En 1992, la cineasta Carmen Castillo volvió al país luego de un exilio forzado de casi 20 años para filmar, junto con Guy Girard, La Flaca Alejandra (1994), un documental que “dio cuenta de la violencia desgarradora y sórdida del terrorismo de Estado […] desde un lugar valiente, que se hace cargo del conflicto, las contradicciones y espacios liminales”, escribe Laura Lattanzi.
Corría 1994, Pinochet aún era comandante en jefe del Ejército, Miguel Krassnoff era comandante en Valdivia; se inauguraban dos grandes malls —uno en Copiapó y otro en Cerrillos— y todavía se sabía poco sobre la vida de aquellos torturados y desaparecidos durante el terrorismo de Estado. Ese mismo año, Carmen Castillo y Guy Girard estrenaron su documental La Flaca Alejandra.
La Flaca Alejandra es el nombre político de Marcia Merino, militante del MIR que, luego de ser detenida y torturada, se quiebra, da nombres y datos de sus compañeros/as y se transforma en colaboradora de la DINA y luego de la CNI hasta fines de la dictadura. Merino se convierte en un icono de la traición, pero en 1992 entrega su testimonio contra los militares, organiza una conferencia de prensa y pide perdón. Carmen Castillo la contacta y así comienza su documental. El gesto es valiente y estremecedor: le da la palabra a la mujer cuya delación la involucró a ella misma y a Miguel Enríquez, su pareja y líder del MIR.
Castillo hace hablar a Merino en una suerte de entrevista en diversos espacios emblemáticos, como la parte trasera de un auto donde la Flaca Alejandra reconstruye el “poroteo” o el centro de detención y tortura José Domingo Cañas, donde habla sobre las sesiones de tortura y se da cuenta de la enajenación y la pérdida de humanidad e identidad. “En toda esa época mi dilema fue elegir entre la muerte y la muerte”, dice Merino. A ello se le suma una escena la que describe los perfiles de agentes de la DINA a partir de fichas y fotografías, un encuentro con la exmirista Alicia Barrios en la playa y una entrevista con Gladys Díaz, exmirista y sobreviviente de la tortura. Castillo nunca confronta o interroga a Merino sobre su papel en la caída de ella y Enríquez; le interesa más bien exponer un caso que revela los dos lados de la historia, pero a la vez, y de allí el gesto fundamental, complejiza el fenómeno de la violencia del terrorismo de Estado.
La Flaca Alejandra es el primer documental que aborda la dictadura desde aspectos biográficos —los de la propia directora que en una voz en off da cuenta de su historia—, pero que desde ese lugar se abre a uno de los testimonios más complejos de la dictadura. Hacia el final, se introducen otras voces que conversan con Merino, la interpelan (como cuando Barrios le menciona que no todos los que fueron torturados delataron) o comparten sus reflexiones para ayudarla (como cuando Díaz le menciona la importancia de desmitificar al torturador). De ahí que hacia la mitad se incorporen más mujeres, acción que luego Gloria Camiruaga incluirá en su documental La venda (2000).
A pocos años del retorno de la democracia, esta película dio cuenta de la violencia desgarradora y sórdida del terrorismo de Estado, y lo hizo desde un lugar valiente, que se hace cargo del conflicto, las contradicciones y espacios liminales. El documental instaló tempranamente una reflexión que profundiza y colectiviza el debate ético y político sobre lo sucedido y sus consecuencias, haciéndose cargo de la complejidad que implican la traición, la tortura y el mal, y densificando la discusión, que muchas veces ha tendido a la “transparencia” y la neutralización.