Sylvia Eyzaguirre: “Me parece que el rol que pueda cumplir una Nueva Constitución es más simbólico”

La actual investigadora en temas de educación del Centro de Estudios Públicos (CEP) y Doctora en Filosofía reflexiona sobre las consecuencias del estallido social, el plebiscito de octubre y la educación escolar durante la pandemia del Covid-19. “La vuelta al colegio debiera ser lo antes posible, en la medida en que las condiciones sanitarias lo permitan”, considera.

Por Javier García Bustos

“Por las mañanas somos profesoras y por las tardes hay que hacer el aseo”, cuenta Sylvia Eyzaguirre sobre sus días de cuarentena por el Coronavirus, dando cuenta también de la manera en que la pandemia ha cambiado la rutina. Licenciada en Filosofía en la Universidad de Chile, Doctora en Filosofía por la Universidad Albert-Ludwig de Friburgo, Alemania, Sylvia Eyzaguirre fue asesora del ministerio de Educación y desde 2014 es investigadora en temas de educación del Centro de Estudios Públicos (CEP), además de columnista del diario La Tercera. “Hemos tenido la facilidad de trabajar a distancia. En ese sentido, no hemos visto interrumpido nuestro trabajo, sino que hemos cambiado el lugar de trabajo”, señala a Palabra Pública la académica sobre su labor en el CEP, quien acá se refiere a varios temas, como la educación online, la necesidad o no de una nueva Constitución, la desigualdad social y cómo ha funcionado en este tiempo la clase política.

Licenciada en Filosofía en la Universidad de Chile e integrante del Centro de Estudios Públicos, Sylvia Eyzaguirre.

—¿Cómo ha enfrentado el CEP los nuevos desafíos ante la crisis sanitaria del Coronavirus? 

Sin duda, las condiciones son diferentes, porque muchos de nosotros tenemos que hacernos cargo de nuestros hijos: por las mañanas somos profesoras y por las tardes hay que hacer el aseo y hay que lidiar con los quehaceres de la casa, y junto con ello hay que cumplir con la jornada laboral. Pero claro, el CEP nos ha entregado las facilidades para poder hacerlo. Claramente, la productividad no es la misma, pero poco a poco agarramos el ritmo. Ahora hay un antecedente: con el estallido social ya tuvimos que cambiar nuestras agendas para hacernos cargo de los acontecimientos que estaban ocurriendo en el país y ahora sucede lo mismo con el Covid-19.

—Y ante las circunstancias, ¿cómo se proyecta el CEP? 

Para nosotros, en momentos como estos, el CEP cobra más relevancia. Somos un centro que busca reflexionar sobre los problemas del país y dar soluciones rigurosas y enfrentar los desafíos. Es así como desde la contingencia se muestra la importancia que tienen estos centros de estudios. Y, gracias a la libertad que tenemos los investigadores, frente a los nuevos desafíos, nos adaptamos. Desde la casa, igualmente, tenemos acceso a las bases de datos, en mi caso el ministerio de Educación me sigue suministrando datos. Quizás uno produce menos por tener que hacerse cargo de otras labores, pero no ha afectado la función del CEP.

—En el Congreso se tramitó el Ingreso Familiar de Emergencia. Días antes usted señaló que resultaba lamentable que en Chile, “un país de sólo 18 millones de habitantes, las fuerzas políticas no puedan ponerse de acuerdo para enfrentar la crisis económica”. ¿Las decisiones importantes se están tomando muy tarde? 

En su minuto tuvimos un acuerdo de la clase política para enfrentar el estallido social y ahora, con esta crisis sanitaria de nivel mundial, nuevamente la clase política, y sobre todo la vieja política, logró ponerse de acuerdo. Pero esa es la mitad del vaso lleno. La mitad del vaso vacío es que se demoraron demasiado, hubo mucho desgaste y se han logrado contener ciertas iniciativas populistas que hay en el Congreso, que están constantemente amenazando y que vienen tanto de la coalición de gobierno como de la oposición. Y más allá de los resultados, el costo es muy alto, según la percepción ciudadana, en un escenario en que hay mucho en juego, sobre todo la vida de las personas.

—La pandemia del Coronavirus terminó de demostrar la desigualdad en la que viven los ciudadanos. Muchos creen que una nueva Constitución ayudaría a resolver los problemas de inequidad. ¿Es fundamental una nueva Constitución? 

Me parece que el rol que pueda cumplir una nueva Constitución es más simbólico y, en ese sentido, puede ser muy importante. Si la ciudadanía así lo decide en el plebiscito de octubre, elaborar una nueva Constitución, que es el marco de entendimiento en el cual va a funcionar la política en Chile, puede ser muy bueno para el país. Pero no creo que ese ejercicio vaya a reducir la desigualdad, no creo que mejore la productividad económica del país ni el funcionamiento de los hospitales ni la calidad de la educación. Ahora, el ejercicio de rayar nuevamente la cancha puede ser un ejercicio sanador para el país. Para ello tiene que haber buena fe y generosidad y eso, a veces, no se observa en la clase política.

—¿Urge en Chile un “nuevo pacto social”? 

Viendo las demandas de la ciudadanía, me parece que la respuesta es política y no constitucional. Creo que si queremos avanzar hacia una socialdemocracia con niveles mínimos más altos de bienestar para toda la ciudadanía, eso es una decisión política que se define en las elecciones con las fuerzas políticas que nos representan. Y creo que eso no está en la Constitución, donde sí están los límites del Estado, qué rol cumplen las instituciones, cómo se resguardan los derechos de los ciudadanos, pero lo que tiene que ver con demandas sociales, eso es política. Entonces urge un nuevo pacto social, sí, pero ese es rol de la política. Y el problema es que hay muy poca adhesión de la ciudadanía a las instituciones políticas que nos representan. Ese es el principal desafío de Chile: fortalecer las instituciones políticas

—Desde el desarrollo de la pandemia, ¿cómo ha visto el tema de la educación a distancia? 

Tengo algunas cifras de encuestas que no son 100% representativas y en base a las encuestas que están circulando puedo decir que es preocupante ver lo difícil que ha sido para Chile subirse a este carro de la educación a distancia. Muchas familias no tienen las condiciones físicas en el hogar para estudiar y menos los equipos de acceso a Internet para conectarse a las clases. A veces, los más pequeños no tienen un adulto que los pueda guiar, hay mucha desigualdad con respecto al capital humano. Siempre resaltamos lo desigual que es nuestra educación, pero ahora, con la suspensión de las clases presenciales, hemos observado el tremendo rol que cumplen las escuelas en intentar igualar las oportunidades. Sin duda, siguen existiendo enormes diferencias. Hoy, la mitad de los profesores te dicen que creen que sus alumnos no están aprendiendo, que sólo un 16% ha logrado hacer clases online y que la mayoría, o sea, el 84%, lo que ha hecho es mandar a las casas guías y ejercicios.

—¿Cómo y cuándo debería ser un retorno seguro a clases o deberíamos olvidarnos de este año escolar presencial?

Es muy perjudicial que los niños no puedan ir al colegio, no sólo desde el punto de vista del aprendizaje. La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) sacó recientemente un paper en relación a los riesgos que significa tener las escuelas cerradas. Primer riesgo: desnutrición. En Chile, un millón 600 mil niños reciben dos comidas al día en la escuela. Hoy, el Ministerio de Educación ha hecho un tremendo esfuerzo para entregar a las familias, semanalmente, cajas de alimentos. Pero es muy probable que esos alimentos, pensados para un solo niño, sean compartidos por todo el grupo familiar producto de la crisis económica. Un segundo tema tiene que ver con maltrato y abuso. El hacinamiento en Chile es bajo, cerca de un 18% de los niños viven en esta condición, pero lo más probable es que con el encierro el maltrato y los abusos sexuales aumenten. Por lo tanto, hay niños que lo están pasando muy mal y es muy difícil para el Estado poder detectar cuáles son los niños que están en riesgo. Un tercer tema son las enfermedades mentales y, según evidencia científica, están aumentando más que en un año normal. Ante este panorama considero que la vuelta al colegio debiera ser lo antes posible, en la medida en que las condiciones sanitarias lo permitan. Tal vez dividiendo los cursos por la mitad, alternando jornadas, pero es fundamental el reingreso lo antes posible, especialmente en los sectores más vulnerables.

“Es preocupante ver lo difícil que ha sido para Chile subirse a este carro de la educación a distancia. Muchas familias no tienen las condiciones físicas en el hogar para estudiar y menos los equipos de acceso a Internet. A veces, los más pequeños no tienen un adulto que los pueda guiar, hay mucha desigualdad con respecto al capital humano”

El poder del Estado 

Desde el inicio del Coronavirus se han multiplicado, en la prensa mundial, las opiniones de diferentes filósofos e historiadores ante la incertidumbre por lo que vendrá. Por ejemplo, declaraciones de Yuval Noah Harari (De animales a dioses), del surcoreano Byung-Chul Han (La sociedad del cansancio) y hasta del polémico Slavoj Žižek, quien publicó hace algunas semanas el libro Pandemia. 

—¿Qué reflexiones realizadas en estos tiempos le hacen más sentido? Žižek dijo que el Coronavirus es “el golpe definitivo contra el capitalismo” mientras que Byung-Chul Han señaló que, después de la pandemia, “sobrevivir se convertirá en algo absoluto, como si estuviéramos en un estado de guerra permanente” …

Son reflexiones a partir del contexto, pero creo que se cae mucho en la opinología. Parecen opiniones sobre el futuro y parecen querer predecirlo. En todo caso, es interesante que ambos destacados pensadores contemporáneos tengan visiones totalmente distintas. Es curioso cómo la pandemia incentiva dos aspectos que son parte de la naturaleza humana y donde se produce una cierta tensión. Por una parte, la forma de protegernos de la pandemia es el aislamiento social, y uno sentiría que eso es como un egoísmo, pero al mismo tiempo ese aislamiento genera solidaridad con los otros. En ese sentido, el egoísmo, relacionarlo con el capitalismo, tiene sentido. Y, por otro lado, la crisis económica que está generando la pandemia despierta el espíritu solidario, se relaciona con el vivir en comunidad, porque no podemos vivir eternamente aislados.

—La filósofa Judith Butler señaló que “el aislamiento, en parte, es una estrategia de control estatal, que expande el poder del Estado”. ¿Cómo ve este asunto? 

Con esta situación que vivimos una se da cuenta de la función real que cumple el Estado. El tema es concreto: proteger la vida de los ciudadanos. En estas circunstancias ves el poder que le estamos entregando nosotros, voluntariamente, a este Estado sumamente poderoso que oprime nuestras libertades individuales, y que nosotros renunciamos a ciertas libertades individuales en pos de un bien común que implica la vida. Esa tensión, que en la normalidad está tan sumergida y tan poco visible, ha salido a la luz de una forma brutal. Es una situación límite donde se demuestra el carácter del Estado y la amenaza y el beneficio que puede ser para nosotros.

—¿Cree que la tecnología ha sido el instrumento que ha triunfado en esta crisis sanitaria? 

De todas maneras. Sería interesante poder estimar, y este es un trabajo para los economistas, cuánto hubiese caído el producto del país si no hubiésemos tenido tecnología. El hecho de que muchas empresas puedan hacer teletrabajo, que muchos trámites que involucran al Estado los puedas realizar vía online o la misma banca electrónica demuestran que Chile, comparado a otros países de la región, en ese sentido, es muy avanzado. Por supuesto, hay muchas áreas donde podríamos avanzar mucho más, como en telemedicina. Obvio que una cirugía no la puedes hacer a distancia, pero varias labores de la medicina podrías hacerlas a distancia. En Chile esto está comenzando y es también una forma de optimizar y focalizar mejor los recursos del Estado.

—Usted firmó una carta en apoyo a Cristián Warnken. ¿Qué opina de las críticas en redes sociales y sobre la figura del intelectual hoy en Chile? 

Creo que las redes sociales se han convertido en una cacería de brujas, en un circo romano donde, a veces, se cree que ese es el reflejo de la realidad, pero Twitter no representa la opinión de la mayoría de las personas. Ahora, el nivel de agresividad que hay en la política, ver cómo se tratan nuestros políticos, es espeluznante. Y luego ves cómo nos estamos tratando en las redes sociales, los foros de discusión, te das cuenta de que hemos perdido algo que es el fundamento de la democracia, que es considerar al otro un igual a ti. Y que ese otro, por más liberal, machista o feminista que sea, merece respeto. Incluso da la impresión de que hay sectores que se alegran con la desgracia del otro. Por ejemplo, con el caso del ex ministro Jaime Mañalich, como que ojalá fracase para hacerlo bolsa. Pero si él fracasa, lo hace todo el país. Ahora, agradezco el rol que han tenido intelectuales de confrontar a esa manada que no piensa y que sólo pide sangre. Y también hay que entender que lo que pasa en El Mercurio, La Tercera y Twitter no es lo que pasa en Chile, eso le ocurre a una élite muy reducida.

—También están las columnas de Carlos Peña, ¿no? En el último número de la revista del CEP, a partir del estallido social, Peña se pregunta: “¿Por qué una sociedad que ha disminuido la desigualdad experimenta, sin embargo, una vivencia de la desigualdad cada vez más aguda?” 

Si miras el crecimiento económico y la desigualdad económica en Chile en los últimos 20 años, distintos economistas observan cómo se ha reducido la brecha de desigualdad económica y la desigualdad material, y ese fenómeno es muy peculiar. En otros países las brechas han aumentado. En Chile disminuye, pero cuando uno ve las encuestas, la percepción es de mucha más rabia en cuanto a la desigualdad. Esto puede ser debido a las expectativas que genera el progreso, o sea, que junto al progreso material debería ocurrir el progreso social, un trato igualitario, pero a pesar de lo que yo he conseguido, la sociedad me sigue tratando igual que antes. Entonces, significa que la desigualdad de clase no se ha reducido y eso genera rabia y frustración. Chile creció en los años 90, pero ese crecimiento se ha ido estancando en los últimos 15 años.