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Ciudades imposibles

En un ejercicio de imaginación, el escritor mexicano César Tejeda fantasea un mapa de México superpuesto al de Chile, y elucubra cómo habría influido el territorio en la escritura de dos novelas chilenas escritas en tierras mexicanas: Mambo, de Alejandra Moffat, y Poeta chileno, de Alejandro Zambra. 

Por César Tejeda | Ilustración: Fabián Rivas

En 2023 fue publicado el Atlas de las ciudades que están encima de las ciudades aunque casi nadie las vea. Un proyecto insensato, pero no carente de imaginación, donde fueron recopilados algunos mapas tan específicos como extravagantes. Según su editor, decir que una ciudad es solo una ciudad resulta, cito, “una estulticia”. Una ciudad es, precisamente, una infinita concatenación de mapas físicos o de mapas conceptuales o de mapas semánticos o de mapas cognitivos, y basta con ver una ciudad dos veces —cualquiera, la más pequeña, la más ufana o la más transparente— para comprobarlo.  

El Atlas fue pensado desde una originalidad temeraria y no incluiría proyectos predecibles como, por decir algo, un “Mapa literario de la Ciudad de México”. Incluiría, en cambio, propuestas que, de tan específicas, resultaron delirantes, como el “Mapa de las novelas escritas en la Ciudad de México en donde Chile es el escenario principal y en que la Ciudad de México debió servir, de algún modo, como inspiración”.  

Dicho mapa, una pieza de provocador ingenio, es acompañado por entrevistas en las que sendos autores y autoras responden a una pretenciosa pregunta: ¿La Ciudad de México influyó en la construcción simbólica y literaria del Chile de tu libro? Resaltan dos entrevistas, por honestas y esclarecedoras: la de Alejandra Moffat, a propósito de su novela Mambo, y la de Alejandro Zambra, a propósito de su novela Poeta chileno

Alejandra Moffat respondió que sí. México había influido en la construcción simbólica del Chile que aparece en Mambo. Asegura haber escrito su hermosa novela en un pequeño departamento de la colonia Narvarte. El departamento había sido nombrado La casa en el aire, porque, según Moffat, chilena de nacimiento, “cuando uno se va de su lugar de origen siempre queda un poco en el aire, sobre todo al comienzo”. La casa en el aire, pues, se convirtió, a veces por la mañana, otras por la tarde, en el lugar donde Alejandra retomó una novela iniciada tiempo atrás, y que había abandonado luego de, en sus palabras, “haber perdido el instinto”.  

Es difícil resumir Mambo en unas cuantas líneas, pero su trama resulta contundente, inobjetablemente chilena. Anaconda, la protagonista, es una niña que decide ejercer su derecho a la niñez a pesar del contexto que la rodea. Vive con su familia en la clandestinidad: sus padres militan en contra del dictador Augusto Pinochet. La infancia, o una de las dimensiones de la infancia que es la inocencia —y por inocencia no me refiero a la bondad, sino a que los niños no son responsables de las acciones o decisiones de los padres—, está narrada desde universos lúdicos y escenarios donde el peligro acecha, como si el juego y la amenaza latente formaran la pareja más natural del mundo. 

Dice Moffat: “En un momento yo estaba a punto de desechar la novela; no le encontraba mucho sentido, era un ejercicio difícil, falso, había algo que me molestaba, y fui al Museo del Juguete Antiguo México (MUJAM) que se encuentra en la colonia Doctores. Un museo caótico, difícil de describir, donde juguetes terroríficos conviven con otros que evocan la más profunda ternura, un museo atestado de juguetes, un museo que genera preguntas para las que no hay —ni parece haber— respuestas. Y yo pensaba que, en Chile, donde todo es información, donde todo es higiénico, donde a menudo se escucha la palabra ‘limpiar’, sería imposible que existiera un museo así. El MUJAM me habló de la estructura de Mambo. Salí y dije, ‘claro, México es así: sales a la calle y puede pasar cualquier cosa’. Los tiempos se mezclan, hay muchas acciones pasando al mismo tiempo, es un país donde imperan las interrupciones y las mutaciones y los detalles, y eso me hizo pensar que buscaba una escritura menos higiénica. Una escritura que se permitiera distraerse. Y creo que sin México no la hubiera encontrado”. 

Alejandro Zambra, por su parte, es más ambiguo. Asegura haber escrito Poeta chileno en Chile porque así nombró al cuarto de azotea que adaptó como estudio para trabajar en las mañanas de inspiración. Vivía en un departamento de la colonia San Miguel Chapultepec, sí, pero su hijo, que por entonces era muy pequeño, en vez de decir que su papá estaba en un cuarto de azotea escribiendo, decía que su papá estaba en Chile. Escribiendo, claro. 

Zambra, en cualquier caso, estaba en un pequeño cuarto desde donde podía escuchar a las beligerantes ardillas del Bosque de Chapultepec mientras escribía una desopilante, conmovedora —e inobjetablemente chilena— novela. Gonzalo, el protagonista, es un poeta malogrado que se acerca a la literatura desde la docencia, cargando con una vocación que asume más como obstáculo que como destino. Su reencuentro con Carla, amor de la adolescencia, lo introduce en la vida de Vicente, un niño brillante que lo acoge sin reservas. Así, Gonzalo debe llevar a cabo su vocación como padre de soslayo, es decir desde la “padrastría”. Con la paternidad, como con la poesía, parece habitar una versión en sombra: una forma de ejercer el deseo desde el margen. 

Dice Zambra: “Salvo unas referencias incidentales a la película Y tu mamá también y a José Emilio Pacheco (y al cantante Emmanuel, casi se me olvida), en Poeta chileno México no aparece y, sin embargo, creo que no habría escrito esta novela, o que sería muy distinta, sin estos años mexicanos”. Alejandro Zambra, una vez en México, país al que había llegado por motivos personales, sin un boleto de vuelta, comenzó a preguntarse qué tipo de chileno iba a ser: “quería que la nostalgia se volviera ligera, útil y brillante”. Aunque las primeras ideas de la novela ya existían antes, de repente le pareció que Poeta chileno (la más chilena de sus novelas) tenía que escribirse en México. La Ciudad de México se convertiría, paradójicamente, en una ausencia en el libro, y esa ausencia permitiría la presencia de Chile. “Solo entiendes tu lenguaje y tu paisaje cuando empiezas a perderlos”. 

El cartógrafo del “Mapa de las novelas escritas en la Ciudad de México en donde Chile es el escenario principal…” omitió, tal vez por ignorancia, tal vez porque estaba distraído en la muy específica búsqueda de novelas sobre Chile inspiradas por la Ciudad de México, otra coincidencia: que Mambo y Poeta chileno fueron escritas más o menos al mismo tiempo. Es decir que por el año 2019 Alejandra Moffat y Alejandro Zambra se encontraban escribiendo novelas que transcurren en Chile mientras miraban versiones más o menos similares de la Ciudad de México por la ventana, como un recordatorio de que las novelas carecen de identidad nacional, o, lo que resulta indudable y ostensiblemente mejor, que las novelas saben cruzar fronteras mejor que los vivos y también mejor que los muertos.