«Muchos pueblos tienen memoria de los abusos de generaciones anteriores y es importante crear espacios para hablar de ellas. El diálogo nos puede dar las coordenadas para navegar en esas dificultades», escribe Alfredo Zamudio, director de la Misión Chile del Centro Nansen para la Paz y el Diálogo con base en Noruega, sobre los desafíos del diálogo como herramienta para enfrentar conflictos.
Alfredo Zamudio
“El diálogo no puede existir sin la humildad. Nombrar el mundo, a través del cual las personas
recrean constantemente ese mundo, no puede ser un acto de arrogancia».
-Paulo Freire, Pedagogía del oprimido.
Encontrar las palabras
Confieso que cuando leí por primera vez a Paulo Freire, no entendí lo que quería decir con eso de “nombrar al mundo”. Han pasado los años y entretanto he estado en varias situaciones de conflicto donde me ha tocado escuchar a personas violentadas y abusadas. En mi experiencia, las víctimas usualmente no encuentran las palabras para contarnos todo lo que ha pasado, todo lo que sienten y todo lo que desean. O por lo menos, es difícil que expresen sus historias en la forma que a nosotros nos gustaría escucharlas. Encontrar las palabras cuando hay miedo y rabia no es fácil, y a veces nos podemos demorar décadas en encontrar la fuerza para contar lo que nos pasa, como personas o como pueblos.
Pero aún con todas esas dificultades, si uno escucha atentamente a alguien contar sobre lo que le afecta, incluso sus silencios están llenos de imágenes y sentimientos. Todo lo que se requiere es presencia, escuchar respetuosamente y tiempo.
Uno de los primeros pasos para la transformación de conflictos es elegir la herramienta más adecuada. Existen tres vías para la transformación pacífica de conflictos: negociación, mediación y diálogo. Mientras que la negociación y la mediación ponen énfasis en los resultados, el diálogo pone énfasis en el proceso. Para la negociación se requiere de partes que estén dispuestas a hacer un intercambio, y esto es difícil cuando no hay confianza ni claridad de quiénes deben participar. El diálogo ofrece un camino para crear esas confianzas.
Cuando uno busca una transformación pacífica de conflictos, el espacio del diálogo acepta las dificultades de las personas para encontrar las palabras que les ayuden a contar sus historias. Una de las fuerzas motrices de situaciones complejas es la falta de tiempo, porque puede haber necesidades muy urgentes o rabias muy profundas, y las transformaciones se requieren de forma inmediata.
El diálogo no es, tal vez, la herramienta más adecuada para lo urgente. El tiempo es un factor importante, que sumado a otros aspectos tales como humildad, respeto, escucha activa y hacer buenas preguntas, nos indica que dialogar no es la salida más rápida, sino tal vez la más incluyente. Solo así las personas pueden encontrar las palabras y nombrar a sus respectivos mundos.
Las asimetrías de poder
Es usual que los distintos sectores en conflicto digan que no quieren dialogar con el adversario, porque ese otro es el responsable, no tiene voluntad de cambio o no quiere escuchar. En este mismo sentido, algunos dicen que solo es posible dialogar si el otro ofrece algo de interés, como para creerle que sí hay voluntad. ¿Pero qué sucede cuando ese otro al que uno debería escuchar no tiene el mismo poder y no ofrece nada que nos interese?
En una situación de conflicto hay personas con distintos niveles de poder. Un espacio de diálogo puede abordar esas asimetrías y al crear un espacio seguro, con tiempo, las personas con menos poder pueden contar todas las cosas que necesitan decir. En cierta forma, el diálogo nos ofrece una oportunidad para democratizar la interacción humana.
Crear espacios para el diálogo entre personas que tienen posturas diferentes es también reconocer que tienen distintas verdades. Siendo un viejo activista de derechos humanos, no ha sido fácil aprender que dialogar no significa aceptar esas verdades, ni justificarlas o perdonarlas, pero darles un espacio para ser escuchadas.
Humildad como fuerza transformadora
La historia nos muestra que el reencuentro de los pueblos no es un camino en línea recta, y que la ruta tampoco está clara desde el inicio. Esto lo vemos en muchas situaciones de post conflictos donde la memoria del dolor no desaparece con el silencio. Muchos pueblos tienen memoria de los abusos de generaciones anteriores y es importante crear espacios para hablar de ellas. El diálogo nos puede dar las coordenadas para navegar en esas dificultades. Si tenemos un mejor mapa para los desafíos de hoy y de mañana, sabremos dónde construir puentes, dónde tener más cuidado y cómo llegar seguros a nuestro punto de destino.
Mientras más complejo sea el conflicto, más importante es seguir en el diálogo, aun cuando el camino sea muy difícil. Para los complejos desafíos que tenemos en el mundo hoy tenemos que aceptar la necesidad de trabajar en comunidad. Los problemas causados por la humanidad deben ser solucionados en comunidad.
El ejercicio de dialogar es necesario para exponer las diferencias entre este gran archipiélago de verdades que tenemos en nuestro país, pero en el camino también podemos encontrar las posibilidades para construir algo distinto en un futuro compartido.
La pedagogía del diálogo
Siempre es posible invitar a las personas a aprender. Un taller de diálogo Nansen no es una charla, sino una experiencia, porque las personas aprenden a través de sus propias historias y hacen análisis que les pueden servir para entender situaciones más cercanas a sus propias vivencias.
Los principales objetivos pedagógicos de los talleres Nansen son: la escucha activa, hacer buenas preguntas, el rol de la identidad y hacer un mapeo de un conflicto, que en los talleres siempre es sugerido por los mismos participantes.
La metodología del Centro Nansen se basa en que el diálogo es un proceso, no es una sopa instantánea que se prepara en un dos por tres. Porque más allá de lo superficial, de lo que vemos o nos cuentan, hay razones debajo de esos problemas, hay historias y consecuencias que no conocemos. La pedagogía del diálogo es una inversión para el futuro. Es por eso que las universidades y los centros de estudio son importantes puntos de encuentro y de nuevas habilidades. Los desafíos que vienen por delante, como por ejemplo con el cambio climático, van a requerir de una nueva cultura de colaboración humana nunca antes vista en la historia. Las universidades pueden sembrar esa semilla y esa cultura que será necesaria para prevenir los conflictos y mitigar lo inevitable.
Construcción de futuros compartidos
En toda situación de crisis donde se busca una transformación pacífica hay tres factores importantes: los que saben qué sucede, los que pueden hacer algo y los que deciden si se hace. Cuando hay mucha desconfianza, estos grupos no se comunican ni colaboran fácilmente. En Chile hay instituciones que saben, que pueden, pero dependen de las voluntades políticas para las transformaciones profundas.
Una pregunta que uno se hace cuando empieza a hacer el mapeo de un conflicto, tratando de entender el punto de inflexión, el punto de balance entre no conflicto y conflicto. Si se sabía y se podía hacer algo distinto, ¿por qué no se hizo lo que había que hacer para evitar los conflictos? Una parte de la respuesta está en la ausencia de voluntad política, que a su vez anida en la desconfianza y se nutre de verdades divididas.
Tenemos que hacernos cargo de las desconfianzas, también entre los más cercanos. Los puentes no se construyen desde la mitad del río, hay que sondear primero la tierra a ambos lados de las brechas que nos separan. Hay que atreverse a escuchar los miedos, los rencores y las memorias. En ese camino, encontraremos las palabras para nombrar al mundo.
Este texto de Alfredo Zamudio está basado en textos publicados en http://www.peace.no/es y editados para Palabra Pública.