“Este grupo constituyente reúne emergencias sociales imposibles de homologar. No se trata de pensar solo oposicionalmente, sino entender que en su conformación se alberga un extenso campo de no coincidencias. Los cuerpos electos son una multiplicidad de escrituras sociales que buscan redactar también un texto múltiple, más complejo, actual y poblado”.
Por Diamela Eltit
Habitamos (hoy mismo) un territorio social recorrido por la incertidumbre. Un tiempo que se verificará en el tiempo. La escritura de la nueva Constitución será, sin duda, importante para ampliar fronteras jurídicas que apunten a reconfigurar normativas que posibiliten la ampliación de lo público, los poderes del Estado y su beneficio en los espacios sociales.
Esta escritura forma parte de un protocolo que busca actualizar el marco según el cual se regirá el territorio y, por otra parte, desalojará la figura de Pinochet y sus aliados civiles del control jurídico (material y simbólico) que hasta hoy mismo nos rige. El acuerdo constitucional fue activado por la urgencia del estallido y la extrema violencia ejercida por la policía. Se materializó durante la extensa enfermedad que hasta ahora ha ocasionado una suma de miles de muertos, especialmente de personas habitantes de sectores periféricos a lo largo del país.
El estallido puso en evidencia la existencia de micropolíticas, de formas de resistencia generadas por la ciudadanía ante el poder del neoliberalismo extractivista (de recursos naturales y de los cuerpos, especialmente de mujeres). Estas formas de resistencia moleculares operaban como políticas autogestionadas y autónomas. Fueron esas organizaciones móviles, minoritarias, muchas de ellas agrupadas bajo La Lista del Pueblo, las que consiguieron torcer la conformación hegemónica de la política y configurar los flujos que hoy pueblan la Constituyente. Más allá de la crisis interna, muy lamentable, explosiva y elocuente, que hoy cruza a los integrantes de La Lista del Pueblo, su poderosa emergencia constitucional es la que hay valorizar, porque ellos conformaron las líneas de fuga que los consolidaron como modelos de resistencia. Transitaron de lo virtual a lo real, pusieron de manifiesto las diferencias que pueblan lo heterogéneo. Hicieron historia.
La intensidad política ahora está volcada a desplegar diversidades: la plurinacionalidad, la autonomía de los pueblos originarios, identidades transbinarias, prácticas, comunidades, bienes comunes, equidades que podrían encontrar, en una nueva escritura convencional, espacios proclives a los cambios de paradigmas. Y allí, una de las interrogantes complejas y abiertas radica en la cultura.
Definir “la Cultura” requiere pensar agudamente una multitud de campos, porque la cultura radica en el lenguaje, porque después de todo y antes que nada “somos lenguaje”. La escritura misma es una parte del lenguaje (entre muchos). El lenguaje o los lenguajes producen y, a su vez, reproducen cada una de las estructuras que forman la organización social del mundo o, dicho de otra manera, la sociedad es codificación. En ese sentido, la Constitución misma es una producción cultural.
La composición de los constituyentes conforma un mapa humano múltiple que en su interior contiene diversas gramáticas, desde el rechazo a modificar el texto de 1980 hasta nuevas formas de inclusión, considerando el género como un punto primordial en la búsqueda de equidad. Se apela a la reconfiguración de los cuerpos en sus territorios ya simbólicos, ya materiales, para generar autonomías, disminuir el centralismo y promover los bienes comunes.
En ese sentido, este grupo constituyente reúne emergencias sociales imposibles de homologar. No se trata de pensar solo oposicionalmente, sino entender que en su conformación se alberga un extenso campo de no coincidencias. Los cuerpos electos son una multiplicidad de escrituras sociales que buscan redactar también un texto múltiple, más complejo, actual y poblado.
Pero, desde luego, la contingencia de la composición de los constituyentes es producto de un hecho excepcional, no es aplicable a la realidad más real nacional, puesto que el control hegemónico del ultracapitalismo se mantiene hasta hoy intacto mediante la captura del sentido, es decir, este neoliberalismo irracional, fundado en la avidez y en la concentración de riqueza, se ha dotado de una poderosa racionalidad económica que lo sustenta y lo sostiene. Y eso atraviesa (y controla) cada uno de los dilemas, géneros, territorios, identidades, recursos básicos.
Resulta oportuno referirse aquí a las creaciones estéticas y su lugar en la escritura constitucional. Desde luego, las producciones artísticas no son constitucionalizables, y no lo son porque parte importante pertenece al campo de lo intempestivo, de la disrupción y de la irrupción. Así, no es posible poner sobre ellas normativas, pues atraviesan tiempos y fronteras. Muchas de las prácticas artísticas trabajan fundamentalmente con un deseo que, en general, está “fuera de control”. O como lo señalan Gilles Deleuze y Félix Guattari, emanan de la creatividad, que puede ser entendida como una “máquina deseante” que une lo subjetivo y lo real. La creatividad artística es productiva porque se funda precisamente en un deseo que es producción, un deseo que es poética. En ese sentido, situar la producción estética en la Constitución implicaría una forma de control apaciguadora del deseo.
Entonces pienso que más allá de establecer la creatividad como un derecho y favorecer iniciativas que apunten en esa dirección, será el conjunto de la tarea constitucional el que posibilitaría un territorio más favorable para las producciones estéticas. Todas cuestiones culturales como paridad, comunidades, geografías, diversidad y libertades (cada una como territorios por ganar, horizontes por construir, nunca inmediatos) podrían contribuir a favorecer, reconocer, difundir los campos creativos.
Desde luego, en el marco constitucional hay que poner en marcha instrumentos burocráticos que apunten a financiamientos. Pero el punto estratégico para la producción artística es cómo generar espacios que integren la burocracia pero que, a la vez, la atraviesen y hasta rehúyan las normativas más monótonas, para evitar así que se desencadenen mecánicas de disciplinamiento sobre los campos estéticos.