Mireya del Río Barañao: “El proyecto del gobierno popular era un proyecto feminista, sin duda”

Tuvo a su cargo la creación del jardín infantil de la Universidad Técnica del Estado, que acabó siendo el plan piloto de la política de jardines de la Unidad Popular. Una iniciativa, cuenta con orgullo, que abordó simultáneamente problemas como la desnutrición y el abandono infantil y la dependencia económica de las mujeres. Es Mireya del Río, educadora comunista, dirigenta social y férrea defensora del papel de los partidos en las transformaciones impulsadas por la UP y anheladas en el Chile actual. “Si no hubiera habido partidos que organizaron eso, que crearon estrategias políticas, que condujeron las luchas, todo eso es imposible”.

Por Karen Cea Pérez

Esta entrevista fue originalmente publicada en la Revista Anales de la Universidad de Chile N°18 (Séptima Serie): A cincuenta años del triunfo de Allende y la Unidad Popular.

Para Mireya del Río (80), educadora de párvulos, militante del Partido Comunista hace más de 50 años y actual secretaria de la Unión Comunal de Juntas de Vecinos de Ñuñoa, el triunfo de la Unidad Popular significó la concreción de ese verso de La Internacional que canta “el día que el triunfo alcancemos”. A 50 años de la victoria de Salvador Allende recuerda su trabajo en la Universidad Técnica del Estado, las políticas de la Unidad Popular en relación a la infancia y las mujeres —que a su juicio buscaron «dar la autonomía y la independencia económica a las mujeres»—, y habla sobre los desafíos actuales que tiene la política si quiere avanzar hacia reales transformaciones sociales.

Mireya del Río Barañao.

—La conmemoración de los 50 años del triunfo de la UP nos encontró viviendo uno de los movimientos sociales más relevantes del último tiempo, quizá comparable con la llegada al poder de Salvador Allende. ¿Qué significó para ti esa victoria?, ¿qué recuerdas de esos años?

Creo que todo depende de la biografía de uno. No todos estamos de acuerdo con el impacto que tuvo ese momento. Para mí fue un sueño de infancia. Nací con ese sueño y vengo de generaciones anteriores que persiguieron ese sueño, entonces es un sueño familiar y un sueño de infancia. Fue un día impresionante, un día histórico en mi vida, fue “el día que el triunfo alcancemos”. Entré a militar [a las Juventudes Comunistas] a los 13 años, por lo que viví mucho tiempo trabajando por ese triunfo; viví todo el proceso de construcción, de acumulación de fuerzas, de formación de un movimiento popular poderoso, de un movimiento sindical muy fuerte. El triunfo de la Unidad Popular fue la culminación de esos procesos. Es distinto cuando uno vive una cosa que es gratuita, que nace de la nada. En este caso fue una construcción en la que participé, y eso es una lección tremenda. Formarse así, participando de procesos colectivos, históricos, desde chica, sin duda tiene un valor distinto. Es un aprendizaje, una enseñanza de que los procesos históricos se construyen. Y uno sigue aprendiendo después, porque los procesos históricos no son todos iguales.

—¿Cuáles eran esos espacios en los que participaste como militante antes y después del triunfo?

Recuerdo la venta de El Siglo, ese esfuerzo de muchos años en que dediqué el domingo en la mañana a ir a vender el diario a las poblaciones. Iba a la Nueva Matucana, a la Colo Colo, y conocí a la gente. En la Jota también desarrollamos un trabajo en poblaciones para ir construyendo. Teníamos centros de amigas, que eran grupos de mujeres jóvenes que se juntaban para participar en la vida de su población. Eran trabajos de masas que hacia la Jota. Estuve varios años trabajando y formando centros de amigas con Gladys Marín y Sola Sierra, con las que estábamos en la Comisión Femenina. Nadie se acuerda de los centros de amigas, desaparecieron de nuestra historia. 

Después ingresé al Comité Central de la Jota y en algún momento me metieron o me metí, no sé, en la Comisión de Cultura, y me tocó vivir todo el rol que jugó la Jota en la creación del sello Dicap [Discoteca del Cantar Popular], de la Nueva Canción Chilena, porque la Jota tuvo un tremendo papel en su creación, en acoger a toda esta nueva música, difundirla y crear con ella una cultura. La Dicap fue fundamental en los cambios culturales de esa época. La Jota tuvo una visión muy clara del papel que jugaba la música. También en esa Comisión de Cultura realizamos mucho trabajo con los artistas plásticos. Antes del gobierno popular se hizo un trabajo con todos los artistas, con una gran apertura cultural y estética, porque había una gran claridad respecto de eso en el partido. En la Comisión de Cultura nos acompañaba también Volodia [Teitelboim], y había una orientación muy abierta a lo nuevo en el arte, a la creación, a la libertad, y ese marco fue muy importante. Como ves, me tocó participar en cuanta cosa hay, en tomas de terreno, en la marcha por Vietnam. En fin, me las viví todas.

¿Qué recuerdos tienes de esos tiempos? 

La Jota se declaró un organismo de masas, es decir, abrió sus puertas a todo joven y era un movimiento enorme, muy poderoso. Y, por supuesto, todo el movimiento de pobladores fue masivo, las tomas de terreno eran una cosa increíble. Miles de familias se trasladaban en la noche para tomarse un terreno, era como una gesta histórica. Se fue levantando un movimiento muy fuerte y el resultado fue el gobierno popular; y sin hablar de toda la parte de la política misma, la dificultad de las alianzas, de periodos tan difíciles como el de la Ley Maldita. La Unidad Popular fue la culminación de todo ese proceso.

¿Cuál fue la relación del Partido Comunista con la campaña y luego con el gobierno de la Unidad Popular?

Tengo recuerdos de cosas que se saben perfectamente: todas las dificultades para aceptar a Allende de parte de los socialistas, por ejemplo, y también las dudas de quién iba a ser el candidato, porque tampoco era tan evidente que sería él. Me tocó conocer de bastante cerca a Allende, porque la familia de mi marido era muy cercana a él. Era la familia de don Miguel Labarca. Me acuerdo de los comentarios sobre las dificultades para crear alianzas. Es interesante la tremenda experiencia que el partido tiene en políticas de alianzas, es algo que forma parte de la cultura comunista. Los partidos en general tienen experiencia en eso, pero los grupos políticos nuevos que aparecen en las luchas revolucionarias tienen muy poca experiencia y muy poca madurez.

—Pensando en el valor que tuvieron los partidos y la militancia política para el triunfo de Allende, la política, lejos de ser criminalizada, se entendía como la forma de participar en ese proceso.

Claro, y una constatación de eso es que la revolución es imposible sin organización. Hoy día, por ejemplo, vemos la dificultad de las asambleas para organizarse; esa es la gran dificultad que tienen, están en pleno trabajo de eso. Y aquí hay una experiencia de los chilenos en general, de muchos chilenos en diferentes partidos, de lo que significa el estar en un partido, de la importancia que tienen en un proceso histórico como el gobierno popular y en toda la construcción de ese movimiento social y político que generó el gobierno popular. Si no hubiera habido partidos que organizaron eso, que crearon estrategias políticas, que condujeron las luchas, todo eso es imposible. Hay una elaboración política colectiva que se requiere.

Bueno, el programa mismo de la Unidad Popular es reflejo de esa elaboración de política colectiva.

Llegar a ese programa y tratar de llevarlo a cabo, organizarlo, es una lucha, es decir, es una lucha en que también hay estrategias de las fuerzas enemigas, digamos, de los procesos de cambio. Todo eso requiere inteligencia colectiva y los partidos son eso. Ese apartidismo que está de moda hoy día me parece una ingenuidad, una vuelta atrás, pero bueno, la nueva generación tendrá que hacer su experiencia y adquirir esta experiencia política.

Dijiste en una entrevista que la soberanía no se decreta, se construye. ¿Eso sintetiza el llamado a construir en conjunto de la Unidad Popular?

Claro. Para mí el testimonio más interesante y más fuerte de lo que fue el gobierno de la Unidad Popular es La batalla de Chile, el capítulo dos, que es donde muestran lo que pasaba en las industrias, en el campo, la participación de la gente y la toma de poder en los lugares de trabajo. Para mí eso es lo más impactante del gobierno popular, la toma de poder y el que la gente sintiera y viviera que los cambios dependían de ellos, no de otros. Y que la organización de la gente pudiera garantizar esos cambios, es decir, no era una cúpula, o una idea, no, era una construcción colectiva de una nueva vida. Por supuesto que estaba Allende y había una unidad de partidos, condiciones que permitieron eso, pero sin esa hegemonía del pueblo que se tomó el poder, el resto era chiste no más. Cuando el pueblo se toma el poder, el pueblo construye, y eso fue lo interesante del gobierno popular.

¿Es lo que se ve hoy en las calles, en el movimiento social de hoy?

Es decir, el movimiento social representa eso, los resultados del plebiscito representan eso: aquí hay un movimiento social y político, aunque no esté organizado políticamente. Es un movimiento que tiene opinión política, es un movimiento que está mandando, que está determinando las cosas en Chile, eso es hegemonía, eso es poder popular. Si bien este fenómeno actual es un movimiento con otras características que las del gobierno popular, es también de cambio de poder, y eso yo lo he vivido dos veces: en el gobierno popular y ahora.

En el contexto de profundas transformaciones de la Unidad Popular, las universidades jugaron un rol central, particularmente la Universidad Técnica del Estado (UTE). Fuiste parte de eso proceso al ser convocada por el rector Enrique Kirberg para hacerte cargo del jardín infantil. ¿Como fue ese periodo?

Yo llegué al jardín infantil con la reforma universitaria. Los estudiantes se tomaron una casa que había en el estadio de la UTE y le pidieron al rector la creación de un jardín infantil para sus hijos. El rector me pidió hacerme cargo del tema. Entonces se tuvo que reconstruir la casa para acoger el jardín infantil con todos sus niveles. Recibíamos guagüitas desde una semana hasta seis años, porque si las estudiantes tenían guagua no tenían dónde dejarla, la universidad seguía y no había permiso de maternidad. Entre medio llegó el gobierno popular y ya estábamos en conversaciones, viendo qué pasaba con la situación de los niños en el gobierno popular. Ya habíamos creado grupos de reflexión sobre el tema y ahí yo creo que la persona más importante es Manuel Ipinza, médico de salud pública que luego dirigió la Junji. En ese tiempo estábamos muy influenciados por la salud pública, era un enfoque muy importante para nosotros. Para mí en particular fue muy importante en mi formación. Hice una práctica en el Consultorio Andes de Quinta Normal, que estaba dirigido por la Cátedra de Salud Pública de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile, y que era como el germen donde nacían las ideas de salud pública, era como una experiencia piloto, y eso a mí me marcó mucho profesionalmente, tuve la experiencia concreta de trabajar con los niños del sector. Yo ya tenía esa búsqueda de un modelo de educación ligado a la salud, entendida como una salud integral y preventiva, por supuesto. Entonces el jardín infantil era también la continuación de un pensamiento, de una construcción de un modelo. Tuvo que ver con qué tipo de jardines podíamos crear para el gobierno popular; ¿qué se requería?, ¿qué se podía hacer?, considerando las condiciones que había de profesionales y las dificultades para construir gobierno popular por el boicot que sufrimos. Entonces el jardín infantil de la UTE vino en paralelo al proyecto de la UP. Para mí —y creo que para todo el equipo— era el antecedente de qué experiencia y cuál era el modelo de jardines infantiles que podíamos implementar durante el gobierno popular.

¿El jardín infantil de la UTE fue el origen de la política de jardines?

Fue el plan piloto. El hecho de que recibiéramos guagüitas chiquititas, por ejemplo, era un problema que no solamente afectaba a las estudiantes, sino que afectaba a las mujeres en general, a las mujeres trabajadoras que muchas veces no tienen un marco de protección en el trabajo. El jardín nos servía para ver todo el tema del apego, por ejemplo, de la estimulación del niño. Nos planteábamos problemas como esos, que en ese tiempo ya se planteaban en todo el desarrollo teórico de la profesión de la educación de párvulos. Existía la posibilidad de crear un modelo que efectivamente respondiera a las situaciones que había en el país, en las clases populares, de las mujeres que necesitaban tener a sus niños en jardines infantiles. Y ahí levantamos una figura que era la desnutrición, por ejemplo, que estaba muy estudiada y a la que había que responder. Estaba toda la campaña del medio litro de leche, había una serie de cosas en el programa que respondían a eso, pero nosotros hicimos un estudio respecto a qué es lo que había que hacer y cuáles eran los temas que había que enfrentar: caracterizamos las vulneraciones de los niños de la época, digamos, sobre todo de abandono o de relativo abandono, esa era la categoría con la que logramos resumir lo que veíamos o lo que nos daban las cifras. Había toda una capa de niños en Chile que estaban en relativo abandono, que eran hijos, por ejemplo, de familias numerosas. Las mujeres teníamos muchos hijos en esa época. Ocuparse de ocho niños significaba que los niños estaban relativamente abandonados, por ejemplo, entonces los jardines se propusieron hacer frente a los hijos de familias numerosas.

¿A nivel nacional?

Sí, a nivel nacional. Y cuáles eran los problemas que los jardines tenían que resolver, a qué tenían que hacer frente. Estaba la desnutrición, pero también todos los temas de desarrollo integral que había que asegurar. Entonces se llegó a una cierta cifra de niños que atender, de etapas que llegar a cubrir para esta categoría de niños en relativo abandono; y luego la cantidad de jardines que se necesitaban, la cantidad de personal y el cómo hacíamos para cubrir ese personal, porque no lo teníamos. En ese tiempo las educadoras de párvulo eran pocas y estaba la idea —muy generalizada entre nosotras, incluso yo también— de que el personal que cuidaba niños de menos de seis años tenía que ser un personal muy especializado. La decisión fue crear una profesión, crear auxiliares de educación de párvulos a cargo de niños y pensar en una formación que fuera a largo plazo. La UTE armó un departamento con este propósito, en un convenio con la Junta de Jardines Infantiles y con el Cocema, que era la Coordinadora de Centros de Madre. Se trataba de formar una profesional totalmente ligada a su comunidad, y eso yo creo que también es una gran lección que se ha perdido, el pensar que la educación, en general, y la educación de los niños con mayores riesgos y vulneraciones, en particular, tiene que ser una educación comunitaria. Para mí el más grande defecto del Sename es ese, el haber abandonado a la comunidad en todos sus enfoques. Por eso nosotros trabajamos con los centros de madre todo el tiempo.

Osiel Núñez, expresidente de la Federación de Estudiantes de la UTE ha señalado que la reforma universitaria en esa universidad no fue una reforma, sino una revolución, ¿estás de acuerdo con eso?

Yo creo que fue la universidad que se puso realmente al servicio del proceso que vivía el país, es decir, fue absolutamente funcional al gobierno popular. Y por supuesto que hay una serie de cosas que son muy trascendentes, empezando por la democratización de la universidad, pero esas son condiciones que permitieron lo otro. Lo importante es esta búsqueda de la forma en que una universidad podía estar ahí donde se necesitaba; en el incremento de la producción, por ejemplo, en la formación de los trabajadores, ahí donde se requiriera, era una voluntad. No digo que lo hayamos hecho fantástico, pero todos los esfuerzos fueron puestos ahí. El convenio CUT-UTE fue eso, formó parte de la reforma y nosotros con el jardín infantil formamos parte del convenio también.

Has hablado de las mujeres. Precisamente uno de los cuestionamientos que se le ha realizado a la UP es que no haya tenido en su programa un punto específico sobre la situación de la mujer. ¿Fue la UP un gobierno machista? ¿Qué opinas del rol de las mujeres durante la UP?

Nunca me había planteado el tema. El proyecto del gobierno popular era un proyecto feminista, sin duda. La inserción de la mujer al trabajo fue un gran tema. Efectivamente, los problemas de las mujeres son problemas culturales, pero son también problemas económicos. Gran parte de las mujeres que aceptan el maltrato lo hacen porque no tienen otra solución económica, porque su trabajo a cargo de los niños, a cargo de esta economía familiar, a cargo de los adultos mayores, de los enfermos, de la sobrevivencia en la familia, no es remunerado y no se puede salir de la protección económica del hombre —protección entre comillas. En esa época era todavía peor, sin duda era mucho más dramática la situación de las mujeres; recién empezaba la contraconcepción, la píldora tenía poquitos años, imagínate lo que era la cantidad de niños. 

¿Cómo enfrentó la UP lo relacionado con la economía y la autonomía de la mujer?

Yo creo que nuestro programa apuntó a eso. Y la construcción de los jardines infantiles fue lo máximo que podía alcanzarse en ese momento desde el punto de vista económico, es decir, el país no podía producir más jardines infantiles ni más personal para cubrir lo que nosotros tratamos de hacer.

—¿Avanzamos como mujeres con la Unidad Popular?

Por supuesto que avanzamos. Se hizo el máximo, y el problema de la dependencia económica era el más importante desde el punto de vista feminista. ¡Cómo iba a haber otro más importante que ese! Por supuesto que hubo otras cosas, hay que ver todo el trabajo de tantos años de formación de una salud pública y todos los esfuerzos que se hicieron con respecto a la contracepción, por ejemplo. Los grandes teóricos de salud pública eran chilenos, y la contracepción era el gran tema. Se hacían abortos clandestinos y la cantidad de mujeres que morían por eso era tremenda, no hay comparación con lo que pasa hoy día. Todo lo que se hizo en medicina se acrecentó durante la UP. Para mí ese fue el compromiso real con las mujeres de la época. 

—Tú eras una mujer militante. ¿Cómo vivías esa militancia en un contexto de tanta transformación? 

Me identifiqué con muchas mujeres dirigentas. Primero con la Dolores Ibárruri, mi gran referente de chiquitita, era mi ídola. Pero luego también estaban Julieta Campusano, Elena Caffarena, Olga Poblete, en todo el movimiento por la paz, que fue muy importante porque el tema de la guerra era tremendo en esa época, y había grandes mujeres que pensaban muy bien. Además, había modelos identificatorios nuestros, estaban la Gladys (Marín), la Ruth y la Mireya Baltra, teníamos modelos, sin duda, y mujeres que en el partido se destacaban y otras compañeras que eran menos destacadas, que no eran figuras públicas, que eran esas militantes de base y eran la fuerza del partido, de las que yo tengo el mejor recuerdo. Marta Ugarte no era una de las mujeres públicas, pero en el gobierno popular asumió tremendos roles, importantísimos. Era una mujer que uno veía en los locales, trabajando y estando, tomando los nombres de los que llegaban a la reunión, la secretaria. Entonces, eran los modelos de nosotras.

Este año el llamado de las organizaciones sociales fue conmemorar el triunfo de la UP bajo el lema un pasado lleno de futuro. ¿Cuál es el futuro del proyecto político, social y cultural de la Unidad Popular en el Chile actual, con una nueva Constitución y movilizaciones?

La UP fue un periodo en que el pueblo logró estar en el poder y empezar a construir una sociedad de derechos. Fue un proyecto inconcluso que continúa, es el hilo conductor de más de 100 años de lucha por construir una vida mejor, una vida más justa. Que la cultura del pueblo sea la que predomine para mí es el gran tema, es un cambio cultural muy grande. Que tome la palabra el pueblo sobre la realidad, eso me parece que es el proceso constante, y eso fue la culminación en el gobierno popular, truncada por la dictadura con tanta brutalidad. Y seguimos en eso, y seguiremos quizá cuanto tiempo más, porque no son algunos años, es una construcción muy larga.

Has dicho que todavía estamos trabajando el pasado, que son recién 50 años.

Exactamente. Imagínate, yo tengo dos bisabuelas que fueron dirigentas sindicales, entonces no me vienen con que esta cuestión es rápida. Son procesos larguísimos, que atraviesan generaciones. Es así y esa es la vida. Mi papá decía ‘yo no compro casa porque va a llegar el socialismo’, y por eso nunca tuvimos casa (risas). Esto es mucho más largo, la resistencia es una forma de vida, y es además la mejor forma de vida, de eso estoy convencida. 

—¿Y qué rol tienen los partidos políticos en este proceso, en un contexto en que se los cuestiona fuertemente?Para mí no es imaginable una vida sin un partido porque somos individuos que se nutren de los otros, construyen con otros y la vida es con otros siempre, esto es necesario en todo orden de cosas. Los partidos, y mi partido en particular, son una escuela. Es obvio que uno es colectivo, que uno tiene pensamientos y proyectos que comparte con otros, una construcción en la vida que es compartida; y ahí están los partidos, sobre todo en cosas tan importantes como construcciones sociales grandes como la política. ¿Cómo vas a cambiar cosas si no confluyes con otros en un proyecto? Yo participo en algunas asambleas, y en las asambleas se están formando pequeños partidos. Una asamblea es como el nacimiento de un pequeño partido, que va a durar un tiempo, posiblemente se liga con otros partidos o forma partidos más grandes, algo va a pasar, pero es la formación de un partido si lo que buscan es tener una cierta homogeneidad de pensamiento y de estrategia.

Con todo lo que está ocurriendo socialmente, ¿crees que es posible otra Unidad Popular?

Yo creo que hay cosas muy distintas, en particular, esto de la decadencia de los partidos revolucionarios. En el fondo quedamos bastante solos, porque el Partido Socialista tenía un rol muy importante en toda esta construcción que tuvimos en el pasado. En particular el PS porque es un partido grande, había otros partidos más chicos que también jugaron roles, pero actualmente nos vemos ante un panorama de partidos políticos mucho más debilitados, más corrompidos, con mucha menos claridad revolucionaria. También las organizaciones son mucho más débiles, no tenemos la CUT que teníamos antes, es decir, la organización del pueblo está muy debilitada. El movimiento social es demasiado espontáneo como para que uno cante victoria. Tiene condiciones, pero se requiere una organización que no tenemos todavía. Y la organización es indispensable, o si no los movimientos son derrotados. Y hay tanta experiencia de eso.

¿Y ahí qué experiencia nos deja la UP?

Bueno, una experiencia terrible que deja la UP es que, a pesar de la madurez política de esa época, fuimos vencidos. La derecha tiene partidos políticos y tiene una conducción de su política mucho más sólida que la nuestra. La tenía y la sigue teniendo. Es un tremendo tema, tenemos un momento fantástico hoy día, es increíble que sin partidos este pueblo se levante.

«Lo imposible sucedió», dijo la historiadora Verónica Valdivia en relación a la UP. ¿Se puede aplicar para lo que ocurre tras el 18 de octubre?

Es increíble. Me llama la atención la manera de comunicarnos que tenemos los chilenos. Uno lo ve en las redes, pero antes lo veía también en los diarios, con los chistes. Hay una cultura popular chilena impresionante, que logra enfrentar a los grandes medios de comunicación y a la cultura dominante. Pero no basta, porque la cultura política es muy importante, es indispensable. Sin un movimiento que tenga mayor solidez política cuesta imaginar cómo vamos a seguir avanzando. No tenemos las mismas condiciones que en el 73 o el 70, tenemos condiciones más difíciles.

— ¿Venceremos?

Igual venceremos, y aunque no venzamos, estamos venciendo cada día, yo de eso ya me convencí, me resigné: lo importante es la resistencia. Imagínate vivir sin eso, vivir sin resistir, qué vida más triste. Si eso de «el día que el triunfo alcancemos» ha sido el lema de mi vida. 

Daniel Jadue Jadue: “Cuando uno mira el programa de la UP, puede tener la triste tentación de reírse y decir: ‘cincuenta años y no ha pasado nada, seguimos teniendo los mismos problemas de 1970’”

El alcalde de Recoleta, militante del Partido Comunista y uno de los favoritos de las encuestas en la carrera presidencial, evalúa en esta entrevista los triunfos y aciertos del gobierno de la Unidad Popular, recuerda con emoción “la profunda convicción democrática” del presidente Salvador Allende y se muestra convencido de las posibilidades que ofrece una rearticulación de las izquierdas en la que su partido se ha llevado todas las miradas.

Por Jennifer Abate Cruces

Esta entrevista fue originalmente publicada en la Revista Anales de la Universidad de Chile N°18 (Séptima Serie): A cincuenta años del triunfo de Allende y la Unidad Popular.

Arquitecto y sociólogo de la Universidad de Chile, Daniel Jadue, 53 años, alcalde de Recoleta y, para muchos, la más segura carta de la izquierda para la próxima elección presidencial, se siente a sus anchas hablando sobre una historia que conoce y admira: la del ascenso del presidente Salvador Allende y los mil días de la Unidad Popular. En esta conversación, que mezcla pasado y presente (y mucho futuro), el político evalúa el proyecto del gobierno popular y extrae lecciones que, a su juicio y pasadas por el tamiz de la historia, nos servirían para abordar los procesos de cambio y construcción actuales.

Daniel Jadue Jadue.

A diferencia del 11 de septiembre, que siempre es una fecha trágica en nuestro país, los 4 de septiembre evocan aspectos que tienen que ver con el triunfo de la Unidad Popular. Este año se conmemoraron cincuenta años del triunfo de la UP en medio de la campaña por el plebiscito. ¿De qué manera recordó usted este medio siglo? ¿Cuáles fueron los balances que hizo a cincuenta años de la UP?

Yo siempre lo recuerdo con mucha emoción porque es un proceso que me llega muy de cerca por mi formación política, también masónica, y quizás este año en particular traje a colación otros cálculos. ¿A qué me refiero? Entre la aprobación de la nueva Constitución y el triunfo de la Unidad Popular pasaron cincuenta años, y entre el golpe de Estado y el 18 de octubre pasaron 46. Ambas fechas marcan dos inicios de incorporación más plena o de reconstrucción, en el caso del golpe de Estado, del poder deliberante de los sectores populares. Son cincuenta años donde la derecha, cada vez que tuvo necesidad, recurrió a las violaciones de derechos humanos, a las masacres, a las matanzas de trabajadores y trabajadoras indefensas precisamente para resistirse a la pérdida de sus privilegios. En particular, este 4 de septiembre respondía a un contexto distinto a los demás, rodeado de más esperanza, donde efectivamente parecía que el proceso de acumulación de fuerzas estaba llegando a su fin y que por primera vez en muchos años de espera el pueblo volvía a creer que era capaz de subirse al escenario de la historia, de ser protagonista principal. Esa quizá fue la reflexión más potente de este 4 de septiembre.

¿Se siente interpelado, como figura política central del Chile actual, por este reencantamiento del pueblo con la política? Los procesos populares luego son conducidos por las y los políticos.

Lo primero es que yo no comparto un juicio implícito que existe en su pregunta. No comparto que este proceso sea conducido por los políticos. Yo asumo que la conducción del proceso está alojada en la ciudadanía. Los que pretenden o los que esperan o los que sueñan que están conduciendo el proceso político son los que van a llevar al pueblo a lograr su objetivo, pero esa falsa pretensión demuestra que todavía siguen sin entender nada de lo que está pasando, porque la burbuja que habitan, el lugar y ese espacio de confort donde han habitado los últimos treinta años les impide entender. Ellos tienen esta pretensión de conducir el proceso, que es finalmente el derrotero que le plantearon al pueblo el 15 de noviembre. Ahí hay un intento del sistema político, de una parte mayoritaria del sistema político, por tomar el control, por decirle al pueblo: “mira, de esta crisis salimos, pero no salimos por ustedes, salimos nosotros”, y yo no siento que hoy haya disposición en el pueblo a aceptar de forma pacífica y resignada esta pretensión. Por lo tanto, aquí hay que tener mucho cuidado, porque el proceso de nueva Constitución puede terminar muy bien, pero también puede terminar muy mal. Cualquiera que se quede trabado en la calculadora de quién saca el tercio, quién tiene derecho a veto, quién logra impedir la mayor cantidad de cambios —que es lo que está haciendo la derecha mientras el centro trata de cooptar una Constitución “absolutamente neutra”, que ni siquiera aspira a recuperar en algo el tiempo perdido—, va a terminar enfrentado a una realidad en la que finalmente el pueblo va a decidir si lo acepta o no lo acepta. Este proceso está lleno de “trampas”, lleno de “obstáculos”, no sé si llamarlos trampas u obstáculos, pero me refiero a los dos tercios, el plebiscito de entrada sin votación obligatoria, el plebiscito de salida con voto obligatorio, a que no se pueda hablar de algunas materias en la discusión. Es decir, el sistema político se ha puesto a sí mismo como el soberano y le ha delegado a una convención constitucional electa por el pueblo una parte de las atribuciones que el soberano tiene, y yo no sé si ese es el sentir profundo del soberano; para mí el soberano sigue siendo el pueblo.

Este proceso puede terminar formidable, pero también puede ser un tremendo desastre, porque si este proceso no termina dando respuestas satisfactorias, podríamos terminar en algo que no nos gustara, es decir, si la ciudadanía movilizada llega a sentir solo el aroma de que fue engañada nuevamente, esto no pinta para nada bueno y vamos a tener que acostumbrarnos a ver un proceso sumamente dinámico, que va a estar sometido a un estrés permanente, con una ciudadanía que va a exigir permear el sistema cada vez que lo crea necesario. Ya lo vimos con los escaños reservados, es una verdadera vergüenza lo que se aprobó.

Me encantaría que los que firmaron el acuerdo se atrevieran a hacer un plebiscito en donde votáramos artículo por artículo el acuerdo, pero ellos le tienen medio a la ciudadanía. Por ejemplo, la gran crítica a Camila Vallejo por presentar un proyecto para cambiar los dos tercios. Ellos creen que son los únicos que pueden opinar, creen que son los únicos que pueden cambiar cosas que no están planteadas, se apoderaron de tal manera que esto les puede pasar una factura de dimensiones que no alcanzan siquiera a avizorar.

La crisis social y la crisis sanitaria nos develaron condiciones de vida que habíamos ocultado debajo de la alfombra. Esto ha conducido a muchas redefiniciones políticas, por ejemplo, sobre el tamaño y rol del Estado. En este contexto, ¿cree usted que sirve volver a mirar el proyecto de la Unidad Popular? ¿Qué podríamos extraer de ese proceso que pudiera ayudarnos en el escenario actual?

Siempre sirve para aprender de los errores, para reconocer los aciertos y los avances que iban en la dirección correcta y que fueron suprimidos por el golpe de Estado. Sirve, sobre todo, para imaginarnos la actualización del proceso. Por ejemplo, hoy, cuando unos aspiran a redefinir el rol del Estado, hay algunos que pueden pensar que esto tiene que ver con volver a fortalecer al Estado central, mientras que yo soy más partidario de fortalecer a los gobiernos locales dentro del aparato del Estado y avanzar en la destrucción del Estado central como instrumento de dominación de clases, lo que no implica para nada destruir el Estado central, sino que despojarlo de poder, de atribución y de recursos en favor de lugares que están mas cerca en la estructura institucional a la ciudadanía.

Cuando nosotros decimos: “mira, logramos resolver en Recoleta el tema de los medicamentos con la Farmacia Popular”, algo que en veinticinco años no pudo resolver el Estado central; “logramos resolver los audífonos populares”, algo en lo que el Estado se demora tres años y nosotros resolvemos en tres días; “logramos superar incluso la discusión acerca de la eliminación del IVA y el precio fijo para el libro con la Librería Popular”; “logramos resolver el tema del mercado completamente abusivo e inescrupuloso del arriendo en el tema de la vivienda con la Inmobiliaria Popular”, hablamos de temas que el Estado central nunca quiso resolver, que ni siquiera se planteaba, porque pensaba que todo lo podía resolver el mercado. Creo que hay una tensión. Cuando uno mira para atrás y ve en la actualidad los procesos progresistas y de izquierda en América Latina, hay una deuda que tiene que ver con la redistribución de poderes, atribuciones y recursos entre los distintos niveles nacionales y subnacionales del Estado en términos de cómo potenciamos la región, en los gobiernos locales por sobre el Estado central, y eso requiere soltar: soltar recursos, soltar poder, soltar atribuciones y empezar a mirar esta redistribución de atribuciones, potestad y recursos desde los municipios hacia arriba, entendiendo que el prestador fundamental de todo servicio debería ser el municipio, y que lo que no puede prestar el municipio, por diversas razones, lo tiene que prestar el nivel superior, y lo que no puede prestar el gobierno regional, lo tiene que prestar el nivel superior, que es el nacional, pero nunca al revés.

Respecto al presidente Salvador Allende, ¿qué es lo que usted rescata de su figura?

Su profunda convicción democrática, la profunda fraternidad con la cual llevaba su vida política, rescato los valores y principios de Allende, pero además rescato el programa. Cuando uno mira el programa, las cuarenta medidas, uno puede tener la triste tentación de reírse de manera un poco socarrona, un poco sarcástica, y decir: “cincuenta años y no ha pasado nada, seguimos teniendo los mismos problemas de 1970”.  Seguimos pensando en asegurar condiciones básicas mínimas, que no son las mismas del medio litro de leche, pero cómo combatimos hoy un problema tan grave como es la obesidad. El tema de la vivienda: ocho de las cuarenta medidas tenían que ver con el derecho a vivir dignamente. Uno mira y dice: “cuánto hemos retrocedido para que Chile hoy esté discutiendo sobre integración social”. Algunos pretenden ser los adalides de la integración social cuando hace dos años destruyeron la villa San Luis; el mismo que permitió que la destruyeran quiere aparecer como el guaripola de la integración. Allende construyó vivienda social en medio de la ciudad consolidada para provocar la integración social. Uno mira lo que Allende hizo con los pueblos originarios: nunca, ningún gobierno como Allende ha devuelto tantas tierras, nunca hubo más consideración con la cosmovisión, la relación con los parlamentos, la relación con los lonkos. Uno mira los miles de millones de dólares que las trasnacionales se han llevado sin dejar un peso en Chile. Uno mira la educación, recuerde el proyecto de la Universidad Técnica, una maravilla, la Escuela de Artes y Oficios, y hoy, cincuenta años después, estamos viendo cómo formamos técnicos para la necesidad de las empresas. Es muy triste que un país se dé vuelta sobre sí mismo mientras que a partir de nuestras riquezas se han enriquecido otros y no nosotros.

Allende fue un hombre que se adelantó a su tiempo, que le tocó vivir lo que venía después, porque además, dentro de la capacidad futurológica que tienen los marxistas, Allende logró proyectar al futuro las tendencias del capitalismo, como lo hace Marx, y se imaginó un mundo donde iba a caer el empleo, donde el desempleo estructural aumentaría, donde la riqueza se seguiría concentrando y donde habría que avanzar en proteger la vida de las y los trabajadores mas allá del trabajo mismo, una discusión muy actual.

A la hora de los balances, ¿cree usted que hubo procesos políticos al interior del gobierno de la Unidad Popular que pudieron ser mejor conducidos?

Sin duda. O sea, la responsabilidad del PC, la irresponsabilidad del MIR…. Hay un libro de Julio Pinto, Cuando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular, donde él analiza este antinomio entre reforma y revolución y llega a plantear que algunas veces la izquierda se ciega a sí misma y no entiende que, en algunos minutos, lo más revolucionario es ser reformista y que, en otros, lo más reformista es ser revolucionario. Es una definición que cuando la leí, hace muchos, muchos años atrás, me quedó absolutamente impregnada y que hasta el día de hoy mantengo. Además, da mucha lata, porque todos los que en esa época eran partidarios de la violencia política como método para acceder al poder, después, para la recuperación democrática, se pusieron de acuerdo y dejaron fuera al único que no era partidario de la vía armada para acceder al poder. Ninguna autocrítica y le pasan la boleta al partido más institucional y democrático de Chile, que es el Partido Comunista, y entran al escenario de la postdictadura caminando como si fueran los grandes héroes de Chile, los que recuperaron la democracia sin siquiera decir “agua va”, nos equivocamos, pedimos disculpas. Creo que hay una administración absolutamente ineficaz e ineficiente de las diferencias entre las izquierdas que nos persigue hasta hoy, pensando, además, que una parte de esa izquierda, que era la más revolucionaria, hoy es la más neoliberal.

Precisamente a ese tema quiero llevarlo, al futuro de las izquierdas en el contexto actual. Estamos viendo una rearticulación de ese sector. En las últimas semanas causó revuelo la decisión de Revolución Democrática, uno de los partidos más visibles del Frente Amplio, de tender puentes con el Partido Comunista, lo cual fue enormemente criticado por la derecha y por la ex Concertación, a pesar de que esta hizo una alianza con el PC que dio vida a la Nueva Mayoría. ¿Ve usted posible una articulación de las izquierdas tal como la que llevó al triunfo a Salvador Allende?

Sí, claro. De las izquierdas, no del centro [risas]. Aquellos de la Concertación que criticaron que esta decisión del Frente Amplio fue un tremendo error, primero dejan de manifiesto que les molesta que otros puedan ganar con el Partido Comunista y no ellos, o sea, a ellos les gusta el PC cuando les permite ganar, pero cuando el PC les permite ganar a otros, no, eso no lo consideran posible y muestran su doble estándar. El segundo error es que parece que tuvieran poca memoria, incluso los que se van del Frente Amplio, porque este nace con un proyecto para ir precisamente contra el modelo, antineoliberal y contra del duopolio que había gobernado Chile durante treinta años. La decisión que acaba de tomar el Frente Amplio le hace honor a su propia historia, nacimiento y origen. Si a alguien le llama la atención es porque está mal informado. Quienes se fueron tienen todo el derecho de cambiar si fueron seducidos por el modelo y se quieren juntar con aquellos que creen que no hay que cambiar el neoliberalismo, sino que solo corregirlo; es un cambio de ellos y es legítimo, se pueden ir a la socialdemocracia neoliberal. Ellos tendrán que dar explicaciones si fue porque cambiaron de forma de pensar o porque se sienten más cerca del poder allá que acá. Creo que hay dos acciones racionales, pero respecto de fines distintos, como diría Max Weber en Economía y sociedad: hay una parte del Frente Amplio que toma una decisión y ejerce una acción racional respecto de principios y valores, y hay otros que toman una decisión racional respecto a fines, ambos legítimos en la política, es una opción de cada cual.

Creo que lo que está pasando es la rearticulación de las izquierdas, con Chile Digno, con el Frente Amplio. Quienes están saliendo del Frente Amplio son los que eran parte de esa hiperamplitud que el FA expresaba en un comienzo, en esa amplitud estaban hasta exfuncionarios del primer gobierno de Piñera, o sea, era un frente bien amplio. Ahora sigue siendo bien amplio, pero no tan amplio, porque cuando uno es muy amplio se termina desdibujando, que es lo que la izquierda no quiere que le pase cuando algunos llaman de manera vacía a la unidad, en términos binarios. Algunos no queremos confundirnos. Imagínese lo difícil que es para los comunistas pactar con un partido que hasta el día de hoy no le explica a Chile por qué se puso a disposición de un gobierno extranjero para derrocar a su propio gobierno en el setenta, todavía no le dan una explicación a Chile de por qué traicionaron el programa de gobierno de la doctora Bachelet en su segundo gobierno, todavía no dan una explicación a Chile de por qué el presidente —no estoy hablando de los militantes de base, estoy hablando del presidente— de la Democracia Cristiana afirmó que no se había leído el programa [de la presidenta Michelle Bachelet]. Ellos apuestan a la tesis de la diferenciación: cuando son gobierno se comportan como si fueran de oposición y cuando son de oposición se comportan como si fueran de gobierno, apelando a esta capacidad ilimitada que dicen tener de conversar con la diferencia, menos con el PC. Pueden conversar con todos, hasta con los que fueron parte de la dictadura, pero no con el Partido Comunista, que nunca ha estado en una dictadura, que nunca ha hecho ninguna matanza de trabajadores, que nunca ha gobernado este país solo, que nunca se ha puesto a disposición de otro gobierno para derrocar al propio; pueden conversar con todos ellos, menos con nosotros, pueden conversar incluso con estafadores de bancos, pero no con los comunistas. Eso los muestra de cuerpo entero.

Una de las características de las movilizaciones tras la revuelta del 18 de octubre fue la ausencia de banderas de partidos políticos, que han sido enormemente cuestionados. ¿Se ha sentido interpelado el Partido Comunista por este movimiento social?

Mire, la primera vez que yo fui a la Plaza de la Dignidad, para las manifestaciones del 18 de octubre, alguien me dijo: “alcalde, qué bueno verlo aquí”. Yo le dije: “no, qué bueno verlo a usted aquí”, porque yo vengo a protestar a este mismo lugar desde el 86, el 89, el 94, el 97, el 2001, el 2006, el 2011 y el 2016. Encuentro formidable que todos vengan llegando, pero al Partido Comunista esto no lo interpela.  Hay mucha gente que todavía no se entera de cuál era la posición histórica del PC, o sea, nosotros éramos contrarios a las AFP antes de los que crearon No+AFP; nosotros éramos contrarios a la Constitución de Pinochet antes de los que hoy protestan por cambiar la Constitución nacieran. La campaña, la caricatura hace que todos se confundan en una misma cosa. El Partido Comunista nunca ha tratado de hegemonizar y mucho menos utilizar al movimiento social, participa como parte del movimiento; no necesitamos llevar nuestras banderas, hemos estado ahí siempre. Desde el noventa a la fecha, cuántas veces el PC o la Jota [Juventudes Comunistas] han dirigido las federaciones estudiantiles, las de los secundarios, la Anef [Agrupación Nacional de Empleados Fiscales], la CUT [Central Unitaria de Trabajadores], todos los movimientos sociales, el movimiento de la salud. ¿Qué otro partido puede mostrar la misma representación en todos estos movimientos populares, que son los mismos que han venido año tras año convocando a las mismas manifestaciones en una línea incremental sostenida? De hecho, yo no le llamo estallido social, sino revolución de octubre o el octubre chileno, como usted quiera llamarle. ¿Por qué? Porque es un proceso largo de acumulación de fuerza. Los que le llaman estallido social, lo que quieren dar a entender es que no tiene conducción, que es espontáneo, que no hay con quién conversar. Se cansaron de protestar todos por separado por sus intereses particulares y se unieron para protestar todos contra el modelo, ese es un proceso que está descrito en numerosos textos y que es lo que esta dándose en Chile. Todo lo otro para mí es música.

¿En qué nos interpela? En que quizás no nos camiseteamos tanto durante todo este tiempo y al no camisetearnos, mucha gente no se enteró de que estuvimos siempre ahí, quizás esa es una interpelación, pero ¿cuál otra? ¿O nadie se acuerda de Rodrigo Rocco, Marisol Prado, Iván Mlinarz y todos los compañeros que les siguieron? ¿De Bárbara Figueroa, Pepe Figueroa, su padre, el mismo Lautaro? Uno mira la historia y ve a los mismos personajes durante treinta años convocando, con el objetivo de masificar, llegar a las bases y masificar el descontento. Nadie puede decir que el PC dirigió esto, no, eso es absurdo, pero ¿alguien puede decir que nosotros no estuvimos ahí y que no era nuestro objetivo lo que pasó? No, tampoco, porque lo veníamos anticipando. De hecho, ese libro que lanzamos hace pocos días, No lo vieron venir, que recopila una serie de columnas desde 2005 a la fecha, sirve para decirles: “no, hubo algunos que lo estábamos anticipando desde hace veinte años, treinta años, los que no lo vieron venir fueron ustedes, que se acercaron tanto al espacio del poder que terminaron fundiéndose con él”. Imagínese una telaraña, una mosca que vuela cerca de la telaraña y es atraída por su majestuosidad, su geometría perfecta, su belleza, su liviandad, su hermosura, y se acerca a ver la telaraña hasta que la roza, sencillamente, y ahí quedó pegada hasta ser sucumbida por esa telaraña que tanto le atrajo. Eso le pasó al sistema político chileno: se acercaron tanto a la telaraña del poder que mientras más trataban de moverse, más los agarraba para abajo, más se agarraban a él, más se inmovilizaban.

Usted y otras figuras de su partido denuncian constantemente el anticomunismo no solo en la política, sino que también en la sociedad chilena. Sabemos que esto tiene raíces históricas en que el PC fue declarado ilegal y sus militantes, perseguidos y perseguidas, y que se profundiza con la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet. ¿Por qué, a su juicio, esto se perpetúa incluso después de la conquista de la democracia y se mantiene hasta el día de hoy?

Porque creo que somos uno de los pocos actores políticos que efectivamente ponemos en riesgo los privilegios de los que más tienen, de los abusadores de siempre, los otros no. Yo, una vez, después de sumar la cantidad de juicios que me había puesto la derecha en mi primer periodo como alcalde, conversé con un colega con el cual tengo alguna relación, no lo voy a nombrar, pero ya lleva más de 28 años como alcalde. Le pregunté cuántas veces lo habían demandado. “Ninguna”, me respondió. “¡Tú no asustas a nadie!”, le dije. La revolución avanza generando una contrarrevolución cada vez más fuerte, radical y cruel. La crueldad es ese sentimiento que pretende aniquilar al adversario. Yo leí la Fratelli tutti, la encíclica del Papa, y hay un minuto en que dice: “eliminar al adversario se ha convertido en el fin de la política”. Eso es así: cuando empiezan a ver resquebrajadas las bases que sustentan sus privilegios, se radicalizan y te convierten en chivo expiatorio de todos los males. Nunca hemos gobernado, nunca hemos tratado de desarrollar nuestro programa, nunca hemos masacrado a nadie, nunca hemos sido parte de ninguna dictadura, nunca nos hemos puesto a disposición de un gobierno extranjero, pero los males de Chile son culpa de los comunistas, mire qué notable, o sea, es una caricatura tan burda que hoy ni siquiera se sostiene y la gente empieza a darse cuenta. ¿Cuándo? Cuando desde los gobiernos locales de los comunistas empezamos a mejorar problemas y a solucionar aquellos que nadie había podido solucionar y empezamos a demostrar que sí se puede y a cambiar con una rapidez bastante inusitada el imaginario colectivo. Mis colegas me lo decían: “oye, cada vez que haces una iniciativa en Recoleta, después en mi comuna me preguntan: y nosotros, ¿cuándo?”.

El gobierno de la UP tenía un programa claro contenido en las cuarenta medidas. En la perspectiva de la rearticulación de las izquierdas de la que ya hablamos, ¿cree posible enfrentar el proceso constitucional con un programa claro y un horizonte definido desde ese sector?

Hay tanto avance en aquello que pocos se lo imaginarían. Respecto al desafío de hacerlo correr paralelamente a la discusión constitucional, ahí hay un espacio difuso de intersección donde vamos a tener que jugar con mayor audacia, pero con una mayor capacidad de interlocución con la ciudadanía. Hay mucho avance en el programa. Yo creo que todos los que dicen que el programa es el problema le mienten a Chile, porque aquí el único programa que hay que hacer y llevar adelante —en un trayecto y no en un proyecto; hay una diferencia fundamental entre un proyecto, que hace alusión a un modelo ideal, y un trayecto, que define una dirección en la cual moverse— es el que plantea el movimiento. Mientras nos movamos en esa dirección, más allá de lo que logremos avanzar, mientras claramente nos movamos en esa dirección y no en otra, el programa está hecho, yo creo que hay mucha claridad sobre eso. Hay medidas puntuales, hay programas más complejos, como una reforma tributaria verdaderamente progresiva, una reforma laboral, establecer el derecho a huelga en nuestro país, pero en serio, que el derecho a propiedad no sea absoluto, sobre los recursos naturales, sobre la sustentabilidad, sobre transformar el agua en un bien nacional de uso público.

Sobre la paridad también, espero.

Por supuesto. La paridad ha ido avanzando y no tiene que estar solo en el Congreso, sino también en el Consejo de Defensa del Estado, en la Corte de Apelaciones, en la Corte Suprema, en todas las instancias de poder, en los gobiernos comunales, en los gobiernos regionales, en los directorios de las empresas. Yo voy bastante mas allá: remuneración del trabajo doméstico, reconocimiento constitucional y remuneración con cargo al presupuesto de la nación del trabajo doméstico. Nosotros, los comunistas y las comunistas, creemos que la contradicción principal es capital versus trabajo, y para empezar a resolver esa contradicción no puede haber ningún trabajo en la sociedad que, después de hecho, no se remunere, porque ahí está la generación de la riqueza, en la extracción del valor del trabajo y en su ubicación en un lugar distinto de donde ese trabajo se realiza. ¿Quién te puede explicar que el trabajo fuera de tu casa vale 400 lucas y el de tu casa vale cero? ¿Dónde está el tema de igual pega, igual paga? A mí me ha sorprendido mucho que esta no haya sido la primera demanda del movimiento feminista, yo la vengo planteando hace seis años, hoy ya la hemos metido en numerosas discusiones, es parte del programa. Incluso antes de la renta básica universal que plantean algunos debe haber un reconocimiento del trabajo doméstico y del trabajo de cuidados. Imagínese cómo resolveríamos los problemas de violencia intrafamiliar, no totalmente, pero ¿se imagina que ninguna mujer tuviera que aguantar a un maltratador por depender de él socioeconómicamente?

Son temas centrales, junto con la buena educación, la salud universal, el sistema de pensiones. Todo lo que he dicho está en las demandas de la ciudadanía. Hay algunas cosas que no las ha planteado la ciudadanía, pero que las venimos planteando nosotros hace mucho. Un Ministerio del Mar, hay que fusionar una cantidad de ministerios, pero crear otros que son fundamentales: el desarrollo de la labor marítima en nuestro país, de la pesca, no puede estar supeditado al Ministerio de Agricultura. Aquí no hay dos opciones: o sintonizas con el soberano o no sintonizas; para el que sintoniza, el programa está clarísimo.

Para finalizar, ¿qué le responde al Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales y hoy candidato a la convención constitucional, Agustín Squella, que planteó que no votaría por usted porque “el PC no es amigo de las libertades individuales”?

Lo primero es que discutamos sobre libertades individuales, discutamos si los que esperan darle su voto son partidarios del aborto libre e informado hasta las doce semanas o si son partidarios del matrimonio igualitario o si son partidarios o eran partidarios hace quince años del divorcio, de la igualdad de los hijos nacidos fuera del matrimonio. Yo soy partidario de la legalización de las drogas. Preguntémosle al señor Squella si él es partidario de aquello para que veamos quién es más amigo de las libertades. Ahora el señor Squella se ha desnudado de cuerpo entero, primero porque algunos le recordaron que celebraba con un asado todos los 11 de septiembre, y segundo, porque efectivamente la única libertad que abraza es la de tener el poder del dinero. Hablemos de libertades, yo estoy dispuesto a debatir. Ahora, usted comprenderá que debatir con alguien que celebraba los 11 de septiembre no me resulta muy atractivo.

Él ha dicho que no celebraba el golpe de Estado, sino que se reunía con amigos y que el dueño de casa era partidario de izar la bandera chilena el 11 de septiembre.

Yo, la verdad, no voy a fiestas de cumpleaños si no estoy de acuerdo con el cumpleaños. Bueno, él podrá decir lo que quiera, pero efectivamente creo que no vale la pena contestarle a las caricaturas que hacen de nosotros porque hay libertades con las cuales en su mundo nunca han comulgado y que son mucho más relevantes desde mi perspectiva. Seguramente él está de acuerdo con que las mujeres sigan siendo obligadas a parir cuando no quieren hacerlo. Yo estoy dispuesto a discutir y le puedo asegurar que soy bastante más liberal que Squella y que todos aquellos que han recibido esos votos en los últimos treinta años.

Maya Fernández Allende: “El legado de la Unidad Popular es que la construcción de mayorías no significa abdicar de los principios, sino todo lo contrario, se construyen mayorías desde las convicciones”

La diputada socialista y nieta de Salvador Allende, rememora la Unidad Popular al calor de la tarea política que más la consume por estos días: la conformación de alianzas que respondan al mandato que se plasmó en el plebiscito del 25 de octubre. Considera, a contrapelo de la dirigencia de su partido, que “la unidad de la izquierda es indispensable en este momento”. Y recuerda que una de las principales virtudes de Allende fue aquello que le permitió convertir derrotas transitorias en acumulación de fuerzas: su persistencia.

Por Francisco Figueroa Cerda

Esta entrevista fue originalmente publicada en la Revista Anales de la Universidad de Chile N°18 (Séptima Serie): A cincuenta años del triunfo de Allende y la Unidad Popular.

Bióloga y médico veterinaria de la Universidad de Chile, Maya Fernández Allende (49), diputada por el distrito que agrupa a las comunas de Santiago, Providencia, Ñuñoa, Macul, San Joaquín y La Granja, elige con cuidado sus palabras en esta conversación sobre la Unidad Popular y Salvador Allende. Pero cuando las encuentra, las pronuncia con firmeza. No es el plano familiar el motivo de su cautela, en el que se mueve con una mezcla de soltura y meditada profundidad. Son las tareas urgentes de la política concreta, que sabe tan frágiles como cruciales desde el punto de vista histórico. Las ocupa a modo de linternas contra el fondo del legado de la UP y de Allende, para iluminar aquellos atributos cuyo rescate juzga perentorio después del 18 de octubre y de cara al proceso constituyente: la unidad de la izquierda y una política socialista “de convicciones”.

Maya Fernández Allende.

—A diferencia de cada 11 de septiembre, que recuerda la dimensión trágica de la UP y de Salvador Allende, los 4 de septiembre evocan aspectos más positivos, hasta esperanzadores, vinculados al triunfo popular. ¿Cómo viviste este 50 aniversario de la UP?

Sí, los 11 de septiembre tienen que ver no sólo con el derrocamiento del presidente Allende sino con el quiebre de la democracia y la instalación de la dictadura, eso es muy brutal. Esa imagen de La Moneda bombardeada tiene que ver no con la muerte de un presidente, sino con terminar con la democracia de un país, es muy brutal. El 4 de septiembre, como dices tú, era la esperanza de un pueblo. Estos 50 años son especialmente importantes porque fue previo a la votación del 25 de octubre, eso trajo mucha esperanza ciudadana. Nuevamente la esperanza se encuentra vigente por el proceso constituyente, la esperanza en que Chile puede cambiar. Algo que siempre estuvo cerrado, para lo que nunca hubo la fuerza política y social necesaria: cambiar la Constitución de la dictadura. Entonces, estos 50 años son muy esperanzadores, es políticamente muy profundo. Porque es un proceso constituyente que no lo logra la política, lo logra el pueblo movilizado, que dice basta, que dice no quiero más este modelo. Yo fui parte del movimiento Marca tu Voto, pero era algo muy elitista todavía, ¿no?, era muy desde la política, desde arriba hacia abajo. Y uno no entendía por qué no agarraba la fuerza, teniendo todos la misma esperanza. Lo que ocurre ahora es que es desde los territorios hacia arriba, hay un movimiento ciudadano potente. Que eso sea a los 50 años [del triunfo de la UP] es histórico, de verdad muy profundo.

¿Y cómo fue vivir esa esperanza con la dolorosa carga que tiene septiembre en tu historia y memoria familiar?

Yo siempre digo que la familia lo elige a uno y no uno a la familia. Yo soy una orgullosa de mi familia; no sólo de mi abuelo, también de mi madre, de mi abuela. Una familia muy matriarcal, además. Allende fue un hombre muy adelantado a su época, por muchas razones. Mi tía nos cuenta que, en esa época, a niños y niñas no los dejaban comer en la mesa principal con los adultos, se quedaban en la cocina. Pero mis abuelos eran al revés: siempre las incorporaron desde pequeñas en las conversaciones, como una parte de la formación política y cultural (todo esto en una época muy machista). Una familia también muy respetuosa de las diferencias; mi abuelo y mi abuela no tenían por qué defender lo mismo, y desde entonces siempre ha sido así en mi familia. En ese sentido, siento un orgullo. También es difícil. La gente siempre habla de su familia, pero yo al principio me inhibía; desde el punto de vista lo público, digo. Porque si no pongo algo de mi familia unos dicen que la he olvidado, y si pongo, que la estoy usando. Pero ahora, ¿sabes?, ya me da lo mismo; esta es mi madre, este es mi padre, este es mi abuelo. Y todo esto es lo que soy yo también. Todas las familias tienen sus historias y tienen sus penas. La mía tiene muchas, no ha sido fácil. El camino ha sido bien duro, en muchos sentidos. Pero yo siempre pienso en todas esas familias que hasta el día de hoy no tienen dónde poner una flor, un recuerdo a sus seres queridos. Cuando siento pena me digo: ‘yo puedo ir a una tumba, puedo ir a poner una flor, puedo ir a descargarme, pero cuánta gente no puede hacer eso’.

Decías que estos 50 años ocurrieron antes del plebiscito, pero también ocurren después de una grave crisis social y en medio de una pandemia que, en Chile y el mundo, está forzando grandes redefiniciones. ¿Crees que mirar a la Unidad Popular pueda servirnos en el actual momento?

Siempre he creído que mirar la historia nos sirve para entender el presente. Además, porque la estructura del conflicto vuelve a repetirse, que tiene que ver con luchas por anhelos de igualdad, de justicia social, las luchas del pueblo. Los anhelos eran esos en la Unidad Popular, la pobreza era más brutal, pero también lo es hoy la desigualdad. En ese sentido, es muy importante mirar la historia para construir futuro. La Unidad Popular estaba encabezada por Salvador Allende, pero era un proyecto transformador, y eso es muy importante decirlo a propósito de que estamos en un momento donde lo que se demandan son transformaciones, transformaciones a este modelo neoliberal. Lo que caracterizaba al gobierno de Salvador Allende eran sus profundas convicciones de transformación. Y desde el punto de vista político, la Unidad Popular todavía nos entrega lecciones a la izquierda. Esa lucha democrática, ese creer en los valores democráticos que siempre ha desarrollado la izquierda en su historia; la necesidad de construir mayorías nacionales, no por lo electoral, sino que, en base a convicciones para cursar las transformaciones, el programa de las 40 medidas. El legado de la Unidad Popular es muy importante, y es que la construcción de mayorías no significa abdicar de los principios, sino todo lo contrario; se construyen mayorías desde las convicciones y los principios.

Tanto la Unidad Popular como las movilizaciones de 2019 y 2020 evocan la cuestión del protagonismo del pueblo. ¿Crees que los actuales partidos políticos y la izquierda estén abiertos a dar cabida a ese protagonismo? A ratos parece que la actitud predominante es de recelo o indiferencia.

Cuando viene el estallido social -y esto lo digo como una autocrítica- todos los partidos de la izquierda quedan fuera. Fuimos interpelados todos quienes estamos en política. De hecho, la izquierda no es quien conduce la protesta. Fuimos interpelados por lo popular y por ese movimiento social. Fue un estallido radicalmente social. Eso va a ser muy importante para la izquierda del futuro. Yo creo que esto debiera llevar a cuestionarnos cuál es la inserción que tenemos en los territorios. La política, los partidos y la izquierda. Cuando a la vuelta de la democracia se produce esta ruptura entre la política y el tejido social, además con un modelo económico neoliberal que hizo que cada uno se rascara con las propias uñas, con más individualismo que solidaridad, eso produce un gran cambio, un corte con lo político, pero también dentro del tejido social, que hoy es muy distinto. Este volver al territorio no es tan fácil desde los partidos de izquierda, esa reconstrucción toma tiempo.

¿Qué lo hace tan difícil?

Tiene mucho que ver con la confianza y con la dificultad para entender las demandas territoriales. De verdad, no son consignas, son profundamente sociales, pero al mismo tiempo las personas sienten que ni derecha ni izquierda las resuelven. Entonces, reconstruir ese vínculo no va a ocurrir de un día para otro, porque lo popular en tiempos de la UP no es lo mismo que ahora, este modelo económico ha calado en los territorios también. Y no es fácil, pero hay que hacerlo.

¿Y piensas que la Unidad Popular es significativa para ese pueblo, hoy?

Yo creo que sí. A propósito de un diputado de derecha, Ignacio Urrutia, que quería sacar las estatuas y monumentos de Salvador Allende, yo le decía que, en realidad, lo que él no entiende es que Allende no está en los monumentos, está en el corazón del pueblo. Y tiene que ver con sus profundas convicciones, él realmente creía en lo que impulsaba, que era un proceso colectivo. La gente tiene un recuerdo de la Unidad Popular como proceso transformador construido por todo el pueblo, de manera conjunta.

¿Y ha estado Salvador Allende en el corazón de los políticos de izquierda? No fue una figura especialmente reivindicada en la transición. Y durante mucho tiempo se habló de sus cualidades éticas, pero mucho menos de su política. ¿Ha tenido el lugar que merece en la cultura política de la izquierda en la postdictadura?

Creo que el PS siempre ha reivindicado la figura de Salvador Allende. Pero sí creo que lo ético y lo político van juntos, yo no sabría cómo separarlos. La ética es muy importante en la acción política, van de la mano absolutamente. No pueden contraponerse. Por ejemplo, en su gesto ético final, Salvador Allende es muy político: el estar hasta el final defendiendo sus convicciones. Creer en el mandato que le dio el pueblo, lo dice claramente. Sin ética la acción política sería vacía. Si me preguntas por los líderes y lideresas de hoy, unos más que otros, la política es diversa; pero desde el mundo de la izquierda siempre ha habido una reivindicación y un reconocimiento. Hay que recordar que Allende fue increpado por ser reformista y no ser revolucionario, aun cuando fue revolucionario justamente por su ética y convicciones, pero no estuvo exenta de críticas su creencia en la vía democrática. Su legado sigue muy vigente.

¿Qué es lo principal de ese legado?

Su lealtad.

¿Con el pueblo?

Su lealtad con el pueblo, su lealtad con sus convicciones. Debe haber sido muy duro para él ese momento. Mantener esa lealtad, incluso por sobre su familia y sobre su propia vida.

¿Es algo que tengas presente en el ejercicio político cotidiano?

No sé si cotidianamente, uno no avanza en su propia vida si siempre… bueno, como nos pasa a todos nosotros con nuestros padres y abuelos. Pero sí creo que uno tiene que defender las cosas en las que cree, con convicción. Lo que nos ha pasado en la izquierda es que perdimos ciertas convicciones. Siento que entregamos ciertas banderas y eso sí creo que es importante en la identidad partidaria, no así otras cosas, como la unidad. Esa integridad que Allende mantuvo hasta el final… nadie pondría hoy en duda que era un revolucionario, aunque no todos lo creían durante el proceso.

Hablaste de la lealtad de Allende con sus convicciones por sobre incluso su familia. ¿Cómo te relacionas con eso?

No existe un cuestionamiento, al revés, defender sus convicciones en un momento muy duro hace que lo admire más, decir ‘mi mandato democrático me lo dio el pueblo y solo el pueblo’. Ahora, por supuesto que el costo familiar es muy duro. Mi familia parte al exilio, mi familia se divide, mi madre muere, se suicida cuando yo tenía seis años. Imagínate: mi madre estaba en La Moneda embarazada de siete meses de mi hermano, mi hermano nace en noviembre. Mi madre pudo haber tenido a la guagua ahí mismo. ¿Te das cuenta de la fuerza y la entereza que tuvo? Con la pena de dejar La Moneda con un embarazo, partir a Cuba, enterrar a mi abuelo sin poder verlo, no saber si era Salvador Allende porque no las dejaron ver. Estuvo muy sola. Claro, cuando uno está en política, se olvida, o no es que se olvide: habla menos de los temas familiares.

Muchas personas que perdieron familiares le tienen un gran resentimiento a la política…

Es cierto. Incluso yo he conocido gente que estuvo en la clandestinidad que nunca le inculcó esa idea de la política y la participación a sus hijos e hijas, porque no quieren que vivan procesos tan duros. Fue muy duro para las familias chilenas, para quienes lucharon. Y como te digo, es duro. Porque si no hablas de tu familia, es porque la olvidaste, y si lo haces, es porque la usas. Uno va aprendiendo que estar en política significa que mucha gente no te quiera y no comparta lo tuyo. Nunca es fácil, a mí costó, sobre todo cuando hay gente que cree que tú tienes que ser igual a Allende. Pero no creo que a Allende le gustaría que yo fuera como él, le gustaría que cada uno eligiera su propio camino.

La evaluación de la experiencia de la UP que primó en el PS terminó sepultando la reedición de ese pilar de la UP que fue la alianza con el PC. Más allá de las siglas de los partidos involucrados, ¿crees que después del 18 de octubre de 2019 el PS deba recuperar la perspectiva de una alianza de izquierdas?

Absolutamente. Yo creo que la unidad de la izquierda es indispensable en este momento. El mandato del plebiscito fue muy categórico: por una nueva Constitución con participación ciudadana en la elección de constituyentes, con una fuerte crítica que me parece muy bien hacia la política. Si queremos generar transformaciones necesitamos generar mayorías; ahora, no pueden ser mayorías solamente electorales, tienen que ser mayorías con ideas, por convicciones, estamos hablando de cambios de verdad para terminar con este modelo neoliberal y avanzar a un modelo de bienestar, sustentable. La unidad de la izquierda no la veo como un fin en sí mismo, sino como un paso necesario para acumular fuerza para producir las transformaciones, es indispensable y, en ese sentido, y lo he dicho públicamente, creo que el PS está en una política de alianzas equivocada. Ahora, sí creo que eso se hace atendiendo las condiciones de toda la izquierda, y a veces miramos nuestras propias identidades partidarias más que la importancia de la unidad ante un proceso constituyente y la posibilidad de transformar. Entonces, el PS debería priorizar las cosas con la izquierda, como el partido de izquierda que es. Todas las fuerzas tenemos que mirar esto y cómo termina ocurriendo, porque la responsabilidad no es solo del PS. La división de la izquierda es responsabilidad de toda la izquierda, no de un solo partido, porque no hemos sido capaces de construir visión estratégica sobre la importancia de la unidad para acumular fuerzas y superar este modelo. Tenemos que ser capaces. Yo sigo luchando, sé que quedamos poquitos pensando que es posible un gran frente [de izquierda] en el proceso constituyente, pero si queremos cambios reales lo tenemos que construir. Y ahí empiezan a primar nuestras diferencias, pero, sobre todo, nuestras propias identidades.

En la decisión del PS sobre las alianzas, que juzgas errada, ¿qué papel jugó el factor de la identidad? ¿Es la identidad de la Concertación que prima sobre la del PS histórico?

No sabría cómo decírtelo, porque hay visiones distintas de cómo unir fuerzas. El Partido Socialista jamás ha estado por dejar de lado al Partido Comunista, todo lo contrario. El PS siempre ha querido construir desde el PC hasta el centro, porque necesitas fuerza. Si queremos superar el modelo neoliberal y hay fuerzas de centro que quieren -otras no, que son conservadoras-, las necesitamos; hay bases de la Democracia Cristiana que salieron a marchar y se movilizaron porque también quieren un Chile más justo, más solidario, más sustentable. El problema, creo, es que tanto el PS como el Frente Amplio y el PC, han sacado más cuentas propias sobre el proceso que estamos viviendo. En las últimas semanas, si tú ves la prensa, hemos visto más críticas entre la izquierda que críticas desde la izquierda al modelo que está defendiendo la derecha. ¡Si la derecha se va a unir en la defensa del modelo neoliberal! Se critican, pero finalmente tienen unidad en la defensa del modelo. Y la gente nos critica esto, porque el mandato fue unidad para cambiar Chile. Y lo peor que nos puede pasar es que por la desunión la derecha termine teniendo más constituyentes. Eso sería imperdonable.

En nombre de la unidad, entonces, ¿el PS debió privilegiar una alianza con el PC y el FA, aunque significara no ir con la DC?

¡Sí! Yo creo que hay que construir desde la izquierda. Y luego tener una conversación con la DC. En base no a lo electoral, sino a los cambios que necesita Chile. Y si están de acuerdo, bienvenidos sea.

¿Cómo ha interpelado el 18-O al Partido Socialista? ¿Qué lectura hacen de la revuelta popular? ¿Ha modificado de algún modo las tesis socialistas?

Dos cosas. Primero, las bases del Partido Socialista fueron parte de esta movilización social; permanentemente han estado por una nueva Constitución e impulsar una mayor participación ciudadana desde los territorios. Yo quiero decir eso, porque a veces nos olvidamos de esas bases, que siguen jugando un papel muy importante. Obviamente, la lectura de la revuelta popular ha modificado menos de lo que yo quisiera la mirada del PS. Es el momento de grandes cambios, de volver a construir ese tejido político y social para construir mayorías en base a las convicciones, recogiendo las demandas territoriales. Y el PS necesita una política de alianzas que refleje nítidamente que es un partido de izquierda, porque las bases socialistas también fueron parte de esta movilización social y de que tengamos un proceso constituyente. Y ojo, esas alianzas, con todas las críticas.

¿Qué críticas?

Las críticas a todo lo que ocurrió con la Concertación, no tenerle miedo a eso. Porque tenemos la oportunidad de cambiar. Si el Partido Socialista sigue siendo un partido relevante en los territorios, debe jugar un rol en la construcción de mayorías y con propuestas desde la izquierda.

¿Le va a pasar la cuenta al PS una política de alianzas que no comparten sus bases?

La desunión nos va a pasar la cuenta a todos. Nadie entendería que, si tenemos visiones comunes sobre muchas cosas, primen nuestras diferencias y críticas. Si el día de mañana tenemos en la convención constitucional más constituyentes de derecha porque fueron en una sola lista y nosotros fuimos divididos en muchas, no creo que haya ningún partido que pueda explicar eso. Y ahí, siendo crítica de la política de alianzas del PS, no es sólo el PS el que tendrá responsabilidad.

Te refieres a las cuentas propias que estarían sacando el FA y el PC…

El Frente Amplio inicialmente no quería nada con nosotros, sobre todo los primeros dos años de Piñera. Tenía un proceso más de construcción hacia dentro que hacia nosotros. Entonces claro, en un momento que se requiere unidad, si no trabajaste antes esa posibilidad… Por eso la responsabilidad nunca es de un solo partido. Aquí tiene que haber voluntad de todos y todas.

Volviendo a la UP, forjar su unidad también fue muy difícil. Y si algo lo permitió fue una estrategia, la vía chilena al socialismo. ¿Qué recuperar de ella para la estrategia que necesita la izquierda hoy?

La vía chilena era una práctica, era una acción política que sustentaba a todos los partidos políticos que hacían el trabajo en los territorios, en su vida cotidiana. La vía chilena no es un texto, es una práctica, que surge de una ética y que nace ante la experiencia de explotación. Ahora leemos mucho sobre la vía chilena, pero no debemos olvidar que era una acción y una práctica política. Que tenía que ver con un programa y convicciones muy profundas. Y eso es muy importante, la vía chilena como acción política. Por eso, a propósito del proceso constituyente, yo sé que es muy difícil construir confianzas y estamos contra el tiempo, pero esa vía chilena, que era una práctica, tiene que volver a estar presente en los territorios. En el último tiempo la acción partidaria se restringe mucho a la acción electoral, como forma de obtención de espacios institucionales, cuando debiera ser al revés. Tiene que haber construcción de mayorías sobre distintos temas, eso es lo primero que hay que debatir. En el proceso constituyente se va a dar una oportunidad de hablar de ideas profundas, del Chile que queremos, algo que no hemos hecho desde la vuelta de la democracia.

¿Y cuáles son esos temas que en el proceso constituyente pueden forjar esa práctica política común?

Creo que las banderas no están en cuestión, si recoges lo que han dicho el Partido Socialista, el Frente Amplio, el PC, no hay grandes diferencias. No digo que no tengamos visiones distintas, pero no son tan grandes. El problema político es la división. ¿Tú crees que va a haber un partido de izquierda que no esté de acuerdo con el derecho al agua? ¿No creemos todos que el sistema de pensiones fracasó y que necesitamos avanzar a un sistema de seguridad social real? ¿Que garantice dignidad? Obviamente que sí. El problema no son las banderas, el problema es cómo llegamos a colocar esas banderas. Así lo veo yo. Si, por ejemplo, yo y Jadue y Beatriz Sánchez conversamos, vamos a tener muchas miradas comunes sobre el Chile que queremos. Dentro de los partidos, sí, puede haber gente que defienda ideas neoliberales. Pero tienen que primar las banderas que las bases han levantado.

No pareces abandonar la esperanza en una unidad de la izquierda de cara al proceso constituyente. ¿Te sientes acompañada en esa esperanza en el PS?

Yo voy a insistir hasta el final en que existe esa posibilidad. Ahora, cuando hablas del PS, tiendo a pensar que hablas de la dirigencia. Y yo hablo de las bases, de la militancia, de los comunales, que es donde yo milito. Las bases socialistas quieren unidad. Y eso es lo vital. A propósito, la ética de Allende tiene que ver con la persistencia. Allende perdió y ganó, pero fue persistente por sus convicciones, que era la construcción de mayorías. No era persistente para ganar una elección. Su persistencia tenía que ver con esa construcción política. Y reflexionando sobre la persistencia, llegué a la conclusión de que es una forma de acumulación de poder. No persistía de cualquier manera, nunca fue testimonial, era persistencia para abordar los grandes problemas de Estado, como la nacionalización del cobre. Y eso no era de un día para otro. Creo que hoy día vemos mucho la inmediatez, mientras que la persistencia y la construcción de fuerza para el futuro es importante. Y si hay algo que nos falta a quienes estamos en política es esa persistencia. Esa persistencia para construir. Preparando esta entrevista, eso es algo que destaqué, lo tenía en amarillo: persistir.

Elicura Chihuailaf: «Con la incorporación de los derechos culturales en la Constitución puede cambiar todo»

Desde la relación de cada pueblo con su propia cultura hasta la relación de la sociedad toda con la naturaleza. Es la gama de transformaciones que podría abrir la constitucionalización de los derechos culturales desde la mirada del pueblo mapuche, asegura su más laureado poeta. Oportunidad, además, para superar ese desamparo cultural que sería también el desamparo de la democracia misma de este país “aún llamado Chile”.

Por Francisco Figueroa

El internet le jugó una mala pasada al poeta Elicura Chihuailaf en noviembre pasado, frustrando su participación en el debate “Derechos culturales y nueva Constitución” convocado por la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile. Pero su generosidad y la inquietud de Palabra Pública pudieron más. Aquí, en una entrevista que tuvo lugar por escrito, el también ensayista y escritor, recientemente galardonado con el Premio Nacional de Literatura pero largamente reconocido como constructor de lazos interculturales entre pueblos desde la poesía, retoma la palabra de cara al proceso constituyente y las oportunidades que presenta para la consagración de los derechos culturales.

—¿Por qué debieran estar los derechos culturales consagrados en la Constitución? Y, ¿cuál es para usted el valor de considerarlos como derechos humanos?

Su pregunta me hace pensar en dos aspectos de lo cultural: el derecho a la cultura propia y el denominado derecho a “acceder a la cultura”, que hasta ahora ha sido un ámbito definido sólo por los pequeños grupos de poder —del Chile superficial y enajenado— y que es parte central en su permanente acción colonizadora desde el Estado.  Me parece que la posibilidad de vivir en la cultura propia es un derecho humano irrenunciable que debiera estar consagrado en todas las constituciones del mundo, porque es el modo de vivir, de pensar y soñar de cada pueblo.

—Para ir más allá de la conversación entre “convencidos”, ¿qué puede cambiar en la vida cotidiana de las personas con la incorporación de los derechos culturales en la Constitución? Y, ¿cuál es la mirada que al respecto tiene la cultura mapuche?

Con la incorporación de los derechos culturales en la Constitución puede cambiar todo. En el sello particular de cada pueblo, en la diferencia, es la posibilidad de ser aceptado y aceptarse en la exterioridad e interioridad del “espejo” de lo cotidiano que está rielando en todos los instantes de la vida de cada ser humano. Para nosotros que somos Gente de la Tierra es el Az Mapu / el modo de ser, son las costumbres determinadas por la naturaleza, por la Tierra de la que somos una pequeña parte, ni más ni menos que los demás seres vivos y que aquellos aparentemente inanimados como los minerales. Recordando que cuando decimos Tierra, Naturaleza, decimos también infinito.

—Si hablar de cultura desde el pueblo mapuche es hablar también de otra forma de relacionarnos socialmente y con la naturaleza, ¿pueden emerger de la cultura mapuche faros para el conjunto de la sociedad en este tiempo de crisis y agotamiento del modelo vigente en Chile? ¿Cuáles serían y qué implican para el modo dominante de relacionarnos hoy?

Sí, desde luego. La propuesta de un urgente cambio del modelo económico y político que son parte del territorio cultural y no al revés, como se ha dado hasta ahora. Implica resolver el actual problema conceptual. Entre otros aspectos: desarrollo con la naturaleza y no contra ella (la consideración del tiempo circular: presente, futuro y pasado); la salud como una totalidad: espíritu-cuerpo-medio ambiente; legitimidad de la legalidad y no la abusiva continuidad de un supuesto Estado de derecho; pluriculturalidad para una interculturalidad igualitaria (comunicación sin sesgos en lo que concierne al hermoso colorido del jardín del mundo). Todo en aras de la construcción en diálogo del camino hacia un Kvme Mogen, un Buen Vivir.

—Las y los trabajadores de la cultura han sufrido con particular fuerza los embates de la pandemia, se sienten abandonados por el Estado. ¿Qué se requiere para valorar y proteger el trabajo artístico y cultural? ¿Cuál ha sido su experiencia como poeta en este sentido?

Me parece que en este país hoy (y aún) llamado Chile, el Estado —salvo algún brevísimo tiempo— siempre ha tenido en el desamparo a las y a los trabajadores de la cultura, debido a nuestra profunda y permanente crítica al mismo. Tal desamparo revela el desamparo de la denominada “democracia”. Para reparar esto se requiere de un cambio de paradigma y para tal cambio se necesita una verdaderamente nueva Constitución, es decir, un texto redactado con palabra poética y, como tal, escrito por personas mayoritariamente “comunes y corrientes” de todas las edades y, especialmente, por los y las jóvenes, siempre plenos de Sueños y de Ternura.

Javiera Olivares: “No basta con que yo pueda decir lo que pienso, los pueblos también deben tener esa libertad”

Fue la primera mujer presidenta del Colegio de Periodistas, pero la titulada de la Universidad Católica y magíster en Estudios Sociales y Políticos Latinoamericanos por la Universidad Alberto Hurtado no se arruga para criticar el trabajo mediático cuando lo considera necesario. Académica del Instituto de la Comunicación e Imagen de la U. de Chile y coordinadora de su Programa de Libertad de Expresión y Ciudadanía, Javiera Olivares saca al pizarrón al periodismo nacional en un año clave para la información y la conversación pública.

Por Jennifer Abate C.

El último año y medio ha significado enormes desafíos para la cobertura mediática y para el periodismo nacional. Primero, la revuelta social de octubre de 2019 y la forma de retratar las protestas y las violaciones a los derechos humanos llevaron al país a criticar sin anestesia las rutinas de los medios de comunicación; luego, en medio de la titánica labor de investigar y mostrar la realidad en medio de una pandemia, el periodismo tuvo que tomar una decisión crucial: criticar o incluso desmentir a las autoridades por el manejo de una crisis sanitaria que hasta la fecha reporta más de veinte mil víctimas en Chile. Algunos lo hicieron y otros decidieron guardar silencio, pero hoy pocos dudarían del enorme valor que en tiempos de crisis adquiere el periodismo riguroso y con vocación pública. Tanto, que muchas voces afirman que el derecho a la comunicación debería ser asegurado en la nueva Constitución.

En este contexto, en diciembre pasado, el Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile conmemoró cuatro décadas del Informe Mac Bride, elaborado por UNESCO y publicado en 1980, que marcó un punto de inflexión en la discusión sobre la relevancia de la comunicación y demandó un nuevo rol de los medios a nivel global. El documento, cuyo nombre oficial fue Voces múltiples, un solo mundo, llamaba a las empresas mediáticas y a las democracias a centrarse en el fomento del desarrollo de los países más desfavorecidos y denunciaba la enorme asimetría en términos de acceso a la comunicación entre estos y los más poderosos.

Javiera Olivares.

—¿Por qué consideraron relevante conmemorar la fecha de entrega del Informe Mac Bride?

La particularidad que tiene este informe es que marca un punto de inflexión, porque por primera vez, junto a Mac Bride, decenas de intelectuales del mundo, entre ellos Gabriel García Márquez, connotados escritores, periodistas, especialistas en estas materias, recorren el mundo y lo analizan desde la perspectiva del centro y la periferia, es decir, los países desarrollados, ricos, y los que en ese momento se denominaban subdesarrollados. ¿Qué estaba pasando en el ámbito del derecho a la comunicación, la libre expresión, el acceso a la información de interés público, la transparencia, los flujos informativos? Descubren que el mundo era muy asimétrico en términos de acceso a comunicaciones relevantes, de flujos de ida y vuelta, de poder comunicar y ser escuchados. Mientras los países poderosos tenían acceso a grandes tecnologías, información de primera fuente, primera mano, los continentes periféricos como África, América Latina, algunos sitios de Asia, accedían a antenas repetidoras o a oficinas de prensa y comunicación que tenían sede en estos países poderosos, y no tenían muchas veces capacidad de captar, masificar y comunicar sus propias realidades locales. Existía una especie de hegemonía comunicacional que el Informe Mac Bride no sólo evidencia, sino que además propone políticas estatales a las democracias del mundo para que combatan esta asimetría. ¿Qué pasó? Fue un punto de inflexión tan profundo e importante, y afectó tanto a los poderes más relevantes del mundo, que fue silenciado y se transformó en una especie de tabú no sólo para la UNESCO, sino que para los países más poderosos del mundo, que amenazaron con salirse de UNESCO y quitarle sus recursos.

—Hoy también existen múltiples iniciativas que piden más democracia y pluralismo de los medios de comunicación. ¿Crees que en este contexto político global hay posibilidad de desarrollar una iniciativa de las características que tuvo el informe Mac Bride?

Yo esperaría que sí. Es necesaria la conciencia de los pueblos de que tienen un derecho que exigir, el derecho a la comunicación. Hay otros que hablan de libertad de expresión, libertad de prensa, acceso a la información; para mí, el paraguas más amplio es el derecho a la comunicación y, de alguna manera, el Informe Mac Bride lo planteaba desde ese lugar, desde una perspectiva garantista, como un derecho más que como una libertad. La libertad también es parte de ese gran derecho que es un imperativo de los Estados garantizar.

El Bloque por el Derecho a la Comunicación del que son parte la Radio Universidad de Chile y el ICEI, entre otros muchos medios que desde siempre han defendido estos valores ha exigido que este derecho sea asegurado en la nueva Constitución. ¿Por qué, a tu juicio, es relevante esta incorporación?

Lo que se entiende por libertad de prensa es la libertad que tienes tú o yo para decir lo que pensamos y no arriesgar ser perseguidas, amenazadas o asesinadas por eso. Ahora, esa libertad de expresarnos, ¿es suficiente? ¿Se garantizan todos nuestros derechos asociados al ejercicio de la comunicación en tanto personas sociales que se comunican día a día? Desde mi punto de vista, no es suficiente; es importante, un piso mínimo, es necesario, pero no basta para plantear que tenemos todos nuestros derechos asociados a la comunicación garantizados. No basta con que yo pueda decir lo que pienso, sino que, colectivamente, los pueblos también deben tener esa libertad. Hay un desplazamiento interesante que pasa de un liberalismo puro a una cuestión más amplia, más garantista, una perspectiva más colectiva. Las personas, en tanto pueblo de un país, tenemos derecho a comunicar, tener información de ida y vuelta, no sólo a recibir información pública importante, sino que también a entregarla, porque nuestras informaciones como pueblo también son relevantes, porque tenemos derecho a hacerlas masivas, a tener vocación de masividad. Ese derecho podría ser interesante en los medios comunicación, tener derecho a comunicar ampliamente; que nuestras opiniones no sean silenciadas también es parte e integra este gran derecho a la comunicación.

—Durante la última campaña presidencial se habló mucho de la necesidad de una Ley de Medios para Chile. ¿Por qué es relevante una legislación de ese tipo?

Es primordial establecer, con rango constitucional, el derecho a la comunicación como derecho humano que debe ser garantizado para todos y todas, pero para garantizarlo, fiscalizarlo y concretarlo, requerimos de leyes, que van a ser las grandes bajadas de los principios constitucionales que se aprueben, esperemos, en una Constitución de verdad democrática en los próximos dos años. En el ámbito de la comunicación, es necesario hacer muchos cambios a legislaciones y normas para garantizar el derecho a la comunicación, el ejercicio del periodismo sano, la pluralidad y diversidad de voces representadas a través de medios de comunicación. Eso se puede llamar Ley de Medios, Ley de Servicios de Comunicación, Nueva Norma de Comunicación y Ejercicio del Periodismo, la verdad es que a mí el nombre me importa poco. Hasta el día de hoy tenemos medios de comunicación que hablan [en el caso del ataque de Carabineros a niños del Sename] de “niños accidentados”, de “una persona que cayó al Mapocho”. Son cosas tan burdas y tan evidentes que requieren de nuevas normativas que permitan garantizar que haya más diversidad de voces por un lado y que se sostenga una cultura de la ética en el ejercicio periodístico por el otro, y que, de verdad, las incitaciones al odio, discriminaciones gratuitas, contenidos sexistas sean erradicados o comiencen a ser erradicados.

Periodismo en tiempos de crisis

Desde el 18 de octubre de 2019 hemos presenciado la demanda ciudadana por mejor periodismo, más pluralismo, una crítica descarnada a las y los periodistas. Tú fuiste presidenta del Colegio de Periodistas. ¿Cuál es el análisis que haces del ejercicio de la profesión hoy en Chile, tanto desde las y los colegas como desde los medios de comunicación?

Si bien fui presidenta del Colegio de Periodistas, que fue una labor hermosa y donde aprendí mucho y conocí experiencias periodísticas preciosas, que son las menos visibles a ojos masivos, debo reconocer que no me surge ningún sentimiento gremial cuando veo las críticas, porque también las tengo, porque también soy muy crítica y autocrítica. Hace varios años que no hago periodismo de trinchera, más bien escribo, estoy desde la academia, desde mi trabajo como profesora e investigadora, pero tengo muchas críticas, aunque esas críticas no son única y exclusiva responsabilidad de las y los periodistas y trabajadores de las comunicaciones, eso lo tengo claro. Yo creo que hay más bien una cuestión sistemática que tiene distintas aristas, una es, sin duda, el ejercicio ético de la profesión, que muchas veces no tienen las y los periodistas y las y los trabajadores de las comunicaciones. Creo hay una cultura de la ética que tiene que emanar del propio gremio, pero también del sistema completo, y por eso creo que es una cuestión sistemática. Estamos en un país donde tenemos fundamentalmente medios privados, muy concentrados en pocas manos, es decir, tenemos una alta concentración de la propiedad mediática en manos que tienden a tener una opinión, una versión, una interpretación de la realidad, una posición política, y además están emparentados con los otros poderes fácticos.

Como periodista, pero también habiendo asumido cargos como dirigenta social, ¿cuáles son tus expectativas frente al proceso constitucional que se abre?

Tengo, como todos y todas, ciertas preocupaciones por cosas que se han discutido, a mi juicio, muy, muy equivocadamente en los últimos meses. La dificultad para tener escaños reservados para los pueblos originarios me parece gravísima, me parece que es una bomba de tiempo, de alguna manera; tengo temor respecto de los dos tercios para definir ciertas diferencias que se puedan dar al interior del debate constituyente; mi temor es que haya una minoría que, como conocemos históricamente en este largo proceso de transición chileno que a mi juicio todavía no termina cien por ciento, permita amplificar los deseos de las minorías por sobre el de las mayorías a la hora de determinar leyes. Pero mi mayor expectativa es que esta lucha del debate constituyente, la presión en la calle, el debate propio interno dentro de la convención constitucional, nos lleven a horadar, a quitarle un poco de tajadas de poder a este modelo social, cultural, político, económico que se llama neoliberalismo y que yo no comparto porque me parece que es verdaderamente brutal, dañino, grave y monstruoso contra las personas.

Sedientos de exhibir: los artistas del norte y su gesta por la descentralización

Su árida geografía es al mismo tiempo campo fértil para la investigación y la experimentación artística. Sin embargo, está claro que los creadores del norte de Chile no tienen la misma circulación que sus pares de Santiago, ni la misma atención que reciben de los medios de comunicación ni del Estado. Durante la pandemia, estas diferencias se han acentuado y, por ejemplo, de los 244 beneficiados por el fondo de Adquisición de Obras de Arte, sólo 10 fueron artistas de las regiones de Arica y Parinacota, Atacama y Antofagasta. Aquí, alzan la voz.

Por Denisse Espinoza A.

Cuando se comenzó a confeccionar este reportaje, a inicios de diciembre, Santiago retrocedía a la fase 2 en el control de la pandemia, lo que obligó a muchos espacios culturales de la capital a volver a cerrar sus puertas o a tomar medidas de aforo reducido, resignándose otra vez a la vida semipresencial. Por esos días, en el norte de Chile el panorama era distinto: estando en fase 3, se inauguraba la novena versión del Festival de Arte Contemporáneo SACO, con cuatro exhibiciones presenciales abiertas, siete artistas extranjeros invitados a exponer y a realizar obras in situ, además de varios artistas nacionales dando charlas y exhibiendo, en vivo y de manera virtual, sus trabajos.

Tras una década, el proyecto liderado por la artista polaca Dagmara Wyskiel, avecindada hace 17 años en Antofagasta, se ha convertido en el más importante de la región y con el tiempo ha logrado concitar el interés de artistas y curadores internacionales, quienes ven en el desierto de Atacama, en la historia del salitre y el cobre chileno; en las culturas precolombinas y en el potencial astronómico de los claros cielos chilenos, campos fértiles para la investigación y la creación artística.

Sin embargo, el hito que significó levantar en este contexto de crisis un festival de carácter internacional como SACO no fue consignado por ningún diario ni medio de comunicación capitalino, y aún menos en el sur del país.

“Por suerte, los cónsules y embajadores de países como Alemania, Bélgica o Francia, que nos piden que invitemos a sus artistas a residencias, no están esperando la validación de la prensa local ni de nuestro gobierno, y siempre podemos contar con sus apoyos financieros”, reflexiona Wyskiel.

Piezas de la muestra colectiva presencial y virtual «Ahora Nunca» en el puerto de Antofagasta. 45° de Paula Castillo (Chile) y Círculo abierto de Marisa Merlin (Italia).

Así, hasta fines de febrero, SACO 9 “Ahora o nunca” estará presentando a artistas de Colombia, México, Argentina, Brasil, Suiza, Corea y Bélgica, en exhibiciones presenciales colectivas e individuales en el puerto de Antofagasta, el Centro Cultural Casa Azul; en la Fundación Minera Escondida en San Pedro de Atacama y en el espacio ISLA en Antofagasta, una casa convertida en residencia artística. Además, tanto estas como las exposiciones virtuales tienen videos de recorridos en 360° donde el público puede ver desde su casa los montajes, explicados por el propio artista o curador(a).

Lo cierto es que en el Norte Grande, la escena artística dista bastante del nutrido circuito de Santiago: allá no existe formación profesional de arte, pues ninguna universidad imparte la carrera y los aspirantes deben necesariamente dejar la región para estudiar. Tampoco hay galerías comerciales ni espacios públicos de arte contemporáneo, sólo están los museos regionales y centros culturales con escasa programación.

Los creadores deben arreglárselas tanto para exhibir sus obras como para vivir de su trabajo. Es por esto que la labor de Dagmara Wyskiel y su colectivo Se Vende se ha vuelto crucial, logrando convertir a SACO en el principal evento de mediación cultural y vitrina de arte chileno del norte chileno hacia el mundo.

“Quisimos hacer a toda costa SACO, con la máxima cantidad de actividades presenciales, porque sentimos que era un acto de resistencia, que la experiencia del arte necesita del contacto directo del público con la obra”, afirma la artista visual, quien también critica la pasividad de los propios actores de la escena artística. “A veces veo demasiada comodidad en algunos artistas, pero también en la institucionalidad cultural. Ese discurso de ‘qué fantástico es internet, qué democrático es, qué manera de llegar a todos los rincones’, para mí también es una forma de conformismo”, lanza Wyskiel, quien además recibió fondos públicos a través del programa Otras Instituciones Colaboradoras, en la que el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio entrega recursos a iniciativas culturales que han destacado por su trayectoria.

 “Tener un sueldo asegurado es una tremenda responsabilidad, porque somos nosotros quienes estamos a cargo de que no se corte la comunicación entre la comunidad y el arte. Así deberían entenderlo todos los directores de museos e instituciones culturales, pero muchas veces no veo ese compromiso”, cree la artista. Sin embargo, no deja de ser crítica con los recortes que ha sufrido el sector cultural y el tibio papel que ha cumplido la ministra Consuelo Valdés en la defensa de lo que ella llama un presupuesto público digno: el 1% para cultura. “El 0,43% que hoy tenemos es una burla, es decirte que no le importas, que lo que haces es totalmente irrelevante. Son migajas”, plantea la directora de SACO.

La dura evaluación es compartida por el curador independiente Rodolfo Andaur, oriundo de Iquique, que desde 2006 ha ayudado a poner en el mapa nacional e internacional el trabajo de los artistas del norte, y quien critica la visión centralista de Santiago. “Al principio pensé que con el conflicto sociopolítico que atraviesa Chile y la pandemia, la lógica sería descentralizar la ayuda, pero la respuesta de la institucionalidad cultural ha sido entre desarticulada y nula. Los recortes de fondos han perjudicado sobre todo a las regiones. Pero esto viene de antes. El mayor error, a mi juicio, fue levantar el Centro Nacional de Arte en Cerrillos, sin siquiera hacer un reconocimiento sobre qué es lo nacional. ¿Por qué no levantaron un centro de arte en Concepción, en Talca o en Antofagasta, donde hay escenas de arte interesantes? Fue un golpe que nos dejó a las regiones aún más a la deriva”, dice Andaur.

El curador cuestiona además el fondo de Adquisición de Obras, otorgado por el Ministerio de las Culturas para dar una mano a aquellos artistas con más carencias y donde el centralismo volvió a quedar en evidencia: de los 244 beneficiarios, un 72% fueron artistas de la región Metropolitana. Sólo hubo diez representantes del norte, repartidos entre Arica y Parinacota, Antofagasta y Atacama, frente a 31 artistas del sur —Biobío, Ñuble, Magallanes, Aysén y Los Lagos— y 26 de la región de Valparaíso. “Son diferencias brutales, porque en el norte no hay escuelas de arte, pero eso no quiere decir que no haya artistas o que nunca hubiese sido importante. De hecho, en los años 60 hubo una sinergia intelectual importantísima acá, sobre todo en el teatro”, plantea el curador.

Hipotecar la cultura

Sin quererlo, Cholita Chic fue heredera de esa historia de exilio del arte en el norte del país. Su papá, muralista, y su madre, escultora, ambos de egresados de Arte de la Universidad de Chile del Norte, en los años 60, le inculcaron la pasión por la creación, pero ella tuvo que dejar su natal Arica para formarse profesionalmente. De adolescente ganó una beca que la llevó a Copenhague, donde vivió dos años. Allí se enamoró del diseño y comenzó su periplo: vivió y estudió en España, donde trabajó en la industria de la moda, y antes de radicarse otra vez en Arica, estudió fotografía en Argentina.

En 2015, junto a su hermana ingeniera, decidieron formar el colectivo Cholita Chic para reivindicar la belleza andina frente al estereotipo de mujer blanca occidental en lugares tan insólitos como Arica. “Quisimos exaltar la belleza indígena. Reivindicamos a una cholita fronteriza, aymara, inmigrante; una cholita boliviana, peruana, y ahora colombiana y venezolana. La primera vez hicimos un casting con chicas muy jóvenes, las trajimos de poblaciones rurales y las hicimos posar y modelar con prendas coloridas en la calle. Así nació el personaje imaginario de Cholita Chic”, cuenta la artista, que prefiere el anonimato.

El retrato con toques de arte pop de Cholita Chic se volvió un símbolo de la zona. En 2016 estuvo en la Feria Faxxi de Santiago y expuso en una muestra colectiva en el Museo de Arte Contemporáneo del Parque Forestal. Cada tanto vuelve a hacer alguna performance en el Agro o en 21 de mayo, la calle principal de Arica. “No nos pronunciamos para el estallido social. Sentimos que es una lucha más chilena y nuestro lugar es la frontera, el microespacio del migrante”, explica la artista, quien en paralelo es parte del colectivo fotográfico Bloque Lumpen, con quienes fotografió el reciente golpe de Estado en Bolivia y en febrero, junto a Marcos Andrade, otro gestor cultural de la zona, realizan la feria de arte y diseño Ekekoland.

Desde 2015 el colectivo Cholita Chic se dedica a rescatar imágenes de mujeres indígenas mezclándolas con estéticas del arte pop y del mundo del diseño. Su misión: reivindicar la belleza autóctona andina.

“Jamás he postulado a un fondo para un proyecto. En vez de perder un mes escribiendo un formulario, prefiero vender ropa americana y así me hago la misma plata y tengo más independencia. Hay muchos artistas que esperan que el Estado les pase cuatro chauchas para funcionar. Yo, con o sin ayuda, hago arte igual”, dice Cholita Chic.

La realidad es que en el norte a los artistas no les queda otra opción que autogestionar sus espacios de exhibición y circulación de obra. Es lo que le sucedió también a Romina Alarcón, fotógrafa que desde hace 16 años reside en Copiapó. Su trabajo va por dos líneas: el autorretrato, donde trabaja los estereotipos de género que se reproducen en la sociedad minera, y el documental, como cuando en 2015 registró la crudeza del aluvión que asoló al Norte Grande.

Alarcón formó en 2012 el colectivo Atacama Panorámica, y hace cinco años lidera junto a la artista Pía Acuña el Encuentro de Fotografía de Atacama (EFA), que se ha convertido en otro foco de exhibición y semillero de artistas. “Nos interesa que nuestro territorio sea conocido. Copiapó siempre pasa en balde frente a lugares turísticos como San Pedro de Atacama. Detesto el centralismo de la capital y el vicio de los amiguismos”, dice la fotógrafa, quien, al igual que en 2020, acaba de recibir fondos públicos para continuar con EFA.

“Por la pandemia la edición de septiembre fue virtual y pasó algo interesante, porque se inscribieron muchas personas incluso del extranjero. Se nos abrió el espectro y para 2021 decidimos hacer una versión híbrida e internacional”, cuenta Alarcón, que sin embargo también es crítica de las políticas de distribución de recursos del ministerio.

“Los concursos no debieran existir al menos de la forma en que ahora funcionan. Hay otras iniciativas muy buenas que no logran despegar porque los concursos son una carnicería y nuestro encuentro, que aunque ya tienen un nombre en la zona, debe igual someterse cada año a concursos, entonces siempre está en riesgo la continuidad”, explica.

¿Cuáles son las deudas más urgentes con el arte del norte? Para Rodolfo Andaur, el problema no es la falta de artistas, sino de programadores culturales. “En el gobierno de Bachelet, bajo la dirección de Paulina Urrutia, se firmó la política de levantar centros culturales en territorios de más de 50 mil habitantes. La mayoría estuvieron años sin funcionar y ahora están en manos de los municipios que no tienen capacidad de administrarlos. No existe un diálogo fluido entre ellos y la Seremi de Cultura”, plantea.

Romina Alarcón coincide en que la falta de infraestructura cultural es un problema grave que se suma a su mala administración.  En septiembre pasado, por ejemplo, se conoció la solicitud que hizo Marcos López, alcalde de Copiapó, al Ministerio de Hacienda para hacer un leaseback al Centro Cultural de Atacama, es decir, transferir la propiedad a una institución financiera para así pagar las millonarias deudas que mantiene el municipio.

“El edificio está recién remodelado y lo quieren entregar en una figura que es muy similar a una hipoteca. El tema es grave, y con otros artistas tuvimos una reunión con concejales de la región y la ministra de Cultura, quien fue interpelada por el municipio, ya que no tenía jurisprudencia en el tema. Los artistas estamos abandonados en muchos sentidos en el norte”, dice la fotógrafa.

Dagmara Wyskiel pone el énfasis en la falta de educación artística en la zona, aunque destaca la próxima apertura de la carrera de Gestión Cultural en el Instituto AIEP de Antofagasta, donde ella es asesora. También advierte el siempre escaso interés que hay de parte de los privados en financiar iniciativas culturales. En el caso de SACO, como en el de la mayoría de los eventos de la región, es Minera Escondida quien funciona como auspiciador, aunque todo se realiza a través de Ley de donaciones culturales, lo que permite a la empresa privada descontar impuestos.

“Me encantaría ver en Chile real auspicio de las grandes empresas y que la Ley de Donaciones fuera una opción para las pymes. ¿Te imaginas si la peluquería del barrio, la vulcanización o el almacén de la esquina pudiesen descontar impuestos por apoyar el arte? Estoy segura de que estaríamos desbordados de proyectos con temáticas mucho más punzantes, osadas y revolucionarias. Pero ese cambio de paradigma es demasiado relevante y, por supuesto, políticamente incómodo”, resume la artista.

Salvador Millaleo: Autodeterminación indígena y derechos culturales frente al proceso constituyente

Los derechos humanos específicos de índole cultural y lingüística de los pueblos indígenas deben reflejarse en una nueva Constitución, así como en toda la legislación. El desafío constitucional consiste en implementar esos derechos para darles realidad dentro del sistema jurídico interno, estableciendo también las instituciones que los hagan posibles.

Por Salvador Millaleo

Los pueblos indígenas han planteado como su principal demanda para el proceso constituyente chileno en curso el reconocimiento del derecho a la autodeterminación, en cuanto garantía a la plurinacionalidad del país.

El sentido de las declaraciones de la ONU y la OEA sobre los derechos de los pueblos indígenas (2007 y 2016, respectivamente) ha sido reconocer una autodeterminación que, mediante acuerdos entre Estado y pueblos indígenas, pueda incorporar constitucionalmente el estatus de un pueblo indígena y sus derechos colectivos. Esta autodeterminación no destruye la autodeterminación externa del Estado frente a otros Estados, en cuanto un pueblo indígena no podría autodeterminarse internacionalmente sino sólo hacerlo dentro del sistema constitucional del Estado. La autodeterminación es más bien interna, y exige una redistribución del poder entre el Estado y los pueblos indígenas, mediante acuerdos constructivos que implementen los derechos humanos de los pueblos indígenas y permitan resolver las deudas históricas que la construcción del Estado y la sociedad nacional implica respecto de ellos. Dichos acuerdos deben tomar lugar, en primer lugar, en este proceso constituyente en marcha.

Los derechos culturales de los pueblos indígenas son derechos humanos que fluyen tanto de los derechos de las personas a participar en la vida cultural de su comunidad, de los niños a su lengua e identidad, y de los pueblos indígenas a la autodeterminación, de la cual se desprenden los derechos culturales, así como los derechos lingüísticos indígenas. Hay que observar que, desde la perspectiva de los pueblos indígenas, todos los derechos se desprenden de la autodeterminación y la vida cultural está presente en todos, pero las taxonomías jurídicas occidentales han demarcado derechos culturales específicos dentro de los derechos humanos que se suelen distinguir de los derechos indígenas territoriales y políticos. 

Los derechos humanos específicos de índole cultural y lingüística de los pueblos indígenas deben reflejarse en una nueva Constitución, así como en toda la legislación. El desafío constitucional consiste en implementar esos derechos para darles realidad dentro del sistema jurídico interno, estableciendo también las instituciones que los hagan posibles. Una urgencia es la co-oficialización de las lenguas indígenas, con el mandato a la ley para un sistema de protección y recuperación de la lengua. Asimismo, se ha hecho urgente la protección del patrimonio y propiedad intelectual indígena frente a las apropiaciones indebidas por empresas privadas, sin consentimiento ni reparto de beneficios con los pueblos indígenas, especialmente respecto del patentamiento o constitución de derechos de obtentores de nuevas variedades vegetales (UPOV) sobre plantas tradicionales estrechamente relacionadas con las culturas indígenas y de valor medicinal (murta, maqui, etc.), o bien de la inscripción de nombres y conceptos indígenas como marcas o nombres de dominio.

Los derechos culturales y lingüísticos deben permitir la realización del principio de interculturalidad, el cual debería incorporarse en la nueva Constitución y es un pilar clave de la plurinacionalidad. La interculturalidadse refiere a la interacción equitativa de diversas identidades y la posibilidad de generar expresiones compartidas, a través del diálogo y del respeto mutuo. Esto no implica simplemente un contacto entre culturas, sino un intercambio que se establece en términos equitativos, en condiciones de igualdad.

Los derechos culturales tienen por objetivo garantizar que las personas y comunidades tengan acceso a la cultura y participación en la cultura de su elección, en condiciones de igualdad, dignidad humana y no discriminación. A pesar de haber sido considerados como un pariente pobre del resto de los derechos humanos, esta situación cambió desde los noventa, pues se empezó a considerar a los derechos culturales como un elemento constitutivo de la democracia, una condición previa indispensable para la dignidad humana, la paz y la estabilidad.

En base al art. 22º de la Declaración Universal de Derechos Humanos y del art. 15º del Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, el art. XIII de la Declaración Americana de Derechos y Deberes del Hombre y el art. 14º del Protocolo Adicional a la Convención Americana sobre Derechos Humanos en el Área de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, se puede indicar que los derechos culturales incluyen en general los elementos siguientes: el derecho a participar en la vida cultural; el derecho a disfrutar de los beneficios del progreso científico y sus aplicaciones; el derecho de toda persona a los beneficios que se deriven de la protección de los intereses morales y materiales derivados de cualquier producción científica, literaria o artística de la que sea autor; y los derechos a la libertad para la investigación científica y para la actividad creativa. Dichos elementos han sido especificados en la Declaración de la ONU de los derechos de los pueblos indígenas: art. 5º referido a la conservación y refuerzo de las propias instituciones culturales; art. 8º referido a la prohibición de la asimilación forzada y la destrucción de su cultura; art. 11º referido a la participación y revitalización de tradiciones culturales; art. 12º referido a la manifestación, desarrollo y enseñanza de tradiciones espirituales; art. 13º sobre el uso, revitalización y transmisión de sus idiomas, historias y sistemas de pensamiento indígenas; art. 14º sobre el control de sus propias instituciones docentes; art 15º sobre el derecho al reflejo en la educación pública de la dignidad y diversidad de sus culturas; art. 16 º sobre el acceso a los medios de comunicación; art. 24º sobre el derecho a sus medicinas tradicionales; art. 31º respecto al derecho al patrimonio cultural y la propiedad intelectual indígenas. 

Por su parte, los derechos lingüísticos son derechos humanos que repercuten en las preferencias lingüísticas o en el uso que hagan de los idiomas las autoridades estatales, las personas y otras entidades. Estos derechos protegen el derecho individual de las personas y el colectivo de grupos lingüísticos para usar el idioma o idiomas propios y elegir el idioma para comunicarse tanto en el ámbito público como en el privado. Incluyen el derecho a hablar su propio idioma en los actos jurídicos, administrativos y judiciales, el derecho a recibir educación en el propio idioma y el derecho a que los medios de comunicación transmitan en el propio idioma.

Para los pueblos indígenas, la oportunidad de utilizar el propio idioma puede ser de crucial importancia, ya que posibilita la identidad y la cultura individual y colectiva, así como la participación en la vida pública. Los derechos lingüísticos son un requisito previo necesario, pero no suficiente, para el mantenimiento de la diversidad lingüística y la visión de mundo de los pueblos indígenas. En particular, las violaciones de los derechos lingüísticos, especialmente en las prácticas de educación y salud, conducen a una reducción de la diversidad lingüística y cultural de la humanidad. La disolución o pérdida de un idioma disminuye la diversidad humana y afecta directamente la capacidad de cada hablante individual de ser uno mismo, de acceder a su propia identidad. Esta situación es lamentablemente una amenaza real, en cuanto más de la mitad de las lenguas del mundo actual desaparecerán durante el siglo XXI.

Por lo anterior, el art. 27º del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos garantiza que las minorías lingüísticas puedan utilizar sus propios idiomas en su comunidad. Así también han reconocido los derechos lingüísticos la Declaración de la ONU sobre los derechos de los pueblos indígenas, la Declaración de la ONU sobre los derechos de las personas pertenecientes a minorías nacionales o étnicas, religiosas y lingüísticas, y la Convención internacional sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y de sus familiares, entre otros instrumentos internacionales.

La realidad de nuestro país es una en la cual se han llevado adelante, durante mucho tiempo, políticas de asimilación cultural forzada y de discriminación del uso de las lenguas indígenas, cayendo hace mucho dichas lenguas en una situación de disglosia. Aun cuando no se oficialicen las lenguas indígenas, estas no pueden ser discriminadas en el uso por las instituciones públicas o privadas. En Chile se presentó un proyecto de ley general de derechos lingüísticos de los pueblos indígenas (Boletín Nº9424-17), pero que no ha tenido avances en el Congreso. Esperemos que pronto nos pongamos al día como país a través de este proceso constituyente y que le sigan muchas normativas que realicen los derechos culturales que sean reconocidos en la nueva Constitución.

Patricio Guzmán: «Me gustaría que mi obra quedara en Chile, pero allá la memoria no tiene institución»

Tal cual lo ha hecho desde hace más de cuatro décadas, el director radicado en Francia sigue de cerca los pasos del devenir nacional. Estuvo en Santiago para filmar el plebiscito, material que será parte de su próxima película sobre el estallido social. También presentó La cordillera de los sueños, premiada en Cannes, y un libro de 400 páginas que recoge los pormenores de La batalla de Chile, la trilogía que se convirtió en la más importante del cine documental local y que lo hizo reconocido a nivel mundial.

Por Denisse Espinoza A.

Tejer los hilos de la memoria, conectar pasado y presente a través de esos detalles que se repiten como profecías, es lo que ha hecho que el cine de Patricio Guzmán (Santiago, 1941) nunca pierda vigencia ni actualidad. El director que saltó a la escena mundial con La batalla de Chile (1975-1979), la monumental trilogía con la que narró como ningún otro documentalista el ascenso, auge y caída del gobierno de Salvador Allende, sabe bien cómo entramar los dramas de la política, la geografía y la historia familiar en la voz de personajes entrañables.

Lo hizo otra vez en su último filme, La cordillera de los sueños (2019), ganadora del premio L’Œil d’or al Mejor documental en el Festival de Cannes, y con la que cierra su trilogía sobre el Chile de la postdictadura, marcado por una geografía tan bella como inmensurable que lo sigue aislando y fracturado por un golpe de Estado del que aún no se puede recuperar.

En la película, estrenada antes del estallido de octubre de 2019, ya se huele parte del descontento social a través del personaje de Pablo Salas, un aguerrido documentalista que ha estado registrando las protestas callejeras desde que trabajara para Teleanálisis durante los años 80 hasta hoy, y que se roba el foco de Guzmán a partir de la mitad del metraje, hablando y mostrando parte de su valioso e inédito archivo, el que mantiene apilado en su casa, a pesar de que en los últimos años varios investigadores han postulado al Fondo Audiovisual con distintos proyectos para intentar rescatarlo.

Grabación de La cordillera de los sueños (2019). Gentileza de Atacama Productions.

Para Guzmán, Pablo Salas es víctima del mismo mal que lo aqueja a él y a sus colegas documentalistas: el desinterés que hay en Chile por resguardar la memoria histórica. Lo cierto es que a pesar de que el realizador ha dedicado su trayectoria a analizar la historia reciente del país con destacadas y premiadas cintas — desde La batalla de Chile, pasando por La memoria obstinada (1997), El caso Pinochet (2001), Salvador Allende (2004) y ahora último con la trilogía compuesta por Nostalgia de la luz (2010), El botón de nácar (2015) y La cordillera de los sueños— Guzmán tiene claro que en Chile su trabajo aún no tiene el lugar que merece.

—¿Por qué decide darle mayor protagonismo a Pablo Salas en su documental?

A Pablo lo conozco desde hace muchos años, tenemos una relación de colaboración y le he comprado mucho material para algunas de mis películas, lo que hago con gusto porque sus materiales son únicos en el mundo. En un momento, nos dimos cuenta de que no teníamos tantas imágenes para seguir hablando sobre la montaña, no encontramos a los personajes adecuados y de a poco la historia se fue desplazando hacia la gente que se moviliza políticamente, y así dimos con Pablo, que sentí que de alguna forma coincidía con mi propia historia. Él tomó la posta de registrar lo que pasaba en las calles de Chile y no lo hizo durante tres años como yo, sino durante 30 años. Me parece simplemente fantástico, un personaje único en América Latina. Nos encontramos con todas esas cintas, algunas bastante viejas que estaban a su suerte en casa de Pablo. Todavía están todas a salvo, pero no se sabe por cuánto tiempo más.

—Y en su caso, ¿dónde está resguardo su material fílmico?

Todo está en mi casa de París. Por ejemplo, tengo mucho material de descarte de La batalla de Chile, también de El caso Pinochet y de Salvador Allende que me gustaría llevarlos a Chile para que la Cineteca Nacional pueda hacerse cargo, pero no tiene los recursos. Los documentalistas estamos en una situación de total orfandad, porque la memoria en Chile no tiene institución. La directora de la Cineteca es una persona muy simpática y receptiva, pero no tiene los dineros para planificar y organizar un archivo. Le pasa también a Ignacio Agüero y a un montón de documentalistas que tienen sus casas llenas de negativos. ¿Cómo es posible que Chile no tenga un lugar de recepción de su memoria audiovisual? Llevo 30 años en compás de espera y no veo una futura solución a ese problema. En Francia sí están las condiciones y probablemente ahí quede todo mi material, si es que la puerta chilena no se abre.

—La intervención de Pablo Salas en La cordillera… tiene mucho que ver con el discurso que luego vino con el estallido social. ¿De alguna forma presintió lo que venía en Chile?

No, fue una sorpresa. Cuando encontramos al personaje de Pablo, me di cuenta de que la película iba virando, pero eso suele pasar. El documental es un camino que emprendes y no sabes si va a cambiar de rumbo o no. De repente transitas por un camino que es profético de lo que pudiera pasar y eso es estupendo, porque lo que hizo Pablo es lo que hoy está haciendo medio mundo: filmar la realidad. Hay cientos de cámaras pequeñas, teléfonos que están en las calles; todo el mundo quiere filmar lo que pasa, es decir, el presente se vuelve un tesoro y eso es muy importante. Y Pablo lo hizo durante 40 años.

—En la película, usted también aparece mucho más en comparación con sus antiguos trabajos. ¿Diría que es su trabajo más personal?

Sí. Junto con el personaje de Pablo, de a poco fue apareciendo mi propia historia. Comencé a irme hacia atrás, encontré mi casa natal y con trucaje la pudimos reconstruir. Recordé momentos de cuando hice La batalla de Chile que nunca había contado, porque me di cuenta de que nuestras historias se conectaban. No es la más personal porque en La memoria obstinada hablo de un tío que fue quien guardó todo el material de La batalla… y también tiene un montón de momentos de mi propia biografía.

***

En 1972, Guzmán se había quedado sin material ni dinero —Chilefilms estaba quebrado— para seguir filmando. Decidió entonces pedirle ayuda al director francés Chris Marker, quien ya lo había apoyado con su debut, El primer año, comprando los derechos para exhibirla en varios países. El autor de La Jetée le envió un escueto telegrama diciéndole “haré lo que pueda”. Un mes después, Guzmán y su equipo recibieron una caja con 40 mil metros de película virgen, además de cintas magnéticas perforadas para registrar el sonido. Con todo eso, el rodaje prosiguió y terminó con el golpe de 1973, que no sólo obligó a detener la filmación sino a esconder todo el material en la casa del tío de Guzmán, quien luego, gracias a la ayuda del embajador de Suecia en Chile —su secretaria era la esposa del cineasta chileno Sergio Castilla—, logró sacar todo fuera del país. Al año, el director y su montajista, Pedro Chaskel, figuraban en un sótano del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) donde pasaron siete años montando el material para transformarlo en tres películas que se fueron estrenando de a poco y que pusieron para siempre en el mapa el nombre de Patricio Guzmán. Una historia épica que quizás merecería su propia película.

—Al parecer La batalla de Chile es una fuente inacabable de anécdotas.

Claro, fueron dos años de filmación en un periodo histórico único. Con el equipo, por ejemplo, estuvimos presos varias veces en fábricas ocupadas por la derecha. Una vez, nos dieron vuelta el auto en una toma de terreno. Cuando los camioneros se reunían en grandes concentraciones, nosotros los filmábamos, y en una de esas nos tomaron presos, pero apareció un diputado de derecha que era muy decente y logró que nos soltaran, así que por suerte no nos agredieron. En la película también hablo más sobre mi detención de 15 días en el Estadio Nacional. Entonces sí, hay muchos momentos que no he contado porque nosotros éramos testigos, pero también protagonistas de ese momento. Es lo mismo que le debe ocurrir a Pablo Salas: están sus filmaciones, pero también sus propias historias de años de rodaje en la calle, en medio del peligro.

—Acaba de lanzar un libro sobre La batalla de Chile (Catalonia) con mucho material de la filmación. ¿Por qué decidió publicarlo justo ahora?

Creo que ahora, más que antes, es interesante conocer cosas de La batalla de Chile, porque como se repite una situación histórica bastante parecida, la gente dice “ah, mira, me interesa ver esto” y es estupendo que haya coincidido con este momento. No creo que sea un libro tan masivo, porque es muy técnico. Son como 400 páginas donde reúno todos los documentos sobre la película: críticas, comentarios, esquemas que se hicieron en el momento, cosas que escribí yo, que escribió Pedro Chaskel, el director Sergio Castilla, el guionista español José Bartolomé, mi exmujer también tiene un artículo; todos los que tuvieron una relación con el rodaje y montaje de la película escriben algo. Creo que a toda la gente que hace documentales o que escribe sobre historia seguramente le va a interesar.

—Usted dice que hoy se vive una situación política similar a la del pasado. ¿Qué diferencias importantes ve entre los dos procesos históricos?

Lo primero es que la Unidad Popular era un gobierno socialista que intentaba construir un proyecto político nuevo. Era una revolución pacífica que comenzaba con siete partidos políticos claros que lideraban todo. Lo de ahora es más bien una protesta gigantesca, pero sin dirección. Hay banderas que se respetan, pero no tienen una significación concreta; son banderas de compañía, no hay una ideología específica. Y, sin embargo, es muy fuerte llegar al país y ver a esa masa de gente en las calles diciendo las mismas consignas de antaño, cantando las mismas canciones que hace 50 años. ¿Quién iba a pensar que iba a suceder algo así? Es casi irrisorio. Mi sensación fue que el espíritu de la Unidad Popular, que estuvo escondido, resurgió y es muy contagioso y raro, pero no deja de ser falso. Lo claro es que no deja de ser importante que un país de América Latina se levante de manera pacífica para tratar de transformar su entorno. Es un Chile brillante que nace y todas las miradas están de nuevo puestas acá.

—Su propia mirada está de vuelta en Chile. ¿Qué es lo que más le llamó la atención del rodaje durante el plebiscito?

Creo que es notable cómo las mujeres han logrado ponerse en el primer plano del movimiento. Para mi nueva película solo filmé a mujeres como personajes, porque tienen una enorme capacidad de análisis, de entusiasmo y no se rinden ante nada. Entonces, está este colectivo increíble de cuatros chicas de Valparaíso (Las Tesis) que han creado un movimiento enorme mucho más allá de Chile. La juventud se mueve por intuición y con un optimismo que hay que mantener. No creo que el movimiento se diluya, es muy fuerte el descontento frente a la inercia e inoperancia del gobierno, porque nada funciona. No porque el gobierno sea mediocre todos los chilenos nos vamos a volver unos mediocres.

—También le tocó grabar durante la pandemia. ¿Cómo fue esa experiencia?

La verdad es que hay mucho rodaje donde yo no participé, donde fue el cámara con su sonidista y su asistente de producción. La jefa de producción de esta película participó en medio de la batalla con mascarilla; yo tenía mascarilla pero no salí al combate, me quedé en un edificio mirando de lejos y no participé en la lucha frontal, no me parecía necesario. Es apasionante, pero yo ya he vivido esa situación un montón de veces y entonces para qué otra vez más. No tenía mucho sentido exponerme. Estuvimos con mi mujer (la productora  Renate Sachse) en varias situaciones complicadas, pero no en las peores.

—Volverá en abril para filmar el plebiscito del proceso constituyente.

Sí, eso hay que filmarlo y ver qué pasa alrededor. Por esa razón serán dos películas. La primera es sobre el estallido y el primer plebiscito, que está bastante avanzada, al menos en mi cabeza. Es muy interesante todo lo que pasa, y estoy seguro de que va a tener eco en toda América Latina y el mundo. La siguiente partirá cuando volvamos a Chile, aunque también eso depende del dinero que logre conseguir. Por eso es importante que la película atraiga público, y si puede tener un premio, tanto mejor, porque con eso ya tienes la próxima película en la mano. De ahí que fuera tan importante el premio en Cannes, porque inmediatamente te entreabre la puerta para poder seguir trabajando.

—Si no fuese sobre Chile, ¿de qué más haría un documental?   

Eso depende mucho de las circunstancias. Por ejemplo, si es que alguien te ofrece hacer algún proyecto en otro lugar o te interesa una historia particular. Pero hace tiempo que abandoné ese camino y prefiero seguir trabajando sobre Chile. Me interesa más y varía tanto. La última vez, con mi esposa pensábamos sobre qué podíamos hacer una nueva película, y de pronto estalló un movimiento gigantesco de un millón y medio de personas en Santiago. Aquí tenemos tema para al menos tres películas más. Me parece fantástico seguir en lo mismo, no me aburre para nada.

Marcelo Leonart: Teatro en llamas

Mientras los malls siguen abiertos, los cines, museos y salas de espectáculos permanecen cerrados. La pandemia no sólo demostró el desamparo en que viven los trabajadores de la cultura en Chile, también exacerbó la precariedad del sector cultural. El escritor, dramaturgo y director teatral —una de las voces más lúcidas y corrosivas de las artes escénicas—, reflexiona sobre este asunto con vistas a pensar la cultura en la nueva Constitución, y defiende su derecho a escandalizar y a encender “como bencina” la rabia del público. “La escritura y el teatro debe sacarnos de nuestra zona de comodidad”, dice.

Por Evelyn Erlij

El año pasado iba a ser bastante agitado para Marcelo Leonart (1970), como probablemente lo sería para una buena parte de sus colegas del mundo artístico. Sus planes contemplaban el estreno en el Teatro UC de Space Invaders, la adaptación de la novela de Nona Fernández, y una obra escrita por él que tenía prevista montar en el GAM. “Mi trabajo más o menos remunerado cesó completamente —cuenta el escritor, director, guionista y dramaturgo, cofundador de la compañía La Pieza Oscura—. De golpe nos quedamos sin la posibilidad de trabajar. Como muchos, tuve que recurrir a ahorros que por suerte tenía. E hice unas clases para la Universidad de Chile y para una hermosa instancia, Núcleo Crítico, para Calama y Chillán. Todo estaba planificado para lo presencial. Pero terminó siendo digital. Eso ha sido lo más estimulante. Compartir con teatristas con ganas de aprender a lo largo de Chile”.

Marcelo Leonart. Crédito: Dante Leonart

La pandemia obligó a cerrar teatros, cines y salas de concierto en todo el mundo; pero también agravó los embates de la economía neoliberal en el mundo de la cultura, que por décadas se han traducido en inseguridad laboral, precariedad y autoexplotación. En países como Inglaterra y Alemania, el Estado intervino para sacar a flote al sector —Angela Merkel anunció 10 mil millones de euros para la industria cultural—, pero en Chile la situación fue muy distinta: según un estudio del Observatorio de Políticas Culturales, el 81% de los encuestados sufrió una disminución o el cese absoluto de su actividad; y el 54% no fue beneficiario de ninguna medida de apoyo gubernamental durante la crisis. Para este año, además, el gasto público en cultura bajará de 0,4% a un 0,3%, muy lejos del mínimo de 2% que recomienda la Unesco. Y frente al avance de la pandemia, es probable que las actividades presenciales sigan paralizadas.

“He tenido tiempo para leer y escribir, cosas que por lo demás siempre hago —dice Leonart sobre cómo ha vivido estos meses aciagos—. Y para emputecerme con la inoperancia e indolencia del ministerio y su ministra, que nunca pareció darse cuenta de la crisis del sector. Su gestión ha sido nefasta en general (su silencio ante las violaciones a los derechos humanos es inhumana), pero más aún en la crisis. Una vergüenza total y absoluta”, opina el autor de novelas como Lacra (2013), Weichafe (2018) y Los psychokillers (2019). No obstante, el problema es sistémico. El arte y la cultura en Chile son actividades que están constantemente precarizadas, insiste Leonart, una realidad muy evidente en las artes escénicas:

—El teatro chileno, cuya calidad tiene un nivel internacional de excepción, se desarrolla siempre al borde del heroísmo, con fondos concursables escasos, burocráticos y cuya rendición trata al artista casi como un delincuente. Los que hacemos teatro en Chile lo hacemos a partir de la necesidad de la expresión, de encontrarse con la gente en las salas, del convivio que implica el acontecimiento teatral. Con la pandemia no solo desaparece esa posibilidad. Desaparecen las posibilidades de ingresos. Y la invisibilización de nuestro trabajo como actividad económica. Se nos trata como si fuera un pasatiempo. Algo inútil, superfluo e innecesario. Que la misma ministra piense eso es insultante. Lo anuncio: no lo olvidaremos en el Chile que queremos construir.

—En Chile, el sector privado tiene muy poco interés en financiar cultura, y la dependencia en los fondos del Estado no sólo propicia la precariedad, sino también define cuál es la cultura que debería ser financiada.

El sector privado —que en Chile asociamos con el capital— no tiene el menor interés de financiar expresiones que lo cuestionen. Una de las pocas cosas positivas que tienen los fondos concursables es que muchas veces financian proyectos que son transgresores y que jamás serían financiados por capitales privados. Nuestro modo de producción, que de alguna manera busca emular el gringo pero con una tristeza infinita por la inconmensurable pobreza, banaliza de tal modo la producción privada que la única manera de acceder a fondos para obras expresivas es recurriendo al Estado. Por suerte el mundo cultural chileno no está secuestrado por este gobierno o por el conservadurismo concertacionista. Pero sí por la burocracia y la estupidez.

—¿Qué crees que debería tenerse en cuenta al momento de integrar la cultura en la nueva Constitución?

Una discusión crucial será cómo nos ponemos de acuerdo para exigir —y ejercer— nuestros derechos culturales. El arte necesita recursos. Pero no es un negocio. Incluso si se hace dinero con él. Cambiar ese paradigma sería un triunfo. Y nuestra única posibilidad de futuro.

—Hay representantes del mundo cultural que buscan ser constituyentes. ¿Qué papel deberían tener en este proceso político?

Creo que tienen que estar presentes. Pero no como rostros. Tiene que estar presente el tejido de la cultura y las artes. Por mi distrito, apoyo a Andrea Gutiérrez, dramaturga y actriz, expresidenta de Sidarte. Por su trabajo en redes, con la base y en pos de los derechos culturales. La convención no puede ser una kermés de famosos con buenas intenciones. El trabajo en red lo es todo.

Noche mapuche (2017). Crédito de foto: Maglio Pérez.

—Fuiste parte de cabildos y asambleas tras el estallido. ¿Eres optimista frente al proceso constituyente? Escribiste en Palabra Pública que el horror sería “volver a la normalidad”.

No creo haber sido optimista cuando escribí esa frase. Y no lo soy ahora. Creo que el acuerdo del 15 de noviembre fue una manera de ahogar esos cabildos y asambleas que surgieron después del 18 de octubre. El mismo 15, en la madrugada, pensé que era un error. ¿Una asamblea con otro nombre, con las reglas de los partidos? Leer los nombres que se proponían para esa asamblea hoy producen ternura por la ingenuidad. El acuerdo fue agüita para el sistema y el establishment. Ojalá estemos atentos y presionemos para, sea como sea esa asamblea, no volvamos a esa normalidad de mierda que teníamos.

***

En 1989, mucho antes de publicar novelas y de ganar reconocimientos como escritor —obtuvo el Premio Juan Rulfo de Cuento en 1998, fue finalista del Premio Herralde con El libro rojo de la Historia de Chile (2015) y recibió el Premio Revista de Libros de El Mercurio en 2012 con Fotos de Laura—, Marcelo Leonart cursó dos años en la Escuela de Teatro de la UC, donde conoció al dramaturgo Egon Wolff, que además de guiarlo en la creación de su primera obra, No salgas esta noche (1991), se convirtió en uno de sus mentores. A ambos los une un teatro políticamente consciente, atento a las desigualdades, conflictos e injusticias de la sociedad en que les tocó vivir. De ahí que la prensa lo describa como uno de los creadores más comprometidos del teatro y la literatura actuales: “Nadie se ha preocupado como Marcelo Leonart en dar cuenta del agitado ánimo social de hoy”, escribió hace unos años el periodista Roberto Careaga.

En su último trabajo, Tú no eres, hermana, un conejo corriendo desesperado por el campo chileno, presentado en la última Muestra de Dramaturgia Nacional, aborda la diferencia de clases y de género en Chile a partir del encuentro de dos personajes femeninos de épocas distintas. “En la obra, una mujer en crisis del siglo XXI viaja al siglo XIX a contener a otra mujer que está viviendo un hecho traumático —detalla el dramaturgo—. No es casual el encuentro de esas mujeres. Pero, más allá del género, en la obra es importantísimo el tema de la clase. Adelaida, la mujer del siglo XIX, para reafirmar su propia identidad y su propia crisis, se cree en condiciones de consolar a alguien que está mucho peor que ella. ¿Y quién está peor que un peón del siglo XIX en el campo chileno? La respuesta era obvia. Una mujer. Una sirvienta, casi una esclava, que ha osado rebelarse ante el patrón”.

La idea era “visitar el siglo XIX desde una perspectiva actual: un mundo en una crisis profunda, pero también de una profunda emancipación”, explica el director, que con sus proyectos personales y con los que ha desarrollado con La Pieza Oscura —compañía que formó hace casi veinte años junto a su pareja, la escritora, dramaturga y actriz Nona Fernández—, se ha dedicado a escarbar en zonas oscuras del pasado y el presente usando, muchas veces, el humor negro como arma. El taller (2012), por ejemplo, está inspirada en los talleres literarios de la agente de la DINA Mariana Callejas, y en la delirante Noche mapuche (2017), aborda el clasismo, el racismo y la invasión a los pueblos originarios a través de una puesta en escena desbordante y corrosiva. “El escándalo no por escándalo, sino como provocación, como proyecto político”, escribió la escritora Andrea Jeftanovic sobre la obra.

Nona Fernández ha dicho que Noche mapuche siempre terminaba atrapando la contingencia, que siempre había una nueva víctima a quien ofrecerle la temporada y que sus funciones fueron bastante encendidas. Joseph Beuys, el artista alemán, decía que la provocación siempre da vida a algo. ¿Te propones remecer al público, sacarlo de su quietud?

No contesto yo, contesta Pasolini, que lo dijo antes de manera insuperable: «Escandalizar es un derecho. Y escandalizarse, un placer.» La escritura y el teatro debe sacarnos de nuestra zona de comodidad. Si no, ¿qué sentido tiene? Tanto para disfrutarlo como para ejercerlo, la comodidad es profundamente aburrida. Por otra parte, tener siempre una nueva víctima a quien dedicarle la obra nos producía siempre una enorme tristeza. Una tristeza, hay que decirlo, que encendía nuestra rabia —y la del público— como bencina.

—Con tus trabajos, por ejemplo la novela Weichafe o las obras Noche mapuche, El taller o Liceo de niñas has construido una contrahistoria de la historia oficial. ¿Podría decirse que es eso lo que te has propuesto?

Lo divertido es que ni siquiera es una contrahistoria. Son hechos de lo más objetivos. Cuando la Nona o yo ponemos materiales documentales son de dominio público. A veces el orden los ilumina, como una buena hoguera. En Noche mapuche contamos historias de abuso al pueblo mapuche, a los nativoamericanos, a los afroamericanos. Narramos el asesinato de Matías Catrileo. Cuando al final se narra el asalto a la casa de los Luchsinger la gente se espanta —se escandaliza— por esa violencia. Ni siquiera tomamos partido. Lo que es impresionante es que, luego de una hora y media,NADIE se escandalice por la otra violencia que hemos narrado. Tal vez por eso queda resonando tan fuerte la última frase de la obra: traigan los bidones.

—La dictadura aparece en varias obras, como El taller y Liceo de niñas. ¿Por qué te interesa insistir en esos pasajes incómodos de la historia y la memoria?

El taller y Liceo de niñas son textos de la Nona que yo dirigí.Corresponden a su imaginario, que compartimos en nuestra compañía. En ambos textos y puestas, tal como en Noche mapuche, recurrimos a yuxtaponer épocas. Hablar del pasado para hablar del presente. Cuando los tiempos se superponen, hay cosas de nuestra actualidad que podemos entender mejor. Y que nos escandalizan. Ahora cito a Faulkner (porque su frase, también, es insuperable): «El pasado nunca está muerto. Ni siquiera es pasado.»

El taller (2012). Crédito: GAM.

—Cuando Arturo Fontaine publicó un texto en Letras Libres sobre el estallido en el que, entre otras cosas, sugería influencia de Maduro en las movilizaciones, tú convocaste a los escritores a dar cuenta de ese momento histórico. “Escribamos lo que vemos en la calle, en nuestras casas”, dijiste. ¿Crees que el estallido se ha visto lo suficientemente reflejado en la literatura y el teatro recientes?

Creo que es pronto. Pero creo que hay que escribir, montar, expresar. Huyamos de los lugares comunes, por favor. Pero no dejemos que esta pólvora se apague. Ya habrá tiempo para reflexiones maduradas (y a veces anestesiadas, como suele suceder). El tiempo precioso de esta escritura al fragor de los acontecimientos no va a volver. Lo que no escribamos ahora se va a perder para siempre.

—¿Cuáles son tus planes para este año?

Teatro y literatura, como siempre. Insisto porque si no me aburro. Insisto aunque nadie me lea. Insisto aunque el teatro que quiero hacer —con la sala llena y el público muy cerca— suene —ahora— como de ciencia ficción.

Diamela Eltit: «Hoy la vulneración a los derechos humanos, la cesantía y el abandono tienen una relación con los tiempos de la dictadura»

La escritora y Premio Nacional de Literatura habla de las consecuencias sociales y el manejo del Gobierno ante la pandemia del coronavirus. “Muchas muertes pudieron evitarse con una política integral de salud”, señala. Además, reflexiona sobre las referencias a la contingencia en su obra, comenta la vigencia del CADA y los nuevos grupos que convocan. “LasTesis y Delight Lab son el arte público más importante de este tiempo”, asegura.

Por Javier García Bustos

Hace más de una década comparte dos territorios lejanos. Habitualmente, la destacada escritora y académica Diamela Eltit (1949) pasaba algunos meses en Santiago, Chile, y otros en Estados Unidos, ya que es profesora en la Universidad de Nueva York. Entre septiembre y diciembre de 2020, la autora de Lumpérica, Premio de Narrativa José Donoso 2010 y Premio Nacional de Literatura 2018, estuvo otra vez en Norteamérica. Pero el panorama que vio fue desolador.

A un año de la propagación de la pandemia del coronavirus en el mundo, las consecuencias devastadoras en la población han sido evidentes. En Chile, en particular, se arrastraba una crisis mayor luego del estallido social de octubre de 2019.

“El sistema recubre la pobreza y la extrema desigualdad”, comenta Diamela Eltit, quien desde comienzos de los ochenta ha construido una obra donde aborda el cuerpo femenino como un territorio político, y ha descrito la violencia de la sociedad de consumo desde la perspectiva de los menos favorecidos en títulos como Vaca sagrada (1991), Los vigilantes (1994), Fuerzas especiales (2013) y Sumar (2018).

Formada como profesora de Castellano, Diamela Eltit luego obtuvo una Licenciatura en Literatura en el mítico Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile. A finales de los setenta, la autora, por entonces pareja del poeta Raúl Zurita, integró junto a él y los artistas Lotty Rosenfeld, Juan Castillo y Fernando Balcells el grupo CADA (Colectivo de Acciones de Arte).

Referente de la escena artística nacional, el colectivo realizó una serie de acciones urbanas que hasta hoy resuenan en otros grupos de arte y en la memoria colectiva. “El CADA pensó la calle justo en los momentos más desfavorables para los cuerpos ciudadanos”, ha escrito Diamela Eltit, quien en esta entrevista rememora sus acciones, alude a nuevos grupos de arte como LasTesis y Delight Lab, habla de los efectos sociales de la pandemia, cuestiona las medidas tomadas por el Gobierno y reflexiona sobre el proceso constituyente.

¿Cómo podría resumir 2020, un año marcado por la incertidumbre y la muerte?

—Fue un año inédito y angustioso. No sólo lo afirmo a nivel personal, pues formo parte del “grupo de riesgo” por la edad, sino especialmente por las personas pobres o muy pobres que se vieron hipercastigadas por la enfermedad. Estuve en Nueva York, donde enseño entre septiembre y diciembre, y el panorama allá era dramático por la cesantía y la cantidad de personas viviendo en las calles. Vi una situación de pobreza mucho más radical que la provocada por la crisis financiera de 2008. Y el virus diseminado locamente por una pésima política de la enfermedad. Lo que yo entiendo de manera muy contundente es que el neoliberalismo intensificado bajo el que nos regimos es incapaz de contener y manejar una crisis social. El sistema recubre la pobreza y la extrema desigualdad mediante la generación de macrozonas de exclusión territorial y social, el intenso extractivismo, el crédito usurero, el hacinamiento para contar con un techo y la impunidad de un elitismo desenfrenado.

Al leer algunas columnas y entrevistas se hace evidente que ha sido crítica de la gestión de salud del Gobierno de Sebastián Piñera. ¿Cree que la intención de manejar de mejor manera la pandemia fue mejorando con el paso de los meses o nunca existió un mensaje claro hacia la población?

—Pienso que la pandemia bajo la dirección de Jaime Mañalich, Paula Daza y Arturo Zúñiga fue un desastre. Ellos compraron y compraron insumos, es verdad, tal como si el país fuera una clínica; consiguieron ventiladores, camas, arrendaron de manera turbia el Espacio Riesco, pero se olvidaron de la atención primaria, de confinar y de trazar los contagios. Ellos vienen del sistema privado de salud, ellos son Isapre, pero el país es Fonasa. Y lo más negativo en medio de la enfermedad era señalar cómo los felicitaban de todas partes del mundo por winners. Mañalich esgrimió su farsantería pública ya conocida, el menosprecio constante a las voces críticas con la complicidad del representante de la OMS en Chile, un veterinario que se plegó a Mañalich para obtener fondos públicos y corrió por los canales de televisión apoyando las pésimas medidas de salud que se implementaban. Pero las cifras de las lamentables muertes estaban adulteradas y pasamos a ser el cuarto país con más muertes en el mundo. Muchas de esas muertes pudieron evitarse con una política integral de salud y dejando de lado las imágenes de los empresarios recibiendo ventiladores como si ese fuese el único centro de la enfermedad, dejando de lado la contención del virus. Enrique Paris, desde luego, es distinto, porque Mañalich fue una opción realmente dañina. Pero este médico Paris, más allá de su máscara de médico bueno, es un hombre funcional al sistema neoliberal. Un acólito. 

La crisis sanitaria dio paso a una crisis social y económica, donde el hambre volvió a estar presente, incluyendo la masificación de las ollas comunes. Muchas personas recordaron acciones como las del grupo CADA. ¿Qué le produjo este ambiente reiterativo y recordar las acciones de ustedes?

—Ya el estallido social, que en realidad puede ser entendido como una microrrevolución, repuso la comunidad y lo comunitario como la vía política para ejercer demandas. Una comunidad unida desde las diferencias, formada e informada por las importantes dirigencias vecinales, pero con un objetivo común: la reparación de la vida social del país marcada por una inequidad masiva. La pandemia visualizó los espacios y demostró que el hambre estaba latente ante cualquier vaivén del sistema en que vivimos. Pero, tal como durante la dictadura, ahora, ante la falla del Estado, se levanta la comunidad para suplir (y no hablamos de los sectores del 20%, sino del 80%, siguiendo el resultado de la Constituyente), y eso es extraordinario y conmovedor. Con respecto al CADA, junto con procedimientos teóricos-estéticos, se planteó siempre en los ejes arte-política-espacio público. Pero sí me impacta ver el NO+ generado por el CADA en 1983, se levantó el NO+ con la seguridad de que iba a ser completado por la ciudadanía y casi cuarenta años después continúa vigente. Ahora, la situación por la que atravesamos es muy delicada, un prolongado estado de excepción, muertos, heridos, presos políticos que el sistema renombra como delincuentes. Hoy la vulneración a los derechos humanos, la cesantía y el abandono tienen una relación con los tiempos de la dictadura, el actuar salvaje de Carabineros y los crímenes de lesa humanidad que ya acumulan. Y para qué seguir hablando de la corrupción, el robo, la colusión “desde arriba” que zafa con una impunidad asombrosa.

En este último tiempo, ante el desencanto de la gente, se ha podido ver el trabajo de nuevos grupos de arte como el colectivo LasTesis y Delight Lab. ¿Cómo ve la evolución del arte, en este sentido, y qué le parecen estos grupos que interactúan con la ciudadanía con un claro mensaje social?

—Sobresalientes, LasTesis, poniendo y disponiendo la performance como espacio para escenificar, políticamente, el asedio al cuerpo de las mujeres y denunciarlo en escenarios públicos y convocantes. Ya en 2018 se puso de relieve la dimensión del reclamo de las mujeres a su subordinación y asimetría social. Mientras que Delight Lab y su cuidadosa y eximia administración del arte lumínico denuncia masivamente el hambre, el crimen y la injusticia. Y no puedo dejar de mencionar acá el homenaje lumínico efectuado a la artista Lotty Rosenfeld y su trabajo con los signos de circulación ciudadana. LasTesis y Delight Lab son el arte público más importante de este tiempo.

Los olvidados de la historia

Traducida al inglés, francés, italiano y griego, Diamela Eltit es autora de una sólida obra compuesta de novelas y ensayos que ya superan los veinte libros, donde destacan, entre otros títulos, Por la patria (1986), Mano de obra (2002), Signos vitales (2008), Impuesto a la carne (2010) y Réplicas (2016). En los últimos meses, el sello Planeta editó una colección que reúne gran parte de su trabajo.

Como dijo el crítico peruano Julio Ortega, los libros de Diamela Eltit “convierten la lectura en una sediciosa labor clandestina, de vocación anarquista, radicalidad estética y despojado estilo”. Por estos días, la narradora prepara un nuevo trabajo, pero aún sin coordenadas definidas. “Estoy esperando que la escritura se ubique en el lugar correcto de mi deseo”, comenta Eltit, y en seguida alude a las conexiones de su obra con la contingencia.  

En su libro Sumar se pueden encontrar ecos de lo que fue el estallido social y las demandas de los trabajadores. En Fuerzas especiales, de alguna manera, se prefigura la represión de Carabineros. ¿Le motiva la idea de encontrar referencias de la realidad en su ficción o es una decisión consciente reflejar la realidad en una historia?

—Desde luego, más allá de las fallas ostensibles del sistema y su estela de victimización social, la dimensión del estallido no estaba prevista. Sumar fue la escritura de una ficción fundada en el malestar de un grupo de personajes. Mientras escribía, leí que la primera marcha hacia La Moneda (a principios del siglo XX) fue la llamada “Marcha del hambre”, entonces tomé prestados los nombres de algunos dirigentes de la marcha (muy relegados por la historia social) y se los puse a “mis” personajes. Me interesó la calle como escenario y la marcha como historia social. Los ambulantes me pareció que nombraban lo móvil y también al vendedor ambulante, aquel que está en todas las ciudades visible e invisible a la vez. Pensé una marcha interminable en tiempo, número y espacio, pensé en La Moneda como el sitio preciso: dinero y política. Pensé en el ayer y los olvidados por la historia. Pero, claro, era una ficción, quizás la literatura se funda también en un futuro.

¿Y cómo ve esta relación con la realidad en el caso de Fuerzas especiales?

Fuerzas especiales es mi novela más urgente de estos últimos veinte años. La escribí conmocionada por la indiferencia de los sectores acomodados o medianamente acomodados o semiacomodados ante la terrible segregación del territorio, el elitismo político y un sospechoso no ver dónde estamos parados. Los sectores pobres, liberados a su suerte, con sus dirigentes vecinales extenuados y solos, encuentran un asidero posible ya sea en las iglesias evangélicas, con sus normativas extremas, o el narco y su clara organización paramilitar. Los partidos políticos y el Estado los abandonaron hace décadas. La delincuencia está ligada a la desigualdad, es proporcional a ella, es un costo considerado marginal por el sistema. Y la policía, básicamente los «pacos», son los que cumplen una función terrible y liberadora para el sistema político: asedian, maltratan, roban, se coluden con el narco, posibilitan los noticiarios televisivos que permiten asociar pobreza y peligro, pobreza y delincuencia, culpar al pobre de su pobreza y descargar así de responsabilidades al empresariado, a los políticos que se han coludido o han permitido graves abusos financieros. Las Fuerzas Especiales de Carabineros se enfrentan asimétricamente con las fuerzas especiales que requieren vastos sectores del país para sobrevivir a una pobreza a menudo disfrazada de clase media. Bajos de Mena es una zona de sacrificio en la ciudad. Mientras escribía Fuerzas especiales, que desde luego es una ficción posible, necesité una inmersión radical y psíquica en los bloques, viví y morí allí mientras escribía, vi a los “pacos” exudando odio, pisé cada escalón para llegar al cuarto piso de esas construcciones. 

Desde hace un tiempo la clase política sufre el desprestigio y da la impresión de que nadie es fiable para reemplazarla. Quien levanta la voz, generalmente, es desacreditado. ¿Son tiempos de mayor intolerancia o son otros síntomas los que llevan a actuar de esta manera?

—La política chilena, desde los años noventa, en la llamada centroizquierda, emprendió una desafiliación del pueblo, y cada año fue peor, todo agravado por los desmesurados salarios que reciben los congresistas. La cultura selfie, la filiación a un yo y la falacia de una democracia fundada en el consumo fue creando una fisura entre la realidad chilena y los representantes políticos, y por eso hay un abismo entre ellos y el pueblo. Yo pienso que hay que esperar, no me asusta ni la protesta ni el descrédito, es necesario decantar los abusos, reprochar las faltas, poner de relieve las insuficiencias, develar las máscaras y las mascaradas políticas hasta llegar a un espacio donde el respeto sea una condición y cada persona, más allá de su formación, de su economía y de su subjetividad, forme parte.

¿Qué espera del proceso constituyente, que este 2021 tendrá la elección de los candidatos a la convención, y un camino que debería finalizar con la Constitución de 1980 y dar paso a la creación de una Constitución democrática?

—No sé, espero que al menos se deje de lado el Estado subsidiario, que los recursos naturales le pertenezcan al territorio y se limite la voracidad empresarial. No me cabe duda de que se van a cursar “derechos” como igualdad entre hombres y mujeres, pero esos temas son muy complejos, funcionan muy bien como declaraciones, pero su realidad requiere de una multiplicidad de factores. La igualdad salarial será una escritura posible, pero es inexistente en el mundo, se necesitan décadas para obtener esa paridad. Proteger la infancia, como otro ejemplo, es indispensable, pero si no cambia el sistema socioeconómico, los niños pobres seguirán su ruta de un trágico maltrato, porque hoy el Sename es un negocio para los sostenedores. Todos los derechos no pasan por las buenas intenciones o no son suficientes.  Se necesita una nueva articulación y repensar de arriba a abajo la educación, la familia, la ley, el habitar completo. Desde luego, es muy positivo cambiar esa Constitución “maldita”, pero, en último término, se necesita de una nueva era a la que habría que llegar.