El biólogo hace un llamado a recuperar la “memoria biocultural” y a regular la intervención humana en hábitats naturales.
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El Premio Nacional de Geografía advierte que el clima no es producto solo de la naturaleza, sino también de las intervenciones urbanas. “Como consecuencia de ello, ha perdido su calidad de bien libre, bien común y se ha convertido en un commodity más”.
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“Se necesitan cambios políticos y económicos en distintas escalas, que van desde las comunidades hasta la sociedad mundial. Los beneficios no serán directos ni inmediatos, por lo que la capacidad de gobernarnos con una mirada de largo plazo y con una perspectiva solidaria es fundamental […]
Seguir leyendoCrisis climática: Una contienda desigual
El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático es “un código rojo para la humanidad”, en palabras de António Guterres, secretario general de la ONU. Según el estudio, si no se hacen cambios drásticos e inmediatos, la vida en el planeta se verá afectada de forma radical: sequías feroces, megaincendios, escasez de agua potable, olas de calor y desplazamiento de poblaciones son algunas de las consecuencias.
Seguir leyendoEl agua en el Chile que viene
Parece existir consenso en que hay que modificar el Código de Aguas, no solo para corregir las incongruencias que existen entre este cuerpo legal y la Constitución, sino también para considerar aspectos como el cuidado de glaciares, los efectos del cambio climático y varios ámbitos que van más allá del uso agrícola, como la minería, la producción industrial, la prestación de servicios públicos y otras materias relativas a la contaminación por efectos del uso indiscriminado de agroquímicos y de fertilizantes.
Por Roberto Neira
El agua cumple tres roles esenciales para la sostenibilidad del desarrollo planetario: permite y asegura la vida y la salud de las personas, permite la sostenibilidad del desarrollo económico y asegura la sustentación de los distintos ecosistemas mundiales. A pesar de este papel insustituible para la vida en el planeta, se está convirtiendo en un recurso cada día más escaso y susceptible de recibir contaminación, tal como lo hacen el suelo y el aire.
Esta escasez se hace más patente si consideramos que el agua dulce solo representa el 3% del agua existente en el planeta y que solo el 0,6% está disponible para uso humano. Basta con señalar que cada persona requiere diariamente de dos a cinco litros de agua para beber, y de 3.000 a 5.000 litros para producir los alimentos que consume.
Solo en el último medio siglo el agua ha sido considerada como un recurso escaso para la humanidad, lo que ha ocurrido en la medida en que su consumo ha ido creciendo a ritmos insostenibles en relación con la real disponibilidad, provocando un deterioro creciente de las cuencas hidrográficas del mundo. A ello se ha sumado el efecto del cambio climático, el cual está aumentando los períodos de sequía, concentrando la distribución anual de las precipitaciones y generando eventos meteorológicos extremos y catástrofes naturales, que no eran frecuentes, por lo menos, desde que se tiene registros climáticos.
A nivel global, la agricultura es el sector que más agua dulce demanda —cerca del 80% del total—, y empieza a enfrentar serios problemas para su crecimiento sostenible. Chile no está ajeno a esta situación, donde la agricultura es uno de los sectores más afectados. Un informe publicado en agosto de 2019 por el Instituto de Recursos Mundiales —organización no gubernamental con sede en Estados Unidos, dedicada a investigar la administración sostenible de los recursos naturales—, señala que Chile se sitúa en el lugar 18 entre 164 países que poseen un alto nivel de estrés hídrico en su agricultura, siendo el único país latinoamericano que está en esta condición. Alrededor de un tercio de los cultivos de riego enfrentan estrés hídrico alto. Dado que el agua de riego generalmente proviene de las mismas fuentes que se utilizan para los hogares y para los servicios de energía, minería y otros, en un escenario de bajo suministro y de alta demanda, surge una brutal competencia por el agua, especialmente cuando su gestión es deficiente.
En Chile, hay un acoplamiento claro entre el crecimiento y desarrollo con el uso del agua. En los últimos 30 años, el producto creció más de tres veces, estimándose que aproximadamente el 60% del PIB, especialmente el sector exportador, depende del agua. Estudios realizados por nuestros académicos durante más de 30 años señalan que el fenómeno de disminución de precipitaciones y aumento de temperaturas, que se manifiesta en gran parte de Chile producto del cambio climático, agudizará el problema. Por ello, una de las tareas fundamentales que enfrenta el Estado chileno actualmente es definir una Política Nacional de Recursos Hídricos, que permita optimizar el uso del recurso para minimizar los déficits.
Esta tarea, sin embargo, es compleja y requiere de las mejores capacidades técnicas y de acuerdos políticos basados en una mirada de largo plazo y que tome en cuenta la historia. Una de las cuestiones mas importantes es que el Derecho de Aprovechamiento de Aguas es un derecho que otorga al titular el uso, goce y disposición de las aguas. Es interesante hacer notar que los Códigos de Agua de Chile, de 1951, 1967 y 1981 han definido al agua como un bien nacional de uso público.
Hoy estamos en plena discusión para reformar el Código de Aguas vigente, pero esta discusión deberá hacerse a la luz de la nueva Constitución Política del Estado, ya que ella deberá contener modificaciones importantes que posibiliten cambiar el Código de Aguas. Ello, porque que la actual Constitución señala que “Los derechos de los particulares sobre las aguas, reconocidos o constituidos en conformidad a la ley, otorgarán a sus titulares la propiedad sobre ellos”. Esta disposición está en abierta contradicción con lo señalado precedentemente, ya que el Código de Aguas señala que el agua es un bien nacional de uso público.
Las reformas que requiere el Código de Aguas deben propender a priorizar el consumo humano, preservar el patrimonio ambiental del país y aumentar las potestades del Estado para controlar el cumplimiento de las normativas. Una de las limitaciones principales del actual sistema es que la gestión del agua no está integrada a nivel de cuencas, y las capacidades de gestión del recurso resultan muy asimétricas a lo largo del país. En este escenario, se dificulta hacer frente a la progresiva competencia por el agua, a la creciente contaminación de sus fuentes y, en general, la creciente demanda sobre los recursos hídricos.
El actual Código de Aguas no facilita la gestión adecuada del agua, ya que considera que el agua es un bien económico, pero el único instrumento económico que consagra es el del mercado del agua. No hay ni cobros por su uso, ni impuestos específicamente vinculados al agua, ni pagos por descargas de aguas servidas. En general, puede decirse que existe una gratuidad en la mantención o tenencia del recurso, en su uso y en la generación de efectos externos. De acuerdo con el actual Código, se otorgan a particulares Derechos de Aprovechamiento perpetuos, además, tanto los derechos concedidos por el Estado como los reconocidos por este gozan de una amplia y fuerte protección y están amparados, como ya se ha dicho, por las garantías constitucionales relativas a los Derechos de Propiedad. Este es un caso único en los países de la región y constituye una limitación seria para hacer modificaciones al Código de Aguas, el cual consagra, además, una total y permanente libertad para su uso, pudiendo los titulares de los derechos destinarlos a las finalidades que deseen; transferirlos en forma separada de la tierra para utilizarlos en cualquier otro sitio y uso; y, comercializarlos a través de negociaciones típicas de mercado, como venderlos, arrendarlos o hipotecarlos.
Parece existir en el país concordancia en que hay que modificar el Código de Aguas, no solo para corregir las incongruencias ya señaladas entre este cuerpo legal y la Constitución, sino también para considerar aspectos que no están incluidos, como el cuidado de glaciares, los efectos del cambio climático y varios ámbitos que van más allá del uso agrícola, como son el uso del agua para la minería, producción industrial, la prestación de servicios públicos (agua potable, por ejemplo), la disposición de las aguas servidas y otras materias relativas a la contaminación por efectos del uso indiscriminado de agroquímicos y de fertilizantes.
Por ultimo, el Código de Aguas debe hacer que el Estado asuma un rol mucho más preponderante en la fijación de políticas publicas inclusivas, coherentes y que estimulen la inversión privada. Para ello se requiere elaborar un plan de desarrollo de largo plazo y que garantice la equidad en la distribución del agua, priorice su uso, dote al Estado de herramientas de diagnóstico y control que estimulen el uso de nuevas fuentes de agua —como la desalinización— y que incentive la investigación agrícola para desarrollar técnicas más eficientes de riego, plantas más resistentes a la sequía y sistemas de cultivo menos dependientes de los avatares climáticos.
Una parte importante de la crisis hídrica que está viviendo la agricultura chilena deriva de la falta de inversión en infraestructura de riego. Los 35 embalses regulatorios existentes en el país, que han sido construidos por el Estado en casi su totalidad, solo regulan el 30% de las aguas disponibles para riego en el país.
Maisa Rojas: “La pandemia y el cambio climático manifiestan la misma crisis humana”
La climatóloga y directora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2 de la Universidad de Chile analiza el lugar que ha tomado hoy la crisis medioambiental en medio del desafío que supone enfrentar la expansión del Covid-19 y advierte que si no se toman las medidas adecuadas, una recesión económica podría agudizar la emisión de gases de efecto invernadero.
Por Denisse Espinoza
Todo hacía esperar que la discusión sobre el cambio climático fuera la gran protagonista del 2019 y que Chile tuviera un lugar principal como sede de la COP25, a la que asistiría la adolescente activista Greta Thunberg, elegida como persona del año por revista Time. Sin embargo, el estallido social que comenzó el 18 de octubre cambió radicalmente el escenario. El gobierno debió enfocar sus prioridades hacia la contención de las manifestaciones y el gran encuentro mundial del cambio climático se movió hacia la ciudad de Madrid al mismo tiempo que el barco que traía a la joven sueca se desviaba hacia el Atlántico.
Claro que eso no fue todo. La aparición del Covid-19 y su rápida expansión volvió a cambiar las prioridades, ahora mundiales, y la urgencia del calentamiento global deberá otra vez esperar su turno en la lista de desastres inminentes.
Para Maisa Rojas, climatóloga y directora del Centro de Ciencias del Clima y la Resiliencia (CR)2 de la Universidad de Chile, ambos fenómenos no dejan de estar relacionados. “Tanto la pandemia como el cambio climático son manifestaciones de la misma crisis humana, son el resultado de la mala relación que tenemos con el planeta”, afirma. “Si comparamos el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad con la pandemia, nos parecerán crisis menos agudas, porque nada antes nos había obligado tan drásticamente a pararlo todo en un mes, ni en la película de ciencia ficción más mala lo habríamos imaginado, pero la crisis del cambio climático también el año pasado nos estaba mostrando eventos extremos muy dramáticos y evidentes, como los incendios en Australia, que fueron el infierno, y las olas de calor. Llevamos 10 años con una mega sequía en la zona centro-norte de Chile, entonces, claro, comparado con la pandemia, esto nos parece algo lento, pero hoy tenemos claro que esos eventos extremos que ya hemos presenciado se van a intensificar tanto en duración como en frecuencia y magnitud. Es esencial que actuemos desde ya”.
La académica del Departamento de Geofísica de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas fue quien lideró el comité científico en la COP25, detrás de la ministra Carolina Schmidt. La instancia tuvo un desarrollo complejo, con resultados que fueron calificados de insuficientes. “Mi evaluación de ese encuentro es que la negociación internacional es súper compleja y lo hubiese sido para cualquier país que hubiese tomado la presidencia, No creo que Chile lo haya hecho particularmente mal, en rigor, si lees los diarios después de cualquiera de estos encuentros, la evaluación siempre es más bien negativa, porque finalmente no hemos logrado resolver el problema. Hoy la situación es aún más compleja, porque la prioridad es ahora resolver la pandemia, aunque la convención marco del cambio climático sigue activa. Al mismo tiempo, aún no tenemos claro cuándo va a ocurrir la COP26, aunque en principio se fijó para inicios de 2021”, cuenta la académica sobre el evento que se realizaría en noviembre de este año en Glasgow, Reino Unido.
-De cara a ese nuevo encuentro, ¿en que posición se encuentra Chile hoy?
Los países tienen que actualizar sus compromisos, los que deben ser más ambiciosos con respecto a los que ya entregaron en 2015. El compromiso era entregarlos durante el 2020 y antes de la COP26, y como ahora la COP26 se movió, no está claro si se alargará el plazo para entregar estos nuevos compromisos, pero dentro del plan de trabajo los países tienen que actualizarlos y elaborar estrategias de largo plazo con miras al 2050. Chile está muy bien, de hecho, porque logró, a fines de marzo, entregar ese documento tal y como lo había anunciado en diciembre. Además, el documento es ambicioso y ha sido muy bien evaluado a nivel nacional e internacional por una serie de elementos que apuntan a lograr altos índices de carbono neutralidad.
La llamada Contribución Determinada a Nivel Nacional (NDC), documento que menciona Rojas, tiene como uno de los compromisos centrales la meta de la carbono neutralidad para el 2050 en seis ejes de acción: industria y minería sostenible (25%), producción y consumo de hidrógeno (21)%, edificación sostenible de viviendas y edificios públicos-comerciales (17%), electromovilidad, principalmente de sistemas públicos (17%), retiro de centrales a carbón (13%), una de las principales medidas habilitantes, y otras acciones de eficiencia energética (7%). En mitigación, Chile se comprometió a un presupuesto de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que no supere las 1.100 MtCO2eq (medida de dióxido de carbono) entre el 2020 y 2030, con un máximo de emisiones (peak) de GEI al 2025, y a alcanzar un nivel de emisiones de GEI de 95 MtCO2eq al 2030. Además, propone una reducción de al menos un 25% de las emisiones totales de carbono negro al 2030, con respecto al 2016.
-En el último Congreso Futuro de enero pasado, donde usted participó con una ponencia, remarcó la urgencia de mantener el aumento de temperatura por debajo del 1,5° con la reducción de gases de efecto invernadero. ¿Cómo afecta esta pandemia el cumplimiento de esa meta?
Bueno, es evidente que lo primero ahora es concentrarse en el control del virus, pero cuando eso se resuelva, lo más crucial es que la recuperación económica post pandemia esté alineada con los objetivos de sustentabilidad económica y de cambio climático, ya que es un hecho que durante las crisis económicas que hemos tenido en el pasado se emiten menos gases de efecto invernadero, pero el tema es que cuando nos recuperamos hay un importante aumento de esos gases. Fue lo que nos sucedió tras la crisis financiera del año 2008 y 2009, donde los índices se dispararon. Eso es lo que debemos evitar. Y no tiene que ver con que una desaceleración de la economía sea buena para el medioambiente, sino que debemos lograr que nuestra economía se desacople del uso de energías que producen gases de efecto invernadero, eso es la “descarbonización de la economía”. La idea es que podamos seguir haciendo lo que tenemos que hacer, crecer y salir de la pobreza, pero sin consumir combustibles fósiles. Eso ha ocurrido bastante en un montón de países, pero en Chile aún no. Por ejemplo, ahora, con la pandemia, muchos negocios han pasado de vender en sus tiendas a hacer servicio de delivery, estamos comprando mucho más online, desde la comida hasta cualquier cosa que necesites, un computador, un refrigerador, etc., y lo haces por delivery, por ende hay una demanda mucho más grande de transporte.
Entonces, imagínate que pudieramos dar algún subsidio e incentivar que ese transporte sea eléctrico y no de diesel, seguiríamos activando la economía, pero de un transporte eléctrico que no emite gases de efecto invernadero. Son ese tipo de decisiones las que habría que tomar ahora, y eso es bien importante porque, por ejemplo, si tengo una pequeña empresa y necesito comprar uno o dos camiones para reparto a domicilio, eso es algo que voy a usar por los próximos 10 años, entonces no es trivial si compro diesel o eléctrico, la consecuencia de esa decisión de hoy va a durar por 10 años más.
-Usted también ha hablado de incentivar una economía circular. ¿De qué forma ayuda esa estrategia a enfrentar el cambio climático?
En el fondo, es cambiar la mirada. Avanzar hacia una economía circular nos va a ayudar porque es otra la manera en que se produce. Normalmente, tú necesitas algún recurso base para producir algo y luego lo produces, lo vendes y hasta ahí llegas, no más. Eso sucede en una economía lineal, mientras que en una economía circular, respecto a cualquier producto que quieras generar, tienes que preocuparte de que la materia prima a partir de la cual lo produces no genere un daño ambiental y de que el producto no sea desechable, sino que se pueda volver a utilizar, sea fácil de reciclar o que tenga una vida muy larga, que te preocupes de todo el proceso, no sólo de la elaboración de tu producto en sí. Es un concepto muy distinto.
-¿Qué hace falta entonces para que Chile dé el paso a este cambio de visión y tome decisiones que consideren el cambio climático?
Mira, creo que la buena noticia es que es cosa de voluntad, más que nada, de mirar las cosas con esa perspectiva, porque algunas cosas no se podrán hacer, pero si por lo menos tengo la perspectiva instalada, ante dos opciones que me cuestan quizás lo mismo, yo elijo la que me va a producir un menor uso de combustibles fósiles, pero habría que tenerlo en mente. Para eso es esencial que el Ministerio de Hacienda asuma el rol en esta activación, y lo bueno es que nuestro ministro, Ignacio Briones, lidera la Coalición de Ministros de Finanzas por la Acción Climática, que es una coalición internacional, así que en teoría él debiera estar muy sensibilizado en el tema. Esperemos que no sólo lidere esta instancia a nivel internacional, sino que aplique sus resultados a Chile, dado que el Ministerio de Medio Ambiente también tiene un plan de trabajo que está inscrito en este compromiso. Deberíamos estar confiados. En el fondo, lo que estamos pidiendo es que todos estos instrumentos que ya existen se apliquen y guíen nuestras decisiones para la reactivación de mañana.
-Durante los primeros días de la pandemia y el consecuente confinamiento de las personas en su casa para evitar contagios se vio que muchas ciudades bajaron sus índices de contaminación. Se viralizó incluso una foto del regreso de cisnes a los canales de Venecia, ya que habían vuelto a limpiarse. ¿Cuánto hay de cierto en que la pandemia ha contribuido a limpiar el planeta?
Es así, no es un mito, pero hay que distinguir dos temas, uno es la contaminación local de las sociedades, que está muy asociada a transportes y que tiene efecto en la salud de las personas, y otra cosa muy distinta es la contaminación por gases de efecto invernadero que tiene efecto en el cambio climático. Por transporte hablamos del material particulado y de otros gases que no tienen ningún efecto en el cambio climático, algunos sí, pero cuando hablamos de que limpiamos el agua, el aire y de que bajaron contaminantes, estamos hablando de contaminantes asociados a nuestra actividad humana individual en ciudades. Esa es una limpieza bastante instantánea que igual es impresionante. Siempre imaginamos qué pasaría si parábamos la circulación de autos en Santiago por dos días. Bueno, ese experimento, digamos, se hizo ahora, y lo que vimos fue que Santiago se descontaminó y cualquier persona en un segundo o tercer piso podía ver la nitidez del aire y el silencio que había. Esos son cambios instantáneos, pero que en cuanto la ciudad vuelva a funcionar, se van a ir también rápidamente. Para el cambio climático necesitamos dejar de emitir esos gases que no están asociados a la contaminación local, y lo tenemos que hacer para siempre.
-En ese sentido, ¿qué decisiones como individuos podemos tomar para contribuir al cambio climático?
No siempre, pero a veces se puede tomar una decisión sobre cómo uno se transporta, tomar la opción de utilizar un transporte que no contamine, como la bicicleta, o caminar o usar scooter eléctrico, qué sé yo. También hay una importante cantidad de gases que se emiten por la cantidad de comida que se pierde o se bota, es un poco menos de un tercio de las emisiones globales, así que es importante. Tengo poco que decir en lo que suceda entre el campesino y el supermercado, pero por lo menos lo que yo compro y lo que yo boto, eso sí lo puedo manejar, y esa es una decisión que uno puede tomar muy fácilmente: lo que yo compro no lo boto. También hay otros hábitos de consumo. En otros países uno puede decirle a su AFP o a su banco que no quiere que invierta el dinero que uno tiene guardado en combustibles fósiles, por ejemplo, y eso todavía no lo podemos hacer acá, pero deberíamos avanzar en eso, y lo otro super importante es votar. La verdad es que vivimos en un país donde afortunadamente no hay grandes negacionistas del cambio climático, como ocurre en Brasil, EE.UU. o Australia, pero lo cierto es que con mi voto yo también puedo obligar a que se tomen ciertas medidas sobre otras. En ese sentido, votar por una nueva Constitución también nos brindará una gran oportunidad de darnos esas reglas básicas de convivencia que sean del siglo XXI, y el siglo XXI tiene de gran telón de fondo el cambio climático, así que definitivamente debe ser incorporado en una nueva Constitución.
El desafío que requiere equidad
“Las decisiones que tenemos entre manos como humanidad requieren de todos, todas y todes. Esto, claro, no puede desconocer que nuestra sociedad humana actual no es una igualitaria, sino que profundamente estratificada y segregada, donde el poder y la influencia están […]
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