José Ángel Cuevas, poeta y expoeta: “La voz de los jóvenes está recuperando la historia”

Durante 47 años, el autor de libros como Poesía de la banda posmo y Maquinaria Chile y otras escenas de poesía política nunca se durmió y por eso hoy no tuvo que despertar. Sus poemas urbanos, políticos, sociales, han recogido el habla popular durante décadas para escenificar en las calles de Chile el dolor, la impunidad, la ira, el amor, la incredulidad. Pepe Cuevas nunca se acomodó ni arrimó a nada, y quizás por esa razón hoy, cuando se ha roto el dique, sigue caminando libre entre los pliegues de un Santiago que se vuelve metáfora y esperanza de un tiempo crítico.

Por Ximena Póo Figueroa

Todo es retazo por estos días, retazos que se van uniendo a través de un hilo conjurado mediante la columna vertebral de la Alameda. Es mediodía en Santiago de Chile y hay ruido, silencio, cerrojos, ira y risas en los recovecos de las torres San Borja. Ha pasado algo más de un mes desde que se rompió el dique. Sobran los motivos para encontrarnos. José Ángel Cuevas (1944) se acuerda algo de mí, de los 90, de mis 20 años y esa pulsión por buscar las letras de una resistencia retratada en hojas roneo, clandestinas. Yo lo recuerdo como si los 90 hubiesen sido los años del miedo posterior al gran miedo; los años del escaparate y “la medida de lo posible”. Quizás por eso él nunca se durmió y de ahí que hoy, “cuando Chile despertó”, los insomnes como él y como tantos y tantas, caminantes, invitan a mirar de reojo los sueños perdidos para imaginar un futuro cuya salida demanda imaginación y tozudez.

Pepe Cuevas, premiado y seguido por una juventud emancipada, nació en Rosas 1314, recubierta de tranvías, ropa colgada, cotilleo de esquinas. Aprendió a reparar máquinas de escribir antes de tener doce años, junto a un padre estricto y “arribista” y una madre a la que recuerda ahora que vive en Puente Alto, arropado por las montañas cuando no baja a La Vega y al centro que conoce tan bien desde los años del Bar La Unión, el City, el Bosco. Su poesía es urbana, política y social. Hay que vivir para escribir y no al revés, pareciera decir.

“La mentalidad mía es la misma y trato de escribir un habla, una poesía centrada en un habla popular, porque las transformaciones que he temido yo y nuestros compañeros han sido tremendas; vamos hacia un camino popular revolucionario que es masacrado por la dictadura, asesinado, y el mar está lleno de muertos. Eso fue algo aborrecible que pasó en nuestro país al intentar hacer una revolución”, dice con la lucidez que da el tiempo invertido entre lecturas, papeles sueltos, garabatos en servilletas voladoras, volantines oscuros sobre una ciudad capturada, distraída y densa.

“Mi poesía está totalmente mezclada con la vivencia del empuje popular y por el crimen y asesinato, y después de 17 años de dictadura horrible, de sapos por todas partes, de horror, que jamás había ocurrido en nuestra historia, esa poesía se vuelca al olvido, los autos, los malls, que tienen a la gente engatusada. Hoy es una maravilla saber que los cabros chicos están recogiendo el origen, el fundamento, que es el pueblo de Chile”. Esos adolescentes le han mostrado a Chile la ruta para madurar un proyecto en el que se pretende que el Estado se haga responsable, la vida se abra paso en libertad, los feminismos muestren el sentido de un lugar común de códigos solidarios y libertarios. Esos “cabros y cabras chicas” saltaron torniquetes y se cayó un muro fraguado hace tanto, justo 30 años después de los amarres de una transición que para Pepe Cuevas significó ni perdón ni olvido, y justo 30 años después de la caída de los bloques de cemento en un Berlín lejano.

“Más poesía, menos yuta”, leemos en una pared de esas que van desde la Plaza de la Dignidad hasta La Moneda. Nicomedes Guzmán transformó en literatura “la sangre y la esperanza” y eso pareciera cubrir hoy el paisaje del “acontecimiento”. “La poesía está en la kalle” cuelga sobre tela roja desde los muros cerrados de la Biblioteca Nacional, y “La Revolución será feminista o no será” toma el pulso de la calle desde el frontis del GAM. Se ha acabado para siempre esa idea de la vida que se limpia a diario con aguarrás. Esos retazos sorprenden a Pepe mientras se pone su sombrero para capear el sol, cargando preguntas en hojas sueltas esparcidas en un maletín de cuero que cuelga de su hombro. Se saca la chaqueta café y caminamos despacito. Promete que irá a esa Plaza de la que se habla, que se cuidará del guanaco, las lacrimógenas, los balines, las molotov, el fuego. Tiene calle desde sus años en el Pedagógico de la Universidad de Chile, hasta donde llegó luego de un paso sin sentido por la Facultad de Derecho. Ahí pasó “años inolvidables”, llenos de una revolución intentada entre lecturas de una filosofía que siempre se ha negado a abandonar, ya sea a ras de suelo, por los tejados europeos o en una América Latina que, como él, tributa a la existencia insomne, sobre todo en Buenos Aires, acota.

En el “exilio interno” vivió de la escritura, la música, el taller, y por eso, hoy sus ojos brillan al pensar en la lucha de la juventud cansada de la bancarización de la vida, los abusos, el abandono; una juventud cansada de ver a sus abuelos, abuelas, madres y padres no llegar a fin de mes. De ahí que para resistir la desesperanza también cuajada hasta estos días, se ha develado que son buenos tiempos para la lírica. El quiere creer que este es sólo el comienzo en medio de una posmodernidad que nos empujó a formas fragmentadas que no dejaban ver esos hilos discursivos apuntalados en la gran historia. Hilos que hoy despuntan como las arpilleras hechas de hilachas: “Esto que ha ocurrido desde el 18 de octubre es un acontecimiento impagable e inesperado, que esa juventud vaya recuperando el sentido de la primera parte del 70 es una magia que nadie se esperaba, es histórica. No murieron esos tres años maravillosos, sino que viven. Si nos centramos en la derrota no llegamos muy lejos, pero al recoger de otra manera esos tres años de los trabajadores chilenos no podemos pensar en derrota”.

Un presente continuo

No hay derrota posible cuando son millones lo que repudiaron a quien un día en un mall de La Dehesa gritaba: “¡Váyanse a su población, rotos de mierda!”. Pepe abre sus ojos claros para enfatizar que ese solo grito de odio, conectado con la Colonia interminable, dio cuenta de por qué es vital enrostrar que la desigualdad perpetúa la violencia, el dolor y la impunidad. Lo dice mientras nos acercamos a las cuatro de la tarde, cuando la Alameda comienza su metamorfosis, pasando lista a las banderas que reemplazan a micros, taxis, autos, oficinistas. La escena es, para el poeta, como retomar un presente continuo bordado por una resistencia al neoliberalismo y las condiciones objetivas de un sistema que parecía impenetrable para quienes prefirieron los salones y el terciopelo del simulacro, la cocina.

Crédito: Alejandra Fuenzalida

“Los partidos políticos no están a la altura. Deben trabajar desde abajo. Nosotros hicimos eso en las poblaciones y es algo que aprendí a partir de largas conversaciones, cuando viví siendo adolescente en Las Condes, y nos juntábamos con personas tan inteligentes como mi amigo Ricardo Pincheira, que era estudiante de Medicina, socialista y del GAP, y que cuando tenía 26 lo sacaron de La Moneda y nunca más se supo de su paradero”, recuerda. Por eso, insiste, hay quienes se han quedado fuera de los acomodos desde siempre, como él o Enrique Lihn, Jorge Teillier —su gran amigo—, Rodrigo Lira, Pablo de Rokha, Juan Luis Martínez o Rosabetty Muñoz, recordada por Pepe cada tanto mientras busca la crónica de estos días en que la sangre ha estado teñida de torturas, ojos cegados, muertes, y la esperanza se ha pintado en carteles, grafitis, bailes: “No son 30 pesos, son 30 años”, “Lucha como Marta Brunet”, “Falsa calma”, “Con bastidor y aguja, con cacerola y cuchara, seguiré luchando”, “No + Sename”, “Piedra contra la bala”, “Milico asesino, tu hijo es mi compañero de clase”, “Recuperamos la palabra pueblo”.

Desde la publicación Treinta poemas del ex-poeta José Ángel Cuevas, de comienzos de los 90, ha pasado mucho y, sin embargo, este expoeta no ha dejado de escribir para que nada pase de largo. “Estoy escribiendo un libro sobre lo que está pasando; mira, te leo algo: Vivo en una pieza mugrienta, con un chal colgado en la ventana y qué, más allá se ve el cuadro de un pueblo del sur, palos parados que afirman mi cama solitaria, todo está lleno de libros viejos (…), sueño y sueño, que salgo por las cordilleras nevadas con todos mis amigos, y que vamos volando por la inmensidad”. Para seguirlo sólo basta leer algunos de sus libros, rastreando ese viaje: Efectos personales y dominios públicos (1979), Canciones rock para chilenos (1987), Cantos amorosos y patrióticos (1988), Poesía de la comisión liquidadora, (LOM, 1997), Diario de la ciudad ardiente (LOM, 1998), Autobiografía de un ex tremista, (La Calabaza del Diablo, 2009), Poesía del American Bar (Hebra Editorial, 2012), Maquinaria Chile: Y otras escenas de poesía política (LOM, 2012).

Conciencia callejera

Pepe Cuevas se aferra al lienzo rojo, marco de un retrato necesario. Pareciera que va a salir volando, como esa imagen que le da por perseguir en sus letras postoctubre. “Comencé a pensar en este libro inmediatamente, en forma inconsciente, cuando los jóvenes sacan esta voz. La voz de los jóvenes está recuperando la historia, porque la historia estaba muerta, la historia fue borrada, la taparon; toda la gente ha estado preocupada por consumir, del mall, los autos. Es complicado comprenderlo todo. Los medios manejan muy bien las noticias de los delincuentes y están los indiferentes, pero está también esa gran mayoría de hijos y nietos de los que lucharon e hicieron los años maravillosos del gobierno de la UP. Y aquí puede pasar algo muy importante, que se abra la luz. Uno pensaba que nunca iba a pasar esto, uno pensaba que el gol estaba metido y había un distanciamiento total”, dice para reírse con sus ojos y hablar de sus tres hijos.

Es en ese momento donde leemos Los desarrapados, publicado en Poesía de la comisión liquidadora (LOM, 1997), un poema para el final de un tiempo: “Viajan los desarrapados del capitalismo salvaje/a la luz de los grandes letreros/que nadie lee/ni las puertas abiertas/de los Shopping Mall/como nichos del Mal/el mundo revirtió acá/nuestro mundo/cordillerano/guarnición zapato de hierro/Ey,/No pregunten nada”. Y es que, reconoce,“creo que he sido uno de los pocos poetas que ha luchado por mantener en la conciencia nacional la conciencia de los trabajadores, el crimen y el asesinato tremendo de nuestro sector, a pesar de que luego vino la modernidad y la posmodernidad. ‘Pepe sigue con la misma, me tiene cabreado’, decían muchos, pero no callé”.

Crédito: Alejandra Fuenzalida

Y no lo hizo nunca, como en el poema «El hijo de puta Mondaca», en Poesía de la banda posmo (La Calabaza del Diablo, 2019): Oye, ¿qué le pasó al mundo? Nada. Solo que la URSS cayó definitivamente, sí, sí/y el proletariado/con Lelin/Stalin/Zinoviev./La Invencible Revolución de Octubre/que le decían./Obrero/Campesina: Unión Soviética. ¡Ey! Cayó./Sin pena ni gloria. Hoz y martillo rojos como la sangre./¡Ay qué bello es el mundo/Con sus calamidades/ y desastres!/ Chile que está en la línea de las Altas Montañas,/cayéndose al Pacífico y también le pasó, lo que le pasó…,/querían socialismo los perlas, estatitizar la Banca y los 91/monopolios al Estado/1/2 litro de leche. Quitar fundos a los ricos/del Sur. Disolver los Grupos Económicos Matte/Vial/Yarur/Cruzat/Edwards/Larraín./¡Ay, ay, ay!/Los ricos les sacaron la cresta y media, colgados/de unos fierros/metiéndoles corriente en los testículos,/y los soldados de la Patria/casi veinte años, hicieron/el trabajito sucio”.

Son las cinco y en la Plaza de la Dignidad se anticipa la escena para un Chile de incertidumbre, de tanto, tanto ruido, que alcanza un país entero. Lo alcanza para que no se duerma y para que cuando acabe el piqueteo de latas y cemento no se pierda la huella que ha dejado. La ciudad es una metáfora, coincidimos. José Ángel Cuevas baja las escalinatas de la Biblioteca Nacional y el lienzo rojo se detiene un segundo; ahí es cuando nos cruza un viento extraño, uno que él agradece para así poder seguir, dice, su camino, sin rendición posible, hacia la plaza de la historia.

Sobre el acuerdo y el momento constituyente actual: ¿podrá ser reconocido?

Por Fernando Atria | Fotografía: Felipe Poga

I

En normalidad, las normas (las decisiones institucionales) son la medida de los hechos. Esto quiere decir algo simple y obvio: la infracción de una norma no muestra un problema con ella, sino con la acción infractora, que es “ilícita”. Discutimos las normas porque de ellas depende lo que ocurra en el mundo de los hechos. Las normas son dictadas por poderes constituidos, es decir, por poderes también creados por normas, y así especificados, regulados, limitados, relativizados, etc. Esto vale también para las normas que crean y regulan esos poderes: ellas son la medida de los actos de ejercicio de esos poderes; si los violan, actúan ilícitamente y sus actos son nulos, etc.

Todo esto cambia cuando irrumpe, como lo hizo el 18 de octubre, una fuerza social cuyo contenido es inicialmente negativo: no al orden actual. Esa fuerza social que irrumpe negando las condiciones de vida actual (en este sentido, demandando unas nuevas) es lo que la teoría constitucional llama «poder constituyente».

Este no es conferido por normas y por tanto no aparece limitado, regulado y relativizado. No tiene competencias delimitadas ni se ejerce a través de procedimientos preestablecidos. Es irrelevante que su acción sea calificada de «ilícita», y lo que produce no puede ser «nulo». No es una norma, es una magnitud real.

Cuando un poder constituyente irrumpe, la relación entre hechos y normas que caracteriza a la normalidad se invierte. Las normas dejan de ser la medida de los hechos y los hechos devienen la medida de las normas.

II

Una analogía puede explicar este punto. Las instituciones en condiciones de normalidad operan como quien diseña un canal de regadío hecho para que el agua llegue de un punto a otro. La velocidad y dirección en que fluye dependerá del modo en que él sea construido. Al diseñarlo, tomaremos en cuenta las áreas que conviene que sean regadas; algunas autoridades harán cálculos sobre las ventajas que obtendrán por satisfacer a unos en vez de otros: habrá intereses particulares que buscarán «capturar» el diseño del canal en su beneficio. Eso es política normal.

Las cosas cambian si lo que estamos diseñando es un canal para prevenir un posible aluvión. Ahora se trata de que el canal sirva de cauce a una fuerza enorme cuando esta se manifieste. La cuestión ya no es si queremos que el agua llegue a un determinado lugar o a otro por consideraciones de política, sino que el canal sirva para contener la fuerza que se manifestará. Si no sirve, el agua no fluirá por el canal. Pero esto no quiere decir que no fluirá, sino que lo hará por donde sea, causando un daño muchísimo mayor del que habría causado si el canal hubiera servido para contenerla.

La diferencia es fundamental: en un caso discutiremos dónde queremos que llegue el agua y esta fluirá según las decisiones que tomemos. En el otro, la cuestión ya no es a dónde llevaremos el agua, sino construir el canal para que pueda contener la fuerza que se manifestará.

Si los ingenieros que construyen un canal aluvional malentendieran su función y asumieran que construyen un canal de regadío, el resultado sería trágico. Y eso es exactamente lo que parece que estamos presenciando en el caso del acuerdo constitucional.

III

El acuerdo parecía mostrar que la política institucional había entendido la exigencia de un momento constituyente, la inversión de la relación entre hechos y normas. La derecha aceptó un plebiscito constitucional al que se había negado siempre y que ese plebiscito pudiera llevar a una convención elegida para discutir una nueva Constitución desde una hoja en blanco.

Es decir, parecía abrirse un camino hacia el poder constituyente, lo que podría llevar a una genuina nueva Constitución.

Poco después, sin embargo, el senador Andrés Allamand negaba que el acuerdo fuera constituyente porque su contenido permitiría cambiar sólo lo que la derecha estuviera dispuesta a modificar (esa es, por cierto, la enorme diferencia que hay entre 2/3 para una reforma constitucional y 2/3 desde una «hoja en blanco»). Ahora, con el trabajo de la comisión técnica aparecen nuevos condicionamientos, relativizaciones, normas y limitaciones escritas con una lógica propia de lo constituido más que de una conducida por la necesidad de crear un camino reconocible para el poder constituyente.

Esto es un error: el acuerdo tiene sentido desde la óptica constituyente de canalizar un poder que existe y busca manifestarse. Si lo canaliza, ese poder podrá constituir limitando el daño o la disrupción que producirá. Si no lo logra, también se realizará constituyendo, pero lo hará de cualquier modo, causando mucho más daño y disrupción.

¿De qué depende que lo logre o no? Por cierto, no de que una norma se lo ordene. Así como Chile no necesitaba la autorización de una norma para despertar, el poder constituyente no está vinculado a normas que le impongan el deber de manifestarse a través de ciertos mecanismos en vez de otros. El poder constituyente, con la magnitud que irrumpió en la política nacional el 18 de octubre, no es del tipo de cosas que están normadas.

El acuerdo logrará canalizar al poder constituyente si este ve en él un camino adecuado. Fracasará si se percibe como un intento de neutralización, una forma en que la «clase política», «los políticos», «los partidos», buscan, mediante la «letra chica», evitar la nueva Constitución. Para lograr esto, la política institucional comienza cuesta arriba. Porque su credibilidad está en sus mínimos históricos y cualquier cosa que acuerde será en principio vista con sospecha. Esto hace todo más difícil.

Hoy lo único que puede legitimar ese camino es su contenido. Y en eso el plebiscito de abril y la posibilidad de una nueva Constitución desde una hoja en blanco fueron fundamentales.

IV

Con el trabajo de la comisión técnica aparece un intento de introducir reglas, de normar, limitar, relativizar. La sospecha de estar ante un intento de neutralización aumenta.

Un ejemplo es el modo de elección de los miembros de la convención constitucional. El acuerdo decía que se elegirían aplicando el sistema electoral vigente para la Cámara de Diputados. Si fuera así, la convención no tendría paridad de género ni representación adecuada de pueblos originarios, y sólo estaría compuesta por convencionales elegidos en asociación a un partido político. Esto último es más que un problema con «los independientes». Como hoy los partidos políticos están notoriamente deslegitimados, una elección en que sólo los candidatos vinculados a ellos tengan opciones reales excluiría de hecho a buena parte de la ciudadanía social y políticamente movilizada.

La cuestión es si la convención será un reflejo de la política contra la cual Chile ha despertado o responderá a un intento visible de anticipar la política que viene. La respuesta a esta pregunta es apta para acreditar o desacreditar todo el camino constituyente del acuerdo.

V

En condiciones de política normal, las cuestiones se discuten y deciden atendiendo al modo en que afectarán a los grupos que participan de la discusión y decisión. Aquí no hay nada novedoso, así es la política normal.

Pero en momentos constituyentes, la óptica para actuar cambia. Ahora lo que importa es que ese camino sea reconocido como apto y útil, de modo que la fuerza que ha emergido lo reconozca y lo use para manifestarse con la menor disrupción y daño adicional posible. Pero la política constituida se resiste a reconocer lo especial del momento constituyente y adoptará la primera perspectiva si puede; así, buscará introducir una regla que disponga que el plebiscito de entrada sea con voto voluntario para disminuir el rechazo a la Constitución de 1980; o una cláusula ambigua en cuanto a si los 2/3 son necesarios para cada norma o adicionalmente para una decisión final, porque eso puede crear una oportunidad para defender la Constitución de 1980 en la hora nona; o un sistema electoral orientado a maximizar las posibilidades de tener resultados favorables.

El riesgo, por cierto, es que esto lleve a que el acuerdo sea visto como un «negociado», un arreglo de «los políticos» al que sería ingenuo reconocerle una genuina dimensión constituyente. Entonces el poder constituyente no lo reconocerá ni lo recorrerá.

¿Podemos esperar que la política constituida abandone la óptica que le es natural y asuma la perspectiva constituyente? Esto parece ingenuo; parece significar que los grupos políticos no buscarán sus propios intereses, sino el interés del país. No parece realista esperar que la UDI esté dispuesta a hacer la pérdida respecto de la Constitución de 1980 y a dejar de buscar cualquier oportunidad para que ella sobreviva.

Esto no es ingenuidad, sin embargo, porque es dicho con plena consciencia de que es altamente improbable. Es improbable que la misma política constituida entienda que se encuentra en un momento constituyente en el que la relación ente hechos y normas se ha invertido, que por eso exige una acción totalmente distinta a la habitual. Por eso, las nuevas Constituciones no suelen ser dadas a través de mecanismos establecidos por lo poderes constituidos de la política que busca ser superada.

VI

Dos caminos se abren ante nosotros. Si la política institucional logra, a pesar de lo improbable que parece, reconocer la exigencia especial del momento constituyente, podrá canalizar adecuadamente la crisis actual, que entonces podrá ser superada pacífica y democráticamente mediante la dictación de una genuina nueva Constitución; si ella actúa con la lógica de lo constituido, lo que haga no será reconocido como un camino adecuado por el poder constituyente. El poder social que ha irrumpido el 18 de octubre, entonces, se manifestará de cualquier modo, en lo que podría llevar a una crisis política que afecte el desarrollo del país por una generación.

Este es el momento en que cada uno deberá asumir su responsabilidad ante la historia.

Análisis de la situación de DD.HH. en Chile a partir de las acciones de monitoreo de la Defensoría Jurídica de la Universidad de Chile

Por Nancy Yáñez Fuenzalida

La Defensoría Jurídica de la Universidad de Chile comenzó a actuar el 18 octubre de 2019 como una instancia voluntaria a fin de proveer defensa jurídica para la protección de los derechos fundamentales y humanos de las personas en Chile en el contexto del Estado de Emergencia que rigió en el país entre el 18 de octubre y el 27 de octubre de 2019 y las movilizaciones sociales que han tenido lugar posteriormente. Su actividad continúa hasta el día de hoy, toda vez que persisten las situaciones de vulneración de derechos humanos que determinaron su constitución. Está integrada por estudiantes, académicos y académicas, abogados y abogadas, el Centro de Derechos Humanos de la Universidad de Chile, la Asociación de Abogadas Feministas (Abofem), Londres 38, Corporación 4 de Agosto y la Comisión Chilena de Derechos Humanos

La labor realizada por la defensoría se enmarca en el rol que el derecho internacional asigna a los defensores (as) de derechos humanos. De conformidad con el derecho internacional, son defensores/as de derechos humanos todos quienes se desempeñan en labores propias de este rol, como son actuar en favor de un individuo o grupo vulnerado en sus derechos humanos. Son propios de esta función “verificar por sí mismos la existencia de abusos, entrevistarse con las víctimas, testigos y expertos (tales como abogados o médicos forenses), hablar con las autoridades, estudiar documentación y realizar investigación de los hechos con el objetivo de proveerse de información objetiva”.

En el ejercicio de estas funciones hemos podido constatar violaciones graves, generalizadas y sistemáticas de derechos humanos, tales como:

  • Atentados a la vida e integridad física y psíquica que han resultado en homicidios cometidos por agentes del Estado, maltrato y abuso policial de carácter físico, sexual y psicológico (violencia desproporcionada, golpes con resultado de lesiones leves y graves, amenazas e intimidación, desnudamientos, actos de connotación sexual, actos discriminatorios).
  • Omisión del trámite de constatación de lesiones o presencia de funcionario policial durante la constatación.
  • Existencia de funcionarios/as sin la correspondiente identificación; no entrega de información sobre los derechos del detenido/a, cargos que se imputan y/o facilidad de su comunicación; omisión de registrar a personas detenidas en el registro correspondiente; denegación de acceso a la información del registro de detenidas y detenidos.
  • Ilegalidades en los procedimientos de detención y faltas al debido proceso (detenciones realizadas por agentes policiales vestidos de civil en vehículos no institucionales o sin placa patente; detenciones en lugares no habilitados para ello; detenciones/conducciones sin registro).
  • Constatación, a partir de la información recabada en centros de atención de salud, de un gran número de personas lesionadas como resultado del uso abusivo y desproporcionado de la fuerza por parte de Carabineros de Chile (impacto de proyectiles no balísticos, carros lanza aguas, bombas lacrimógenas, golpes y atropellos).
  • Vulneración de derechos de personas pertenecientes a grupos en situación de vulnerabilidad y que requieren de protección especial (como niños, niñas y adolescentes, mujeres, población LGTBIQ+, personas con discapacidad, adultos/as mayores, extranjeros/as, personas con VIH y personas en situación de calle).

Como consecuencia de estas acciones, el Estado de Chile ha vulnerado los estándares del derecho internacional de los derechos humanos respecto al derecho a la protesta social y el uso necesario y proporcional de la fuerza, según pasamos a exponer.

Crédito: Felipe PoGa

Respecto a la participación de las Fuerzas Armadas

En 2009, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) publicó un informe sobre seguridad ciudadana y derechos humanos en el que instó a los Estados a restringir la intervención de las Fuerzas Armadas en contextos de protesta social, considerando específicamente la historia política del continente. Al efecto dispuso: “[la] historia hemisférica demuestra que la intervención de las fuerzas armadas en cuestiones de seguridad interna en general se encuentra acompañada de violaciones de derechos humanos en contextos violentos, por ello debe señalarse que la práctica aconseja evitar la intervención de las fuerzas armadas en cuestiones de seguridad interna ya que acarrea el riesgo de violaciones de derechos humanos”.

En forma previa, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) demarcó las tareas de defensa y seguridad, instando a los Estados a limitar el uso de las Fuerzas Armadas para el control de disturbios internos, considerando “[que] el entrenamiento que reciben está dirigido a derrotar al enemigo, y no a la protección y control de civiles, entrenamiento que es propio de los entes policiales”.

En su informe anual de 2015, la CIDH se pronunció sobre el uso de la fuerza en contexto de protesta social y volvió a enfatizar la necesidad de restringir la participación de las Fuerzas Armadas. En dicho informe la CIDH precisó las competencias de las Fuerzas Armadas y de las Fuerzas de Orden y Seguridad Pública a efectos de garantizar la proporcionalidad del uso de la fuerza en contextos de protesta social. Al efecto ha señalado que estas son “[d]os instituciones sustancialmente diferentes en cuanto a los fines para los cuales fueron creadas y en cuanto a su entrenamiento y preparación”. Las fuerzas policiales, ha precisado, están formadas para la protección y el control civil mientras que las Fuerzas Armadas centran su entrenamiento y preparación en un único objetivo, consistente en la derrota rápida del enemigo.

En relación a las situaciones de protesta social, la CIDH destacó que “[dado] el interés social imperativo que tiene el ejercicio de los derechos involucrados en los contextos de protesta o manifestación pública para la vida democrática, la Comisión considera que en este ámbito específico esas razones adquieren mayor fuerza para que se excluya la participación de militares y fuerzas armadas en dicho control”.

Cabe consignar, no obstante, que en el caso chileno más del 90% de las denuncias sindican a Carabineros de Chile como autores de las violaciones de derechos humanos cometidas durante el Estado de Emergencia y las movilizaciones sociales. De modo que hay una responsabilidad específica de la institución en los hechos de violencia institucional que se han producido y que involucran en menor medida a los militares. No obstante, cabe precisar que los casos de homicidios durante el Estado de Emergencia son atribuibles a militares.

Respecto al uso de la fuerza para controlar disturbios internos

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos precisa que por lo irreversible de las consecuencias que podrían derivarse del uso de la fuerza en contextos de protesta social, este es un recurso de ultima ratio, limitado cualitativa y cuantitativamente, destinado a impedir un hecho de mayor gravedad que el que provoca la reacción estatal. Dentro de ese marco, caracterizado por la excepcionalidad, la CIDH y la Corte Interamericana de Derechos Humanos establecen que el uso de la fuerza por agentes del Estado debe satisfacer los principios de legalidad, absoluta necesidad y proporcionalidad.

Cuando sea necesario el uso de la fuerza, las medidas de actuación deben adecuarse a los principios de legalidad (i.e., dirigidas a alcanzar un objetivo legítimo, debiendo existir un marco regulatorio sobre su actuación); absoluta necesidad (i.e., limitarse a la inexistencia o falta de disponibilidad de otros medios para proteger la vida e integridad de las personas o asegurar cierta situación, de acuerdo con las circunstancias); y proporcionalidad (los medios y método empleados deben ser acordes con la resistencia ofrecida y el peligro existente, lo cual exige un uso diferenciado y progresivo de la fuerza, adaptado al grado de cooperación, resistencia o agresión del sujeto respecto del cual se actúa).

Respecto de Chile, la CIDH, en su informe de 2016 manifestó su preocupación por la incompatibilidad de la normativa administrativa que regula las manifestaciones públicas (máxime el Decreto Supremo N° 1.086 que autoriza a las fuerzas de seguridad a disolver las marchas sólo por no ser autorizadas) con los estándares internacionales de derechos humanos y constató la existencia de prácticas y uso excesivo de la fuerza en el manejo de protestas sociales en el país, como es la utilización de armas de fuego en protestas sociales y el uso indiscriminado de armas menos letales como son el vehículo lanza aguas, las bombas lacrimógenas y la percusión de perdigones de goma. En este caso, dado que las armas supuestamente menos letales pueden causar la muerte o lesiones graves a una persona, la CIDH consideró que se debe tomar en cuenta el diseño o las características del arma; otros factores relativos a su uso y control (v.g., la distancia y la parte del cuerpo hacia la cual se apunta); el contexto en que se utiliza (v.g., la utilización en espacios cerrados) y las condiciones particulares del destinatario (v.g., si se trata de niños o niñas o personas enfermas, adultas mayores o con cierta discapacidad).

Crédito: Alejandra Fuenzalida

La infracción a la integridad física y psíquica que atenta contra la dignidad humana

La jurisprudencia de la Corte IDH califica como un atentado a la dignidad humana una multiplicidad de acciones de distinta gravedad. Se cita textual:

“[la] infracción del derecho a la integridad física y psíquica de las personas es una clase de violación que tiene diversas connotaciones de grado y que abarca desde la tortura hasta otro tipo de vejámenes o tratos crueles inhumanos o degradantes, cuyas secuelas físicas y psíquicas varían de intensidad según los factores endógenos y exógenos que deberán ser demostrados en cada situación concreta”.

La Corte IDH, además, “[h]a sostenido que la mera amenaza que ocurra una conducta prohibida por el artículo 5 de la Convención Americana, cuando sea suficientemente real e inminente, puede constituir en sí misma una transgresión a la norma de que se trata. Para determinar la violación del artículo 5 de la Convención, debe tomarse en cuenta no sólo el sufrimiento físico sino también la angustia psíquica y moral. La amenaza de sufrir una grave lesión física puede llegar a configurar una “tortura psicológica”.

La violencia sexual configura una afectación a la integridad física y moral. Al determinar las reparaciones en el caso de la Masacre de Plan de Sánchez vs Guatemala, la Corte Interamericana tuvo en cuenta el sufrimiento especial y persistente de las mujeres que sufrieron violencia sexual a manos de agentes estatales. Sostuvo que esta práctica del Estado tenía como finalidad destruir la dignidad de las mujeres en los ámbitos cultural, social e individual y, como consecuencia de ello, constituía tortura.

Prohibición de la tortura

En el derecho internacional de los derechos humanos existe prohibición absoluta de la tortura como imperativo moral. Al respecto, la Corte IDH ha señalado:

“[…] la tortura y las penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes están estrictamente prohibidas por el [Derecho Internacional de los Derechos Humanos]. La prohibición absoluta de la tortura, tanto física como psicológica, pertenece hoy día al dominio del jus cogens internacional. Dicha prohibición subsiste aun en las circunstancias más difíciles, tales como guerra, amenaza de guerra, lucha contra el terrorismo y cualesquiera otros delitos, estado de sitio o de emergencia, conmoción o conflicto interno, suspensión de garantías constitucionales, inestabilidad política interna u otras emergencias o calamidades públicas”.

Violación sistemática y generalizada de derechos humanos

Para explicar la sistematicidad de las vulneraciones a los derechos humanos resulta indispensable el análisis de los elementos de contexto en que se llevan a cabo. Entre otros, son relevantes: la extensión geográfica y temporal de los hechos; la cantidad de víctimas; la gravedad de las acciones de represión; la existencia de ciertos patrones de conductas llevados a cabo con recursos del Estado que responden a una conducta definida y avalada desde la cúspide del poder estatal.

La Corte IDH ha entendido que existe sistematicidad en la violación de derechos cada vez que la comisión de un conjunto de actos no se explica por mero azar, como cuando estos actos responden a ciertas similitudes. Asimismo, determinó que se expresa tal sistematicidad en la negativa de las autoridades gubernamentales a reconocer la dimensión de los ilícitos perpetrados en contra de una población civil en contexto de protesta social.

En relación con la afectación de niños, niñas y adolescentes, la CIDH sostiene que es una situación especialmente grave el que se le pueda atribuir a un Estado “el cargo de haber aplicado o tolerado en su territorio una práctica sistemática de violencia”. Esto, en relación con la situación de niños en situación de riesgo.

Se sostiene que se debe considerar que la violencia sistémica encuentra (a lo menos) dos formas. Una, desde un punto de vista subjetivo, asociada a las políticas deliberadas, y otra, desde un punto de vista objetivo, fundada en los niveles extremadamente bajos de gasto social en materia de políticas sociales básicas.

Una manera en que se concretiza la violencia está asociada a la aplicación de cuerpos legales contrarios a instrumentos internacionales. En estos casos, el Estado (la policía, en el caso de los niños de la calle) actúa en cumplimiento de un mandato legal, pero violando instrumentos internacionales y constitucionales.

En relación con la violencia sexual, la Corte IDH sostiene que “la violencia sexual no tiene cabida y jamás se debe utilizar como una forma de control del orden público por parte de los cuerpos de seguridad en un Estado obligado por la Convención Americana, la Convención de Belém do Pará y la Convención Interamericana contra la Tortura a adoptar, por todos los medios apropiados y sin dilaciones, políticas orientadas a prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres”.

En el caso de Chile, corresponde ponderar los elementos que indican que la vulneración sistemática y generalizada de derechos humanos por agentes del Estado (que ya ha quedado documentado en esta presentación) responden a decisiones adoptadas y avaladas por la máxima autoridad del país. Para determinar la responsabilidad política de las máximas autoridades del Estado, algunos elementos que deben considerarse son:

  • Discurso público de descalificación y demonización de los manifestantes.
  • Respaldo político a las fuerzas de orden y seguridad pública.
  • Ocurrencia de eventos similares en distintos lugares del país; la persistencia en el tiempo de estas conductas; el uso de recursos públicos; la intervención de prácticamente la totalidad de las fuerzas de orden y seguridad, incluyendo reservistas; y el uso de militares para contener el orden público.

Ricardo Ffrench-Davis: “Cuidado con seguir abusando de la paciencia de la gente”

Las últimas semanas han inquietado al economista, Chicago boy disidente y Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. No sólo lo ha impresionado la creatividad de la protesta y lo ha conmocionado la violencia, sino que también lo ha interpelado la respuesta de la política, que hasta ahora mantiene la inercia que le ha “sacado los choros del canasto” a ciudadanos y ciudadanas que hoy claman por el cambio del modelo económico. ¿Se pueden hacer reformas estructurales al neoliberalismo? Es perfectamente posible, dice el Doctor en Economía.

Por Jennifer Abate C.

—¿Cuáles son sus reflexiones tras estas semanas de estallido social en Chile?

Primero, estoy impactado por la intensidad y la variedad de las manifestaciones y de las profundas virtudes que tienen para que Chile mejore en el futuro, e impresionado por la cara negra de la destrucción, que está dañando a la mayoría de los chilenos y mucho más a los vulnerables. La segunda reflexión es que veníamos acumulando insatisfacciones, con varios colegas estábamos advirtiendo hace tiempo que hay que acelerar ciertos ritmos para que Chile avance hacia el desarrollo, que implica un buen empleo, buena situación en el hogar, mejoras persistentes a través del tiempo. Esto había sucedido en alguna proporción muy positiva en algunos años desde el retorno a la democracia, pero después se había ido debilitando y hemos ido perdiendo fuerza.

El jueves 28 de noviembre, un grupo de economistas, entre los que está Roberto Zahler, Carlos Ominami, Claudia Sanhueza, Andras Utthof y usted, entregó una serie de propuestas para potenciar la agenda social en Chile. ¿A qué tipo de medidas apunta este texto, que pone el acento en pensiones, salud y empleo?

Somos un grupo de economistas de centroizquierda decididos a aportar para ayudar a que mejoremos el futuro en vez de empeorarlo. Nos hemos centrado en el crecimiento. ¿Qué significa crecimiento? Es mejorar situaciones de empleo, posibilitar el aumento de los salarios. Es un tremendo error pensar que sólo los neoliberales quieren crecimiento. Los neoliberales han sido malazos en el crecimiento, la dictadura no dio crecimiento para la mayoría de los chilenos, dio poquito; poco concentrado en pocos, lo que significó enriquecimiento de unos y empobrecimiento de la mayoría del país.

O sea, buscan que la idea del crecimiento económico no sea sólo patrimonio de la derecha.

Es patrimonio de la centroizquierda: los primeros nueve años de democracia crecimos a más del doble de la velocidad de la dictadura, mejoraron los salarios, las cifras de pobreza se redujeron a la mitad. Nosotros sabemos hacer eso mucho mejor que la derecha, pero en estos últimos veinte años hemos perdido velocidad. Ampliamos el espacio de lo posible y no lo estamos aprovechando. Estamos entregando ciertas herramientas que debería usar la autoridad económica y que han sido entregadas al mercado. La autoridad no puede ser un súbdito de los caprichos del mercado, sobre todo cuando se trata del mercado especulativo. Un buen país no puede vivir, no puede mantenerse si está en las manos de la especulación financiera.

Crédito: Alejandra Fuenzalida

¿De qué manera se relaciona la especulación financiera de la que habla con las crisis del modelo neoliberal?

La globalización pasa por las exportaciones, la inversión extranjera crece mucho cruzando fronteras, y en los últimos 20 años lo que creció abrumadoramente fueron los flujos financieros. ¿Qué es esto? Plata de algunos entes inversionistas en Nueva York, California o Londres que se comienzan a invertir en la bolsa chilena, en la bolsa argentina, etc., y entran a comprar acciones, les prestan plata a las empresas de distintos países y le compran bonos. Eso se llama flujo financiero internacional. El problema es que esas platas son muy volátiles, llegan a veces con mucho entusiasmo y de repente se van para otro lado. Si uno se acostumbró a esa plata, ¿qué sucede cuando no llega? El dólar se abarata porque llega la moneda extranjera, hay más importaciones de bienes de consumo (las platas financieras no van a la inversión productiva, van al consumo de lo importado) y lo importado no lo producimos nosotros, lo producen otros. Si uno empieza a comprar muchos productos importados está castigando a los productores chilenos, se empieza a reemplazar una cosa por otra y se va produciendo este fenómeno que nos deja con escasez de algo a lo que nos habíamos acostumbrado. Eso produce desempleo, baja de salario y ha sucedido muy frecuentemente. En los últimos 20 años ha ocurrido cuatro, cinco veces en América Latina y en Chile.

“Los neoliberales han sido malazos en el crecimiento, la dictadura no dio crecimiento para la mayoría de los chilenos, dio poquito; poco concentrado en pocos, lo que significó enriquecimiento de unos y empobrecimiento de la mayoría del país”

De alguna manera deberíamos salir del paradigma de que el mercado “sabe” y que puede decidir por cuenta propia. Lo que hemos visto en los últimos años es precisamente eso, que la política dejó de tomar decisiones que quedaron sólo en manos del mercado. En ese contexto, ¿qué posibilidades reales tenemos hoy de que se instale con fuerza la disputa por el modelo económico que nos rige?

Bueno, el tema no sólo está en Chile, todos estamos pensando con qué se reemplaza el neoliberalismo. La decisión no es entre “mercado y no mercado”, sino sobre qué mercado y quién manda en lo estratégico, y ahí están las políticas públicas, un conjunto de políticas públicas que deben empujar una transformación productiva. Tenemos una torta chica y hay que agrandarla creciendo en los sectores bajos y medios y reduciendo la volatilidad y la informalidad. ¿Son estas cosas posibles? Claro que es posible. Lo hicieron en su época los europeos en la posguerra con una economía destruida. Reconstruyeron un sistema de manera inclusiva, con participación muy importante de los trabajadores. Son cosas posibles y no hay que creer eso de que “en estos tiempos no se puede porque está la globalización”.

O sea, ¿no se trata de un camino sin salida?

Tenemos que corregir la globalización. No podemos cambiar la globalización del mundo, pero podemos manejar lo que entra a nuestro mercado interno; no podemos manejar qué les pasa a nuestras exportaciones afuera, va a depender de lo que pase en el mercado de demanda del cobre, qué se yo, pero adentro podemos hacerlo, lo hicimos entre el 90 y el 96.

Y en términos concretos, ¿cómo se cambia un modelo político y económico?

Tenemos que corregir la Constitución, que daba algunos espacios, pero quitaba otros. Pudimos avanzar en los 90 con esa Constitución, pero te ponía trabas. La nueva Constitución no debería poner esas trabas, debería abrir espacios.

Usted suele hablar de gradualidad y respecto a la consigna “no son 30 pesos, son 30 años” ha dicho que las últimas tres décadas no han sido homogéneas en nuestro país, que ha habido avances y retrocesos, pero que definitivamente no enfrentamos el mismo panorama que teníamos cuando se derrocó la dictadura.

Sí, decir que no pasó nada en 30 años es un profundo desconocimiento de la realidad y cuando uno desconoce la realidad se dispara a los pies, es un suicidio. De partida, los 30 años perdonan a la dictadura, y los 17 años de la dictadura dejaron profundas huellas regresivas y una torta mediocre, lo que se llama el PIB, el Producto Interno Bruto. Durante los primeros años de la democracia crecimos, la torta se agrandó, aumentó el empleo, la desocupación disminuyó y se acortó la brecha de salarios entre hombres y mujeres. En los 90 controlamos los mercados financieros, el Banco Central puso barreras a los flujos especulativos, subió los impuestos, les puso impuestos a las empresas, pero tuvimos que esperar otros 20 años para la reforma que hizo la presidenta Bachelet. Tuvimos que esperar 24 largos años y deberíamos haber hecho reformas tributarias cada diez años, razonables, graduales, que van preparando el terreno. Hacer eso en el momento oportuno hace una gran, gran diferencia.

“(Sobre la crisis)Creo que lo que sucedió es que se iban detectando problemas y se iban tirando para adelante. Hubo inercia en educación, inercia en el Sename, inercia en lo tributario, inercia en la capacitación laboral, inercia en las pensiones”.

¿Cree que lo que estamos viendo actualmente tiene que ver con una acumulación de insatisfacción producida por todas esas medidas que no se tomaron a tiempo?

Creo que lo que sucedió es que se iban detectando problemas y se iban tirando para adelante. Hubo inercia en educación, inercia en el Sename, inercia en lo tributario, inercia en la capacitación laboral, inercia en las pensiones. Recién en 2008 tuvimos una gran reforma con la presidenta Bachelet y eso fue un salto cuántico, significativo, pero no llegó a la meta, la meta estaba más adelante.

Ha mencionado en varias ocasiones a la presidenta Bachelet y hace algunos meses se refirió a las críticas que ella recibió por su manejo económico a pesar de que sus cifras no habían sido tan escuálidas. ¿Cree que el actual estallido pudo haberle ocurrido a la presidenta Bachelet o a otro presidente antes que ella o tiene que ver con las características del gobierno del presidente Piñera?

Me saca mucho de mi ámbito de entrenamiento. Creo que ha habido un cúmulo de errores en los proyectos de reforma, partieron mal, varios de ellos sacaron los choros del canasto y después hubo inercia para responder oportunamente. Como he repetido en los años 96 y 97, “cuidado con seguir abusando de la paciencia de la gente”. Todos los gobiernos, desde el actual hasta finales de los 90, fueron deficientes en el manejo macroeconómico, no tomaron medidas suficientemente adecuadas para librarnos de estas fluctuaciones, de esta especulación proveniente del exterior. Nos abrimos de brazos frente a eso.  

Esta entrevista es una breve síntesis de la que se realizó el 29 de noviembre de 2019 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.

Elvira Hernández: “Lo único que puede calmar algo es la justicia”

Considerada una de las voces más relevantes de la poesía latinoamericana contemporánea, la autora de La bandera de Chile, libro paradigmático de la dictadura, reflexiona sobre la actual crisis social, sus causas y actores; defiende la necesidad de una Constitución plurinacional y evidencia la labor del escritor en estos tiempos convulsos: “Hoy es importante la escritura de registro, la escritura impresionista, que funcionan como diversas codificaciones de lo que está ocurriendo. Sobre todo es esencial reivindicar la libertad de expresión”, afirma.

Por Victoria Ramírez

La semana pasada, en el frontis de la Biblioteca Nacional se instaló un lienzo que declaraba “La poesía está en la calle”. Esa simple frase que remitía a la creatividad callejera llegó a oídos de la poeta Elvira Hernández, que como muchos, ha visto los muros de Santiago y otras ciudades de Chile llenarse de consignas. “Esa escritura es el derrame de emociones que arrojó la revuelta social”, me dice al reunirnos en la terraza de un café en un día caluroso, caldeado, acorde al ánimo del último mes.

Como una coincidencia curiosa, me muestra un ejemplar de su libro Santiago Waria (1992) en su versión cartonera, que además contiene el poema “Santiago Rabia”, escrito en 2016, en memoria de la escritora chilena Guadalupe Santa Cruz. Allí, cubiertas por papel corrugado, se reúnen múltiples versiones de Santiago, como un poema largo, agónico, una zona de combate. “Tanta cerrazón me digo tanto esmog tanto solvente/ tanta lacrimógena/ no hay donde poner pie”.

“Tenemos que buscar un lenguaje para todos, porque una Carta Fundamental es eso. La sociedad tiene muchas necesidades, incluso contrapuestas, pero la palabra tiene que hacer evidente que hay ciertos intereses que nos deben pertenecer a todos”

Nacida en Lebu en 1951, Elvira Hernández —seudónimo de María Teresa Adriasola— es una de las poetas fundamentales de la poesía latinoamericana contemporánea, con una carrera realizada a pulso y una escritura “hecha en el ocultamiento”, como dice en su ensayo Sobre la incomodidad, parte del libro homónimo lanzado este año por Ediciones UDP, y en elque rescata parte de sus apuntes, entre ellos algunos referidos al descontento del Chile de las últimas décadas. En 2018 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Jorge Teillier y el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, reconocimientos que además se materializarán en dos libros que pronto serán publicados. Sumado a eso, fue reconocida con el Premio del Círculo de Críticos de Arte de Chile por Pájaros desde mi ventana (2018), título que se suma a una lista que incluye ¡Arre! Halley ¡Arre! (1986), Carta de viaje (1989), El orden de los días (1991), Cuaderno de deportes (2010), Actas Urbe (2013) y la antología Los trabajos y los días (2016), en el que se recopiló gran parte de su trabajo.

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La escritura de Elvira Hernández tiene una relación íntima con la memoria. Piensa sus textos casi íntegramente antes de pasarlos al papel. Y es en ese “casi” donde quedan espacios en blanco, que completa tiempo después, cuando encuentra la pieza que falta para armar el cuadro. Comenzó a escribir en su juventud, mientras estudiaba Filosofía en el Instituto Pedagógico, en pleno gobierno de la Unidad Popular.

A seis semanas de iniciado el estallido social, Elvira Hernández prefiere no hablar de su obra en esta entrevista y prioriza centrarse en la crisis actual. Estará rondando, sin embargo, La bandera de Chile (1981), ese libro paradigmático de la dictadura que circuló mecanografiado en la clandestinidad, que fue publicado por primera vez en Buenos Aires en 1991 y que recién apareció en Chile en 2010 a través de Editorial Cuneta. Su historia carga también con el hecho de que fue escrito tras la detención de la poeta en el Cuartel Borgoño, en 1979. Es un texto contingente, que incluso hoy en las manifestaciones ha tenido su espejo en algunas pancartas: “La bandera de Chile es usada de mordaza/ y por eso seguramente por eso/ nadie dice nada”.

Yo tenía una escritura secreta que nunca pude compartir en un grupo de discusión literario, porque el país se polarizó de tal manera que, aunque era para mí algo central, la desarrollé en solitario. No había tiempo, vivíamos casi sin dormir, en permanente alerta. En dictadura tampoco pude llegar a tener un período de formación como el que un escritor desea. Una dictadura te crea barreras poderosas que parten por la censura y tiene una incidencia muy fuerte en el lenguaje de un pueblo. Eso fue para mí gravitante. Lo que había escrito lo boté, porque no servía para nada. Entonces fue como empezar a alfabetizarme de nuevo, porque todo había perdido significado. En ese momento, la resistencia de la escritura consistió en no dejar avasallar la conciencia y no perder la memoria.

Pensando en la censura y la relación con el silencio que existió en dictadura, ¿qué lugar crees que tiene hoy el silencio en una democracia que hemos visto, de alguna forma, quebrada?

Hay que analizar muy finamente nuestro período posdictatorial, donde se habló de la recuperación de la democracia. Una de las causas de que esto explote es porque se llega a la conclusión de que esta recuperación ha sido una formalidad. Ha habido una falta de democratización y eso se sintió, porque hubo mucho encubrimiento. El desarrollo cultural de este período también tiene implicancias importantes: la entrada a un mundo que yo desconozco, que es el virtual y que ha jugado un rol fundamental. Creo que ha sido el hilo del movimiento, de estas manifestaciones de atroz descontento.  

Así como internet ha sido clave para la comunicación entre los manifestantes, se ha visibilizado a aquellos que están en la primera línea, arriesgando su integridad física. ¿Cómo observas la organización que ha existido en estas semanas de movilizaciones tras el 18 de octubre?

No solamente en las manifestaciones, también en las poblaciones. En todos los estallidos sociales los que le ponen el pecho a las balas son siempre los que están dispuestos a dar todo y por lo general no suelen recibir nada. Quien se pone en la primera línea es alguien que está dispuesto a entregar su vida. Pienso que esta es una sociedad que tiene que entrar en diálogo. Lo que ocurrió durante la primera semana no puede seguir ocurriendo durante cinco meses. Estoy en contra de lo que siento es el espíritu de esta época: la desintegración. Si no estuviera relacionada con la palabra quizás estaría pensando en otra cosa, pero como estoy acá y la palabra siempre es dialógica, tomo distancia.


En tiempos como estos suele hablarse de la responsabilidad del escritor bajo la idea del “sujeto público”. ¿Cuál debiese ser, a tu juicio, la labor de las escritoras y escritores en la actual crisis?

Creo que tenemos que ser más ciudadanos que nadie. Es un gran momento, en el sentido de que tenemos que buscar un lenguaje para todos, porque una Carta Fundamental es eso. La sociedad tiene muchas necesidades, incluso contrapuestas, pero la palabra tiene que hacer evidente que hay ciertos intereses que nos deben pertenecer a todos y otros que son demasiado individuales para que los carguemos.

¿Crees que el movimiento social que estamos viviendo podría afectar una escritura “política” a futuro?

Creo que es imposible pasar de largo. Para mi generación la escritura es algo que emana de un inconsciente y es oscuro. No se puede gobernar. Al momento de la escritura el inconsciente tiene que hablar y sabe de nuestras barbaries, imposturas, renuncias morales, claudicaciones políticas. Uno racionalmente puede ahogarlo. A veces vemos escrituras que son planas, porque son muy voluntarias. Han querido llevar una tesis. Hoy es importante la escritura de registro, la escritura impresionista, que son diversas codificaciones de lo que está ocurriendo. Sobre todo es esencial reivindicar la libertad de expresión.

En tu ensayo “Este país” (2009) te refieres al olvido de la identidad indígena en Chile y das cuenta del reclamo de autonomía en Wallmapu. Algo que ha llamado la atención en este estallido es que se han levantado banderas mapuche como símbolo de resistencia. ¿Crees que el proceso que se inicia en abril pudiese dar oportunidad a generar una Constitución plurinacional?

Creo que esta es la última oportunidad de reconocer ese fundamento que son los pueblos precolombinos. Esa sabiduría no-occidental puede llegar a salvarnos de la hecatombe de una economía extractiva que significa arrasar la naturaleza. En cuanto al pueblo mapuche, que ha avanzado muchísimo en organización política y cultural, que habla ya de territorialidad y autonomía, es necesario ir a un diálogo más profundo y hacer, por fin, de Chile un país plurinacional con participación activa mapuche.

“Creo que (una nueva Constitución) es la última oportunidad de reconocer ese fundamento que son los pueblos precolombinos. Esa sabiduría no-occidental puede llegar a salvarnos de la hecatombe de una economía extractiva que significa arrasar la naturaleza”

En octubre estuviste en el Festival Panza de Oro, Bolivia. Actualmente ese país atraviesa un proceso complejo tras el golpe de Estado al gobierno de Evo Morales. En Colombia actualmente tienen toque de queda. ¿Cómo observas el clima de descontento con los gobiernos latinoamericanos?

Bueno, hemos vivido todo este tiempo bajo el yugo del neoliberalismo. Es un modelo que sencillamente estalló, porque ya no puede seguir sometiendo más a las sociedades. Ayer vi un rayado que me puso la carne de gallina, con pintura roja decía «Cóndor» y me remitió al Plan Cóndor. Bolivia es un pueblo que tiene más experiencia política que el nuestro. Cuando estuve allá un chico me dijo «Has conocido Bolivia antes de». Para ellos no era ninguna sorpresa lo que iba a ocurrir, pero tenían la angustia de ver que nuevamente esa sociedad se les iba a desarmar. Saben lo que significa. Nuestra Latinoamérica está en un momento de mucho hervor y es vital poder encontrar salidas que pongan justicia. Lo único que puede calmar algo es la justicia.

Aquí, Chile: literatura neoliberal y literatura post estallido

Por Patricia Espinosa H.

Complejo resulta mirar nuestra literatura si asumimos hablar desde el interior del estallido social. Sin embargo, los signos estaban ahí evidenciando por medio de gritos o susurros las múltiples grietas y fracturas que iban opacando la brillante y monocorde atmósfera de progreso que pretendía ocultar la tragedia de vivir en el país más neoliberal del mundo. Porque desde siempre el espacio propio de la buena literatura ha sido la grieta: habitar una grieta, provocar una nueva, ignorarla, incluso rechazarla. Por eso, si la literatura decide habitar en la árida superficie que sirve de escenario para el despliegue del poder, no logrará sobrevivir.

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Durante la dictadura, la literatura nacional, realizada tanto al interior del país como en el exterior, tuvo como eje, precisamente, la dictadura. Todo texto de poesía y narrativa se orientó a la confrontación y denuncia del orden represor de manera alegórica o realista. La torsión hacia la estética neoliberal viene después, con la llegada de la democracia pactada con el poder militar y empresarial y tiene como momento fundante la década de los 90. La estética neoliberal impuso y sigue imponiendo el predominio de una voz, ya sea narrativa o lírica, privatizada, es decir ensimismada, concentrada en su individualidad e intimidad. El otro, la otredad, no aparece más que como parte de la escenografía que rodea el itinerario agónico del narrador o personaje principal. La subjetividad, por tanto, se empequeñece al punto de su cosificación, sometida a una continua anestética o pérdida de la sensibilidad, en este caso para percibir la existencia del otro o la otra; además, la memoria se debilita, se hace pequeña, insignificante, salvo para el drama familiar o sentimental. Obviamente, cualquier proyecto colectivo está ausente, ya que el sujeto ve en la alteridad un escollo para el logro de sus objetivos. Incluso la ciudad pasa a ser un territorio amenazante (que interrumpe el desplazamiento del narciso) o un espacio ridículamente idealizado, sanitizado, donde el sujeto puede armar su ruta personal no afecta a interrupciones. La ausencia de diversidad de sujetos, en consecuencia, se vuelve fundamental. Una voz predomina, la burguesa, es decir, con sus necesidades materiales más o menos resueltas. Los y las otras o no aparecen o quedan en un segundo o tercer plano. Sujeto popular, migrantes, pueblos originarios, trabajadores explotados, enfermos sin atención y ancianos empobrecidos. Pero la estética neoliberal no se detiene ahí, porque abarca también las expectativas de un sujeto que ya no tiene el refugio de una utopía, por lo tanto, sólo le queda un desencanto no trágico, algunas veces cínico, otras simplemente indiferente. Por todo esto resulta obvia la ausencia de cuestionamiento a la explotación laboral y al sistema de castas: los personajes se mueven en un orden social naturalizado. Esto implica que la literatura se retraiga sobre sí misma, orientándose a historias mínimas, sucesos cotidianos, donde los narradores, y también muchos poetas, han dejado de lado todo, salvo el yo y su despliegue incesante.

Crédito: Alejandra Fuenzalida

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La literatura chilena, a partir del 90, se produce bajo el predominio de las lógicas neoliberales, expresadas bajo la forma de la mercantilización de la cultura. En este sentido, si tomamos en cuenta lo dicho por Harvey: “No cabe duda de que la neoliberalización ha hecho retroceder los límites de lo no mercantilizable” (Madrid: Akal, 2007, p. 182) podemos preguntarnos acerca de los efectos que la mercantilización ha tenido sobre la narrativa publicada desde 1990 hasta la actualidad (2019). Las presiones mercantilizadoras sobre las producciones ficcionales se advierten al interior de los propios textos, así como en su lugar dentro de la crítica y el mercado.

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Una vez reinstaurada la democracia, la literatura dio un giro radical. Pienso en los 90 y la emergencia de la Nueva Narrativa y su adscripción a la promesa neoliberal: la globalización de la literatura. Entiendo esto último como la negación de todo signo de identificación territorial, en última instancia la negación de un contexto latinoamericano, el uso de un español neutro, facilitador para el lector mundial y las posibles traducciones, la cita de alta cultura y la exclusión total de toda problemática social.

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Más acá de los 90, mucha literatura neoliberalizada se ha publicado y se sigue publicando. Que la literatura mostró la crisis antes del estallido, sí, pero no toda. No puede haber aquí una defensa corporativa, gremial, que intente dejar a la literatura como un oasis de crítica, sospecha o denuncia constante. No, porque mucha narrativa ha acompañado a los discursos oficiales, plegándose acríticamente a la naturalización del modelo. Sólo basta pensar en todos esos relatos sin anclajes, con ausencia o débiles referencias a todo aquello que pueda sonar a latinoamericano y que se ofrece desde una neutralidad globalizada. Sólo ese aspecto nos habla de un sujeto/a sumiso, desmovilizado, inhabilitado para ejercer presión o intentar cambiar su estado de desesperanza.

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La ficción atada a la representación de lo real deviene de una episteme, la neoliberal, que acosa al sujeto/a, que no le da tregua, cuyo fin es su destrucción o la obediencia del sometido/a al manual neoliberal. Ante esto surge la mayor parte de las veces de manera incipiente y en otras de manera radical, una estética de la derrota, y es precisamente esta derrota la que prefigura el estallido social. Sin embargo, hay un aspecto importante que la literatura prácticamente no vio, no fue capaz: el entusiasmo, la confianza colectiva en que quizás esta sea la vez en que la infame ruleta del poder escuche las demandas del pueblo. Presenciamos la sorprendente y hasta alegre reinstalación de la utopía contra la cual los partidos políticos y su corruptela connatural ya están complotando para convertirla en anuncios de campaña que les permitan refundar su deslegitimado poder.

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Tal como plantea la posmodernidad, la estética neoliberal incluye también la falta de verdades absolutas y la fragmentación del sujeto. Pero es precisamente por ahí por donde se comienza a filtrar un excedente antihegemónico, me refiero con esto a indicios de torsión a la lógica neoliberal. En las narrativas de mujeres y homosexuales y en las de la memoria, los gestos antihegemónicos dejan de ser indicios de subversión y pasan a formar parte de su contenido fundamental. Sin embargo, es necesario hacer una salvedad, la literatura homosexual masculina burguesa emerge como una tendencia ya no marginal, sino visible y, por lo general, como un dispositivo orientado a realzar poder y clase, deslizándose hacia una banalidad autocelebratoria y una sexualidad convertida en objeto de consumo.

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Hubo que esperar hasta los 2000, fecha en que se conmemoraron los cuarenta años del golpe militar, para que nuestra narrativa diera un giro hacia la historia. La publicación de posmemorias ha significado la vuelta hacia una ficción que se nutre de no ficciones y que retoma la dictadura desde el punto de vista de los hijos. El lenguaje deja su transparencia, su consumo facilista, que se había hecho habitual, para poner en jaque la épica de los 70 y cobrar cuentas a la generación de los padres. Esta escritura sí manifiesta un explícito descontento, falta de expectativas, ausencia de proyecto y mucho resentimiento. La posmemoria corre en paralelo al surgimiento de la autoficción. Un tipo de narrativa en la cual confluye la ficción con la biografía del autor/a, donde se elimina la acción, los acontecimientos se limitan a lo cotidiano, intrascendente, y el tiempo parece detenido. Mucho yo, mucho individualismo, pero también soledad, tristeza, nuevamente mundos burgueses apresados por una lógica del consumo ligado a las relaciones afectivas. El tiempo en estas narraciones se ha condensado, los periodos son breves, no hay pasado ni futuro, sólo un presente continuo, interrumpido por crisis de sujeto/a, que alteran los ritmos de vida sin que esto signifique dramatismo o tragedia. Es más, todo lo trágico termina por diluirse en pos de la sobrevivencia automatizada de los personajes o del llamado darwinismo neoliberal.

Crédito: Felipe PoGa

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La autoficción se ha vuelto una moda o tendencia que fácilmente se podría rechazar en bloque por sus innegables parentescos con la lógica neoliberal, sin embargo, me parece necesario hurgar un poco más en ella. Se trata de una escritura sobre una intimidad en crisis, despojada de todo, donde lo único que queda en pie es el sí mismo/a. Sin épica resulta natural la introyección del sujeto/a, el privilegio de situaciones domésticas que dan cuenta del vaciamiento de expectativas, de la impotencia de no poseer algo más que al propio yo; son escrituras del después de la derrota, del momento en que surge un estado de tregua, donde sólo queda vivir en el pequeño territorio asignado y, en ciertas ocasiones, asumir cierto cinismo o ironía.

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Las escrituras de mujeres desde el 90 en adelante manifiestan mayoritariamente un giro radical. Advierto, acá, un territorio de escrituras orientadas a privilegiar a la mujer en su dimensión política. Sin edades que marquen generaciones, las escritoras abandonan los lenguajes sutiles, las retóricas oblicuas tan bien recibidas por nuestro macho campo literario, para poner en escena las operaciones patriarcales y su pedagogía orientada a subordinar a la mujer. La escritura de mujeres en sí misma se está convirtiendo en una revolución del lenguaje, amarrada a la exigencia de cambio social, donde se enfatiza la presencia de cuerpo, la diferencia de género, el abuso y la memoria como un lugar fundamental para la deconstrucción del sujeto mujer.

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La crisis tiene una presencia constante en nuestra literatura, incluso en la plenamente neoliberalizada, y no implica necesariamente una energía contrahegemónica. Aun cuando sea de Perogrullo, reiteraré que no hay literatura sin crisis y que, por tanto, si de literatura y crisis se trata, es casi imposible encontrar un texto donde se haya eliminado la crisis. He intentado derivar a un tipo particular de crisis, aquella ligada al estallido social que estamos viviendo. Pero esto no puede implicar la elaboración inoportuna, dado el contexto y este espacio, de listas con autores y autoras que hayan vaticinado la revuelta social o, en su contrario, autoras y autores que se hayan plegado al discurso hegemónico. Por supuesto que hay nombres que son más que evidentes y que ya he mencionado en otros lugares, porque son claramente una interrupción violenta en el curso del orden neoliberal o su afirmación tajante. Pero si hay algo que el estallido ha mostrado es que las chilenas y los chilenos sí leíamos y sí podíamos expresarnos. Durante años se construyó una mitología que relegaba a gran parte de la población a un estado de barbarie no lectora y por lo tanto incapacitada del derecho a hablar, esclava sumisa de la televisión y los medios. Pero entre todo lo que comenzó a arder desde el 18 de octubre también se arrojaron al fuego las ansias monologantes de las elites, el monopolio de la palabra y del discurso, sus límites, cánones y escalafones. Es difícil creer que todo eso se calcinó y quedó reducido a cenizas, más cuerdo sería pensar que apenas se chamuscó porque son estructuras viejas y poderosas, resistentes, pero aun así deberían provocarse cambios importantes. Por eso, más que celebrar los poderes predictivos de la literatura deberíamos preguntarnos de qué lado queremos que esté la literatura que viene.

Sobre el acuerdo y el momento constituyente actual

Por Fernando Atria

I

En normalidad, las normas (las decisiones institucionales) son la medida de los hechos. Esto quiere decir algo simple y obvio: la infracción de una norma no muestra un problema con ella, sino con la acción infractora, que es “ilícita”. Discutimos las normas porque de ellas depende lo que ocurra en el mundo de los hechos. Las normas son dictadas por poderes constituidos, es decir, por poderes también creados por normas, y así especificados, regulados, limitados, relativizados, etc. Esto vale también para las normas que crean y regulan esos poderes: ellas son la medida de los actos de ejercicio de esos poderes; si los violan, actúan ilícitamente y sus actos son nulos, etc.

Todo esto cambia cuando irrumpe, como lo hizo el 18 de octubre, una fuerza social cuyo contenido es inicialmente negativo: no al orden actual. Esa fuerza social que irrumpe negando las condiciones de vida actual (en este sentido, demandando unas nuevas) es lo que la teoría constitucional llama «poder constituyente».

Este no es conferido por normas y por tanto no aparece limitado, regulado y relativizado. No tiene competencias delimitadas ni se ejerce a través de procedimientos preestablecidos. Es irrelevante que su acción sea calificada de «ilícita», y lo que produce no puede ser «nulo». No es una norma, es una magnitud real.

Cuando un poder constituyente irrumpe, la relación entre hechos y normas que caracteriza a la normalidad se invierte. Las normas dejan de ser la medida de los hechos y los hechos devienen la medida de las normas.

II

Una analogía puede explicar este punto. Las instituciones en condiciones de normalidad operan como quien diseña un canal de regadío hecho para que el agua llegue de un punto a otro. La velocidad y dirección en que fluye dependerá del modo en que él sea construido. Al diseñarlo, tomaremos en cuenta las áreas que conviene que sean regadas; algunas autoridades harán cálculos sobre las ventajas que obtendrán por satisfacer a unos en vez de otros: habrá intereses particulares que buscarán «capturar» el diseño del canal en su beneficio. Eso es política normal.

Las cosas cambian si lo que estamos diseñando es un canal para prevenir un posible aluvión. Ahora se trata de que el canal sirva de cauce a una fuerza enorme cuando esta se manifieste. La cuestión ya no es si queremos que el agua llegue a un determinado lugar o a otro por consideraciones de política, sino que el canal sirva para contener la fuerza que se manifestará. Si no sirve, el agua no fluirá por el canal. Pero esto no quiere decir que no fluirá, sino que lo hará por donde sea, causando un daño muchísimo mayor del que habría causado si el canal hubiera servido para contenerla.

La diferencia es fundamental: en un caso discutiremos dónde queremos que llegue el agua y esta fluirá según las decisiones que tomemos. En el otro, la cuestión ya no es a dónde llevaremos el agua, sino construir el canal para que pueda contener la fuerza que se manifestará.

Si los ingenieros que construyen un canal aluvional malentendieran su función y asumieran que construyen un canal de regadío, el resultado sería trágico. Y eso es exactamente lo que parece que estamos presenciando en el caso del acuerdo constitucional.

III

El acuerdo parecía mostrar que la política institucional había entendido la exigencia de un momento constituyente, la inversión de la relación entre hechos y normas. La derecha aceptó un plebiscito constitucional al que se había negado siempre y que ese plebiscito pudiera llevar a una convención elegida para discutir una nueva Constitución desde una hoja en blanco.

Es decir, parecía abrirse un camino hacia el poder constituyente, lo que podría llevar a una genuina nueva Constitución.

Poco después, sin embargo, el senador Andrés Allamand negaba que el acuerdo fuera constituyente porque su contenido permitiría cambiar sólo lo que la derecha estuviera dispuesta a modificar (esa es, por cierto, la enorme diferencia que hay entre 2/3 para una reforma constitucional y 2/3 desde una «hoja en blanco»). Ahora, con el trabajo de la comisión técnica aparecen nuevos condicionamientos, relativizaciones, normas y limitaciones escritas con una lógica propia de lo constituido más que de una conducida por la necesidad de crear un camino reconocible para el poder constituyente.

Crédito: Felipe PoGa

Esto es un error: el acuerdo tiene sentido desde la óptica constituyente de canalizar un poder que existe y busca manifestarse. Si lo canaliza, ese poder podrá constituir limitando el daño o la disrupción que producirá. Si no lo logra, también se realizará constituyendo, pero lo hará de cualquier modo, causando mucho más daño y disrupción.

¿De qué depende que lo logre o no? Por cierto, no de que una norma se lo ordene. Así como Chile no necesitaba la autorización de una norma para despertar, el poder constituyente no está vinculado a normas que le impongan el deber de manifestarse a través de ciertos mecanismos en vez de otros. El poder constituyente, con la magnitud que irrumpió en la política nacional el 18 de octubre, no es del tipo de cosas que están normadas.

El acuerdo logrará canalizar al poder constituyente si este ve en él un camino adecuado. Fracasará si se percibe como un intento de neutralización, una forma en que la «clase política», «los políticos», «los partidos», buscan, mediante la «letra chica», evitar la nueva Constitución. Para lograr esto, la política institucional comienza cuesta arriba. Porque su credibilidad está en sus mínimos históricos y cualquier cosa que acuerde será en principio vista con sospecha. Esto hace todo más difícil.

Hoy lo único que puede legitimar ese camino es su contenido. Y en eso el plebiscito de abril y la posibilidad de una nueva Constitución desde una hoja en blanco fueron fundamentales.

IV

Con el trabajo de la comisión técnica aparece un intento de introducir reglas, de normar, limitar, relativizar. La sospecha de estar ante un intento de neutralización aumenta.

Un ejemplo es el modo de elección de los miembros de la convención constitucional. El acuerdo decía que se elegirían aplicando el sistema electoral vigente para la Cámara de Diputados. Si fuera así, la convención no tendría paridad de género ni representación adecuada de pueblos originarios, y sólo estaría compuesta por convencionales elegidos en asociación a un partido político. Esto último es más que un problema con «los independientes». Como hoy los partidos políticos están notoriamente deslegitimados, una elección en que sólo los candidatos vinculados a ellos tengan opciones reales excluiría de hecho a buena parte de la ciudadanía social y políticamente movilizada.

La cuestión es si la convención será un reflejo de la política contra la cual Chile ha despertado o responderá a un intento visible de anticipar la política que viene. La respuesta a esta pregunta es apta para acreditar o desacreditar todo el camino constituyente del acuerdo.

V

En condiciones de política normal, las cuestiones se discuten y deciden atendiendo al modo en que afectarán a los grupos que participan de la discusión y decisión. Aquí no hay nada novedoso, así es la política normal.

Pero en momentos constituyentes, la óptica para actuar cambia. Ahora lo que importa es que ese camino sea reconocido como apto y útil, de modo que la fuerza que ha emergido lo reconozca y lo use para manifestarse con la menor disrupción y daño adicional posible. Pero la política constituida se resiste a reconocer lo especial del momento constituyente y adoptará la primera perspectiva si puede; así, buscará introducir una regla que disponga que el plebiscito de entrada sea con voto voluntario para disminuir el rechazo a la Constitución de 1980; o una cláusula ambigua en cuanto a si los 2/3 son necesarios para cada norma o adicionalmente para una decisión final, porque eso puede crear una oportunidad para defender la Constitución de 1980 en la hora nona; o un sistema electoral orientado a maximizar las posibilidades de tener resultados favorables.

El riesgo, por cierto, es que esto lleve a que el acuerdo sea visto como un «negociado», un arreglo de «los políticos» al que sería ingenuo reconocerle una genuina dimensión constituyente. Entonces el poder constituyente no lo reconocerá ni lo recorrerá.

¿Podemos esperar que la política constituida abandone la óptica que le es natural y asuma la perspectiva constituyente? Esto parece ingenuo; parece significar que los grupos políticos no buscarán sus propios intereses, sino el interés del país. No parece realista esperar que la UDI esté dispuesta a hacer la pérdida respecto de la Constitución de 1980 y a dejar de buscar cualquier oportunidad para que ella sobreviva.

Esto no es ingenuidad, sin embargo, porque es dicho con plena consciencia de que es altamente improbable. Es improbable que la misma política constituida entienda que se encuentra en un momento constituyente en el que la relación ente hechos y normas se ha invertido, que por eso exige una acción totalmente distinta a la habitual. Por eso, las nuevas Constituciones no suelen ser dadas a través de mecanismos establecidos por lo poderes constituidos de la política que busca ser superada.

VI

Dos caminos se abren ante nosotros. Si la política institucional logra, a pesar de lo improbable que parece, reconocer la exigencia especial del momento constituyente, podrá canalizar adecuadamente la crisis actual, que entonces podrá ser superada pacífica y democráticamente mediante la dictación de una genuina nueva Constitución; si ella actúa con la lógica de lo constituido, lo que haga no será reconocido como un camino adecuado por el poder constituyente. El poder social que ha irrumpido el 18 de octubre, entonces, se manifestará de cualquier modo, en lo que podría llevar a una crisis política que afecte el desarrollo del país por una generación.

Este es el momento en que cada uno deberá asumir su responsabilidad ante la historia.

Lina Meruane: Ojos abiertos

…que se sepa que en Chile nos estarán robando los ojos más no la VOZ!

Por Lina Meruane

I. Afuera preguntan qué está pasando en Chile y ha habido tantas respuestas sucesivas. 30 pesos y 30 años de descontento y 47 años seguidos de dicta-dura y dicta-blanda y de una democracia fundada en principios dictatoriales. Afuera preguntan y la respuesta va cambiando porque no se trata sólo del pasado materializado en las protestas del presente sino de la impaciencia por los años de descontento y desconfianza por delante de nosotros si las demandas de la calle no se resuelven. Si las manifestaciones no acaban por derrocar las bases del sistema abusivo que la dictadura nos implantó.

II. Afuera cuesta vislumbrar lo que la gente ha esperado, lo que ha aguantado, los sistemáticos atropellos; cuesta ver que la gente cumplió en silencio, que se levantó temprano para llegar a tiempo al trabajo, que trabajó duro, que sumó horas extra, que pagó sus impuestos mientras veía que otros que ganaban más evadían los suyos; cuesta ver que la gente se endeudó para educar a sus hijos, que los endeudados siguen pagando a plazos imposibles, que los chilenos-de-adentro viven para pagar y que de pronto comprenden que nunca terminarán de hacerlo, que envejecerán en la miseria, que se suicidarán desasistidos en sus casas porque no les alcanza ni para comer. Eso no se percibe afuera, ese no tener ya nada que perder.

III. Es el sistema lo que debe cambiar: caer con sus presidentes y sus fuerzas de orden y su tropa de empresarios evasores. El sistema debe caer con los privilegios que protege. Pero afuera cuesta entenderlo porque es allá donde nuestros presidentes han vendido unas cifras de éxitos extraordinarios sin revelar las cifras de nuestra extraordinaria desigualdad.

IV. Mentir por omisión, nos decían en casa, es igualmente mentir; si nos pillaban mintiendo nos castigaban.

V. Mentir es otra manera de censurar la información, de cegarla.

VI. En mis años escolares, que fueron los años de la dictadura, se acusaba al Mercurio de mentir y era cierto que ese diario mentía. El Mercurio ocultaba información o la distorsionaba. El Mercurio fabricaba hechos convenientes para la propaganda del gobierno golpista. Vemos ahora con toda claridad, porque hay más medios, más voces, porque hay cámaras por todas partes, lo que hoy ocultan ese y otros medios comandados por empresarios comprometidos con un sistema que les asegura sus privilegios. Sobre los muros la gente ha hecho crecer la nariz azul de Mercurio, el mitológico mensajero de los dioses.

VI. Quiero responder a quienes me preguntan por Chile pero ese primer día es confuso. Esos sospechosos incendios simultáneos, esos saqueos de supuestos delincuentes bajo las órdenes de la izquierda chilena, cubana o venezolana. La televisión suprime las imágenes de la violencia ejercida por tropas armadas, escudadas tras paneles, sus cuerpos en chalecos antibalas, sus rostros protegidos por cascos, tropas militares y policiales entrenadas para aplacar a miles de ciudadanos que aparecen en las calles por su propia voluntad para reclamar lo que les han robado. Sé, porque fui periodista, porque trabajé en esos medios productores de mentira, que hay una sobreproducción de noticias falsas difíciles de contrarrestar con las verdaderas. Porque la situación es compleja recurro a medios alternativos y a la prensa extranjera para complementar, y voy siguiendo a personas conocidas y desconocidas en sus recorridos, intentando, con ellos, descifrar qué es lo que ocurre en nuestras calles.

VIII.. La miopía que me impone la distancia no se condice con la celeridad de las noticias.

IX. No se condice con la ira y la incertidumbre, el asombro, la admiración, la angustia que me produce leer los carteles desplegados por las avenidas. Los rayados con sus quejas y peticiones: el sistema de pensiones y la salud, la educación, la constitución, la violencia desatada. es tanta la wea que no se que poner, confiesa alguien en su pancarta. Es tanto, tan repentino, tan veloz lo que sucede, que me quedo sin palabras.

X. No responder sino aullar: ¡Sacaron a los militares a la calle! ¡Nos están disparando!, digo como si yo misma estuviera ahí, entre la gente, apenas dos días después. ¡Nos declararon la guerra!, exclamo y escribo, ¡la guerra conchasumare! Como si no hubiéramos estado viviendo una larga guerra encubierta. Una guerra de baja intensidad (que para los mapuche ha sido, por siglos, de tan alto voltaje). El presidente ha pronunciado la guerra con todas sus letras, la ha hecho manifiesta.

XI. “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie, que está dispuesto a usar la violencia”. Los militares se enfrentan a un pueblo armado con piedras, los más exaltados, pero sobre todo con los históricos utensilios de la protesta: cacerolas y cucharas de palo, tal vez un tenedor.

XII. Esa declaración ha consistido en echarle leña al fuego del descontento que arde hace semanas por todo el país. Un descontento que nadie veía mientras se cocinaba por años en esas mismas ollas.

XIII. Explicar en tantas palabras lo que un cartel tirado en la calle resume en una línea ingeniosa: el huevo se veía bonito por fuera pero por dentro estaba podrido.

XIV. Esto nadie me lo pregunta pero esa frase me remite a los huevos que tirábamos en el colegio en los supuestos finales de la dictadura. Cuando nos prometieron que la alegría ya venía. Cuando parecía que las cosas iban a cambiar. Cuando no sabíamos qué esperar, porque en ese colegio privado nadie tenía de qué preocuparse. Sólo el rector se preocupaba por la imagen de su prestigiosa institución: nos correteaba exigiendo que regresáramos a las aulas porque si no nos iba a castigar. ¿Castigar? Cientos de huevos frescos reventando sobre el pavimento.

XV. Qué podían importarnos sus amenazas. No era a nosotros a quienes el sistema iba a reventar.

XVI. En estos días convulsos he dicho afuera que a los chilenos nos están reventando los ojos con balines disparados a la cara en vez de a las piernas, donde no provocarían un daño tan feroz, tan irreversible. Es a la cara donde apuntan sus armas. Dos centenares de ojos rotos que no volverán a ver. Dos centenares de jóvenes tuertos y uno que en plena movilización fue baleado a corta distancia en ambos ojos.

Crédito: Lina Meruane

XVII. “Regalé mis ojos para que la gente despierte” es lo que dijo ese joven cegado por la policía. “Por favor sigan luchando”. Eso nos mandó a decir desde la clínica.

XVIII. De cuando exigir justicia cuesta un ojo de la cara. De cuando manifestarse cuesta dos. Alguien debe pagar por todos esos ojos.

XIX. Acostumbrado a deslumbrar, ahora el país rompe el récord mundial de daños oculares en enfrentamientos. Al presidente y a la prensa sólo parecen importarle las pérdidas materiales y las cancelaciones de reuniones internacionales donde planeaba seducir al mundo con un oasis que creía suyo.

XX. devuélvenos los ojos, le exige al presidente un cartel de ojos ensangrentados. Hay tantas cosas que nos han robado.

XXI. ¿No se había retractado el presidente de su guerra declarada? ¿No había quitado a los milicos de las calles? Yo titubeo afuera donde me preguntan, yo asiento apenas y aclaro que quitó a los soldados pero delegó la violencia en los pacos. Digo los pacos o los policías o los carabineros que son una institución sin líderes respetables, una institución decadente y corrupta, atravesada por la deshonra y la cocaína. Una institución podrida que reúne el repudio ciudadano.

XXII. Entre las miles de frases que se escriben y se vocean por las calles, «pacos qliaos» debe ser la más repetida. Porque si los primeros lemas denunciaban los 30 pesos y los 30 años de lenta violencia económica, ahora los carteles denuncian los veintitantos muertos, los dos mil y tantos heridos en hospitales, los más de doscientos casos de graves lesiones oculares.

XXIII. El respeto de la calle es para un quiltro emblemático: desde hace mucho circulan las pintadas que conmemoran a ese perro negro de pañuelo al cuello que en las protestas estudiantiles de la pasada década atacaba a los miembros de la policía. Ya muerto de viejo, sigue vivo en carteles y murales el llamado Matapacos que nunca mató a nadie.

XXIV. ¿Cómo podría ser esto una guerra cuando los heridos son los civiles?

XXV. Sí, sí, digo con creciente impaciencia afuera. El gobierno se vio forzado a llamar a los milicos de vuelta a sus cuarteles pero entregó su guerra sin cuartel a la policía que opera alentada por una prometida impunidad.

XXVI. Circula un audio en el que el Director de Carabineros promete a los suyos “todo el apoyo y todo el respaldo” y agrega que aunque se le obligue “no dará a nadie de baja por procedimiento policial. Todo el respaldo”, repite como si no hubiera dicho lo mismo dos veces antes, “dentro del ámbito legal”. Se escuchan aplausos, se escuchan vítores. La institución confirma la veracidad de esa declaración, insistiendo en el marco legal por el cual se rige.

XXVII. ¿Es apropiado dentro de un marco legal atacar cuando no es en defensa propia? ¿Disparar balines a los ojos? ¿Disparar armas de fuego al cuerpo ciudadano? ¿Torturar? ¿Violar en comisarías? ¿Meter una luma por una vagina? ¿Toquetear y desnudar mujeres? ¿Detener y agredir a menores de edad? ¿Es ese encarnizamiento lo que el Director de Carabineros llama respetar el procedimiento policial?

XXVIII. Todas esas preguntas son retóricas. Mientras tanto, el gobierno intenta en vano que la gente deje de protestar a golpe de perdigones.

XXIX. El presidente declara por esos mismos días que mandará leyes al Congreso para fortalecer a las fuerzas policiales, a los fiscales, a los equipos ministeriales para que interpongan sus propias querellas criminales contra la calle. Anuncia un aumento de las sanciones contra quienes arman barricadas, contra los encapuchados, contra quienes “propician el desorden público”. Leyes que aumentan la seguridad ciudadana. Leyes que el Congreso se negó a aprobar en el pasado. Esto me obliga a explicar afuera que no se trata de asegurar los bienes públicos de todos los ciudadanos sino de violar los derechos humanos de los mismos, y que las formulaciones de estas leyes de seguridad, las vigentes y las por venir, dejan lugar a aún mayor desproporción en la violencia usada contra una ciudadanía en su legítimo derecho a manifestarse.

XXX. Ahora se descubre que los balines no son de goma, como se nos decía. No rebotan sino penetran. Un estudio exigido por médicos que extrajeron esos balines de tantos ojos rotos revela que sólo un 20% es caucho mientras el restante 80% es un compuesto de metales duros y tóxicos. Sílice. Sulfato de bario. Plomo.

XXXI. Más parecido a una piedra, señala el estudio de una respetada universidad chilena. Más a una piedra que a un huevo duro.

XXXII. Algo huele a podrido en Dinamarca, sugiere un personaje secundario en la tragedia shakespeareana. “Es olor a lacrimógena nomás”, responde la calle que corre entre tanquetas con los ojos cegados de gas y la cara cubierta con un trapo.

XXXIII. Algo olía mal desde hacía tanto tiempo que acabamos por acostumbrarnos. Pero la podredumbre era tanta. Provenía del palacio presidencial donde un gobierno dizque democrático se negaba a representar los intereses de su ciudadanía, a escuchar sus quejas, a negociar con ella sus demandas. “Es hedor a privilegio nomas”, murmura la calle alzando su spray y sus pancartas.

XXXIV. Ya los griegos lo habían advertido: hasta el mejor intencionado de los reyes deja de percibir lo que está pasando a su alrededor y encandilado por su poder asesina a su padre y comete incesto con su madre; cuando por fin vislumbra lo que ha hecho se quita los ojos para hacer literal su trágica ceguera. Pero esta no es una tragedia griega con reyes consecuentes. La ceguera de este presidente es de otra clase. Es una ceguera de clase alta. Una ceguera elegida para no tener que renunciar a sus prerrogativas. Una ceguera apenas metafórica: ni el presidente ni sus ministros ni sus partidarios se quitarán los ojos. Esta tragedia de avaricia no es griega sino chilena y va avivada por un coro citadino que exige que el presidente renuncie y pague por sus crímenes.

XXXV. Renunciar para el presidente sería como sacarse los ojos.

XXXVI. Así se escribe esta trágica historia: en un país de políticos ciegos sólo el ciudadano tuerto puede gobernar.

XXXVII. Ya no queda muro sin escribir por las calles de nuestro Chile: esos muros que fueron la página en blanco de nuestro silencioso sometimiento son ahora el medio más inmediato de la comunicación callejera. Los anónimos autores colectivos escriben de manera incesante y exigen que nadie borre los mensajes que le envían al mundo.

XXXVIII. El cuerpo ciudadano ha sido siempre el blanco de la violencia estatal, pero ahora, más acorde con estos tiempos visuales y especializados la violencia debe ser espectacular. El blanco ya no es el cuerpo sino el ojo ciudadano. El deseo de dejar sus ojos, abiertos, atentos, para siempre despiertos, en blanco.

XXXIX. “Los estamos grabando, pacos qliaos”, aúlla una voz en uno de los tantos videos que circulan por las redes para que ojos ajenos puedan observar el ensañamiento policial. Esas fuerzas ya no operan de invisible ni impune. Las cámaras aportan su e-videncia.

XL. “Paco qliao” es tan difícil de traducir como “paco culiao”, pienso mientras trato de explicarlo afuera. “Culeado” con todas sus letras resulta incluso difícil de pronunciar en el habla de la calle chilena.

XLI. La imagen más icónica de la represión son esos ojos rotos que aparecen por todas partes haciéndole mala prensa a un presidente-gerente que se ha vanagloriado ante el mundo de su impecable imagen-país. De su oasis ahora espejismo. De su espejo ahora roto. Qué mal se ve afuera ese descontento pero qué peor el despliegue de una fuerza policial armada contra una ciudadanía desarmada. Esos ojos hacen ver el exceso de violencia, la desproporción represiva. Esa es una de las noticias que recorre el mundo. Titulares en todos los diarios del mundo. Titulares que hacen doler la vista del presidente.

XLII. Y entonces insisto en que, contra lo que dice el gobierno en su agenda desinformativa, no hay comandos extranjeros, no es cierto que cientos de ciudadanos se hayan vuelto terroristas. Que no corresponde que se les apliquen leyes de seguridad, esas leyes que el Estado lleva aplicándoles, con todo su rigor y su fuerza, a los mapuche en su Wallmapu.

XLIII. Ha pasado exactamente un año desde que al comunero Camilo Catrillanca le dispararon a la cabeza por la espalda; por estos días, allá y acá, estamos conmemorando su asesinato y derribando las estatuas de los conquistadores españoles en las plazas. En estos días hemos conmemorado a los ciudadanos que sufrieron disparos de frente.

XLIV. Y los muros del mundo señalan este oprobio: en una misma noche de viernes, en la Serena y en Shanghái, en Berlín, Buenos Aires, Roma, Guayaquil, Madrid y por supuesto Santiago de Chile se proyectan frases escritas por artistas y activistas chilenos-de-afuera para hacerle ver a la ciudadanía global lo que está sufriendo de manera impune nuestra gente en nuestras calles. 100 missing eyes but we can still see you, es la advertencia iluminada sobre el costado del altísimo edificio de la ONU en Nueva York, ese edificio cosmopolita con sus miles de ventanas prendidas como ojos abiertos al mundo.

XLV. Y los chilenos-de-afuera que sumamos un millón de personas organizamos marchas y movilizaciones en centenares de ciudades del mundo donde vivimos, participamos en asambleas y cabildos, realizamos actos solidarios y velatones a los que asistimos con los ojos parchados. Acá y allá nuestras mejillas se cubren de lágrimas rojas, allá y acá, los ojos se cubran con parches.

XLVI. Se dice que al presidente le tiembla un párpado. Se dice que el presidente sufre de tics nerviosos. Se dice que el presidente está encerrado en su palacio presidencial sin saber qué hacer: los partidos de gobierno le exigen que imponga orden pero las Fuerzas Armadas han declarado que no volverán a salir a la calle.

XLVII. Que nadie se sorprenda, digo, estando afuera, estando lejos, a quien me quiera creer: el gobierno le ha exigido a sus embajadores en el exterior que se reúnan (y de paso pauteen) a los medios extranjeros para que estos consideren el punto de vista del presidente y sus ministros, para proponer otra mirada sobre lo que está sucediendo. Que los medios del mundo desvíen el ojo para privilegiar la postura del gobierno chileno. Y algunos medios lo desvían pero otros no desvirtuado lo que está sucediendo y no termina de suceder.

XLVIII. Se suponía que esto no iba a durar, no podía durar, la gente se iba a cansar y a volver a la normalidad. La calle responde tapando los escasos muros que quedan vacíos: no volveremos a la normalidad porque la normalidad era el problema.

XLIX. El tiempo en Chile parece haberse detenido. El tiempo en compás de espera mientras la calle exige una nueva Constitución que acabe con todos los nudos y amarres y privilegios. La calle lo exige aspirando la bruma lacrimógena como si fuera oxígeno. Y ya no son días, son semanas: no nos vamos hasta que renuncie el presidente, no nos vamos a ir sin una constitución que podamos escribir con nuestras manos. La calle clama, encapuchada, la calle avanza con cascos ciclísticos para cuidarse la cabeza, la calle empieza a conseguir lentes antibalísticos para protegerse los ojos. La calle va adquiriendo un aire galáctico.

L. Es un ambiente alienígena, el de la calle. Los manifestantes descubren que pueden encandilar a los pacos con rayos verdes de pequeños láseres comprados en la esquina. Esos rayos atraviesan la noche extraterrestre de la protesta para impedir los disparos a los ojos.

LI. Y si me preguntan afuera yo digo que la esposa del presidente tuvo una extraña alucinación cuando habló de la necesidad de “racionar la comida” y se le trabó la lengua en “racionar”, esa palabra de otro mundo para ella. Una rara inteligencia la suya cuando admitió que tendrían “que disminuir sus privilegios y compartir con los demás”. Cuento a quien no lo sepa que la más célebre línea de esa filtración telefónica realizada desde su encumbrado barrio planetario, fue la curiosa idea de que el levantamiento ciudadano era “como una invasión alienígena”.

LII. La calle furibunda flamea banderas chilenas y mapuche en avenidas humeantes de lacrimógenas y levanta teléfonos celulares entre guanacos y zorrillos para que nada, nada, nada, quede sin registro. Para que todo, todo pueda ser visto en otras pantallas. Las cámaras como armas de mano en esta revuelta. Las cámaras con sus pruebas fehacientes del excesivo accionar de los pacos.

LIII. Un muchacho sufrió un ataque al corazón mientras le seguían disparando a él y a los médicos que intentaron salvarlo. Las cámaras grabaron su muerte para la posteridad de los tribunales.

LIV. Algo tiene que cambiar, clama una mujer en un video mientras se tapa un ojo con su mano obrera. Otra mujer, tapándose el ojo con otra mano, dice estar viendo pequeños cambios. Yo sé que de todo esto algo bueno se va a lograr, insisten las voces esperanzadas de estas mujeres.

LV. Algo tiene que cambiar, algo bueno tiene que salir de todo esto, digo, afuera, haciéndome eco de esa esperanza popular pero superada por el escepticismo que cunde ante el anuncio de que los congresistas por fin despertaron y acordaron, encerrados en el Congreso y de espaldas a la calle, el cierre de la remendada normativa constitución que impuso la dictadura en 1980. Ese cambio que la calle ha venido exigiendo no sólo en estas cuatro semanas sino en las últimas cuatro décadas. El acuerdo y su procedimiento resulta dudoso, está lleno de amarres y de trucos leguleyos que hacen dudar de lo que se lee sobre el papel, de lo que se escucha decir a los abogados constitucionalistas por la radio. A lo que se discute por las redes de chilenos ansiosos e incrédulos dentro y fuera del país. Chilenos y chilenas que discuten hasta altas horas de la noche, con los ojos rojos de sueño y de cansancio sabiendo que no es hora de dormir, que esto recién comienza, que nuestros ojos chilenos, ahora, más que nunca, deben permanecer abiertos.

New York City, Noviembre 20, 2019.

Las voces del malestar (que nadie quiso escuchar)

“…Toda nuestra insignificancia se resuelve en una sola palabra: falta de alma… ¡Crisis de hombres! Una nación no es una tienda, ni un presupuesto es una Biblia… Todo lo grande que se ha hecho en América y sobre todo en Chile, lo han hecho los jóvenes. Así es que pueden reírse de la juventud. Bolívar actuó a los veintinueve años. Carrera a los veintidós; O’Higgins, a los treinta y uno, y Portales a los treinta y seis. Que se vayan los viejos y venga la juventud limpia y fuerte, con los ojos iluminados de entusiasmo y esperanza…” .

Es parte de ‘Balance Patriótico’, escrito en 1925 por Vicente Huidobro, candidato a la Presidencia de la República levantado por la Fech. Huidobro tiene 32 años y se vuelca contra sus orígenes en una rebeldía propia de quien abrazará pronto el grito de Rimbaud. El Chile de esos años ya ha dado sus frutos más insignes: Neruda, la Mistral, de Rokha, Anguita, Volodia, Díaz Casanueva, Ángel Cruchaga y otros tantos que sembrarán vientos y cosecharán tempestades, como corresponde a los talantes disidentes. Para todos ellos hubo prensa, adversa o afín, pero prensa; clandestina u oficial, pero prensa capaz de tender el puente de rosas o de púas que expresaban a través del debate cultural una parte del país real.

Por Faride Zerán

Luego del estallido del 18 de octubre último, muchos se preguntaron con sorpresa cómo no advirtieron que Chile se había transformado en una olla a presión que hizo saltar todos los relatos acerca de las bondades del modelo. Dónde estaban esos jóvenes que exigían futuro, quiénes eran esos pobres que, en multitudes y cual metáfora de la obra “Los invasores”, del dramaturgo Egon Wolff, irrumpían en la tranquilidad de sus hogares apuntándolos con el dedo acusador.

No se habían detenido el 2006, con “la marcha de los pingüinos”; ni el 2011, con la rebelión de los estudiantes universitarios; ni el 2018, con el mayo feminista y su demanda de cambio cultural. Tampoco habían prestado atención a la masiva concentración del 8 de marzo último, ni a los levantamientos sociales en Freirina, Aysén, Chiloé, entre otros puntos del país.

Salvo excepciones, los medios de comunicación proyectaron en estas décadas de posdictadura no sólo el exitismo de un modelo socioeconómico abrazado sin condiciones, sino además una sociedad homogénea, acrítica, sin debate, y a través de la cual emergía un sujeto popular asimilado en general a la figura del delincuente; un sujeto cultural reducido a la era del espectáculo o un sujeto intelectual percibido como denso y cuya palabra o aporte no sirve en tanto no puede ser banalizada.

Porque el país blanco, sin orígenes y memoria que emergió a comienzos de los 90 en la metáfora del iceberg con que Chile quiso ser representado en la Expo Sevilla, y que muy bien retratara el sociólogo Manuel Antonio Garretón en su ensayo “La faz sumergida del iceberg” (1993) no fue una construcción casual. Los medios, los discursos oficiales, el decretado consenso de inicios de la transición postergaban el necesario debate sobre nuestras diferencias, propias de un país fragmentado por el dolor y el horror, omitiendo no sólo una parte esencial de su ser, mestizo, plural, diverso y con patrimonio y memoria cultural. También, la posibilidad de enjuiciar moralmente un pasado para que efectivamente el Nunca Más no fuera sólo una consigna, sino un legado para las próximas generaciones.

La década de los 90 confirmó que el iceberg era la metáfora de la simulación. La prensa independiente, aquella capaz de dar cuenta de los conflictos y debates más ricos de nuestra sociedad, fue desapareciendo paulatinamente mientras se perfilaba con fuerza la concentración de los medios escritos a través de dos grandes conglomerados, El Mercurio y Copesa, y desde La Moneda se nos decía que era un tema de mercado.

Así, bajo la excusa del mercado desaparecieron los diarios Fortín Mapocho, La Época, las revistas Análisis, Cauce, Hoy, Pluma y Pincel, Los Tiempos, El Canelo; más tarde la Revista de Crítica Cultural dirigida por la intelectual Nelly Richard, y Rocinante, por nombrar algunas. De esta forma, gran parte de la diversidad, el debate plural, la riqueza de otras miradas, quedaban sepultados bajo el peso económico.

La agenda pública emanada de los órganos del poder político, empresarial y militar nos reflejaba un país conservador, censurado, con miedo a la libertad. El divorcio, el aborto, la diversidad sexual, los pueblos originarios, la violación de los derechos humanos, por citar algunos temas, fueron desplazados del debate público mientras la seguridad ciudadana, los índices económicos, el fútbol y el show de mal gusto se imponían en la vida cotidiana de los chilenos.

Ilustración: Fabián Rivas

La modernidad era sinónimo de consumo, de celulares de palo, de chilenos agresivos que se transformaban en los fenicios de América. “Tigres de papel, cómo me río de los tigres de papel”, exclamaba Donoso en la irritación del malestar de la cultura ante el exitismo de una sociedad complaciente. “No hay Chile contemporáneo sin una franqueza y un develamiento de cosas. Somos una mata de cardenales en el jardín, polvorienta y fea”, reiteraba José Donoso en una entrevista que le hiciera para el diario La época, donde puntualizaba: “Este Chile que está oculto y que es mentiroso es un Chile de otro tiempo, es el resabio del siglo pasado”.

Tal vez el informe del PNUD, “Las paradojas de la modernización”, se constituyó en la radiografía más severa de los 90 y dio cuenta de las cifras del desencanto en un país escindido, desconfiado, lleno de temores y desinformado.

Cooptada por el Estado o por los centros de pensamiento de universidades privadas, partidos políticos de distinto signo, la figura del intelectual público, aquel que desde la academia o desde un espacio de independencia asumía los valores libertarios, laicos y republicanos, sufría un franco descenso en nuestro país.

Debates como el que iniciara Garretón con el iceberg de Sevilla, la representación blanca, fría y sin memoria que hizo Chile de sí mismo a propósito de los 500 años de la llegada de Colón a América; el originado por Tomás Moulian con su libro Chile actual, anatomía de un mito (1997), donde evidenciaba las falencias, fracturas y traiciones de la transición, fueron haciéndose más débiles.

Nombres como Diamela Eltit, Sonia Montecino, Martín Hopenhayn, José Bengoa, Ana Pizarro, Grínor Rojo, Sofía Correa, Nelly Richard, Elicura Chihuailaf, Gabriel Salazar, Alfredo Jocelyn-Holt, entre otros que animaron el incipiente debate intelectual de las primeras décadas de la transición, empezaron a ser invisibilizados por “aguafiestas”, “densos” o “autoflagelantes” frente a discursos que llamaban al realismo político, a la gradualidad de los procesos, a la gobernabilidad y ventajas de la política de los consensos.

En este escenario irrumpía otra figura, más incómoda para una más bien aséptica y conservadora transición. Pedro Lemebel, agudo e irreverente, provocaba a la izquierda tradicional con sus crónicas que recreaban los años 80 y, de paso, fustigaba la atmósfera hipócrita del momento que, una vez más, intentaba en nombre de la reconciliación un acercamiento entre el mundo cívico y militar.

“Pareciera que sólo bastara que la derecha y los milicos dijeran ‘lo siento’ con fingido remordimiento para que el gobierno, la curia católica y la Concertación se deshicieran en alabanzas por ese gran gesto. Entonces la excusa del criminal no sólo blanquea el crimen, sino que lo eleva al rango de súper patriota. Un ejemplo de virtud que todo el país debe reconocer y admirar. ¡Dime si estas mariguancias con la justicia en este Chile actual no son repulsivas!”, declaraba Lemebel en una entrevista para Rocinante.

Paralelamente, y en el plano de la reflexión política, a inicios del nuevo milenio el sociólogo Enzo Faletto llamaba a crear una nueva ética del comportamiento, asumiendo que con el golpe de Estado hubo una retracción hacia un individualismo feroz. En esa misma línea y en una crítica a la política como “gestión de los entendidos”, Faletto, quien moriría de cáncer meses más tarde, narraba una conversación incidental con su amigo Fernando Henrique Cardoso, recogida también en Rocinante:

“‘Mira, cambio con gusto 300 mítines de plaza por cinco minutos en televisión. En Brasil, en cinco minutos llego a 60, 70 millones de personas. Con 300 mítines de plaza no llego ni a 250 mil, y esa es una diferencia enorme’. Frente a eso le respondí: ‘Pero con los mítines de plaza tú transmites ideas y con cinco minutos de TV no transmites nada’. ‘Es que la realidad hoy día es esa’, me argumentó, ‘ya la política es una política de masas y mediática, donde la gente se identifica con esa dimensión’”.

Fueron muchas las expresiones del malestar ante una transición política pactada que sin pudor traspasó al siglo XXI con temas pendientes como una nueva Constitución, los derechos de los pueblos originarios, la reconstrucción de un sistema de educación y salud públicos, de pensiones, los derechos de las mujeres y las disidencias sexuales, entre otros puntos que hoy exigen distintos sectores sociales.

Las voces del malestar siempre estuvieron presentes y se evidenciaron de distintas formas, pero sin duda fue a través de sus artistas, intelectuales y creadores que la lucidez y persistencia de la crítica se hizo más profunda.

Esas voces en diversos momentos fueron advirtiendo sobre el estallido iniciado el 18 de octubre. El punto es que a muchos no les convenía escucharlas y por ello no la vieron venir.

Palabra de Estudiante. Necesitamos otra democracia: apuntes sobre la crisis política

Por Emilia Schneider

“No lo vimos venir”. Durante estas semanas en que nuestro país ha vivido un estallido social sin precedentes, muchos actores políticos y sociales han sostenido que esta crisis y este nivel de malestar social “no se veían venir”, cuestión que si bien es real en tanto nos toma por sorpresa tras la ascendente movilización por el pasaje del Metro, le quita carácter histórico a este proceso y lo sitúa como algo espontáneo. La verdad es que nuestro país lleva años movilizándose en rechazo a la forma de vida que el modelo nos ofrece, rechazando la privatización de nuestros derechos fundamentales y representando estos malestares a través del movimiento estudiantil, del movimiento en contra de las AFP, del movimiento feminista, entre otras expresiones del mundo social organizado, que más que autorepresentarse en tanto sector, toman un rol político en las calles y con su acción representan a mayorías sustantivas que no habían tenido un lugar en la restringida democracia chilena.

Así, podemos situar este momento histórico como un largo proceso de politización y acumulación de descontento tras años de impugnación del neoliberalismo chileno y el despojo de derechos sociales que vivimos desde la dictadura en adelante; también es una respuesta a las nulas posibilidades que da el sistema político de procesar democráticamente el malestar social, puesto que en la transición a la democracia se consagró un modelo poco participativo y que posibilita la profundización de la desarticulación de actores sociales iniciada por quienes fueron liderados por Augusto Pinochet y Jaime Guzmán, cuya obra prima fue la Constitución de 1980, la cual podría estar viviendo sus últimos días por los cerrojos que se han roto y la oportunidad histórica que abre la movilización social. La verdad es que este momento, si bien no es espontáneo y ha sido generado por años de impugnación del modelo en la que participaron fuerzas sociales y políticas muy variadas, nos toma en un momento muy complejo para el campo social, caracterizado por el rearme tras la emergencia de fuerzas políticas y liderazgos que se construyen al calor de la lucha social (pendiente evaluar hasta qué punto cumplen/defraudan su promesa), la descomposición de organizaciones sociales históricas e importantes derrotas políticas e ideológicas en el ciclo anterior, donde nuevamente las demandas por derechos sociales que había instalado el movimiento social fueron procesadas a la medida del mercado, profundizando el modelo. Sin duda, años de movilizaciones que chocan contra la muralla de un sistema político cerrado y distante suponen un desgaste para la institucionalidad del movimiento social. Pese a todo, Chile es un país donde los últimos años están marcados por masivas movilizaciones —la de 2018 y marzo de 2019, protagonizadas con fuerza por el movimiento feminista, cabe mencionar— que dan cuenta de formas de organizarse por fuera y con independencia de los referentes tradicionales, lo que da cuenta de una profunda sospecha en la representación.

De lo anterior, sumado a una situación generalizada de descrédito de los partidos políticos y poderes del Estado, queda de manifiesto la necesidad de que el próximo año tengamos un momento de reflexión por parte de las fuerzas políticas y sociales que permita repensar las formas de organizarnos políticamente para aglutinar intereses, construir proyectos de sociedad e incidir en el rumbo de la sociedad, pues de lo contrario eludimos la gran tarea de reconstruir tejido social y actores colectivos para construir una democracia robusta y participativa.

Aquí, partidos políticos, movimientos, coordinadoras y colectivos/as que estén por la transformación deberán dejar de lado mezquindades e identitarismos para poner por delante la reconstrucción del debate público y democrático como forma de resolver malestares e intereses sociales, sin desconocer las nuevas posibilidades que se abren con la creación de organizaciones territoriales y sectoriales al calor de esta movilización, sino que más bien poniéndose al servicio de fortalecerlas y articularlas en pos de un proyecto antineoliberal que se proponga superar el Estado subsidiario. Sin duda, esta es una tarea a largo plazo, pero oportunidades concretas para avanzar en ello se abren, por ejemplo, en el proceso constituyente, donde tendremos la oportunidad —mucho más favorable en caso de emprender el camino de la asamblea (o convención) constituyente con participación representativa de mujeres, disidencias sexuales, pueblos indígenas y personas en situación de discapacidad, que sigue siendo una disputa pendiente— de construir un sistema político que dé garantías para una democracia participativa en la que la organización social tenga más capacidad de autorrepresentación en los grandes debates del país, por ejemplo, a través de la incorporación de cuestiones tan simples como la iniciativa popular de ley y la posibilidad de convocar a consultas nacionales.

Si somos capaces de vincular la disputa institucional que se abre con el acuerdo por la nueva Constitución del día 15 de noviembre con el momento de rearme de lo social y el reacomodo de la izquierda, seremos capaces de vincular planos de intervención política sin acrecentar el quiebre entre la política formal y la amplia realidad que existe fuera de ella, cuestión que hasta el momento ha sido un desafío para las fuerzas transformadoras en Chile. De lo contrario, seguiremos el camino de deterioro de la política y sólo habremos desordenado un poco el tablero, sin una ampliación sustantiva de la democracia y sin haber favorecido la emergencia de actores políticos y sociales que puedan conducir un ciclo político posterior, pues quien piense que la caída del neoliberalismo la decreta una nueva Carta Magna está muy equivocado. Hoy tenemos distintos conceptos de democracia en juego: “de un lado, la concepción oligárquica reinante, es decir, el recuento de voces a favor y en contra en respuesta a una determinada pregunta que se plantea; y del otro, la concepción propiamente democrática: la acción colectiva que declara y verifica la capacidad de cualquiera a la hora de formular las preguntas mismas”, como ha señalado Jacques Rancière.

Necesitamos un gran acuerdo por una nueva democracia, por otra democracia, una que sin duda no esté fundada sobre la base de violaciones a DD.HH. e impunidad, y para ello se necesitan muchas voluntades puestas en un 2020 que ayude a superar el divisionismo y la inacción para dar golpes certeros en un año cargado de disputas.