En los reportajes televisivos del periodista —uno de los fundadores de Informe Especial— se advertía una sensibilidad por la desigualdad y lo invisible a los ojos del debate público. Alipio Vera, fallecido este 20 de marzo de 2023, abordó la injusticia social y la pobreza cuando los relatos del “milagro chileno” encandilaban a muchos. Hoy, su trabajo es fundamental para desnaturalizar la percepción de que la televisión no ha dado nunca muestras de buen periodismo.
Por Claudia Lagos Lira
Hace unos años, cuando entrevisté a un reportero de investigación reconocido por sus pares y premiado tanto en Chile como en el extranjero, le pedí que mencionara qué colegas consideraba como modelos a seguir en el periodismo investigativo. El entrevistado nombró a Alipio Vera, a quien conoció cuando ambos se encontraban reporteando en la frontera afgano-pakistaní. Vera había recibido hacía poco el Premio Nacional de Periodismo (2013), convirtiéndose así en el único de los premiados que había desarrollado su carrera principalmente en la televisión abierta. Otros, como Faride Zerán (2007) o Raquel Correa (1991), tuvieron espacios o programas en pantalla, pero sus trayectorias respondían claramente a la matriz del periodismo impreso chileno.
Varios arrugaron la nariz cuando se enteraron del reconocimiento al periodismo televisivo que encarnaba Alipio Vera. La tele era —y es— la hermana de la que se avergüenzan algunos puristas del periodismo: el reporteo en la tele compite con reality-shows, transmisiones deportivas, programas de entretención y espectáculos o matinales. Además, el periodismo televisivo es un trabajo colectivo y resulta difícil distinguir la “obra” o autoría individual y, por lo tanto, su valía, que es lo que suelen reconocer los premios. Sin embargo, la producción audiovisual de Alipio Vera permite reconocer una cierta mirada sobre su entorno, su contexto, sobre la sociedad chilena y sus deudas y su gente, así como también adentrarse en algunos de los problemas más agudos de la historia contemporánea tanto a nivel nacional como internacional.
Como señalan todos los perfiles que se han publicado en estos días, Vera fue uno de los fundadores de Informe Especial, el programa de reportajes en profundidad de TVN, en el que cubrió algunos de los conflictos internacionales que transformaron el mundo en las décadas de 1980 y 1990, y para el que también reporteó temas nacionales, sobre todo —pero no solo— sociales. Como parte de mi tesis doctoral sobre el periodismo de investigación chileno en la posdictadura, revisé más de 100 horas de reportajes televisivos producidos y emitidos por Informe Especial y el ya desaparecido Contacto (Canal 13) entre 1990 y 2015. Ese corpus ofrece una forma de mirar a Chile, un retrato del periodismo televisivo de varias décadas, con lo bueno, lo malo y lo feo. Ese corpus nos cuenta también sobre momentos específicos de producción y circulación del periodismo televisivo en profundidad en Chile. Pero, sobre todo, invita a revisitar la obra de reporteros como Alipio Vera, su mirada horizontal, qué y a quiénes reporteaba, las historias que contaba y el enfoque que proponía.
“Abra sus ojos y mire a su alrededor”
En 1990, el primer año de gobierno democrático después de la dictadura cívico militar, Informe Especial emitió un reportaje sobre la pobreza en Chile de 48 minutos de extensión (“La pobreza”, 27 de septiembre de 1990), en hora punta y en televisión abierta. Alipio Vera reporteó y visitó varias poblaciones, tomas de terreno, mediaguas y barrios donde chilenos y chilenas hacían malabares para no caer bajo la línea de la pobreza, la de los indicadores macroeconómicos, esa que no es nada imaginaria para quienes no llegan ni a mitad de mes.
En ese reportaje, Vera recorrió escuelas y liceos cortos de presupuesto, caletas de pescadores y campamentos mineros precarios a lo largo y ancho de Chile. Entrevistó a líderes locales, a hombres y mujeres que apenas sobrevivían en trabajos riesgosos y mal pagados, a compatriotas viviendo a la orilla de ríos o bajo los puentes. El reportero habló con mujeres lidiando con el invierno y el mal tiempo mientras ella y sus hijos vivían en chozas y casas hechas de desechos o de material reciclado, encontrado acá y allá. La cámara de ese reportaje retrata caminos de barro, hogares sin ninguna comodidad material y niños desabrigados o sin zapatos en zonas frías, lluviosas, ventonsas. Vera habla cara a cara con chilenos y chilenas que no habían terminado la enseñanza básica, que no tenían ninguna seguridad social ni pensiones ni acceso a servicios básicos. Conciudadanos que desplegaban un conjunto de estrategias de sobrevivencia en distintas ciudades, en pueblos rurales, en distintos rincones del país.
El reportaje incluye estadísticas oficiales, fuentes gubernamentales y las perspectivas de economistas y expertos. Sin embargo, su eje son las personas de carne y hueso que lidian con la escasez de oportunidades y la falta de acceso a condiciones materiales mínimas de vida. En otras palabras, más allá de las conceptualizaciones académicas y las políticas públicas sobre la pobreza, Vera se centra en lo que está detrás de los datos fríos: “Estas son las imágenes de la pobreza extrema… Es la evidencia de la injusticia, la desigualdad y de la negligencia que millones de compatriotas sufren”. Vera arranca el reportaje señalando: “Abra sus ojos y mire a su alrededor.. un cinturón negro de miseria opaca las vidas de miles de conciudadanos”. La miseria es visualmente abrumadora y Vera es empático: él se encuentra física y moralmente ahí, en el barrio, de noche, recalentando una lata de comida en el fuego improvisado por quienes habitan un sitio eriazo; está ahí, en las tomas y las poblaciones. El encuadre retrata al reportero y a sus interlocutores como iguales, horizontalmente, compartiendo un lugar simbólico y humano, y el reportero lleva a la audiencia a ese lugar, a esa hora de la noche, a ese momento frío y lluvioso. En 1990, cuando Vera reporteaba para Informe Especial, casi el 40 % de los chilenos vivían bajo la línea de la pobreza.
Este reportaje es solo uno de las decenas que hizo Alipio Vera en ese programa entre 1985 y 1995, sin contar los que hizo para Canal 13 y Mega más tarde. En todos esos años, cubrió conflictos y períodos de posguerra en distintos países, como la desintegración de la Unión Soviética (reportaje de septiembre de 1991), la guerra civil en la entonces Yugoslavia (octubre de ese mismo año), el secuestro y apropiación de recién nacidos bajo la dictadura militar argentina (reportaje de 1993) y otro sobre el genocidio en Ruanda y su impacto en niños, niñas y adolescentes (1994). Una ventana al mundo preTV cable y preinternet en Chile. Como afirmó el mismo Vera en una entrevista en Mentiras Verdaderas (La Red, febrero de 2017), mostrarle a la audiencia chilena la devastación que provocaba la guerra tenía como propósito relevar la importancia de resolver los conflictos sociales a través de métodos democráticos.
La agenda nacional que Vera contribuyó a construir en su labor como reportero de Informe Especial incluyó trabajos que no eran fáciles de abordar ni en los años 90 ni ahora: visitó la Penitenciaría de Santiago y abordó los efectos de la contaminación en nuestro entorno y en el agua ya en 1991. Vera hizo visible la desigualdad social y la pobreza en Chile cuando los relatos del “milagro chileno” y del “jaguar sudamericano” encandilaban a muchos. Su infancia en Puerto Montt, en una familia numerosa, y su paso por la educación pública seguramente influyeron también en su estilo, sus temas y la forma en que fue construyendo su obra.
En la primera mitad de la década de 1990, con Pinochet aún respirándonos en la nuca, Vera realizó y puso al aire reportajes sobre pobreza, salud pública, corrupción en la aplicación de la justicia y el desfonde de la educación pública, como resultado en buena medida de las políticas neoliberales del régimen de Pinochet. Ni las conferencias de prensa ni las declaraciones rimbombantes de autoridades públicas, ni la Iglesia (tan común como fuente en los 90) o los gremios empresariales eran las fuentes principales de sus reportajes, sino más bien los niños de una escuela rural de Ancud, los hombres y mujeres que paraban rucas al borde del Mapocho o en la cuenca del río Maipo o los niños y adolescentes que medio sobrevivían en las caletas ribereñas. Vera los retrató con el barro en las canillas —las de él y las de sus entrevistados— y el frío del invierno entre las calaminas, tomando choca. Su relato y la cámara mostraban la pobreza material de la que Chile emergió después de la dictadura, cuyas consecuencias se extienden hasta hoy.
Gracias al lugar donde Alipio Vera puso el ojo y el foco, nos inmiscuimos en los pasillos y pabellones de hospitales públicos en Santiago y regiones con goteras y cañerías oxidadas, nos sumergimos en los insterticios de una justicia cocida en tomos de páginas y páginas kafkianas, y en demoras incomprensibles de una justicia que tardaba y no llegaba. Nos colamos en las salas de escuelas y liceos venidos a menos tras un sostenido desfinanciamiento de la educación pública bajo la dictadura. Los liceos que se llovían y que encendieron las protestas de los estudiantes en 2006 ya habían sido retratados y visitados por la mirada empática de Alipio Vera y del equipo de Informe Especial a inicios de los 90, contribuyendo a retratar el Chile de la trastienda.
No conocí a Vera personalmente. Pero vi sus reportajes cuando los emitieron y, más tarde, como parte de mi investigación sobre el periodismo televisivo en profundidad. También abordó problemas que pueden resultar, vistos en retrospectiva, algo superficiales o menos centrales para el debate público. Notas sobre la calvicie o el síndrome premenstrual pueden resultar menos canónicas para el periodismo “serio”, “influyente”, que gana premios o se enseña en las universidades. Era otra tele. Eran otros lenguajes audiovisuales. Eran reportajes de una hora al aire que tomaba entre uno y tres meses reportear, producir y editar. Era otra agenda pública. No había drones y las baterías de las cámaras duraban solo unas pocas horas. Sus reportajes no competían con las noticias 24/7 en el cable ni con el ciclo eterno de las noticias digitales.
A pesar de los cambios político-económicos, tecnológicos y profesionales en que se desenvuelve hoy el periodismo, en general, y el periodismo audiovisual, en particular, año a año recomiendo algunos de sus trabajos para los estudiantes de periodismo del siglo XXI porque hay en ellos una mirada, un reconocimiento en la relación con sus entrevistados, una sensibilidad por la desigualdad y lo invisible a los ojos de la estridencia del debate público contemporáneo. Los recomiendo, también, para desnaturalizar la percepción —errada— de que la televisión no ha dado nunca muestras de buen periodismo o de que el periodismo de inicios de los 90 no publicó nada que valga la pena recordar. Ahí están el reportaje y entrevista al ex agente de la DINA Michael Townley (1993) y los numerosos reportajes sobre Colonia Dignidad de Marcelo Araya para Informe Especial (a pesar de que Contacto fue quien dio con Schäfer prófugo); los reportajes sobre el exilio (1990) y la tortura (1991) de Santiago Pavlovic, y de detenidos desaparecidos (1990) de Guillermo Muñoz cuando aún no nos despercudíamos de Pinochet. De lo que se conoce del periodismo televisivo chileno, un reportaje de Muñoz sobre corrupción (1994) es el primero que utilizó periodistas encubiertos: montaron una funeraria (de fachada) y grabaron con cámaras ocultas a médicos que vendían certificados de defunción sin siquiera ver a los finados.
El periodismo televisivo en el que Vera cultivó su oficio no está exento de áreas grises, temas o enfoques controvertidos, como las entrevistas exclusivas a condenados por homicidios de alta connotación pública, por mencionar un ejemplo.
Sin embargo, en la obra de Vera hay un corpus del cual desentrañar cuestiones que siguen siendo centrales para el periodismo contemporáneo; asuntos que hay que mirar, discutir, enseñar. Sobre todo cuando la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, su alma mater, cumple 70 años este 2023. En el programa Persona/Personaje, de Canal 13-Cable (2015), Alipio Vera decía: “Después de la vida, ¿qué? Con suerte te recordarán tus hijos y tus nietos”. Pero allí están las horas de reportajes producidos para televisión abierta en sus varias décadas de oficio.