y aprender a ver con esos ojos de la época, y si tú quieres juzgar lo correcto, es con los criterios que se ha dado esa época. Hay que salir de esta historia de Los Picapiedra y ponerse en una historia más profunda. Hay muchas cosas, valoraciones que tú hacías en el pasado, que hoy no existen, están descartadas.