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Álvaro Bisama: “La literatura es una conversación entre los vivos y los muertos”

El escritor y académico lleva años explorando la tradición literaria chilena, que ha leído y retratado como pocos. En su nuevo libro La rabia y el augurio examina la vida y la obra de Carlos Droguett, figura clave de la narrativa del siglo XX. “Su escritura es la de alguien que preserva los hechos, los fragmentos del horror y la historia de la sangre”, afirma.

Por José Núñez | Fotos: Felipe PoGa

Si algo ha caracterizado el trabajo del escritor Álvaro Bisama (1975) es su obsesión por comprender el campo de la literatura chilena. Sus mitos y entresijos. En 2008 publicó Cien libros chilenos (Ediciones B), una colección de reseñas que incluía libros de historia, manuscritos de teatro, cómics y fanzines, y el poema épico La Araucana, del poeta y soldado español Alonso de Ercilla, como punto de partida de las letras locales. El libro era una aproximación oblicua, muchas veces antojadiza, al canon literario nacional, aunque Bisama rehuía de ese concepto. Leerlo era enterarse de tópicos, recursos estilísticos y genealogías varias, en una prosa más cercana a la crónica que a la escritura académica. Allí, la tradición literaria chilena era una historia de enredos, combates e intrigas, en la que escritores inclasificables y costumbristas convivían junto con los poetas que ubicaron a Chile en el mapa de la literatura mundial.

Pero había algo más. Un rasgo particular en la lectura que Bisama hacía de ciertos autores. Lo que le interesaba era ese aire de familia que compartían, por ejemplo, Juan Emar y Juan Luis Martínez, escritores que desarrollaron una obra original a espaldas de grupos, modas o escuelas y, por lo mismo, que resultaron extraños y difíciles de asimilar para las coordenadas de lectura de sus respectivas épocas. Esa fascinación lo llevó a interesarse años más tarde por Pablo de Rokha, uno de “los cuatro grandes de la poesía chilena”, como se conoce al grupo formado por él, Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Vicente Huidobro. Pero antes publicaría novelas como Estrellas muertas (2010), Ruido (2012) y Laguna (2018), los libros de no ficción Televisión (2015) y Deslizamientos (2016), y artículos sobre cultura pop en diversos medios, con los que fue cosechando premios y distinciones.

En Mala lengua (Alfaguara), el perfil que publicó en 2020 sobre Pablo de Rokha, Bisama volvía sobre la historia de la literatura chilena y, de paso, se convertía en uno de sus “mejores conocedores”, en palabras de la crítica Lorena Amaro. Allí retrataba la trayectoria accidentada del poeta, mientras revivía las pugnas generacionales y las discusiones que animaron la escena literaria de la primera mitad del siglo XX. En esas páginas aparecían los claroscuros de una figura compleja, pero también, un poco al sesgo, el protagonista de su último libro, alguien que, como De Rokha, escribió una obra radical, fundadora de la novela moderna en Chile: Carlos Droguett (1912-1996), autor de Eloy (1960) y Patas de perro (1965) y Premio Nacional de Literatura en 1970.

—Sus libros estaban en la casa de mis padres, varios de ellos en primeras ediciones. Luego volví a él a la luz de Cien libros chilenos, donde escribí de Los asesinados del Seguro Obrero y Patas de perro. En 2010 salieron dos libros nuevos, en el sentido de que eran objetos casi inéditos: Materiales de construcción, que editó UDP, y Sobre la ausencia, de Lanzallamas. Escribí un ensayo sobre ellos para Taller de Letras, de la PUC, y a partir de ahí empecé a volver sobre Droguett cada cierto tiempo —cuenta sobre su relación con el autor, que culminaría en La rabia y el augurioUn ensayo biográfico sobre Carlos Droguett, publicado a fines de 2023 por Ediciones UDP.

El escritor Álvaro Bisama. Crédito: Felipe PoGa

En él, Bisama ensaya sobre los rasgos peculiares de su estilo —esas frases largas donde incorporó las técnicas literarias de la novela moderna, como el monólogo interior o el estilo indirecto libre—, mientras lo retrata en diferentes etapas, siguiendo una cronología que va desde su infancia y adolescencia marcadas por la orfandad (su madre murió cuando él tenía seis años), hasta sus años de exilio en Suiza, donde falleció en 1996.

—Cuando estaba armando Mala lengua, Droguett volvió a aparecer porque era muy cercano al Amigo Piedra [apodo con que se conocía a De Rokha], además de ser uno de sus lectores más brillantes —explica Bisama, quien además es director de la Escuela de Literatura Creativa de la Universidad Diego Portales—. La antología que hizo sobre su poesía es la mejor de las recopilaciones: se llama Epopeya y la publicó Casa de las Américas en los setenta. Entremedio, cuando estaba editando las pruebas de imprenta de Mala lengua, armé un perfil largo para la revista Dossier sobre Droguett. Entonces, esa continuidad entre De Rokha y Droguett fue casi natural.

Pero además ambos compartían una visión de la literatura, como señalas en el libro, que los llevó a escribir al margen de grupos y tendencias. ¿Qué fue lo que te interesó de este tipo de escritores?

—Para mí tenía que ver con la pregunta sobre cuál era la relación entre la lengua de la literatura y la lengua de la comunidad, entre la literatura y la política, entre la literatura y los modos de narrar, referir o desplegar una época; con cómo las marcas o esquirlas quedan registradas dentro de esas escrituras que muchas veces son paradójicas, contradictorias y complejas, que muchas veces existen al borde de lo ilegible. Droguett y De Rokha no se niegan a pensar a la ficción o la poesía como una experiencia radical, transformadora, vanguardista siempre; completamente necesaria para una sociedad que requiere esa experiencia para entenderse y encontrarse, para poder leerse. Ahí la literatura funciona como la utopía o la distopía de la lengua, como su promesa rota. Y cuando uno lee a Droguett se encuentra con respuestas que no son agradables, que no son consoladoras. Pero justamente la función de la literatura no es establecer consuelo, sino exhibir esta contradicción, estos restos, preservar lo que debe ser salvado por medio de la lengua en una lucha contra el olvido.

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“Todo, todo lo que he imaginado y escrito es real, real de aquí abajo, entera y definitivamente real y no vaporizaciones de mi ego, de mis ilusiones, de mis frustraciones, de mis no confesadas ambiciones”. Con esta cita de Droguett comienza La rabia y el augurio, un libro donde Bisama explora algunos de los aspectos menos conocidos de la vida del escritor, como su etapa inicial de cuentista, el período en que redactó folletines o su breve aparición en la adaptación cinematográfica de Eloy, filmada por el director boliviano Humberto Ríos y estrenada en 1969. Están allí también las vivencias y lecturas que lo formaron —vitales para entender algunas de sus obsesiones— y las circunstancias que rodearon el momento de escritura y publicación de sus libros. Pero además aborda su producción literaria, situándola en el contexto de la literatura chilena y latinoamericana.

La rabia y el augurio, de Álvaro Bisama. Ediciones UDP, 2023. 228 páginas

—Fue relevante la relectura que iba haciendo de los textos de Droguett, pero también de quiénes habían escrito sobre él, de su tensión con los hechos de la historia de Chile. Había que volver a leer sobre el Seguro Obrero, volver a leer sobre Héctor Barreto [el escritor y militante socialista asesinado en 1936 por un grupo de nacistas], sobre el golpe de Estado, volver a leer la literatura del exilio. Y hacer esas preguntas que a veces no llegaban a ningún lado y que implicaban derivas, carreteras perdidas, zonas extrañas. Además, existían otros problemas que me parecían importantes con Droguett. Por ejemplo, la distancia entre el momento de escritura y el de publicación, que podía alargarse por años o incluso décadas, lo que significaba que muchos de sus textos fueron reescritos una y otra vez, lo que les permitía irse llenando de fragmentos de época, iluminándose con el tiempo que atravesaban.

De esos fragmentos surgieron novelas, cuentos, crónicas, poemas, reportajes, columnas de opinión, folletines, relatos históricos, piezas religiosas y obras de teatro. Son varios los géneros en que incursionó. Por lo mismo, en La rabia y el augurio Droguett se muestra como un autor prolífico, que escribe a un ritmo acelerado textos que muchas veces terminan en un cajón. Pero si hay algo que caracteriza la suma de toda su obra, según Bisama, es el retrato crudo que ofrece de la realidad chilena. El autor de Patas de perro teje un hilo de violencia y sangre que cruza la historia de Chile, desde el pasado colonial hasta el golpe de Estado, pasando por la Matanza del Seguro Obrero o las historias de bandoleros y asesinos en serie.

—Es la escritura de alguien que preserva los hechos, los fragmentos del horror y la historia de la sangre, justamente para construir con ellos un enlace entre la propia memoria y cierta memoria colectiva hecha de cuerpos y víctimas, que corresponde a la sociedad de su época. Eso se grafica en su estilo, que es el de alguien que escucha el ruido de la calle y descifra el sonido de una sociedad chilena que se enfrenta al trauma, porque está atento a la violencia, a la revolución, pero también al encuentro y la esperanza, a la pregunta sobre cómo abrazar al otro en medio de la catástrofe, que es lo que define a Patas de perro. Porque la literatura de Droguett se interroga sobre cómo encontrarse con el otro en medio del frío y del abandono, una pregunta que corresponde muchas veces al siglo XX, del cual Droguett es un testigo y un protagonista privilegiado.

¿Por qué crees que se autoimpuso la tarea de escribir una historia de la sangre?

—Creo que eso está muy claro en el prólogo de la primera edición de Los asesinados del Seguro Obrero, de 1939, que es un texto que luego no vuelve a publicar y que me parece fundamental en la lectura de su obra. Pero yo creo que él concibe la literatura como ese espacio límite, radical, político, un espacio donde la ficción es algo capaz de reflejar esa tensión de la sociedad, ese trauma, ese horror, esa violencia, ese encuentro. La novela como el espacio donde justamente convergen todas las otras escrituras.

Los asesinados del Seguro Obrero fue su primer libro, una crónica de los hechos ocurridos un año antes, cuando un grupo de jóvenes nacistas, en un intento de golpe de Estado contra el gobierno de Arturo Alessandri Palma, se tomó la Casa Central de la Universidad de Chile y la Caja del Seguro Obrero y luego fue masacrado por la policía. El libro marca un punto de inflexión en su trayectoria: allí se reunían las principales preocupaciones temáticas que se desplegarán en obras posteriores. “Mariano Latorre, Luis Durand, Marta Brunet, Federico Gana, Fernando Santiván, Rafael Maluenda, todos, han mirado la cueca, pero no la sangre que corría al tacón de la cueca (…) han visto al patrón enamorando a la chinita, aun le han ayudado a enamorarla, pero no han mirado siquiera la sangre del aborto”, escribía Droguett en el prólogo, titulado “Una explicación de esta sangre”, que opera como una suerte de manifiesto, un “análisis detallado de los fracasos de la novela nacional”, en palabras de Bisama.

Al poco tiempo de escribir ese libro, Droguett lee en la Biblioteca Nacional la biografía de Pedro de Valdivia que publicó el sacerdote Crescente Errázuriz en 1911, mientras prepara su tesis para egresar de Leyes. Esa lectura lo cambia todo. En ella redescubre la historia de Chile, la violencia fundacional, el saldo de muertos que dejó la Conquista. La escena es descrita por Bisama como “un momento clave y secreto de la literatura chilena”, ya que ahí el autor en ciernes abandona el derecho y decide dedicarse a las letras. “Todos los escritores tienen sus momentos definitivos y este puede ser uno de los de Droguett”, se lee en el libro.

—Droguett es un gran escritor de diatribas, un objetor del presente, un lector cáustico de la impostura ajena. Eso le permite ser un intérprete de la relación entre literatura y política, entendiendo el lenguaje como algo capaz de tensar o desplegar esas relaciones. Sus movimientos en el campo literario tienen que ver también con esas exigencias que se hace a sí mismo, pero también que les hace a los otros con relación al lugar que debe ocupar la literatura y el arte en la sociedad, un espacio de revolución, de rebelión, pero también de encuentro, de solidaridad. Al fondo de su escritura está la pregunta sobre cómo la lengua es capaz de reflejar el funcionamiento de una comunidad.

En el libro abordas sus enemistades literarias. ¿Cómo explicas la rivalidad que tuvo, por ejemplo, con Nicanor Parra?

—Es una rivalidad de época. Ahí él toma una posición, como lo hace también en el caso Padilla [el poeta cubano que fue encarcelado en 1971 por criticar el gobierno de Fidel Castro], así como toma una posición frente [Miguel] Serrano al final de la década del 30, o más tarde frente a Alone o [Raúl] Silva Castro. Esas polémicas conviven con una voluntad gigantesca de encuentro, que es lo que ocurre con la obra de Manuel Rojas, de Alberto Romero, de [Francisco] Coloane. Uno tiende a leer a Droguett como este autor que funciona a la luz de los enemigos, cuando podría ser al revés: con quién se está relacionando o a quién está rescatando, como hizo de modo generoso y perspicaz con [Antonio] Skármeta, [Alfonso] Alcalde, María Flora Yáñez o Erich Rosenrauch. Ahí sus lecturas construyen un sistema, una zona de encuentro. Se trata de una obra y una vida que están en diálogo permanente con la tradición de la literatura chilena, de la literatura en lengua española y de la literatura del siglo XX en general.

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En 2022, cuando se cumplieron 110 años del nacimiento de Carlos Droguett, se organizaron homenajes, seminarios, jornadas de lectura y, sobre todo, comenzaron a circular ediciones y reediciones de sus libros. Droguett es el autor de una obra que no deja de redescubrirse, como lo prueba la publicación de sus novelas inéditas El enano Cocorí (La Pollera) y Según pasan los años, Allende, compañero Allende (Etnika en 2019 y Ediciones UDP en 2023); de libros descatalogados como Sesenta muertos en la escalera (Nascimento), La señorita Lara (Carbón) o Todas esas muertes (Zuramérica); y las compilaciones de sus artículos de prensa junto con los dos tomos de sus Cuentos completos (Editorial Aparte). “La rabia y el augurio dialogaba un poco con eso, pero también estaba en su propia pregunta, muy establecido en sus propias miradas respecto al autor”, afirma Bisama.

Tratándose de un escritor tan vigente, ¿cómo crees que dialoga con la literatura actual?

—Creo que, en la literatura, los vivos y los muertos conversan. En el presente todos están en un diálogo que no termina, que es constante, que se actualiza y cambia. Cuando pienso en las preguntas sobre la relación entre literatura y política hoy no puedo dejar de recordar Patas de perro. Cuando vuelvo a las preguntas clásicas sobre qué es la no ficción me parece que es imposible no acercarse a Los asesinados del Seguro Obrero tal como leemos Operación masacre, de Rodolfo Walsh. Droguett está trabajando en todos esos lugares a la vez, está operando siempre ahí.

¿Crees que pueda tener algún grado de influencia en nuevos autores?

—Antes de preguntarnos por su influencia, habría que preguntarse por cómo lo leemos. Me parece que es tanto o más contemporáneo que lo que se está publicando ahora mismo. En cierto modo, sigue siendo un autor joven, un autor emergente que uno redescubre. Yo lo leo así, pensando en sus procedimientos que son radicales respecto a la relación entre lenguaje y sociedad, entre lenguaje y política, y que operan desde los límites de eso que creemos que es la literatura. Son preguntas que existen hoy, que estamos debatiendo todo el tiempo, y en el caso suyo han estado desde siempre. Creo que uno lo lee con esa certeza.

¿Cómo fue el balance entre narrar los hechos de su vida y hacer una interpretación de su obra?

—No sabía cómo iba a ser mi lectura de Droguett hasta que la hice. Cuando pensamos en el género biográfico, en realidad no pensamos en un género, sino en muchas escrituras distintas que pareciera ser que son lo mismo. Lo que hace Lytton Strachey en los libros sobre la reina Victoria es una cosa. La biografía de [John] Symonds sobre [Aleister] Crowley es otra. O En busca del barón Corvo [de A. J. A. Symons]: ahí lo que importa es la pregunta sobre cómo el biógrafo maneja o trabaja sus materiales. Pienso, además, que en América Latina hay varias biografías importantes, como la de [Christopher] Domínguez Michael sobre Octavio Paz, la de [Ricardo] Strafacce sobre Osvaldo Lamborghini, los libros de Mariana Enríquez sobre Silvina Ocampo y Suede, los trabajos de Titinger sobre [Julio Ramón] Ribeyro y [César] Vallejo. Todas son obras que poseen cierta idea de fascinación y que se escriben para responder a la pregunta que sus autores tienen sobre la obra del biografiado —explica Bisama. Y agrega:

—Por otro lado, me interesaba el ensayo. Por eso el libro, más que una biografía, es un ensayo biográfico. Leo y escribo sobre Droguett para responder qué significa, por qué nos debería importar o interesar. Por eso, parte importante de lo que hice tiene que ver con no tener resueltas mis opiniones sobre él, con trabajar desde la ausencia de prejuicios, desde la pregunta de las conexiones de cierto autor con su tiempo y sus colegas. Con pensar a Droguett como alguien que no estaba solo, sino en una conversación constante. Porque la literatura es una conversación que no se detiene nunca entre muchas tradiciones y lenguas, entre los vivos y los muertos.