Isla Alien, la nueva película del realizador Cristóbal Valenzuela, “se suma a un campo de documentales chilenos siempre dispuesto a renovarse y explorar otros modos en que la fantasía de la ficción se entrecruza con el documental”.
Por Laura Lattanzi
Isla Alien es una película sobre una misteriosa isla en el sur de Chile llamada Friendship; sobre radioaficionados, ovnis, extraterrestres, la dictadura militar y algunos personajes siniestros. Presentada como un documental de ciencia ficción, la película expone una trama en la que se van entretejiendo estas piezas variopintas, pasando del enigma de la ufología a lo ominoso del régimen de Pinochet.
El relato inicial y de superficie se centra en un caso que se hizo conocido en la televisión chilena hace décadas: en los años ochenta, un grupo de radioaficionados comienza a comunicarse y a tener relaciones cercanas con unos misteriosos seres extraterrestres que afirman vivir en la isla Friendship. Todo ello es contado por los propios protagonistas, quienes dan su testimonio, al tiempo que podemos escuchar los audios en casete de las conversaciones que supuestamente tuvieron con esos extraños personajes. Algunos diálogos son caracterizados en una puesta en escena algo teatral, pero que enfatiza el tono enigmático y ficcional que va impregnado el relato.
Dentro de esta historia intrigante de posibles extraterrestres y aficionados, se va construyendo subterráneamente otra trama que saldrá a la superficie en la segunda parte de la película a partir de la figura de Ernesto de la Fuente, clave en el misterio. Se trata de un sonidista de televisión y cine que incluso trabajó con Raúl Ruiz; una persona siniestra con una particular fascinación por la violencia y lo militar, y que dice ser el contacto directo con los extraños seres de la isla Friendship, quienes han intervenido para sanarlo del cáncer de pulmón que lo aquejaba. Resulta notable la forma en que el filme superpone las tramas, las que derivan en la figura de Ernesto, pero gracias a su carácter abierto, fragmentario y la dinámica del montaje, no nos permite concluir únicamente en él.
La televisión es otro elemento fundamental en Isla Alien: algunas escenas del programa Sábados Gigantes, de Don Francisco —“Los ovnis, los platillos voladores, los extraterrestres, la estratósfera, ese es el tema del día”, dice el animador—, los discursos oficiales de Pinochet, reportajes en los que algunos ciudadanos creen ver a una virgen milagrosa en el vidrio del auto que trasladaba al dictador en el momento de su atentado; los posteriores programas de Patricio Bañados sobre ovnis en donde Ernesto da su testimonio. Todos estos fragmentos se van intercalando en el relato, a los que se suma una valiosa entrevista que el equipo de producción de la película realiza al enigmático personaje, así como también otras imágenes de archivo sobre el fenómeno.
También se recurre a breves escenas de películas de ciencia ficción clásicas, lo que, sumado a la tipografía de los títulos del filme, el sonido y el uso del blanco y negro, alude a los años de gloria de ese género.
La particular combinación entre documental y ciencia ficción le permite al cineasta Cristóbal Valenzuela jugar con estos elementos sin necesariamente llegar a comprobar algo o denunciarlo. Es decir, la película no busca pruebas sobre la veracidad o falsedad del fenómeno paranormal que rodea a la isla Friendship, sino que más bien reflexiona acerca de los modos de construcción de mitologías, y lo hace explorando las paradojas sobre la superficie de la ficción, lo imaginario y lo enigmático.
Se trata de un modo de entretejer el relato similar a lo que observa el escritor argentino Ricardo Piglia en sus tesis sobre el cuento moderno: siempre hay dos historias, una de ellas está cifrada en la superficie de la otra. La visible, la de seres paranormales que es contada con algunos estereotipos de la ciencia ficción algo parodiados, se entrecruza con la tradición de la televisión chilena, en cuyos intersticios se va cifrando otra historia, más secreta, más difícil de llevar al terreno de los acontecimientos. Podríamos concluir que esta última refiere a la violencia cotidiana que se vivía en los años ochenta, al tedio y malestar generalizados, lo que se construye con lo no dicho, con el sobreentendido y la alusión.
De esta manera se teje una historia que contiene verdades, mentiras, incógnitas, reconstrucciones y ocultaciones; un modo de relatar que ya estaba presente en la también fascinante película anterior de Valenzuela, Robar a Rodin (2017). ¿Son acaso estos contactos que mantenían los radioaficionados un montaje fabricado por agentes de la dictadura para distraer, espiar y hacer desapariciones forzadas? La película tampoco dará una respuesta sobre ello.
Isla Alien se suma a un campo de documentales chilenos siempre dispuesto a renovarse y explorar otros modos en que la fantasía de la ficción se entrecruza con el documental, es decir, en los que se asume a la imaginación como parte constitutiva de la historia. Los grandes relatos sobre lo acontecido ceden frente a aquellos que se hacen sobre un fondo de rotura y recolección de trozos. Sobre la superficie de la ciencia ficción se revela lo increíble y lo complejo: la necesidad de creer en algo, el borramiento, la violencia. “Es como una invasión alienígena”, advirtió la entonces primera dama Cecilia Morel al comienzo de la revuelta de 2019. El “como” es aquí lo que revela el truco. La fantasía se impone no necesariamente como un relato de mentiras, sino como el terreno donde los síntomas de lo ominoso se manifiestan.