Debido al golpe militar, muchas películas filmadas durante el gobierno de la Unidad Popular tuvieron que terminarse en el extranjero. Es el caso de Queridos compañeros, de Pablo de la Barra, rodada en 1973 y reconstruida años más tarde. La cinta invita a superar, en palabras de Iván Pinto, “la melancolía de izquierda en la que estamos sumergidos”.
El historiador Enzo Traverso propuso la idea de una “melancolía de izquierda” necesaria para observar los procesos revolucionarios del siglo XX y su legado, atravesando el duelo y su necesaria redención para un proyecto contemporáneo. Pensar desde lo inconcluso se vuelve una manera de reflexionar sobre nuestro frágil presente. Así, a 50 años del golpe militar, vale preguntarse: ¿Qué recordamos? ¿Qué olvidamos? ¿Qué memorias movilizamos?
Existe una cantidad importante de películas que podríamos citar en torno al golpe. Ahí están los lúcidos análisis de La batalla de Chile (Patricio Guzmán, 1975) o La espiral (Armand Mattelart, 1976), pasando por los dolorosos registros de los primeros días del golpe por parte de documentalistas como los alemanes Walter Heynowski y Gerhard Scheumann, el francés Bruno Muel, el reportaje español Toque de queda (1973), el registro amateur de Juan Angel Torti (1973), que captura la ciudad de Santiago intervenida por los militares el día del golpe; o el doloroso registro del camarógrafo Leonardo Henrichsen, quien filma su propia muerte durante el Tanquetazo de 1973. No obstante, al revisar el caso de Queridos compañeros (1977), de Pablo de la Barra, la pregunta por la memoria se vuelve central.
Se tenían datos sobre esta película, pero recién hace unos diez años se supo más a partir de exhibiciones en muestras y gracias a la recuperación que hizo Álvaro de la Barra, sobrino del director, a través del documental Venían a buscarme (2016). En un inicio, Queridos compañeros era una ficción rodada en 1973 que se planteó retratar el surgimiento de nuevas formas de organización revolucionaria mediante la historia de Vicente y José, militantes que buscaban apoyar a movimientos de campesinos y pobladores durante el gobierno de Frei Montalva. En tono de thriller, la película homenajeaba los filmes de Costa-Gavras, en particular Estado de sitio (1972). Pero el rodaje se vio interrumpido, primero, por el Tanquetazo de junio de 1973, y después, por el golpe, luego del cual la casa de la productora fue allanada y se perdió parte del material. De la Barra se fue al exilio y gracias a una gestión diplomática se recuperó algo de la película, lo que le permitió terminar el montaje en Venezuela hacia 1976.
La película toma como punto de partida el filme que no pudo ser. Mientras la ficción se ambientaba entre 1967 y 1970 (es decir, entre el fin del gobierno de Frei Montalva y el ascenso de Allende), la “nueva” película asume 1973 como hito disruptivo y 1976 como una reflexión posterior desde el exilio. En la sala de montaje, y en una especie de reconstrucción por vía del archivo, el director cuestiona en voz en off las disputas de la izquierda y determinadas posiciones militantes que no veían posible el triunfo revolucionario sin la toma del poder desde las bases; así como los hechos y el ambiente político que construyeron un punto de no retorno hacia 1973.
Aún más interesante se vuelve dentro del filme el juego entre ficción y documental. Por un lado, la ficción buscaba “documentar” un pasado reciente desde una posición coyuntural (desde 1973, se busca reflexionar sobre la emergencia de la izquierda revolucionaria entre 1967 y 1970, y analizar su rol en el ascenso allendista); a su vez, es el propio acontecimiento del golpe el que emerge como suceso en la producción del filme. Se registra, por ejemplo, a los actores con las ropas de sus personajes, saliendo a marchar en apoyo a la Unidad Popular, o se comenta la ausencia de las pistas sonoras allanadas. Ficción y documento, así, se imbrican, para ser observados desde una posición anacrónica.
La sala de montaje se vuelve no solo una excusa narrativa dentro del filme, sino que alude también a la operación de montaje de la propia memoria que puede regresar, detenerse y volver a interrogar el orden de los sucesos a la luz de una experiencia contemporánea. Queridos compañeros invita a desfijar lo estático y a reescribir el duelo, un acto necesario para salir de la melancolía de izquierda en la que estamos sumergidos.