«La universidad pública nos insta a asumir las contradicciones, los movimientos trágicos del desarrollo social y político”, escribe Laura Lattanzi frente a los recortes a la educación superior anunciados por el gobierno argentino.
Seguir leyendoPor fin un hogar
Frente al conflicto por los recortes a la universidad pública en Argentina, María Sonia Cristoff, escritora y docente de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, defiende el papel que tienen estos espacios en la creación de comunidad.
Seguir leyendoLas universidades argentinas en la encrucijada
Luego de que el gobierno de Javier Milei anunciara un recorte en el presupuesto universitario, cientos de miles de personas se manifestaron el 23 de abril en defensa de la educación pública. En esta columna, la académica chileno-argentina Alicia Salomone explica la situación que vive el país vecino y advierte que estas reformas amenazan la continuidad de la docencia y la investigación, y también el funcionamiento de hospitales universitarios.
Seguir leyendoLegalización del aborto en Argentina: de hijas a madres de la historia
Las conmemoraciones del centenario de la Reforma Universitaria de Córdoba coincidieron con la expectación y celebraciones ante el fallo del Congreso de la Nación Argentina que comenzaría el camino hacia la legalización del aborto en ese país. La periodista Ximena Póo, testigo de esa vigilia callejera, relata los intensos momentos y el cruce de discursos en ese momento histórico. “La conexión entre los procesos es evidente, porque las reformas estructurales obligan a cruzar conocimiento, formación social, transformaciones, clases y proyectos de futuro”, reflexiona.
Por Ximena Póo | Foto de portada: Paula Kindsvater
A cien años de la Reforma Universitaria de Córdoba, del Grito de Córdoba en las aulas, los campus, el país y América Latina, la Revolución de las Hijas se dejó ver en las aulas, los campus, las calles, la vida. De verde se tiñeron los cristales antes que la conservadora imagen de la historia se rompiera en mil pedazos esos días de junio, cuando en el Congreso de los Diputados de la Nación, en Buenos Aires, se aprobara la legalización del aborto en Argentina. No hay equipajes perdidos cuando se trata de transformaciones sociales. No hay tiempo que perder, se decía en las calles cordobesas, a una hora de viaje en avión desde Santiago de Chile. Aquí, al lado, pero tan lejos. Argumentos y afectos se cuelgan de abrazos entre mujeres que no se conocen. Las calles arden entre pañuelos verdes y fogatas a la espera de la votación allá en la capital. Las voces de las provincias, aquellas que se organizaron por meses y años en movimientos políticos, partidos, juntas de vecinas/os, viajaron a la capital. No hay ojos cansados en las calles cordobesas cuando se trata de luchar por dignidad, libertad, clase. Aquí se juega el fin de la clandestinidad, porque la clandestinidad mata.
Lo que está en juego es voltear la estructura patriarcal con discursos que dan paso a los hechos, con actos, como el simple gesto de “ser dueña de tu propio cuerpo y los destinos de tu vida”, como dice Rosario, de 19 años, mientras mira la fogata que está junto a ella y dice que “esto es para que no sigan muriendo, sobre todo las compañeras pobres; porque este derecho debe ser resguardado por el Estado y nadie tiene que impedirlo, piense lo que se piense”. A su lado, Matilde, que cruza los 20, ofrece café, abrigo y pañuelo: “¿Sabes? Es emocionante saber que mi mamá no pudo, que mi abuela no pudo, que yo sí podré si me veo oprimida; el aborto es la última opción. Nadie quiere abortar por abortar, pero si estás en una situación así de dura es bueno saber que la sociedad está contigo y no te condena; el Estado debe educar, proveer métodos anticonceptivos, pero si todo falla, no puede tirar tu vida; el Estado somos nosotras también”.
Madrugada, 14 de junio. Mientras los hombres acompañan, ellas buscan señal para los celulares, hacen turnos para apuntar los argumentos llegados desde el Congreso; cuentan y juntan fuerza para enviar, como un ethos renovado que fuera posible enviar por chat hasta Buenos Aires, donde están amigas, parientes, compañeras. De los carteles a las redes digitales que conectan al mundo todas las frases. Cordobesas y de pueblos cercanos hacen trueque de azúcar, yerba mate, y escuchan, traslapando a 2018 el tremendo capital colectivo de pertenencia que las une en movimiento: “Ese Estado ausente es un Estado femicida. Aborto legal ya”, “El aborto clandestino es femicidio de Estado”, “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para prevenir, aborto legal para no morir”, “Aborto libre y seguro”, cuelgan de carteles improvisados y de las bocas de quienes solidarizan incluso desde la vereda de quien “no me haría un aborto; daría en adopción”, como dice Florencia –de unos treinta años- mientras se apura por llegar a la cabecera de la marcha y sostener los grandes lienzos verdes que se abren paso. La convicción de Florencia no le impide pensar más allá de ella misma y eso me recuerda un texto que le menciono, aparecido por estos días en las redes. Se trata del testimonio de la ginecóloga Cecilia Ousset, quien se rebeló ante el dolor: “Por dieciocho años en la práctica ginecológica, por mujer, por católica, por trabajar permanentemente mi interior para lograr la coherencia y abandonar en la mayor medida posible la hipocresía, digo: QUIERO ABORTO LEGAL, SEGURO Y GRATUITO para todas las mujeres que se encuentren en una situación desesperante e íntima. Me repugna un país donde después de un aborto las ricas se confiesen y las pobres se mueran, donde las ricas sigan estudiando y las pobres queden con una bolsa de colostomía, donde las ricas hayan tapado la vergüenza de su embarazo en una clínica y las pobres queden expuestas en un prontuario policial. La discusión no es aborto sí o aborto no. Eso lo dejemos para las discusiones de los creyentes y para tomar nuestras decisiones personales. La discusión en el Congreso de la Nación es si esta sociedad desea que entre las mujeres que indefectiblemente se van a practicar un aborto se pueden lograr las mismas seguridades clínicas para hacerlo. Para que las pobres no sean mujeres de segunda o tercera categoría. Para que las pobres también sigan vivas para arrepentirse, confesarse, tener un hijo con una pareja continente o en una mejor situación económica o emocional. Para que la sociedad sea menos hipócrita y haya en la realidad de la muerte, un poco más de amor”. Los fragmentos dan cuenta de una América Latina colonizada por el catolicismo y el neoliberalismo, a sangre y fuego, y refugian sororidad y emancipación, restituyendo la lucha por la urgencia de alcanzar Estados garantes, no sexistas. Estado laicos, por fin, y no sólo en papel. Le leo a Florencia mientras caminamos al ritmo del grito “¡Nosotras parimos, nosotras decidimos!”. Argentina hoy dejó el celeste de lado; hoy Argentina es verde y la consigna es “que se extienda por toda América Latina”. Hoy Argentina espera.
A minutos de la votación. Despunta el frío de la mañana en Córdoba y los pañuelos verdes se acomodan sobre la nariz, se regalan o se venden a cuarenta pesos. Todas queremos uno para no olvidar este día y los que vendrán, para no tener que pintar más pancartas con letras de horror: “Sobrevivir a un aborto es privilegio de clase”. Algunas hablan de Islandia, de que en la marcha hay pocas mujeres de las villas, que no importa, que ellas saben que sus voces son las de todas aquellas que echan mano a lo que tienen para decir lo que ahora se dice y antes se negaba. Cuerpo y discurso se ven en las calles y en la tele, en los diarios y en los idearios de movimientos y partidos. Hay canas y rostros teñidos de glitter verde. Cuerpos portadores de cifras escritas en negro sobre amarillo: “En Argentina se producen 450.000 abortos por año”. Como dice otro cartel, “Ni muertas ni presas ¡Vivas y libres nos queremos!”. En el espejo de la calle todas caben y nadie puede hacerles daño.
“Yo creo que mi madre, que tiene 63 años, alguna vez en su vida, mucho antes de que yo naciera, se hizo un aborto y lo pasó mal. Recién, hace unos días, me di cuenta de eso, cuando leíamos el diario y me queda mirando como queriendo contarme algo; ella no sale a manifestarse, lo hacía en dictadura, pero poco, por el miedo. Ese día me pidió mi pañuelo y me preguntó si podía ir conmigo y mi grupo. Ella se llama como yo, Juana, y creo que está orgullosa de lo que hemos hecho. Llevamos meses luchando, años otras, décadas las más. Salí a la calle con mi madre y lloramos, y se abrazó con muchas más. Ella vive sola, nunca tuvo muchas parejas y sé que antes de mí lo pasó mal, pero no habla de eso. Ese día algo entre nosotras creció. Quedamos de encontrarnos aquí, afuera de Patio Olmos; ella no se perderá la votación porque ganaremos”. Juana, de 21 años, estudia Arquitectura en la Universidad Nacional de Córdoba y ha sido parte de las estudiantes que han apoyado, como voluntaria, la organización de la III Conferencia Regional de Educación Superior para América Latina y el Caribe (CRES), a la que se inscribieron unos doce mil académicos/as y funcionarios/as de las universidades de la región, incluidos rectores como el de la Universidad de Chile, Ennio Vivaldi. Esa mañana muchos de los asistentes al CRES no querían perderse la calle y este nuevo “grito”. La conexión entre los procesos es evidente, porque las reformas estructurales obligan a cruzar conocimiento, formación social, transformaciones, clases y proyectos de futuro. Obligan a hacerse cargo.
Sobre las 10:00 horas, Avenida Vélez Sarsfield, Córdoba. En las pantallas compartidas se alcanzan a ver y escuchar a los/as congresistas hasta llegar a Silvia Lospennato (PRO), impulsora del proyecto por el aborto legal, seguro y gratuito. Lo que sucedía en el Congreso a esa hora ya estaba en las calles de todo el país, que la escuchaba atentamente. No se movía ni el viento. Lospennato cerró más de veinte horas de argumentos, aplaudida por partidarios y opositores: “Tenemos la posibilidad de modificar una ley de cien años, reflejar los avances de los derechos de las mujeres que se han producido. Ninguno de nosotros es el mismo que era antes de empezar este debate. Todos atravesamos un proceso de profundo aprendizaje, de eso no hay vuelta atrás, porque pudimos nombrar el dolor que significa el aborto en nuestro país, un dolor que se confunde con la culpa, la criminalización y la desigualdad. Cientos de mujeres se animaron a contar la soledad que vivieron de manera clandestina, hoy la sociedad argentina no es la misma. Se buscó en el debate hacernos creer que estamos discutiendo aborto sí, o aborto no. Lo único que venimos a hablar es de aborto legal o clandestino. Dijeron que quieren salvar las dos vidas. Es una falacia. Lo que quieren es forzar a una mujer a ser madre”. Calle y Congreso parecieran saber que ahora, justo ahora, se construye la historia. “En la memoria –continuó- de Carmen Argibay, de Dora Coledesky y Lohana Berkins, de Veronica Barzano. A las sororas, esta multipartidaria de mujeres que llegó para quedarse en la política argentina, unidas en las diferencias pero siempre a favor de las mujeres. A las mujeres en sus casas, a nuestras madres y nuestras hijas. Que el aborto sea legal, seguro y gratuito. Que sea ley”. Votan en Buenos Aires. Y “la media sanción de la ley” es aprobada. Será ley. Al minuto, lágrimas, gente que se suma, la cabecera se vuelve verde, los pañuelos se alzan en triángulo y sigue caminando. Argentina decide abrazar la Revolución de las Hijas. Y no sólo Argentina: el verde de las hijas comienza a teñir el continente