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El persistente ensayo de la construcción de la voz

Aviso de demolición, de Gabriela Alburquenque, se instala en la estética de la memoria, una memoria del proceso de adquisición de una lengua íntima y que responde en su propio código, en su propia lengua, a las hablas públicas comunes. Es una obra sobre el proceso de localizarse, de pertenecer, el de dejar la casa en ruinas e ir a habitar un cuarto propio, una lengua viva.

Por Romina Pistacchio Hernández

Vibrante y epifánico el momento en que la crítica comenzó a llamar “de la memoria” las escrituras que acopiamos. Mal que mal, escribir es (re)construir, dejar, recolectar, escuchar, repetir y (re)producir memorias. Por qué habrá surgido, entonces, la necesidad de fijar ese concepto, de nombrar ese ejercicio humano de esa forma y no de otra.

A mi parecer, se trata de una urgencia histórica que emerge desde la certeza de que el olvido intencionado ha estado ganando amplio territorio y amenaza con transformarse en realidad ideológica. Este proceso de creación categorial, por lo tanto, responde a una comunidad que, habiendo vivido lo que ha vivido, resiste el embate de las olas que emparejan y aplastan la arena, llevándose con ellas las marcas que allí se habían inscrito. Y como la experiencia histórica no es solo subjetiva, sino social y colectiva, traspasa los límites de la percepción y producción personal para convertirse en estética, en una forma de ver y re-producir mi/nuestro tiempo: la estética de la memoria. 

Una de las primeras críticas que acuñó la palabra para identificar y explicar la producción cultural y literaria en Chile fue Soledad Bianchi, quien comenzó a amasar la idea cuando, en su texto inaugural Entre la lluvia y el arcoíris, recolectó las escrituras poéticas chilenas “disgregadas” en el exilio, y con ello activó la reflexión de la urgencia de hacer memoria. Poco más de diez años después, consolidaría su categoría en otro de sus textos, La memoria, modelo para armar, en el que recoge los avatares de la poesía chilena en la voz de sus propios productores. 

Aviso de demolición, de Gabriela Alburquenque.
Los libros de la mujer rota, 2022. 100 páginas

La institucionalización definitiva del término (y esto es discutible) se fragua en la denominación de ese corpus novedoso y emergente de la primera década de los 2000, que acuña el nombre de “la literatura de los hijos”, escrituras para las que la voz personal e íntima contiene las trazas de nuestra memoria colectiva, una memoria que nos recuerda que no hay que olvidar, nunca; menos, el horror.  

Elijo considerar aquí la reflexión sobre la memoria, primero porque en Aviso de demolición hay una marca textual que nos da permiso para especular sobre la tradición y la estirpe de su factura: el texto es hijo de “la literatura de les hijes” y, en esa línea filial, se encuentran algunas de las claves de su lectura. Se trata de una bella alusión a El sistema del tacto, de Alejandra Costamagna, una hija que fragua en ese libro la experiencia irremediable entre cuerpo/memoria/escritura. En esta referencia, precisamente, al sistema convertido en ‘memoria’ identificamos el gesto del reconocimiento de una voz para crear la propia.

También hago alusión a esto porque no es posible prescindir de esas escrituras de la memoria: esta estética se ha ubicado en el centro de nuestra expresión, en una forma en la que hemos podido contarnos y elaborar, a través de la palabra, nuestra historia, nuestras heridas y nuestras propias identidades. Porque, a pesar de lo que hemos vivido, seguimos en el proceso de ubicar(nos) (en) nuestro domicilio.

Esta obra quiere compartirnos precisamente eso: el proceso de localizarse, de pertenecer. El proceso de dejar la casa en ruinas e ir a habitar un cuarto propio, una lengua viva. Este proceso precisamente supone y acarrea la reconstrucción de la memoria, de una historia personal que es también común y que se activa y moviliza en un trabajo severo y abisal de recolección de voces que permitan re-conocer y edificar el propio domicilio. De este modo, trenzando la historia/memoria de Laura —la protagonista— con la historia/memoria de aquella que la madre “no les va a contar”, la voz narrativa inicia un viaje de encuentro de su propia lengua, de su propia escritura. Así, la memoria/historia de Laura es la historia/memoria del proceso de construcción de una voz, una lengua/vida literaria propia. 

Este proceso de construcción de la voz/domicilio se organiza en tres escenarios espacio-temporales y discursivos: las ruinas, el colapso, los escombros. 

El texto se inaugura in media res cuando la voz en construcción ubica a su crea-tura (Laura) en el informe al momento de decidir contar, y de la necesidad de equiparse para ello. Asistimos a una búsqueda en las ruinas de su casa familiar que ha sido destruida por “la empresa constructora” y, desde ese hostil topos, desde ese tierral de la pérdida, la voz recorre la memoria/historia de Laura para tratar de hallar(se) y rehacer con sus propias palabras el domicilio perdido: el territorio material de la pertenencia.

Para encontrar la lengua, según la voz narrante, Laura debe hundirse en la memoria agujereada. Sobre todo, reconocer y recopilar otras lenguas, otras voces y construir con ellas una historia arrebatada por lo no dicho, por los recuerdos idos y los que es mejor olvidar. Por eso Laura decide que será una prestadora de la voz y, un poco más tarde, a medida en que el relato se teje, construirá su propia historia/memoria/ficción, su ser traductora.  

De esta forma, este capítulo se transforma en la torre central del panóptico a través de la que asistimos a los recuerdos, a cada uno de los detalles que la voz enunciativa escoge para ir hilvanando la historia de la construcción de la voz de Laura. 

Así, las cortinas del escenario de (las) “Ruinas” comienzan a cerrarse, cuando los hilos de la historia se encuentran en una sola orfandad: orfandad de domicilio, orfandad familiar, orfandad gestacional, orfandad de lengua. Laura se va a una nueva casa que no es de ella, a un cuarto propio, pero en el que aún se siente hablando una lengua extranjera. Todavía estrellándose contra la delicia de la soledad y la búsqueda, pues sigue pasmada frente a la hoja en blanco. 

El colapso que narra el segundo capítulo corresponde al choque inaugural y definitivo que expulsa a Laura, y a la escritura que habla sobre ella, a buscar su lugar. Es el momento disparador que nos llevará a la ruina. Colapso relata la memoria del cómo se aterrizó en ellas, en esos restos de casa. De cómo se llegó a ese territorio babélico, del rumor infinito de las voces que quieren entrar al nuevo cuarto propio que aún no ha cuajado.

Y así, antes de que todo quedara en ruinas, la voz narrativa cuenta cómo Laura brega con el lenguaje, con su posesión y desposesión, con su exceso y con su escasez voluntaria total, para luego introducir la historia del nacimiento de la lengua de Laura que comienza con un no decir. Es el espacio escritural donde la historia de la traductora se trenza con la de la madre, cuyo relato se activa con el mantra que definirá, probablemente, la búsqueda incansable de Laura, el mantra que tiñe su existencia desde la concepción: la negación del relato: “No les va a contar” (que está embarazada), “no les va a contar” (que ese ser existe).

El capítulo final, por su parte, nos expone a ese momento en que habría que empezar a decir, luego de haber contemplado las ruinas y de haber decidido recolectar las voces. Pero esto no puede suceder sin antes ir a enfrentar y pedir explicaciones a la ausencia de la lengua del padre. Es necesario atestarle, como en toda literatura, como en toda lengua, como en toda experiencia vital, un golpe fatal al padre. 

En “Escombros” seremos testigos de los materiales definitivos con que cuenta Laura para operar su idioma, ejercer su escritura, para contar su propia historia. Ya se encuentra en su cuarto propio, odia los espacios en blanco y necesita rellenarlos, y allí está la página frente suyo. Falta nada más ese gesto que, en su concreción, da vida: algo tiene que morir. 

En su libro De la naturaleza de las cosas de Marx. Traducción como necrofilología (2022), el filósofo Jacques Lezra no solo vuelve a problematizar una idea que ya está presente en la teoría de la traducción, que es que en todo traspaso de lengua algo se pierde inexorablemente, sino que, considerando esa pérdida —“lo intraducible”, ese “murmullo de Bartleby”—, dirá que toda traducción implica la muerte, el sacrificio y, por lo tanto, una teología. 

Para que Laura hable, para que Laura viva o construya su propia vida, y para que la escritura que estamos leyendo inaugure una nueva obra poética, un pedazo de la estirpe de Laura debe morir. Y es, precisamente, esa muerte la que la hace “escoger” el habla y dejar el silencio, enfrentar ese espacio en blanco: Laura puede “ser”, se despega del tejido/texto/memoria que habían construido para ella los demás, para comenzar a ser con otras, con otros. Una vida que es obra, una vida que es escritura y que se compone ahora de “Ruinas para alentar los pasos, trozos para encender el tiempo” (109).

Lo poético, así, emerge desde allí, de ese ensayo permanente “de decir”, de usar, operar, tantear palabras, oraciones, expresiones, enunciados, voces de la teoría, voces de la poesía, voces de la tradición, de la novedad, voces de la rutina domiciliar impregnadas de dichos sustanciosos, conjunciones, contracciones, mantras, traducciones fonéticas, voces de call centers. Ese cordón umbilical que dibuja la voz narrativa y que une a las infinitas voces con las palabras y las casas, se extiende formando el laberinto que conduce a las propias entrañas de Laura, al “andamio arterial” que cruza, confunde y retrueca: cuerpa/casa/voz. 

Aviso de demolición es una obra que se instala en la estética de la memoria, una memoria del proceso de adquisición de una lengua íntima y que responde en su propio código, en su propia lengua, a las hablas públicas comunes. Es una obra del becoming —del llegar a ser/estar—, y del trenzar una posible traducción del registro histórico personal y colectivo. No hay parodia, ni ironía. Esta obra habla la lengua de una época y a la vez, en ese mismo idioma, ofrece testimonio de una forma singular de decir. Aviso de demolición es el Bildungsroman de una literadora, una trabajadora de la letra.

 


Este texto fue leído en la presentación del libro Aviso de demolición el 2 de diciembre de 2022 en Espacio Literario Ñuñoa.