Comunicación alternativa y popular: la importancia de multiplicar los relatos

La llamada “crisis informativa” en que nos ha situado la pandemia y el aislamiento social debería suponer una oportunidad para las grandes industrias de la comunicación periodística de poder posicionar su labor informativa y educativa por sobre el bochorno que ha significado su tendenciosa cobertura del reciente estallido social. Sin embargo, los medios han demostrado no estar a la altura y por eso y muchas otras razones se fortalece una escena alternativa, mayor y más diversa, que da cuenta de audiencias no menores que no se ven representadas en los grandes medios, ni sus voces ni sus imágenes ni sus vivencias.

Por Juan Enrique Ortega

Pensar hoy los procesos comunicativos que se producen desde el sector social conlleva analizar un complejo número de variables que superan ampliamente el llamado periodismo ciudadano o periodismo popular como concepto. Las diversas estrategias de libre apropiación que se hace de las técnicas y usos de la comunicación desde múltiples colectivos, organizaciones y movimientos desafían incluso los formatos mediáticos para reelaborar y adaptar la herramienta en defensa del derecho a la comunicación.

“El neoliberalismo ha separado la libertad de la democracia para convertirla en antidemocrática”, dice Wendy Brown.

La industria de la comunicación junto, a sus estructuras de poder y producción de sentido social, enfrenta profundas transformaciones, no sólo por la vertiginosa revolución tecnológica que habitamos y que afecta a los medios, modificando las bases y los objetivos modernos de estas plataformas de comunicación, sino también por la profunda hibridación de formatos, estilos y géneros que afecta al periodismo también, como una parte importante de la reproducción de los relatos cotidianos de una sociedad.

En la cancha de los medios comunitarios, populares y la construcción mediática alternativa, es aún más frenético este momento de mutaciones y redefiniciones, porque dicha escena tiene una necesidad mayor de permear audiencias incidiendo en la opinión pública, una urgencia por resignificar los discursos oficiales y poder instalar nuevas visiones de país, territorio y comunidad, conceptos que hoy no existen en los flujos comerciales de información. Chile es un caso único por la ausencia paradigmática de debates relacionados con la comunicación, lo que incide en lo diverso, espontáneo y rizomático de los ejercicios y formatos de apropiación comunicativa.

La llamada “crisis informativa” en que nos ha situado el momento de pandemia y aislamiento social debería suponer una oportunidad para las grandes industrias de la comunicación periodística de poder posicionar su labor informativa y educativa por sobre el bochorno general que ha significado su tendenciosa cobertura del reciente estallido social. Cómo no reconocer este momento histórico para reposicionar una cobertura que contextualice, analice, informe y eduque acorde a la crisis de relato civilizatorio que estamos viviendo. Cómo no soñar con medios que reflejen los diálogos necesarios para una sociedad, donde se proyecte el nivel de debates que debemos abordar.

Lamentablemente, la oferta ha sido una confirmación de lo que ya es vox populi en nuestro país: coberturas sesgadas centradas en el Estado como actor principal de la pauta. Medios esclavos de cifras que ni siquiera cuestionan, que sobreviven encadenados al morbo de la discriminación por género, raza, condición social y tantas dimensiones de vulnerabilidad. 

El Covid-19 no sólo está demostrando la ineptitud de la clase dirigente para enfrentar la situación, sino también el silencio cómplice de un gran grupo de medios que se pone al servicio del reporteo simplista y la mediocridad informativa. Los medios de comunicación no han demostrado estar a la altura de los lineamientos éticos mínimos en un contexto de pandemia y, más aún, afirman su servil rol al sector dominante de turno. El levantamiento popular iniciado en octubre y que se prolonga este año, reafirmó que la industria mediática nacional no cumple su rol de informar de forma pluralista ni representa los intereses de la diversidad de sectores de la sociedad chilena. 

Hoy más que nunca hay, desde la ciudadanía, una explosión de voces, de preguntas, de debates negados por años y de exigencias a actores importantes de la sociedad. Si dicho flujo discursivo no encuentra cabida en las editorialidades empresariales lo hará en diversos canales que hoy construyen las propias comunidades excluidas. Las esferas de comunicación alternativa hoy están bullantes por esa y muchas razones. 

Otra comunicación

En Chile, el movimiento de comunicación popular alternativa no es nuevo, existen desde al menos cuatro décadas iniciativas mediáticas y no mediáticas que desde la experimentación han abierto canales de expresión popular por donde se cuelan las voces de hombres y mujeres, niños y niñas, con mensajes reales de las vivencias populares. La radio comunitaria, la televisión popular, los medios y espacios de comunicación de pueblos originarios, redes feministas, migrantes, territoriales, socioambientales y de diversos sectores pueblan hoy la oferta mediática alternativa. 

Sin duda, hoy, gracias al avance del acceso a internet y múltiples herramientas de grabación, producción audiovisual, transmisión y circulación masiva de mensajes, la parrilla desde la escena alternativa es mayor y más diversa, lo que da cuenta de audiencias no menores que no se ven representadas en los grandes medios, ni sus voces ni sus imágenes ni sus vivencias.

La ausencia y debilidad de medios públicos, que han sido fundamentales en las democracias modernas del mundo, nos tiene sobreviviendo a merced del mercado de las comunicaciones, de la dictadura de los formatos, discursos e intereses que estas grandes fábricas de sentido común instalan sobre nuestra cotidianidad. No es una tarea fácil y no todos y todas somos conscientes de su envergadura.

Contar, por lo tanto, con medios alternativos fuertes es una necesidad profunda de la sociedad global, necesidad que abarca la urgencia por legislar con enfoque de derecho sobre el acceso a las frecuencias y los monopolios mediáticos y construir opiniones públicas locales que fortalezcan el debate en los territorios, descentralizando la visión de país que hoy vemos repetida de norte a sur.

En tiempos de Covid-19, los medios y plataformas alternativas, comunitarias y populares son las que están denunciando la realidad de territorios que hoy no tienen cómo lavarse las manos pues la sequía y el saqueo los ha dejado sin agua. Tienen un tratamiento de la información más ético, responsable y solidario que lo que podemos encontrar en los medios de comunicación tradicionales.  

La sociedad civil hoy se apropia de las comunicaciones no pensando en fundar medios ni levantar estructuras verticales, sino que se articula en roles funcionales a la concreción de objetivos comunicacionales particulares y generales. La mayoría de esos esfuerzos se divide en lógicas productivas (registro y producción de mensajes desde esferas alternativas, con actores sociales comunitarios y en códigos coloquiales) y lógicas circulatorias donde lo principal es participar de un ejercicio viralizatorio de mensajes, imágenes y formatos virtuales que participan de la guerrilla diaria de la información. En cada uno de estos esfuerzos hay una constatación básica: los medios de comunicación no “nos” reflejan, no dan cuenta de voces que deberían estar.

Rol de la comunicación alternativa en tiempos de infodemia

Aun cuando la tradición de la comunicación alternativa en Chile ha tenido un desarrollo mayor en los formatos mediáticos, radio, TV y prensa, desde hace más de una década el desarrollo de experiencias de comunicación se asocia mucho más a colectivos fotográficos, equipos audiovisuales y grandes “centrales” de publicación en plataformas de redes sociales. Formatos como el diseño, la ilustración y la gráfica mixta son los que hoy recorren millones de teléfonos al día.

Los nuevos formatos de la comunicación hoy muchas veces eluden el escenario de “los medios” y establecen identidades y referencias desde la virtualidad, ya no desde un territorio específico o una comunidad. Se trata de transmisiones y programas que se emiten desde espacios cotidianos no lujosos y que están cumpliendo un rol educativo y liberador de muchas audiencias. 

Las diversas faunas que hoy habitan y conviven en la esfera comunicacional alternativa participan de ejercicios de producción espontánea de formatos periodísticos hechos desde la contrahegemonía temática, de fuentes y de estilos, y construyen estrategias de circulación y masificación de mensajes, imágenes y videos. En cada una de estas apuestas se deconstruye una realidad mediática y se crea relato social con autonomía.

En tiempos de Covid-19, los medios y plataformas alternativas, comunitarias y populares son las que están denunciando la realidad de territorios que hoy no tienen cómo lavarse las manos pues la sequía y el saqueo los ha dejado sin agua; son los espacios donde las comunidades migrantes intercambian estrategias para sobrevivir al racismo y discriminación que se instala desde las grandes esferas; son los espacios donde millones de mujeres intercambian estrategias para prevenir, disminuir y denunciar la violencia patriarcal en tiempos de encierro; donde se educa a los trabajadores en derechos básicos ante la crisis económica que se avecina.

Los movimientos sociales y organizaciones territoriales que desde hace décadas vienen entregando discursividades, testimonios y consignas desde la experiencia profunda del neoliberalismo, usan hoy los espacios comunicacionales para dialogar y proponer un tratamiento de la información en tiempos de pandemia, uno mucho más ético, responsable y solidario que lo que podemos encontrar en los medios de comunicación tradicionales.  

Los medios alternativos nos muestran la crisis en la salud primaria de localidades en regiones, enfrentan y desenmascaran falsos discursos de autoridades, organizan e informan de cadenas de ayuda y visibilizan la autogestión popular de la salud, la educación y la sobrevivencia en crisis económica. Son las radios populares las que conmemoran los seis meses de la revuelta social, los núcleos audiovisuales independientes los que nos muestran cómo las propias comunidades sanitizan las calles, cómo el Estado, que dejó de estar, ha sido reemplazado precariamente pero con dignidad, por estrategias solidarias y colectivas.

Sin embargo, no basta con tener y sostener espacios de denuncia transversal, sino que es necesario apostar también a la construcción de nuevos espacios de interacción y reinterpretación de los discursos oficiales, con incidencia indirecta pero real en la esfera social cotidiana, ya sea de la mano de la convergencia del meme, la ilustración, el diseño, el podcast y la producción audiovisual.

La esfera comunicacional alternativa hoy es un amplio espacio de interacción espontánea a través del que se ejercen nuevas estrategias discursivas, donde se pone en vitrina a nuevos sujetos sociales y se reproducen nuevas formas de ser en el mundo. Son las voces vivas de una ciudadanía que bulle bajo la opinión pública convencional, relatos de resistencia al modelo que se multiplican y resginifican a alta velocidad.

En tiempos de crisis social y de pandemia sanitaria-informativa, a la comunicación comunitaria, alternativa y popular no le corresponde ni imitar ni adaptar los formatos comerciales, tampoco esforzarse por llenar los vacíos de los medios públicos ausentes en Chile. A las voces, relatos y medios de la esfera social les corresponde subvertir los discursos oficiales, poner en duda y debatir colectivamente con las audiencias prosumidoras sobre horizontes políticos, culturales y también sanitarios, reformulando los sentidos de la comunicación, del periodismo y de la construcción de realidad. La comunicación comunitaria es el síntoma de un pueblo que reflexiona, dialoga y se hace preguntas sobre la realidad.

Hoy es un deber colectivo sumar voces al debate y participar ya sea de la producción, circulación o resemantización de la información. La necesidad de expresar, dialogar y articular voces es demasiado profunda para dejarle la pega a los medios tradicionales.

Periodismo en tiempos de crisis

En los primeros días, el foco de la atención periodística no estaba en las causas que originaban la inédita revuelta ciudadana que como bola de nieve se iba expandiendo y aumentando en masividad, sino en aquellos hechos que espectacularizaban la noticia y, de paso, deslegitimaba la movilización social asociándola con los actos vandálicos.

Por Faride Zerán | Fotografías: Felipe Poga

1.- Detrás del mea culpa de La Tercera

No bastó el mea culpa de uno de los dos medios del duopolio de la prensa escrita, el diario La Tercera, excusándose al día siguiente de que publicara una nota sin fuentes donde se acusaba   como instigadores de los actos vandálicos a grupos cubanos y a venezolanos vinculados a Maduro.

Y es que también en materia informativa, el periodismo, al igual que el gobierno, los partidos políticos y gran parte de las instituciones —muchas de ellas desacreditas desde hace tiempo— no han estado a la altura de la magnitud y gravedad de los acontecimientos.

Como la imagen que circula en las redes mostrando un iceberg en cuya punta se ubica el alza del metro, y en la faz sumergida las desigualdades de un modelo neoliberal que arrasó con todo —incluyendo el derecho a una vida digna y segura, es decir a la salud, a la educación, a salarios éticos, a una vejez con pensiones decentes,  a circular por la calles con tranquilidad; en definitiva, a vivir con futuro—, lo que está detrás de la fake news de La Tercera aludiendo a una conspiración externa,  o del WhatsApp de audio de la esposa del Presidente de la República, advirtiendo de atentados a hospitales, de desabastecimiento y otros horrores provenientes de alienígenas, es una construcción del «enemigo externo» elaborada en alguna oscura oficina de aprendices y conspiradores.

«Esa construcción conspirativa merece no una, sino varias explicaciones. ¿Quiénes están detrás de ella? (…) ¿Por qué La Tercera, diario que suponíamos con estándares éticos mínimos, se hizo eco de una información tan compleja, publicándola sin firma, sin fuentes, sin chequeos elementales?»

La escena de un desencajado presidente diciéndole al país que estábamos en guerra contra un enemigo poderoso y agazapado, justificando con ello no sólo su incapacidad de ver y escuchar, sino el estado de emergencia, toque de queda, militares en las calles y abusos y atropellos a los derechos humanos, es otro ejemplo de que el «desliz” de La Tercera era la punta de otro iceberg. Uno sumergido en este caso en los intrincados laberintos de una inteligencia cuyas maniobras fueron abortadas no por obra de periodistas y partidos políticos atentos y comprometidos con la democracia, sino por los millones de hombres y mujeres que en los días siguientes se tomaron el país en multitudinarias movilizaciones ciudadanas sin precedentes en nuestra historia.

Esa construcción conspirativa merece no una, sino varias explicaciones. ¿Quiénes están detrás de ella? ¿Cómo se informa o desinforma al presidente y a su círculo cercano?  ¿Por qué La Tercera, diario que suponíamos con estándares éticos mínimos, se hizo eco de una información tan compleja, publicándola sin firma, sin fuentes, sin chequeos elementales?

Estas interrogantes merecen respuestas. Como también aquellas que apuntan a una frase que, en materia de derechos humanos, creímos que en Chile estaba tallada en piedra: Nunca más.

2.- Las tardías preguntas por los DDHH

Desde el inicio del estallido social que partió en Santiago como protesta contra el alza de las tarifas del metro, los canales de televisión iniciaron transmisiones casi ininterrumpidas cubriendo paso a paso los desórdenes, saqueos e incendios que se sucedieron en distintos puntos de la capital y de otras ciudades del país.

En los primeros días, el foco de la atención periodística no estaba en las causas que originaban la inédita revuelta ciudadana que como bola de nieve se iba expandiendo y aumentando en masividad, sino en aquellos hechos que espectacularizaban la noticia y, de paso, deslegitimaban la movilización social asociándola con los actos vandálicos.

Pese a la declaración del estado de emergencia y toque de queda, los medios, salvo excepciones, no llamaron a reflexionar acerca de qué originaba tanta furia, desencanto, hastío en la población; no se preguntaron qué ocurría con los detenidos, por qué tantos muertos en los incendios o qué estaba sucediendo con los manifestantes que se volcaban a las calles para hacer sonar sus cacerolas y para exhibir su malestar. No interrogaron sobre la cantidad de balines disparados al cuerpo, al rostro, a los ojos de hombres, mujeres, jóvenes y niños, y menos por la violencia sexual ejercida contra mujeres e integrantes de las disidencias sexuales.

Y es que gran parte de la prensa durante los primeros días de iniciada la masiva protesta omitió y eludió el tema de los derechos humanos, y sólo más tarde, cuando las voces de alerta llegaron desde fuera de nuestras fronteras, escucharon el eco, y algunos recién lo empezaron a incorporar a sus pautas.

Mientras escribo estas líneas reviso el reporte de la Fiscalía del Ministerio Público:  23 muertos. El informe del INDH del 29 de octubre, sobre «Monitoreo a manifestaciones», señala que “se observa el incumplimiento de los protocolos para mantenimiento del orden público y de la circular  número 1832 sobre uso de la fuerza”, y enumera a continuación: “detenciones arbitrarias; uso excesivo de la fuerza; uso indiscriminado de lacrimógenas; disparos al cuerpo; lanza aguas en dirección al cuerpo, uso de perdigones y balines; carabineros y militares sin identificación”.

«Hay un nuevo Chile que se está moviendo entre la desazón y la esperanza, entre la incertidumbre y las ganas de futuro. En esos intersticios se escurre el buen periodismo (…), capaz de tomarle el pulso a su tiempo, y también de sintonizar con él, pero sin dejar de lado su talante disidente e interpelador».

3.- Reportear en tiempos de crisis

Reportear en tiempos de crisis y convulsiones sociales no es fácil. Exige rigor, coraje y compromiso con la verdad. Exige también no sólo interpelar a las fuentes, sino a sí mismo. Preguntarse, por ejemplo, lo que Claudio Nash, Coordinador Académico de la Cátedra de DDHH de la U. de Chile, señaló en una entrevista a propósito de la violación de derechos humanos hoy en el país: “En Hong Kong llevan dos meses con protestas, muchas de ellas muy violentas, y no hay ningún muerto, y estamos hablando de la dictadura de China que se supone es una de las más atroces del mundo”.

Claramente, la vulneración de los derechos humanos no es un tema del pasado, sino del presente. Y si bien reaparece hoy con fuerza producto de la crisis que estamos viviendo, se arrastra desde hace tiempo. Mientras termino estas líneas, tengo en mi retina la imagen de hace un par de meses de las Fuerzas Especiales de Carabineros ingresando a las salas de clases del Instituto Nacional, subiéndose a los techos, orinando en ellos. ¿Cómo hemos permitido estos niveles de abuso y represión contra niños y adolescentes?  ¿En qué minuto se rompió el pacto del Nunca más?

Mientras, la crisis institucional sigue su curso. El debate en torno al plebiscito, asamblea constituyente y nuevo pacto social está en los cabildos que se replican en todo el país. Hay un nuevo Chile que se está moviendo entre la desazón y la esperanza, entre la incertidumbre y las ganas de futuro.

En esos intersticios, en esas grietas se escurre el buen periodismo con sus preguntas a veces sin respuestas. Ese periodismo, agudo, inteligente, bien formado que por un lado es capaz de tomarle el pulso a su tiempo, y también de sintonizar con él, pero sin dejar de lado su talante disidente e interpelador.

(*) Esta columna fue publicada originalmente en El Desconcierto

Periodismo, tolerancia y libertad de expresión

Por Paula Molina

Los límites de lo “políticamente correcto” en muchos casos representan una salvaguarda mínima para grupos que se han visto tradicionalmente afectados por la libre expresión de prejuicios de todo tipo: de género, de raza, económicos, sociales.

Homosexuales, transexuales, lesbianas, mujeres en general, judíos, “pobres”, negros, inmigrantes: los prejuicios van usualmente contra los mismos grupos y sus efectos van más allá de las palabras, tienen efectos reales en la vida de la comunidad que formamos todos.

Hay quienes ven en esas restricciones -que en algunos países, como Chile, son muy moderadas y recientes- una restricción a la libertad de expresión. Una barrera que impide la representación imparcial, exhaustiva de la diversidad de opiniones que se manifiestan en una sociedad.

Sabemos que países como Alemania se dan a sí mismos mandatos éticos más densos y admiten restringir la libertad de expresión para proteger un bien mayor, el bienestar de la comunidad, asumiendo que los discursos de intolerancia y odio causan daño y tienen efectos políticos, sociales, reales.

Estados Unidos defiende en general un sistema donde la libertad se erige como el derecho más robusto. La libertad de expresión puede cubrir incluso el derecho a realizar una marcha neonazi en un barrio de sobrevivientes de la persecución bajo Hitler –así ocurrió en un dictamen judicial.

¿Es posible demandar y defender el derecho a la libertad de expresión y al mismo tiempo restringir o ignorar la manifestación de ideas que promueven prejuicios de género, religiosos, raciales, ideológicos?

¿Es sensato expresar las ideas de grupos que, en última instancia, quisieran restringir para algunos la misma libertad de expresión -y otras libertades- que reclaman para sí mismos?

El dilema no tiene respuesta, más bien nos exige tomar decisiones. Y en esas decisiones, a veces diarias, el periodismo está en la primera línea de fuego.

¿Existe temor en ciertos sectores de la población chilena a perder cupos, empleos, espacios o “identidad” ante la inmigración? La popularidad del discurso anti inmigrantes así lo indica.

¿Existe inquietud ante las conquistas de grupos que buscan el reconocimiento de la diversidad sexual, de género, en la sociedad chilena? Las demoras en la aprobación legislativa de todas las leyes relacionadas así lo manifiestan.

Son temas en la agenda. Y el periodismo, que la mayor parte del tiempo vive atrapado en la urgencia de sus decisiones diarias, debe definirse ante ellos a veces, minuto a minuto. Y en esas decisiones urgentes, muchas veces triunfa la opción más sencilla. La más simple de todas: ser el altavoz, voluntario o involuntario, de esos y otros temores, y de quienes los explotan por beneficios, por ejemplo, políticos.

El miedo es audiencia segura. Las emociones fuertes –como las que articulan los heraldos del racismo o la xenofobia- llevan la promesa de la atención pública, uno de los bienes más escasos y preciados hoy en los medios de comunicación (y no sólo en ellos). La polémica es tráfico digital y rating fácil y sus beneficios son mucho más claros, inmediatos y evidentes que sus costos en prestigio y reputación.

A la tentación del tráfico se suma la del desafío: el periodismo llama a quienes disfrutan los debates. El duelo (que imaginamos) intelectual, se presenta como oportunidad valiosa. Nos entusiasmamos ante lo que imaginamos será una intensa, pero sana discusión de ideas.

Muchas veces no lo es.

Se emplaza desde los argumentos a quienes responden con pasiones y creencias. El/la entrevistado/a responde “desde dentro”, las preguntas, en cambio, se hacen “desde fuera”. No importa quién haga la entrevista: los Trump, los Bolsonaro en cualquier lado siempre serán más fáciles de entender y sonarán más honestos. Precisamente porque hablan sólo y únicamente desde lo que sienten y creen.

Pero hay alternativas a ser, voluntaria o involuntariamente, el altavoz de la intolerancia.

La o el periodista, a quien ya se le negó el privilegio (siempre dudoso) de ser “objetivo”, sí conserva la indiscutible capacidad de expresar las distintas posiciones en la sociedad en forma informada, precisa y justa. Y es en el despliegue de esa capacidad -en la búsqueda de información, la pesquisa de datosdonde mejor puede expresar la diversidad de ideas.

Ante los temores (a la migración, la diversidad, la globalización, los otros, etc.) se impone la tarea de entrevistar e informar desde el reporteo: ¿podemos identificar el origen de estos miedos? ¿En qué datos se sustentan esas inquietudes? ¿Qué información –económica, científica, histórica- podemos buscar, analizar y publicar para responder a esas inquietudes? ¿Podemos identificar qué sectores se ven beneficiados con esa sensación? ¿Quiénes los explotan?

El periodismo siempre opina en alguna medida. Incluso cuando se limita a describir los hechos, el trabajo de edición y selección de información expresa una opción por cierta representación de la realidad. Esa representación debe incluir todas nuestras pulsiones, las democráticas y las autoritarias, las tolerantes y las intolerantes, aquellas que sólo expresan prejuicios y aquellas ideas bien fundadas.

Pero dar cuenta de esa riqueza –y pobreza- no implica tratarlas a todas con una misma vara. Por el contrario, es expresarlas cada una en su mérito. La opinión que desafía a los datos, la ciencia, el análisis, es creencia. Y podemos creer distintas cosas sobre la realidad. Pero no podemos presentar la realidad como mera creencia.

Creo en restringir las expresiones de odio. El periodismo, que siempre emplaza, no puede ser mera propaganda de ningún discurso, tampoco de aquellos que dañan la convivencia común.

Pero creo más en la fuerza de la información. En iluminar los sombríos pliegues del miedo. En exponer y desafiar ante la opinión pública nuestras luces y nuestras sombras.

Lo otro es permitir que nuestras peores pulsiones crezcan en la oscuridad, sin contrastes, sin emplazamientos, sin cuestionamientos. Y que asomen su fea cara cuando ya sean demasiado fuertes para desenmascararlas.

Para ser un país «resistente»: La contribución de los periodistas al manejo de desastres

Por Raúl Rodríguez / Fotografía: Felipe Poga

La ofensiva estadounidense en Siria marca un antes y un después en Medio Oriente y en las relaciones internacionales. No solo es un asunto de “balances” de poder con Rusia en la zona del conflicto o una nueva estrategia de la geopolítica norteamericana, sino también un asunto humanitario, toda vez que se incrementa el riesgo de desastre en la región.

Según la Agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR), Siria enfrenta la mayor crisis de desplazamiento interno del mundo con 7,6 millones de personas y casi cuatro millones de refugiados en los países vecinos. Estima, el organismo internacional, que 4,8 millones de personas necesitan asistencia humanitaria en zonas de difícil acceso y lugares asediados por tropas de uno u otro bando. Los desastres a distintas escalas interpelan más que nunca a los medios de comunicación y líderes de opinión en el uso de redes de información para que circulen mensajes y datos veraces, considerando el estado emocional de las víctimas, desde el proceso de emergencia hasta la reconstrucción.

Así, la comunicación y el periodismo en tiempos de crisis toman otro color. Se ponen a prueba las líneas editoriales, la producción de la información y los tratamientos periodísticos expresados en las coberturas dedicadas a estos hechos extraordinarios.

En Chile, recordábamos en marzo pasado los dos años desde los aluviones en Atacama y el desigual proceso de reconstrucción que ha vivido la población en la zona. Más reciente están en nuestra memoria los incendios forestales, el peor desastre de esta índole en la historia del país.

En medio de la tragedia que afectó a la zona centro y sur, el Consejo Nacional de Televisión (CNTV) solicitó a los canales de la TV abierta respetar el estado emocional de las víctimas de los incendios durante sus transmisiones.

«Es fundamental la cobertura informativa que realizan los canales de televisión para conocer las necesidades y las acciones de las instituciones que dan respuesta a las emergencias. Sin embargo, son (sic) en estas circunstancias cuando se valoran los protocolos y herramientas que aseguren una entrega responsable de la información”, expresaba el oficio enviado a los canales.

Los actores relevantes se multiplican y la magnitud de los hechos amerita aplicar el mayor rigor en las rutinas de producción, con un tratamiento éticamente responsable. Sin embargo, la espectacularización de la noticia, la escasa participación ciudadana en estos procesos y la falta de respuestas colectivas a la tragedia hacen que el proceso de gestión de la información en medio de un desastre no sea el más adecuado.

Pautas conceptuales para “manejar” el desastre

Un desastre se produce por origen natural (terremoto), biológico (epidemias) o inducido por el ser humano (como incendios o guerras), mientras el riesgo es la sumatoria de las eventuales pérdidas en vida, ausencia de condiciones de salud, falta de medios para el sustento y dificultad para acceder a bienes y servicios, según clasifica la Oficina para la Reducción del Riesgo de Desastres de la ONU. A su vez, el riesgo provocado por un posible desastre está en función tanto de la amenaza o peligro como de la vulnerabilidad de una comunidad. Por tanto, el riesgo puede aumentar o disminuir proporcionalmente en la medida que alguno o ambos factores varíen en el tiempo.

Frente a esto, la pregunta es cómo gestionar el riesgo de un desastre, cuyo proceso social incluye la estimación del riesgo; prevención y reducción del mismo; preparación, respuesta y rehabilitación; y reconstrucción.

La Tercera Conferencia Mundial de Naciones Unidas celebrada en Japón en 2015 aprobó un Nuevo Marco para la Reducción de Riesgos de Desastres 2015-2030 definiendo dos propósitos centrales: mejorar la gobernanza en la gestión de desastres y fomentar la coordinación de todos los sectores.

En Chile aún existe una deuda en esta materia para el adecuado manejo de desastres, ya que a seis años de ingresar al Congreso, el 22 de marzo de 2011, el proyecto de ley que crea el Sistema Nacional de Emergencia y Protección Civil y la Agencia Nacional de Protección Civil, todavía está en su segundo trámite constitucional en el Senado.

Pese a la suma urgencia dada este año, a propósito de los incendios forestales en el verano, el Estado y sus instituciones van mucho más lento que lo que apremia la “realidad” socio natural del país. Esta actitud reactiva sólo aumenta el riesgo de nuevos eventos, a contrapelo de la necesidad de políticas públicas y del desarrollo sostenible en materias económica, ambiental, seguridad y territorial.

Los medios de comunicación, en este sentido, pueden jugar un papel importante respecto a estos desafíos para cambiar la improvisación por tareas permanentes. “Los desastres pueden reducirse considerablemente si la gente se mantiene informada sobre las medidas que puede tomar para reducir su vulnerabilidad y si se mantiene motivada para actuar”, señala el Marco de Acción de Hyogo de las Naciones Unidas, 2005, suscrito por Chile.

Pautas para la acción: el periodista activo

La abundancia de memes se ha hecho habitual cuando vemos a periodistas “todo terreno”, mojados hasta el “cogote” para demostrar los estragos del temporal; o a los reporteros “sensibles” de algunos matinales que lloran con los afectados por los incendios. Esto confirma la necesidad de avanzar en protocolos para regular los tratamientos informativos en situación de calamidad.

La Oficina para la Reducción del Riesgo de Desastres de la ONU entregó recomendaciones a los estados y medios de comunicación para enfrentar las “amenazas” y prevenir de mejor forma los “desastres”. Desde usar el lenguaje apropiado hasta manejar una cultura de la prevención, que sea referencia para la comunidad y la ciudadanía, son elementos centrales para que los medios, sobre todo aquellos de mayor impacto, puedan prestar un servicio oportuno y veraz, pero también puedan cumplir su rol de comunicadores con sentido ético y de responsabilidad social.

El CNTV (2015) ya advirtió en un documento para la “Identificación de buenas prácticas para la cobertura televisiva de tragedias, desastres y delitos” que si bien los canales de televisión se han dado normas de autorregulación, no tienen normas específicas o prácticas que validen su implementación dentro de su ejercicio diario, en sintonía con sus definiciones programáticas y editoriales.

En el Manual de Gestión de Riesgos de Desastres para Comunicadores Sociales, elaborado por la UNESCO en 2011, se proponen acciones sobre la base de la Estrategia Internacional para la Reducción de Desastres de las Naciones Unidas, como difundir conocimientos científicos y tecnológicos sobre los riesgos y las amenazas; promover la incorporación y participación activa en el proceso de gestión de riesgo de los medios masivos y alternativos, instituciones académicas y gremiales de la comunicación; y evitar la desinformación y el abuso en la función informativa y comunicacional promoviendo códigos de comportamiento ético para los comunicadores en momentos de emergencia o desastre.

Lucy Calderón, periodista guatemalteca, especialista en comunicación en gestión del desastre y expresidenta de la Federación Mundial de Periodistas Científicos, plantea a Palabra Pública tres tareas esenciales: “ante todo se debe dar un toque humano a las notas que se publiquen, pero sin causar más victimización en las personas, tratando de dar respuestas a las preguntas que más le estén acongojando a la población afectada. Segundo, dentro de las redacciones debe formarse un grupo ad hoc para responder informativamente a la catástrofe, por eso la capacitación debe ser constante para los periodistas. Y tercero, además del recuento de daños, el periodista debiese informar sobre prevención. Cómo la comunidad afectada puede evitar que le vuelva a pasar algo similar. Debe ofrecer información que le ayude a ser resiliente y evitar mayores daños en un futuro”.

Si bien los medios locales y comunitarios, y los medios digitales y centros de investigación periodística, han contribuido a diversificar la oferta y proponer nuevos enfoques a los conflictos que atravesamos, los medios en su conjunto deben ofrecer un debate más informado sobre los efectos y consecuencias de estas catástrofes, para fomentar una cultura de la prevención y no una mera cultura de la reacción.