Constanza Valdés, la abogada trans que quiere ser constituyente

Siempre activista por los derechos LGTBI+, la ahora asesora parlamentaria conversa sobre el tener que resistir como mujer trans en distintos ambientes machistas y conservadores, sus ambiciones políticas y cómo su personalidad le ha ayudado a seguir adelante a pesar de los discursos de odio. “Quiero dar la pelea por una nueva Constitución y posicionar temáticas de género, diversidad y multiculturalidad”, dice.

Por Florencia La Mura

Constanza Valdés (29) es Licenciada en Derecho y conocida principalmente por su faceta de activista, al trabajar en pos de la Ley de identidad de género. Incansable, participa también como Codirectora de la Comisión Legislativa y Políticas Públicas en la Asociación de Abogadas Feministas (Abofem), en la Agrupación lésbica Rompiendo el Silencio, y ha colaborado con Organizando Trans Diversidades (OTD), con Amnistía Internacional por la Ley de discriminación e impartido talleres sobre temas trans en distintos espacios. “Mi postura es bastante abierta a colaborar. No hay que guardar tu conocimiento, hay que compartirlo”, explica al teléfono desde Valparaíso -donde vive y trabaja como asesora parlamentaria de la diputada Claudia Mix- agregando que, en su afán por hacer de todo, también llegó al Departamento de Género del Colegio Médico de su ciudad.

La abogada Constanza Valdés vive en Valparaíso y es asesora parlamentaria de la diputada Claudia Mix. Crédito de foto: Carla Ríos.

La imagen que proyecta Constanza es de una mujer muy resuelta y decidida, pero no siempre fue así. “Me crié en Rancagua, una ciudad muy conservadora, siempre muy ligada a la derecha”, explica sobre qué fue lo que la llevó a esperar terminar sus estudios para recién transicionar. Viviendo en la sexta región, dice, nunca supo de referentes trans en una ciudad minera y “llena de machos”. Fue cuando llegó en 2010 a Santiago a estudiar en la Universidad Diego Portales que pudo empezar a leer y aprender sobre personas trans.

Si bien ahora se siente más cómoda participando del movimiento feminista, constantemente recibe ataques -sobre todo en redes sociales- incluso de parte de quienes se supone, son parte de su misma lucha. Aún así, está dispuesta a pelear: “si yo le puedo poner el pecho a las balas para que al resto no le llegue, bacán”. A pesar de tener claros sus privilegios -al haber podido estudiar y ejercer una carrera profesional, además de ser políticamente visible- su historia le ha servido para tener claro que no quiere que las personas trans pasen por lo que ella pasó. “Mi gran motivación es retribuir a la comunidad, al mundo”, afirma. 

-Has dicho que te identificas como una mujer trans desde los 18 años y que decidiste ocultarlo hasta luego de salir de la universidad ¿cómo fue esa experiencia en lo personal y por qué lo decidiste?

Vivía en una familia conservadora donde no tenía muchas herramientas y si más de alguna vez me lo había cuestionado, no era algo que quisiera resolver pronto. Cuando me fui a Santiago fue un momento de liberación y catarsis, me empecé a cuestionar mucho más y a buscarle un nombre a lo que me pasaba. En ese entonces, no habían muchos relatos de personas trans que hubieran transicionado en el ámbito universitario, donde hubiera salido todo bien, sino todo lo contrario. Decidí aplazarlo porque estaba en el primer año de universidad, no tenía mucha confianza y seguridad. El problema de ir esperando es que año a año aumentaba la ansiedad, depresión, tuve algunos intentos de suicidio, pero al final fue eso mismo lo que terminó provocando que me decidiera a transicionar cuando hubiera terminado la universidad. Fue como vivir una doble vida, nunca me sentí cómoda. Muchas veces, por lo mismo, no quería ir a clases pretendiendo que era otra persona. Nunca fui a carretear, a lo más jugaba a la pelota y me pasaba en la casa leyendo. Cuando hice la transición tuve esa tranquilidad de poder y querer salir, aunque ahora corro más peligros, a pesar de que yo pueda disfrutar bastante el exterior. 

-Eres la primera mujer trans en ser vocera de una coalición en el Congreso, ¿cómo crees que afecta tu presencia en ese espacio político? ¿has visto alguna evolución en estos años?

Cuando comencé a trabajar me miraban raro, había hombres que me saludaban de la mano y no de beso. En reuniones me tocaron muchos prejuicios y se sorprendían cuando les decía que había estudiado Derecho. De a poco la gente me iba conociendo y valorando. No veo que haya habido una evolución, el solo hecho de que yo esté allá no cambia nada. Soy solo una persona, estoy sobrepasada de cosas y no puedo pelear con toda la gente que quisiera porque me pueden echar. Tengo el reconocimiento de mi nombre y sexo registral desde el 2017, ¿cuál es el problema que pueden tener conmigo? es por como me veo. Sé que no paso desapercibida, porque soy muy alta y gorda. Soy realista, tampoco pienso que la facultad de Derecho UDP cambió porque tiene una egresada trans, si alguien lo piensa así es porque tiene un ego muy grande.

Ley de identidad de género: la pelea por no patologizar

El 7 de mayo de 2013 ingresó a la cámara del Senado el proyecto que reconoce y da protección al derecho a la identidad de género. Fueron siete años de discusión parlamentaria donde sectores conservadores e incluso de izquierda pusieron trabas al proyecto original: desde “el bus de la libertad” de Marcela Aranda, mujer evangélica y asesora legislativa de parlamentarios de Chile Vamos, hasta oposiciones dentro de la izquierda. “El gobierno anterior no quería que fuera un procedimiento administrativo, sino con un juzgado de familia”, explica Constanza, haciendo hincapié en el matiz patologizante que tienen estas resoluciones y que aún viven en el espíritu de la ley, al solicitar distintos tipos de certificados médicos y judiciales para autorizar el cambio de nombre.

Pero además de la pelea institucional, Constanza ha tenido que defender su propia identidad. En 2017, desde su visibilidad como activista, pudo realizar su cambio de nombre y sexo registral, pero tiene claro que no le interesa operarse.


-¿Cómo llegaste a esa decisión, es común dentro de la comunidad trans?

Cuando se presentó la ley se esperaba que una persona trans quisiera operarse y por mucho tiempo pensé igual. Tenía este acceso a teoría feminista y queer, y así aprendí que había otras realidades en otros países. Cuando transicioné e iba a terapia, planteé que me sentía cómoda con mi cuerpo. Antes pensaba que las mujeres tenían que ser solo de una manera, muy femeninas, operadas, con un cambio radical en tu identidad y expresión. La gente me mira distinto y sé que no voy a tener la misma visibilidad en base a los cánones de belleza. Sabía que con mi decisión tendría que enfrentarme a la «consecuencia» que significa verme distinta. 

A propósito de lo mismo surgieron discusiones sobre cómo dentro de la comunidad LGTBI+ se higienizan las identidades, se homogeneizan las corporalidades y lo hemos visto sin mucha crítica. Las grandes historias de transición de mujeres trans responden a lo mismo: altas, femeninas, delgadas, sin vestigios de masculinidad. Cada día, más personas trans deciden cosas similares a mí, se ha ido visibilizando que no todas tienen que pasar por lo mismo y desde ahí se produce discriminación en la misma comunidad, mujeres trans que critican a quienes no se operan o también personas trans binarias hacia trans no binarias por el solo hecho de identificarse de otra manera. 

-En diciembre del año pasado se empezó a aplicar la Ley de identidad de género, hasta la fecha ¿cómo evalúas su ejecución y las modificaciones que recibió?

La patologización es muy cultural y ese es el problema, porque no se puede resolver a través de una ley. Lo bueno es que no exige ningún tipo de tratamiento hormonal ni operación quirúrgica para acceder al cambio de nombre sexo-registral, pero hay otras aristas, como cuál es el órgano competente para realizar el cambio, cuáles eran los requisitos y ahí es donde aún se patologiza. El gobierno anterior no quería que fuera un procedimiento administrativo, sino con un juzgado de familia. También querían incorporar informes psicológicos y eliminar eso fue una pelea de años. La primera discusión que tuve con ellos fue por aclarar por qué el proceso administrativo era mejor que uno jurisdiccional y cuáles eran sus falencias, eso era derecho administrativo y cuestionaban que yo no supiera algo que no fuera «derecho trans». La discusión ideológica de fondo es por qué un juez tiene que validar quién soy y es algo que se mantuvo para adolescentes de 14 a 17. Aún con el consentimiento de los padres hay que ir a un juzgado de familia, pasar por un juicio, presentar antecedentes. 

-¿Cómo se debe mejorar?

Si bien no se pide informe psicológico en adultos, se exige que presenten dos testigos que acrediten que tú conoces los efectos jurídicos de la solicitud. Esto fue gracias al gobierno actual, donde la oposición no hizo nada, decían que iba a «ser como un matrimonio», porque no saben lo terrible que es llevar a dos personas que confirmen que sabes lo que estás haciendo. Es muy tenue esa patologización en el discurso público, pero existe. Es invalidante en términos del derecho y del respecto a la identidad de las personas trans. En la práctica, nadie puede invalidar tu presunción de capacidad, lo dice el derecho, todas las personas se presumen capaces hasta que se demuestre lo contrario. 

-¿Qué temas deja fuera la ley actual?

La ley tiene una postura bastante paternalista, porque considera a las personas trans como pobrecitas. Lo único que hace es reconocer el derecho a la identidad de género, regular temas de discriminación y establecer programas de acompañamiento que hasta el dia de hoy no han servido de nada. Se deja fuera el cupo laboral trans, educación, becas en universidades públicas y temas de salud (aún se solicita un informe psiquiátrico para acceder a tratamientos hormonales). En temas de vivienda y estadísticas, como sí lo plantea la ley trans de Uruguay, por ejemplo, no contempla nada. Además, hay un aspecto que pasa desapercibido y es la definición de identidad de género. Se habla de una convicción personal e interna de ser hombre o mujer, pero ¿qué pasa con las identidades no binarias? Esta ley no sigue los estándares internacionales de derechos humanos. La primera vez que se definió la identidad de género no se habló de ser hombre o mujer, solo de tu vivencia personal e individual de género.

“Me gusta pelear” 

De acuerdo a un estudio del Sindicato Amanda Jofré, citado por la misma Constanza en un reportaje del sitio Es mi fiesta, 95% de las mujeres trans en Chile ejerce trabajo sexual como forma de ingreso económico. Por lo mismo, tiene claro que pertenece a un pequeño grupo privilegiado al haber estudiado una carrera profesional y poder ejercerla. Desde ese lugar, pretende participar en todos los espacios posibles, tomando cualquier oportunidad para ayudar a quien lo necesite.

Bajo la misma premisa, fue que decidió postularse como candidata a constituyente, luego de desechar una posible candidatura a diputada. Desde ese espacio, dice, pretende luchar por los derechos de las mujeres y por incluir temas de multiculturalidad. A pesar de seguir en el activismo desde la comunidad LGTBI+, Constanza asegura que ahora se siente más cómoda en espacios feministas, donde ha sentido mucha inclusión y disposición a aprender, a pesar de constantemente recibir ataques de grupos trans excluyentes en redes sociales.

Constanza Valdés es además parte de la Asociación de Abogadas Feministas (Abofem). Crédito de foto: Lucian Francis

-¿De qué manera ves que afecta tu propia historia la manera en que asumes tu posición política?

La resilencia la fui adquiriendo con el tiempo, pero siempre he sido buena para pelear. Me carga que la gente crea tener la razón en todo, por lo mismo trabajo en incidencia educativa y políticas públicas. Creo que lo que me motivó a hacer activismo fue haber tenido el privilegio de estudiar, egresar, poder tener ingresos y pagarme la terapia en el momento que transicioné. Me inicié en el activismo porque no veía personas trans que hayan estudiado derecho. Asumí que tenía que aprovechar ese privilegio para visibilizar cosas. Lo que yo pasé -los intentos de suicidio, estar deprimida- es algo que no quiero que le siga pasando a más personas. Mi gran motivación es retribuir comunidad al mundo.

Desde el 2018 empecé a ampliar mis intereses y empecé a pelear por derechos de las mujeres además de LGTBI+ porque me da rabia y pena pensar que las cosas no van a cambiar sustancialmente y que quienes deciden todo, son las mismas personas que han estado décadas en el poder y son hombres. Cuando hay pocas mujeres que paran esos espacios reproducen los mismos estereotipos y las discusiones terminan siendo sobre réditos políticos antes que luchar por los derechos de las mujeres o la comunidad LGTBI+. 

-¿Qué te motiva en lo cotidiano?

Día a día mi enfoque es «qué cosa podemos cambiar o visibilizar, cómo podemos aportar desde algo en específico”. Durante los últimos tres años lo he hecho participando en varios espacios, estando siempre disponible para gente que necesita ayuda. Mucha gente me pregunta dudas por Twitter y ¿cómo voy a cobrar? He llevado varios casos pro bono. Eso me motiva a seguir adelante y aguantar de vuelta lo que viene después. Visibilizar también significa que te van a atacar con discursos de odio. Eso igual te hace «cuero de chancho». En algún momento me afectó leer mensajes del tipo «la gente LGTBI+ no tiene que existir» y ahora no dejo que me afecte, mientras físicamente no me pase nada e incluso así no sería un impedimento para seguir. 

-¿Cómo lidias con esa violencia en redes sociales?

Sé que si a mí me impacta de alguna manera, a otra gente le impactará más. Cuando me llegan comentarios de ese tipo denuncio y bloqueo. Si yo le puedo poner el pecho a las balas para que al resto no le llegue, bacán. La idea es lograr protegerse entre todas las personas y lograr redes de apoyo. El hecho de ser visible y ser activista lo hice parte de mi vida, porque quería y porque me gusta pelear, pero si el día de mañana hay alguien que quiere ser visible y no quiere pelear, no va a tener que hacerlo porque se lograron cambios gracias a personas que venían antes. Yo puedo hacerlo también gracias a eso. El día que tenga hijos o hijas no quiero que tengan que pasar por lo mismo. Hay que cambiar las cosas como sea, por eso participo en instancias institucionales, a pesar de sus problemas y de la elite. De a poco se logran los cambios y si no llegamos a las instituciones y las cambiamos de cero, van a seguir siendo así.

-En tu proceso de definirte e ir encontrando tu identidad, el feminismo te ayudó mucho. ¿Cómo te vas moviendo en esos espacios, considerando que hay discursos de odio de mujeres que se identifican como feministas?

Por mucho tiempo mi lógica fue feminista respecto a la situación. En el movimiento trans se habla de transfeminismo pero no hay mucha discusión respecto al tema, como sí sucede en organizaciones feministas. Me involucré en más espacios, como la Agrupación lésbica Rompiendo el Silencio, también en pequeños colectivos feministas y luego vino Abofem, que me ha servido desde la incidencia legislativa. Conociendo a otras feministas lo que más he sentido es mucha inclusión de gente dispuesta a aprender más, hasta el día de hoy. Al involucrarme más en el movimiento empecé a pronunciarme más respecto a temáticas feministas y ahí empezaron a aparecer quienes me criticaban por hablar desde el ser trans y lesbiana. Por suerte, siempre han sido grupos muy minoritarios. En los mundos que me muevo no me ha tocado compartir espacios con ellas, pero sí en las redes sociales, porque ahí difunden esos discursos. Muchas veces es gente anónima que ojalá aportaran más por cambiar las cosas en vez de odiar. Pero las enfrento de la misma forma que he manejado el odio y el hostigamiento de personajes de ultraderecha, algo que vivimos las mujeres de forma pública y no exclusivamente por ser trans. Hay estudios que muestran que las mujeres con opinión en la esfera pública viven más hostigamiento y acoso, es cosa de ver lo que ha pasado con Izkia Siches. En ese sentido, me siento mucho más parte del movimiento feminista que dentro de la comunidad LGTBI+ porque está lleno de hombres muy machos, por lo mismo me gusta lo complementario de trabajar en ambos. 

-Has planteado qué quieres ser candidata a constituyente, ¿cuáles serían tus propuestas?

En 2017 me ofrecieron ser candidata a diputada y lo decliné, aunque lo dejé pensado para un futuro. Pero con mi experiencia de asesora parlamentaria, vi que la política congresal está muy desvalorizada. No hay mucho que pueda hacer un parlamentario, no solo por las herramientas que limita la Constitución, sino también por el panorama político. Por lo mismo, prefiero ser constituyente considerando que los cambios son a largo plazo. Dentro de la comunidad LGTBI+ y del movimiento feminista nunca hemos tenido mucha visibilidad y representación. Más allá de llegar al congreso y estar en un espacio que te limita bastante, pasar en un encierro que te distrae y abstrae del movimiento social, prefiero enfocarme en pelear por una nueva Constitución y posicionar temáticas de género, diversidad y multiculturalidad. Quiero cambiar estructural y políticamente nuestro país, eso significa quitarle atribuciones al presidente y al Tribunal Constitucional. Mi mantra de vida es hacer las cosas que hay que hacer día a día, con convicción y porque es lo correcto, pero no porque tienes un rédito político de eso.