Saskia Sassen: «Hemos entrado a una nueva cultura, pero no es fácil reconocerla»

La socióloga que en 1991 acuñó el término “ciudades globales” para referirse a aquellos centros neurálgicos hiperconectados por sus flujos económicos, culturales y tecnológicos -como Nueva York, Londres o Tokio-, advierte hoy la aparición de nuevos sistemas de mayor complejidad, donde el capitalismo sobrevivirá: “Esta es una crisis monetaria que ya pasará, pero ya puedo imaginar nuevas modalidades extractivistas del capitalismo surgidas justamente por la pandemia”, afirma.

Por Denisse Espinoza A.

Lo ha venido repitiendo desde hace décadas: “a menos que los seres humanos aceptemos la complejidad de nuestros sistemas, no seremos capaces de comprender los profundos cambios que estamos viviendo como sociedad global”. Hoy, en medio de una pandemia que por primera vez en la historia ataca a escala planetaria, paralizando todos los mercados, las relaciones sociales y la vida cotidiana en su conjunto, la socióloga y académica nacida en los Países Bajos, Saskia Sassen (1947), vuelve a insistir: “nuestras economías y nuestras crecientes necesidades de todo tipo han ido marcando una nueva época. Pero en sistemas complejos -como lo son nuestras grandes ciudades- no es siempre fácil establecer que hemos entrado en una nueva época. Las manifestaciones de este cambio van siendo más y más evidentes, pero aún no lo son en el aspecto visual dominante”. Para Sassen, los cambios que se han venido dando durante las últimas dos décadas se parecen mucho al Coronavirus: invisibles a simple vista.

Saskia Sassen es socióloga y académica de la Universidad de Columbia en EEUU. En 1991 acuñó el término de «ciudades globales».

Sin embargo, la socióloga -quien también es una persona global o lo que antes se llamaba cosmopolita, pues creció en Buenos Aires antes de estudiar en Francia, Italia y Estados Unidos- tiene experiencia en descifrar estos cambios complejos o, al menos, atisbar algunos de sus fenómenos más prominentes. Lo hizo en 1991, cuando acuñó el término “ciudades globales” para referirse a las transformaciones que el neoliberalismo llevó a cabo en las grandes metrópolis mundiales -Nueva York, Tokio o Londres-, dando repercusión global a lo que allí sucediera a nivel cultural, económico o político. En 2014 arremetió con su libro Expulsiones, donde llevó más allá los conceptos de exclusión e inequidad, describiendo una serie de nuevos eventos en los que el capitalismo generó niveles de desigualdad inéditos, expresados a nivel económico, democrático y medioambiental. Es así como, en esos años, ya identificaba lo que tenían en común los desempleados dados de baja, las clases medias marginadas de los centros urbanos y los ecosistemas devastados: todos sufrían lo que ella llamó la «expulsión».

Invitada por el Festival Puerto de Ideas, Sassen dio una conferencia virtual en junio pasado al público chileno, y por estos días -aún atrapada en Londres debido a la crisis sanitaria del Coronavirus, que no da tregua- comenta las últimas noticias aparecidas sobre el panorama en Estados Unidos, país donde normalmente desarrolla su carrera como investigadora y académica en la Universidad de Columbia.

¿Cómo ve el actual panorama político de EE.UU. y las próximas elecciones para Trump en vista de su criticado manejo de la pandemia?

Estrictamente hablando, está bastante claro que, si hay elecciones más o menos ordenadas, gana Biden. El problema es que Trump simplemente no lo va a aceptar. Su capacidad de mentir y violar la ley nos la ha mostrado a través de los años. Además, una vez que salga del gobierno donde él está aún a la cabeza, lo van a arrestar. Así que el pronóstico es que él se queda en el gobierno. Algunos están diciendo que se negaría a salir del gobierno cuando se acabe este término, porque sabe que se iría a la prisión en cuanto deje de ser presidente. Ha abusado de la ley de una manera espectacular. Es una especie de monstruo dispuesto a violar todas las reglas del juego. Aunque el hecho de que esté ahora con la enfermedad puede cambiar las cosas, ciertamente.

-Hasta antes de la pandemia, siempre se había visto a EE.UU. como el gran faro del mundo, en el sentido de que, si existía alguna crisis mundial, sería sin duda el primer país en ir al rescate, cuestión que no ha sucedido en esta pandemia. ¿Cómo lo evalúa usted?

La caída de las grandes ciudades americanas en cuanto a poder, inteligencia, capacidad de ayudar y saber cómo manejar la crisis, todo eso y más se ha ido perdiendo, al igual que el reconocimiento público. Las decisiones de Trump en cuanto a la crisis han sido de no creerse, tanto por sus mentiras como por su incapacidad de desarrollar alguna modalidad de combate al virus y de ayudar a los desaventajados. Si uno compara este país rico que es Estados Unidos con, por ejemplo, otro país rico como Alemania, la diferencia es enorme. Da igual si ambos son ricos, Estados Unidos ha mostrado una indiferencia que da miedo, mientras que Alemania ha logrado uno de los mejores resultados en minimizar el efecto del virus.

«No veo que esta sea la muerte del capitalismo. Me puedo imaginar nuevas modalidades extractivistas que van a surgir precisamente por la pandemia, como la concentración de las necesidades y recursos por parte de las clases altas y las clases medias de ingresos altos, mientras que las clases pobres se empobrecen agudamente».

-En su opinión, ¿cuáles son las lecciones que hemos podido aprender con esta crisis sanitaria y cuáles serán los cambios profundos que tendremos como sociedades globales a la luz de esos hechos?

Es difícil establecer cuántas y cuáles son las lecciones que hemos podido aprender, quizás es así porque no es fácil, no nos es cómodo reconocer que las pautas de una época han ido cambiando y ahora empieza a mostrarse, a hacerse evidente, el hecho de que una nueva “cultura”, por así decirlo, se ha instalado. Y, en parte, no podemos reconocerlo porque esa nueva cultura tiene aún muchos elementos familiares, elementos que han existido y se han mantenido a través de las décadas. El cambio en sistemas complejos, como lo es una ciudad, no es siempre visible, no se anuncia diciendo: “OK, ¡llegó el cambio!”. En mi lectura, hay tres elementos en juego. Uno es que hemos entrado en una nueva época. Y en sistemas complejos no es fácil entender o notar este cambio. Lo que yo veo es una serie de cambios, no todos evidentes, que se han ido acumulando y en ese proceso han generado nuevas tendencias. O sea, no es que el cambio en sistemas complejos como lo es una gran ciudad implique que lo podamos ver con nuestros ojos. La inmovilidad de todo ese cemento -calles, torres, puentes y mucho más- genera una especie de camuflaje y es ese camuflaje lo que mayormente vemos. No vemos tanto las aplicaciones de nuevas capacidades e innovaciones.

-Al comienzo de la pandemia, algunos intelectuales plantearon que estábamos asistiendo a la muerte del capitalismo, ¿lo ve usted posible?

En efecto, creo que el jaque que vive el sistema sigue siendo parte de la situación. La pandemia afectó especialmente a los más pobres, los que viven en viviendas pequeñas con mucha gente, etcétera. Los hogares ricos, por lo menos de clase media alta, también perdieron a familiares y amigos, pero menos que los pobres, los pobres están mucho más expuestos al virus que las clases medias. Pero en cuanto al capitalismo, creo que lo que sufrió fue básicamente una crisis monetaria y momentánea que ya pasará. No veo que esta sea la muerte del capitalismo. Me puedo imaginar nuevas modalidades extractivistas que van a surgir precisamente por la pandemia, como la concentración de las necesidades y recursos por parte de las clases altas y las clases medias de ingresos altos, mientras que las clases pobres se empobrecen agudamente. También los inmigrantes y refugiados van a perder capacidad de reclamaciones, porque los ricos y las clases medias ricas se enfocarán más en sus propios intereses, y me los puedo imaginar llegando a ser extremos en cubrir sus propios intereses.

Efectivamente, hace ya una década, Saskia Sassen hablaba en Expulsiones sobre cómo las economías se estaban contrayendo y la biosfera, deteriorándose. “La concentración de la riqueza favorece el proceso de expulsión de dos tipos: el de los menos favorecidos y el de los superricos. Se abstraen de la sociedad en la que viven físicamente. Evolucionan en un mundo paralelo reservado a su casta y ya no asumen sus responsabilidades cívicas”. Y también advertía: “una nueva crisis financiera sucederá, estoy segura. He estado escudriñando las finanzas durante treinta años y los mercados son demasiado inestables, hay demasiados datos para analizar, demasiados instrumentos, demasiado dinero. Occidente ya no reina sólo en los mercados. No sé cuándo ocurrirá esta crisis ni qué tan grave será, pero algo se está gestando”, aseguró en una entrevista a Le Monde en 2014.

¿De qué manera los fenómenos que usted describe afectan a los países latinoamericanos, donde las economías aún dependen de esas grandes ciudades globales?

A mi parecer, por todo el mundo, en cada país, existen más o menos actores que siguen extrayendo y extrayendo valores de todo tipo –desde minerales a plantaciones hasta sistemas financieros. Una de las modalidades más marcantes de esta época que vivimos es cómo hemos reducido a gran velocidad y con mucha violencia el espacio de nuestro planeta: hemos matado diversidad de plantas y árboles, un gran número de especies de animales y peces, etcétera. Y, a medida que avanzamos con esto, vamos reduciendo el espacio de miles y hasta millones de plantas, aguas limpias, arenas y tanto más. Y se ve también en nuevas industrias como lo son Facebook o Google. Es bien importante que reconozcamos que cada innovación brillante y útil nos puede servir para algo que no vemos como algo negativo -el poder de extraer información de nosotros, de lo que queremos, de lo que nos estamos enfermando, de lo que nos es útil-, que al mismo tiempo no es tan bueno para el medio ambiente, porque como todos los sectores extractivos, también estas industrias dejan detrás masivas cantidades de basuras, metales, líquidos y más. Todo lo electrónico ha agregado montañas de basura muy difíciles de desaparecer, y aún no hemos visto suficientes iniciativas para reciclar o eliminar.

-¿Cómo cree que ha influido la pandemia para entender estos fenómenos?

El virus nos obligó a limitar el salir de nuestras viviendas y eso ya es un cambio enorme. Y un cambio que se constituye, además, como respuesta a un peligro, pero a un peligro que es invisible. Entonces, el hogar es un refugio básico, en el sentido que es absolutamente necesario y al mismo tiempo no es una solución. En gran parte, lo bueno que puede salir de este momento dramático y cruel es que nos muestra la capacidad de ser destruidos por estos “agentes” invisibles que son estos virus, y que debemos construir y desarrollar alianzas de todo tipo a través del mundo.

En esa línea, junto a Mary Kaldor -directora de la Unidad de Investigación sobre Sociedad Civil y Seguridad Humana de la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres-, Saskia Sassen acaba de lanzar un nuevo libro, Cities at War (2020), donde reúnen a un equipo internacional de académicos para examinar las ciudades como sitios de guerra e inseguridad contemporáneas. Al mismo tiempo que explica por qué y cómo la violencia política se ha urbanizado cada vez más, apunta hacia la capacidad de la ciudad para dar forma a un tipo diferente de subjetividad urbana, que ofrece resistencia y esperanza para un futuro más pacífico y equitativo. “Bajo las condiciones que vivimos hoy, es importante no hacer guerra entre nosotros, los humanos. Al contrario, es el momento para respetarnos mutuamente y para reconocer la contribución que podemos hacer todos a una vida manejable”, dice.

Boaventura de Sousa Santos: “Las izquierdas se acomodaron, dejaron de saber estar en la calle”

El académico, ensayista, poeta y activista portugués reflexiona sobre las alternativas al modelo neoliberal –capitalista, racista y sexista–, las izquierdas tensionadas y una estructura global cruel que se agudiza cuando “todo se compra y todo se vende, y tenemos una corrupción endémica en el sistema. Y por eso los millonarios llegan al poder en varios países y otros, que no lo son, están al servicio de los millonarios y de las élites de los países. Por eso la democracia está siendo descaracterizada en todo este devenir, debido a esta separación entre el proceso político y el proceso civilizatorio. Me parece que la pandemia, de alguna manera, muestra las venas abiertas, como diría nuestro Eduardo Galeano, de esta separación”.

Por Ximena Póo

Optimista trágico. Así se describe, en tanto intelectual público, Boaventura de Sousa Santos (Coimbra, 1940). Dos conceptos que, articulados, nos hablan del siglo XX y de este siglo que avanza, por un lado, en deshumanización/desdemocratización y, por otro, en movimientos sociales y fuerzas de resistencia/acción. Es la tragedia y la esperanza, como si dos tiempos colisionaran una y otra vez, y hoy, más aún, en pandemia. Es la disputa del mundo de lo sensible, la emergencia, las urgencias, el fascismo, la emancipación. Todo en el mismo segundo, mientras el hambre no tiene respuestas en teorías vacías de calle. Todo tan real y pragmático. Desde Portugal, el académico (sociología de las emergencias), ensayista (autor de textos como Epistemologías del Sur, entre decenas de otros traducidos a varios idiomas), activista (precursor del Foro Social y asesor de movimientos en diversos países) y poeta dialogó con Palabra Pública y reflexionó a partir de las izquierdas, la necesidad de refundar los Estados, la intelectualidad situada, en contexto, los partidos de izquierda que se pierden porque no caminan con el pueblo y la posibilidad colaborativa para nuevos proyectos de sociedad. Doctor en Sociología por la Universidad de Yale (1973), ha sido un destacado catedrático en la Universidad de Wisconsin-Madison, de Warwick y en la Universidad de Londres. Es director emérito del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra y coordinador científico del Observatorio Permanente da Justicia Portuguesa. 

El ensayista, académico y activista portugués, Boaventura de Sousa Santos. Crédito de foto: Scarlett Rocha.

Sus aportes abarcan, entre otros, estudios poscoloniales, movimientos sociales, globalización, sociología política, democracia participativa, reforma del Estado y derechos humanos. Conoce bien la realidad de Europa, Brasil, Colombia, Mozambique, Angola, Cabo Verde, Bolivia, Ecuador y, por mucho, la de Chile y nuestro momento constituyente, donde las actuales condiciones estructurales están determinadas por el neoliberalismo, un Estado subsidiario, instituciones deslegitimadas o muy débiles y una cotidianeidad muy dura y desigual. De Sousa –quien se prepara para publicar con Akal el libro El futuro como es empieza ahora– ha dicho que, en el contexto de hoy, el virus se advierte a nivel global “como un cruel pedagogo” que “nos da enseñanzas y lecciones, pero de la peor manera posible: matando”. 

Para él, “la esperanza está en las iniciativas políticas desde la base social; han creado un ambiente donde sea posible avanzar para otras luchas. En pandemia podemos lograr que no se pierda el ímpetu transformador por el que estábamos caminando antes de la pandemia, porque si no hay un escenario de transformación va a ser todavía peor la vida. La normalidad es un infierno para la gran mayoría de la población y será todavía peor, porque los Estados se endeudan ahora para cumplir todos los costos de la pandemia, para proteger mínimamente la vida de la gente, se endeudan con los mercados financieros. En Chile se decía ‘¡Basta!, nos robaron todo, hasta el miedo’. Ya no hay campo para más austeridad, más ajustes. Si no hay transformaciones, ni las democracias de bajísima intensidad van a resistir y vamos a entrar en nuevas formas de despotismo y algunas viejas. Ahora mismo, en Brasil tenemos un peligro de autogolpe con un presidente que es totalmente incompetente para el cargo. Pero puede ser apenas una caricatura de lo que sucedería en otros países si no hay cambios estructurales más fuertes”.

—Boaventura, usted ha escrito en su texto más reciente (La cruel pedagogía del virus) que esta crisis mundial producida por la pandemia ocurre en un contexto de crisis estructural, social, política, ambiental, donde los intelectuales y los políticos han abandonado el campo de disputa de sentidos y no han bajado a la calle durante años.

Hay que distinguir los dos campos: el político y el intelectual. De alguna manera están conectados, pero hay que distinguirlos porque son relativamente autónomos. El campo político pasa por una crisis profunda porque ha estado desconectado de la vida cotidiana, sobre todo de las clases populares, de sus aspiraciones, de sus necesidades, de su sufrimiento ante una sociedad cada vez más cruel en sus exclusiones, discriminaciones; una sociedad que he caracterizado como una sociedad capitalista, colonialista y patriarcal. O sea, para mí, fue una trampa del pensamiento crítico, inclusive del pensamiento marxista, pensar que el colonialismo había terminado con las independencias. No terminó, cambió de forma; siguió con otras formas, ya no la del colonialismo histórico como ocupación territorial por un país extranjero, sino que las otras formas fueron concentración de tierras, expulsión de indígenas de sus territorios ancestrales y, sobre todo, racismo, obviamente. Y también son sociedades patriarcales, porque la violencia contra las mujeres y otras orientaciones sexuales son constitutivas de este modo de dominación. O sea, son tres las cabezas dominantes: capitalismo, colonialismo y patriarcado, y una no existe sin las otras. Es por eso que cuando una se hace más dura –por ejemplo, el capitalismo se hace más excluyente porque los trabajadores tienen menos derechos, menos empleos–, el colonialismo, el racismo y la expulsión de poblaciones indígenas se hacen más duros; y el patriarcado se hace más duro con más violencia contra las mujeres. Durante la pandemia el capitalismo pasa por una crisis dura, obviamente, y con él aumentó también el racismo en las sociedades y la violencia contra las mujeres.

—¿Puede profundizar más en la reflexión sobre que en ese campo (político e intelectual) existe una distancia respecto de la vida cotidiana de los sectores que muchos de ellos dicen representar o interpretar? 

El capitalismo no se sostiene sin el racismo colonial y sin el sexismo patriarcal. Entonces, estamos en un momento en que estas tres formas son particularmente duras y estas formas de dominación nos obligarían a pensar que, con tanta exclusión, con tanta concentración de riquezas, una catástrofe ecológica inminente, deberíamos pensar en alternativas anticapitalistas, anticolonialistas y antipatriarcales. Pero los procesos políticos se rehusaron en los últimos cuarenta años a discutir lo que serían estas alternativas, porque ellas conllevan la idea de un debate civilizatorio al pensar en otra civilización que no es esta. Y el neoliberalismo, desde los 70, exactamente con Chile con el golpe contra Salvador Allende, con las dictaduras latinoamericanas, después todo el periodo neoliberal de los 80 y 90 hasta hoy, han creado la idea de que no hay alternativa al capitalismo y por eso, también, al colonialismo y al patriarcado. Esta idea se hizo más fuerte con la caída del Muro de Berlín en 1989 y ya no se podía pensar ahí mismo en una alternativa socialista. El capitalismo acababa de vencer en la historia. Y por eso nos metemos, por así decir, en una cuarentena ideológica de que no hay alternativa. Se dejó de discutir el proceso civilizatorio y por eso los procesos políticos se quedaron en la política corriente de administrar, gerenciar la sociedad capitalista, racista y sexista. Y por eso, para los políticos, las posibilidades de alternativas dejaron de existir y por eso la política, de alguna manera, murió. Dejamos de tener las grandes figuras políticas, los partidos se volvieron muy distintos, ya no eran partidos con políticos que eran grandes intelectuales, grandes políticos y activistas, con diferentes posiciones a la derecha y a la izquierda, pero donde se debatía el proceso civilizatorio. En ese momento se separó el proceso político del civilizatorio, pero este se siguió discutiendo en movimientos sociales, marginales o marginados, silenciados, y salieron de la agenda política de nuestras sociedades. Con esta falta de alternativa de un debate civilizatorio serio, la política se hizo pequeña y los políticos se hicieron pequeños, mediocres y, además, el neoliberalismo, exactamente para empequeñecer la democracia, introdujo una serie de transformaciones que descaracterizaron totalmente al proceso democrático.

“La derecha es incapaz de proteger la vida” 

De Sousa Santos sostiene que los políticos disfrazan esta incapacidad de proteger la vida “porque realmente la pandemia ha demostrado que el neoliberalismo es una mentira: no se destina a hacer crecer la economía o crear empleo, nada de eso; el neoliberalismo se destina a transferir riqueza de los pobres y de las clases medias a los ricos, nada más que eso. Es un proceso de transferencia muy poderoso y muy bien hecho. Y por eso, la ideología fundamental del mercado, desde hace cuarenta años, es decir que es el gran regulador de la vida social, que debemos privatizar las pensiones, la salud, la educación, es un modelo y Chile es un modelo de todo esto, un campo, un laboratorio muy fuerte”.

«La política se hizo pequeña y los políticos se hicieron pequeños, mediocres y, además, el neoliberalismo, exactamente para empequeñecer la democracia, introdujo una serie de transformaciones que descaracterizaron totalmente al proceso democrático».

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—El modelo queda aún más expuesto cuando sobreviene una pandemia… 

Nadie va a pedir apoyo a los mercados, a ese mercado que se dice que es el gran regulador, que resuelve todos los problemas sociales y económicos; nadie va a pensar en las grandes empresas, lo que se va a pedir es al Estado que los proteja, no que los reprima. Pero el Estado ha sido incapacitado para proteger. El Estado dejó de tener una política fiscal en la que los ricos deberían pagar más, se permitieron los paraísos fiscales, el Estado privatizó la salud, las pensiones, el Estado se hizo incapaz de proteger la vida. La pandemia nos ha mostrado que realmente necesitamos refundar el Estado y por eso necesitamos alternativas que deben tener una dimensión anticapitalista, antiracista y antisexista. Y, de hecho, eso se había visto muy claramente en Chile cuando empezó toda la protesta social antes de la pandemia y se abría el camino para una asamblea constituyente popular, plurinacional y feminista.

—Y en relación a los intelectuales… 

Durante el siglo XX acumulamos mucha derrota de alternativas, de propuestas emancipatorias que fracasaron, y todos estos proyectos tuvieron teóricos brillantes, con teorías brillantes para transformar la sociedad. Cuando fracasaron los proyectos, la culpa fue siempre de la práctica, nunca de la teoría. Los teóricos siguieron con su prestigio, la gente siguió leyendo sus libros, como si la teoría estuviera por encima de la práctica y fuera la práctica la responsable de todos los fracasos. Llamamos a esto las teorías de vanguardia. Yo pienso que el tiempo de la teoría de la vanguardia acabó. Como intelectual público me considero un intelectual de retaguardia, al contrario de la vanguardia. Yo paso la mitad de mi tiempo con los movimientos sociales, busco hacer una escucha profunda para ver cuáles son las ansiedades, las angustias, las necesidades de la gente y no imponer desde arriba, desde lejos, desde la alta cultura, una solución como una receta, porque no hay recetas globales, para nada.

Teorías de retaguardia 

Desde la emergencia permanente y hoy agudizada se constata que la inseguridad en la que miles de personas están sumidas hoy “llevó a que haya una distribución global de miedo y de esperanza totalmente desigual en el mundo. La gran mayoría de la gente tiene sobre todo miedo y muy pocas esperanzas. El uno por ciento tiene una esperanza casi ilimitada de que sus privilegios van a mantenerse para siempre; tiene, quizás, miedo, pero no se nota en nuestras sociedades. Nosotros tendremos que devolver la esperanza a los que tienen sobre todo miedo, pero para eso tenemos que meter miedo a los que tienen solamente esperanzas, a los opresores”. Es así como sostiene que el/ la “intelectual no puede hacer eso con sus teorías, lo que puede es trabajar con las organizaciones, con el pueblo, con los movimientos sociales, para que sepan que el poder opresor tiene siempre un punto débil, que la resistencia es posible y que nosotros tenemos capacidad para hacer esa resistencia. Es eso lo que el intelectual público tiene que hacer y eso, para mí, son las teorías de retaguardia, que no pueden ser teorías iguales para cualquier parte del mundo porque hay contextos distintos”.

—En todo el mundo pareciera que se vive un cambio epocal que tensiona la creciente deshumanización y desdemocratización. Hay fuerzas ciudadanas, de los excluidos, los “desterrados de la tierra”, de los ecologistas (que están adquiriendo fuerza política hoy en Francia y antes en Alemania), que se han levantado para construir desde abajo una posibilidad distinta y urgente al capitalismo y neoliberalismo, patriarcado, racismo (depredadores de la vida). ¿Cómo ve esos procesos? 

Mis evaluaciones son bastante positivas, porque realmente me parece que es por ahí que podemos cambiar el mundo de alguna manera. Toda la cultura crítica eurocéntrica está exhausta, no tiene soluciones. Desde hace más de diez años que hablo de las epistemologías del sur, un sur epistémico y no geográfico que trata de validar procesos de conocimiento nacidos en la lucha en contra del capitalismo, el capitalismo y el patriarcado, y muchas veces no son conocimientos científicos, sino que conocimientos populares. Pero la ciencia tiene que dar cuenta de que hay otros saberes también en la sociedad. He realizado lo que llamo la ecología de saberes. Y ese es un proceso para empoderar también, validar, esos movimientos. Es lo que llamo las sociologías de las emergencias. Por eso son importantes estas nuevas formas de lucha. La izquierda dejó de saber hablar con estos grupos sociales de derechos, dejó de hablar con la gente de las periferias de las ciudades; quienes hablan con la gente, en el lenguaje de la gente de las periferias, son, por ejemplo, los predicadores evangélicos, neoconservadores. Es la estrategia imperial de los Estados Unidos desde 1969 la de ofrecer una respuesta religiosa conservadora en contra de lo que era entonces la teología de la liberación, católica, que tenía curas que estaban viviendo realmente en los pueblos, en las fábricas. Las izquierdas se acomodaron demasiado en la lucha institucional, dejaron de saber estar en la calle cuando hoy en día no podemos, debido a la descaracterización democrática de los últimos cuarenta años, confiar en las instituciones; no podemos abandonarlas, tampoco. Tenemos que luchar con un pie dentro de las instituciones y otro pie fuera de ellas, en la calle, en las plazas, en las protestas, en los paros, en las huelgas. Esto puede ser algo que da esperanza.