“De una animita se trata este libro: de lo que la origina, por supuesto, pero más que eso, de lo que queda allí como ofrenda o petición. Un espacio ritualizado como sitio de memorias y de dolores particulares, pero que en este caso deviene lugar de peregrinación de cientos de personas que hacen de ella un lugar público, es decir, un mall, zona transaccional por excelencia”, escribe la escritora Alia Trabucco en la presentación de Succión, la nueva novela de Nicolás Poblete (Cuarto Propio).
Fotografía: Julia Toro
Lejos, muy lejos de narrar el duelo desde una prosa elegíaca o afectada y también a una enorme distancia de aquellas narrativas que se aproximan a la muerte desde una escritura impostadamente lírica o plagada de lugares comunes, se encuentra esta nueva novela de Nicolás Poblete. Un libro incómodo, extraño en sus modos de aludir y eludir los tópicos que rondan la muerte, en este caso la muerte trágica e intempestiva de una mujer joven, Ingrid, apodada la “niña hermosa”.
La invitación es excéntrica y, sin embargo, perfectamente normal en un país cuya geografía podría resumirse en una larga carretera plagada de animitas. Porque de una animita se trata este libro y esa es su invitación: que ingresemos a ese espacio extraño donde alguien ha muerto y al que otros acuden, supuestamente, para rendirle tributo, aunque más verdaderamente para pedirle uno que otro favor. Un lugar al que ingresamos como lectoras y lectores a sabiendas de que una animita es algo más vaporoso que un mero espacio, algo más espectral, como la propia palabra lo indica.
Animita no está en el siempre excluyente diccionario de la RAE, lo que a estas alturas habla muy bien de la palabra y lo que nombra. Coloquial chilena. Alma de una persona que ha fallecido. Pequeño túmulo de piedra o latón erigido en el lugar donde murió una persona. Y de una animita se trata este libro: de lo que la origina, por supuesto, pero más que eso, de lo que queda allí como ofrenda o petición. Un espacio ritualizado como sitio de memorias y de dolores particulares, pero que en este caso deviene lugar de peregrinación de cientos de personas que hacen de ella un lugar público, es decir, un mall, zona transaccional por excelencia y espacio público privilegiado en un país donde las plazas escasean. Y esos cientos de personas acuden al mall a dejar, por un lado, curiosísimas y barrocas ofrendas, pero sobre todo visitan este lugar para obtener algo de él: una promesa. En eso consiste la transacción: el peregrino deja un oso de peluche y pide algo. Se lleva una esperanza, deja un regalo. Porque: ¿qué es una manda o una petición sino una promesa? Pues bien, la protagonista de este libro, una joven llamada Sarai, también promete. Y su promesa, más que llorar a la “niña hermosa” o pedirle favores, consiste en aprovechar, tras el velo de una filantropía también extraña. Sacar partido. Sacar el jugo. De allí una posible lectura del título de esta novela: Succión.
Sarai acude a la animita de su amiga-no-tan-amiga (en rigor, apenas una conocida, una proveedora) y le habla en una segunda persona que la interpela de igual a igual. Un tono que, lejos de cierta verticalidad a veces presente en la segunda persona, parece originarse en sus privilegios. Hija de un padre rico (y nada más que de un padre, vale aclarar, un padre que la amamanta), Sarai habla con la desfachatez del privilegio, con la lengua deslenguada y con el desapego del que tiene o parece tenerlo todo. E interpela a la niña hermosa, la muerta, el tú invisible y mudo, sobre su propia vida y también sobre su familia. Padres fallidos bajo la mirada de Sarai, por mediocres, por comunes, por faltos de ambición, y con quienes ella entabla una relación también extraña, de compañía, de incómoda contención, pero sobre todo de explotación. Porque Sarai quiere hacer de esa madre un negocio, un negocio de comida sofisticada, fastuosa, cool, y del padre otro negocio, un eventual negocio político. Es ambiciosa, Sarai, irónica, desfachatada, a ratos condescendiente y despectiva con esos padres ajenos, pero también resulta indescifrable y sumamente opaca. Y es, a la vez, lo que son todas las personas que acuden una y otra vez a una animita: una peregrina. Por mucho que vaya en su auto grande, su auto-prestigioso, es una peregrina más. Y toda persona que peregrina proyecta en ese lugar, la animita, una carencia muy íntima. Un secreto. Y pide. Y pide. Y pide. Y también Sarai parece ubicarse en esa perpetua insatisfacción donde no hay producto ni emprendimiento que pueda llenar el vacío.
Succión es un libro sumamente original en nuestro panorama narrativo, que no cabe sino celebrar.