Por María Ochagavía y Pablo Inda«El talento no existe, sólo hay que saber llegar al subconsciente que todos tenemos y que es la fuente de toda creación».
Jan Svankmajer
Marionetista, creador de máscaras, poeta, escultor y cineasta, Jan Svankmajer nace el 4 de septiembre de 1934 en Praga, capital de la entonces Checoslovaquia. El mismo año de su nacimiento la selección de fútbol de ese país obtuvo el segundo lugar en la Copa Mundial de Fútbol realizada en Italia. Cincuenta y cuatro años más tarde, en su cortometraje Juegos Viriles, dedicará una escalofriante reflexión de las consecuencias sociales del desarrollo de esa pequeña victoria. En él expone su visión del fútbol como parte de la cultura hegemónica a una escala global y local, desde una perspectiva humorística y brutal. En un lenguaje irónico, retrata en el celuloide esta nueva versión del “opio del pueblo” como un espectáculo absurdo y masivo. Los goles se transforman en muertos, mientras un espectador, el protagonista del cortometraje, observa el juego a través de un televisor tomando cerveza y comiendo pastelillos, algo muy propio de la cultura de la Europa del este. El corto no puede dejar de sorprendernos por su hechura: desde las ubicaciones donde transcurren las escenas, los personajes, el montaje de la post producción, hasta el diseño sonoro. En este esfuerzo técnico y estético, intensamente elaborado, se destacan las particularidades centrales de su obra. Esas mismas fuerzas ciegas a su propia brutalidad, pero que dibujan la red de la realidad instituida, sólo pueden ser subvertidas por la potencia nutricia y vivificante de un arte y una técnica consagradas a la exploración del subconsciente y su inmenso poder de creación de imágenes y figuras.
Pues adentrarse en el imaginario de Svankmajer es viajar por todos los rincones de aquel subconsciente, visitar el absurdo, pero también esa inquietud, casi natural, por aquello que conmueve e inspira la exploración de lo imaginario. Y es que en cada una de sus obras la interrogación por el poder liberador de la imaginación se fusiona con la búsqueda incansable del artista por el sentido de su quehacer. Así, la materia de su obra ha de ser encontrada en los rastros que el tiempo ha sabido despojar de significados instituidos. De ahí que el desprecio a toda práctica y moral establecida, y el consecuente encuentro con la inocencia de las motivaciones humanas, se exprese, en Svankmajer, como una profunda experimentación y reconocimiento de la multiplicidad de prácticas que le circundan culturalmente. Pues su concepción del surrealismo se desarrolló sobre otras manifestaciones de la tradición checa. Desde la alquimia hasta el teatro negro, pasando por el teatro de marionetas, las leyendas típicas como el Golem, la literatura de Kafka hasta el consumo de cerveza, cada una de estas expresiones es leída desde el desapego de un artista que no teme poner en riesgo la identidad, la propiedad y la razón, al punto de permitir el nacimiento de lo nuevo en el desatre mismo de los pilares de la cultura. A modo de anécdota, pero también en consonancia con este sentido del riesgo, en 1969 aproximadamente, luego de unirse, junto a su mujer Eva, al movimiento surrealista checo, Svankmajer fue encarcelado precisamente por su condición de artista surrealista. En medio de la efervescencia anti comunista, el surrealismo era considerado por el oficialismo como un movimiento contrario a las ideas y propósitos identitarios del gobierno pro soviético.
Pues en Svankmajer la convicción de que imaginar es el acto subversivo por antonomasia es llevada hasta cada uno de los rincones de la experiencia y del pensamiento, y desde allí, justamente, es desde donde plantea su concepción de la especificidad del cine. Por una parte, el cine está ligado al oficio, al gesto artesanal en la factura de la obra; lo manual, lo humano y lo singular son categorías centrales de su propuesta artística. Por otro lado, la búsqueda de un efecto alquímico se materializa finalmente en el stop-motion, técnica de animación frame by frame (fotograma a fotograma), que en la práctica se realiza haciendo una toma tras otra, como si fuera una serie fotográfica, hasta lograr el efecto de dar movimiento a un objeto determinado. Sea el modelado, la escultura, el collage, el objeto cotidiano u orgánico, sea el actor o la marioneta, los elementos del stop-motion permiten el encuentro de lo imaginado con lo real. Sólo el montaje y la proyección cinematográfica pueden abrir paso a la imagen viva del inconsciente en el contexto de lo real y hacer aparecer en movimiento lo pequeño, lo invisible, lo imposible, trascendiendo las limitaciones perceptivas del hombre.
A través de su trabajo con expresiones literarias que, en la forma de homenajes, articulan en gran medida su imaginario, Svankmajer explora el vínculo entre la imagen y el fondo creativo y liberador de ese basto mundo de figuras. La alquimia del cine conduce al hombre, desde su encadenamiento hacia el reencuentro con su naturaleza instintiva y con la dimensión onírica de su existencia. Así, en Lunacy (2005), film tributo (homage) al Marqués de Sade y a Edgar Allan Poe, se entremezclan dos singulares visiones literarias en una tétrica historia de amor y locura. Los personajes de un Marqués y un joven trastornado nos permiten observar la mutua motivación entre las perversiones del hombre y la moral, justo ahí donde, cautiva, la naturaleza reclama su lugar. En Faust (1994), Svankmajer hace una reinterpretación de la clásica leyenda germana a partir de marionetas a escala que interactúan, con total naturalidad, con personas de carne y hueso. El deseo de sabiduría, en cuanto deseo de poder, es examinado a la luz de sus efectos, es decir, del vaciamiento de sentido de la experiencia. Por su parte, en la comedia macabra El pequeño Otik (2000), conocida también como Otesánek o Greedy Guts (Tripas codiciosas), basada en el cuento del checo Jaomir Erben, relata la historia de una pareja vehementemente necesitada de responder al mandato social de paternidad, al mismo tiempo en que Otik es tallado, por quien será su padre, de la raíz de un árbol. Otik, el bebé-árbol, necesitado de comer carne humana proporcionalmente al veloz ritmo de su crecimiento, revela la monstruosidad en la que terminan convirtiéndose los dictámenes sociales, pero también permite abrir una exploración de lo extraordinario que subyace a la vida que pretendemos normal. En cada ocasión, el vínculo entre inocencia y horror, entre la manifestación natural y la pesadilla, apuesta por la posibilidad del encuentro con lo creativo, esa transmutación que sólo puede tener lugar en el pleno despliegue del sinsentido. Las motivaciones más oscuras y las disposiciones morales más escrupulosas del hombre se convierten, por la magia de la depotenciación del mal a su fundamento psíquico, en fuerzas fácilmente solubles en ese flujo creador de apariencias que congracia a la existencia consigo misma.
Pero también, este arte, requerido de formas y abierto a la multiplicidad de la imagen, extiende su espíritu errante a los lugares más improbables. Junto a Eva, pintora, ceramista y escritora, con quien conecta tanto en lo amoroso como en lo artístico, expresan lo nuclear del concepto creando un gabinete de curiosidades en un castillo del siglo XVIII. A modo de artefacto estético, inspirado en los antiguos cuartos maravilla que constituyeron las primeras formas del museo, en el gabinete de curiosidades se descomponen las categorías tradicionales de lectura y ordenamiento del mundo. Otra de sus propuestas artísticas es el circo-teatro multimedial Wonderful Circus, para el teatro checo Laterna Magika. Se trata de una creación dirigida a público de todas las edades, en la cual transcurren en la pista central diversos actos surrealistas, donde se funde la proyección cinematográfica y la acción real del acto circense. Aquí, la imaginación del espectador juega como un factor fundamental dentro de la obra, dejando de ser un mero receptor para convertirse en parte activa del espectáculo.
En último término, de lo que trata cada vez el arte es de esa espontaneidad inventiva que llamamos imaginación. Imaginar es vincular, más que nada vincularse, con las cosas, con los seres de la naturaleza, con el otro, todo ese fondo inconmensurable de la experiencia y, en este sentido, el vínculo más asombroso es el que podemos llegar a tener con ese enorme otro inconsciente en nosotros mismos. Hoy, la interrogación por los poderes que acompañan a las imágenes, suele considerar la importancia de ese otro, como contrapartida a la circulación económica de las imágenes, principalmente de índole publicitaria. Una imagen destinada al juicio es una imagen que captura la imaginación en la norma y atrapa a la existencia en el mecanismo. El arte y su goce no sólo admite una verdad sin juicio, sino que abre un corazón a la experiencia.
Svankmajer realizó más de veinte cortometrajes y siete largometrajes, como Alicia (1988), Faust (1994), Conspiradores del placer (1996), El pequeño Otik (2000), Lunacy (2005), Sobrevivir a la vida, teoría y práctica (2010), una comedia psicoanalítica, e Insectos (2018). De su prolífico trabajo se crearon e influenciaron varias escuelas cinematográficas, resaltando los hermanos Quay, Tim Burton y Terry Gilliam como los más significativos. Recientemente, la obra cinematográfica completa de Jan Svankmajer fue restaurada y remasterizada en formato digital por Athanor Film Production Company (www.athanor.cz).
Pablo Inda es artista visual y licenciado en Ciencias de la Educación. Como productor, gestor y curador de eventos se ha dedicado fundamentalmente a la exploración de la forma en diversos soportes, en su mayoría obra gráfica.
María Ochagavía es doctora(c) en Filosofía con mención Estética y Teoría del Arte y magister en Metafísica de la Universidad de Chile. Se ha especializado en problemas de la filosofía contemporánea asociados a la experiencia y el lenguaje.