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Comparaciones

“Geisse trajina por mundos alucinógenos, en un viaje que aligera el dramatismo de una historia que es en sí misma muy dolorosa —cómo enfrentar el envejecimiento y la muerte de los padres—, sin restarle por ello ternura a este hijo, que decide aprender algo del inevitable derrumbe”, escribe Lorena Amaro sobre Tu enfermedad será mi maestro, del escritor Cristian Geisse.

Por Lorena Amaro

Harold Bloom escribió que la crítica busca definir el valor de las obras; “más que, menos que, igual a”: ese sería su leitmotiv. Es discutible que esta sea la función de los críticos, pero en caso de que Bloom hubiese tenido razón, ¿más que, menos que, igual a… qué? ¿La comparación habría que establecerla entre las obras de autores de una misma generación? ¿Entre aquellos textos que salen de imprenta el mismo año, como suelen hacerlo las listas que se publican en diciembre, pensando en la navidad y las vacaciones de enero? ¿O la comparación habría que hacerla entre libros que, por alguna razón, todos están comentando? ¿Qué textos habría que comparar, con qué criterios? ¿Cuándo es válido o justo hacer este ejercicio? De hecho, ¿existe algo como la justicia literaria? ¿Qué es lo que realmente haría justicia a la literatura?

No siempre me hago todas estas preguntas. Surgen porque acabo de terminar Tu enfermedad será mi maestro, un libro de Cristian Geisse (Vicuña, 1977), autor cuyo trabajo he seguido con entusiasmo desde hace tiempo. En esta oportunidad, presenta un relato —en principio, con tintes autobiográficos— sobre el alzhéimer que sufre la madre del narrador, e inmediatamente pienso en que la cuestión de la memoria ha adquirido en los últimos años mucho relieve tanto en la narrativa como en el cine. Eso me pone alerta: ¿cómo lo resolverá Geisse, un autor que vinculo con el delirio y las trampas literarias y en ningún caso con el susurro del relato íntimo? Pues bien: si las primeras páginas parecen prometer una autoficción, pronto asoma su sello habitual. Autor de poemarios apócrifos, de cuentos desconcertantes y de la grotesca novela Ricardo Nixon School (2016), Geisse trajina por mundos alucinógenos, en un viaje que aligera el dramatismo de una historia que es en sí misma muy dolorosa —cómo enfrentar el envejecimiento y la muerte de los padres—, sin restarle por ello ternura a este hijo, que decide aprender algo del inevitable derrumbe. Esa decisión lleva su relato por los precipicios de la psicodelia, la sorpresa y el absurdo al que este autor ya nos tiene acostumbrados, y donde suele ocultarse uno de sus personajes favoritos: el diablo. Al respecto, solo quiero recordar que mientras la palabra símbolo significa en su raíz griega la unión de las cosas, lo diabólico remite, por el contrario, a su separación o dispersión. Sí: las historias de Geisse suelen ser diabólicas.

El autor conoce bien el mundo de las alucinaciones (lo sabemos quienes leímos ese cuento antológico suyo que es “¿Has visto un Dios morir?”) y eso le permite escribir la historia de alguien “paralizado en una urna de vidrio al borde de un acantilado”, entre otras imágenes lisérgicas que no solo nos ubican en el mundo de la experimentación psicodélica, sino que además nos instalan en otro escenario aún por descubrir literariamente: el del covid y el drama de los intubados durante la pandemia.

Tu enfermedad será mi maestro
Cristian Geisse
Random House, 2024
164 páginas

Presumiblemente, un lugar importante es el que se da en este libro a otros textos que son definidos como híbridos y que divulgan aspectos científicos, otro must de la literatura del siglo XXI. En este caso es fundamental la neurociencia, el discurso sobre las posibilidades de la mente humana. Geisse muestra sin ningún disimulo su admiración por el neuropsiquiatra Oliver Sacks, autor de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (1985). Así, el texto continúa las reflexiones iniciadas en Sapolsky (narrativa, 2021) y Thus spoke Robert Sapolsky (poesía, 2022), libros en que el chileno inventa un “döppelganger”, un doble, para el famoso científico norteamericano. “Yo desde hace tiempo que estoy profundizando en la relación entre literatura y ciencia”, escribe enamorado de aquellos textos limítrofes en que la ciencia se desliza por el camino de la poesía y la estética. Lo hace, además, con la soltura de un amigo que busca explicarse o convencerse a sí mismo sobre cuál es la necesidad de seguir escribiendo, sea cual fuere el resultado de su proceso en términos de fama o de reconocimiento: “Escribir no es autoflagelación. Escribir me da vida, experiencia, amor”. Por alguna razón, en este volumen que oscila entre el ensayo y la novela y en que Geisse baraja tantas preguntas prestigiosas —sobre el cerebro humano y su prodigiosa complejidad, sobre la conciencia humana, sobre el alma y la vida después de la muerte—, me quedo con las escasas páginas que destina a pensar su escritura, como si desde el centro del relato surgiera otro. Su libro, sobre enfermedad, observaciones científicas, chamanismo, ampliación de la conciencia, es también una elegía a la madre y a la literatura, un reconocimiento de lo que pudo ser y no fue, tanto en la vida de la madre como en la del hijo escritor, que procura, sin éxito, no hacerse la víctima ni sentir envidia, para entender que la escritura es una forma de extender la conciencia. ¿Por qué, si no, seguir escribiendo?

Desde luego que esta nueva publicación de Geisse, con los múltiples niveles de lectura que tiene el libro —desde su incorrección, a veces deliberadamente burda, hasta sus momentos más visionarios—, logra el cometido de transmitirnos belleza con su curioso arsenal imaginario. Uno de los grandes méritos de una escritura que, insisto, no sé bien con cuál comparar: ¿con la de un contemporáneo de él como Alejandro Zambra, por los aspectos autoficcionales e intimistas de esta historia? ¿Con ese fenómeno de la divulgación científica que es Benjamín Labatut, otro autor de su edad? ¿Con narradores que transitan por entre curaderas y gallitos de hombres solos, algo misóginos, a medio camino entre los fallecidos Germán Marín y Poli Délano? ¿Con narradores latinoamericanos que, como Juan Cárdenas, están pensando el diablo en las provincias y las relaciones fáusticas, antropológicas e incluso místicas con el saber, con el conocimiento, en tiempos de reevaluación de lo humano? ¿Con autores que han desarrollado en Chile una estética de lo popular, como lo hizo tierna, brillantemente Alfonso Alcalde? ¿Con otras y otros narradores que hoy reeditan la provincia como un lugar desde el cual hablar y pensar, como Selva Almada o Federico Falco en Argentina, Mario Verdugo y Marcelo Mellado en Chile?

Con todo esto, si hubiese justicia, y la literatura pagara a quienes se desangran por ella, Geisse tal vez debiera ser comparado con autores ya bastante consagrados, pero sospecho que para muchos sigue siendo un nombre secreto. Tiene oído, prosa,  imaginación, humor, humanidad, pathos. En su narrativa no solo hay información curiosa; hay algo que pocos rozan: dolor y brillo. ¿Bolaño? ¿Rojas? ¿Una especie de Aira a la chilena? Realmente quisiera hacerle justicia a Geisse y saber con quién compararlo, para también tener más claro qué esperar de él y saber dónde colocarlo en el tablero de ajedrez de nuestra literatura. Publicado por Penguin Random House y Planeta, las dos grandes transnacionales, sigue siendo parte de circuitos literarios menos vistosos y sospecho que su nombre no suena aún fuera de Chile, algo que, pienso, debiera ocurrir. Con él sucede, en mi imaginación, como con un animal fantástico que estuviera en un rincón, agazapado, esperando su verdadera, definitiva entrada en escena.