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Los mundos de conocimiento de Roberto Torretti

Roberto Torretti

Considerado una de las voces más influyentes de la filosofía tanto en Chile como en el extranjero, el recientemente fallecido Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2011 no creía en una práctica filosófica situada en un altar desde donde impartir lecciones. Para él, nuestra concepción de la realidad depende de las formas de conocimiento y prácticas epistémicas que creemos aceptables en un lugar y momento de la historia. La objetividad, decía, no es un regalo, sino un logro que se construye a través de tales prácticas.

Cristian Soto

Si no es el filósofo más importante de la —todavía— breve historia de la filosofía en Chile, Roberto Torretti (1930-2022) es, sin duda, uno de sus representantes más sobresalientes. Conocido por su trabajo sobre filosofía kantiana, filosofía de la geometría y de la física, su obra ha tenido un amplio y creciente impacto tanto en Chile como en el extranjero. Quienes no hayan sido entrenados en estas áreas podrían sentirse abrumadas o abrumados por el detalle y tecnicismo de sus investigaciones. Sin embargo, ello no debiera desanimar a nadie a la hora de embarcarse en la lectura de alguno de sus textos. Para quienes trabajamos profesionalmente en filosofía, la figura de Roberto Torretti es relevante no solo en vistas del panorama internacional, sino especialmente si se considera la institucionalización de la filosofía y de las humanidades en Chile

Se interesó por la filosofía desde muy temprana edad. Según sus propias reflexiones, cuando tenía 15 años, el bombardeo atómico de Japón en 1945 lo conmovió profundamente. Ello lo impelió a leer sobre física y filosofía, reflexionando sobre sus consecuencias en la manera en que concebimos la realidad e interactuamos con nuestro entorno. Entró a estudiar Derecho en la Universidad de Chile, pero al poco tiempo se trasladó a Filosofía en la misma universidad, para luego proseguir una investigación doctoral en Alemania.

Torretti fue profesor de la Universidad de Chile en Valparaíso entre 1954 y 1955, año en el que emigró a Nueva York, donde trabajó para las Naciones Unidas en labores secretariales y de traducción hasta 1958. Luego de ello, aceptó un puesto de profesor de Filosofía en la Universidad de Puerto Rico (1958-1961), retornando posteriormente a Chile para trabajar en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Concepción hasta 1964. Uno de los hitos de su carrera académica tuvo lugar en esa época: entre 1964 y 1970 fue miembro fundador y director del Centro de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile, centro que se transformaría en un lugar privilegiado para el cultivo de las humanidades. De este período emerge su escrito monumental, Manuel Kant: Estudio sobre los fundamentos de la filosofía crítica (Editorial Universitaria, 1967). Este volumen se convirtió en una referencia clave para los estudios de la filosofía crítica kantiana en el mundo hispanoamericano, posicionando como pocas veces la producción filosófica nacional en el escenario internacional. De la misma época data su selección y traducción de obras de la filosofía natural, desde los clásicos griegos a la revolución científica de los siglos XVII y XVIII, publicado bajo el título Filosofía de la naturaleza (Editorial Universitaria, 1971).

La inestabilidad política y académica representada, entre otras cosas, por la reforma universitaria (1967-1973) lo motivó a aceptar en 1970 una oferta de trabajo en la Universidad de Puerto Rico, donde permaneció hasta 1995. Su trabajo en el extranjero se erigió sobre los cimientos establecidos en Chile, pero fue más allá. Sus investigaciones sobre filosofía kantiana y filosofía natural lo familiarizaron con la reflexión filosófica sobre las matemáticas y la geometría, así como con la relevancia de estas para nuestra concepción del espacio, del tiempo y de la naturaleza de la realidad. Ello encontró continuidad natural en sus nuevas investigaciones sobre filosofía de la geometría y, muy particularmente, sobre historia y filosofía de la teoría de la relatividad de Einstein. Los volúmenes Philosophy of Geometry from Riemann to Poincaré (1978) y Relativity and Geometry (1983) son representativos de este período, consolidando su lugar en el debate internacional.

Su obra más personal, aquella en la que declara intereses y en la que adopta públicamente posiciones, se titula Creative Understanding: Philosophical Reflections on Physics, (The University of Chicago Press, 1990), traducida posteriormente por él mismo bajo el título Inventar para entender (Ediciones UDP, 2012). En ella encontramos un texto más íntimo, que lidia con nuestras intuiciones acerca de la necesidad matemática y física, el determinismo, la causalidad, la objetividad y la relación entre la teoría y la experiencia, temas que pocas veces —quizás nunca— generan acuerdo en la comunidad filosófica. Pero el riesgo probó ser beneficioso, porque el texto deja a la vista las diversas tradiciones que componen el pensamiento de Torretti, desde el mundo clásico griego y la filosofía kantiana, al historicismo nutrido de práctica científica que motiva sus investigaciones en filosofía de la geometría y de la física.

Roberto Torretti parece no creer en una práctica filosófica pura, esa que se sitúa en un altar desde el que se imparten lecciones sobre la verdad, el bien y lo bello. Su obra acoge los avatares del ejercicio filosófico, situándolos en un contexto histórico y social. El conocimiento, dice Torretti, depende de nuestro de modo de conocer, así como también de las prácticas epistémicas que creemos aceptables en un lugar y momento histórico dado. No accedemos a la verdad (al bien o a la belleza) absoluta, sino solo a la mejor forma de conocimiento que podemos construir a partir de los medios que tenemos disponibles en un lugar y momento determinados. La objetividad, insiste, no es un regalo dado sin más, sino un logro.

En la década de los 90, la obra de Torretti siguió siendo prolífica: en 1998 publicó El paraíso de Cantor, correspondiente a su estudio sobre los fundamentos de la tradición conjuntista en matemáticas (en español, Editorial Universitaria), y en 1999 aparece The Philosophy of Physics (Cambridge University Press), que sigue ocupando un lugar central en el desarrollo de la disciplina. En los años recientes, Roberto se preocupó de llenar vacíos pendientes en lengua castellana, publicando Relatividad y espaciotiempo (Ril, 2003), De Eudoxo a Newton: Modelos matemáticos en filosofía natural (Ediciones UDP, 2007) y el volumen Crítica filosófica y progreso científico (Ediciones UDP, 2008). A ellos se suma la encomiable empresa de la Editorial UDP, que ha reunido y publicado numerosos trabajos de Torretti en la serie Estudios filosóficos, que abarcan desde 1957 en adelante. La lista de libros, por lo demás, continúa.

No sorprende que haya recibido el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales en 2011 junto a Carla Cordua, su compañera de vida y también destacada filósofa. Antes, en 2005, había recibido el Doctor Honoris Causa por la Universitat Autónoma de Barcelona, España. Asimismo, en 1983 y 1984 fue investigador visitante del Pittsburgh Center for the Philosophy of Science (EE.UU.), mientras que en los períodos 1975-1976 y 1980-1981 fue reconocido con la John Simon Guggenheim Memorial Fellowship (EE.UU.).

Es importante detenerse en la relevancia social, el carácter secular y el pluralismo democrático de las humanidades que se desprenden del ideario que motivó la obra del Premio Nacional a lo largo de los años. Primero, su producción filosófica evidencia la relevancia social incuestionable de la filosofía (y junto con ella, de las humanidades) ante el amplio horizonte de otras formas del saber. El caso particular de Torretti ejemplifica lo que se puede hacer desde la filosofía si esta se combina adecuadamente con la historia, las matemáticas o las ciencias físicas. Segundo, en línea con sus años formativos y laborales iniciales en la Universidad de Chile, la obra de Torretti es profundamente secular: sus páginas traslucen prístinamente que no cree en absolutos ni en la imposición externa de supuestas fuentes de verdad que oprimen el ejercicio libre, pero responsable, de la investigación en ciencias y humanidades. Torretti estudió a Kant, pero no es un kantiano convencido de su doctrina. En su obra no hay, pues, lugar para dogmas: ni las ciencias ni la filosofía ofrecen verdades absolutas, sino solo afirmaciones de conocimiento inalienablemente falibles y expuestas a la corrección. Y tercero, su ideario es pluralista, posicionando a la filosofía, la historia, las matemáticas y las ciencias físicas en un mismo nivel, y adoptando un espíritu igualitario que invita al diálogo y a la interacción. Tal actitud es política, ofreciendo una imagen de la manera en la que conviene organizar las distintas formas de conocimiento en nuestras sociedades democráticas. Para Torretti, la vía para el conocimiento no es una, sino muchas, y ninguna es la vía verdadera ni fundamental.


La fotografía que acompaña este artículo fue cedida por Roberto Torretti al autor para un futuro libro sobre su obra, quien a su vez se la facilitó a Palabra Pública únicamente para la publicación de este texto.