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¿Son válidas tus emociones?

El pensamiento occidental ha considerado tradicionalmente que el intelecto y la emoción son adversarios. El historiador británico Thomas Dixon, especializado en estos asuntos, desmonta en este texto la dicotomía razón/sentimiento y su relación con las ideas patriarcales.  

Por Thomas Dixon | Ilustración: Fabián Rivas | Publicado originalmente en The Institute of Arts and Ideas

“Tus emociones son válidas”. Así dice un eslogan popular, que a menudo aparece en memes sobre salud mental y mensajes en redes sociales. No estoy muy seguro de lo que significa “válido” en ese contexto, pero la palabra suele expresar que algo es sensato, convincente, fundado en la realidad o éticamente valioso. ¿Se puede aplicar a mis emociones? ¿A todas? ¿A las tuyas también? ¿Y a las emociones de odio de racistas y misóginos? ¿Y a los miedos irracionales de ilusos teóricos de la conspiración? Seguro que no. 

Sin duda, la opinión de la mayoría de la gente sobre las emociones humanas tiene más matices que la simple afirmación de que todas son “válidas”. Y la intención del eslogan —ayudar a las personas a aceptar sus sentimientos en lugar de demonizarlos o patologizarlos— es sana. No obstante, en un mundo en que las redes sociales y las políticas de identidad parecen estar creando una nueva era de emocionalidad polarizada, vale la pena detenerse a pensar de nuevo en la relación entre pensamiento y sentimiento, razón y emoción. 

Todos conocemos la diferencia, por nuestras vidas y experiencias, entre tomar una decisión al calor del momento —en las garras de una emoción poderosa como la rabia, el odio, el deseo o la desesperación— y hacer una elección en base a una reflexión serena y desapegada. Hay ahí una verdadera diferencia. Sin embargo, es probable que también sepamos que la psicología y la ciencia cognitiva han demostrado las profundas conexiones que existen entre la razón y la emoción, entre el procesamiento cognitivo y el afectivo, y entre las sensaciones corporales y el pensamiento intelectual. Hoy en día somos demasiado inteligentes emocionalmente para cometer lo que el neurocientífico Antonio Damasio bautizó como “el error de Descartes” (dejando de lado, por ahora, si esta frase es justa con el filósofo francés). 

¿Cómo podemos, entonces, resolver este problema conceptual sin perder de vista el contraste entre una toma de decisión exaltada y una tranquila, rechazando al mismo tiempo una dicotomía simple entre razón y emociones? Una mirada retrospectiva a la historia de las ideas en torno a los sentimientos puede ayudarnos con esto. 

Una de las razones por las que la relación entre razón y emoción ha sido controvertida es su conexión histórica con las ideas patriarcales. Históricamente, escritores y filósofos han hecho distinciones entre pensamiento y sentimiento, cabeza y corazón, razón y pasión, intelecto y emoción, a menudo asociando a los hombres más con lo primero y a las mujeres con lo segundo. A principios de la década de 1980, la escritora feminista Audre Lorde afirmó que a los hombres se les seguía enseñando que su dominio era el entendimiento y el saber, y que debían “mantener a las mujeres cerca para que sintieran por ellos, como las hormigas hacen con los pulgones”. Para Lorde, esta separación entre pensamiento y sentimiento era perjudicial tanto para las mujeres, que quedaban excluidas del conocimiento, la comprensión y el respeto, como para los hombres, cuyas emociones reprimidas conducían al dolor, la hostilidad y la violencia. 

Esta oposición estereotipada entre el sentimiento femenino y la racionalidad masculina se ha intentado superar a través de diversas estrategias. En sus escritos de la década de 1790, la feminista inglesa Mary Wollstonecraft sostenía que las mujeres, al igual que los hombres, necesitaban recibir una educación adecuada para que sus facultades de razonamiento y entendimiento estuvieran del todo desarrolladas y fueran lo suficientemente fuertes como para controlar y guiar sus pasiones: las mujeres, como los hombres, debían ser seres racionales al mando de sus sentimientos. Estos enfoques se basan en la distinción entre sentimiento y conocimiento, y buscan encontrar nuevas formas de reconectar y revalorizar algunos de los polos de ese contraste, exhortando a las mujeres a desarrollar sus cualidades intelectuales o instando a los hombres a entrar en contacto con el ámbito supuestamente femenino de los sentimientos.  

Otra estrategia ha consistido en considerar el modo en que las emociones son formas de pensamiento. Una vez más, los escritos de Audre Lorde son ilustrativos. Ella argumentaba que tanto hombres como mujeres necesitaban estar en total contacto con sus emociones, porque “nuestros sentimientos son los caminos más genuinos hacia el conocimiento”. Lorde describió su propia “rabia de mujer negra” como un pozo de magma, un hilo eléctrico y “un manantial que bulle a punto de entrar en erupción y derramarse desde mi conciencia como un fuego sobre el paisaje”. Es significativo, sin embargo, que Lorde combinara estas imágenes de furia y estallido con una visión de la ira como algo cognitivo, como una emoción que revelaba las creencias y valores de una persona. La ira, decía, estaba “cargada de información y energía”. 

En las últimas décadas, la filósofa moral estadounidense Martha Nussbaum también ha sido una prominente defensora de este enfoque más cognitivo, según el que las emociones son una especie de juicio de valor sobre el mundo externo, dotadas de inteligencia y racionalidad propias, dependiendo de la precisión con que nos representen el mundo. Este planteamiento de corte más cognitivo se denomina a veces teoría “neoestoica” de las emociones, ya que se basa en ideas sobre las pasiones que se remontan a los antiguos filósofos estoicos griegos y romanos. Desde este punto de vista, las pasiones y emociones son opiniones o juicios sobre el mundo. Por ejemplo, la rabia sería la creencia de que he sido insultado y debería vengarme, mientras que el odio a los inmigrantes podría ser la convicción de que los extranjeros son una amenaza para lo que más apreciamos, o el patriotismo sería la idea de que el país propio tiene un lugar y una importancia especiales en el mundo. 

Si nuestras emociones son cognitivas —es decir, son creencias sentidas y encarnadas sobre el mundo—, entonces están sujetas a las mismas pruebas de validez y racionalidad que todas las creencias. Esto es importante, porque significa que apelar a la emoción no es una forma de eludir el debate racional, sino más bien una forma algo más intensa y apasionada de abordarlo. Si las emociones son en sí mismas creencias, entonces deben contrastarse con las pruebas y debe evaluarse su impacto ético y estratégico, como ocurre con otras creencias. No todas son válidas, como tampoco lo son todas las emociones. Algunas están llenas de luz, información y energía, otras son fruto del error, la ilusión o el engaño. 


Traducción de Evelyn Erlij 

Este texto fue publicado originalmente en The Institute of Art and Ideas. http://iai.tv