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Balas silbando sobre nuestras cabezas

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Me acuerdo de la vieja teñida que le vendía productos Avon a mi abuela. De las revistas con perfumes impregnados en las páginas y de que mi abuela nos dejaba elegir un desodorante a mí y a mis hermanos de vez en cuando. Me acuerdo del retrato de Pinochet colgado en el living de su casa.

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Me acuerdo de la casa-dulcería de mi tía al borde del peaje de Angostura. Me acuerdo de un inspector de buses que pasaba a la casa justo a la hora de almuerzo. Los maestros pasteleros le tenían puesto “olfatiño” porque solo llegaba a comer. Me acuerdo de una de sus historias de paco retirado, el momento en que dejó Carabineros: una escena de asesinato a jóvenes militantes hecha pasar por un enfrentamiento entre extremistas y la policía. Me acuerdo de la brutalidad descrita por el inspector de buses. Del desequilibrio evidente en el enfrentamiento. Del asesinato a mansalva. No me acuerdo del nombre del inspector.

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Me acuerdo de mi tío hablando sobre los toques de queda en Pudahuel, donde creció. De que salía en las mañanas junto a su hermano a recoger los casquillos de las balas. Me acuerdo de que una vez los milicos pasaron por fuera de su casa y los balearon a él y a su hermano casi por antojo. Me acuerdo de cómo describía las balas silbando por sobre su cabeza.

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Me acuerdo del odio de mi tío a Pinochet. Recuerdo su rol en las marchas contra la dictadura: llevar los pasteles de La Ligua que vendía con mi tía arriba de buses en la carretera y regalarlos a los manifestantes. Me acuerdo de bromear con él que los empolvados duros podían ser buenas armas para arrojar a los pacos.

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Me acuerdo de preguntarle a mi bisabuela cómo había vivido el golpe en Linderos, trabajando en el fundo con el tata. Tres cosas recuerdo: que justo semanas antes del golpe se compró una cocina que usó hasta 2015. De su odio a Allende por la miseria en que la dejó la UP y que sus patrones personificaron en el presidente. Y de la muerte de su segunda hija por culpa de una pulmonía. Poco y nada más me contó sobre esos 17 años de inquilina en el fundo.

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Me acuerdo de mis tíos paternos, todos pasteleros de La Ligua, contando cómo tenían que arrancar de los pacos en los 80 por intentar vender pasteles en la carretera. Me acuerdo de las persecuciones y las confiscaciones de sus canastos de pasteles. De los empolvados y cachitos y alfajores arrojados a tarros de basura por uniformados. De sus escapes hacia parcelas a orillas de la carretera, entre maizales o zarzamoras.  

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Me acuerdo de mi tío Jaime (ahora sí digo su nombre, el tío de estos recuerdos, con quien viví un par de años) contándonos que salía a medianoche a ver las balas trazadoras en el cielo y describiéndolas como fuegos artificiales.

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Me acuerdo de mi tío en una protesta pidiéndole a mi tía que cerrara los ojos y le tomara la mano para pasar entre las bombas lacrimógenas.

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Me acuerdo del relato del abuelo Guillo haciendo un asado en La Ligua con los integrantes del club de fútbol de Serrano los días posteriores al golpe de Estado. De la orientación izquierdista de todos los integrantes del club. Me acuerdo que nos contó que llegaron los milicos a interrogarlos y que tuvieron que inventar que estaban celebrando a Pinochet. Que estaban celebrando el horror.

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Me acuerdo de mi tía contándome que en La Ligua uno de los detenidos desaparecidos fue el vendedor del diario El Clarín.

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Me acuerdo que mi tía me contó sobre un viaje que hizo con mi tío cerca de la Cuesta Chada. De ver en esas quebradas a un par de patrullas sacar y arrojar bultos hacia el vacío. Recuerdo a mi tía pidiéndole a mi tío que acelerara.

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Me acuerdo del único militante comunista de la familia, mi bisabuelo Washington Wastavino Tapia. Me acuerdo de su pose declamatoria para relatarnos su pasado desde su silla de ruedas. De cuando estuvo detenido en Pisagua en la época de González Videla. De cuando se salvó de Pinochet. De que nunca dejó de definirse como iquiqueño y comunista. Recuerdo que me mandaba a comprar La Cuarta cuando me veía deambulando por Linderos. Recuerdo como fueron, poco a poco, amputándole los miembros. Lo recuerdo como la presencia más política en mi infancia. 

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Me acuerdo de una foto de mis tíos en la camioneta Chevrolet Luv junto a mucha gente saltando en la pickup. Me acuerdo de esa foto como la imagen de la alegría que tenían por el triunfo del No. Me acuerdo de pensar “yo nací poco después de eso”. Me acuerdo de la patente de esa camioneta: SP1661. Me acuerdo de ella porque los cuatro números se repetían de forma invertida.