La franja electoral bajo la lupa

Las propagandas televisivas del plebiscito constitucional no han estado exentas de críticas. El formato ha sido tildado de caótico y cuestionamientos al uso de diversas imágenes y símbolos han empañado el proceso. Ad portas de la votación, distintos especialistas analizan el impacto mediático y político de los mensajes de la franja.

Por Florencia La Mura

El de este domingo 25 de octubre será el primer plebiscito desde que Chile votó por terminar con la dictadura en 1988. Si bien la propaganda política no se ha detenido a lo largo de decenas de votaciones democráticas en los últimos treinta años, las franjas del plebiscito explican y defienden algo más amplio y complejo que una candidatura personalizada. La franja electoral comenzó el pasado 25 de septiembre informando e invitando a decidir sobre la posibilidad de escribir una nueva Constitución. Y aunque dicho espacio ha sido primordial en años anteriores, hoy se ve enfrentado a nuevos formatos digitales, a las redes sociales e internet.

Las expectativas puestas en la franja eran altas, muchos de los clips ya circulaban por redes sociales en las semanas anteriores a la emisión en televisión. Pero desde un comienzo aparecieron los problemas. Según una encuesta de Pulso Ciudadano, para su primera semana de emisión un 60% de la población no había visto la franja televisiva, esto a 25 días de las elecciones.

Dentro de los recursos más utilizados están los testimonios, personajes ficticios, jingles y analogías varias, todos esperando convencer a los votantes. Tanto el “Apruebo” como el “Rechazo” han recibido críticas por uso indebido de imágenes, tales como el logo de Carabineros, PDI y Fuerzas Armadas en un video de la Multigremial Nacional de las Fuerzas Armadas y policías en retiro apoyando al Rechazo, además del uso de una imagen de Felipe Camiroaga en la franja del Apruebo.

La discusión, sin embargo, debería estar en un punto anterior para la doctora en Ciencias Políticas, Jeanne Simon, quien considera que lo importante en estas votaciones es explicar qué se está votando e informar sobre todo el proceso constituyente: “hace falta mayor propaganda gubernamental informando, para así contextualizar la franja donde deben informar las razones de las distintas posiciones”.

Desde un punto de vista comunicacional, el director de cine y videoclips Cristian Galaz, hace hincapié en lo confuso y caótico de ambas franjas. Si bien destaca la necesidad de la franja, Galaz cree necesario “reformar la forma de entender una franja política electoral y dejar de depender de las empresas y partidos políticos tan absolutamente”.

Eduardo Santa Cruz, académico del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile: “Esta franja ha mostrado la distancia que hay entre lo social y lo político”

Eduardo Santa Cruz, académico del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile.

Mi impresión es que la importancia de la franja no es tanto su posible ‘efectividad’, es decir que pueda ‘convencer’ masivamente, sino que es un mecanismo de legitimación, es decir, su existencia performática da cuenta de la existencia de la democracia. Desde 1988, es parte del ritual, de una serie de acontecimientos que nos están dando la certeza de que vivimos en un régimen democrático.

Tengo la impresión de que, en su conjunto, la franja está tratando, por un lado, de probar que el plebiscito, como camino de solución de la crisis social y política de octubre, incluye a todos y todas los actores, que no hay nadie fuera. Y, por otro, tratar de dar la imagen de diversidad. Ahora bien, lo que surge de verla es, más bien, una heterogeneidad exacerbada, una suerte de estallido de voces, que no logra constituir un coro, sino más bien un parloteo que se hace muy difícil entender, porque no solamente hay una gran cantidad de ‘emisores’, sino que hablan en distinto plano, de cuestiones muy particulares o muy generales, o peor, de significantes vacíos, como apelar a valores en un plano abstracto sin contenido concreto: igualdad, justicia, diversidad o ‘quiero lo mejor para Chile’.

La intención de mostrar ‘diversidad’ genera una sensación más bien caótica. Se podría incorporar a actores sociales como sujetos de habla de otra manera. Además, hay una cuestión que es estructural con la que no estoy de acuerdo: la repartición de minutos por partido según su votación, eso es una especie de mecanismo de mercado que fomenta la concentración del poder. De todas formas, esta franja ha mostrado las diferencias y la distancia que hay entre lo social y lo político. Ha operado como un parche transitorio e ineficaz de esa grieta que es estructural y que está a la base de la crisis social y política sobre la cual estamos parados”.

Cristian Galaz, cineasta y director ejecutivo de la Fundación Víctor Jara: “Desde el punto de vista comunicacional, es la confusión máxima”

Cristián Galaz, cineasta y director de la Fundación Víctor Jara.

Es muy confusa, en general. No me atrevería a decir que hay dos franjas, sino una cantidad increíble, es rarísimo. Los mensajes son muy poco claros, hay franjas que ni siquiera dicen vote Apruebo o Rechazo, hablan de otras cosas. Es como una Torre de Babel donde no se entiende nada, nadie empatiza con nadie. Hay pocas que recogen algo de lo que ha estado pasando en el país, me refiero a la revuelta popular, que está presente en pocas oportunidades. Hay algunas organizaciones sociales que están dando mensajes coherentes, pero están metidas en un mar de confusión. Se intercalan de formas extrañas. En general, es una franja muy poco clara, con mensajes oscuros, poco elaborados y poco atractivos, no da vuelta a nada nuevo. Mantiene cierta verticalidad en la comunicación, lo que se siente anticuado. No es un aporte. Desde el punto de vista comunicacional, es la confusión máxima.

Creo que es necesario que la televisión tenga estos espacios, pero no es el único. Se entregó a la televisión como el gran vehículo de comunicación dependiente de la población. Se necesitan franjas radiales, en redes sociales, debiera ser algo más transversal y donde no sólo participen partidos políticos, quienes le ceden a organizaciones parte de su espacio. ¿Dónde está la sociedad civil expresándose? La televisión misma tiene una estructura que imposibilita la presencia de la sociedad civil: son o los partidos políticos o las empresas y se acabó. La crisis social, política y cultural del país es total, y por ende hay que reformar la forma de entender una franja política electoral y dejar de depender de las empresas y partidos políticos tan absolutamente.

Jeanne Simon, doctora en Ciencia Política y académica de la Universidad de Concepción: “Hay muchas posiciones que no comunican un mensaje claro y esa confusión seguramente generará menos interés en el proceso”

Jeanne Simon, doctora en Ciencia Política y académica de la Universidad de Concepción.

A pesar de los cambios que ha habido en la manera en que nos comunicamos, la franja televisiva todavía mantiene una cierta mística por el plebiscito de 1988 y por los límites de tiempo que exigen elaborar de manera creativa un mensaje político de manera estética, ofreciendo una interpretación del mundo actual y lo que se busca transformar. Debe tocarnos y motivarnos a participar. Idealmente, la franja apunta a las y los ciudadanos que se han marginalizado del proceso: las personas no informadas o indecisas. Es difícil motivar a las personas que no quieren votar a través de la franja.

En este caso, me parece aún más importante que se informe lo que se está votando. Debido a la falta de mayor información sobre las distintas etapas del proceso (plebiscito de entrada, elección de convencionales, plebiscito de salida), hace falta mayor propaganda gubernamental informando, para así contextualizar la franja donde deben informar las razones de las distintas posiciones. En ambos tipos de franja es clave lograr un mensaje claro, que informe, explique y motive. Las personas y candidatos participan, pero la franja debe buscar comunicar y persuadir a las personas indecisas de que vale la pena votar.

Respecto a la franja actual, creo que la gran diversidad de contenido genera confusión. Hay muchas posiciones que no comunican un mensaje claro y esa confusión seguramente generará menos interés en el proceso.

Desconfinar las voces de la niñez: ¿por qué excluir a niñas, niños y adolescentes del proceso constituyente?

A un año de la revuelta popular de octubre es ineludible hacer un ejercicio de memoria. Reconocer y recordar que el movimiento social impulsado por las y los estudiantes secundarios, que desafiaron el orden establecido de un modelo que ha precarizado la vida profundizando la desigualdad, la injusticia y el individualismo, sentó las bases que desencadenaron un proceso social y político que, el próximo 25 de octubre, nos dará la posibilidad de decidir como ciudadanía el inicio de un camino de construcción de una nueva carta fundamental.

Por Camilo Morales Retamal

¿Quién podría negar el protagonismo del movimiento social estudiantil en el posicionamiento de demandas sociales transversales, portadoras de un valor intergeneracional y que han permitido desafiar los torniquetes impuestos por el sistema neoliberal? Una fuerza inclasificable, que no se dejó confinar por las formas tradicionales que ofrece la institucionalidad adulta para la participación y organización de la niñez y la juventud. Una potencia que interpeló las promesas fracasadas del capitalismo encarnadas en las vidas precarizadas de sus madres, padres, abuelas y abuelos.

Este acontecimiento histórico ha permitido construir esperanzas y sueños en medio de una de las crisis institucionales más profundas de las últimas décadas, producto de los efectos de un sistema que ha deshumanizado la convivencia social y ha hecho del abuso de poder una experiencia cotidiana naturalizada. Pero también como efecto de la pandemia que ha dejado en evidencia la fragilidad y vulnerabilidad en las vidas de familias y comunidades. Expresiones de una cartografía del malestar social inscrito en los cuerpos y territorios del país.

Evasión de estudiantes secundarios en estaciones del metro, que detonó el estallido social de 2019.

En medio de una emergencia global sociosanitaria, el proceso que comenzará después del plebiscito condensa la promesa de un nuevo orden social. Uno que desmantele, a través de una movilización constituyente, las barreras institucionales vigentes que no nos han permitido avanzar en democracia, igualdad e inclusión. La oportunidad para redefinir las bases de una sociedad que garantice la dignidad de todas las personas. 

Ahora bien, el proceso constituyente también es un hecho que aloja una contradicción que no puede soslayarse, toda vez que queda de manifiesto la marginación, en diferentes niveles, de un grupo fundamental para la sociedad, pero que históricamente ha quedado excluido de tomar parte en este tipo de acontecimientos políticos, a saber, niñas, niños y adolescentes quienes a la fecha no podrán participar de este hito democrático trascendental para nuestro país.  

No sólo porque no podrán ejercer el derecho a voto en el plebiscito de entrada, sino porque hasta ahora no se han planteado mecanismos de participación ciudadana vinculantes que consideren de forma específica sus expresiones, experiencias y voces. Dicho de otra manera, la niñez y la adolescencia están siendo excluidas de participar en el proceso constituyente pese a la relevancia de su protagonismo social y su papel transformador en la cultura. ¿Cómo entender esta permanente exclusión de la vida social y política en el caso de niñas, niños y adolescentes?

Responder a esta pregunta implica analizar cuál ha sido el lugar la niñez en nuestra sociedad durante los últimos 30 años y si estamos en condiciones de afirmar que se han implementado, de forma efectiva, normativas y mecanismos institucionales que encarnen una visión de cuidado y protección integral que los reconozca en su dignidad como portadores de derechos, como sujetos sociales y políticos. 

«Una nueva Constitución es una carta abierta al futuro que no sólo nos brinda la posibilidad de elaborar democráticamente un nuevo contrato social donde niñas, niños y adolescentes sean reconocidos como sujetos titulares de derechos, como una forma de avanzar en su protección y reivindicación en tanto grupo históricamente excluido».

En los últimos años, no sólo hemos sido testigos de la violencia impune ejercida por la policía y por instituciones de protección públicas y privadas. También hemos podido observar la trama de obstáculos que han socavado el avance de iniciativas legislativas que son fundamentales para el ejercicio pleno de derechos. En nuestra sociedad y en los fundamentos de nuestro marco normativo, la infancia sigue siendo un objeto que hay que tutelar y normalizar. Un proyecto de persona, considerados incapaces y reducidos a formas contradictorias de estigmatización a través del imaginario de la vulnerabilidad o de la criminalización. Es imperativo preguntarnos, ¿cuál es el horizonte de posibilidades que ofrece esta sociedad a una generación que no se siente escuchada ni considerada en decisiones que les afectan en su vida cotidiana?

Junto con lo anterior, es necesario enfatizar que los meses de confinamiento han sido particularmente implacables en restringir el ejercicio de los derechos de la niñez. Pero también lo han sido a través de la circulación de discursos que alimentan los estigmas del proteccionismo y de la sospecha que operan sobre el campo de la infancia y la adolescencia cuando se les encasilla con el rótulo de vectores, culpabilizándolos, o se les celebra como héroes asignándoles cualidades excepcionales para resistir el encierro, pero sin reparar en sus pérdidas, miedos y sufrimientos. 

El confinamiento físico también ha sido un confinamiento de las subjetividades. Sus experiencias, saberes y voces siguen confinados. Una vez más, están quedado fuera de la historia oficial y de las prioridades políticas. Cómo entender que hayan sido los últimos en tener un permiso para salir, incluso después de las mascotas, o no se les esté considerando en el debate sobre el retorno a clases cuando son los principales protagonistas de los procesos de aprendizaje. La voz de la infancia y la adolescencia importa poco y sigue reducida a símbolos intrascendentes para montar simulacros de participación que responden a intereses adultos.

En el marco de la emergencia, el proceso constituyente, sin su participación, amenaza con seguir reproduciendo su invisibilización como actores sociales si no se les incorpora formalmente. No repetir la inercia de la exclusión de este grupo de ciudadanas y ciudadanos requiere de un compromiso social y político, sin precedentes, para ceder ciertas cuotas de poder e innovar en el modo en cómo se les escucha y se les hace parte del itinerario constituyente. 

Una nueva Constitución es una carta abierta al futuro que no sólo nos brinda la posibilidad de elaborar democráticamente un nuevo contrato social donde niñas, niños y adolescentes sean reconocidos como sujetos titulares de derechos, como una forma de avanzar en su protección y reivindicación en tanto grupo históricamente excluido. Es también una oportunidad inédita para abrir espacios de participación que reconozcan su diversidad a través de mecanismos deliberativos que sean respetuosos de sus propias formas de producción de significados. Una posibilidad para desarrollar un proceso intergeneracional de escucha, diálogo y reconocimiento donde efectivamente podamos soñar con un país para todas y todos.

Interdicciones II. Mutilaciones de una máquina de podar llamada Academia

No me interesa responder a los mandatos tiránicos de felicidad, ni de buena persona, ni de asertividad, ni de dulzura, ni de adecuación, menos de autoconocimiento desde una posición acrítica/neutra/aséptica/higiénica/sin mancha o como personal branding. Me interesa seguir rehaciendo la esfera (trans) formativa de la educación superior desde la docencia e investigación, sin sentirme amputada o mutilada.

Por Valentina Osses

La esperanza de octubre me movió el coraje para escribir la retrospectiva de este año dos mil veinte. En abril tuve que dejar de trabajar por un compromiso depresivo mayor. Hablaba casi todos los días con mi amiga Silvia. Le contaba que se me hacía cada vez más difícil levantarme y estar frente al computador para hacer mis clases, que los fines de semana no eran suficientes. Con una carga laboral habitual para mí, consistente en seis cursos en Ciencias Sociales y Humanidades, paralelos a una asesoría organizacional, a diferencia de otros años académicos, me estaba costando todo.

Terminé mi relación de cinco años con un bagaje terapéutico sin rito de pasaje, rauda planificando ya una siguiente. Recibí bullying por parte de estudiantes de psicología de pregrado por usar lenguaje inclusivo, y por otras diferencias asumidas desde un pool de impresionismos que habría que someter a cátedra.

Llamé a mi mejor amiga de la adolescencia. Me asistió con la redacción de las cartas de renuncia en su propia casa, mientras me alimentaba y me contenía. Mi capacidad cognitiva era bastante deficitaria al mismo tiempo. Recibí una respuesta tolerante de casi todos mis empleadores. Abrigaba una pesadumbre inanimada.

Escudriño siempre lo que escribo en correos y libretas, me doy cuenta que siempre dejo rastros: “No puedo con tantas crisis”, “la precariedad de les cabres en esta situación de Zoom, Meet, y otras plataformas me hace sentir tremendamente invasiva, no puedo pedirles nada”, y otorgaba espacio a que les estudiantes repasaran la pandemia, las brechas contenidas en ella y otras dimensiones políticas claves de su situación educativa superior. Me despedí de los grupos cercanos de estudiantes desde la hipersensibilidad que me caracteriza.

Valentina Osses, poeta y candidata a doctora en Sociología.

Pasé cinco meses al menos haciendo una rutina bastante triste: ducharme y vestirme. Encontraba algo de placer solamente en hacer la cama, mientras mi cabeza enunciaba un haiku. Mi departamento era un vaciado de mi ruina afectiva, y cuando miraba por la ventana, el centro de la ciudad parecía una escenografía desmontable.

Seguía con una terapia cognitivo conductual en alianza con mi psiquiatra con frecuencia de una vez a la semana, que me provocaba cortocircuitos. Alguien que cuando se refería a mi pareja, me decía: “deja a ese huevón”. Cuando CB me acompañaba a la consulta presencial, el terapeuta no tenía idea de quién era. Insistió en que nos separáramos y se fuera del departamento.

Las consultas terapéuticas se podían resumir en lo siguiente: “equis te invalidó”, “tal cual”, “yo te hubiese odiado si hubieses sido mi profesora, porque yo no leo”. Algo así como una grabadora anquilosada en una técnica conversacional de formato automático.   

Tiempo después, el terapeuta me pidió como tarea que le mostrara mi poesía, a lo que yo no accedí, estimé que estaba frente a hombre poco culto que lee desde la nemotecnia de lo anómalo. Sentía que estaba del mismo modo frente a un hombre que no sabía/podía trabajar emoción alguna. En realidad, a él le interesaba mi nivel de funcionalidad, que encontrara trabajo en cualquier parte del mundo de manera instantánea.

Cuando le exigí una vez más que me conceptualizara con sus palabras en qué consistía el enfoque de la terapia, él repetía. Me cuenta que están los grupos de terapia grupal. Me deriva a una psicóloga que me hace una entrevista para evaluar si puedo ser parte del grupo, le digo que: “honestamente, no quiero que me despojen de mi repertorio emocional”, y “que tengo suspicacias frente a la psicología positiva y al mindfulness” [y frente a cualquier exportación exprés del budismo saqueado de sentido, cultura, ancestralidad, y procesado por un discurso de marketing]. Ella me dice: “está operacionalizado”. Quedo aturdida como si esa “breve ilustración” fuese una garantía de algo. Me seleccionan.

Empiezo a averiguar con mis amigas/os académicas/os de psicología, otras/os psicólogas/os clínicas/os, sobre este enfoque. Me sumerjo. Mi amiga ancla me consigue el teléfono de mi terapeuta anterior, retomo terapia con ella. Mi médico psiquiatra de cabecera cuestiona –a través de su rostro- la corriente que me hace sentido: Psicoanálisis Lacaniano. Ella me da total confianza, cuando estuve emplazada por la desolación total, hablé con ella por video llamada.

No puedo confiar en un terapeuta cognitivo conductual que para hacer una definición de personalidad acude a Wikipedia durante una consulta. Horroroso, pero no. Mi médico me cuestiona por qué cambio de terapeuta. Para mí es de una obviedad tal que no requiere más aclaración. Y que quien haya leído hasta acá, comprenderá que mi titubeo tiene cimientos éticos primordiales.

Ahora, después de tantos años, hago el insight. Yo soy el problema. Si no se logra un vínculo [un espacio relacional], para este enfoque biomédico y cognitivo conductual siempre voy a ser el problema. Que haya estado trabajando siete años a honorarios como académica en una institución de derecha no es problema. Que para la revuelta social se nos haya mutilado de alguna forma la libertad de cátedra tampoco es el problema. Temer por la vida de mis estudiantes, menos. Soy un elemento desubjetivado para confirmar/corroborar un diagnóstico, existo como mera deducción verificatoria. Soy la ortopedia de un formulario, por lo tanto un objeto del positivismo contemporáneo de lo biopsicosocial.

Espero una ruptura epistemológica a la ontoepistemología de la distancia como objetividad, donde me ubican como un discurso clausurado, puesto que hay una teoría mayor que me encapsula persistentemente, y, desde luego, de manera unilateral. El conocimiento experto de la iteración. Si yo reproduzco una animosidad depresiva, nada tiene que ver el discurso del psiquiatra que me define así por una insuficiencia química para siempre. O del neurólogo que dice que mi enfermedad es compleja. ¿No debo salir mutilada de lenguaje de su consulta? Me señalan como consuelo que esto es igual a la diabetes. Las analogías son siempre desde las dolencias. Falso. Por lo demás, el estigma de la depresión es bastante alto.

¿No me queda más que identificarme de forma obligatoria con eso?  Su solución de la praxis basada en evidencias es aterrizar en un grupo humano “terapéutico” que tiene el mismo diagnóstico. Esta es su innovación: estacionarnos en una narrativa urbana-neoliberal similar a la de los signos astrológicos, y que nos sepamos modular en esa homogeneidad en la escena de un laboratorio social. Falta que aparezcamos al final de los diarios: amor, trabajo, salud para: depresivos, bipolares, esquizofrénicos, temperamentales, distímicos, paniqueados, adictos, angustiados, ansiosos, fóbicos, obsesivos compulsivos, de traumas complejos; o que tengamos nuestra propia app de citas.

En un operar cerrado de un clima social experimental con reglas de cuasi-instituciones totales para modificar nuestras conductas. ¿Y en el mundo que habitamos? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Desde dónde? ¿Por qué? ¿Con qué fin? Incontinencia del lenguaje sin símbolos; un elogio a la literalidad. Esa objetividad, que ha penetrado de manera tan naïf, señala que haremos el ejercicio de forma inmediata sin mediación alguna, huérfana de reciprocidad.

Este espacio terapéutico promueve una clausura para hacer inducción analítica, al menos una teoría sustantiva inter para elaborarnos, poco se puede significar desde la co-construcción introyectiva. Somos un correlato artificial que nos quita la capacidad de negociar y de performar. ¿Cuándo las recomendaciones vienen de cerca hay que sospechar? ¿La situacionalidad del conocimiento no le dice nada a un médico? ¿Roza siquiera esa jerarquía endiosada de su profesión? Justamente origina su propia ceguera de su parcialidad. No la reconoce.

Luego viene la pornografía del chisme de algunos cercanos: “¿Te echaron de la pega?”, “en las crisis viene la oportunidad” y todas esas frases hechas que, sinceramente, aborrezco. No faltó quien me sugirió la reinvención. ¿Hay que ser sujeta – empresa? ¿Adaptación desmembrada? No, gracias. No problematizar la academia privada local, dejar fuera la autorreflexividad de las capturas lingüísticas de la pandemia, y escuchar otros slogans penosamente distintivos: “hay que trabajar igual”.

Siete años de mutilación de mi self creativo [hay que separar las Ciencias Sociales de la Creación Artística], con cambios de gestión transcendentales en algunas escuelas que estaban censurando mi capacidad de nombrar: a mis ponys, ponys divergentes, nómadas y pichones, nombres que les daba a mis distintos grupos de estudiantes. Siete años de precarización intelectual para impedir la generación de memoria con la figura de la presencia, pero sí tapizar el espacio digital con el nombre/firma a través de las citaciones. Reconozco que el paper es un género que no me atrapa, no genera más que vínculos estratégicos.

Para mi ese éxito de la dialéctica en el enfoque cognitivo conductual es una apropiación bastante instrumental y apática -cómo no. La enfermedad tiene una dimensión política. Las omisiones y destematizaciones en las consultas médicas son también indolentes al abogar la neutralidad.  Siento urgente el conocimiento situado y la duda en los espacios tan seguros que comprometen esa supuesta evidencia tan firme. Hacer micropolítica en los espacios de relación. Me concentro en la ruta de la performatividad de tantos diagnósticos de enfermedades mentales, del ánimo y cuántas otras que lo fueron.

No soy la correspondencia de una esencia profesional-académica o de los trasvasijes estratégicos de un manual DSM, tampoco una lectura confirmatoria de un examen de sangre. No nos podemos elaborar desde el lenguaje multicorporal a causa de una reproducción de ciertos criterios prescriptivos en una psiquis de introyección del capitalismo farmacopornográfico (gracias por la libertad a Paul B. Preciado). En esas estructuras atemporales disciplinadas, me he sentado a escuchar, y si increpo apasionadamente, me leen en ese formato de patología de no difracción. Me interesa una reconstrucción de la posibilidad.

No me interesa responder a los mandatos tiránicos de felicidad, ni de buena persona, ni de asertividad, ni de dulzura, ni de adecuación, menos de autoconocimiento desde una posición acrítica/neutra/aséptica/higiénica/sin mancha o como personal branding. Me interesa seguir rehaciendo la esfera (trans) formativa de la educación superior desde la docencia e investigación, sin sentirme amputada o mutilada. Recuperando a mis afectos, amigues, colegas y ex-estudiantes que me sostuvieron y resisten conmigo día a día. Tengo un compromiso político y feminista claro. He reconquistado mi deseo desde esa relación, por lo que la esfera privada carece ya de mis esfuerzos y compenetración desde lejos. Por último, no quiero intervenir en la insuficiencia de la heterorreferencia de la ciencia desde una comunidad científica que abrevia enfáticamente los ejercicios posibles de su traducción. Tampoco aspiro a ser cómplice de asesinatos a estudiantes y/o jóvenes en ningún espacio público y menos académico.

Arte público agredido: ¿censura o ley de la calle?

Al igual que sucediera en junio con la proyección de la palabra “hambre”, censurada en el edificio Telefónica, el pasado 24 de septiembre el colectivo Delight Lab vio nuevamente interrumpida una de sus acciones lumínicas, esta vez en el Monumento a Baquedano en plena Plaza Italia. Los autores fueron Carabineros de Chile, quienes actuaron a pesar de que la intervención estaba apoyada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Personas anónimas destruyeron también dos murales de mosaicos que rendían homenaje a Pedro Lemebel y al Negro Matapacos y otro mural pintado con la imagen de la cantante Mon Laferte fue borrado. ¿Qué tienen en común estas agresiones y qué las diferencia? ¿Cuándo es aceptable que el arte sea eliminado?

Por Denisse Espinoza A.

“Todos hablaron de la censura, pero nadie habló del significado de la obra”, reclama Octavio Gana, socio fundador del Colectivo Delight Lab junto a su hermana Andrea, quienes se han hecho conocidos desde el estallido social por sus intervenciones de arte lumínico con palabras simples, pero que apelan a mensajes sociales como “Chile despertó”, “Dignidad” o “Humanidad” proyectados en el Edificio Telefónica. En junio pasado, uno de ellos, “Hambre”, que aludía a las primeras manifestaciones en la comuna de El Bosque por la escasez de alimentos producto de la cesantía, sufrió la censura de personas que desde una camioneta y con potentes focos, apuntados directamente al edificio, cubrieron el mensaje. Una investigación de TVN, de la periodista Paulina de Allende, reveló que la camioneta sin patente había sido escoltada por efectivos de Carabineros y la PDI. Frente a eso, el colectivo de arte presentó un recurso de protección, declarado admisible por la Corte Suprema, y que hace dos semanas fue desobedecido.

La noche del 24 de septiembre, Delight Lab, en colaboración con Galería Cima, volvió a proyectar con luz, esta vez sobre el Monumento a Baquedano en Plaza Italia, una serie de frases que eran a la vez homenajes al artista Juan Luis Martínez y al poeta José Ángel Cuevas, además de una obra realizada en conjunto con el artista Caiozzama, la que sufrió directamente de censura, cuando un foco blanco proveniente de una patrulla de Carabineros hizo encandilar la proyección. La acción de arte, sin embargo, estaba en el marco de la Semana de las Artes Visuales, organizada por el circuito Barrio Arte y apoyada por el Ministerio de las Culturas. ¿Qué pasó entonces?

“Existe un proceso legal en curso por la primera censura y Carabineros simplemente desacató, lo que hace aún más grave el hecho, que además esta vez fue descarado. El mejor ejemplo para entender la censura es que la única persona que puede detenerse en el lugar e incluso sacarse una foto es Piñera, hoy nadie más puede acercarse a la plaza, porque de inmediato es reprimido y detenido y eso es justamente lo que pusimos en tensión. Esos son los horribles tintes de dictadura que está teniendo este gobierno y que convierten a Piñera en un dictador”, afirma Octavio Gana.

Intervención de Delight Lab frente al Monumento a Baquedano, Plaza Italia / de la Dignidad.

La reacción de la autoridad al día siguiente, a través de un tweet de la ministra de las Culturas, Consuelo Valdés, no aludió directamente al hecho: “La Constitución que nos rige actualmente consagra el derecho a la libertad de expresión. También uno de los principios de la ley de nuestro ministerio es el respeto a la creación”. Para Gana es insuficiente: “Si bien la acción estaba patrocinada por el ministerio, no fue financiada de ninguna forma y nosotros no recibimos honorarios. No hubo una condena a la censura ni mucho menos, entonces nos damos cuenta que, en la práctica, el Ministerio de las Culturas no existe, todo esto sigue hablando muy mal de nuestras autoridades”, agrega.

Pero, ¿qué había detrás de las obras proyectadas por el colectivo? ¿Eran peligrosas como para que hubieran motivos para que Carabineros interviniera sobre ellas? La primera -trabajada en colaboración con el colectivo Pésimo servicio, de Valparaíso- era un verso de un poema de José Luis Cuevas, de 2001, Destruir en nuestro corazones la lógica del sistema, que tiene que ver con una crítica descarnada al sistema capitalista neoliberal y sus manifestaciones: la irrupción de las tarjetas de crédito, el consumo desproporcionado, la alienación de los medios de comunicación. “Pensamos primero proyectarla en la Telefónica, pero hacía mucho más sentido hacerlo en el corazón de la manifestación, del despertar de los chilenos, que era alrededor del monumento a Baquedano”, comenta el artista.

La segunda era la adaptación de una de las obras de Juan Luis Martínez aparecida en La nueva novela -icónico y mítico libro de fines de los 70-, que es planteada como un problema lógico espacial. “El problema original habla de un punto A y B, y cómo pueden hacer B para desplazarse hacia A, sin que A se dé cuenta. Es una metáfora de lo que pasa hoy en la plaza, y es que nadie puede acceder a ella, porque están estos tipos de punto fijo que si se dan cuenta te reprimen y no te dejan pasar. En ese momento, habían cinco carabineros de turno, así que proyectamos cinco letras y cómo hacer para desplazarse sin que ellos lo notaran. Las siguientes intervenciones son las soluciones, la primera respuesta es la luz, con la luz poder entrar simbólicamente, y así proyectamos la imagen del perro Sogol en el monumento que es usado por Martínez en su libro”, explica Gana.

La segunda respuesta es la imagen de un laberinto que ilustra la portada del libro Aproximaciones a La Nueva Novela de Juan Luis Martínez, escrito por Pedro Lastra y Enrique Lihn, y que fue proyectado de tal forma que el perro Sogol atraviesa el laberinto. “Simbólicamente, fue muy interesante lo que ocurrió, porque en ese momento los Carabineros se sienten incómodos estando dentro de la proyección y deciden salirse del laberinto”, comenta el artista. Mientras que la tercera intervención estaba dedicada a proyectar algunas de las frases, consignas y expresiones gráficas aparecidas tras el estallido social, especialmente lo hecho por el artista Caiozzama, quien intervino con su interpretación de una nueva Constitución, ecológica y pluralista, en la que aparece un Buda conectado con su propio interior y con la naturaleza, además de la estrella del amanecer Wünelfe, el ícono de Leftraru, Lautaro. Esta fue la última acción interrumpida por el foco de Carabineros.

Según Carlos Gómez, académico del Departamento de Artes Visuales de la Universidad de Chile, toda la situación de la censura a Delight Lab habla de los tiempos que corren y de cómo operan las fuerzas de orden. “Es una escena bastante absurda, los Carabineros reaccionan bastante desorientados, sin saber qué hacer, y no es hasta el final que casi a modo de berrinche actúan, cómo diciendo ‘nosotros también tenemos una ampolleta’ y la usan, pero de una manera muy torpe. Esto da cuenta de qué manera opera la ideología y mentalidad de un sector que, en términos culturales, por así decirlo, tiene carencias para generar lecturas de fondo”, opina Gómez. “Por el otro lado está Delight Lab, un colectivo que ha demostrado tener estrategias muy brillantes en todo sentido. Lo que lograron esta vez creo que habla de una operación muy poética y sofisticada al mismo tiempo”.

Institucionalidad y ley de la calle

Delight Lab no fueron los únicos que, por esos días, sufrieron ataques a sus intervenciones artísticas. El 17 de septiembre, el colectivo Musa Mosaico se enteró por redes sociales de que su mural en homenaje a Pedro Lemebel ubicado en la intersección de calle Nataniel con Tarapacá, fue destruido. Le quitaron las piezas que eran parte de los ojos y la boca. Al igual que el del perro Negro Matapacos, ícono de la revuelta social y ubicado en la fachada del Centro Gabriela Mistral, que por segunda vez fue parcialmente desmantelado. “Primero fue el del Negro Matapacos, donde hay videos e identificamos a una persona que según nos han dicho, ha estado en las marchas del Rechazo, lo mismo que en el de Lemebel, donde aparecen por lo menos dos personas, una de ellas es Roberto Belmar, que tiene una cautelar y también es integrante de un movimiento llamado Capitalismo revolucionario”, cuenta Isabel González, mosaiquista y parte del colectivo Musa Mosaico y Mosaikombat.

Mural de Musa Mosaico en homenaje a Pedro Lemebel, atacado.

“Estos trabajos son instalados en la calle, son de ahí y asumimos los riesgos”, afirma la artista quien en 2017 comenzó con este grupo de mosaiquistas que varía entre cuatro o cinco miembros. La idea de Musa Mosaico fue rendirle tributo a personajes que si bien son reconocidos para ellos tiene poca representación en el espacio público. Partieron con Violeta Parra y Gabriela Mistral, instalados en calle Lastarria y la comuna de Cerrillos, respectivamente y luego han seguido con Rodrigo Rojas de Negri (Valparaíso), Lenka Franulic (Antofagasta), Andrés Pérez y la artista y activista Hija de Perra, que aún esperan muros para ser instalados. Mientras que en su versión Mosaikombat, la idea es desarrollar íconos más revolucionarios, siendo el primero el Negro Matapacos.

“La mayoría de quienes trabajan con obras en la calle, murales, saben que estos pueden ser rayados, borrados, destruidos, es parte de lo que sucede en las calles y por supuesto puede haber personas que lleguen y en un acto de rabieta pegarle al mural, pero en el caso de Lemebel hay un gesto bastante siniestro, porque con todo lo que hemos pasado desde el 18 de octubre, con las víctimas de lesiones oculares, que le quiten los ojos a Lemebel es una referencia muy clara. Lemebel es un personaje que pertenece a un mundo disidente que representa a la comunidad LGTBI, entonces puede ser leído como un acto homofóbico incluso. Acá sin duda hubo dolo con una intención ideológica detrás”, afirma Isabel González.

Sin embargo, ¿qué gravedad tiene cuando las personas involucradas son simplemente civiles? Para el académico de la Universidad de Chile, experto en espacio público, Francisco Sanfuentes, hay que diferenciar estos actos de agresión a lo que se vio con Delight Lab. “La relación entre el arte y el espacio público siempre va a ser conflictiva. El espacio público también es el espacio institucional, es el espacio del poder, el espacio público, a veces, es el espacio privado de una cantidad de vecinos que lo asumen como propio y deciden qué es lo que vale y qué es lo que no vale. Entonces, cualquier gesto de naturaleza artística en la calle está sometido a una espacio de fragilidad. Desde que lo sacaste a la intemperie, tu intención, tu deseo, tu trabajo, queda puesto en suspenso cuando está en la calle”, explica. “Por otro lado, aquel arte que está en el espacio público y que ha sido institucionalizado, léase monumento o muralismo institucional o esas obras que son gestionadas por el MOP, siempre van a ser más protegidas y cuidadas como patrimonio, lo que no quiere decir que aquellas que no estén institucionalizadas dejen de ser arte o expresiones artísticas válidas”, aclara Sanfuentes.

Sin embargo, para el académico hay una diferencia clara entre lo que se define como “ley de la calle” o la práctica entre grupos artísticos o personas individuales que borran manifestaciones artísticas para poner otras, “suerte de reescritura callejera a modo de palimpsesto”, y cuando son actos que vienen desde instituciones estatales. “Lo que pasó en el GAM, a principios de la pandemia, cuando la institucionalidad -sea el municipio, la Intendencia o Ministerio del Interior- tapó todas las expresiones gráficas que allí había, y que no necesariamente eran obras de arte en el sentido pomposo del término, se puede considerar bastante grave y patético de parte de esa autoridad”, dice.

¿Cuál es la responsabilidad que ,en ese sentido, le cabe a las instituciones culturales involucradas? Isabel González cuenta que desde la Municipalidad de Santiago nadie se puso en contacto con ellos, a pesar de que el alcalde Felipe Alessandri afirmó por la prensa sobre el mural de Lemebel que “ya nuestras cámaras tienen imágenes, estamos viendo con la Fiscalía y lo importante es recuperar este memorial, este mosaico que es tan importante, muy valorado por la comunidad”.

“Para nosotros son apoyos ficticios, porque en la realidad, nada. Tampoco esperábamos la ayuda de él o el apoyo del GAM, porque la verdad es que tampoco pedimos permisos para instalar nuestro mural ahí, ni sabemos lo que ellos piensan. Nosotros mismos gestionamos y financiamos todos los proyectos. Ya llevamos siete murales, cinco instalados y nunca hemos recibido apoyo externo. Eso sí, la reacción de la gente frente a los ataques nos sorprendió. Uno, a veces, no dimensionaba la llegada que puede tener un mural. En este caso el de Lemebel se había transformado en un pequeño altar, muy visitado, querido, la gente a veces le iba a poner velas, entonces por ese lado ha sido bonito darse cuenta del apoyo, y nos han llegado cientos mensajes de apoyo, colaboración y ofertas de dinero para repararlo”, cuenta Isabel, quien confirma que tienen planeado restaurarlo en el futuro, mientras que el del Negro Matapacos lo dejarán tal cual, “como registro de lo que pasó”, aunque instalarán nuevos murales del perro del pañuelo rojo en otros lugares.

Mural de Mon Laferte borrado, obra de Julio «Ros» Pizarro.

Para Julio “Ros” Pizarro, el artista detrás del mural de Mon Laferte, que estaba ubicado en Avenida Matta con Santiago Concha y que apareció borrado con pintura blanca y con la palabra “rechazo” a fines de septiembre, lo sucedido con el Colectivo Musa Mosaico es mucho más grave. “Encuentro más fuerte destruir una obra así que una como la mía. Lograr hacer el trabajo del mosaico es más pega que lo que hago yo y verlo destruido es muy triste. Vi un par de videos de unos tipos destruyéndolo con un martillo, esa es una acción super violenta, porque además la persona que hace ese trabajo no es que corte cerámica, y lo pegue y listo, es mucho trabajo. Horas que uno dedica, tiempo y dinero y eso nadie lo valora”, cuenta.

En junio del año pasado, el artista fue convocado por Ignacio Orrego, fotógrafo y director de Fotorock, para realizar un mural dentro de un festival dedicado a íconos de la música. La idea era hacer siete murales, pero sólo alcanzaron a hacer tres antes del estallido social, el de Mon Laferte, inaugurado en septiembre, el de Gustavo Cerati en Santa Isabel, que también fue rayado, y el de Chris Cornell, que aún sobrevive en barrio Italia.

“Nosotros no estamos en ninguna parada política, queremos puro expresar arte y adornar un poco la ciudad, el muro se politizó después. A mí no me interesa la política, yo estoy 100 por ciento dedicado al arte y a otros negocios”, aclara Julio “Ros” , quien cuenta que tiene además una panadería y en el plano artístico colabora con el colectivo Social Street Art, con quienes ha intervenido colegios y plazas públicas en barrios con riesgo social de comunas como San Bernardo y La Pintana.

“A mí me sorprendió que el mural durara tanto, fue más de un año y medio que estuvo y duró lo que duró. A todos nos pasa, el 100 por ciento de quienes pintan en la calle asume el riesgo de que sus trabajos sean destruidos, rayados, borrados, es la ley de la calle. Ahora, para mí esa ley también tiene sus reglas. La idea no es borrar por borrar, sino borrar con algo mejor. Si yo voy y veo un muro y hago una pieza encima con más horas de trabajo y se nota, el pintor puede decir ‘ah ya, esto está mejor que lo mío’, pero si viene gente equis y tapa con brochas y blanco, eso es ataque puro”, opina el muralista, quien también ya está gestionando los permisos para volver a intervenir el muro de Mon Laferte con una nueva imagen.

“Quedamos contentos, la verdad, porque para bien o para mal, generamos algo en la gente, no dejó indiferente, y creo que eso es importante. La ciudad se va renovando siempre, y que una obra esté ahí 10 o 20 años y nadie la pesque, tampoco es lo ideal”, agrega.

Francisco Sanfuentes cuenta que la renovación de murales por otros a modo de “guerrilla de artistas” es algo usual e incluso hay antecedentes en Chile. “No es nuevo, en Chile desde 1964 en adelante, con la elección de Frei Montalva, se armaron estas brigadas muralistas como la famosa Brigada Ramona Parra y que se describían a sí mismas como brigadas de choque’, porque efectivamente sucedía que la BRP conquistaba un muro y luego llegaban en una camioneta la brigada de la derecha, o de Patria y Libertad, a borrarlos y agarrar a palos a los artistas que eran niños.  Desde entonces la BRP tenía seguridad, unos pintaban el muro y otros vigilaban y los protegían. Entonces no puedo decir que sea ilegítimo borrarlo, es parte de la dinámica callejera”, explica el académico.

Del otro lado, la censura al arte público tampoco es nueva y tiene su expresión más política y cruda justamente durante la década de los 70, con obras que simplemente fueron olvidadas. Sin ir más lejos, sucedió con varias de las obras inauguradas en el edificio de la Unctad III, hoy GAM, que fueron destruidas cuando la junta militar tomó poder del edificio o el extraordinario mural de Julio Escamez ubicado en la municipalidad de Chillán, que es recordado ahora por el profesor Carlos Gómez. “Era un mural alucinante, de estilo retrofuturista, pero muy influenciado por la escuela del muralismo mexicano, que fue no solo borrado después del golpe de Estado, sino que las autoridades también decidieron picar el muro, y meter un entrepiso, sin dejar posibilidad alguna de restaurar esa obra. Se perdió y lo que quedan son algunas fotos que dan cuenta del carácter impactante y de la calidad del artista”, concluye.

¿Es el libro un artículo de primera necesidad?

Un debate entre cartas al director planteó un tema que vuelve cada cierto tiempo: qué tan necesarios son los libros y la lectura en Chile. La experiencia y fracaso del Maletín Literario, iniciativa del primer gobierno de Michelle Bachelet, dejó en claro que el acceso a libros no es el único problema sino también la mediación. Distintos actores en torno al libro discuten en esta nota los variados alcances del complejo problema lector en Chile.

Por Florencia La Mura

“La caja de alimentos en poblaciones y barrios pobres de todo Chile a consecuencia de la pandemia puede incrementarse con un ingrediente que, para muchos, resulta indispensable. Hay un alimento fundamental que falta: un libro”. Así comenzaba la carta de Felipe de la Parra y Federico Gana, periodistas y escritores, en El Mercurio el 13 de agosto. A esta idea le respondió raudo Pablo Dittborn, quien ha sido parte de las editoriales Quimantú, Ediciones B y Random House Mondadori y, actualmente, La Copa Rota. “No. Por favor, no nuevamente. La idea de incluir libros en las cajas de alimentos me parece el peor error que podríamos volver a cometer”, postuló tajante el editor, aludiendo al proyecto Maletín Literario I y II, ambos del primer gobierno de Michelle Bachelet y que consistió en entregar cajas con 16 clásicos literarios de García Márquez, Neruda y Mistral, entre otros, además de una enciclopedia.

Más de 400 mil colecciones se repartieron entre 2008 y 2010, sus libros muchas veces terminaron vendiéndose en la feria y los resultados nunca tuvieron seguimiento. Los 7 mil millones de pesos invertidos en la campaña han sido criticados desde entonces por distintos actores del mundo del libro y la lectura. La discusión se actualiza ahora en medio de la crisis sanitaria y su impacto en la economía, luego de la entrega de las cajas de alimentos. En los tiempos que vivimos, ¿corresponde igualar la necesidad de comida a la de un libro?, ¿vale la pena regalarlos sin mediar en su acercamiento? Distintos escritores y editores contrastan sus visiones al respecto.

Libro-objeto, de Constanza Figueroa y Pablo Castro.

El eterno problema

En Historia del libro en Chile (LOM, 2010), Bernardo Subercaseaux analiza cómo las razones económicas -el hecho de importar la mayoría de los libros y la baja producción e interés por publicar en Chile- marcaron la historia del siglo XIX. Desde la creación de la patria los libros fueron un bien escaso y solo accesible a las élites. Durante el siglo XX, la historia no cambió mucho, afirma el Doctor en Lenguas y Literaturas Romances de la Universidad de Harvard e integrante del consejo asesor del Observatorio del Libro y la Lectura de la Universidad de Chile. Bajo ese escenario fue que el proyecto de Maletín Literario parecía una buena idea, pero mientras un sector quería impulsar la lectura, otro dejó en claro que no basta solo con tener qué leer.

“El proyecto del Maletín Literario, aunque tenía una intención loable, fue un fracaso”, sentencia Subercaseaux, añadiendo que “masificarlos en cajas de alimentos probablemente tendría un resultado similar. Lo que puso de relieve es que, en cuanto a políticas públicas, el tema que requiere una solución definitiva es el de libros escolares y materiales vinculados a la educación”. Para Roberto Rivera, presidente de la Sociedad de Escritores Chilenos (SECH), la idea de sumar libros a las cajas de alimentos se diferencia del Maletín Literario, la que cataloga como “una iniciativa descolgada en tiempos de bonanza y mall”. Por otra parte, “un libro entre los alimentos, cuerpo y espíritu, simbólicamente entrega otro mensaje”, opina Rivera, quien señala que, en tiempos de encierro, sin paseos ni distracciones, sumado a la monotonía de la televisión, “el libro que no se va a la despensa junto al arroz y las legumbres, queda por ahí, a la mano de quien lo pueda hojear”.

Para Rivera, el libro es un artículo necesario, que lleva décadas peleando por ese espacio. “Se viene luchando hace 47 años contra la quema de libros, contra su invisibilidad, su menosprecio, sus enemigos neo ignorantes, contra las ficciones de la quiromancia y la cartomancia de economía y negocios que llenan páginas y páginas inútiles y pese a ello su poder sigue vigente”.

El ecosistema del libro

La importancia que Rivera le otorga a la lucha del libro contra el modelo de negocios juega un rol clave en la configuración de las editoriales nacionales y del acceso a la lectura. “Vivimos en un país con un presupuesto de 0,4% del PIB para artes, cultura y patrimonio, y sueldos promedio de alrededor de 500 mil pesos, cuando sólo el desplazamiento al trabajo se lleva un 18% y el IVA a la primera necesidad otro 19%. Pensar que en estas condiciones alguien pueda comprar un libro es descabellado”, explica Rivera, contextualizando un país donde predominan los grandes conglomerados extranjeros, con mayor acceso a producción, tirajes altos y distribución de libros.

Para Paulo Slachevsky, director y cofundador de LOM Ediciones, parte de la Asociación de Editores Independientes, Universitarios y Autónomos – Editores de Chile y miembro del consejo del Observatorio del Libro y la Lectura de la Universidad de Chile, pensar en el libro como un objeto no prioritario es legado de la dictadura. “Se relaciona con un país donde pensar, criticar, era incómodo, peligroso”, fundamenta, agregando que “revertir ese quiebre de la sociedad con el libro requiere un impulso público mayor, una real voluntad de que exista participación popular”.

Una iniciativa recordada como gran ejemplo del libro pensado para el pueblo, fue la del gobierno de la Unidad Popular, quecompró en 1971 la entonces Editorial Zig-Zag, transformándola en Editorial Quimantú,para editar desde obras clásicas universales hasta historietas locales y venderlas en quioscos a precio accesible. Al año de estar activa llegó a imprimir 500 mil ejemplares mensuales, una cifra muy superior a los 500 ejemplares que un 60% de las editoriales nacionales imprime de un libro, de acuerdo al informe anual 2019 de la Cámara Chilena del libro.

“La tarea de hoy es evaluar esa política que duró 5 años y formular una nueva  que sea participativa, realista, amplia y descentralizada, que tenga en cuenta a toda la cadena del libro y que favorezca la producción local de editoriales nacionales”, señala Bernardo Subercaseaux.

“La tarea de hoy es evaluar esa política que duró 5 años y formular una nueva  que sea participativa, realista, amplia y descentralizada, que tenga en cuenta a toda la cadena del libro y que favorezca la producción local de editoriales nacionales”, señala Bernardo Subercaseaux, quien en Historia del libro en Chile destaca que Chile siempre ha tenido una baja edición local de libros y con bajos tirajes, lo que aumenta su precio de producción y, por ende, de venta, en relación a otros países con tanto mayor compra de libros como mayor cantidad de habitantes, como Argentina.

Bajo una mirada distinta, y que pone el foco en la creciente escena local de editoriales independientes, Slachevsky cree que el mismo anhelo democratizador de lo que fue Quimantú se puede dar bajo modelos diferentes, “donde más que el gran tiraje, se apueste por la bibliovidersidad. Los cambios tecnológicos favorecen que podamos tener miles de pequeñas Quimantú a lo largo de Chile, miles de libros diferentes en tirajes pequeños y medianos”.

Iniciativas populares

Constanza Figueroa, diseñadora gráfica, parte de Editorial Piña Ruda y Revista Yasna, y Pablo Castro, director de la feria de arte impreso IMPRESIONANTE, decidieron trabajar con la idea del hambre y la caja de alimentos del Gobierno, haciendo con esta un libro-objeto que recoge frases de Lotty Rosenfeld, Diamela Eltit y Clarisa Hardy, entre otras escritoras. Por esos días llegaron a distintas redes solidarias y en paralelo a la publicación «Hambre + Dignidad = Ollas Comunes», donde Hardy “determina lo poderosa que es la organización social en torno a la provisión de alimentos, en contraposición a la indiferencia de la clase gobernante”, relata Constanza.

Constanza y Pablo, cuyo trabajo se desenvuelve principalmente en torno al arte, la visualidad y la publicación independiente, encauzaron su energía y durante el cuarto mes de aislamiento fue que estuvieron “armando esta publicación con lo que teníamos disponible, política y materialmente”, explican. El pasado octubre, ambos quedaron con la inspiración que les dejó el estallido social. “Necesitábamos seguir produciendo imágenes románticas para atacar a una institucionalidad opresora que nos priva de todo incluso el amor”, reflexiona la pareja, quienes a la hora de pensar en objetos de primera necesidad, no piensan en el libro, lo que no le quitaría importancia. “El libro, la publicación independiente y el arte impreso, tienen la posibilidad de ser dispositivos superpoderosos, aunque reconocemos que es de un alto nivel de privilegio estar familiarizados con estos formatos”.

Libro objeto, de Constanza Figueroa y Pablo Castro.

Quienes no tienen duda en considerar el libro como un artículo de primera necesidad son las integrantes del colectivo Autoras Chilenas (AUCH), quienes promovieron la acción Libros por la vida, como una forma de reunir libros para donarlos a las distintas ollas comunes que surgieron en la capital. El proyecto comenzó en junio pasado como “una acción literaria y una manera de repensar la literatura como parte de un movimiento político no solo fuera de los círculos literarios capitalistas”, explica Mónica Barrios, escritora, académica y parte de AUCH. Para ella, esta acción responde a una necesidad no cubierta ni por el sistema capitalista ni por el Estado. “Pensamos la potencialidad de la literatura como la creación de un espacio de economías no-capitalistas, de intercambios de cariños y cuidado, para poner en marcha una red comunitaria que ha estado en funcionamiento a las sombras del Estado desde hace tiempo”, agrega.

Esta iniciativa puede verse como un reflejo de la idea que De la Parra y Gana proponen en su carta, esta vez trabajada con enfoque feminista y de manera independiente al Gobierno. Para AUCH, esta es una forma de relevar la importancia que debiese tener el libro, poniendo la cultura en un lugar indispensable. “Los alimentos nos permiten vivir. Los libros nos ayudan a entender la vida, a darle un sentido”, reza la carta adjunta a cada lectura entregada. Mónica también deja claras las diferencias que esta iniciativa tiene con el Maletín Literario. “Creo que los libros tienen múltiples formas de leerse y usos, y que las lecturas deben ser diversas en cuanto a cuerpos y lo que sacan de los libros. El interés que provocó esta donación entre las comunidades dice tanto más que el fracaso del Maletín Literario”, asegura.

Si bien las realidades materiales actuales en Chile se utilizan como una justificación para pensar en el acceso a la cultura como algo no urgente, la pandemia dejó en claro la precarización de la cultura en Chile y cuánto necesita un sostén económico permanente. Por otro lado, y en particular desde la literatura, las editoriales nacionales han debido reinventarse en el contexto actual y en muchos de los casos, también han liberado libros haciéndolos de acceso gratuito en momentos complejos.

De acuerdo a Paulo Slachevsky, la pandemia ha revelado de forma clara como no solo la lectura, sino el arte en general, sostienen la vida. “Salvador Allende insistía durante la Unidad Popular en la importancia de tener una biblioteca y un jardín infantil en cada población. Los bienes de primera necesidad no pueden pensarse sólo desde la individualidad, sino también desde la comunidad. Y allí, la cultura, los libros en particular, son vitales”, insiste. “Es hora de pensar y actuar colectivamente para cambiar el estado de las cosas, liberándonos de las lógicas de mercado y del colonialismo cultural que concentran y excluyen, potenciando un ecosistema propio y diverso, poniendo al centro el sentido cultural y liberador del libro y la lectura”, sostiene Slachevsky. De esta forma, un libro gratis nunca estaría demás.