Al poeta y lingüista peruano Mario Montalbetti no le fue fácil entender de qué se trataba Dron, el último libro y poemario de Christian Anwandter. Luego de varios intentos, encontró la puerta de entrada: la noción, fundamental en la poesía, de desplazamiento. Esta obra, sobre los códigos digitales, está cruzada por desplazamientos —verbales, humanos, psicológicos y de lectura— que sitúan ante un abismo: el de lo lecturable y lo pensable.
Por Mario Montalbetti
Busco una puerta de entrada a Dron , de Christian Anwandter, desde mi analfabetismo digital. En general, los códigos de computación, la jerga digital, los “trucos de la persuasión tecnológica”, me abruman y no logran ser compensados por esa cierta belleza formal que emana de los sistemas binarios. Luego de varios intentos, encuentro la puerta buscada. Se trata de uno de los grandes temas de la poesía misma que es la noción de desplazamiento. Y Dron los tiene en varios niveles. El más obvio, el que me abre la puerta, es el desplazamiento de masas de texto de un lugar a otro. Puede tratarse de traducción, paráfrasis, metonimia, interpretación o metáfora, un texto siempre lleva a otro texto. Pero, ¿qué ocurre en el trayecto de un lugar a otro?, ¿qué ocurre en el desplazamiento mismo? Y, ¿qué es ese otro lugar, ese otro texto, al que llegamos? Ese siempre fue el problema de la metáfora: “a es b” y no sabemos muy bien qué hacer una vez que llegamos a “b”, que trascendemos “a”.
Pascal Quignard tiene observaciones importantes sobre los peligros de “quedarse en b” e ignorar “a”; es decir, de los peligros de los desplazamientos puros. Quignard cita ideas de griegos antiguos asentados en Turquía para confirmar que pensar es un movimiento de ida y vuelta, que el pensamiento se completa con el regreso. Pensar es alejarse del lugar en el que estamos, viajar; pero pensar se completa, se perfecciona, solamente en el camino de vuelta al lugar del que partimos. Para bien o para mal, un explorador no es un pensador. Aplicado a la metáfora: solo es posible pensar cabalmente una metáfora (“a es b”) si el desplazamiento de “a” hacia “b” se completa retornando a “a”.
Por supuesto, la pregunta a la que regresaré al final es: ¿a dónde es que debemos regresar de ese gran desplazamiento que es Dron para pensarlo cabalmente?
Pero los desplazamientos en Dron no son solo de masas de textos, también hay extraños desplazamientos humanos. Está la cueva de Chauvet desplazada hacia su copia, al extremo de que ahora la copia pasa por real perfeccionando así la idea de simulacro a la Baudrillard. Pero está también el desplazamiento del pueblo de Fuerabamba (Apurímac, Perú), al que la minera Las Bambas convenció de mudarse a otro lugar para facilitar la extracción de cobre en la zona. El nuevo lugar es un pequeño Houston andino: hospitales, viviendas, calles, parques, todo diseñado con la asepsia de un juego virtual (SimCity viene a la mente). Nueva Fuerabamba, ése es el nombre del poblado desplazado, guarda una relación peculiar con Fuerabamba, que a estas alturas debe ser un hueco de cobre.
Dos desplazamientos similares merecen recordarse. El desplazamiento del poblado de Uchuraccay (Ayacucho, Perú) luego de que sus pobladores mataran en 1983 a un grupo de siete periodistas que habían viajado de Lima a reportear las actividades de Sendero Luminoso en la zona. El poblado de Uchuraccay desapareció (así como la mayoría de sus pobladores) y fue trasladado a pocos kilómetros del original, que hoy es una pampa vacía. El otro desplazamiento que merece mencionarse es el que ocurrió en la calle Tarata en el distrito de Miraflores (Lima, Perú). Un atentado de Sendero Luminoso destruyó ese céntrico pasaje miraflorino en 1992, ocasionando graves pérdidas humanas (25 muertos, 5 desaparecidos) y la destrucción de edificios enteros de vivienda. Lo curioso de este caso es que el desplazamiento de la calle Tarata fue hacia sí misma: el pasaje se repobló (de restaurantes, tiendas, servicios), convirtiéndose en un centro turístico de moda. Allí donde Uchuraccay dejó un vacío, Tarata llenó el vacío con una suerte de mall al aire libre; y Fuerabamba también terminó siendo un hueco que una vez que se consolide la extracción de minerales, será un vacío más.
Hay otro desplazamiento que simplemente mencionaré pero que sospecho puede contener pistas de lectura fructíferas: el desplazamiento hacia la infancia (pero ¿de qué, de quién?), a la distancia psicológica.
Finalmente está el desplazamiento del autor respecto de su poema y del poema respecto del lector. Una cosa es escribir un texto como Dron, otra es leerlo. Regreso a Quignard: el poema se completa, se ejecuta plenamente, se piensa, cuando a través de su lectura regresamos a él. Eso es lo que impone Dron, una lectura que vuelva a él. Pero el regreso se complica porque Dron está al borde de lo lecturable.
Todos estos desplazamientos (el verbal, el humano, el psicológico, el de su lectura) abren una puerta de entrada a un texto que, entonces, aparece como perturbador. Personalmente, uno de los signos de esta perturbación es la completa ausencia de preguntas en Dron. Miento, hay dos preguntas, pero ambas están en el texto inicial que trata de contextualizar Dron: en Dron mismo no he encontrado una sola pregunta. ¿Por qué es esto perturbador? Porque preguntar es una de las operaciones más propiamente humanas que existen. Y solo podemos preguntar con lenguaje verbal. No podemos hacerlo con música, ni con pintura, ni con escultura, ni con flores, ni con ajedrez, etcétera. Renunciar a preguntar hace de Dron, hace del desplazamiento verbal de Dron, una reducción casi inhumana de nuestro lenguaje. Arribamos a un lenguaje que es preguntable (nosotros podemos preguntarle cosas, como lo estoy haciendo aquí), pero él mismo no pregunta. ¿Qué emerge de esto? ¿Consignas?, ¿descripciones?, ¿balbuceos?, ¿publicidad?
Lo cual me lleva a un punto más y final. La extraordinaria creatividad de los códigos digitales para producir, digamos, “textos poéticos”, se ve severamente minada por su casi imposibilidad de producir alguna lectura medianamente interesante de un texto cualquiera (aún del propio texto creado). En términos de Quignard, es un código de ida, pero sin retorno; un boleto de ida sin vuelta. Entonces, el código renuncia a pensarse a sí mismo, a completar el movimiento del pensar.
Es virtud y mérito de Christian Anwandter el ponernos de cara al abismo de estos desplazamientos. Y de haberlo hecho no como máquina, sino como poeta.