Escenas de racismo cotidiano

“Queridos compatriotas, sabemos que estamos viviendo momentos difíciles, todos pueden verlo en las noticias y en las redes sociales, pero les quiero informar que vienen momentos peores, pero sé que somos un pueblo resiliente y vamos a poder sobrevivir”. Así comenzaba su saludo el profesor de lenguaje y migrante haitiano, Yvenet Dorsainvil, cuando presentaba en la Casa Central de la Universidad de Chile el primer diccionario kreyol-español de su autoría, en un salón repleto de haitianos.

Era inicios de julio de este año, y esa tarde de fiesta para cientos de migrantes de todas las edades que se congregaban para celebrar este gesto que facilitaba el encuentro entre dos pueblos, dos culturas, dos idiomas, era empañado por el anuncio de la nueva exigencia de solicitud de visa para los migrantes haitianos.

Un anuncio efectuado pese a las demandas de distintos sectores de una nueva ley migratoria con enfoque de derechos y no de seguridad nacional como opera actualmente. Una ley que data de 1975 y que concibe al migrante más como un enemigo interno que como un ser humano digno de acoger.

Algo del espíritu de esa ley promulgada en plena dictadura debe haber sentido en carne propia la joven Joane Florvil cuando intentó explicar a los guardias y luego a carabineros que ella no había abandonado a su bebé. Pero no sólo la barrera idiomática sino el racismo y la discriminación que se extienden como una lacra en todos los ámbitos de la sociedad chilena completaron lo que se transformaría en un episodio cruel que retrata a un país entero.

La mujer de 28 años había sufrido el robo de su cartera mientras estaba en la Oficina de Protección de Derechos de la Municipalidad de Lo Prado. Para salir tras los pasos del ladrón, dejó a su pequeña hija en coche al cuidado de un guardia. Cuando regresó, alguien del municipio había llamado a carabineros acusándola de abandonar a la niña. Joane no logró hacerse entender, no pudo explicar tampoco que su marido estaba realizando un trámite en una oficina de empleos, y terminó detenida en una comisaría, con su hija entregada en custodia al Sename, y luego internada en la Posta Central por golpes que se habría provocado por la desesperación, para después ser trasladada a otro centro hospitalario donde finalmente murió.

La prensa en esos días también aportó a esta cadena de equívocos alentada por la irresponsabilidad de quienes tienen el deber de confirmar los hechos y no plegarse a las lógicas discriminatorias. En titulares como “Detienen a mujer que dejó abandonado a hijo de dos meses”, publicado por La Tercera el 31 de julio, o “Mujer que abandonó a bebé se dio cabezazos en celda y está en la Posta”, del diario La Cuarta, se escurre no sólo el rol de los medios en la construcción de una sociedad más decente como la dimensión ética y profesional de cada uno de ellos.

En un país donde el origen indígena es negado o bien criminalizado, y en el que algunos de sus políticos en plena campaña electoral vinculan migración con delincuencia, o bien llaman a “seleccionar” migrantes, hechos como los ocurridos a Joane no son casuales.

Hace poco nos enteramos que un taxista que circulaba en la comuna de Renca decidió expulsar de su vehículo a una pareja de colombianos que se dirigía a un centro asistencial cuando la mujer estaba a punto de dar a luz. En plena vía pública, Lina García, de 21 años, tuvo a su hijo y en estado de shock vio cómo se le moría en la calle.

Estos hechos nos exigen repensar el país que hemos construido en relación a la educación en Derechos Humanos, a la formación de una ciudadanía respetuosa del otro distinto, y a la dimensión que tienen en el debate público aquellos discursos discriminatorios y racistas que han calado de manera alarmante en diferentes estratos de nuestra sociedad.

Porque si bien se trata de alcanzar una política migratoria democrática, dentro de los marcos y compromisos que el país posee en materia de DDHH, también debemos hacernos cargo desde la política, los medios, los colegios y universidades de esa pulsión discriminadora y racista que cada tanto afloran con la naturalidad de quienes se sienten superiores. La pregunta sobre el tipo de sociedad que estamos construyendo está más vigente que nunca y no responderla hoy puede llegar a ser un acto criminal.

Diálogo con María Emilia Tijoux: La crueldad del racismo como marca de la historia

De sus motivaciones para estudiar las migraciones, las huellas que dejaron en su aproximación la infancia y el exilio, y la gravedad de los discursos xenófobos en boga conversamos con María Emilia Tijoux. Para comprender el rechazo al extranjero en Chile, sostiene, debemos situarlo a la luz del racismo heredado y aún practicado contra los indígenas. Y para combatirlo, añade, son necesarias las armas de todas las disciplinas. La Universidad, coinciden entrevistada y entrevistadora, ambas académicas de la Universidad de Chile, no puede ser espectadora.

Por Ximena Póo / Fotografías Alejandra Fuenzalida

Diciembre en Santiago de Chile, muy cerca de La Moneda, donde se discute el devenir de la República. Ahí, en los extramuros del bullicio, decidimos conversar con María Emilia Tijoux, Doctora en Sociología de la Universidad de París 8 y con una trayectoria que inspira estudios sobre migraciones, cuerpo, racismo, vidas cotidianas y la condición humana. Hace una década leí por primera vez sus textos y desde la comunicación y las humanidades comencé a investigar, mapeando calles para comprender cómo la inmigración intrarregional es para Chile una oportunidad de dar vuelta la cámara y reconocernos en este espacio del mundo. En mi calidad de Doctora en Estudios Latinoamericanos comencé mi búsqueda. Sin embargo, para ambas la búsqueda se inició mucho antes, desde la crueldad del exilio para ella y desde el desasosiego de la migración para mí. Ella en París y yo en Madrid, donde conviven los primeros y cuartos mundos contenidos en metrópolis. Y se inició aquí, en un Chile que aún se resiste a sus derivas latinoamericanas, persiguiendo la blancura de lo imposible. Ambas comprometidas con la diversidad, la interculturalidad, los derechos humanos y la necesidad de que la migración no sea secuestrada por el discurso fascista. La historia ya nos ha enseñado que, como reguero de pólvora, ese discurso sólo termina en odio, violencia y exterminio.

Hoy estamos expectantes. Mientras Trump anuncia muros, aquí se promete una nueva ley migratoria –que debía estar redactada en agosto de 2015 para terminar con la decretada por la dictadura en 1975– y Europa es recorrida por una ola xenófoba que no sabe qué hacer con un mar Mediterráneo mecido por la muerte y con caminos alambrados por donde miles de refugiados intentan avanzar bajo la no-promesa de un futuro.

Cuando era niña, María Emilia Tijoux creció en un barrio obrero de Santiago. Desde ahí que no ha dejado de mirarse en otros, como lo hace hoy en los ojos de una de sus grandes amigas, inmigrante, con trabajos esporádicos, intelectual y fuerte. En su infancia, María Emilia, cuenta, “escondía los zapatos para andar a pie pela’o, igual que mis amigos del barrio; siempre trato de pensar en esa costra en los pies, ésa que se forma por el contacto directo, repetido, cotidiano y directo con la vida. Pienso también en el gueto de Varsovia, donde resistieron armados. Quienes lograban salir, escabullirse, eran los niños. Era ese sufrimiento social el que les había permitido inventar y resistir”. En los barrios obreros aprendió a escabullirse y a trajinar. Y eso jamás se le ha olvidado, menos hoy, cuando investigando sobre racismo en Chile –desde hace más de una década- no pierde un día sin estar en terreno, movilizando a estudiantes de doctorado, magíster y pregrado, educando contra el racismo.

El camino ha sido largo. En Francia, desde su exilio en 1975, comenzó a trabajar en la calle “porque estaba como educadora en barrios denominados de inmigrantes, donde los chicos que vivían allí, malamente denominados de segunda o tercera generación de inmigrantes, eran colocados en un lugar aparte, negado”. Siendo chilena, se insertó rápidamente. “Llegué en condición de refugiado político, pero siempre fue una voluntad nuestra no colocarnos en ese lugar y vincularnos a la sociedad francesa, y así fue que participamos en movimientos por la lucha del pueblo marroquí, por Nicaragua, en la lucha por distintos pueblos. Además comenzamos a trabajar como los inmigrantes cuando llegan, planchando ropa, haciendo aseo, lavando copas, cantando en bares, dando clases particulares de español, siendo secretaria de un grupo de dentistas y médicos”, me dice y yo le cuento que mientras cursaba un magíster en la Universidad Complutense y cubría el “caso Pinochet”, en la noche salíamos a pegar publicidad de una cerrajería de urgencia por cada calle madrileña. Sólo un ejemplo de los trabajos –y de los buenos; tuvimos suerte- que más de un millón de chilenos que han emigrado hoy, seguro, realizan repartidos por el mundo. María Emilia “había estudiado Filosofía y eso allá valía nada. Yo no tenía una conciencia de lo que estaba pasando, salvo que tenía que trabajar rápidamente. Me fui especializando como educadora y luego estudié Sociología. La vida se regularizó medianamente en Francia. Nunca fue un lugar sentido como de castigo. Naturalicé que hacer aseo y ese tipo de cosas, como la mayoría de los inmigrantes aquí, era un trabajo para mí. La mejor enseñanza de mi padre fue que una tiene que hacer de todo en la vida. Y lo que una hace había que hacerlo bien. Yo vengo de la clase obrera y no podría haber sido de otro modo”.

Al regreso a Chile, en los ‘90, le llama la atención que los inmigrantes peruanos en Santiago pasaran largas horas “a los pies de la Catedral, como buscando una suerte de protección de la Iglesia; principalmente mujeres, en situación bastante pobre, que vendían en la calle”. Ahí fue ella. A observar en la plaza y llevar una bolsa plástica grande, como lo hacían sus compañeras de escaños. “Ahí me di cuenta de que algunas eran profesionales y que la mayoría había venido debido a la crisis política en Perú. Ya habían llegado los argentinos por la crisis económica, pero ellos se insertaban rápido de uno u otro modo, sobre todo en el sector de ventas”, cuenta María Emilia.

Comenzó, desde allí, a trabajar en migraciones, investigando las transformaciones sociales, políticas y culturales de familias de inmigrantes. Se interesa por el concepto de viaje, ese viaje no proyectado, la fisura que trasciende cada trayectoria de vida al momento de decidir migrar. Quien ha migrado, incluso si vuelve a su país de origen, nunca deja de ser migrante.

“Me importaba cómo esas vidas cotidianas se iban transformando al ser mal tratadas, ignoradas, insultadas. Y luego viene una investigación con niñas y niños en escuelas de Santiago, y es ahí cuando comienzo a hablar de racismo. Qué otra cosa era que le dijeran a los niños ‘come palomas’, ‘cholo feo’. Y había un enredo entre el origen indígena vinculado con la historia de la guerra”. Y así, continúa, “al buscar en los albores de la República te das cuenta de que hay una marca brutal, y no por la guerra misma, sino porque el origen indígena es un origen negado, maltratado. Y eso vale para el que viene de afuera así como para los que están dentro del país”. Se encontró con la marca de quien la impone para blanquear, higienizar, civilizar desde la fuerza y la negada humanidad.

Después de ese estudio, indagó –entre otras investigaciones relacionadas con campamentos, pobreza, cuerpo, género- en las trayectorias laborales exitosas de inmigrantes peruanos. “Las entrevistas eran a gerentes, dueños de grandes empresas, restaurantes; en un comienzo siempre decían que no habían tenido problemas en Chile, pero cuando uno insistía más en sus vidas cotidianas, lo que aparecía era el racismo. Algo detonaba el origen indígena, aunque no lo fueran”. Mientras buscaba estas respuestas, en el Instituto de la Comunicación e Imagen buscábamos cómo los medios se constituían en dispositivos que reproducían relatos discriminatorios que lograban constituirse en un discurso xenófobo, clasista, naturalizando el lugar común que construye a Otro desde el espacio de la criminalización o desde la victimización; desde un lugar inferior.

Ir más atrás para mirarnos

Para mirarnos hay que ir más atrás, desde una mirada interdisciplinaria que devuelva a la academia esa posición crítica que demanda la sociedad. “Somos colonizados y somos una mezcla de distintos lados, pero la más problemática de las mezclas es la anterior a la inmigración del siglo XIX, que tiene que ver con la obsesión por la blancura, los lazos con Europa. Nosotros ya estamos en un lugar negado desde antes y basta con viajar para que nos demos cuenta de que no somos los europeos que pensábamos ser, sino que somos chilenos y chilenas con origen indígena también”, dice María Emilia, mientras comentamos sobre las deportaciones en el aeropuerto, las tratas de personas en las fronteras del norte y de la zona austral. Pensamos en cómo Chile está al debe con los mismos tratados internacionales que ha firmado y que deberían resguardar a quienes migran al país.

“La llegada de inmigrantes afrodescendientes, especialmente de piel negra, nos instala en un espacio necesario para mirarnos en ellos. La diferencia es una producción política”, enfatiza, y por eso no hay que dejar de lado la noción de que “hay una historia construida en el racismo, anterior a lo que estamos viendo ahora. Está sostenida en una antropología racista del siglo XIX y en una filosofía que también lo plantea desde el dualismo cartesiano. Cuando los españoles llegan a estos territorios hablan de los indígenas como habitantes sin alma. La cuestión del alma la resolvían evangelizándolos. Es decir, si son dominados. Pero, ¿qué pasa con el que se rebela y no acepta entrar en este juego civilizatorio de dominación que se da con mucha brutalidad según los territorios y según el tipo de españoles que llegaron?”. Hoy estamos en un contexto globalizado de desplazamientos de personas debido a la pobreza, las persecuciones, las guerras. Estamos en un cambio de paradigma. Las personas nos desplazamos, insistimos, ya no de sur a norte, sino que en todas direcciones. En el norte se desplazan del este al oeste; desde el norte de África a Europa; hay desplazamientos de sur a sur. María Emilia no habla de flujos; yo tampoco.

Al deconstruir los conceptos que están detrás de la historia será posible destrabar lo que nos pasa hoy; la academia, piensa, debe “examinar los conceptos de base para desnaturalizar sentidos comunes que ya se han fijado, incluso, como científicos, validados y legitimados desde la instrumentalización de una razón que ha justificado incluso los genocidios”. Y esto tiene mucho que ver con cómo se legitima el castigo contra la gente y con cómo el concepto de “clase” no se puede separar del concepto de “raza” y tampoco del concepto de “nación”. “Desde ahí vienen todos los posicionamientos diferenciados para situarnos como personas. Y es ahí donde algunos quedan más abajo que otros; las naciones se quedan unas sobre otras”, reflexiona María Emilia antes de acotar que “el otro concepto asociado es “género” en esta trama de clase-‘raza’-nación. En todas las construcciones del racismo y el fascismo hay patriarcado. Si no vemos eso en conjunto no vamos a lograr destrabar la historia y seguirán matando mujeres, persiguiendo a inmigrantes y seguirá habiendo trata de personas”.

Investigar y acoger

Como académicos y académicas, sostiene y concuerdo, “no podemos dedicarnos sólo a hacer ensayos. Me parece que son interesantes, pero cuando se trata de problemas tan duros la investigación tiene mucho más sentido. Y ojalá fuera lo más rigurosa posible, sea ésta cualitativa o cuantitativa. Veo muy difícil poder construir un discurso potente, argumentado, seguro, si no se hace investigación y no se va a terreno. Si no se hace un trabajo empírico, ojalá interdisciplinario, porque los ojos que hay que ponerle al problema a veces quedan chicos. Para el caso del racismo y el clasismo necesitamos investigación interdisciplinaria desde la medicina, las humanidades, las ciencias sociales, la comunicación, la educación, las artes”.

Y lo necesitamos cada vez con más urgencia. Estamos en un momento de inflexión pre-electoral que nos ubica en un escenario de populismos donde el Estado sigue ausente. “Los últimos dichos de Sebastián Piñera y Manuel José Ossandón son demasiado graves al vincular migración con delincuencia. No basta que se hagan unos cuantos memes y la gente se ría de que Piñera no maneje ciertos conocimientos culturales. Lo que él hizo está pensado, es algo racional que iba a tener efectos en unos sentidos comunes muy potentes, especialmente en los medios de comunicación, y que después iba a tener efectos en todos los sectores sociales más abandonados por el Estado, que están viviendo situaciones de soledad, endeudamiento, cesantía”. Toda esa rabia tiene que buscar culpables y, ya se ha visto aquí, en Europa y Estados Unidos, que “los culpables tienen que venir de afuera”.

Esta construcción ha sido transversal y ha quedado en evidencia, por ejemplo, cuando Alejandro Guillier habla de “seleccionar” migrantes. “Selección”, se detiene María Emilia, “es la palabra de los nazis. Hay un lenguaje de guerra para tratar a un enemigo”. Y volvemos a los conceptos. Por ejemplo, ¿por qué hablar de amnistía migratoria si estar indocumentado o sin papeles no es un delito, sino sólo una falta administrativa? ¿Por qué hablar de ilegales si ningún ser humano es ilegal?

Así es como surge otro concepto en este diálogo, el de “crueldad”; la crueldad fascista, racista, y le recuerdo algunos posteos en medios, esos comentarios que se ubican debajo de las noticias y que, para el caso de noticias relacionadas con inmigrantes en Chile, son de una violencia extrema. Deberían estar prohibidos por ley, decimos mientras abrimos alguna página de La Tercera o El Mercurio. Y ahí están. Hay torturas, asesinatos, violaciones, ensañamientos; están escritos en clave de deseo. “Alientan a ser crueles; la brutalidad del racismo que vi en Francia era mayor que acá y por eso me preocupa que aquí llegue a esos niveles”, dice María Emilia al tiempo que pensamos en la resistencia, el concepto que viven a diario quienes sufren estos discursos y sus efectos. “Ese deseo de aniquilar –insiste- se puede canalizar desde otros lugares: pedir selección para que sólo entren los buenos inmigrantes, leyes más duras, pedir que se hagan exámenes para saber si traen enfermedades. Ahí se expresa el deseo de tenerlos en el lugar del enemigo, en el lugar de la guerra, en el lugar del contaminante”

Inmigración y medios de comunicación: La importancia del contexto y las preguntas

Por Beatriz Sánchez | Foto: Martin Bernetti / AFP

La inmigración, como muchos de los temas de la actualidad, se robó el foco estas últimas semanas. Se puso de “moda”. Fue “trending topic”. Los medios seguimos la tendencia y la abordamos. Esto tiene de dulce -porque sin duda es tema-, pero mucho de agraz, porque se aborda en “corto”, sin reflexión, en base a caricaturas y con mucho “electoralismo” de por medio. Así es como surgieron frases de presidenciables que relacionaron la inmigración con la delincuencia, de parlamentarios que proponen poner restricciones a la entrada -como si se tratara de cerrar una llave- y otros que apuntan a poner restricciones a los “ilegales”, como si ese no fuera siempre el estado en que llegan los inmigrantes a Chile para después legalizar su situación.

Lo primero que afirmaron desde el Ministerio Público es que la cifra de delincuencia en extranjeros es mínima dentro del total de delitos. Es más, las víctimas extranjeras de delitos son más que los victimarios. En segundo lugar, prevenir la entrada de los extranjeros no es tan sencillo como cerrar una llave. Académicos y especialistas en migraciones señalan que una persona que busca ingresar a otro país para quedarse, lo hará como sea. Si no puede por un paso fronterizo, lo hará por otro. Si no puede ingresar como turista, lo hará de manera ilegal poniéndose incluso en riesgo y alimentando a las mafias de frontera que hacen negocio traficando con personas. El tema es mucho más complejo. Si se ponen restricciones para legalizar la situación del migrante, no se detendrá el número de los que ingresan. Sólo provocará un mercado negro de personas dispuestas a trabajar en condiciones inferiores, sin posibilidad de denuncia.

Hay tanta caricatura y tanto desconocimiento que los medios de comunicación reproducimos y reforzamos. Pero, ¿dónde comienza el problema? Hay que tenerlo claro. Un tema complejo no tiene soluciones fáciles. A un tema complejo no se responde con frases fáciles. Un tema complejo no puede instrumentalizarse electoralmente. Los temas complejos tienen soluciones también complejas. Esta es una primera dimensión que los periodistas debemos considerar.

Pero quiero ir más allá. ¿Qué nos provoca a todos la migración? ¿Qué pensamos realmente del inmigrante? Lo pregunto porque está lleno de respuestas políticamente correctas. Pero, ¿miramos al inmigrante de manera muy distinta a como nos miramos a nosotros mismos los chilenos?

Vivimos en uno de los países más desiguales del mundo. Esta desigualdad se ve en cada metro, en cada espacio de ciudad. En una región como la Metropolitana -pero no es muy distinto en muchas regiones- la desigualdad literalmente se “ve”. Hay comunas que son para ricos y otras para pobres. Hay escuelas para ricos y para pobres. Hay hospitales para ricos y para pobres. Hay hasta centros comerciales para unos y otros. El trato de la justicia es diferente si se es pobre o rico, en las cárceles el 95% de los condenados vienen de situación de pobreza -y no es porque sólo los pobres delinquen. Carabineros trata diferente al que vive en Vitacura del que vive en Puente Alto.

¿Nos extraña entonces el racismo y clasismo hacia los migrantes?

Hace unas semanas fue noticia el reglamento de un edificio en Ñuñoa donde no dejaban bañarse en la piscina de la comunidad a los trabajadores, entre ellos los hijos e hijas de las trabajadoras de casa particular. Estallaron las redes sociales. Pero me pregunto, ¿si conocemos reglamentos como ese todos los veranos -son noticia-, cuántos de nosotros realmente pensamos que los trabajadores no pueden ingresar a las piscinas? Si estos reglamentos existen… ¿no es lo que piensan realmente los residentes?

Insisto: ¿puede extrañarnos el trato discriminatorio al inmigrante? Con estos datos, ¿podemos recibir bien a los inmigrantes? La inmigración nos muestra cómo somos. La inmigración puede hacer salir lo peor de nosotros, los chilenos. Podemos terminar culpando a la inmigración de todos nuestros males. Podemos encontrar allí el “chivo expiatorio” perfecto para una sociedad en extremo desigual y segregada. Otra dimensión a considerar como periodistas.

En este contexto, ¿cuál es el rol de los medios de comunicación? Siempre he sostenido que los medios de comunicación no somos distintos a la sociedad en que vivimos. Si el país es centralista, los medios de comunicación también serán centralistas. ¿Es una respuesta satisfactoria? No, no lo es. Y ese es el desafío. Los hechos noticiosos obedecen siempre a un contexto. Tienen un origen, una explicación. La inmigración no escapa a este análisis. Es más, lo que he manifestado en esta columna es justamente el contexto que los medios de comunicación deberíamos explicitar a la hora de hablar de este tema.

Hoy los medios replicamos la mirada clasista que tenemos sobre la sociedad chilena y la hacemos extensiva a los migrantes. Si tratamos diferente en el desarrollo de las noticias a una víctima o victimario si es de Las Condes o de San Bernardo, también lo hacemos si es chileno o extranjero.

Entonces, tal como los medios amplificamos las diferencias entre los mismos chilenos, las amplificamos también hacia los extranjeros. ¿Es casualidad que dos candidatos presidenciales relacionen inmigración con delincuencia? ¿O es resultado de construcciones mediáticas que no tienen que ver con las cifras reales que manejan las policías y el Ministerio Público? Hoy los medios de comunicación somos más parte del problema, que de la solución. ¿Estamos para solucionar los problemas de la sociedad? No. Pero sí tenemos la misión de dar contexto a lo que nos rodea.

Doy un ejemplo. El temor a la delincuencia en Chile no tiene nada que ver con la cifra real de hechos delictuales. ¿Hay responsabilidad de los medios en esto? Sí. ¿Es acaso porque la delincuencia “vende”, concita el interés o sube el rating? Sí. ¿Podemos extrañarnos de la utilización política de la delincuencia como “el temor de los chilenos”? Claramente, no. Un contexto adecuado nos llevaría a hacernos otras preguntas en torno a la delincuencia. ¿A quiénes llamamos delincuentes en Chile? ¿Qué pasa en las cárceles? ¿Por qué hay alta reincidencia? ¿Qué hace el sistema con las personas que cometen un primer delito? ¿Por qué los presos en Chile en un 95% vienen de familias pobres? O ¿por qué el 50% de los presos ha pasado por un centro del Sename?

Con la inmigración, como medios también debemos hacernos las preguntas que corresponden. Poner el contexto.

Lo que está claro es que la inmigración llegó para quedarse. No hay vuelta atrás. Nos guste o no. Celebremos o no la diversidad. Ya no depende de nosotros. Lo que sí depende de nosotros es la mirada que les demos a los inmigrantes. Lo que sí depende de nosotros es la normalización que le daremos al tema. Lo que sí depende de nosotros es si seguiremos reproduciendo con ellos el mismo clasismo y la segregación que nos afectan hoy a los chilenos. Lo que sí depende de nosotros es superar el miedo con el que miramos al que vive en la otra cuadra, al frente o al lado. Lo que sí depende de nosotros, como medios de comunicación, es hacer las preguntas y poner el contexto. Lo que está en juego es construir una sociedad distinta, entre nosotros y hacia los otros

Racismo en Chile

Por Daniel Hojman

Racismo en Chile, una colección de ensayos editados por María Emilia Tijoux, académica de la Facultad de Ciencias Sociales, nos confronta con una realidad social que tensiona a la sociedad chilena de hoy. Esa tensión se hace crecientemente visible a partir de las olas migratorias de las últimas tres décadas, que han visto crecer una población de inmigrantes que pasó de unos 115.000 en 1992 a casi medio millón en el 2015. A eso se suma la reactivación del conflicto entre el pueblo Mapuche y el Estado chileno. La recopilación surge de un seminario organizado por la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile, situando a la Universidad como el espacio natural en que los fenómenos complejos de la sociedad chilena se visibilizan en la esfera pública.

Los ensayos avanzan desde una conceptualización del racismo en su relación con la historia, la cultura nacional y las dinámicas del capitalismo chileno en una era de globalización, hasta identificar los ámbitos específicos en que el racismo se manifiesta en subjetividades, prácticas e instituciones que cristalizan la discriminación racial, la violencia cotidiana hacia un otro que incomoda y la reproducción de desigualdades. El libro concluye con recomendaciones de política pública.

El recorrido comienza por situar la continuidad y las transformaciones del racismo en la historia chilena y la construcción del Estado-nación, por una parte, e identificar la especificidad del racismo en el país de hoy, por otra. La relación de la sociedad chilena con la racialización es compleja y cambiante en el tiempo. Celia Cussen argumenta que, a diferencia de otras urbes de la colonia española, en Chile no se intentó frenar el ascenso social de los afrodescendientes. La abolición de la esclavitud ocurre tempranamente y la piel toma connotaciones ambiguas, desde el desprecio y recelo hasta referencias tolerantes y de aprecio. La integración relativamente positiva de los afrodescendientes a comienzos del siglo XIX es un activo de nuestra memoria que puede reforzar las actitudes hacia la integración de migrantes hoy.

Aunque el resurgir de la raza se asocia en buena medida a las olas de inmigración recientes, “el problema de la inmigración” no está aislado ni de la historia, ni de las dinámicas del capitalismo contemporáneo en Chile. Chile se establece como un polo receptor de inmigrantes latinoamericanos en la región debido a su dinamismo económico reciente. En sus ensayos, Josefina Correa y Carolina Stefoni plantean que el flujo de migrantes, un fenómeno global, se asocia con nichos de trabajo fuertemente concentrados en servicios domésticos, construcción y otras actividades –algunas en la marginalidad, como el comercio sexual– que corresponden a empleos de baja calidad, con alto grado de precarización e informalidad. El racismo no aparece vinculado a todos los migrantes sino a aquellos que se perciben como una amenaza a patrones culturales, estéticos, morales o económicos. La amenaza se nutre de claves históricas y es a partir de esas claves que el extranjero se categoriza a partir de la raza o la piel. Si bien la migración prevalente a comienzos de los ‘90 fue argentina, el racismo se orientó principalmente hacia los peruanos, con mayor proporción de población indígena –hay una historia de violencia hacia los pueblos originarios– y enemigos en la Guerra del Pacífico. El racismo hacia el migrante se expresa en la exclusión del no-nacional, el extranjero, el transitorio, el que no tiene derechos políticos ni sociales y cuya función se reduce a lo económico. El migrante, en su piel y su precariedad económica, es un no-ciudadano, y esa frontera, esa distinción del otro en una jerarquía inferior, se expresa en formas de violencia cotidiana, en rutinas de exclusión.

La problematización del racismo como parte del proceso de construcción de nación es sugerente porque alude a la profundidad cultural y simbólica de esta ideología. Los profesores Trujillo y Tijoux identifican una ficción racista en que la clase dirigente chilena, en los albores de la república, identifica al indígena con fieras salvajes susceptibles de transformarse en hermanos –en iguales– a partir del mestizaje y la cristianización. Esta animalización encuentra un eco hoy en la racialización/sexualización de la inmigración negra. Jorge Pavez traza la configuración de clase y de género del racismo en Chile a partir de escritos históricos de la elite que identifican a las mujeres de color con la prostitución y “las tensiones que genera la presencia de mujeres afrodescendientes en los actuales mercados del sexo”. A partir de escritos de Gabriela Mistral, el autor ilustra el imaginario de la supremacía mestiza de la “raza chilena, la idealización de la mujer chilena como madre de todos, en contraste con la mujer negra”. La mujer afrodescendiente se presenta como una amenaza –a partir del deseo– a los contratos matrimoniales y, en definitiva, supremacía de la mujer y la raza chilena.

Una temática que atraviesa buena parte de los ensayos es lo que Kimberle Crenshaw ha conceptualizado como interseccionalidad, es decir, la superposición o simultaneidad de distintas categorías de subordinación como la clase social o el género.

La raza se materializa como una categoría que sirve de carrier a una ideología racista de subordinación, en la medida que se superpone con la precarización laboral o la sexualización de la mujer.

En las democracias contemporáneas, las dinámicas de exclusión y discriminación chocan con las demandas de universalidad de derechos y tolerancia. La Declaración de Raza y Diferencias Raciales explicita esos derechos y principios, que sirven como base normativa para evaluar nuestras instituciones. Sorprende que la ley que regula las migraciones en Chile sea de 1975, dado que las dinámicas migratorias han cambiado radicalmente y que esa normativa se inspira en una lógica de seguridad nacional. Históricamente, nuestro sistema escolar ha tendido a reforzar la homogeneidad cultural, sin promover explícitamente la riqueza de la pluralidad identitaria y la no-discriminación. Tampoco se ha discutido en profundidad sobre el acceso a seguridad social y servicios de salud de los inmigrantes. El potencial de abuso de empleadores o las policías migrantes en trabajos precarizados, incluyendo la seguridad de trabajadoras sexuales, son algunas de las dimensiones de política pública discutidas. Una de las dimensiones más deficitarias de los migrantes en Chile es el hacinamiento. A eso se suma el hecho de que la exclusión racial de migrantes o integrantes de pueblos originarios pueda expresarse en segregación y guetización, que no sólo reproduce las desigualdades sino que constituye en sí mismo un freno a la integración.

Racismo en Chile identifica un catálogo de preguntas claves sobre el racismo y la convivencia. Por ejemplo, con cierto optimismo, cabe preguntarse cuáles son los beneficios y los valores que ha traído la migración en Chile. En contrapartida, la crisis migratoria en Europa y la reacción política que ha generado nos mueven a preguntarnos si es posible evitar la utilización política del odio racista y un escalamiento de la violencia xenofóbica si la migración aumenta. Este volumen es un aporte ineludible para contestar estas y otras preguntas.