En La dificultad del fantasma, su último libro, la periodista y escritora argentina va tras las borroneadas huellas de Truman Capote en la Costa Brava, donde el autor de A sangre fría buscó el aislamiento para escribir su obra maestra. Desde Buenos Aires, en medio del ruido de las protestas contra el gobierno de Javier Milei, la autora de La llamada reflexiona sobre la relación entre memoria y escritura, el periodismo en tiempos de desinformación y la crisis política en Argentina.
Por Pedro Bahamondes Chaud
No hay certeza, pero todo apunta a que esa fue la misma habitación que usó Truman Capote. Es la más espaciosa de la casa, con un ventanal que da al Mediterráneo. “No hay un testimonio directo de que se haya quedado ahí, pero si alquilás una casa entera, ¿qué otra habitación vas a elegir?”, dice Leila Guerriero al teléfono desde Buenos Aires.
La casa, una construcción sencilla de dos pisos, no se impone por su belleza, pero su historia está envuelta por un halo mítico. Ahí, en la Costa Brava, Capote vivió entre 1960 y 1963, apartado de las alocadas fiestas de Nueva York y buscando el silencio necesario para escribir su obra más ambiciosa.
El autor de títulos como Desayuno en Tiffany’s (1958) y Música para camaleones (1980) era considerado una estrella literaria cuando decidió retirarse a España para culminar el libro con el que inauguró el género de la ‘novela de no ficción’.
Se dice que llegó con 25 maletas —dato no confirmado, aunque no por eso menos exagerado—, acompañado por su pareja Jack Dunphy y sus inseparables mascotas: un bulldog, un caniche ciego y una gata siamesa, junto con más de 4.000 folios del borrador de A sangre fría. Capote intentaba concentrarse en la escritura mientras era consumido por una borderosa ansiedad: para terminar su libro, antes debían ser ejecutados dos hombres acusados de asesinato en Estados Unidos.
Décadas después, Guerriero se instaló en España, en el mismo sitio —hoy sede de la residencia literaria Finestres— y la misma habitación, con un propósito similar: rastrear el paso del escritor estadounidense y transformar esa búsqueda en un relato. Permaneció allí durante un mes y medio, aunque casi no escribió allí. Dejó el proceso para su regreso a casa y aprovechó las horas en que no estaba reporteando para compartir junto a los trabajadores de la residencia o salir a correr.
Más que una crónica tradicional, La dificultad del fantasma se construye como una libreta de apuntes, una suerte de dramaturgia del ejercicio periodístico compuesta por fuentes diversas y donde conviven recuerdos, testimonios fragmentados, citas y reflexiones personales.
Guerriero no solo reportea —realiza varias entrevistas, recorre Palamós y deambula por calles, pastelerías y otros lugares tras las huellas que Capote dejó y las que la memoria ha ido difuminando—, sino que además piensa en voz alta y registra sus propios destellos y divagaciones: la memoria es engañosa, la verdad se desdibuja y el periodismo, como la literatura, es un acto de interpretación.
“Desde que empecé a pensar en este texto —y a evaluar los obstáculos que encontraría para su ejecución: casi todas las personas que conocieron a Capote están muertas, las que están vivas se relacionaban con él como satélites proveedores de servicios, pocas de esas personas hablaban inglés y él no hablaba español— tenía su título: La dificultad del fantasma” escribe la autora en el volumen. Y añade: “Venía a buscar un fantasma difícil, porque yo misma viajaba con un fantasma —reverberaciones de una revolución privada que parecía haberme dado alcance—, y porque estaba repleta del vacío espectral que me había dejado —como me sucede siempre— un libro de no ficción que acababa de escribir”.

Por momentos, el libro —un diminuto y encantador ejemplar azul que se sostiene en una mano— bordea el ensayo y el minucioso arte del aforismo. La autora trabaja con lo que tiene y con lo que no, obedeciendo al título de la obra: reconstruir la fantasmagórica presencia de Capote es, en sí mismo, un ejercicio de lidiar con lo inasible.
“No tenía pensado para nada investigar a Capote, aunque obviamente es un autor al que he leído muchísimo. Pero no lo tenía pensado hasta tal punto que, en realidad cuando me llamaron para proponerme esto y me dijeron que era para hacer un libro, no me entusiasmé tanto”, cuenta la periodista argentina nacida en Junín en 1967 y una de las cronistas más destacadas del presente.
La invitación vino del escritor colombiano Nicolás Botero, autor radicado en Europa desde hace años y vinculado a la Fundación Finestres, en Barcelona. En su investigación, Botero descubrió que la Casa Sanià, en la Costa Brava, había sido alquilada por Truman Capote en los años sesenta. Inspirado por ese hallazgo, Finestres decidió convertir el inmueble en una residencia literaria para escritores y, antes de su apertura oficial, invitaron a Guerriero para inaugurarla.
“Antes de que la residencia abriera oficialmente, querían probar cómo funcionaba todo: la logística, el traslado de los escritores, la cocina, los problemas que podía haber. Querían que en el lanzamiento oficial hubiera un texto publicado en la web de Finestres y posiblemente editado como un libro para entregar a los escritores que fueran a residir ahí, como una forma de sumergirlos en la atmósfera del lugar”, explica Guerriero.
Cuando la periodista recibió la invitación, pensó que se trataba de un error o de información equivocada. ¿Cómo era posible que parte de A sangre fría, el libro que fundó el periodismo narrativo moderno, se hubiera escrito en la Costa Brava española? No recordaba haber leído nunca sobre eso, ni en biografías ni en entrevistas.
La idea no encajaba en la imagen que la autora de Los suicidas del fin del mundo (2005) y La llamada (2024) tenía de Capote. Lo asociaba más bien con Nueva York, con las fiestas, con la excentricidad, con la vida de un influencer del siglo pasado, pero no con la quietud de un pueblo costero en España.
“Cuando me dijeron que Capote había vivido allí, lo primero que pensé fue: ‘No tiene sentido’”, dice Guerriero.
“Capote investigaba con una minuciosidad tremenda. Se convirtió en una especie de detective: revisaba documentos, cotejaba testimonios, se metía en el mundo de sus personajes hasta volverse parte de la historia. Yo también me obsesiono, también busco hasta el cansancio, pero hay algo en la forma en que él narraba, en su manera de construir escenas con tanta precisión, que lo hace inimitable”.
Hay quienes cuestionan la veracidad de A sangre fría, dicen que Capote se tomó varias licencias. ¿Cómo ves estos cuestionamientos?
—Él mismo definió este libro como una novela de no ficción y admitió que el final era una construcción literaria. Hay quienes lo acusan de haber manipulado ciertos elementos narrativos, pero lo cierto es que la investigación que hizo fue minuciosa y basada en hechos reales. No es una novela en el sentido tradicional, pero tampoco un reportaje clásico. Es otra cosa, algo inclasificable. Capote demostró que el periodismo podía ser literario sin perder su rigor, y no creo que se haya tomado muchísimas licencias. Si lees su libro de correspondencia, por ejemplo, Un placer fugaz (2007), se nota la cantidad de investigaciones que realizó tanto en la Costa Brava como antes en Nueva York. También hay que considerar la época en la que fue escrito: juzgar el pasado con los parámetros del presente siempre es complicado y, muchas veces, peligroso.
Lo que más impresionó a la periodista argentina durante su exhaustiva investigación sobre Capote fue todo aquello que el autor no incluyó en la edición final del libro. “Hay un momento en A sangre fría en el que los dos asesinos recogen a un chico que está haciendo autostop y están a punto de matarlo, pero algo los detiene. Capote conoció esta historia a través de los testimonios de los asesinos en la cárcel y decidió buscar a ese hombre. Se enfrentó a mil obstáculos hasta que finalmente lo encontró trabajando en una compañía aseguradora. Cuando se presentó ante él, le reveló que había salvado su vida de milagro, sin saberlo. A partir de su testimonio, este hombre se convirtió en una pieza clave en el juicio, ayudando a reconstruir el recorrido de los asesinos. Todo eso no está en el libro”, comenta Guerriero.

“Capote era un tipo con una personalidad compleja, pero tenía muy claro que estaba tratando con cuatro personas que habían sido asesinadas de una manera brutal, digamos, y que no podía contar su historia de una manera desmañada o perfumada o adornada».
¿Ves alguna similitud entre sus métodos de investigación y de escritura con los tuyos?
—Me parece una comparación demasiado grande. No me puedo poner a la altura de un tipo así de genial. Él era una persona que pasó de ser un escritor consagrado desde los 21 o 22 años, un niño mimado por la alta sociedad neoyorquina, a convertirse en una especie de detective capaz de embarrarse los pies y meterse en un mundo sórdido y complejo de asesinos. Fue a ese pueblo 500 veces, se quedó meses. Hay una investigación tremenda detrás de ese libro. Tal vez me reconozco en la intensidad con la que me relaciono con la escritura. Por supuesto, me entrego completamente a los temas que me interesan. Soy bastante sabueso, no largo fácil, no acepto un no como respuesta.
“No queremos volver a la Edad de Piedra”
A comienzos de febrero, pocos días antes de esta entrevista, Buenos Aires fue escenario de una de las marchas más masivas en defensa de los derechos civiles y en contra de las políticas del gobierno de Javier Milei.
“La marcha del sábado pasado fue una reacción muy contundente. No queremos volver a la Edad de Piedra. Argentina siempre fue pionera en derechos civiles en América Latina, y ahora quieren retroceder. Es un intento de paso atrás tremendo”, opina Guerriero.
La escritora se encontraba en Colombia ese mismo día y siguió la protesta a la distancia: “Fue pacífica, divertida, alegre, pero contundente”, recuerda.
“La reacción, en general, ha sido de los ciudadanos, no de los partidos políticos. Hemos construido consensos y queremos vivir dentro de ellos. Eso no se toca. Cuando esos consensos se destruyen, la historia nos ha demostrado que lo que viene después nunca es mejor”, agrega.
Para Guerriero, las actuales tensiones en Argentina se inscriben en un contexto global de avance de discursos reaccionarios y desinformación. “Estamos viendo cómo se valida el discurso de odio desde los más altos niveles de poder. Cuando los líderes hablan con el tono de cualquier hater de redes sociales, abren la puerta a todo”, opina la periodista.
La preocupación por la regresión de derechos en Argentina la lleva a reflexionar sobre el peligro de normalizar la violencia discursiva: “Un monstruo se puede transformar en un ángel con un simple recorte de palabras. Y la gente se lo cree. El periodismo tiene una responsabilidad enorme en cómo se cuentan las historias”.
“Nunca hablo de lo que estoy escribiendo”
Publicada en 2024 por Anagrama, La llamada se ha convertido en el libro más exitoso de Guerriero hasta la fecha. Allí reconstruye la historia de una mujer que sobrevivió a la dictadura argentina y a la violencia de los centros clandestinos de detención, pero también explora el modo en que la sociedad lidia con quienes lograron salir vivos de esa experiencia.
“Creo que tocó una fibra muy sensible. Hay un silencio tremendo alrededor de quienes sobrevivieron”, dice Guerriero sobre el éxito del libro, donde bucea en los recuerdos de su protagonista y en la dificultad de reconstruir un pasado que, por momentos, se resiste a ser contado. “Nos enfocamos en las víctimas fatales, pero olvidamos el peso que cargan los que quedaron vivos”, agrega la autora. “Es un tema del que se habla poco en el discurso público y que, sin embargo, resuena con fuerza en sociedades marcadas por dictaduras y violencia política”.
El impacto de La llamada ha sido notorio y sorpresivo, incluso para ella, con ediciones agotadas y una recepción crítica favorable. Guerriero, sin embargo, evita profundizar en su éxito: “Uno como autor es la peor persona para responder una pregunta así de manera lúcida. Si yo supiera por qué este libro ha tenido este recorrido y esta repercusión, intentaría repetir la fórmula en el siguiente, pero eso no es posible”.
Tras la publicación de La dificultad del fantasma, Guerriero ya trabaja en un nuevo libro, aunque no revela detalles. «Estoy [en eso] desde el año pasado. Pero no te voy a contar en qué. Nunca hablo de lo que estoy escribiendo», responde tajante.
A propósito de esa relación –virtuosa y un tanto tediosa– entre escritura y disciplina, la periodista vuelve a Capote: «Empecé a pensar la escritura como algo que, a medida que pasa el tiempo, crece en relevancia en tu vida. Yo no creo en Dios, creo que Capote tampoco mucho, pero él decía algo así como: ‘Cuando Dios te da un don, también te da un látigo’, y así es como lo siento yo también. La escritura es un látigo, no un don, por eso el proceso es muy íntimo para mí”, concluye.