Juan Gabriel Valdés: “Todas las democracias representativas en el mundo occidental están hoy bajo amenaza”

Como un “intento de golpe” califica el experto internacional el asalto al Capitolio en Estados Unidos perpetrado por un grupo de supremacistas blancos que creen en diversas conspiraciones y que, a su juicio, se han formado y agrupado gracias a complejos fenómenos sociales y políticos. En esta entrevista, el exembajador de Chile en Washington desarrolla las claves históricas que hace cuatro décadas sembraron las semillas de un movimiento peligroso no sólo para Estados Unidos, sino para todo el mundo. 

Por Jennifer Abate C.

Exministro de Relaciones Exteriores y exembajador de Chile en Washington, académico del Instituto de Estudios Internacionales y director de Desarrollo Estratégico y Relaciones Institucionales de la Universidad de Chile, Juan Gabriel Valdés conoce como pocos la realidad política estadounidense. Por eso, miró con estupor, pero no necesariamente con sorpresa el asalto al Capitolio el día en que el Congreso de Estados Unidos debía ratificar el triunfo del presidente electo Joe Biden. Esto, porque como detalla en esta entrevista, el fenómeno de la polarización e incremento del racismo y la violencia viene desde hace mucho tiempo en ese país. Y a ese desafío se ha sumado, como una amenaza para la democracia, el descrédito de las instituciones y el aumento de las noticias falsas. No es casual, desde su perspectiva, que un grupo haya sido capaz de tomar el Capitolio con la ferviente convicción de que al presidente Trump le habían robado las elecciones, a pesar de que no se ha encontrado ninguna prueba de aquello.

Sabemos que quienes asaltaron el Capitolio son seguidores del presidente Trump. ¿Qué más podríamos decir sobre la composición de ese grupo?

Yo diría que la mayoría de ellos son supremacistas blancos, son personas que pertenecen a minorías religiosas de carácter fundamentalista y son gente que se educa en torno a Internet y a la formación de conspiraciones, como aquella que sostiene que los demócratas practican pedofilia en una pizzería en Washington. Aunque uno piense que es una locura que produce más bien hilaridad, es algo que llevó a la gente a ir con fusiles y armas a la pizzería para ver dónde Hilary Clinton cometía estas aberraciones con niños menores. Aquí hay un conjunto de gente que va desde lo que los norteamericanos llaman la “marginalidad lunática” a grupos de supremacistas blancos, pero yo diría que hay un factor muy preocupante que va más allá de esa gente que atacó el Congreso, algo que Estados Unidos no ha podido superar, que es el racismo.

En el asalto al Capitolio, el control policial contra los manifestantes fue muy distinto del que vemos contra las acciones de Black Lives Matter. ¿Es el racismo una amenaza para la estabilidad democrática de Estados Unidos? ¿Cómo se enfrenta políticamente un problema cultural y político de tan larga data y tan complejo?

Creo que cuando uno habla de racismo en Estados Unidos tiene que considerar que la transformación demográfica del país es tan extraordinaria, que en veinte años más los blancos van a ser una minoría frente a la inmigración latina, la inmigración asiática y el crecimiento de la población afroamericana. Los blancos que han tenido la tradición de asociarse entre sí y crear familias racialmente homogéneas sienten que están perdiendo totalmente el poder del país. Y es ahí donde se prueba el fondo del racismo, es ahí donde está sucediendo el fenómeno de inseguridad, miedo y pérdida mayor. ¿Cómo tratar ese problema? Bueno, Estados Unidos hizo transformaciones muy extraordinarias en los sesenta y los setenta en esa materia y tuvo mártires como Martin Luther King. ¿Cómo lo va a enfrentar Biden? Este es un proceso de fondo porque tiene que ver con educación, con la capacidad que tiene la sociedad para incorporar a aquellos sectores que se sienten marginados por ser blancos, porque sus empresas se fueron a China o a México, porque sus religiones suelen ser reducidas al mínimo o transformadas en fenómenos marginales, porque no pueden comprender las formas de pluralidad de toda naturaleza que ocurren en la sociedad, es decir, aquí hay una necesidad de transformación cultural en el país que va a tomar tiempo.

Usted señaló, antes del resultado de las elecciones, que ganara quien ganara en Estados Unidos, la crisis continuaría. ¿De dónde viene este fenómeno? ¿En qué momento empieza a acumularse esta cantidad de tensión y polarización en ese país?

Hay que hablar de la transformación del Estado con derechos sociales que organizó o intentó organizar Lyndon Johnson en los sesenta, que luego fue bruscamente torcido por Ronald Reagan al establecer un sistema neoliberal de manera muy cruda, lo que ocasionó la progresiva degradación de los sistemas públicos y sistemas sociales. Ese fenómeno tiene consecuencias muy importantes, porque junto con él se produce el fenómeno de globalización que afecta a una serie de industrias y empresas norteamericanas que se relocalizan y dejan, por lo tanto, de dar empleo a centenares y miles de personas que se habían acostumbrado a un estilo de vida con una confianza esencial en que los hijos iban a vivir una calidad de vida mejor que la de los padres. En tercer lugar, ocurrió un proceso de diversificación interna, de irrupción de las minorías sexuales, étnicas, sociales en la vida de las ciudades y en la vida política del país y, por lo tanto, se dio la modernización de un tipo de sociedad rural que tenía una vieja tradición norteamericana y que expresaba una manera de ser norteamericana.

Juan Gabriel Valdés

—¿Cómo se ve eso reflejado en la elección de líderes políticos?

La confluencia de esos fenómenos naturalmente genera ganadores, que en este caso tendieron a confluir de manera brusca en la esquina del 1%, de los más ricos, y en un tipo de economía basada en la alta tecnología y en el sector financiero, que implicó la degradación de los procesos industriales; y grupos que perdieron totalmente la seguridad en su futuro y, por lo tanto, hubo una transformación en el sentido político: el mundo de los trabajadores blancos emigró del Partido Demócrata al Partido Republicano y votó por Donald Trump. [Bill] Clinton fue un punto de vista intermedio, que buscó, como se sabe, hacer un trabajo de vinculación de la socialdemocracia con el neoliberalismo. Clinton fue visto como la peor de las traiciones por el mundo blanco trabajador, a eso se debe en gran medida el triunfo de Trump contra Hillary Clinton. Ella expresaba ese mundo de élite tecnocrática que conocía el futuro, que tenía una verdad tecnocrática que se imponía; en definitiva, era el mando de los economistas sobre la sociedad. El Partido Demócrata, que había sido el partido de los pobres y que defendía a los trabajadores, pasó a ser el partido de la tecnocracia y de la alta transformación tecnológica del país, mientras que los republicanos, que eran y seguían siendo quienes defendían a los más ricos, que se preocupaban de bajar impuestos, de proteger el presupuesto e impedir el gasto público, se transformaron en los protectores de los sectores rurales que veían amenazada su vida futura. Creo que esa transformación es la que lleva a la indignación progresiva de un sector con la élite y la receptividad que tiene el discurso de Trump en ese mundo.

—¿Es esta explicación aplicable a lo que ocurre en Chile? La revuelta social de 2019 evidenció un malestar con respecto a lo que habían hecho los gobiernos de la exConcertación, a quienes se acusaba de haber pactado con los sectores más ricos y haber terminado protegiendo a los empresarios.

Creo que el fenómeno del surgimiento del neoliberalismo y la caída del neoliberalismo son globales y siempre he sentido, si bien toda crítica es legítima, que es abusivo pensar que, en Chile, con un crecimiento de 5%, 6% de la economía, con una ampliación de la calidad de vida evidente para millones de chilenos, alguien iba a decir “mira, este modelo es peligroso, así que cambiemos de modelo”. Era bastante difícil entrar en una discusión de ese tipo y, por lo tanto, esos juicios son siempre complejos. En un momento nos pareció que la inserción de Chile en la globalización era una absoluta necesidad, un proceso inevitable, absolutamente imposible de detener y, por lo tanto, lo único que podía hacer un país del tamaño del nuestro era negociar su ingreso a la globalización de la mejor manera posible. Hoy quizás hay una manera distinta de mirar ese tema y hay que rediscutirlo con serenidad, porque los chilenos nos olvidamos demasiado a menudo de que los procesos que vivimos son parte de un proceso global y que no podemos corregir aquí el proceso global. Nosotros tenemos que buscar maneras de lidiar con él y de separarnos de él en la medida de lo posible cuando podamos, pero no pensar que vamos a cambiar el proceso global en Chile, porque eso no va a ocurrir.

El presidente electo Joe Biden señaló que la democracia enfrentaba un asalto sin precedentes. ¿Cree que la democracia de Estados Unidos está bajo amenaza?

Creo que todas las democracias representativas en el mundo occidental están hoy bajo amenaza. Me parece que el fenómeno más grave que está ocurriendo en el mundo, desde el punto de vista de las libertades democráticas, es el nacimiento de líderes populistas que tienen la capacidad de establecer regímenes autoritarios. ¿Cómo estas visiones autoritarias ponen en peligro la relación histórica que existió siempre entre democracia y verdad? ¿Qué es verdad en una democracia? Hoy, lo que ha ocurrido es un fenómeno nuevo, sobre el que no teníamos conciencia de que podía ocurrir, que son las redes sociales. Hoy es posible no solamente lo que se denomina noticias falsas, que se divulgan masivamente, sino que se pueden crear realidades alternativas, vale decir, la verdad ya no es lo que la inmensa mayoría cree, sino que hay otro grupo que sostiene que la verdad es otra. En las redes sociales se crean grupos cerrados, grupos eco, que se hacen eco entre ellos, que construyen realidades alternativas y paralelas, y eso es extraordinariamente peligroso. Si hay un grupo de gente en Estados Unidos que suma setenta millones de personas que cree que el señor Joe Biden se robó la elección y que el verdadero ganador es el señor Trump, entonces la democracia no puede funcionar porque no hay legitimidad, las instituciones dejan de funcionar.

Lo que vimos en Estados Unidos fue una manifestación de la extrema derecha. En nuestro país, Chile Vamos hizo un acuerdo para enfrentar la elección constituyente con el Partido Republicano de José Antonio Kast, que corresponde a una facción de ultraderecha que defiende ideas reñidas con la protección de los derechos humanos. ¿Ve usted un riesgo en este tipo de alianzas y en la institucionalización de este tipo de ideologías?

En mi opinión, la derecha ha coqueteado y ha tenido, incluso la derecha más liberal, una relación permanente con grupos absolutamente antidemocráticos y con grupos que tienen convicciones sobre lo que fue la dictadura de Pinochet y sobre lo que fue la violación a los derechos humanos en esa época que son inaceptables en una democracia. Yo me quedo con lo que dijo Angela Merkel, aunque en ningún caso podría yo vincularme políticamente con ella, porque ella está en un partido más bien de centroderecha. Merkel dijo que, en ningún caso, bajo ninguna circunstancia, ella podría aceptar algún pacto con la ultraderecha, y que el partido de derecha que se asocia con un partido de ultraderecha se destruye a sí mismo. Yo me quedo con esa opinión y me parece que es lamentable que se proceda a incorporar a un grupo que está en los márgenes del proceso de la convención constitucional.

Verónica Zondek: “La poesía de los 80 ha sido leída como un grupo de mujeres, pero el canon es masculino”

La poeta, escritora y traductora de Emily Dickinson, Anne Sexton y Anne Carson, conversa sobre sus 35 años de trayectoria reunidos en la antología Ojo de agua, y habla también sobre sus complicidades literarias, las complejidades de la traducción y la invisibilización de las poetas: «la poesía escrita por mujeres no entra a la cancha de la reflexión en la misma palestra que lo que escriben los hombres poetas», afirma.

Por Jennifer Abate y Evelyn Erlij

—Tu antología Ojo de agua recorre 35 años de obra poética, y se suma una prestigiosa colección de Lumen que tiene también a Gabriela Mistral, Nicanor Parra y Pablo Neruda, entre otros poetas. ¿Qué significó para ti este reconocimiento? ¿Qué sensación tienes cuando te enfrentas al libro y ves ahí casi cuatro décadas de trabajo y de vida?

Enfrentarse a una antología que hace otra persona, con su ojo, su interés y su visión de la poesía, es un espejo doble. Porque, por un lado, tienes un eco de ti misma, ya que te reconoces ahí, pero por otro, el orden que le da el editor, en este caso Vicente Undurraga, hace que haya un hilo que yo no me había dado cuenta antes. Entonces fue muy interesante leer esta antología como si fuera de otra escritora. Y me doy cuenta que hay en ese hilo una agudización y una introducción en ciertas temáticas. Desde el primer libro, que publiqué en 1984, hasta los últimos, hay puntos en los que siempre estoy ahondando de una manera o de otra. Lo que cambia es el lugar desde donde yo me instalo para escribir o el lugar desde el que me contacto con esas cosas, pero las temáticas están ahí y eso es extraño.

—Eres la tercera chilena que está en esta colección de Lumen, luego de Elvira Hernández y Gabriela Mistral. En la contratapa del libro se habla de tu obra como una obra en cierto modo “secreta”, a pesar de que son casi cuatro décadas de trabajo, lo que es bastante contradictorio.

Sí, yo creo que es una miopía pública, de los medios quizás, o de la academia. Pero la poesía tiene sus maneras de circular, y creo que la poesía escrita por mujeres también. Obviamente, hay lectores, lo que pasa es que la poesía escrita por mujeres no entra a la cancha de la reflexión poética en la misma palestra que lo que escriben los hombres poetas, que es una cosa muy extraña. Porque a las mujeres se las suele poner una por mesa, como botón de muestra.

—Para completar una cuota, muchas veces.

Claro, o porque es políticamente correcto. Pero lo interesante, y siempre lo he dicho, es leer la poesía de los años 80 en todas sus voces. Porque el género es uno de los espacios desde donde uno escribe, pero el cuerpo también tiene una presencia. Entonces, una está ubicada ahí, pero también está ubicada en la historia, en las lecturas, en la vida vivida, en la política, en las opiniones, en el pensamiento, y todo eso nos es común. Tenemos distintas experiencias a partir del cuerpo y esa es la riqueza con la que podemos aportar. La poesía de los 80 ha sido leída mayormente como un grupo de mujeres, pero el canon es masculino.

—El reconocimiento tardío se ha hecho extensivo a muchas mujeres, y una de ellas es Gabriela Mistral. Has dedicado varios trabajos al estudio de su obra y estuviste a cargo de la obra reunida Mi culpa fue la palabra, que editó LOM en 2015. ¿Cuál es tu opinión sobre el redescubrimiento de Gabriela Mistral? En particular en los últimos años, en que ha sido reposicionada en el espacio publico por los movimientos feministas.

Gabriela Mistral es una poeta muy interesante y también una intelectual genial, que jugó un rol publico muy importante, pero muy escondido. Es interesante releerla, tanto en su poesía como en su prosa, para entender el tamaño de intelectual y de poeta que tenemos ahí. Se le ha tratado de poner ciertos chalecos de fuerza en los que queda cómoda para el sistema: como profesora, como la mujer amargada, como la amante de los niños.

—Como «Piececitos de niño».

Pero ese es un tremendo poema que ella escribió en Punta Arenas, porque vio niños andando en la nieve a pata pelada. Es un tremendo poema de rabia y es interesante cuando se lo relee desde ahí. Cuando hice esa obra reunida, mi interés fue justamente reagrupar los poemas de una manera distinta a como se han agrupado. Los agrupé de acuerdo a las temáticas; están todos los de la locura, los de los oficios, de las materias, de la niñez. Así uno entiende a una Mistral totalmente distinta. Lo que hacía Mistral en la poesía era construir un cuarto propio donde nadie iba entender nada y ahí se escondía. Donde realmente decía las cosas de frente era en la prosa.

—El mundo de la poesía está lleno de relaciones de camaradería y de rencillas. ¿Cuán importante han sido para ti tus compañeros de ruta, como Elvira Hernández o Humberto Díaz Casanueva? ¿Cuán importante han sido esos vínculos de complicidad literaria para tu propia obra? A finales de 1989 hiciste una antología con Elvira Hernández, por ejemplo.

Creo que como en todos los rubros, la complicidad siempre es muy importante. Creo que la conversación, la complicidad, el gesto de intercambiar conocimientos, preguntas, es lo que enriquece y lo que te abre a cosas que antes no abarcabas. Todo el resto da lo mismo, no me interesan para nada las rencillas ni las competencias, pero me interesa muchísimo la conversación. Y en eso he tenido la suerte de tener amigas y amigos en las letras con los que me he podido dar ese gusto. Elvira Hernández es una de ellas. Con Humberto Díaz Casanueva fuimos muy amigos durante mucho tiempo y aprendí muchísimo; peleamos mucho también, pero peleas literarias, no de cabros chicos. También fui muy amiga de Gonzalo Rojas.

—Cuando se habla de ti, siempre se menciona ellos tres.

Porque fuimos amigos de muchos tiempos, porque viajábamos y nos quedábamos en las casas de uno y de otros. La amistad poética la cultivo mucho. Por ejemplo, con Alejandra del Río tenemos una amistad larga que comenzó en México y la hemos continuado cada que nos hemos cruzado. Compartimos lecturas, cosas que hemos ido conociendo, y conversamos como cualquier ser humano. Eso siempre es enriquecedor.

—Tu antología abre con El libro de los valles (2003), que hace referencia a un tema bastante presente en tu poesía y que tiene que ver con la ciudad, con el paisaje y el territorio. Has vivido en distintos lugares, como Jerusalén y Santiago, y hoy vives en Valdivia. ¿Qué importancia tiene la ciudad, el paisaje en tu obra?

Bastante grande, y no me había dado cuenta que aparece casi desde el principio. Creo que hay un tejido entre lo urbano y la naturaleza, que construye una realidad. Uno lee la realidad a través del contacto que tiene con lo urbano y la naturaleza. Tengo la ventaja de que vivo en una ciudad que no ha perdido el contacto con esa naturaleza, está muy presente en toda partes, porque el ser humano no ha podido ganarle. Ahora están llegando las inmobiliarias y espero que fracasen todas, porque son temerarias: piensan que pueden ganarle a la naturaleza. Pero allá está muy presente el agua, la vegetación, y uno no puede leerse a sí mismo en desconexión con todo aquello que nos rodea, lo vivo y lo no vivo. Lo vegetal, lo humano, lo mineral, la tierra; uno entra en contacto con eso. Uno también es materia. Y uno conversa con los otros y se va enriqueciendo y construyendo a partir de eso. Cada vez voy entrando más en conciencia de eso, y creo que lo recoge la antología, creo que da cuenta de esa compenetración cada vez mayor en esa temática. Cuando ves la destrucción de la Patagonia, ves esa falta de respeto con lo que nos permite estar vivo. En la medida en que vayamos hiriendo aquello, nos herimos a nosotros mismos.

—Considerando que distintos paisajes responden a distintas geografías, ¿te parece que de alguna manera el canon literario en Chile está construido de una manera centralista, más enfocada en Santiago, o crees que considera estos distintos paisajes, estas distintas formas de vivir?

Creo que el canon se construye en Santiago. Todo se construye en Santiago. Sin embargo, la poesía en Chile tiene un recorrido por las regiones y muchos de los poetas que están instalados en Santiago son de regiones. Entonces, finalmente, las regiones tienen una gran, gran, presencia. Pienso en poetas como Christian Formoso en Punta Arenas, Maha Vial en Valdivia, Ricardo Herrera en Temuco; para qué hablar de la cantidad de poetas en Concepción. La cosa está en que se recojan y se distribuya y se trasmitan. Hay tantos modos de trasmitir la poesía.

—¿Cuál crees que ha sido el papel de las editoriales independientes en la publicación de poesía en los últimos años en Chile?

Creo que hay una apuesta de las editoriales independientes, no sólo con la poesía, sino con cierta narrativa que tampoco entra dentro de las búsquedas de las grandes editoriales, que se tienen que ir a la segura. Las editoriales más pequeñas toman esos riesgos y se ponen detrás de sus escritores justamente por eso. Han puesto en circulación voces que estaban totalmente fuera y han hecho el trabajo de visibilizarlos en los medios también, en los diarios, en las radios. Dan lugar a voces nuevas y han rescatado muchas voces que estaban fuera de circulación y que son importantísimas dentro de la poesía.

—¿Cómo quien, por ejemplo?

Cecilia Casanova, Daniela Catrileo, Roxana Miranda; una pila de gente. Tengo los nombres anotados, porque me interesa mucho el fenómeno, es un trabajo que hay que aplaudir. Hay incluso editoriales independientes en regiones, en Arica, Valdivia, Temuco, que toman más riesgos incluso con poetas que no se conocen en Santiago y que están dispuestos a publicar. Es maravilloso.

—En 2019 fuiste participe y testigo del fenómeno que causó la poeta canadiense Anne Carson cuando vino a Chile. Tú la acompañaste, fuiste su voz en español cuando recitó en la UDP y eres su traductora al español. ¿Qué impresión te llevaste de ese evento tan concurrido? Es curioso, porque su poesía no es ni fácil ni masiva.

Lo encuentro como los fenómenos de los rockstars. No sé si toda esa gente que asistió la había leído o se sentía atraída por la figura. Me dio la impresión de que Anne Carson, a pesar de que asumió un personaje, tampoco la atrae mucho ser una rockstar, pero justamente creó un personaje para manejar eso. Por lo mismo, era muy difícil tener una conversación normal con ella, porque había mucha gente. Sólo cuando estábamos solas pudimos conversar de verdad. Me parece que su escritura es  interesantísima y por eso traduje Red Doc> (2013), un libro muy difícil de traducir y muy desafiante. Ella trabaja con muchos lenguajes, toca muchísimas capas; hay política, ironía, rock, vida privada. Hay lenguaje prosaico, hay lenguaje muy elevado; hay relación con los mitos. Creo que se puede entrar desde distintos ámbitos y se entiende más o menos de acuerdo al bagaje con el que entras a esa lectura. Eso puede dar cuenta de por qué hay tanta gente que la lee y desde dónde, porque aparentemente pareciera un lenguaje asequible, pero yo la encuentro compleja. Hay mucho de mito en su figura y la gente necesita de mitos en este mundo.

—El filosofo Andrés Claro, autor de Las vasijas quebradas, dice que las grandes traducciones de poesía son hechas por alguien que se ha compenetrado con el autor, que lo ha conocido como uno conoce a un amigo. ¿Estás de acuerdo con eso? ¿Lo has sentido con Anne Sexton o Anne Carson, por ejemplo?

Sí, lo he sentido así con Emily Dickinson también. Para traducir, tiene que atraerme mucho el mundo en el que está inmerso la o el poeta, o tengo que enrabiarme mucho con las traducciones que hay en español y sentir que lo han hecho pésimo. Si uno no investiga realmente a él o la autora y no se compenetra con todos sus mundos, terminas haciendo una traducción interpretativa que puede llevar a equívocos, que no logra traspasar el mundo de quien quieres traspasar. Hay que estudiar mucho y eso es lo que me gusta de la traducción: trasladar mundos de un lado a otro y ampliar los propios.

* Esta entrevista fue realizada en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile el 9 de agosto de 2019.

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Desde 2019, el programa radial Palabra Pública ha sido una plataforma de conversación con importantes figuras de la cultura, la academia, las ciencias y la sociedad civil. Rescatamos en esta sección de archivo algunas de esas entrevistas. 

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La escritora chilena residente en Estados Unidos, autora de Sangre en el ojo y Sistema nervioso, habla en esta entrevista hecha en el programa radial Palabra Pública sobre el panorama literario actual y sobre temas recurrentes en su obra, como las enfermedades —del cuerpo, del sistema capitalista, del planeta— y la identidad. Además,  ahonda en las críticas que suscitó su diatriba Contra los hijos.  

Por Jennifer Abate y Evelyn Erlij

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—Estuviste viviendo en Berlín hasta 2007. ¿Dónde estás viviendo ahora?

Me he vuelto bastante nómada. Trabajo en Nueva York siete meses y medio al año, y el resto del tiempo lo paso en Chile. A veces me doy alguna vuelta por Europa porque estoy casada con un español. Ese año en Berlín fue muy bueno para mí, porque me dio tiempo para escribir y también para viajar un poco. Estoy en Nueva York la mayoría del tiempo y paso unos 3 meses al año en Chile, que no es poco y me hace muy feliz, además.

—Cuando uno vive afuera y vuelve a Chile cada cierto tiempo, se es más perceptivo frente a los cambios. Desde la época en que vivías acá la escena literaria ha cambiado mucho. Ahora hay muchas ferias y nuevas editoriales. ¿Cómo ves este auge?

Encuentro que la oferta cultural chilena ha ido creciendo exponencialmente. Me acuerdo que cuando me fui, volvía siempre a ver teatro, y lo sigo haciendo, porque había una oferta muy buena gracias a lo que hizo Santiago a Mil. Lo que encuentro que pasó en los veinte años que llevo afuera es que la oferta literaria y las actividades literarias aumentaron. Cuando uno llega a Chile, tiene esta impresión de que la cultura está efervesciendo, de que hay muchísimas editoriales y mucha gente nueva escribiendo y publicando. Uno cree que se está publicando y leyendo mucho en Chile. Voy a todas estas ferias, me gusta mucho la Furia del Libro, pero también está la Independiente de Valparaíso, y muchas más. Sospecho —quiero, deseo— que se esté leyendo más. Quizás es la pura sensación de estar en este gueto en el que uno se mueve. Al parecer hay al menos un segmento de chilenos jóvenes que están interesados en saber y leer. Eso no lo sentía antes.

—También tiene que ver con la emergencia de nuevas editoriales independientes. Tenías una editorial, Bruta Editoras, que quedó congelada. ¿Qué pasó con eso?, ¿cuál crees que es la importancia de que existan estas editoriales más pequeñas?

Creo que las editoriales pequeñas trabajan sobre un deseo más puntual, más específico, como una idea, una pregunta. Bruta Editoras partió así, éramos una especie de colectivo y queríamos pensar cómo se escribe desde un lugar que no es propio, que es una pregunta que a mí en particular me interesaba mucho y que está desarrollada en Volverse palestina. Alia Trabucco y Soledad Marambio, que eran las socias principales, también eran personas que vivían fuera y también estaban elaborando esa pregunta bajo su experiencia. Pusimos a trabajar esa pregunta en libros; invitábamos a trabajar a un autor y una autora a escribir sobre un lugar que no les era propio, donde hubieran vivido o hayan visitado, o con el que tenían alguna relación de tipo familiar. Eso generó una colección de ocho libros que nos gustaban mucho, pero no nos dio la energía, entonces el proyecto se congeló. Lo que acabamos de hacer es resucitarlo y buscar otra editorial dirigida por mujeres, que es Banda Propia. Ellas asumieron ese proyecto republicaron los libros de Bruta. Las editoriales independientes están convocando una energía y preocupaciones que las editoriales más grandes no logran ver. Están más cerca del terreno, de la gente más joven, también. De ahí están saliendo voces muy nuevas y eso no existía en los años 80.

—Haces clases en el magister de escritura creativa de la Universidad de Nueva York (NYU), en tiempos en que hay una especie de explosión entorno a la escritura creativa. ¿Cómo crees que están funcionando esos posgrados? ¿Los ves como un lugar para profesionalizar la escritura o quizás como un espacio para intercambiar ideas?

Tengo el recuerdo de los años 80 y 90 de los talleres literarios en Santiago, en las casas de los autores, que es una tradición muy larga. También están las tertulias. Siempre ha habido esa necesidad de conversar alrededor de un texto, de tener pares que nos puedan leer, de tener un tutor o un gran escritor que pueda emitir una opinión y dar sugerencias. En esos espacios también aprendes a leer, no sólo a escribir, y esa es la cuestión. Esta tradición nos precede a los latinoamericanos, también sucedía en Europa. Lo que está pasando ahora es que se profesionalizan estos espacios porque se convierten en un cartón universitario, en un programa de dos años, que no sé muy bien hacia dónde llevan, porque no sé qué pasa con esa gente que se gradúa en escritura creativa. Algunos de estos escritores incipientes pueden lograr tener un espacio de trabajo, pero eso está mediado por la publicación y la circulación de la obra, no basta el cartón. Uno es médico, tiene un cartón y puede ejercer. En escritura creativa me parece que no es tan así. Dicho esto, me parece que en Estados Unidos hay una tradición fuerte de escuelas de escritura creativa universitarias, todas las universidades tienen su pregrado, master y a veces doctorado en este campo. Lo que es relativamente nuevo es que hay una escuela en El Paso que es bilingüe y la NYU sacó el primer master en escritura creativa en español, Iowa abrió uno y hay otros para gente que escribe en español. Eso me parece notable, porque hasta ahora no se había reconocido el castellano como una lengua literaria en Estados Unidos.

—En la NYU hay un núcleo latinoamericano muy fuerte, de hecho.

Hay muchos chilenos dando clases en esta escuela. Es lo más raro que hay. Está Diamela Eltit, que es una figura mayor. Está Alejandro Moreno en dramaturgia, yo doy un taller de ficción y luego hay un par de argentinos, una peruana y un puertorriqueño. Todo muy conosurista.

—Escribiste hace poco tu primer libro de poesía, Palestina, por ejemplo. ¿Por qué vuelves a Palestina y por qué decides explorar la poesía para abordar este tema?

Tengo que hacer una subida de cejas, porque me da hasta vergüenza pensar que escribí un libro de poesía. En realidad, tenía que escribir un ensayo para una conferencia, y en ese momento estaba leyendo a Virginia Wolf con renovado interés, quería leer cómo había escrito la guerra y el bombardeo de Londres. Me puse a escribir, pensando en Virginia Woolf, y noté que el texto tenía una especie de música. Empecé a cortarlo, para que fuera más fácil leerlo. Y ahí me di cuenta de que tenía forma de poema. Estaba conflictuada con que había escrito un poema en vez de un ensayo, aunque también tiene algo de eso, porque hay ideas elaboradas y un poco de historiografía. Es un texto sobre la repetición del genocidio en Europa, que precede al Holocausto judío y que continúa en la población palestina hoy. Es una especie de revisión del instinto exterminador que precede a la Segunda Guerra Mundial y que luego la sucede. Salió en forma de poesía y de repente me escribió Gladys González, una poeta a la que quiero mucho y que es editora independiente, y me dijo que quería publicar algo mío que fuera inédito. Le dije que tenía esto, algo así como un poema, pero medio trucho. Ahí acentué su forma de poesía. En el texto hay una serie de juegos gráficos que me permiten leerlo de cierta manera y que espero que permitan también al lector leerlo de la manera en que yo lo pienso.

Volverse palestina implica un viaje al origen, a las raíces. ¿Qué lugar tiene en tu vida esa búsqueda?

Palestina, por ejemplo también es una explicación de por qué escribí Volverse palestina. Hay una relación muy fuerte entre esos dos textos. La idea del origen es muy problemática. Si lo pensamos en términos históricos, la población judía europea que viajó a lo que ahora es Israel, buscando el llamado “hogar seguro”, inventó que originalmente era de ahí, cosa que históricamente no está comprobado, porque la población judía ahí era pequeña. Ahí se ejerce una narrativa esencialista que justifica esa migración masiva y que reivindica ese lugar como propio. Si yo, como descendiente de palestinos, pienso en el origen, no puedo sino pensarlo bajo esa misma idea esencialista. Hay que tener mucho cuidado con cómo se esencializa ese lugar de origen. La diferencia es que mis abuelos paternos tenían una casa y venían de ese lugar. Cuando inicié ese viaje, nunca había estado en ese lugar y mi padre tampoco. ¿Cómo uno hereda un lugar que no es de uno? ¿Cómo lo reclama, lo revindica, lo experimenta a un nivel emocional? ¿Significa realmente algo para mí? Mi respuesta a esa pregunta es la respuesta que la misma de la comunidad chileno-palestina: necesitamos revindicar ese lugar como propio porque es político hacerlo. No es una cuestión nostálgica —quizás para algunos, no para mí—, pero es un deber político revindicar ese lugar, porque hay una disputa de orígenes sobre ese territorio y también una disputa presencial. Tiene que ver con lo político más que con lo melancólico, nostálgico, romantizado del origen de la familia.

—Tu novela Sistema nervioso ha sido descrita como “la biografía clínica de una familia”. Eres hija de médicos y has dicho que te educaste en el lenguaje médico y en un mundo en el que la enfermedad era algo común, cotidiano. ¿Por qué decides recoger esta experiencia biográfica presente en varios de tus libros, como Fruta prohibida y Sangre en el ojo? Así como la enfermedad es algo cotidiano para ti, probablemente la hipocondría también lo sea.

Para mí, el lenguaje de la medicina es un lenguaje muy formativo. Cuando una ha vivido escuchando hablar sobre el cuerpo, cuando una misma tiene una condición médica, hay algo que se instala en la cabeza y que te lleva a pensar cómo operan esas narrativas médicas. Partí pensándolas durante mi doctorado, porque escribí una tesis sobre la representación del sida en la literatura latinoamericana. Me sirvió mucho tener este bagaje de lenguaje, esta  narrativa de la salud y la enfermedad, que siempre es muy maniquea. Porque en la salud está por un lado la bondad, la belleza, la legalidad, y por el otro están la maldad, el pecado, la suciedad, la migración. Susan Sontag es la primera que lo plantea cuando escribe el ensayo “La enfermedad y sus metáforas: El sida y sus metáforas”. En la representación del sida vi claramente cómo estaba articulado ese discurso y qué es lo que habían hecho los escritores para responder a este problema. Ese trabajo está recogido en el libro Viajes virales.

—¿Qué descubriste a través de esa investigación?

Mientras leía para ese ensayo, me di cuenta de que había muchas más cosas que quería decir y que están reflejadas en esos tres libros que mencionaste, que funcionan como una gran reflexión sobre cómo operan esos discursos en varios niveles. La primera novela, Fruta prohibida, piensa a la enferma como alguien que resiste el discurso de la enfermedad. Lo que hace Sangre en el ojo es poner a una protagonista que pierde la vista y que le va a cobrar a la medicina la promesa de la recuperación, de la salud. Luego, con Sistema nervioso, pensé: a lo mejor ya no se tiene que tratar de una protagonista enferma que se resiste o que usa el discurso de la salud: los voy a enfermar a todos. Hasta el perro de peluche que aparece se llama Gastroenteritis. Es la locura total, es la normalización de la enfermedad. La verdad es que estamos todos siempre rodeados de la posibilidad de enfermar o estamos viviendo con enfermedades. Es parte de los sistemas familiares y sociales. Lo vi muy claramente en el discurso de la migración, por ejemplo, que ahora está tan acentuado en Chile desde la preocupación. El migrante es visto como alguien foráneo que trae algo que nos va a dañar. Ahí hay un problema discursivo enorme. También tenemos mucha migración interna que ya está muy asentada y hay una cosa muy paradójica con eso. Hay que pensar en esa relación, de lo que consideramos propio y no. Si la pudiéramos pensar con más normalidad, y entender que es parte del mundo en que vivimos, creo que estaríamos mucho mejor.

—El concepto de “sistema” está muy presente en Sistema nervioso: el sistema de salud, el sistema nervioso, social, familiar, incluso el sistema solar.

Mientras pensaba en el personaje central, me di cuenta de que no podía ser médico. Me puse a leer sobre astronomía y astrofísica, que son temas alucinantes y que hoy están generando mucho interés. Esa referencia al sistema solar aparece en varias novelas recientes, quizás porque vivimos un momento muy apocalíptico y estamos en medio de la destrucción del planeta. El gran “presidente del mundo” es ese sujeto innombrable que no cree en el cambio climático. El mundo está muy enfermo. Mucha gente está pensando —la gente más rica— en irse a otro planeta que no esté destruido como el nuestro. Nadie está pensando en cómo salvar el mundo: ya se dio por perdido. De repente me hizo sentido pensar en esta obsesión y es un tema que se elabora en algún punto de la novela: si nos deberíamos ir o no, si podemos irnos, y cómo salvamos nuestro planeta enfermo.

—Como dices, estamos rodeados de enfermedades y no sólo del cuerpo, sino también del sistema social y político: se habla incluso de las enfermedades del capitalismo, entre ellas, la depresión. A pesar de eso, vivimos en un mundo que rechaza la enfermedad y el envejecimiento, y en el que se exigen cuerpos sanos y jóvenes.

Ahí está justamente el problema: este sistema no acepta ni piensa a sus ciudadanos enfermos, viejos o con otras capacidades. Lo que define al sistema neoliberal es que abandona sus funciones custodiales. El Estado busca achicarse en lo que le conviene, porque si hay que financiar armas, está bien. Pero si son viejos, mujeres embarazadas o discapacitados, toda esa gente queda abandonada. Es un sistema pensando para los que son jóvenes, efectivos y eficientes laboralmente, y eso genera una ciudadanía de segunda clase que está abandonada. Y son justo esas personas abandonadas las que tienen menos capacidad para oponerse, para resistir y salir a la calle. Algo que discutí en Contra los hijos es que a las mujeres se les impone ese trabajo de cuidado: somos nosotras las que estamos sosteniendo lo que el Estado neoliberal no nos está dando por derecho propio, porque pagamos impuestos, mal que mal. Las mujeres cuidan a los hijos, a los abuelos, a los enfermos, a los que tiene problemas.

—¿Ves alguna salida?

Creo que habrá una salida en la medida en que los ciudadanos y sobre todo las ciudadanas tomemos conciencia y nos hagamos cargo de cómo funcionan estos sistemas de explotación. Estamos agotados, tomando antidepresivos y ansiolíticos para sobrevivir lo cotidiano, para poder levantarse en la mañana y dormir en la noche.

Contra los hijos es una diatriba en la que reclamas tu derecho a no ser madre. En la contratapa mexicana incluso decía que el libro debería venderse en las farmacias al lado de los condones y las píldoras anticonceptivas. ¿Qué comentarios o críticas has recibido desde que comenzó a circular el libro? Hubo un intercambio de palabras con el escritor español Alberto Olmos, que dijo que «una persona que no tiene hijos no sabe nada sobre no tener hijos”.

Es un libro que escribí con cierto humor negro, que no tiene este señor Olmos, al que le contesté sin ningún tipo de humor y puse un poco los puntos sobre las íes para aclararle ciertas cuestiones que él parecía no ver. Él habla de que no existe una presión por tener hijos, que él nunca la sintió. Eso es muy interesante, porque que uno no la haya sentido no significa que no exista y, segundo, lo mejor es porque uno está haciendo precisamente lo que la sociedad quiere que uno haga, que es tener hijos, y Olmos tiene hijos. Me parecía muy interesante esta ceguera. Paul Preciado dice que el que no ve la violencia debe ser porque la está ejerciendo. Entonces, el que sigue la ruta indicada nunca va a sentir presión, va asentir que está fluyendo con las expectativas sociales. En el medio español Contexto (Ctxt) me invitaron a contestar y nunca he escrito una respuesta tan rápida.

—¿Cómo resumirías esa respuesta?

Ahí dije: si pensar en la discusión del aborto no es presión para tener hijos, ¿qué es? Es la manera más violenta y clara de que hay una presión por tener hijos. Mujeres jóvenes que ya tienen hijos en muchos lugares del mundo piden al médico que les amarren las trompas y el médico les dice que no, porque se pueden arrepentir. No pueden ni siquiera decidir dejar de tener hijos. Es una cuestión brutal. En esa crítica no solo está la presión de tener hijos y por hacer que las mujeres no dejen de tener hijos, sino que también está la ausencia de ayudas que permitan a las mujeres compatibilizar —solas o acompañadas— la vida pública y privada. Eso también es incoherente de parte del Estado, pero sabemos que los Estados neoliberales no van a suplir esas otras funciones. Me parece que esa crítica de Olmos no le hacía justicia al tema ni al libro. No es que le pida justicia al libro, mi libro también es muy injusto en muchos sentidos y carga muy fuertemente en contra de estas contradicciones.

—Tomas un tono muy interesante en el libro y que tiene que ver con la diatriba.

Hay una reflexión anterior para mí, y que es que habemos pocas mujeres ensayistas en América Latina y qué cuidadosas siempre somos. Pensaba mucho en esta figura de Virginia Woolf, en que ella escribe una reseña muy crítica de un colega escritor y lo hace todo el tiempo con el ángel de la casa subido sobre el hombro, pensando “¿debería aplacar mi tono, sonreír más, ser más buena persona, más lady?”. Entonces, pensé: ¿por qué hay que ser tan buena onda con estos temas? Voy a decir las cosas con la acidez con que las siento, porque también yo he recibido mucha acidez y porque me parece que es un tema que ya está trabajado y volver a él de manera solemne no me interesa.

—La mujer que tiene hijos se convierte en un problema para el sistema capitalista, porque se les debe asegurar ciertos beneficios.

Y porque se piensa que la maternidad es femenina. No se piensa nunca que los hombres también son parte de la familia.

* Esta entrevista fue realizada en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile el 5 de julio de 2019.

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Desde 2019, el programa radial Palabra Pública ha sido una plataforma de conversación con importantes figuras de la cultura, la academia, las ciencias y la sociedad civil. Rescatamos en esta sección de archivo algunas de esas entrevistas.