Su obra Werken ha sido reconocida en la 57° Bienal de Venecia, instalando el mensaje de un “pueblo que está absolutamente vivo” en un país que “es mapuche, pero se cree nórdico”. Siendo uno de los artistas más políticos de la historia chilena reciente, Oyarzún critica a la Bienal porque se ha ido constituyendo en un espacio cada vez más banal y vacío de sentidos. Es ahí donde Werken logró movilizar mayor densidad entre quienes ven al arte como un lugar fronterizo que busca tensionar las ideologías dominantes. Un lugar del que también se apropia su obra Funa en el Museo de la Memoria, donde Oyarzún interroga a Chile sobre “la desgracia, sobre la vergüenza, el crimen de la nación”.
Por Ana Rodríguez | Fotografías: Felipe PoGa / Foto obra Werken: Gentileza de Bernardo Oyarzún
En mapudungun, un werken es un mensajero, quien lleva los mensajes de su comunidad incluso a kilómetros de distancia. Werken, la obra del artista Bernardo Oyarzún, viajó hasta la 57° Bienal de Venecia para “instalar una imagen de un pueblo que está absolutamente vivo y que es parte de Chile”, dice su autor.
A pocos días de inaugurada la Bienal, Werken ya estaba entre las obras favoritas: apareció en las portadas de las secciones de cultura de medios como el Corriere della Sera, entre otros, y llenó el libro de visitas con impresiones de los asistentes. La instalación, 1300 máscaras de madera realizadas por artesanos mapuche y rodeadas de pantallas led por donde circulaban más de seis mil apellidos del pueblo originario, captó inmediatamente la atención del público y la prensa.
-Le dieron una connotación sobre esta otra frontera, hablando un poco del problema de las migraciones que acontecen en Europa, “los otros”- dice Oyarzún.
Escénicamente es una obra muy potente.
-Es muy potente y se siente. Es teatral, es escénica, entonces se siente la energía que tiene la obra. Y te atrapa de alguna manera. Uno lo nota porque la gente llega y se impresiona. Además está dentro de una bienal que tuvo un perfil muy vacío, muy banal, liviano, poco severo. No hay gravedad en ningún lado. Está todo leve. Me impresionó muchísimo eso. En la bienal había cuatro obras que me gustaron muchísimo, que fueron Nueva Zelanda, Líbano, Rusia y Chile. Lo otro bajaba a un nivel… eran obras un poco absurdas, había harta tontera, cosas que sobraban. Me impresionó muchísimo y me hizo mucho sentido lo que decía Roberto Matta: “la Banale de Venecia”.
¿Será lo que pasó este año en la bienal un reflejo de lo que está pasando hoy en el mundo; que estas obras que te impresionaron más quizás están más conectadas con lo político, con los conflictos internacionales?
-Sí, tiene que ver con la sociedad del espectáculo. La obra que ganó, la de Alemania, era show, espectáculo, sin profundidad, con un discurso con muchas pretensiones, pero que finalmente era livianito. Este es un premio evidentemente europeo, tiene una inclinación a ese lado y por lo tanto tiene esas pretensiones de la hegemonía. Reflexionando lógicamente lo veo muy conectado a lo que es hoy día la televisión, el espectáculo, el show vacío, banal, masivo, con cosas que no tienen ninguna relevancia en la mayoría de los casos. Yo no veo la revelación de algo que sea como la nueva forma de ver el arte. Está más cercano a lo que se habla hoy día mucho, que es la muerte del discurso en el arte. Y yo sé que el arte siempre está buscando nuevas formas. Ahora, ésta me parece una mala bienal. Ni siquiera da como para pensar que aquí hay una nueva revelación en el arte. No creo que sea eso y que uno esté tan desconectado y te sorprendieron con esto. Me atrevería a decir que es la bienal más mala en la que he participado.
Al pensar en Werken inevitablemente se hace el paralelo con lo que llevamos para representarnos en la Expo Sevilla en 1992: un iceberg, versus lo que tú presentas este año en la Bienal. ¿Qué es lo que estás llevando tú de Chile a esta Bienal? ¿Qué representa tu obra allá, en contraste con este pedazo de hielo con intenciones medio nórdicas, pulcras, de país desarrollado?
– Yo no he pensado en una imagen concreta, qué significa esta muestra respecto de Chile, como territorio, en Venecia. La intención era hablar de una cultura que está absolutamente viva, contemporánea, y con su mejor forma de presentarlo, que es a través de su arte, su cultura, su etnia, su linaje, su estirpe. Lo que está en la obra no es un cementerio, no es un museo, sino que es algo que existe hoy día acá y funciona, está vivo. Eso, porque justamente en Chile pasa todo lo contrario, se cree como algo que está muerto o que por lo menos debería desaparecer. Y eso ya no se logró. Estoy hablando de un país que es mapuche, pero se cree nórdico, se cree cualquier cosa menos mapuche. Detrás de eso obviamente hay muchas declinaciones políticas que vienen por añadidura y con Ticio (Escobar, curador de la obra, artista paraguayo y ex ministro de cultura de su país) lo hablamos muchísimo; sabemos que estamos aprovechando esta gran oportunidad. Solamente el hecho de mostrar este pueblo que está vivo ya es absolutamente político.
Hay una representación de una cultura que está viva, pero no sólo es una cultura, sino un grupo de personas que se define como pueblo todavía.
-Claro, la definición de pueblo viene justamente por armar una suerte de cuerpo que defiende sus aspectos culturales, toda su formación. Yo participo en comunidades y los rituales se mantienen tal cual, absolutamente vigorosos, Lo encuentro bellísimo y pienso que eso nos va a dar, en la medida en que Chile se dé cuenta de eso, una identidad increíble dentro del contexto mundial. Que es lo que pasó con Nueva Zelanda, que se dio cuenta hace años y está justamente volviendo hacia atrás, tratando de rescatar todo su andamiaje cultural maorí.
Y que lo ha hecho también a través de políticas como estatutos de autonomía, cupos políticos.
-Exactamente, ha tomado resoluciones políticas que van más allá de lo técnico. Chile se queda siempre en lo técnico. “Hagamos señalética en mapudungun y tenemos resuelta la inclusión”. Pero el asunto va mucho más allá, es mucho más profundo. Oficialicen la lengua mapuche; decisiones concretas. Es impresentable que todo delito que acontece en lo que se llama territorio mapuche sea tratado como terrorismo; es una vergüenza, yo no sé cómo los políticos no se dan cuenta de esa aberración.
No sólo no se dan cuenta, sino que es el tema este año, que es de elecciones presidenciales. La pregunta por si hay o no terrorismo en la Araucanía ocupa gran parte de la agenda del debate en los medios. Está entrampado ahí y no hay ninguna propuesta política. Siempre la oferta del gobierno es más control policial, a la vez que instalan chemamull (estatuas de madera) en el ministerio del Interior.
-Son operaciones de marketing para proyectar una imagen hacia afuera, absolutamente mediáticas. La moneda de 100 pesos es una imagen iconográfica de eso, es una acción mediática que no tiene ninguna profundidad. El gesto no está sentido por nadie del mundo político, lo hacen solamente para cumplir. Está lleno de acciones de ese tipo. Justamente hablábamos, en el texto curatorial, de ese problema: todas las proyecciones que se hacen a nivel oficial del imaginario mapuche son absolutamente vacías, están al nivel de una postal. Y como tienen esa intrascendencia se vuelven impotentes. Y al final no significan nada. Las medidas tienen que ser mucho más profundas.
¿Qué tipo de medidas te imaginas tú?
-Son medidas concretas. Tú no puedes estar sometiendo a un pueblo a cuestiones que no tienen nada que ver con su cultura. Hay que entender y aprender a respetar para tomar medidas de ese tipo. Por ejemplo, lengua oficial, es algo concretísimo. A mí me invitaron a la primera bienal de arte de la Estación Mapocho, que duró tres versiones y después fracasó.
Esa cuestión tenía cero futuro. Yo sugerí varias cosas y no me pescaron. Dije que si estábamos hablando de una bienal indígena; tú no puedes circunscribir los territorios al chileno, porque esos no son los territorios indígenas. Si traes un artista mapuche tienes que traer también de Bariloche, o si es aymara a lo mejor también vas a tener que traer un artista que vive en Bolivia o Perú. Pero hay una cuestión tan chovinista que termina en algo que no tiene profundidad; un diseño muy cerrado, que no está abierto a recibir ningún tipo de observación. Son errores de no comprender lo que es un pueblo, que tiene un perfil cultural determinado, creencias determinadas, fechas sagradas, montones de elementos que constituyen una cultura muy particular y donde lo esencial es respetar eso. En el caso de los mapuche yo pienso que tomar decisiones de ese tipo significa entrar a hacer parlamentos con el mundo mapuche. Pero resulta que no hay voluntad para efectivamente sentarse a conversar con sus dirigentes, con todo ese mundo diverso.
Héroes cuestionables
Paralelamente a Werken en Venecia, Oyarzún está mostrando su trabajo Funa en el Museo de la Memoria, en Santiago. Funa, que en mapudungun significa “podrido”, y que “en Chile se usa para desenmascarar a los asesinos, sobre todo de la dictadura”, explica Oyarzún, tiene el objetivo de “desenmascarar un poco la historia de Chile y a los héroes que están en la estatuaria pública”.
Curiosamente, dice Oyarzún, “gran parte de las estatuas que están en Chile corresponden a personas que no deberían estarlo. Lo que mejor ejemplifica lo que estoy diciendo es simplemente recorrer alrededor de La Moneda. Te vas a encontrar con Alessandri Palma, un presidente que fue asesino impresionante, el hijo, Alessandri Rodríguez, también; está Frei Montalva, en cuyo gobierno se hicieron dos matanzas, está Portales, están los padres de la patria, José Miguel Carrera y Bernardo O’Higgins, dos tipos absolutamente cuestionables”.
La obra tiene dos partes: Funa son siete frisos que representan escenas sacadas de archivos y de la prensa gráfica. Están inspirados en la costumbre griega y romana de ficcionar las glorias del imperio en escenas en sobrerrelieve, “pero en este caso es inverso porque es sobre la desgracia, sobre la vergüenza, el crimen de la nación”, explica. La segunda parte, llamada Lapidarium, son estatuas de héroes patrios destrozadas. “Es la imagen de este sueño utópico que es la caída de los tiranos. Es una selección – porque la lista es bien grande- de algunos falsos héroes, que no sé por qué razón se llega a levantar una estatua de un tipo sobre el que no se ha investigado lo suficiente, o simplemente con la urgencia del Estado de encumbrar un imaginario patriótico, nacionalista, levanta cualquier cosa como iconografía. Y están como héroes falsos, versus los que están en los frisos, que es la población civil que ha sido asesinada y que son héroes verdaderos, que dieron la vida por pequeños logros laborales, sociales. Incluye mineros, campesinado, nichos sociales que han luchado y dado su vida por lograr cosas mínimas. Esos son para mí los verdaderos héroes”.
Pese a representar imágenes de archivo, los frisos tienen mucha actualidad.
-Sí, de hecho el último friso, que es de la represión a los mapuche, es una foto muy contemporánea, de hace unos años atrás en la zona de Ercilla. Tenía la opción de elegir una foto histórica, porque hay muchas, por ejemplo un mapuche en cepos, que son muy dramáticas, pero elegí una muy contemporánea para que se vea que el asunto es transversal históricamente hablando. Desde el inicio de la república chilena hasta hoy día la represión nunca ha parado, ha sido un eterno estado de guerra.
Me llama la atención que hayas puesto a Cornelio Saavedra entre los héroes caídos, precisamente porque estos días han aparecido muchos políticos hablando de que hay que “pacificar” la Araucanía.
-Es un eufemismo histórico. En Chile llega a dar vergüenza lo poco evolucionados que somos. Somos una sociedad absolutamente atrasada, estamos lejos de ser un pueblo civilizado. Este mismo proyecto Funa, mucha gente dice, “oye, no tenía idea”. No tienen idea de la cantidad de matanzas que ha hecho el Ejército de Chile contra la población. Es un país muy violento, que siempre está protegiendo el capital. El gran problema que tiene el territorio mapuche es eso, es una hermosa selva nativa que se convirtió en un asqueroso sitio industrial. Están haciendo mierda el paisaje en pos del dinero.
En Venecia llamó la atención tu obra por el tema de frontera. ¿Existe acá una frontera ideológica?
-Sí, es una frontera ideológica, que de hecho es la más fuerte y la más violenta. Eso también es una inducción, pensar que, en este caso, el mapuche es el otro. Como pasa también hoy día con los inmigrantes. Cuando empiezas a estratificar a la gente, ponerla en distintos niveles, ahí hay un problema grave. Por eso me parece un problema incluso hablar de mestizaje, porque cuando lo haces estás diciendo que hay gente de distintas especies. Esa inducción se convierte en un tema ideológico porque todo tu pensamiento se arma a partir de esa concepción tan primitiva y tan absurda, que fue creada por los europeos, que tienen esa mentalidad colonial y para poder esclavizar y someter tienen que estratificar. Esa misma mentalidad se viene a Latinoamérica y estamos actuando de la misma forma, sobre una estructura colonial que no se ha ido, se ha mantenido. Entonces va a venir cualquier extranjero acá y lo vamos a tratar de la peor forma, como pasó con los peruanos, como está pasando con los haitianos, como pasa con los mapuche o los aymara. Porque pensamos que somos superiores a ellos. Yo soy más mapuche que occidental. Y también siento esa represión, porque la he sufrido.
Te iba a preguntar eso, si lo has sufrido tú también.
-Estaba hablando como en tercera persona, pero como mapuche he sentido esa discriminación, esa separación. Es una ideología racista. La principal frontera es ideológica y está alimentada por la ignorancia.
Esta discriminación que has vivido ha dado pie para que aparezcan ciertas obras tuyas.
-Sí, pero para que se entienda bien eso, porque hay gente vinculada con el arte que una de las estrategias que usa para criticar mi trabajo es viendo a este artista como un llorón que aprovecha estas instancias para gritar y reclamar. Pero no, no es tan ególatra el cuento. Cuando uno sufre discriminación uno sabe que no es uno, sino que es gente que pertenece a una etnia, en este caso mapuche, que sufren todo el tiempo este tipo de cuestiones. Es un tema urgente de tratar en el arte y además es potente para trabajarlo. Cuando uno busca el referente o el material que va a usar, qué mejor que usarse uno mismo. Está la fuente inmediata. Eso ha pasado cuando he usado mi propio cuerpo, mi propio rostro. Sé que mi caso como célula es parte de un cuerpo que sufre lo mismo.
El Museo de la Memoria está dedicado a la época de la represión de la dictadura y el tema mapuche, que como tú dices, ha estado transversalmente en la historia de Chile, sólo tiene espacio en exposiciones temporales.
-Sí. El museo en ese sentido es bastante claro, fue enfocado para hablar de la dictadura militar. Lo que yo hice, justamente reflexionando sobre lo que estás diciendo, fue abrir ese paréntesis. Hablar del Estado de Chile en toda su historia, con sus héroes falsos, su represión sobre la población. Uno de los objetivos para mí era eso, abrir este paréntesis. Decir ojo, que como bien dicen los historiadores, la dictadura militar fue la guinda de la torta. La violencia en Chile es algo que viene desde los inicios del Estado. Y lo más probable, si este país no evoluciona en todos sus problemas, es que vuelva a ocurrir algo tan atroz como lo que pasó.