Allende inédito: la revancha de Patricia Espejo

Tras cinco décadas del triunfo de la Unidad Popular, Patricia Espejo Brain, secretaria privada de Salvador Allende, publica sus memorias. En ellas repasa hitos y anécdotas del círculo más estrecho del presidente, pero además se refiere a sus años de exilio y al Comité de Resistencia que formó con Tati Allende en Cuba. “El estallido social y la crisis de los partidos políticos me hizo sentir que era necesario dar a conocer por dentro el gobierno de Allende”, confiesa.

Por Victoria Ramírez

Patricia Espejo Brain recuerda con claridad la última vez que vio al general Augusto Pinochet. Venía saliendo del despacho presidencial y caminaba con Salvador Allende hacia el ascensor. Era 10 de septiembre de 1973, y en la secretaría privada el trabajo era arduo. Patricia, que había estado desde el inicio de la Unidad Popular en La Moneda, reconoce haber olvidado muchas cosas en su vida, pero esos mil días con Allende permanecen intactos. En esa ocasión, el presidente la llamó para despedirse del general, quien le aseguró que el Ejército estaría con él “hasta las últimas consecuencias”. Con esa frase dijo adiós y las rejas del ascensor se cerraron. Luego se fueron caminando —el Chicho y ella— del brazo, sin hablar, hasta llegar al final del pasillo, donde él le confesó en voz baja: “¿Será esta la traición?”.

Ese tipo de intimidad aparece innumerables veces narrada en las memorias de Patricia Espejo, secretaria y asesora del círculo más estrecho de Salvador Allende, amiga y colega de Miria “Payita” Contreras y de la hija del presidente, Beatriz “Tati” Allende, con quienes trabajó en la secretaría privada.  Luego de haber estado 25 años en el exilio —en Cuba y Venezuela— y de haber guardado un silencio estoico, su libro Allende inédito. Memorias desde la secretaría privada de La Moneda (Aguilar) por fin verá la luz en octubre. Socióloga de profesión, Patricia volvió a Chile en 2002 y trabajó diez años como directora ejecutiva de la Fundación Salvador Allende. Fue en julio de 2019 cuando comenzó a escribir el libro, impulsada por la promesa que hizo a su amigo Víctor Pey, exdirector del diario Clarín, pero también porque quería relatar su testimonio a los jóvenes. “No podía dejar de contarlo, prácticamente quedo sólo yo viva”, explica a través del teléfono, y su voz suena tranquila.

Patricia Espejo Brain, Salvador Allende’s private secretary.

En sus memorias la autora muestra la calidez humana de Allende, da cuenta del gran orador, pero también del padre y del amigo, y en ese tránsito lo desmitifica, además de relatar anécdotas y valorar especialmente su sentido del humor y su cercanía. Como aquella vez en que el mandatario quiso asustar al general Carlos Prats un fin de semana en la casa de El Cañaveral,simulando un desmayo. O ese verano de 1972 en el que el Chicho, vestido de guayabera, recibió a niños con notas sobresalientes que pasaron unos días en el Palacio Presidencial de Cerro Castillo, en Viña del Mar. O las maratones de películas de cowboys, el placer de ver dos al hilo. O aquellas noches en que de improviso Allende se vestía de bata blanca e iba a visitar hospitales, sin avisar a nadie. Sus dolores también los incluye: la soledad profundizada en su segundo año de gobierno, las deslealtades, las decepciones, la permanente tensión con los partidos.

De fondo, por supuesto, están los hitos fundamentales de la UP. La noche en que una marejada de gente escuchó al nuevo presidente desde los balcones de la FECH, el día en que se concretó la estatización del cobre, la construcción de la UNCTAD, la polémica visita de Fidel Castro a Chile, las negociaciones con los partidos de derecha e izquierda, la coordinación del GAP, el desabastecimiento, las amenazas de Patria y Libertad, los constantes cambios de gabinete y tantas otras cosas que ocurrieron durante esos años y que Patricia Espejo vivió en carne propia.

—Yo siempre usé un perfil bajo, por mi personalidad y por ciertas convicciones. Escribí porque creo que en la historia falta Salvador Allende como ser humano. Hoy hay mucho voluntarismo y hay que mostrar que gobernar es difícil. No te enfrentas solamente con tu equipo más allegado, sino que con enemigos internos. Gobernar significa muchas cualidades, formas de pensar, actuar, y de sentir lo que siente el otro. Eso se ha ido perdiendo, hoy las relaciones del presidente con el pueblo son distantes, de autoritarismo, de dominación. De alguna manera, el estallido social y la crisis de los partidos políticos me hizo sentir que era necesario dar a conocer por dentro el gobierno de Allende.

La secretaría privada quedaba en el segundo piso de La Moneda, frente a la Intendencia y la Plaza de la Constitución, en la intersección de Moneda con Morandé. Patricia Espejo Brain era la primera en llegar, pero a veces coincidía con Allende, cuando lograba coordinarse con el “Toromanta1”, el auto que salía de la casa presidencial de Tomás Moro, siempre escoltado por integrantes del GAP. Luego llegaban Payita a las diez y media y Tati al mediodía. Había rutinas claras, el doctor —como lo llamaba Patricia— almorzaba a las dos de la tarde en el gran comedor, generalmente para almuerzos de trabajo. Luego dormía una siesta de diez minutos en un sofá cama que habían instalado a un lado del despacho presidencial. “Era un ritual, en el baño contiguo se ponía su pijama, abría la cama y a dormir”, cuenta la autora. Con el tiempo, se fue construyendo un vínculo de confianza: “Como no tenía ninguna otra relación más que ser una colaboradora, me fue considerando como alguien en quien podía depositar ciertos secretos”.

Décadas después, durante el primer gobierno de Michelle Bachelet, la mandataria le pediría a Patricia que intentara reconstruir el gabinete presidencial de Allende a modo de homenaje, pero se encontró con una tarea casi imposible. Habían cambiado todo de lugar mientras estaba Pinochet. “Cambiaron toda la estructura física. Tal vez como una forma de olvidar”, reflexiona, y recuerda que incluso hoy ir a La Moneda le produce incomodidad, tanto por los detalles de protocolo como por la nostalgia de una sencillez que ya no encuentra en los salones ostentosos. 

Allende solía dejarle mensajes y regalitos en su escritorio. Uno de los más memorables lo escribió un día en que Patricia llegó tarde, pues se había quedado dormida cuidando a su hija que estaba con gripe. La nota decía: “Chiquita: /Se paró el reloj, son las 9,45 y nada /Me siento solo /Dr. Allende”. Curiosamente, ese trozo de papel cruzó la frontera el 12 de septiembre de 1973, cuando Patricia comenzó un largo exilio. Fue lo único que pudo sacar junto a su libreta de contactos, que después sería fundamental. No llevaba maleta ni ropa de cambio, solamente lo puesto.

Patricia Espejo’s contact book. It helped to contact Chilean exiles in Cuba.

La discrepancia de los partidos

Con la perspectiva de hoy, Patricia cree que algunos de los partidos de la Unidad Popular no supieron comprender el proyecto revolucionario y democrático que pretendía realizar Salvador Allende o, en sus palabras, “no dieron el ancho”.

 —Había mucha discrepancia entre un sector y otro. Los partidos más fuertes fueron el Partido Socialista y el Partido Comunista, que tal vez fue el más consecuente. Especialmente el Partido Socialista pecó de omisión. Por otro lado, el MIR no comprendió que no se podía gobernar como pensaban. Los procesos son largos, si te tomabas veinte fundos no ibas a resolver el problema campesino. Allende se tuvo que afianzar más en opiniones de amigos y políticos que en la de los propios partidos.

Aunque Patricia fue militante de las Juventudes Comunistas mientras estudiaba Sociología y en el exilio fue militante del MIR hasta 1976, luego de esas experiencias no volvió a militar. “Yo nunca he dejado la política, he dejado la militancia, que es distinto”, precisa.  

—Pecamos un poco de ingenuos, se pensó que las Fuerzas Armadas eran una institución coordinada y vertical. A nadie se le ocurrió que podía bombardearse La Moneda. El último gesto del presidente fue llamar a plebiscito el 11, esa fue la demostración de su cordura, compromiso y lealtad. El presidente no iba a permitir un baño de sangre.

Volver a La Habana

Llevaba tres días en La Habana cuando le enseñaron a disparar. El entrenamiento comenzaba a las seis de la mañana y terminaba a las seis de la tarde. Luego había tiempo para pasear y reunirse con amigos. Era mayo de 1971. “Yo, que soy muy baja de estatura y era muy flaca en ese entonces, tomé el AK y me lo puse a la cintura para disparar, la fuerza del arma me hizo ir moviéndome hacia la derecha, allí estaba Blanca, que por un tris no llegué a herirla”, dice Patricia Espejo en sus memorias. Quien la acompañaba era Blanca Mediano, exfuncionaria de la secretaría privada.

Patricia había visto ondear las banderas de Patria y Libertad en la costanera en Santiago, sus brazaletes y su hostilidad. Llegó a sentir miedo, vio a antiguos amigos que le gritaban “¡comunista de mierda!” al verla pasar. Fue ese el origen del viaje que la llevó a Cuba para realizar un curso de defensa personal e inteligencia. “Pude saber qué precauciones tomar en casa, qué cosas se podían hacer”, explica. Su tía Paz Espejo ya llevaba veinte años allí, pues se había ido para apoyar la revolución en 1959.

Tras el golpe de Estado, Patricia volvería a la isla, esta vez sin ninguna pertenencia. Serían los años en que recibiría a los exiliados y oiría los primeros relatos de torturas junto a Tati Allende. Sería también el lugar en que tiempo después comenzaría a militar en el MIR, cuando Jorge “el Trosko” Fuentes —secuestrado posteriormente en la Operación Cóndor— la invitara a ser parte de la organización por petición de Miguel Enríquez, en un mensaje que le dio en un bote en altamar.

La primera semana tras el 11 de septiembre Patricia formó con Tati Allende el Comité de Solidaridad con la Resistencia en el edificio de la embajada chilena en La Habana, que hoy funciona como la Casa Memorial Salvador Allende. Fue un tiempo duro, de activa gestión para sacar del país a quienes corrían peligro, a través de las vías diplomáticas y de contactos que comenzaron a ver las atrocidades de la tortura. “Era tanta la violencia de los testimonios que eran casi irresistibles”, confiesa la autora, recordando esos primeros relatos de terror.

—A veces me acuerdo y me pregunto cómo fuimos capaces. Ahí la fuerza la tuvo la Tati. Llegamos a Cuba el 13, no estaba Fidel. Empezamos inmediatamente a trabajar, localizamos a mucha gente a través de terceros países. La libreta de contactos nos sirvió para saber dónde estaban los focos, cómo funcionaban los militares, dónde eran los mayores apremios. Todos los días era saber que otro compañero caía. Ese tiempo que nos enfrascamos en trabajar nos ayudó a superar el dolor en la medida en que se podía, con mucho apoyo de la revolución.

From left to right: Isabel Jaramillo, Beatriz «Tati» Allende and Patricia Espejo, in the Communist Party’s Escuela Superior Ñico López, Havana.

A fines de 1973, Patricia y Tati elaboraron el primer informe de derechos humanos que se presentó en una sesión de las Naciones Unidas, al que también asistió Mercedes Hortensia Bussi, Tencha. Con el tiempo, esos relatos pasaron la cuenta. Hay un momento en que Patricia se quebró y decidió detenerse. “Estaba leyendo un testimonio y me dio un ataque de risa, y decidí parar porque me iba a volver loca”, explica. Fue entonces cuando le dijo a Tati que había que resguardarse para no enfermar, pero Tati sintió el deber de continuar con el trabajo. 

—Tati no pudo resistir el no haberse quedado en Chile el 11 de septiembre. Los cubanos son muy cuidadosos en los roles, ella tenía relaciones con embajadores y otras personas, debe haber tenido más información. Yo creo que después vino la parte emocional y familiar que la destruyó. Además, quiso volver a la medicina y se le dijo que no. Luego quiso volver a Chile y se le negó, y ya no encontró salida. La muerte de Tati fue la muerte de una hermana. Para mí, fundamentalmente nunca superó la muerte de su padre.

Tati había sido militante en la fracción del PS afín al Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Bolivia, los llamados “elenos”, que apoyaron al Che Guevara en su revolución de América Latina. Aunque Tati tenía estrechos lazos con grupos revolucionarios, aún así se plegó al proyecto democrático de la UP. “Ella amaba profundamente a su padre, era su regalona, su cable a tierra. Lo respetaba y admiraba su tenacidad y su compromiso con los más pobres. Sabía que el camino elegido era difícil y hasta imposible”, recuerda Patricia, recalcando que Tati no dejaba tiempo para el cansancio ni la tristeza. Los últimos años han aparecido libros que recuperan su historia, el más reciente Tati Allende: una revolucionaria olvidada (2017), pero durante mucho tiempo se le perdió la pista.

—Se olvida porque es una figura que molesta, es una revolucionaria que dice las cosas de frente, capaz de luchar, crítica hacia los partidos. Para ella la vida habría sido muy difícil en esta sociedad tan clasista y egoísta, cuando era el reverso de la medalla. No es una figura de consenso. Hoy hay que ser más recatada, condescendiente, hay que olvidarse de que los democratacristianos nos hicieron la vida imposible. Todo ese tipo de cosas que la Tati no habría permitido. Era una mujer extraordinariamente afectuosa, de una sencillez impresionante, muy dura consigo misma.

Luego de la muerte de Tati, Patricia siguió ligada a la familia Allende. Desarrolló una amistad muy cercana con Tencha, y luego en la Fundación Salvador Allende intentó visibilizar la obra del mandatario y de quienes lo acompañaron hasta el final.  En la actualidad, no vacila cuando se le pregunta sobre el legado del expresidente en el actual proceso político, a un año del estallido social.

—Para mí, su legado fue la consecuencia política. Los mil días que gobernó fue consecuente con su gente, incluso con los partidos que a veces no lo apoyaron. Hoy el estallido nos muestra que las diferencias sociales son aberrantes. Hay corrupción a todo nivel y la gente no quiere nada con los políticos. Lo que más llamó mi atención el 18 de octubre fue que no había banderas de partidos. Sólo a lo lejos, a dos o tres cuadras de la plaza, vi una bandera con el rostro de Allende.

Boaventura de Sousa Santos: “Las izquierdas se acomodaron, dejaron de saber estar en la calle”

El académico, ensayista, poeta y activista portugués reflexiona sobre las alternativas al modelo neoliberal –capitalista, racista y sexista–, las izquierdas tensionadas y una estructura global cruel que se agudiza cuando “todo se compra y todo se vende, y tenemos una corrupción endémica en el sistema. Y por eso los millonarios llegan al poder en varios países y otros, que no lo son, están al servicio de los millonarios y de las élites de los países. Por eso la democracia está siendo descaracterizada en todo este devenir, debido a esta separación entre el proceso político y el proceso civilizatorio. Me parece que la pandemia, de alguna manera, muestra las venas abiertas, como diría nuestro Eduardo Galeano, de esta separación”.

Por Ximena Póo

Optimista trágico. Así se describe, en tanto intelectual público, Boaventura de Sousa Santos (Coimbra, 1940). Dos conceptos que, articulados, nos hablan del siglo XX y de este siglo que avanza, por un lado, en deshumanización/desdemocratización y, por otro, en movimientos sociales y fuerzas de resistencia/acción. Es la tragedia y la esperanza, como si dos tiempos colisionaran una y otra vez, y hoy, más aún, en pandemia. Es la disputa del mundo de lo sensible, la emergencia, las urgencias, el fascismo, la emancipación. Todo en el mismo segundo, mientras el hambre no tiene respuestas en teorías vacías de calle. Todo tan real y pragmático. Desde Portugal, el académico (sociología de las emergencias), ensayista (autor de textos como Epistemologías del Sur, entre decenas de otros traducidos a varios idiomas), activista (precursor del Foro Social y asesor de movimientos en diversos países) y poeta dialogó con Palabra Pública y reflexionó a partir de las izquierdas, la necesidad de refundar los Estados, la intelectualidad situada, en contexto, los partidos de izquierda que se pierden porque no caminan con el pueblo y la posibilidad colaborativa para nuevos proyectos de sociedad. Doctor en Sociología por la Universidad de Yale (1973), ha sido un destacado catedrático en la Universidad de Wisconsin-Madison, de Warwick y en la Universidad de Londres. Es director emérito del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra y coordinador científico del Observatorio Permanente da Justicia Portuguesa. 

El ensayista, académico y activista portugués, Boaventura de Sousa Santos. Crédito de foto: Scarlett Rocha.

Sus aportes abarcan, entre otros, estudios poscoloniales, movimientos sociales, globalización, sociología política, democracia participativa, reforma del Estado y derechos humanos. Conoce bien la realidad de Europa, Brasil, Colombia, Mozambique, Angola, Cabo Verde, Bolivia, Ecuador y, por mucho, la de Chile y nuestro momento constituyente, donde las actuales condiciones estructurales están determinadas por el neoliberalismo, un Estado subsidiario, instituciones deslegitimadas o muy débiles y una cotidianeidad muy dura y desigual. De Sousa –quien se prepara para publicar con Akal el libro El futuro como es empieza ahora– ha dicho que, en el contexto de hoy, el virus se advierte a nivel global “como un cruel pedagogo” que “nos da enseñanzas y lecciones, pero de la peor manera posible: matando”. 

Para él, “la esperanza está en las iniciativas políticas desde la base social; han creado un ambiente donde sea posible avanzar para otras luchas. En pandemia podemos lograr que no se pierda el ímpetu transformador por el que estábamos caminando antes de la pandemia, porque si no hay un escenario de transformación va a ser todavía peor la vida. La normalidad es un infierno para la gran mayoría de la población y será todavía peor, porque los Estados se endeudan ahora para cumplir todos los costos de la pandemia, para proteger mínimamente la vida de la gente, se endeudan con los mercados financieros. En Chile se decía ‘¡Basta!, nos robaron todo, hasta el miedo’. Ya no hay campo para más austeridad, más ajustes. Si no hay transformaciones, ni las democracias de bajísima intensidad van a resistir y vamos a entrar en nuevas formas de despotismo y algunas viejas. Ahora mismo, en Brasil tenemos un peligro de autogolpe con un presidente que es totalmente incompetente para el cargo. Pero puede ser apenas una caricatura de lo que sucedería en otros países si no hay cambios estructurales más fuertes”.

—Boaventura, usted ha escrito en su texto más reciente (La cruel pedagogía del virus) que esta crisis mundial producida por la pandemia ocurre en un contexto de crisis estructural, social, política, ambiental, donde los intelectuales y los políticos han abandonado el campo de disputa de sentidos y no han bajado a la calle durante años.

Hay que distinguir los dos campos: el político y el intelectual. De alguna manera están conectados, pero hay que distinguirlos porque son relativamente autónomos. El campo político pasa por una crisis profunda porque ha estado desconectado de la vida cotidiana, sobre todo de las clases populares, de sus aspiraciones, de sus necesidades, de su sufrimiento ante una sociedad cada vez más cruel en sus exclusiones, discriminaciones; una sociedad que he caracterizado como una sociedad capitalista, colonialista y patriarcal. O sea, para mí, fue una trampa del pensamiento crítico, inclusive del pensamiento marxista, pensar que el colonialismo había terminado con las independencias. No terminó, cambió de forma; siguió con otras formas, ya no la del colonialismo histórico como ocupación territorial por un país extranjero, sino que las otras formas fueron concentración de tierras, expulsión de indígenas de sus territorios ancestrales y, sobre todo, racismo, obviamente. Y también son sociedades patriarcales, porque la violencia contra las mujeres y otras orientaciones sexuales son constitutivas de este modo de dominación. O sea, son tres las cabezas dominantes: capitalismo, colonialismo y patriarcado, y una no existe sin las otras. Es por eso que cuando una se hace más dura –por ejemplo, el capitalismo se hace más excluyente porque los trabajadores tienen menos derechos, menos empleos–, el colonialismo, el racismo y la expulsión de poblaciones indígenas se hacen más duros; y el patriarcado se hace más duro con más violencia contra las mujeres. Durante la pandemia el capitalismo pasa por una crisis dura, obviamente, y con él aumentó también el racismo en las sociedades y la violencia contra las mujeres.

—¿Puede profundizar más en la reflexión sobre que en ese campo (político e intelectual) existe una distancia respecto de la vida cotidiana de los sectores que muchos de ellos dicen representar o interpretar? 

El capitalismo no se sostiene sin el racismo colonial y sin el sexismo patriarcal. Entonces, estamos en un momento en que estas tres formas son particularmente duras y estas formas de dominación nos obligarían a pensar que, con tanta exclusión, con tanta concentración de riquezas, una catástrofe ecológica inminente, deberíamos pensar en alternativas anticapitalistas, anticolonialistas y antipatriarcales. Pero los procesos políticos se rehusaron en los últimos cuarenta años a discutir lo que serían estas alternativas, porque ellas conllevan la idea de un debate civilizatorio al pensar en otra civilización que no es esta. Y el neoliberalismo, desde los 70, exactamente con Chile con el golpe contra Salvador Allende, con las dictaduras latinoamericanas, después todo el periodo neoliberal de los 80 y 90 hasta hoy, han creado la idea de que no hay alternativa al capitalismo y por eso, también, al colonialismo y al patriarcado. Esta idea se hizo más fuerte con la caída del Muro de Berlín en 1989 y ya no se podía pensar ahí mismo en una alternativa socialista. El capitalismo acababa de vencer en la historia. Y por eso nos metemos, por así decir, en una cuarentena ideológica de que no hay alternativa. Se dejó de discutir el proceso civilizatorio y por eso los procesos políticos se quedaron en la política corriente de administrar, gerenciar la sociedad capitalista, racista y sexista. Y por eso, para los políticos, las posibilidades de alternativas dejaron de existir y por eso la política, de alguna manera, murió. Dejamos de tener las grandes figuras políticas, los partidos se volvieron muy distintos, ya no eran partidos con políticos que eran grandes intelectuales, grandes políticos y activistas, con diferentes posiciones a la derecha y a la izquierda, pero donde se debatía el proceso civilizatorio. En ese momento se separó el proceso político del civilizatorio, pero este se siguió discutiendo en movimientos sociales, marginales o marginados, silenciados, y salieron de la agenda política de nuestras sociedades. Con esta falta de alternativa de un debate civilizatorio serio, la política se hizo pequeña y los políticos se hicieron pequeños, mediocres y, además, el neoliberalismo, exactamente para empequeñecer la democracia, introdujo una serie de transformaciones que descaracterizaron totalmente al proceso democrático.

“La derecha es incapaz de proteger la vida” 

De Sousa Santos sostiene que los políticos disfrazan esta incapacidad de proteger la vida “porque realmente la pandemia ha demostrado que el neoliberalismo es una mentira: no se destina a hacer crecer la economía o crear empleo, nada de eso; el neoliberalismo se destina a transferir riqueza de los pobres y de las clases medias a los ricos, nada más que eso. Es un proceso de transferencia muy poderoso y muy bien hecho. Y por eso, la ideología fundamental del mercado, desde hace cuarenta años, es decir que es el gran regulador de la vida social, que debemos privatizar las pensiones, la salud, la educación, es un modelo y Chile es un modelo de todo esto, un campo, un laboratorio muy fuerte”.

«La política se hizo pequeña y los políticos se hicieron pequeños, mediocres y, además, el neoliberalismo, exactamente para empequeñecer la democracia, introdujo una serie de transformaciones que descaracterizaron totalmente al proceso democrático».

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—El modelo queda aún más expuesto cuando sobreviene una pandemia… 

Nadie va a pedir apoyo a los mercados, a ese mercado que se dice que es el gran regulador, que resuelve todos los problemas sociales y económicos; nadie va a pensar en las grandes empresas, lo que se va a pedir es al Estado que los proteja, no que los reprima. Pero el Estado ha sido incapacitado para proteger. El Estado dejó de tener una política fiscal en la que los ricos deberían pagar más, se permitieron los paraísos fiscales, el Estado privatizó la salud, las pensiones, el Estado se hizo incapaz de proteger la vida. La pandemia nos ha mostrado que realmente necesitamos refundar el Estado y por eso necesitamos alternativas que deben tener una dimensión anticapitalista, antiracista y antisexista. Y, de hecho, eso se había visto muy claramente en Chile cuando empezó toda la protesta social antes de la pandemia y se abría el camino para una asamblea constituyente popular, plurinacional y feminista.

—Y en relación a los intelectuales… 

Durante el siglo XX acumulamos mucha derrota de alternativas, de propuestas emancipatorias que fracasaron, y todos estos proyectos tuvieron teóricos brillantes, con teorías brillantes para transformar la sociedad. Cuando fracasaron los proyectos, la culpa fue siempre de la práctica, nunca de la teoría. Los teóricos siguieron con su prestigio, la gente siguió leyendo sus libros, como si la teoría estuviera por encima de la práctica y fuera la práctica la responsable de todos los fracasos. Llamamos a esto las teorías de vanguardia. Yo pienso que el tiempo de la teoría de la vanguardia acabó. Como intelectual público me considero un intelectual de retaguardia, al contrario de la vanguardia. Yo paso la mitad de mi tiempo con los movimientos sociales, busco hacer una escucha profunda para ver cuáles son las ansiedades, las angustias, las necesidades de la gente y no imponer desde arriba, desde lejos, desde la alta cultura, una solución como una receta, porque no hay recetas globales, para nada.

Teorías de retaguardia 

Desde la emergencia permanente y hoy agudizada se constata que la inseguridad en la que miles de personas están sumidas hoy “llevó a que haya una distribución global de miedo y de esperanza totalmente desigual en el mundo. La gran mayoría de la gente tiene sobre todo miedo y muy pocas esperanzas. El uno por ciento tiene una esperanza casi ilimitada de que sus privilegios van a mantenerse para siempre; tiene, quizás, miedo, pero no se nota en nuestras sociedades. Nosotros tendremos que devolver la esperanza a los que tienen sobre todo miedo, pero para eso tenemos que meter miedo a los que tienen solamente esperanzas, a los opresores”. Es así como sostiene que el/ la “intelectual no puede hacer eso con sus teorías, lo que puede es trabajar con las organizaciones, con el pueblo, con los movimientos sociales, para que sepan que el poder opresor tiene siempre un punto débil, que la resistencia es posible y que nosotros tenemos capacidad para hacer esa resistencia. Es eso lo que el intelectual público tiene que hacer y eso, para mí, son las teorías de retaguardia, que no pueden ser teorías iguales para cualquier parte del mundo porque hay contextos distintos”.

—En todo el mundo pareciera que se vive un cambio epocal que tensiona la creciente deshumanización y desdemocratización. Hay fuerzas ciudadanas, de los excluidos, los “desterrados de la tierra”, de los ecologistas (que están adquiriendo fuerza política hoy en Francia y antes en Alemania), que se han levantado para construir desde abajo una posibilidad distinta y urgente al capitalismo y neoliberalismo, patriarcado, racismo (depredadores de la vida). ¿Cómo ve esos procesos? 

Mis evaluaciones son bastante positivas, porque realmente me parece que es por ahí que podemos cambiar el mundo de alguna manera. Toda la cultura crítica eurocéntrica está exhausta, no tiene soluciones. Desde hace más de diez años que hablo de las epistemologías del sur, un sur epistémico y no geográfico que trata de validar procesos de conocimiento nacidos en la lucha en contra del capitalismo, el capitalismo y el patriarcado, y muchas veces no son conocimientos científicos, sino que conocimientos populares. Pero la ciencia tiene que dar cuenta de que hay otros saberes también en la sociedad. He realizado lo que llamo la ecología de saberes. Y ese es un proceso para empoderar también, validar, esos movimientos. Es lo que llamo las sociologías de las emergencias. Por eso son importantes estas nuevas formas de lucha. La izquierda dejó de saber hablar con estos grupos sociales de derechos, dejó de hablar con la gente de las periferias de las ciudades; quienes hablan con la gente, en el lenguaje de la gente de las periferias, son, por ejemplo, los predicadores evangélicos, neoconservadores. Es la estrategia imperial de los Estados Unidos desde 1969 la de ofrecer una respuesta religiosa conservadora en contra de lo que era entonces la teología de la liberación, católica, que tenía curas que estaban viviendo realmente en los pueblos, en las fábricas. Las izquierdas se acomodaron demasiado en la lucha institucional, dejaron de saber estar en la calle cuando hoy en día no podemos, debido a la descaracterización democrática de los últimos cuarenta años, confiar en las instituciones; no podemos abandonarlas, tampoco. Tenemos que luchar con un pie dentro de las instituciones y otro pie fuera de ellas, en la calle, en las plazas, en las protestas, en los paros, en las huelgas. Esto puede ser algo que da esperanza.