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Oesterheld y la revolución de El Eternauta

Fernanda Nicolini, una de las biógrafas que escribió el libro Los Oesterheld, habla en esta entrevista con Radio Universidad de Chile sobre el impacto de la clásica historieta El Eternauta en la cultura popular no solo de Argentina, sino del continente. Una historia que hoy, con el estreno de la serie, reafirma su carácter universal.

Por Catalina Araya | Radio Universidad de Chile

Para Héctor Oesterheld no existían los héroes solitarios. En sus universos creativos, el colectivo se sobreponía al individuo y las personas comunes eran, precisamente, los grandes héroes de las historias.

Ese es el caso de Juan Salvo, protagonista de El Eternauta. Uno de los personajes más importantes de las historietas de habla hispana y que hoy triunfa en el mundo gracias a una serie protagonizada por Ricardo Darín y distribuida por Netflix.

“La serie explotó en Argentina, pero lo cierto es que El Eternauta, como historieta, marcó a los argentinos“, explica Fernanda Nicolini, periodista y escritora que, además, es una de las autoras —junto a Alicia Beltrami— de Los Oesterheld (Sudamericana, 2016), una completa biografía que sigue la vida del escritor y su familia, hoy detenidos desaparecidos de la dictadura (él, sus cuatro hijas, sus tres yernos y dos de sus cuatro nietos).

Los Oesterheld, de Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami. Sudamericana, 2016

“Es una obra cumbre de la literatura argentina. Si bien siempre se piensa a la historieta como un género menor, lo cierto es que Oesterheld es un autor muy reconocido que revolucionó la historieta. En la Argentina y en la región, básicamente porque cambió ciertos términos que venían heredados de la historieta norteamericana o incluso francesa, donde los protagonistas siempre eran superhéroes o personajes importantes”, detalla Nicolini.

Un cambio de paradigma que, precisamente, tiene que ver con que “Héctor dio vuelta esa idea y planteó una historieta donde los protagonistas eran personas comunes haciendo cosas extraordinarias a partir de un suceso. Saliendo a la aventura. De hecho, El Eternauta se trata de eso: son amigos jugando al truco que de pronto se ven obligados a resistir una invasión. Y el propio Héctor, en una entrevista que da unos años antes de desaparecer, en el 74, dice que su idea original era pensar un Robinson Crusoe urbano, en una casa en vez de en una isla, donde no estuviera rodeado de mar, sino de muerte”.

Y aunque goza de un carácter universal, lo cierto es que su impacto en los jóvenes trasandinos de la época fue definitoria. En parte, tal como precisa Nicolini, porque “trae el género de la historieta a una geografía reconocible. Porque los chicos de la generación previa a la televisión y que se crio con las historietas siempre veían geografías extranjeras, exóticas. Eran westerns que pasaban en Estados Unidos o en una selva. Y lo que hizo Héctor es traerla a una geografía reconocible”.

“En El Eternauta uno puede reconocer la cancha de River, las barrancas de Belgrano. Todos, lugares geográficos del gran Buenos Aires. Y que un chico en el año 57 de pronto abriera una revistita de historieta y viera que ese mismo lugar por el cual él pasaba, por la vereda, era el escenario de una gran aventura, fue algo que realmente revolucionó la historieta”, dice la periodista.

Pero más allá de la parte estructural, la escritora también explica que Oesterheld tenía una consciencia muy profunda del impacto de este género literario: “Hay algo fundamental de Héctor como guionista, que también hace que él sea una figura emblema no solo en Argentina, sino en el resto del mundo. Y es que él tenía la siguiente premisa: decía ‘bueno, la historieta llega a los jóvenes, a los chicos, que probablemente no lean muchos libros, pero sí van a leer historietas, y esto que la gente considera un género menor, yo sé que es uno que tiene mucha penetración en el público. Entonces, tengo que hacer una historieta de calidad, tiene que estar bien escrita, tener buenos datos, buenas historias‘”.

“Él se preocupaba mucho, se documentaba un montón. Y contar las cosas desde la perspectiva de alguien que veía la historia desde un lugar común y corriente hacía que Héctor pudiera poner sobre relieve la naturaleza humana, los vínculos. Le interesaban mucho los vínculos de los seres humanos, por eso es que El Eternauta es un clásico que puede ser visto en todo el mundo, más allá de las características locales, de que haga referencia a lugares de la Argentina o de Buenos Aires”, añade.

Lo anterior, porque “el corazón de El Eternauta y de la obra de Héctor en general son los vínculos de los seres humanos, la naturaleza del ser humano vista casi con lupa, con sus contradicciones, sus miedos, sus valentías, sus ganas de vivir, de armar red con otros para enfrentarse a un peligro, para sobrevivir. Todo eso que, sin dudas, se concentra en su obra maestra, que es El Eternauta”.

Una vida de consecuencia

En el ámbito privado, las características humanas de Oesterheld se condecían totalmente con la impronta de sus historietas. “Era alguien muy interesado en todo lo que sucedía en el mundo. Con eso quiero decir que era una persona muy formada; él había sido geólogo, tenía una formación científica, pero aún así había leído literatura universal. De hecho, su mujer, Elsa, nos contaba que cada tanto él se reunía con Borges, por ejemplo, cuando era director de la Biblioteca Nacional acá en Buenos Aires, y charlaban de literatura”, cuenta Nicolini.

Una cercanía que, además, venía de sensibilidades en común: “A Borges le interesaba mucho la ciencia ficción, y Héctor le contaba esta idea de El Eternauta, de que también la ciencia ficción sucediera en Buenos Aires, que fue algo muy revolucionario para la historieta. Siempre estaba produciendo, y se alimentaba de la coyuntura para pensar historias, guiones, y también porque era una persona que estaba escribiendo para los jóvenes”, detalla Nicolini.

Fotografía de Héctor Oesterheld.

“Es un género que es leído por chicos, niños, jóvenes, adolescentes. Él estaba muy interesado en poder captar lo que estaba sucediendo con esa juventud. Pensemos en un Héctor de fines de los 60, principios de los 70, que ya tiene hijas más o menos adolescentes, jóvenes, que empiezan a ir a la facultad, a clases de teatro, a militar en los barrios populares, cerca de su casa, que se acercan por ahí a alguna parroquia con curas del tercer mundo. Y ahí empieza a surgir la idea de que había que salir de esa casa en la que ellos vivían, en Beccar, en un barrio más o menos acomodado de la zona norte del Gran Buenos Aires, para empezar a hacer algo por los otros”.

Así fue como terminó, junto a su familia, militando en Montoneros, una organización peronista de resistencia donde ejerció como miembro de la sección de prensa. “Ingresa haciendo lo que sabe hacer, que es ser autor de historietas. La organización de Montoneros tenía, por ejemplo, un diario que se llamaba Noticias, donde también trabajaron Rodolfo Walsh, Miguel Bonasso, Paco Urondo, y hacía una historieta que se llamaba ‘La Guerra de los Antartes’. También hacía una para otra prensa de la militancia, que se llamaba El Descamisado”.

“Después, más adelante, ya cuando todo se empezó a enrudecer tras el golpe, cuando ya era muy difícil tener prensa militante y demás, él pasó a ser correo, lo que significa que llevaba y traía documentos. Además, se caracterizaba por ser una persona muy grande para esa militancia juvenil, y entonces le decían El Viejo. Muchas veces se disfrazaba y decía que sospechaban un poco de él, porque claro, no tenía una edad para ser un típico militante”, cuenta la periodista.

Todo, hasta abril de 1977, cuando es detenido y hecho desaparecer tras parar en tres centros clandestinos. «Hay muchos testimonios de él pasando por ahí, y hay algo muy conmovedor en ellos. En los lugares más terroríficos que uno se puede imaginar, en cautiverio, engrillados, muertos de frío y demás, él siempre tenía un gesto, una palabra, algún tipo de actitud paternal para hacer sentir bien al otro».

“Por ejemplo, el de una embarazada a la que le daba mucho asco a la comida porque el guiso venía con gusanos, y contó que Héctor se encargaba de separarle pedacitos de carne y le decía ‘vos tenés que comer bien, porque tiene que nacer tu hijo’. Y esa compañera es sobreviviente, pudo sobrevivir al centro clandestino. Igualmente, tenemos datos de que estuvo en cautiverio con una nena de 12 años, en un centro clandestino que se llamaba el Sheraton, y en otro que se llamaba Vesubio. Se ocupaba de que esta nena pudiera jugar a algo, le contaba historias, le armaba juegos con pelotitas, con papelitos, y así un montón de otros casos. Es una persona que realmente dejó una marca, incluso en estas situaciones terroríficas, de cautiverio, que uno no puede imaginar. Eso también da cuenta de su personalidad vital, de estas ganas de vivir que tenía Héctor, y de siempre estar imaginando un posible mundo mejor”, reflexiona Nicolini.

Héctor Oesterheld junto a su esposa Elsa Sánchez y sus hijas Estela, Diana, Beatriz y Marina. Crédito: argentina.gob.ar

Por eso es que su caso termina siendo tan emblemático para la memoria en Argentina: “Sin duda que la historia de Héctor Oesterheld es emblemática no solo porque él es una figura muy trascendente en la cultura, sino porque está desaparecido él, sus cuatro hijas y sus tres yernos, con dos de sus hijas que desaparecieron embarazadas. Los sobrevivientes fueron Elsa, su exmujer, que fue quien crió a Martín, un nieto que fue secuestrado cuando matan a su mamá, que era Estela, la más grande, y que fue llevado por unas horas al centro clandestino Vesubio donde estaba ya detenido Héctor. Está unas horas con su abuelo. Él dice que es el primer recuerdo que tiene de infancia”.

“Este terrorismo de Estado diezmó una familia entera. Y la diezmó desapareciéndola. Todavía faltan un montón de datos, incluso estos dos nietos siguen buscando. Hay algunas sentencias, especialmente en los casos de Héctor, porque fue visto en muchos centros clandestinos. Pero son casos que siguen abiertos, son heridas que siguen abiertas y que solo se pueden resolver si se sigue buscando memoria, verdad y justicia”, afirma la periodista.